Menw iba a buscarla esa misma noche. Porque si no lo hacía, su sentido común y su cordura se iban a ir al traste. Tantos años siendo cauto, tantos siglos manteniendo el control y aprendiendo a tener paciencia, y su chica de ojos grandes, y verde eléctrico, lo había echado a perder. Para él había sido muy duro estar todo el día con ella y no poder decirle nada. A excepción de un: «Hola» metal que le había comunicado después de salir de la Habitación del Hambre. La contestación de Daanna había sido igual de escueta, acompañada de un tono dulce y una media sonrisa: Hola.
Y no se habían dicho nada más, a excepción de las cinco o seis veces que se habían cruzado las miradas, hecho que había sorprendido a ambos.
¿Podría el fuego ser de color verde? Menw estaba convencido de que sí.
Y él estaba convencido que iba a morir en sus llamas esmeraldas. Salió de la ducha y se miró en el espejo. Todavía no había arreglado la barra metálica de la pared, la que había arrancado Daanna después de hacerlo como locos bajo el chorro de agua. No lo iba a arreglar a no ser que ella se lo pidiera, y para eso, Daanna tenía que estar con él, a su lado.
Estaba decidido a escucharla, a darle esa oportunidad. Daanna parecía sincera cuando negaba lo de Aodhan, pero en ese momento su chica podría haberle dicho que era morena y tenía un nudo perenne en la parte trasera del hombre, y tampoco lo habría creído. Los celos surgen de la vanidad y él había sido vanidoso con Daanna. Pero no lo sería más. La escucharía, y aceptaría lo que fuera que le dijera y después de eso, los dos decidirían cómo afrontar sus problemas, pero lo harían los dos juntos.
Se peinó el pelo y se lo echó todo hacia atrás hasta que el peine se trabó en una trenza que él tenía bajo el nacimiento del pelo de la nuca. Era una trenza muy delgada, pero, era especial y poderosa. Siempre pensó que si le cortaban esa trenza, se le irían todas las fuerzas, como el mítico Sansón.
Salió del baño con una toalla en la cintura y entró en su habitación. Escogió una camisa blanca ajustada y unos pantalones negros de pinzas. Quería estar guapo para ella. Se puso unos calzoncillos Gucci negros y los pantalones. Querías sumar todos los puntos posibles para que su reencuentro y la resolución de sus problemas llegaran a un buen puerto. Decían que los celos se nutren de dudas y que la verdad los deshace o los colma.
Esperaba que Daanna deshiciera todas sus dudas.
Se levantó para ponerse la camisa, hasta que escuchó los acordes del piano de su salón.
Daanna entró al ático de Menw por las puertas del balcón. Y lo hizo silenciosamente, de puntillas, como una ladrona. El vanirio tenía la mala costumbre de dejar la terraza abierta. Escuchaba el sonido constante del agua caer. Menw debía estar en la ducha y pensar en ello le llevó a la barra metálica. ¿La habría arreglado? Seguro que lo había hecho si lo que quería era olvidarse de ella. Estaba en su casa, en su territorio, y lo hacía sin permiso, sin haber sido invitada, pero también sin vergüenza y sin remordimientos. Pasó un dedo por la chimenea de piedra blanca caliza que resaltaba en el comedor. Se presentaba ahí con miedo, eso sí. Con miedo a ser rechazada, y con la duda de cómo reaccionaría Menw al saber la verdad de todo. Ella ya no se sentía culpable. La culpa por perder a su hijo la había hundido en la oscuridad todos esos años, pero hablar con sus amigas y liberar el secreto también le había dado libertad. En una esquina del salón había un piano Schimel modelo Pegaso, de forma ovalada, sin esquinas, que estaba situado estratégicamente frente a una cristalería de vértigo en que podías ver a Anteros, la estatua guardiana de Piccadilly. Aquel piano era increíble, pero Menw lo había cambiado. Antes tenía uno negro de corte clásico, y ahora tenía ése, más moderno. Era igual que el que tenía ella en su casa, en su habitación del relax, como ella la llamaba.
