¿Pero cuántos niños había ahí? Eran vanirios todos, y provenían de otros clanes que Daanna no conocía; de clanes de otras partes del mundo. ¿Es que los de Newscientists estaban por todos lados? Seguramente. Si el mal estaba en todos, ellos, que eran la personificación de la malicia, seguro que estaban por todas partes también.
—¿Sabéis dónde estamos? —preguntó Daanna, tomando la cara de Daimhin.
La chica negó con la cabeza.
—¿Habéis visto algún logotipo o algo que ponga Newscientists?
—Sí. Los hombres de bata blanca llevan algo en sus carpetas con esa palabra.
«No me lo puedo creer, estoy justo en el ojo del huracán», pensó Daanna, nerviosa.
—Sé que estamos bajo tierra. Cuando nos exponen al sol para ver cómo cicatrizamos de rápido nos suben al exterior y nos bajan en ascensores. Estamos bajo tierra, seguro.
—¿Os sacan a la luz del día? —Daanna apretó los dientes por no soltar ningún exabrupto. Allí había críos que no debían tener más de cinco años. Eran tan pequeños…
—Menw, ¿Menw no me puedes oír? Intento contactar contigo y no me dices nada. Me voy a cabrear mucho.
—Eso es lo menos que nos hacen —aseguró Carrick apretando los puños.
—¿Os han alimentado?
—No desde hace semanas. Algunos de nosotros nos hemos mordido para beber aunque sea nuestra propia sangre —explicó Carrick sin ningún tipo de vergüenza. Era su modo de sobrevivir, así que no había nada por lo que sonrojarse.
—¿Os han dado sangre humana? —preguntó Daanna, temerosa.
—No quieren convertirnos, quieren experimentar con nosotros —le dijo el joven—. No les servimos como vampiros, para eso ya convierten a los humanos. Quieren nuestra sangre, y la mezclan en probetas. Hay otros agujeros como éste. Hay bersekers, niños bersekers a unos metros de aquí. Hay otro agujero con híbridos, ¿te lo puedes creer? Son una mezcla de vanirios y bersekers.
—Me lo puedo creer —sonrió Daanna, consternada por todo lo que estaba escuchando—. La mujer de mi hermano es una híbrida.
—¿De verdad? —preguntó Carrick.
—¿Y có… cómo es? —Daimhin agrandó los ojos.
—Es… preciosa —dijo Daanna, recordando con cariño a Aileen—. Una mujer excepcional.
—Sí, pero esos híbridos no han nacido naturalmente —explicó Daimhin con dolor—. Obligan a chicos y chicas a tener…
—¿A tener relaciones? —preguntó Daanna con suavidad.
Daimhin asintió con la cabeza.
—¿Vanirios y bersekers?
—Sí.
—¿Dónde están?
—Por todas partes. En este pasillo estamos los auténticos, los de verdad —le contó Carrick—. Arriba tienen algo que le llaman Memory… Hacen copias de nosotros.
—¿Réplicas? —Daanna tomó a Carrick de los delgados bíceps—. ¿Clones?
Carrick no sabía qué quería decir eso, pero le explicó:
—Pueden parecerse a mí, pero no son como yo. No tienen alma. Arriba han hecho una fábrica en la que nacen todos esos clones, y puede haber muchos. Son como un ejército.
—Hace poco cogieron a Cahal —susurró Daimhin—. Lo hemos visto, Daanna. Hemos intentado hablar con él, pero no nos han dejado.
Daanna miró a la chica con los ojos abiertos. Demasiada información. Todo eso era demasiado peligroso. ¿Cahal estaba ahí?
—Menw, estoy donde está tu hermano, ¿me oyes, cariño?
—¿Dónde lo has visto, exactamente?
—En las salas contiguas, donde nos hacen todas esas cosas. Había unas chicas que se quedaban con él y le hacía daño —gimió, recordando lo que habían visto sus inocentes ojos—. Pero él no lloraba. Él… se reía de ellas.
