En la actualidad, Dudley, Black Country.
Daanna miraba a través de la amplia cristalería del salón de su casa cómo la oscuridad caía sobre Dudley. El cielo algo rojizo cubría aquel condenado obrero lleno de fábricas y gente trabajadora. En Dudley no había casas de diseño como las de los vanirios, por eso, para no levantar suspicacias, estaban bien ocultas. Los cristales de las casas se oscurecían con la luz del día permitiendo que los que eran como ella, seres inmortales débiles a la luz del sol, pudieran campar a sus anchas en su hogar a cualquier hora. Al atardecer, cuando el sol se ocultaba entre las montañas, los cristales se veían transparentes. Daanna se veía reflejada en ellos y se estudiaba. Llevaba un camisón largo y negro, vaporoso, que moldeaba sus pechos pero volaba alrededor de su cintura y sus caderas. ¿Qué veía ella en su reflejo? ¿Qué verían los demás en ella? Era la misma de siempre: ojos verdes como los de su hermano Caleb, ligeramente más claros, grandes y rasgados en las comisuras; sus cejas negras que se arqueaban armónicamente; su boca voluptuosa y su cuerpo exuberante donde debía serlo. Se había recogido el pelo negro en lo alto de la cabeza, y varios mechones le enmarcaban la cara ovalada. Nunca envejecería, era una guerrera, una elegida por los dioses, respetada por su clan y querida por su hermano…, pero ¿qué había de la mujer? ¿Dónde estaba la mujer que una vez había sido?
Apoyó la frente en el cristal frío y cerró los ojos, «¿Dónde diablos está Menw?», se había hecho la misma pregunta las últimas tres semanas. Ahora, como cada noche desde que él se había ido, iba a salir en busca de él y de su hermano Cahal. Y lo hacía sola, no como acto de rebeldía sino porque realmente no le apetecía estar en compañía de nadie. Ni de Ruth, ni de Aileen, ni de su hermano… porque aunque se alegraba por la felicidad que les rodeaba, ella, lamentablemente, no era feliz, y la alegría que los tres irradiaban le hacía daño. ¿Era mala por sentirse así?
Menw MacCloud había desaparecido del mapa, como su hermano Cahal, del que nadie sabía desde la fiesta del Ministry. Y el no saber, el vacío, la nada que provocaba en Daanna la desaparición de Menw, la sumía en un pozo negro y sin fondo. Después del entierro de su amigo Gabriel, no había vuelto a ver al sanador. Y cómo dolía su ausencia, cómo herían las palabras que se habían dicho por última vez.
Daanna se abrazó a sí misma, y se obligó a no llorar. Últimamente lloraba muchísimo, algo que no había hecho en sus dos mil años de edad, pero los últimos días habían sido caóticos. Ruth había estado a punto de morir, pero Adam, el chamán del clan berserker, la había salvado. Sin embargo, en la guerra que vanirios y berserkers cruzaban contra los jotuns, siempre había bajas. Como la de Gab. Suspiró y se abrazó a sí misma con más fuerza. Ella había intentado salvarlo, pero sin muchas esperanzas porque la herida de Gab en la garganta, tenía muy mala pinta y había muerto antes de que ella le diera su vena. Y Menw la había visto. Joder, lo había visto todo. Había visto cómo ella sangraba por el humano y le ofrecía su sangre, como si fueran pareja.
Estaba asqueada consigo misma. Ella no lo había hecho por amor, lo había hecho porque creía que era lo que tenía que hacer como amiga. Y también porque quería librarse de lo que Menw significaba para ella, admitió avergonzada. Necesitaba hacerlo por Gabriel y por ella. Gabriel merecía vivir, y ella necesitaba sacarse la espina que la traición de Menw había supuesto en su alma.
La vaniria se estremeció y se alejó del cristal. Había sido horrible. Tan feo, tan triste. Menw había recitado en voz alta los votos de matrimonio celtas, y la había dejado allí, mirándola con desprecio. La había abandonado y se había alejado de ella para siempre.