Ahí se desfogaba, se arrullaba con el manto de la música, y se desahogaba con las letras y las melodías, que para ella eran una forma de expresión tan válida con las palabras. Sus pies adquirieron vida propia y caminaron hasta el Pegaso. Se sentó en la butaca blanca que iba pegada a su estructura y subió la tapa para descubrir las teclas. Y entonces, por arte de magia, se relajó, como si al lado del piano pudiese ser ella misma. Menw no la había escuchado jamás tocar el piano, ni ningún instrumento. «Cuantas cosas nos hemos perdido, príncipe», lamentó. No obstante, los lamentos ya no tenían lugar en su corazón. Al día siguiente irían todos a luchar. Nadie se creía que Seth y Lucius jugaran limpio, ni que allí no habría una encerrona por parte de vampiros y lobeznos. El encuentro tenía cebo, y nadie obviaba ese detalle. Al día siguiente podrían pasar muchas cosas, y sólo les quedaba el hoy, el ahora. Decían que el pasado se fue, el futuro no existe y que el hoy es un regalo, por eso se llama «presente». Eso era lo único que debía valorar, lo único que Menw y ella tenían ahora, así que decidió aprovecharlo.
Sus dedos empezaron a tocar unos acordes, los acordes de una canción que desde que la había escuchado por primera vez la había hecho suya. Le encantaba Beyoncé, y su Broken hearted girl se había convertido en su bandera, parecía que la habían escrito para ella. Así que decidió cantarla porque era una expresión del amor hacia el hijo que no había nacido y hacia el hombre que amaba y que nunca había podido tener.
You’re everything I thought you’d never be.
And nothing like I thought you could’ve been.
Bust still you live inside of me/So tell me how is that.
You’re the only one I wish I could forget/The only one I love to not forgive.
And though you break my heart/ You’re the only one[18].
Menw estaba absorto en la belleza que desprendía el alma de Daanna mientras cantaba a capella, sentada en su piano. Un piano que había comprado y recuperado para ella. Llevaba un vestido oscuro de manga larga con los hombros descubiertos con un cinturón ancho negro que rodeaba su cintura. Era elegante. Era una diosa para él. Tenía el pelo recogido, a un lado, y le caía como una cascada por encima del hombro izquierdo, dejándole la garganta al aire libre. La voz de Daanna era muy personal, algo ronca y a la vez tan sexy tan dulce que hacía que dudase de que si algún hombre además de él la escuchara, lo volvería loco. Como las sirenas a los marineros, lo llevaría contra las rocas. Pera a él no lo llevaba contra las rocas, a él lo llevaba hasta ella. ¿De qué hablaba aquella canción? ¿De que no quería ser la chica del corazón roto? Menw se emocionó y tuvo que esforzarse para tragar el nudo que tenía en la garganta. Estaba a un metro de ella y sin poder evitarlo sus rodillas cedieron y se encontró sentado sobre sus talones, delante de aquella esplendida mujer.
Ad thougt there are time when I hate you cause I can’t erase.
The times that you hurt me/ And put tears on my face.
And even now while I you/ it pains me to say.
I know I’ll be there at the end of the day[19].
Él también quería estar al final del día, ahí, para ella. Y si le había hecho daño, y había hecho que llorara tantas veces, él se pondría de rodillas para pedirle perdón. Joder, solo quería saber la verdad.
I don’t wanna be without you babe/ I don‘t want a broken heart.
Don’t wanna take breath without you babe/ I don‘t want to play that part.
I know yhat I love you, but let me just say.
I don’t wanna love you in no kinda way.
No, no.
I don’t want a broken heart.
I don’t wanna be the broken hearted girl[20].
Daanna le miró a los ojos y no pudo seguir cantando porque verle ahí, tan hermoso a la luz de la noche, con el pelo mojado como un niño bueno, y arrodillado ante ella, la acongojó. Menw tenía un rostro bello y dulce. Tragó saliva y miró las teclas del piano.
—Sigue cantando, por favor —le pidió.