—¿Cuándo fue eso?
—No lo sé… —hizo negaciones con la cabeza—. Aquí no controlamos cómo pasan los días. No podemos averiguar si es de día o de noche. No sabemos nada. Sólo estamos pendientes de los hombres de blanco que vienen por nosotros. Nosotros podemos adivinar cuándo están por llegar.
—¿Cómo lo controláis?
—Contamos —dijo llanamente—. Contamos los segundos.
Odiaba a Newscientists. Odiaba a cada humano que había cedido al poder y la oscuridad. Odiaba a cada vampiro y a cada lobezno que había hecho daño y maltratado a uno de los suyos, pero sobre todo, odiaba a los originarios: Seth y Lucius, los vanirios que habían cedido a Loki a las primeras de cambio. Y si estaba en su mano, prometía eliminar a uno de los dos, y si era Seth, mucho mejor.
—¿Quién se encarga de contar?
Daimhin señaló una esquina de aquel agujero.
Los ojos de Daanna se habían adaptado a la oscuridad y ahora podía ver todo los perfiles que allí se difuminaban. Bultos. Personas. Niños.
Había dos gemelos, de unos doce años, de ojos grises y pelo negro, que se merecían hacia delante y hacia atrás, con la mirada perdida, y ambos presa de fuertes convulsiones.
—Los gemelos cuentan.
—¿Cuánto? ¿Cuánto cuentan?
—Alrededor de un millón trescientos ochenta y dos mil segundos.
—Dieci… Diecise… seis días —murmuró uno de los gemelos mientras se rascaba nerviosamente la nariz.
—Que… Quedan… Ciento-to… ochenta… Segundos…
Los niños se pusieron en guardia y se arrinconaron todos en una esquina. Daanna intentó calmarlos y se fue hacia ellos. Por lo menos había cincuenta niños vanirios y ninguno era mayor de edad. ¿De dónde los habían sacado?
—Escuchadme —levantó las palmas para calmarlos—. ¿Cuántos hombres vienen a por vosotros?
—Cinco hombres —contestó Carrick—. Antes venían vampiros con ellos, pero ahora, ya no tenemos fuerza ni siquiera para caminar, así que los que vienen a por nosotros son humanos.
—¿Hay cámaras en ese agujero? —miró hacia arriba.
—Ya no las ponen porque siempre las arrancábamos —contestó Daimhin.
—¿Y me estáis diciendo que son humanos? —repitió Daanna incrédula—. ¿Que cinco hombres en bata médica vienen a haceros daño?
—Sí —lloriqueó una cría, aterrorizada, con los pómulos esqueléticos.
Daanna comprendió que se había maltratado a los niños de muchas maneras, pero la más dolorosa era el maltrato psicológico. Eran vanirios. Niños fuertes, de grandes dones y habilidades, pero estar sometidos durante tanto tiempo por los miembros de Newscientists los había debilitado y les había hecho creer que ellos valían menos.
—Bien. Éste es mi plan. No tengo idea de cómo saldremos de aquí. Pero os voy a enseñar lo que yo hago con las ratas, ¿de acuerdo? Vamos a dejarles entrar, vosotros no os moveréis de esta esquina en la que estáis. Sois como un trozo grande de queso, cuando ellos se acerquen a comeros, yo los aplastaré. —Sus ojos verdes se aclararon y sus dientes se alargaron—. No miréis en ningún momento hacia donde yo estoy. Ellos no deberán saber que hay alguien más con vosotros.
—Daanna, ¿nos sacarás de aquí tú sola? ¿Sabes luchar? —preguntó Daimhin con un brillo lleno de esperanza en sus ojos marrones.
—Haré todo lo posible por defenderos. Sé luchar, soy como Uma Thurman en Kill Bill —les dijo—. Sí, ya sé que no sabéis quien es, pero tranquilos, cuando salgamos de aquí veremos juntos la película y os regalaré algunas katanas, ¿vale? Quien se mete con los míos, se mete conmigo. —Les guiñó un ojo y se ocultó entre las sombras.
