Capítulo 27

Dormía sobre él. Dormía tan apaciblemente y tan segura como podía sentirse un canguro en la mullida y cálida bolsa de su madre. Menw peinaba la larga melena azabache de la Elegida, deleitándose con su suavidad y su olor.

Siempre su olor. Se habían duchado con jabón perfumado de limón mientras Menw le arrancaba gritos de placer y la sometía a él una y otra vez. Y ahora, después de la ducha, los dos tenían el pelo un poco húmedo. No habían dormido nada, y Daanna lo intentaba mientras él estaba sumergido en lo más hondo de su cuerpo, arropado por la estrechez de su sexo. Aquella indomable mujer, cubría su cuerpo como si fuera una manta.

Ella era toda piel y sedosidad, delicada por fuera cuando él sabía de primera mano que en su interior se hallaba una guerrera valiente que siempre se había puesto en contra de los ideales de los hombres del clan. Una mujer dura y valiente. Menw siempre se la había imaginado como una de las personalidades del periodo sufragista, encabezando las manifestaciones de todas esas damas que reclamaban la libertad sobre todos sus derechos.

Y en ese momento, ni ella ni él querían más libertad que la de poder estar juntos y recuperar todo el tiempo que las mentiras, el odio, el orgullo y el dolor les habían arrebatado. Besó su coronilla y sonrió.

—¿No duermes, amor? —Preguntó Daanna con voz cantarina.

—Si duermo no puedo disfrutar de ti, princesa.

Él sintió que ella se estremecía de risa.

—¿Todavía quieres más? —Contoneó las caderas sorprendida al notar que él estaba semi erecto en su interior, y la colmaba hasta el límite. No puede ser…

Menw le acarició las nalgas y la acopló a él.

—Menw… —dijo con un quejido—. De verdad, estoy fundida, no creo que pueda hacerlo otra vez. —Se incorporó sobre él, poniendo una mano a cada lado de su cara y colocándose toda la melena sobre un hombro—. Cuando las chicas me vean, lo primero que me van a preguntar es dónde he dejado al caballo.

Él se rio al tiempo que negaba con la cabeza.

—No te preocupes, bebé. Voy a dejarte descansar y a cuidarte. En unas horas vamos a hacer el intercambio entre Mizar y Cahal, y más nos vale estar en plena forma para lo que sea que nos encontremos ahí.

—Eres todo una caballero, qué considerado —exclamó, haciendo teatro. Se inclinó sobre él y le besó en la barbilla y luego en la boca—. Levántame, casi no puedo moverme.

Menw la tomó por las caderas y la levantó hasta que él salió de su interior, todo húmedo y resbaladizo.

—Oh, joder, ya te echo de menos… —Dijo él cerrando los ojos con pena.

Ella se quedó tirada en la cama de cualquier forma, desmadejada como una muñeca de trapo. Miró hacia el techo de cristal, y observó el cielo. Ya había amanecido. En unas horas irían a la guerra. Pensar que iba a ser un intercambio pacífico de rehenes era estúpido.

—Te voy a preparar un buen desayuno —le dijo él levantándose gloriosamente desnudo—. Tápate, por los dioses, o no respondo. —Le guiñó un ojo y se sintió bien al arrancarle una sonrisa—. No te muevas de ahí. —Le dio un beso en la mejilla y añadió—: Descansa, princesa, y que no se te ocurra bilocarte desnuda.

¿Qué no se le ocurriera bilocarse desnuda? Cómo si ella pudiera controlar cuándo se biloca. Las noches anteriores no lo había hecho porque no se había alimentado de la sangre de Menw, que era el verdadero catalizador de su don.

Ahora tenía el cuerpo lleno de su sangre y se sentía agradablemente saciada en todos los aspectos. También somnolienta, porque, ¿a quién quería engañar? Menw era un hombre muy sexual y muy dominante. Lo que había hecho durante toda la noche estaba prohibido en al menos veinte países distintos y estaba deliciosamente agradecida por todo lo que había despertado en ella. Se levantó, doliéndose de músculos que no había utilizado jamás.