Ella negó con la cabeza; el puño que estrujaba sus cuerdas vocales no se lo permitía, y aun así, seguía tocando los acordes de aquella bella canción, como si se tratara de la contraseña secreta de una caja fuerte que contuviera los secretos de su corazón. Ella la abriría para él, y si él no la entendía o si la rechazaba, entonces, como mínimo, lo habría intentado.
—¿De qué habla esa canción, mo leanabh? —preguntó emocionado—. ¿Habla de ti? —Menw cogió la butaca en la que ella estaba sentada y la giró hacia él, para tenerla cara a cara, para que Daanna no se escapara nunca más. Se acercó tanto a su cuerpo que sólo les separaban unos centímetros y muchos secretos por revelar y la encarceló entre sus brazos.
—De mi corazón roto, mo Menw —alzó la cara hacía él y sonrió con tristeza, como si no hubiera más remedio—. Habla de mi corazón roto.
Menw sintió una punzada de frió y de terror en el estómago. ¿Qué era lo que Daanna no le contaba?
—Daanna, necesito saberlo y necesito saber la verdad: ¿Quién es Aodhan?
Los hombros de Daanna se estremecieron y miró hacia todos lados, nerviosa, como intentando escapar, pero los ojos azules oscuros de Menw no la dejaban.
—Estoy aquí. Mírame. —Le tomó la barbilla.
—Aodhan era… —Apretó los puños contra el vestido y se mordió el labio para mantener a raya el sollozo roto que pugnaba en su garganta—. Aodhan era tu… Tu hijo.
Menw clavó los dedos en la piel del sillín y demudó la expresión. Un mechón de pelo rubio húmedo cayó sobre su ojo derecho. Daanna no se atrevía a tocarlo para que él no viera cómo le temblaban las manos.
—La noche que estuvimos juntos como humanos… me dejaste embarazada. Al día siguiente nos transformaron, ¿recuerdas?
—Sí —musitó sin vida.
—La noche después de la transformación, Aodhan empezó a hablar conmigo. No era nada, era sólo un grano de arena en mi vientre, pero tenía un alma grande y pura y él se podía… Se comunicaba conmigo. Era un bebé… Especial.
—Continua —susurró.
Daanna no podía verle bien la expresión de los ojos, a oscuras parecían dos pozos negros que la miraban con un brillo acerado.
—A mí me hubiera gustado estar en contacto mental contigo, y explicártelo todo, pero tú y yo no éramos pareja según el rito vanirio y no teníamos ese vínculo. Nos separaron inmediatamente después de darnos los dones y no pudimos…
—Sigue —la apremió.
Daanna dio un respingo, nerviosa.
—Llegaste con Brenda a los tres días; me sentí traicionada, como si me clavaras un puñal en el pecho… Ya sabes lo mal que lo pasé al respecto. Decidí no hablarte nunca más de él, Menw. El único que me mantuvo con vida esos días en los que tú compartías tu tiempo con Brenda fue Aodhan, él me salvó de volverme completamente loca.
—Brenda se fue a las tres semanas —aclaró Menw—. ¿Y después?
—Pero tu traición viviría en mi para siempre —replicó ella—. Mi rencor no desapareció con ella. Tú estabas ahí, cada día… Yo no podía estar cerca de ti, te odiaba tanto… —recordó avergonzada—. A las cuatro semanas sufrí un aborto espontáneo, Menw. Perdí al bebé. Yo le perdí le rogué que no me abandonara, que era lo único que tenía, que lo quería…
—Is caoumh lium the, Aodhan —Menw repitió las palabras del sueño de Daanna, como si estuviera a kilómetros de distancia de aquel salón, como si se alejara de ella.
—Eso fue lo que escuchaste mientras soñaba. No se trata de otro hombre, no se podría tratar nunca de otro hombre, Menw. Se trata de una parte de mí y de ti, que yo… Que yo amaba con locura. Una parte que perdí. Que… —se miró las manos como si todavía las tuviera manchadas de sangre—, se me escapó de las manos.