No tardó nada en escuchar el paso pesado de aquellos hombres. No sabía por dónde iban a entrar ya que no veía dónde estaba la puerta de entrada. Escuchó risas y comentarios jocosos sobre los presos y entonces, una rabia descontrolada recorrió su cuerpo.
—Vamos a por las mocosas —decía uno—. Las niñas primero. Tengo ganas de ponerlas sobre mis rodillas. ¿Oíste cómo lloraban el otro día?
—Estás enfermo, Matt —contestó otro.
—Ya, claro, James, al menos a mí no me gustan los niños —contraatacó el otro.
Aquellos hombres habían abusado de esos niños de todas las maneras posibles, les habían obligado a cometer actos depravados entre ellos y contra sí mismos. ¿Había perdón para ellos? ¿Había redención cuando se trataba de niños inocentes e indefensos? El ser humano también esa capaz de lo peor y según ella, ese tipo de actos, repetidos y siempre contra el más inocente, no tenía perdón. No. El hombre que tiene alma de demonio tiene alma de demonio siempre, no se puede reciclar, jamás.
Lo vio todo rojo: rojo sangre, rojo ira, rojo venganza. Respiró profundamente y cerró los ojos. Intentó tranquilizarse, al menos, hasta dejarles entrar en el agujero. En ese agujero en el que tenían un puñado de almas que habían sido quebrantadas a la fuerza y doblegadas contra su voluntad. Ella las vengaría y estaba orgullosa de haber sido elegida para ello.
Una compuerta metálica se abrió de par en par, justo en el centro de aquella celda. Daanna podía ver la cara de pánico de los niños cuando vieron entrar al primer hombre, vestido con un traje blanco y botas de agua negras. Era un hombre obeso y calvo, y llevaba en la mano una porra eléctrica.
—¿Dónde están los niños? —preguntó con voz asquerosamente cantarina.
Cuatro hombres entraron tras él. Dos de ellos eran delgados y muy altos, tenían el pelo peinado hacia atrás de color negro y se pasaban la lengua por los dientes amarillentos. Y los otros dos eran de estatura media, uno rubio y otro de pelo castaño con unas entradas que casi le llegaban a la coronilla. Todos iban cargados de Tásers, armas que al entrar en contacto con el cuerpo provocaban descargas eléctricas.
—¿Dónde estás, chaval? —preguntó el obeso—. ¿Carrick? Ven con papá. —Una chispa azul eléctrica surgió del extremo de la porra.
«James», pensó Daanna horrorizada y con el estómago lleno de acidez.
Los dos altos encendieron las linternas, y Daanna voló, no sin dificultad, hasta colocarse agazapada en el techo, lo justo para que la luz no la alumbrara. Allí había unas arañas del tamaño de sus puños. ¿Qué pasaba en ese agujero? Parecía que tenía una gravedad mucho más pesada de lo normal, de ahí que le costase volar. Lo harían seguramente para que los niños no desarrollaran sus poderes, para tenerlos siempre cansados y sin energía.
La linterna enfocó a los jóvenes vanirios. Y los chicos sisearon y se apelotonaron los unos contra los otros, para resguardarse de la luz y de la maldad de aquellos hombres. El tío del pelo con entradas se giró y puso la mano en una pequeña pantalla de plasma que había clavada en la pared, en el interior de la roca. Las compuertas se cerraron.
—Juguemos a la caza. Las niñas son mías —dijo éste.
«Matt», gruñó mentalmente Daanna. «Ahora sois míos, hijos de puta».
Aquellos humanos disfrutaban del juego de cazar. Sabían que los niños eran inofensivos, que sus poderes ni siquiera estaban del todo desarrollados y que sus fuerzas habían menguado debido a la falta de alimentación. Esos hombres gozaban abusando de los más débiles, de los pequeños, de los indefensos. ¿Qué se suponía que debía de hacer con ellos? Lo único que quería esa arrancarles la piel a tiras y vengar la inocencia robada de los suyos.