Mientras bostezaba, rebuscó en el vestidor de la habitación. Menw había colocado toda la ropa que le había comprado días antes, como si ella y él ya vivieran juntos. Dios, deseaba estar con él. Vivir con él. ¿Se suponía que esa noche que habían pasado juntos ya daban por hecho su convivencia? ¿Tenía que dar por bueno el nudo perenne como símbolo de su unión? Las veces que se habían declarado su amor hablaban del pasado, no del presente. Quería escuchar de su boca todo lo que sentía por ella. Le había dicho que la necesitaba y que no podía respirar si ella no estaba cerca, pero ¿en esas palabras estaba la auténtica declaración de amor que ella buscaba? En esa semana había pasado de todo y habían vivido todo tipo de experiencias, sobre todo la maravillosa vivencia de la reconciliación y el perdón. La redención más liberadora. Para ella era suficiente. Ella lo amaba con toda su alma. En cuanto entrara en la habitación, lo tomaría de la cara y se lo diría, sin más. Dioses, se moría de ganas de ver su reacción.

Cogió una combinación interior de color blanco, unos pantalones tejanos azules claros de marca Armani de cintura baja, y un jersey de cuello de cisne de color negro también del mismo diseñador. Se puso unas Converse de piel de color negras.

Quería estar cómoda. Estaba cansada de las botas de tacón y la ropa ultra sexy. Ahora que Menw y ella estaban bien, podía reconocer abiertamente que le gustaba vestirse así para atormentarlo, para que él no pudiese apartar los ojos de ella. Y ahora que se sentía hermosa y que el sanador la había tocado de formas que todavía le hacían sonrojarse, ahora no necesitaba ni escotes, ni vestidos arrapados ni siquiera faldas que parecían cinturones. Además, iban a luchar, y ella prefería tener la libertad de movimientos que la ropa casual le daba.

Se estiró en la cama, con la vista clavada en las nubes que cruzaban el cielo. Adoraba esa casa. Podía tener el día sobre ella sin que le hiciera ningún daño, y la noche para su total disfrute. Suspiró y cerró los ojos, relajándose y descansando en ese momento en que las manos de su guerrero no estaban enloqueciéndola.

Toc Toc Toc.

Menw estaba preparando las tortas de avena y las verduras cuando escuchó el sonido de la frente de Daanna golpeando el cristal. Sonrió, apagó el fuego y corrió a buscarla y a sacarla del techo. ¿Qué noticias traería esta vez su vaniria cuando despertara? Ya había contactado con dos guerreros: Un vanirio y un einherjar. Uno vivía en Chicago y se llamaba Miya. El otro residía en Escocia, y su nombre era Ardan. Además, había un tal Aingeal que nadie sabía quién era y que por lo visto avisaba a los clanes de su llegada.

Cuando llegó a la habitación, Daanna estaba colgada del techo, su pelo negro caía como una cascada y sus brazos también estaban lánguidos a cada lado de su cuerpo. Menw voló hasta llegar a ella. Y le rodeó la cintura con el brazo y la nuca con la mano, para sostenerla y bajarla poco a poco hasta la cama.

—¿Tenías sueño, amor? —le susurró al oído—. Venga, vuelve pronto que ya quiero verte.

Sonrió al ver la sombra de sus pestañas y la dulzura de sus labios.

—Abre los ojos, mi vida, y déjame decirte lo mucho que te quiero —murmuró colocándose sobre ella, encima de la cama.

Alzó las manos a su cara y le retiró el pelo, pero se quedo de piedra y rostro palideció. Su mano izquierda, la que había rodeado su cintura, estaba manchada de sangre. Su corazón se disparó, y miró a Daanna para ver si ella reaccionaba o sufría. Su cara no expresaba ninguna emoción. Le dio la vuelta con urgencia, para ver de dónde le salía la sangre y levantó su camiseta negra hasta ver que, a la altura del riñón, Daanna tenía un agujero hecho con algo parecido a un punzón.