Después de esa confesión, todo a su alrededor se sumió en una calma absoluta. La calma que precede a la tormenta.
Menw se levantó. Los mechones de pelo rubio, que en la oscuridad parecían blancos, le cubrían la cara. Se quedó delante de ella, estudiándola desde las alturas. Tenía los puños apretados a ambos lados de las caderas, el musculoso torso en tensión y respiraba como si hubiera hecho un gran esfuerzo.
—Y en todo este tiempo, Daanna ¿no pudiste contarme que hicimos un hijo llamado Aodhan?
Daanna levantó la cabeza asustada ante la postura agresiva de Menw.
Se puso de pie como él y alargó las manos para tocarle la cara. Menw se apartó y le dio la espada.
—Menw, por favor… —¿Se cumplirá lo que más temía? ¿Él la repudiará por su secreto, por haber perdido a su hijo?—. No podía hacerlo. No quería decírselo a nadie, porque…
—¡Yo no soy nadie! —gritó y sus ojos azules se aclararon—. ¡Yo era su padre!
Daanna se tapó la cara con las manos, sin disimular lo inquieta y lo nerviosa que se sentía. No quería perder a Menw por esa revelación, quería recuperarlo.
—¡Y no soy nadie! —repitió de nuevo, gritando más alto.
—¡Lo sé! —Se apartó las manos de la cara y no ocultó ni las lagrimas ni la desesperación—. ¡¿Crees que no lo sé?! Siempre has sido alguien para mí. Siempre. Incluso cuanto te odiaba, yo… porque incluso sintiéndome tan dolida contigo, te quería. Yo te quería. Pero tenía miedo. Menw. ¡Tenía miedo!
—¡¿De qué?! ¡¿De mí?!
—Temía que si te lo contaba, entonces, nunca jamás me querrías. ¡Tenía miedo de que me culparas por la muerte de Aodhan! ¡Porque yo siempre me sentí culpable de ella! ¡Si me hubiese centrado en lo mucho que lo amaba, si hubiese cedido y te hubiera perdonado para al menos alimentarme y que él creciera bien, si yo hubiera sido más fuerte, más sana! —Las lágrimas caían como gotas de lluvia sobre el parqué, pesaban tanto que ni se deslizaban por las mejillas—. ¡Si simplemente hubiera decidido creerte cuando me buscabas y me pedías perdón! No ha sido fácil para mí vivir así, con la culpa, con mi corazón machacado. ¡¿No lo entiendes?! ¡Me asustaba decírtelo en voz alta, me asustaba no decirlo! Temía que si te lo explicaba, con el tiempo podría olvidarlo. Y no quería olvidar a Aodhan, porque olvidarle a él suponía olvidar todo lo que tú y yo habíamos compartido. Y no quería olvidarte Menw —sollozó—. Sí —alzó la barbilla, desafiándole a que se riera de ella—, soy la chica del maldito corazón roto. Perdí al hombre que amaba, y perdí al hijo del hombre al que amaba. No fui buena para ninguno de los dos. Pero quiero una segunda oportunidad, quiero que me la des y si eres tan idiota como para no hacerlo, entonces es que los dioses y el caprichoso de Cupido llevaban un buen pedal cuando nos dieron con sus flechas. Si eres tan idiota como para rechazarme, entonces, es que no me mereces. Pero no me digas que no —le rogó llena de humildad—, no me lo digas o… No me rechaces o me romperé en pedazos.
Daanna se limpió las lágrimas con el antebrazo. Menw seguía mirándola a través de sus mechones rubios y dorados como la paja, con aquellos ojos de depredador inteligente y excitado por la caza. Ella no soportaba que la juzgaran, no aguantaba estar delante de él. Ya había dicho lo que tenía que decir, y el hombre no reaccionaba.
—¿No vas a decir nada? —susurró llena de vulnerabilidad.
Menw seguía sin contestar. Desalentada como estaba, no confiaba en que él la aceptara, que la quisiera. Avergonzada. Se pasó de nuevo el dorso de la mano por la mejilla y apartó la mirada.