Las niñas empezaron a gritar, incluso antes de que los hombres se acercaran a ellas. Pero Daanna no iba a permitir que sintieran miedo nunca más. Corrió por el techo, y arrancó el fluorescente.
El agujero se quedó a oscuras por completo. Los hombres alumbraron hacia arriba con las linternas y advirtieron que el fluorescente ya no estaba.
—¿Qué coño…? —murmuró Matt.
Daanna tenía a los cinco hombres controlados. Ellos no la veían; se movía como una gacela de un lado al otro, más veloz que el propio viento. Menw le había enseñado los puntos de presión Sipalki y esos hombres iban a experimentarlos en su propio cuerpo.
Fue a por lo más altos, que eran los que iluminaban a los pequeños para que los otros pudieran hacerles perrerías. A uno de ellos le arrancó la linterna y le agarró por el cuello. A continuación, le presionó con fuerza un punto dentro de la oreja. El tipo se quedó inmóvil, sin poder gritar, sin poder moverse. Los otros cuatro se pusieron nerviosos.
—¿Qué haces, tío? Alumbra, joder. ¡No vemos nada!
—El tío ya no responde —dijo Daanna con frialdad, mientras agarraba al otro poseedor de la otra linterna, y le presionó un punto entre el cuello y el hombro. El hombre entornó los ojos hacia arriba y empezó a tirar espuma por la boca. Daanna tomó las dos porras eléctricas que habían caído al suelo.
Los tres corrían por el agujero al ver que había una mujer con ellos y que estaba dispuesta a arrancarles la cabeza, pero no veían en la oscuridad y se tropezaban o chocaban contra las paredes, el rubio se reventó la nariz en una de ellas y se quedó medio noqueado en el suelo.
—Voy a por ti, Matt. —Murmuró Daanna.
Se lanzó contra aquél hombre pestilente y seboso, y se dedicó a atormentarlo. Primero le presionó el punto Sipalki que lo dejaba inmóvil y lo agarró sin esfuerzo hasta colocarlo delante de los otros dos que Daanna había dejado petrificados y arrodillados en un punto fijo. Los ojos verdes de Daanna destellaban en la oscuridad.
Bloqueó a James y lo inmovilizó también, colocándolo delante de los otros tres, haciendo un cuadro perfecto. Cuando los hubo situado como quería, se giró para hablar con los niños.
—¿Son éstos los hombres que os dan miedo? ¿Los que os han hecho daño?
—Sí —contestó Daimhin con sus ojos marrones brillantes en la oscuridad.
Daanna miró a los cuatro mientras controlaba por el rabillo del ojo al rubio que seguía inconsciente en el suelo. Cogió las dos linternas y las clavó en el techo, de manera que los cuatro despojos humanos quedaran iluminados.
—Así veréis lo que os voy a hacer a cada uno de vosotros —susurró Daanna—. Empecemos. —Se colocó detrás del más alto y, sin pensárselo dos veces, le agarró un brazo y se lo torció hacia atrás, haciendo palanca hasta rompérselo.
El hombre no podía gritar de dolor. Ninguno de los cuatro podía articular palabra. Daanna había presionado los puntos justos para que no pudieran ni hablar ni moverse, sólo sentir. Así que el rostro del hombre se volvió escarlata y se puso bizco.