—¡Joder, Daanna! ¡Despierta! —Empezó a zarandearla—. ¡Despierta, maldita sea!

Pero Daanna no despertaba, no abría los ojos. Menw puso sus dedos índice y anular a la altura de la aorta, en su cuello. El corazón de Daanna bombeaba exaltado. Estaba muy nerviosa. Lo que fuera que estaba viviendo la había puesto frenética, y encima la habían herido.

—Vamos, nena, abre los ojos y déjame curarte. Por favor… —murmuró colocándose a un lado para no aplastarla—. Daanna, no me lo hagas pasar mal ahora. Venga, vuelve conmigo, al lugar que perteneces.

Daanna le había explicado las particularidades de su don. Si la herían en el lugar en el que se encontraba bilocada, se quedaba ahí. Tenía que despertarla. Debía recuperarse.

Daanna no sólo no estaba reaccionado sino que además, su piel parecía hielo al tacto, tan fría estaba. De repente un montón de chispitas blancas emergieron de la superficie de su pálida piel. Levitaban a su alrededor e iluminaban su cuerpo.

Menw podía sentir la energía. ¿Qué estaba sucediendo?

Se colocó encima de ella de nuevo, al ver que Daanna volvía levitar como si fuera energía pura, iluminando la habitación.

—¡Ah, no! —Menw le agarró la cara y la besó con fuerza—. ¡Tú no te vas! ¡De aquí no te vas! —Pero Daanna seguía levitando a dos metros por encima del colchón—. ¡Daanna! ¡Me estás acojonando! ¡Vuelve! ¡No te vayas!

De repente el cuerpo de Daanna implosionó, y desapareció de sus brazos. El sanador cayó de espaldas contra el colchón y se quedó mirando al techo, un techo en el que ya no había nada. Ni rastro de Daanna.

Partículas y explosiones de colores. Un tubo luminoso que la transportaba a otro lugar, otro momento, otro tiempo. ¿Dónde iría esta vez? ¿Dónde? Su cuerpo se dividía en millones de átomos y se juntaban o se separaban dependiendo de la velocidad que adquiría aquel tobogán o puente entre dimensiones.

—Por favor. Por favor… Que alguien nos saque de aquí. No lo aguanto más.

Se le oprimió el corazón al oír aquella voz desgarrada por el dolor, una voz ronca que estaba a medias entre la de una adolescente y un hombre. El dolor que sintió en ese ruego, también la hirió.

—Por favor, por favor… Vienen otra vez. Por favor… ¿Es que no nos va a ayudar?

Ella no sabía si podía ayudarle, pero lo intentaría por tal de no escuchar nunca más un alma tan doblegada y tan rendida como aquélla.

El túnel de luz desapareció y se vio postrada de rodillas en un agujero oscuro con olor a orín, sangre, sudor y excrementos. Aquello fue lo primero que su olfato detectó y luego, inherente a esos olores, el perfume de la desesperación y de la violencia. Achicó los ojos ya que la luz que había en aquel lugar era la de una fluorescente que parpadeaba continuamente y que se mecía en el techo, torcido. Se le puso la piel de gallina. Si allí vivía alguien, debería de estar loco, porque era imposible soportar esas condiciones sin perder la cordura.

—¿Hola? —preguntó en un susurro mientras se levantaba.

Nadie le contestó. Sin embargo en aquella ratonera había más de una persona. Ella podía escuchar el sonido de sus respiraciones e incluso el bombear de sus corazones, acelerados todos. Muertos de miedo, así estaban.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—No nos lo harán más. No nos lo harán más… —Repetía una voz más fina, como de niña, desesperada y muerta de rabia.

Daanna miró hacia atrás para detectar el origen de aquella voz, pero al darse media vuelta, sintió una estocada a la altura de los riñones. Alguien le había clavado algo por la espalda, como un burdo traidor carroñero. ¡Mierda! Ahogó el grito, y se clavó de rodillas en el suelo.