Daanna se rascó la mejilla, pero dio con una gota húmeda y salada. Una lágrima. Lloraba de nuevo. No lo podía controlar, no podía soportar esa sensación de decepción y vergüenza que le había dejado el último desencuentro con Menw. Intentaba comunicarse con él, pero ellos dos no tenían ningún vínculo como para poder hablar así. Podrían haberlo tenido, de hecho había tantos «podría» entre ellos. Podrían haberse amado, querido y respetado. Pero no, al final lo de ellos era lo que pudo haber sido y no fue, esa frase resumiría su relación. No obstante, incluso ahora, sabiendo que estaban perdidos el uno para el otro, sentía de nuevo esa sensación de estar incompleta, de no formar parte de nada. Cuando Menw estaba cerca, aunque se despachaban y se odiaban, al menos, en esos momentos, formaba parte de él, de su rabia y su odio mutuo. Eso les unía. Pero en aquellos momentos ni siquiera su orgullo la mantenía en pie, y el orgullo era lo único que la había estimulado para continuar. ¿Y ahora qué?, él se había ido. Debería estar feliz, tenía la libertad que tanto anhelaba, pero una vez libre, ¿qué le quedaba? ¿A qué se agarraba ahora? Ni Ruth, ni Aileen sabían cómo se sentía. Nadie conocía su historia, sólo Caleb y Cahal, nadie más. Pero sus amigas, las amigas con las que había sido bendecida, no imaginaban lo que había pasado entre ellos. Aquella herida era suya, nadie debería acarrear con ello. Subió a su habitación y abrió su armario. Necesitaba ir cómoda, cómoda para luchar y cómoda para moverse. Se puso unos pantalones bajos de la cintura muy arrapados y unas botas altas negras de tacón. Una camiseta negra muy ajustada que moldeaba sus pechos a la perfección y una cazadora motera de piel roja. Se colocó el puñal keltoi en la parte trasera del cinturón y cogió su iPhone. Normalmente no daba un paso sin que alguien del clan la cubriera o vigilara, pero ella ya sabía cómo tenía que despistarlos. Agudizó el oído, desvió la mirada hacia la puerta de entrada. Su casa estaba completamente abierta, todo se comunicaba con todo, no había paredes, sólo zonas separadas.
Alguien se acercaba. Saltó de un brinco, desde la planta de arriba hasta la planta principal y cayó justo en el recibidor. Echo un vistazo por la mirilla y frunció el ceño. ¿As y Caleb? ¿Qué hacía el líder del clan berserker en su casa?
Abrió la puerta antes de que tocaran el timbre.
—¿Brathair qué sucede? —preguntó ella apartándose.
Caleb sonrió con ternura a su hermana, pero había un destello de culpa en sus ojos color esmeralda. Se pasó la mano por su pelo negro como la noche y le dijo:
—Ven, Daanna. Te necesitamos.
La vaniria miró de uno a otro. Berserker y vanirio. As cada día estaba más guapo, y era normal, porque María le estaba devolviendo la felicidad. Con su barba negra recortada y su pelo recogido con una cola baja, era un maduro muy interesante.
—Es el momento de despertar —aseguró As con solemnidad—. No hay más tiempo.
—¿Despertar? Ahora no puedo. Tenemos que continuar la búsqueda de Cahal y Menw.
—Daanna —As levantó la mano para que cesara su verborrea—. Mis chicos están en el Ragnarök, junto con mi nieta y Ruth. Ellos se encargaran de buscar al druida y al sanador esta noche. Tú vienes con nosotros y no hay más que hablar. ¿Quieres tu don, velge[1]? Entonces, ven conmigo.
—No soy una berserker para que me hables así —dijo Daanna mirándole fijamente, con un tono peligrosamente frío—. ¿Y de qué va esto? ¿Resulta que ahora depende de ti que yo sepa por fin cuál es mi cometido? ¡¿Me tomas el pelo?!
Caleb carraspeó, la agarro de la muñeca y la sacó de su casa. Su hermano tenía mucho carácter, y su rictus difícilmente se alteraba, pero él sabía cuando a ella le disgustaba algo porque, sus ojos verdes se oscurecían ligeramente, como en aquel momento.
—Ve delante, As. Mi hermana y yo te seguiremos volando.
Daanna tenía la piel de gallina. ¿Cómo te quedas cuando el líder del clan berserker y el líder del clan vanirio vienen por ti y te dicen que ha llegado el momento de despertar? Estaba muy nerviosa, y a su vez irritada por el tono de voz que había empleado As con ella. ¿As sabía cómo ayudarla? No entendía nada.
Seguía a su hermano a través del cielo, volando a la velocidad de dos misiles mezclándose con las nubes. Miró hacia abajo y con su visión nocturna pudo localizar al líder berserker, corriendo entre los prados y las montañas, tal y como hacían los lobos.
—¿A dónde vamos, Cal? —gritó Daanna.
—A Stonehenge —se colocó al lado de su hermana.
Daanna se estremeció. Desde que los dioses les convirtieron en vanirios no había vuelto a pisar ese lugar sagrado.
—¿Por qué estamos siguiendo a As? ¿Sabe él en realidad qué tengo que hacer?