—Lo siento… —murmuró, dándose por vencida—. La vida no ha sido justa con ninguno de los dos… Desde el principio lo han puesto difícil. —Entumecida e insensible, con el alma fundida como una bombilla, se giró para agarrar su chaqueta y lamerse la herida en otro lugar donde él no la viera.
Pero de repente, Menw agarró todo el manojo de pelo negro que había sobre su hombro y cerró sus dedos sobre él.
Daanna quedó con la cabeza inclinada a un lado, mirándolo a través de sus pestañas. Aquella proximidad le dio pánico. Sus ojos de mujer eran una línea verde retadora: «¿Qué vas a hacer?», preguntaba. Si él la tocaba para luego desecharla, o sólo para castigarla, se derrumbaría. Se caería por el precipicio y no podría aflorar a la luz nunca, nunca más.
Menw la atrajo hacia sí de un tirón, con dureza, y le echó la cabeza hacia atrás. Le explotaron los colmillos en la boca cuando ella le puso las palmas de las manos sobre el pecho desnudo.
—Tú de aquí no te vas —susurró con rabia—. ¡Nunca volveré a dejarte marchar! Se acabó el huir como una niña, ¿me has oído? Eres mía y quiero a una mujer a mi lado, una como la que acabo de ver, que se ha plantado delante de mí y me ha puesto en mi lugar. ¿Tenemos problemas? Pues si los tenemos nos quedamos, no huimos. Grítame, pégame, hazme lo que quieras, pero no te vayas nunca más. Jamás vuelvas a alejarte de mí.
Daanna no sabía qué decirle, no sabía qué hacer. Menw parecía un gigante en ese momento. Tan alto, tan grande y ancho… Con tanta piel por todos lados.
—Esto escapa a mi control, Menw… —Sacudió la cabeza violentamente—. Siento que he arruinado tu vida, y también la mía y la de nuestro…
—No te culparía jamás por perder a mi hijo, Daanna. Estoy enfadado por ocultármelo, por eso sí. Odio que no me hayas contado nada. Odio no haber estado ahí cuando lo sentías en tu interior, no haberte acariciado y abrazado, no haberos protegido. Odio que no veas lo mucho que te necesito. Tanto, Daanna, que hasta me duele.
—Menw —gimió poniéndole la mano en la mejilla—. Menw…
—Chist, mo garrid —dijo con brusquedad, inclinándose para mirarla a los ojos, a la misma altura—. Odio haberte roto el corazón tantas veces, y no soporto que hayas sufrido en silencio la pérdida de Aodhan. Pero ¿sabes qué es lo que más odio?
—¿Qué? —preguntó entre lágrimas, sus piernas flaquearon.
—Odio que no luches por mí un poco más —la sacudió ligeramente.
—¡Estoy cansada! Me da miedo seguir sintiendo este dolor…
—¡Te he esperado toda la vida! ¡Siempre! ¿No lo vez? Por muchas locuras que has hecho nunca he dejado de quererte, por eso me revienta que quieras irte y dejarme aquí solo, de nuevo. ¡No renuncies a mí, Daanna! ¡No renuncies a nosotros!
—¿Quieres…, quieres quedarte conmigo?? No me mientas, por favor. No juegues conmigo —le pidió, sin podérselo creer. Era demasiado bueno para creerlo.
—¿Tú qué crees, pantera? Me mata haber pasado dos mil años sin oírte cantar —la acercó contra su pecho. Daanna le hecho los brazos al cuello y hundió su cara en su pectoral, llorando con una descosida, con sollozos desgarrados, con palabras atropelladas de disculpas y de perdón.
—Perdóname, Menw. Perdóname, por favor… Por todo —le pidió hundiendo los dedos en su pelo y acariciando su nuca hasta que se le enredaron en un mechón un poco más grueso.
¿Cómo no iba a perdonarla? Ella era su única verdad, lo único que daba sentido a su existencia. Era la dueña de su corazón.