Se llevó la mano a la herida y notó algo duro y metálico que le atravesaba la carne. Con un alarido se lo arrancó. Se levantó de nuevo y focalizó su visión nocturna para descubrir finalmente a los que estaban viviendo en aquel agujero.

—¡Maldita sea! —exclamó la voz que se había puesto en contacto con ella—. ¡No es uno de ellos!

—¿Cómo lo sabes, Brathair? —dijo a sus espalda la voz de niña—. ¿Cómo sabes si es o no es uno de los cazadores? Los hombres de bata blanca vendrán, siempre vienen —lloriqueó histérica—. Ella es uno de ellos.

Daanna se quedó de piedra al oír la palabra en gaélica. ¿Quiénes eran? Se le puso el vello de punta y un escalofrío recorrió su espina dorsal. ¿Los hombres de bata blanca? ¿Pero dónde estaba?

—Me llamo Daanna —se apresuró a contestar, mirando alrededor. Achicó los ojos para centrar mejor la vista, y vislumbró muchas siluetas, algunas apelotonadas protegiéndose los unos a los otros. Otras sólo estaban allí, de pie, observándola. Las cabezas se les veían completamente lisas, sin pelo. Algunos otros parecía que tuvieran trasquilones. Quería verles la cara, pero no podía. No parecían guerreros, al contrario. Eran demasiado jóvenes, y estaban muy delgados. Joder, eran niños.

—¿Daanna? ¿Daanna qué más? —preguntó el chico, sorprendido.

—Daanna McKenna. Soy del clan keltoi de la Black Country —se acercó a la luz, y se colocó bajo el fluorescente para que todos los que estuvieran allí pudieran verla—. Soy una vaniria.

Hubo un silencio tan largo y profundo que la estremeció. No osó a moverse. El aire estaba cargado de miedo y de desconfianza y si hacía cualquier gesto brusco podrían atacarla o peor, podrían huir, y ella nunca sabría quiénes eran.

Por alguna razón había ido a parar a aquel agujero en su bilocación e iba a descubrirlo.

—¿Daanna? —preguntó la niña esperanzada—. ¿La hermana de… Caleb?

La Elegida se quedó sin respiración. ¿La conocían? Tragó saliva y asintió.

—¿Quién eres? Déjame verte. He venido a ayudaros. —Rogó. Había cambiado su discurso sustancialmente. En esa situación no estaba para dar mensajes a nadie y menos a aquellos niños inofensivos y desarmados de toda protección; ellos necesitaba que les enseñaran a salir de ahí. Así que, si estaba en aquel agujero lleno de desesperanza era para ayudarles, no para darles una charla y luego irse. Además estaba el tema de su herida y por tanto no iba a poder regresar a casa de Menw. Si la herían en ese momento, en esa bilocación, su otro cuerpo desaparecería. Era algo que había entendido en el primer viaje, cuando en el túnel recibió todas las directrices que debía seguir en relación a su don. ¿Menw se habría dado cuenta de que se estaba bilocando?

Se escuchó el paso arrastrado de unos pies titubeantes. A cinco metros de donde ella estaba, apareció la silueta de una chica. Llevaba un hierro algo torcido en la mano. Ella la había herido. ¿Cuántos años tendría? ¿Quince? ¿Catorce?

—¿Daanna? ¿Daanna la Elegida? —repitió la niña con tono incrédulo—. Sí… —susurró—. Sí. Daanna la bella, sí… Eres tú.

La vaniria no sabía qué hacer, se moría de ganas de que esa chica diera un paso al frente y se mostrara.

—¿Y tú quién eres? —preguntó dulcemente.

—Ahora no me reconocerás —dijo la joven, afectada por aquella noticia. Se llevó la mano escuálida a la cabeza rapada y tiró el hierro mirándolo con confusión y asco—. No… No soy bonita. Ya no.