—No me lo ha dicho, pero me ha asegurado que después de esta noche me lo explicará todo. Estoy tan confuso como tú —la miró de reojo, estudió sus ropas y suspiró. Daanna volvía a sus escapadas nocturnas—. ¿Tu ibas a alguna parte?
La joven miró hacia otro lado y Caleb negó con la cabeza.
—Todavía no sabemos nada de Menw ni de Cahal. Estamos barriendo toda la zona, Daanna, pero es como si se los hubiese tragado la tierra —gruñó con pesar—. Necesito que tú estés a salvo. ¿Crees que no sé que estas buscándolos por tu cuenta?
Daanna gruñó. A Caleb no se le pasaba ni una. Nunca.
—Tienes que dejarme respirar, Cal.
—Cuido de ti, hermanita. No voy a dejarte sola ni un minuto. Ahora Menw no está y…
—Tenemos que encontrarle, Caleb —lo cortó ella—. Son muy importantes para el clan. Yo sólo espero que estén bien —susurró con tristeza.
No quería pensar en que le sucediera algo malo a… A ninguno de los dos hermanos.
—Estamos perdiendo a Menw, ¿verdad? —la miró a los ojos intentando averiguar sus pensamientos, entrar en ellos. Eran hermanos, podían telepáticamente, pero Daanna había erigido su propio muro según qué preguntas.
—No hurgues, Caleb —sus ojos verdes lo atravesaron—. No entres en mi cabeza sin mi permiso, ¿Aileen todavía no te ha puesto en vereda?
El líder vanirio sonrió. Su Aileen era capaz de poner de rodillas a todo un ejército. Pero con él no podía. O al menos eso es lo que le gustaba pensar.
—¿Qué ha pasado entre vosotros dos?
—Nada —se apresuró a contestar ella—. Es sólo que Menw no está bien… pero… Es que él necesita ayuda.
—Ha empezado a beber sangre.
Ella sintió un escalofrío.
—Hay que recuperarlo, Daanna. ¿Le vas a dar tú lo que él necesita?
Los ojos de Daanna dispararon dagas envenenadas a su hermano.
—No, él no es mi caráid.
—Estoy harto de oírlo. Harto de que te engañes. No soporto verte sufrir.
—No sufro, Caleb. Estoy bi…
—¡Y una mierda! Despierta de una puta vez. Ya es suficiente.
Daanna se mordió la lengua y cerró los ojos para no recordar. Le vinieron a la cabeza las últimas palabras que Menw le dirigió en gaélico: byth eto. Nunca más.
Sintió de nuevo el retorcijón en el corazón, pero se volvió para ocultar sus emociones y a seguir volando al lado de su hermano estaban llegando a Wiltshire.
—Allí bajamos —ordenó Caleb descendiendo hasta el monumento angélico conocido como Stonehenge.
Los grandes bloques de piedra rectangulares se distribuían en cuatro circunferencia concéntricas. Eran piedras altas de arenisca las de los bloques más pequeños, azuladas. En el centro de las circunferencias se encontraba el altar ritual. Cuando pisó el césped en el que se hallaba el monumento. Daanna entendió que no importaba cuanto tiempo pasara, la esencia de las cosas era imperturbable, eterna, sobre todo al concentrarse en lugares tan mágicos y místicos como aquél.
Dos mil años atrás, un grupo de treinta y tres pictos fue transformado por los dioses Njörd, Frey y Freyja, dioses Vanir, para ayudar a equilibrar la batalla contra Loki y sus jotuns, justo en aquel lugar. Ahí empezó todo. Los dotaron de dones y de debilidades, y les hicieron inmortales. Daanna recordaba ese día a la perfección, un día en el que toda su vida cambió para siempre y se llenó de oscuridad.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Daanna rozando con las yemas de los dedos el altar de arenisca micácea.
—No lo sé muy bien, sólo obedezco ordenes —As apareció cruzado de brazos y se apoyó en una de las piedras del círculo interior.
—¿Ordenes? ¿Ordenes de quién? —dijo la vaniria girándose extrañada para mirarlo—. ¿Hay alguien por encima de ti que no conozcamos, As?
—Siempre hay alguien por encima de nosotros, princesa —contestó el berserker con seriedad.
As le hablaba siempre con respeto y reverencia y eso la ponía nerviosa, porque la hacía sentir como si esperara algo de ella. De hecho, todos esperaban algo de ella, pero ¿qué era?