—Todo perdonado. Perdóname tú a mí —se inclinó sobre su boca y rozó sus labios con los suyos.
—Sí. Te perdono, mo priumsa —echó el cuello hacia atrás y dejó que Menw fuera expeditivo con su garganta—. Espera… ¿Qué tienes…, qué es esto? —tomó la trenza con la mano y la acercó para inspeccionarla.
Menw sonrió y las mejillas se le enrojecieron.
—¿Qué es? —susurró, sorprendida al ver que su vanirio se sonrojaba como un bebé.
—Cuando eras pequeña, me decías que querías que llevara algo tuyo —Daanna lo escuchaba con atención—. Te cortaste un mechón de pelo e hiciste una trenza, ¿recuerdas?
Daanna miró la trenza de Menw. Tenía mechones negros y rubios entrelazados. Nunca se había dado cuenta de ella. La tenía tan oculta que jamás la había visto. Los ojos se le llenaron de lágrimas, para variar.
—¿La has llevado todo este tiempo?
—Te he amado todo este tiempo, Daanna.
Oh, sí. Iba a luchar por él hasta su último día de aliento.
Se lanzó a por su boca, a besarla, morderla, lamerla y succionarla. Aplastó sus labios contra los de él, buscando el calor y el refugio del amor verdadero, del perdón. Se recreó con los labios del vanirio y con su lengua. Menw la apoyó en el piano, desesperado por sentir su piel y por demostrarle con su cuerpo todo lo que las palabras no lograban a alcanzar, pero, al ser una superficie tan lisa y tan redonda, el cuerpo de Daanna resbalaba hacia abajo.
Algo explotó en ella ante esa declaración. Su corazón daba saltos d alegría, su piel empezó a brillar como si naciera a una nueva vida. Los pechos le dolían y no soportaba la sensación de vacío entre las piernas. Le ardía.
—Menw… —Llevó las manos a sus entrepiernas y dejó la palma ahí, esperando a que cediera el dolor.
—Oh, joder, Daanna… —Él no dejaba de mirar cómo ella se cubría el sexo con la mano. Se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos negros—. Eso es, tócate.
Daanna negó con la cabeza y se mordió el labio.
—No… Es que… No lo aguanto. Me arde.
Menw la miró de arriba abajo. ¿Sería posible? ¿Podría ser que después de liberar secretos y declaraciones, después de perdonarse, los dioses la hicieran suya? Sonrió victorioso, entendiéndolo todo. El combarradh, el nudo, la marca de los dioses. Los iban a marcar, a vincular definitivamente como pareja. Al entenderlo, el sanador sintió algo en la parte baja de su vientre. Como una quemadura. Menw desvió la vista hacia abajo. Increíble.
—Eres mía, nena. Prepárate para calmar los dos mil años de ansiedad que me has hecho pasar.
La cogió en brazos y dejó que Daanna se apoyara en él y apretara las piernas con fuerza. La chica dio un lametazo a aquella garganta tan varonil, y antes de que él llegara a la habitación ya había clavado los colmillos y bebía sensualmente, sorbiendo con delicadeza, como drogada de deseo. Menw se apoyó en la pared hasta que ella dejó de beber. Se moría de gusto al sentir los colmillos de Daanna penetrando en su piel.
La dejó sobre la cama. Le quitó el vestido, mientras ella lloriqueaba desesperada por tenerlo a él bien dentro.
—Menw, ghon e mi gu dona[21] —murmuró contra la colcha, dando vueltas sobre sí misma.
—Lo sé, pantera. Relájate, haré que te guste mucho. —Le quitó los zapatos y las medias. Palpó el vendaje que todavía tenía sobre el muslo y se lo quitó con delicadeza. Las incisiones de las garras todavía eran profundas aunque poco a poco cicatrizaban. Con cara de arrepentimiento se inclinó sobre él y procedió a besarle cada corte y cada moratón de aquella piel maltratada.
—Menw… —Los ojos de Daanna se llenaron de lágrimas ante aquel momento tan conmovedor. Sentía su boca ardiente, besando y lamiendo cada incisión.