—No es verdad —replicó la voz de chico que la había llamado. Lo hizo con tanta energía que Daanna pensó, confundida, que en realidad se trataba de un hombre, de un guerrero, no de un muchacho—. Todas, todas las que estáis aquí —gruñó con lágrimas en la voz—, sois bonitas, por fuera y por dentro. No dejes, piuthar, que te hagan creer lo contrario.

El cuerpo de la chica empezó a temblar por la respuesta de su hermano, como si aquella afirmación entrara en conflicto con lo que en ese momento sabía de ella misma.

—Por favor. No me acercaré, ¿de acuerdo? —Daanna levantó la palma de las manos.

—No me tocarás —ordenó la chica con seguridad.

—No. No te tocaré. A no ser que tú me lo pidas.

—No creo en las palabras de los adultos, ¿sabes?

—Ya veo. Pero estoy aquí para liberaros. Tenéis que colaborar. No sé cuántos sois, ni quiénes sois, ni…

—Somos muchos, demasiados. Y a la mayoría no los conoces.

Daanna asintió y esperó a que la joven se acercara a ella y se mostrara.

Un pie descalzo lleno de mugre asomó en el cerco iluminado del suelo, y luego le siguió una rodilla esquelética. Había agachado la cabeza rapada, pero era rubia. No podía verle el rostro. Tenía una bata de laboratorio rasgada por todos lados y tan sucia que hacía años que había dejado de ser blanca. Era una chica alta y se le marcaban mucho las clavículas, estaba demasiado delgada. Tenía los puños apretados a cada lado y varias cicatrices que le cruzaban el cráneo de un lado al otro como si llevara una diadema tatuada; en los antebrazos tenía un montón de pinchazos; las rodillas desolladas, y heridas profundas en el cuello y en los nudillos, como si luchara cada día o como si se golpeara los puños contra la pared. Daanna tuvo ganas de gritar por el dolor de aquella chica.

—Estamos todos igual. —Aseguró ella.

—Mírame, mírame a la cara —dijo Daanna—. Estáis todos igual, pero sólo tú has sido valiente para acercarte. Sé valiente ahora y levanta la barbilla, niña. Muéstrame quien eres en realidad —la espoleó.

La joven levantó la cabeza de golpe y le dirigió una mirada acerada desde sus ojos marrones claros, tan grandes en aquella cara pálida y esquelética que parecía que sólo tuviera ojos. No había perdido las facciones femeninas. Tenía una cara bonita que resurgía entre la mugre, la sangre y el barro.

—Eres una flor de loto. Bonita, fuerte y pura.

—¿De qué hablas? ¿No me reconoces? —preguntó la chica con los ojos húmedos de las lágrimas sin derramar—. ¿No te acuerdas de mí, Daanna? Una vez me sentaste sobre tus rodillas y me cantaste una nana gaélica… ¿Ves como no soy bonita? ¡Ya no me reconoces! ¡Soy un monstruo!

Daanna sintió un golpe tan fuerte en el pecho que por un momento se quedo sin respiración. Aquella flor de loto tenía espinas, como las rosas. Aquella flor de loto había estado entre sus brazos cuando era pequeña. La miró bien, de arriba abajo, y de repente se la imaginó con el pelo largo, rubio y rizado. Su boca en forma de corazón, sonriendo permanentemente, y sus ojos marrones claros, rasgados hacia arriba, como los de… como los de…

—No puede ser. —Daanna se llevó una mano a la boca y la otra la cerró en un puño sobre su corazón. Los ojos se le llenaron de lágrimas y sus ojos verdes se abrieron impresionados.

—Dilo, Daanna. ¿Quién soy? —La retó la joven.

Daanna tragó saliva, y dejó que las lágrimas se derramaran por sus mejillas.

—¿Daimhin?

La joven apretó los labios y retiró la cara para que Daanna no la viera llorar, para que ninguno de los chicos ahí recluidos la vieran en aquel estado de debilidad. Pero por mucho que no mostrara sus lágrimas, Daanna sabía que estaba llorando, porque su cuerpo menudo y delgado no dejaba de temblar.