—¿Duele, verdad? —Daanna se agachó para recoger la mitad rota del fluorescente—. Esto te dolerá más. —Ensartó al hombre desde la espalda y Matt y James pudieron ver como el extremo del cristal salía por la parte delantera de su pecho—. Muerto. Así de fácil. ¿Ven que rápido se van de aquí, humanos? —Daanna agarró el otro extremo del fluorescente y se dirigió hacia el otro moreno del pelo peinado hacia atrás—. Habéis hecho creer a esos niños que sois más poderosos que ellos, cuando ellos han aguantado cosas peores de las que yo os estoy haciendo. ¿Quién es aquí el frágil? ¿Quién es aquí el débil? —Se agachó y le introdujo la mano en el cuerpo, a la altura del riñón, hasta sacarle los órganos—. Un vanirio es el ser más depredador que hay en el mundo. Lo único que hacemos es defenderos, defender a vuestra raza. ¿Y así nos lo agradecéis? —Golpeó a Matt y James con los órganos del hombre muerto—. Hacedme creer que sois más fuertes que yo, ¡vamos! ¡Cobardes! —Enseñó los dientes, furiosa con aquellos individuos. Furiosa con aquella realidad que permitía tanta injusticia y crueldad hacia los más pequeños. Lo peor era que los culpables ni siquiera eran vampiros o lobeznos, eran seres humanos. ¿Tendría razón Menw al perder la esperanza en ellos?—. Les habéis torturado y les habéis sodomizado, tú sobre todo —señaló a James, el obeso—. Contigo hablaré luego. La cuestión es que —Daanna bajó los pantalones blancos de Matt y lo tumbó en el suelo, boca arriba—, quiero daros de vuestra propia medicina. —Dejó al hombre en calzoncillos—. Cuando un hombre como tú abusa de una niña pequeña, gran hijo de puta —gruñó Daanna—, el dolor que se siente es éste. —Levantó el pie y lo pisó con fuerza entre las piernas. Repitió el movimiento veinte veces seguidas, sin resuello, sin remisión… el hombre temblaba y estaba en shock cuando Daanna dejó de patearle las partes innobles.
Daanna jamás había sentido el dolor y la cólera de la indignación. Estaba llorando por todos esos niños mientras pateaba los cuerpos de esos engendros del diablo. Se había convertido en su vengadora. Le tocaba el turno a James: Lo puso a cuatro patas en el suelo. Los hombres eran maniquíes, muñecos de trapo en manos de la vaniria. Le bajó los pantalones y le dejó el culo granoso en pompa. Empuñó la porra eléctrica y le dijo:
—Ahora vas a saber lo que se siente, pervertido. Vas a ver cómo te va a gustar. —Con un fuerte empujón, le metió la porra en el ano. Seguro que lo había desgarrado. El hombre enrojeció y lágrimas de dolor cayeron de las comisuras de sus regordetes ojos de cerdo—. Y ahora, el final —con la otra parte dentada del fluorescente que llevaba en la mano, abrió la boca de James y lo ensartó.
Los tres hombres estaban muertos, el cuarto, Matt, el que tenía los testículos machacados como si fueran papilla, respiraba con dificultad y estaba pálido. El quinto que se había dado contra la pared, seguía noqueado en el suelo.
Habían tenido muertes poco honorables, poco dignas, pero era lo menos que se merecían aquéllos que habían tratado con indignidad a los demás. Sobre todo a los niños. Los que disfrutaban humillando a los más indefensos se merecían una humillación mayor. En aquella vida no aprenderían la lección si no era de aquella manera, yéndose al otro lado con el dolor y la vergüenza de lo que ella les había hecho. Para Daanna incluso habían sufrido muy poco, menos de lo que ella hubiese deseado. ¿Se sentía mejor al haber vengado a los chiquillos? Por un lado, por supuesto que sí. Aunque lo único que la haría sentirse mejor de verdad sería la recuperación total, tanto física y emocional de aquellos críos que eran como ella, que eran de los suyos.
—¿Daanna? —dijo Daimhin con voz temblorosa.
—¿Sí? —contestó Daanna todavía rabiando de cólera. Daimhin se acercó a ella hasta que la luz de las linternas la iluminó. Tenía la mirada clavada en Matt.