En ese momento oyeron un sonido como de metales chocando y luego algo parecido a un zumbido eléctrico. Un destello de fuego se colocó sobre el altar y de su luz salió el cuerpo de un hombre enorme, musculoso y tan peligroso como la muerte. Tenía el pelo rubio, un parche de piel negra en el ojo izquierdo y el otro ojo brillaba como la plata, un brillo sobrenatural. La barba rubia bien afeitada y su largo pelo dorado recogido en una trenza. Iba vestido todo de cuero negro y su cuello estaba tatuado de símbolos rúnicos. Daanna ya había visto esa cara pero no sabía ubicarla en sus recuerdos.
As bajó la cabeza en su presencia, y aquel hombre enorme que mediría más de dos metros, lo miró con orgullo. Caleb y Daanna aturdidos y cuando el gigante se dirigió a ellos dos puso cara de fastidio, como si algo le doliera mucho, y entonces se detuvo abruptamente.
—¡Freyja! ¡Me estás pisando! —exclamó irritado.
Al momento, la altísima diosa del amor, la fertilidad y el arte se materializó a su lado, vestida con una túnica roja transparente y un pelo rubio platino recogido en dos complicadas trenzas. El zapato plateado de tacón de su pie derecho estaba literalmente clavado en las botas de motorista del hombre del parche en el ojo. Freyja lo miró divertida, repasándolo de arriba abajo:
—Vaya, vaya. Odín… ¿Te van los Village People?
Odín se la sacó de encima con fastidio y la apartó de su lado.
—¿Y tú? ¿Vienes del prostíbulo? ¿Y tu ropa interior? —la recriminó el dios nórdico.
—Ups. —Se puso una mano coqueta en la boca y se acercó a él, contoneando las caderas y luciendo toda su estatura. Llevó su mano hasta el bolsillo trasero de los pantalones de cuero del dios escandinavo y sacó una braguitas rojas del mismo color—. Chico malo —musitó.
Con una carcajada se puso las braguitas ante la mirada estupefacta de los tres inmortales.
—Eres una provocadora —murmuró Odín con hastío.
Daanna y Caleb no podían apartar la vista de la diosa. ¿Qué estaba pasando ahí? ¿Qué hacían Freyja y Odín juntos?
—Gracias, leder por obedecer mis órdenes —Odín miró a As con reconocimiento.
—Es un honor —contestó el berserker.
—¿Qué mierda pasa aquí? —exigió saber Caleb, cada vez más incómodo.
—¡Hijos míos! —gritó Freyja dando saltitos alrededor de los dos vanirios—. ¡Estáis increíbles! Normal, hice un trabajo excelente con vosotros… ¡Qué bellos! ¡Qué impactantes!
Puso los ojos en blanco y Daanna la miró con desconfianza.
—Fíjate, la Elegida está preciosa —Freyja la tomó de la barbilla y admiró sus facciones como quien mira un cuadro—. Pero es una belleza mal aprovechada.
—¿Qué quieres Freyja? —le preguntó Daanna retirando la cara.
Aquella diosa era la culpable de todos sus tormentos.
—¿Qué quiero? —la observó pensativa—. Lo quiero todo, ¿tú no? —Sus ojos plateados igual que los de Odín miraban en el interior del alma de la vaniria—. Has cambiado, Daanna. Cuando te convertí, tu cara resplandecía de… Algo. Ahora eres sexy. Dura. Fría —sonrió y la repasó con ojos interesados—. Mmm… Me gusta. Hay mucho drama en tu mirada.
Daanna odiaba las adivinanzas, prefería que la gente fuera de cara, directa y al grano con ella.
—¿Qué hacemos aquí? —exigió saber la Elegida.
—Resolver un enigma —contestó la Diosa, dando vuelta sobre sí misma y mirando las estrellas—. Ha llegado el momento de poner todas las cartas sobre la mesa. Ya no hay tiempo. Sólo te necesito a ti —le dijo la diosa dándole un golpecito en la nariz—. Sólo tú. El buenorro de tu hermano Caleb y As se pueden ir a dar una vuelta si quieren.
—Yo no me muevo de aquí —aseguró Caleb con una sonrisa de suficiencia en su cara.
—Como quieras —Freyja se encogió de hombros—. Es tu momento Elegida. Llega tu turno. El momento de cumplir tu cometido.
Daanna se pasó la lengua por los labios y miró a Freyja. ¿Su momento?
—¿Qué debo hacer?
Freyja miró a Odín y le indicó con el dedo que se acercara, mientras contemplaba a Daanna:
—Solo tienes que venir con nosotros. Queremos mostrarte algo.
—¿El qué?
Odín se colocó al lado de Freyja y tomó de la muñeca a la vaniria.
—Un momento del pasado. Un momento clave —aseguró éste—. Vamos a hacer una pequeña regresión dinámica. Haremos que te pongas en acción.
Después de eso la tierra giró y Daanna se vio envuelta en una espiral de luz y colores.