—¿Daimhin? —Repitió la vaniria dando un paso hacia ella, muerta de pena y de alegría a la vez. De pena por ver lo que había hecho con aquellos niños, y de alegría por encontrarlos y por saber que seguían vivos—. ¿Me puedes abrazar, Daimhin? Lo necesito. De verdad que lo necesito. —Daanna sabía que el orgullo no podía ceder tan fácilmente, pero cuando alguien se consideraba fuerte como aquella niña llena de dignidad se consideraba a sí misma, prefería dar consuelo a que la consolaran, porque Daimhin, lo que no quería ahora era ningún tipo de compasión.

La joven vaciló al verla sollozar de aquella manera. La Elegida se había cubierto la cara con sus manos y no dejaba de gemir y lloriquear. Si necesitaba un abrazo, ella se lo daría, porque odiaba ver llorar a las personas. Y aquélla era Daanna, y la nana que había cantado ese día, les había salvado de no volverse locos más de una vez, de no dejarse llevar por la desesperación y seguir vivos, nunca rendirse. La cantaba siempre.

Daimhin rodeó la cintura de Daanna y la abrazó. Y Daanna ya no lo aguantó más. Bajó sus brazos hacia ella y le rodeó los frágiles hombros y su cabecita rapada, mientras arrancaba a llorar con un lamento desgarrador.

—¿Está Carrick ahí? —preguntó sobre la cabeza de la niña.

Un chico, casi más delgado que la niña que ahora se abrazaba a ella como si fuera su salvavidas, llegó al cerco que iluminaba aquella escena, entre parpadeos del fluorescente averiado. El chico era más alto que ella, cojeaba y arrastraba su tobillo izquierdo roto. Era rubio como sus padres, como su hermana, pero tenía los ojos completamente negros y con un brillo que prometía venganza. Era Carrick.

—Abrázala tú también, Brathair. La Elegida lo necesita. —Daimhin miraba a su hermano, esperando a que él reaccionara.

Carrick se abrazó a las dos, y lleno de humildad, como sólo los hombres valientes hacían, lloró con ellas.

Daanna los rodeó a ambos con fuerza y les besó las cabezas afeitadas. Qué hijos de puta los que les habían hecho eso. Cuántas ganas tenía de arrancarle las cabezas y metérselas por el culo.

—¿Mamaidh y Allaidh siguen vivos? —preguntó Carrick.

—Sí, guerrero —contestó Daanna mirándole fijamente a los ojos húmedos—. Beatha y Gwyn están bien y nunca han dejado de buscaros.

Menw estaba desesperado. Daanna no se había puesto en contacto con él todavía. ¿Pero cómo se atrevía a hacerle eso? El lazo empático de las parejas vanirias le decía que estaba bien, lo podía sentir. Pero por mucho que intentara comunicarse mentalmente con ella, su cáraid no respondía, no daba señal. ¿Dónde podía estar?

Cuando le explicó lo sucedido a Caleb, el vanirio se asustó tanto como él. ¿Qué había pasado con su hermana?

Menw le explicó cómo el cuerpo de Daanna había desaparecido en un millar de partículas de luz y cómo Daanna no respondía a su contacto telepático. Caleb le dijo que intentaría ponerse en contacto con ella para ver si entre los dos lograban algo. Ahora, de camino hacia el lugar del intercambio, sin Daanna a su lado, el miedo y el temor de que ella pudiera estar sufriendo lo reconcomía.

Ni se te ocurra, Daanna. Ni se te ocurra perderte ahora. Ni siquiera pienses en abandonarme, ¿me has oído? No descansaré hasta encontrarte.

Su iPhone sonó y lo sacó de su diatriba mental.

—Dime, Cal.

—Lo intento, Menw. Pero las ondas telepáticas no hacen el trabajo que debieran hacer.

—¿Y si está inconsciente en algún lugar? ¿Y si está…?