—¿Sigue vivo? —preguntó la joven, sin apartar la vista de su entrepierna. Había un charco de sangre justo debajo.
Daanna asintió.
Daimhin levantó el pie, y pisó al hombre tal y como había hecho su heroína. Mientras gritaba como una posesa, con toda la rabia y frustración que había sentido todos esos años. La joven agarró una de las porras del suelo y empezó a golpearle la cabeza con ella. Lo mató al quinto golpe, pero la niña seguía golpeándole, ciega de dolor.
Daanna la apartó de él, le arrebató la porra y la abrazó con fuerza.
—Chist, cariño —besó su cabeza rapada—. Ya está, cielo. Ya está.
Daimhin hundió la cara en su pecho y lloró con desesperación. Pero no podían seguir ahí, tenían que salir. Daanna se retiró el pelo de la cara, y tomando de los hombres a la hija de Beatha, le preguntó:
—¿Adónde os llevaban?
—A la planta superior —Daimhin se secó las lágrimas de la cara con el antebrazo, con toda la dignidad de la que fue capaz—. Nos pinchaban con las agujas y nos sacaban sangre. Y también nos clavaban cosas en la columna vertebral y nos sacaban un líquido.
«Médula espinal», pensó Daanna.
—¿Sabéis llevarme hasta donde se encuentra Cahal?
Daimhin asintió con la cabeza.
—Es en la primera planta.
—Bien. En marcha.
Los niños vanirios habían rodeado los cadáveres de los cuatro humanos, y los miraban sonrientes, con tanto desdén y tanto odio que era increíble que los cuerpos no prendieran fuego.
—¿Vamos contigo? ¿Nos sacas de aquí? —preguntó Carrick asombrado por el despliegue de fuerza vaniria que había visto en la Elegida.
—Os dije que os sacaría de aquí, ¿no? Confiad en mí, no rompo mis promesas —pidió.
Para ellos fue fácil seguirla. Daanna había matado en pocos minutos a sus cinco principales verdugos. Así que los niños asintieron y se colocaron detrás de ella.
Se detuvo delante del rubio que se había golpeado tan estúpidamente contra la pared. Le presionó un punto que lo dejaba insensible al dolor. Le levantó el brazo y le partió la muñeca, para luego, con un movimiento maestro, arrancarle la mano del cuerpo.
—Préstamela. La voy a necesitar —dijo.
—También los ojos —susurró Carrick—: En las salas de arriba ponen el ojo en una máquina que saca un haz de luz roja y entonces les dejan entrar a todos lados.
—Reconocimiento de retina. Bien —Daanna agarró al rubio por la solapa de su camiseta blanca—. ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? —Le preguntó, hipnotizándole con los ojos verdes fosforescentes—. Dímelo, ahora.
—Bajo el West End, cerca de Folkestone.
—¿Dónde, exactamente? —rugió Daanna.
—Es Ca… Capel Battery.
¿En Capel Battery? ¡Qué hijos de puta!
Durante la Segunda Guerra Mundial, en las costas inglesas del Canal de la Mancha se utilizó una red secreta de túneles a modo de hospitales y zonas de vigilancia que avisaban de la llegada de barcos y aviones enemigos que se acercaran a los acantilados de Capel-le-Ferne. ¿Así que habían utilizado aquella red de túneles para ocultarse? ¿Desde cuándo estaban ahí? Si verdaderamente se encontraban allí, estarían sepultados a unos veinte o treinta metros bajo tierra. Aquello era increíble.
—¿Cuántas cámaras hay ahí afuera? —preguntó.
—Dos, al fi… final del pasillo —contestó el rubio.
—¿Cómo salimos de aquí? ¿Hay alguna salida de emergencia? —Daanna le rodeó la garganta con la mano.
—En la pla-planta de abajo. Hay un pasa… pasadi-dizo que te de-deja… en los acantilados. ¡No me mates!
—¿Cómo llegamos hasta allí?