—No. Tú lo notarías. Si Daanna se desconectara por cualquier motivo lo notarías en el nudo perenne, Menw. Empezaría a desaparecer, y no es el caso, ¿verdad?

Menw se levantó la camiseta gris oscura ajustada. El nudo seguía ahí, precioso y único como Daanna.

—Sigue aquí.

—Entonces, sea lo que sea, o Daanna está aturdida…

—¿Quieres decir que la han drogado? —Su voz sonaba dura y cortante.

—Podría ser, ¡mierda! Sí, podría ser. O bien, la otra opción que barajo es que hay algo que impide que las ondas lleguen a ella.

—¿Algo que impide? ¿Cómo qué?

—Un sistema de frecuencia que anula cualquier onda alrededor. Ideal para anular a los telépatas. Mizar nos ha explicado que en Newscientists tienen todo el perímetro cercado con antenas que emiten ondas de frecuencias tan altas que anulan cualquier tipo de comunicación. Se lo explicaron para convencerla de que en realidad lo utilizaban para confundir a los vampiros y que nadie supiera nunca dónde estaban.

—Esa tía ha maltratado a mi hermano, Cal. No trabes amistad con ella porque o la matan Seth y los putos vampiros, o me la cargaré yo.

Caleb no contestó.

—No puedes hacer nada que ponga en peligro la vida de tu hermano.

—Me importa un huevo, Cal. A la rubia me la cargo en cuanto tenga a Cahal conmigo, y si yo no la mato, no te preocupes, que mi hermano lo hará.

Menw pensó inmediatamente en Cahal. Con Cahal tampoco podía comunicarse desde hacía semanas, era como si algo le echara hacia atrás cada vez que intentaba hablar con él. Ideal para anular a los telépatas. Si Cahal estaba en manos de Newscientists, ¿cabía la posibilidad de que Daanna estuviera allí con ellos? ¿Por qué la habían herido? ¡Joder, menuda mierda! Daanna podría estar en todos lados. Se bilocaba a placer y hacía viajes a velocidad supersónica, pero entonces, ¿por qué no habla con él para tranquilizarlo?

—No pienso quedarme con brazos cruzados, Cal. Esto no pinta bien y estoy muerto de miedo por Daanna. Les seguiré, ¿me oyes? Pienso seguirles. ¿Por qué no le pones un localizador a Mizar y así no le perdemos el rastro?

—Ya lo he hecho. Lo tiene bajo la piel de la muñeca. No creo que lo noten.

—¿La has bloqueado mentalmente?

—Mizar no va a olvidar nada. En todo caso sólo le he bloqueado el recuerdo de la interrogación. Y además, está muy bien adiestrada. Su entrenamiento le servirá de ayuda contra los ataques mentales que pueda recibir. Es muy buena.

—Es una zorra.

—Menw, céntrate. Puede ayudarnos a partir de ahora.

—Pues ya me dirás, cómo.

—Para empezar, intentará anular la frecuencia de onda que se emite en todo el perímetro donde están los demás secuestrados. Tiene que entrar con ellos a ese lugar.

—No me fio, Caleb.

—Es la única mano que tenemos. Si descubren que intenta ayudarnos, la matarán. Es ella la que se juega la vida en esto. Mira, les seguiremos en cuanto tengamos a Cahal. No van a huir tan fácilmente, pero antes tendremos que liberarnos de la emboscada que nos van a preparar, ¿entendido? Si tú escapas antes, ve por ellos, ¿de acuerdo?

—Lo que tú digas, Caleb —afirmó a regañadientes—. Entendido.

—Y por tus huevos, Menw, encuentra a mi hermana. Si le pasara algo no me lo perdonaría jamás.

—Estás hablando de mi cáraid, tío. Si a ella le pasara algo, te juro que yo mismo acabo con la humanidad y me llevo a Loki y a todo dios por delante.

—Bien —el tono despreocupado de Caleb le indicó que estaba sonriendo—. Te veo a las siete en punto en Tunbridge Wells.