—El ascensor rojo-jo de la planta superior te…, te lleva hasta el túnel.
—¿Cuántos guardas de seguridad hay arriba?
—Diez.
—¿Vampiros? ¿Lobeznos?
—No lo sé… No sé cuántos quedan ahora. No hay nadie ahí.
—¿Seth y Lucius están aquí?
—Yo… No-no lo sé. Arriba sólo he visto al señor Sebastián, en su despacho. Glory y el señor Hummus están con el rubio, el vanirio ése que se ríe de todo el mundo. Quieren darle un trato especial.
Daanna negó con la cabeza, asustada por su amigo Cahal, por el hermano de su cáraid. ¿Qué quería hacer Hummus con él? Daanna llevó su mano a la garganta de aquel hombre y se la partió, provocándole la muerte. Luego hundió un dedo en su ojo y se lo extrajo. Todo lo que estaba haciendo era asqueroso pero a la vez no sentía ningún remordimiento por sus actos.
Puso la mano sobre la pantalla de plasma. Ésta se iluminó y dijo una voz electrónica:
—Acceso directo.
La puerta se abrió. Daanna asomó la cabeza para ver dónde se encontraba exactamente. El pasillo tenía el suelo cementado y la pares cubierta de ladrillos. Tres ascensores muy amplios permanecían con las puertas abiertas esperando a que alguien los utilizara. Colgadas en la pared, habían cinco lámparas fluorescentes. Al fondo del pasillo se divisaban las dos cámaras negras que se movían de un lado a otro, vigilando el perímetro.
Tenía que actuar rápido.
—Quedaos aquí un momento —les ordenó.
Corrió a la velocidad de la luz hasta encaramarse sobre las cámaras del final del pasillo y desconectarlas, arrancándolas del techo. Los guardas no tardarían mucho en comprobar que habían dejado de funcionar. Lo primero que debía hacer al tener las cámaras fuera de funcionamiento era abrir los otros agujeros. Daanna puso la mano en las seis compuertas que había en ese pasillo.
—¡Salid, salid todos! —exclamó Daanna insuflándoles valor—. He venido a liberaros. Soy Daanna McKenna, del clan vanirio de la Black Country. ¡Salid! ¡No tenemos mucho tiempo!
Poco a poco, cabezas afeitadas de todas las edades y sexos salieron de los agujeros en los que habían vivido todo tipo de atrocidades. Daanna podía diferenciarles a todos por el olor: unos eran vanirios, otros bersekers, y un grupo más reducido eran híbridos, como Aileen. La miraban como si fuera una especie de aparición, un ángel. Susurraban y murmuraban asombrados. Las mujeres y los hombres la estudiaban con admiración, los niños de todas las razas la observaban con adoración. Su ángel vengador. Su heroína. La Elegida.
—Queda una última batalla antes de salir de aquí —les dijo—. No sé cómo vais de fuerzas… Necesito a los que os sintáis más fuertes, delante, cubriendo a los más débiles —pidió a los hombres más musculosos y con espíritu guerrero—. Cuando subamos a la primera planta, quiero que os encarguéis de meter a todos en el ascensor rojo. Os llevará a la planta inferior, y os dejará en el túnel que da al exterior. Una vez abajo, y cuando os encontréis todos en el túnel, atrancad el ascensor. Eso hará que nadie os pueda seguir y os dejen el camino libre. Haré lo posible para que no os encuentren.
—¿Y tú qué harás? —preguntó uno de los bersekers más altos y anchos de espaldas.
Qué curioso, ahí no había diferencias entre una raza y otra. Todos eran iguales, el dolor que les había unido y les había convertido en guerreros no por ser bersekers ni vanirios, sino por resistir y no doblegarse jamás. Seguían ahí, y no había mayor prueba de valía que ésa.
—Necesito rescatar a un amigo —afirmó—. Yo subiré con el primer grupo y me quedaré a defenderlos mientras los niños y las mujeres van bajando en el ascensor.