—Debería haberte curado… —le pasó la lengua en el corte más profundo, esperando que la saliva cicatrizara y desinfectara la herida.
—Estoy bien.
—Calla, nena, déjame sanarte —después de prestar atención al muslo, la incorporó un poco para desatarle el sostén y la puso boca arriba, de cara a él—. Desnuda, amor. Así me gustas. ¿De quién son éstas? —preguntó mientras cubría sus pechos con sus manos y los masajeaba—. ¿De quién?
—Tuyas, Menw, no puedo más…
—No, no. Vas a aguantarlo, guerrera —se colocó sobre ella—. Me las voy a comer.
El rubio, que estaba hambriento, rodeó un pezón con la lengua y lo torturó durante minutos hasta que estuvo duro y muy hinchado. Luego, abrió la boca sobre el otro pezón y empezó a mamarlo con fuerza. Lo mordía, lo lamía, lo succionaba y luego vuelta a empezar, hasta que estuvo tan hinchado como el otro. La joven temblaba y se rozaba contra la entrepierna del vanirio, excitada y tan estimulada que el simple roce de la piel la lanzaría al orgasmo.
—Tu cuerpo, Daanna. Cada centímetro —descendió con la boca abierta por todo su estómago, sin dejar de mirarla— de piel, de curvas —lamió los huesos de las caderas y los besó con adoración—. Cada rincón —hundió la lengua en el ombligo y sonrió cuando ella soltó un gritito—, oscuro y tierno —coló los pulgares en sus braguitas y las deslizó hasta sacárselas por los pies, dejándola tan desnuda como una Venus—, es para mí. Abre las piernas y enséñame eso que tienes ahí.
Daanna asintió, hipnotizada por la voz de su cáraid. Abrió las piernas para él, y le enseñó todos los secretos. Menw se llenó de amor por ella y ella no sintió ninguna vergüenza al mostrarse ante él. El vanirio colocó los hombros entre sus piernas, obligándola a abrirse por completo. Daanna arqueó la espalda al sentir el aliento de su hombre en aquella parte tan íntima.
—Eres preciosa…
Bajó la cabeza y se dio un festín con ella. La abrió más con los pulgares y empezó a lamerla por todos lados. De arriba abajo, de adentro hacia afuera. Sentía sus estremecimientos y cómo su vientre se ponía en tensión; las piernas en su interior y recogió todo lo que Daanna tenía para darle. Luego pasó la lengua de arriba abajo y torturó el botón de placer, hinchado y rojo que se levantaba para él. Menw lo tomó entre los labios.
—¡Menw, me muero! —gritó Daanna agarrándolo del pelo rubio.
Él se echó a reír entre sus piernas y alzó la mano para ponerla sobre su vientre.
—Mía, Daanna.
—Sí, sí…
Menw levantó la mirada hacía ella. Sus ojos azules se aclararon y brillaron maliciosos. Daanna lo miró a su vez. Su sanador de anchos hombros, parecía un guerrero conquistador, ahí, entre sus piernas. Le dio un lametón lento y pecaminoso de arriba abajo, sonrió y los colmillos aparecieron entre sus labios.
—¿Qué vas hacer? —susurró Daanna sin fuerzas.
Menw abrió la boca; con los brazos la acercó más a él y le puso las piernas sobre los hombros y entonces, lanzándose a por la comida, la mordió.
A Daanna le faltó el aire y se olvidó de hablar y respirar, se olvidó de pensar y de todo lo que no estuviera relacionado con lo que Menw le estaba haciendo. Dolía y a la vez… ¡Por todos los dioses! ¡Era lo mejor que le había hecho nunca! Se mordió el labio y alzó las caderas hacia él, entregándose por completo. Se agarró a su pelo y permitió que él bebiera todo lo que quisiera. Cuando se detuvo, dio un último lametón para cerrar las incisiones, y la besó dulcemente mientras ella era víctima de múltiples espasmos orgásmicos que recorrían su cuerpo sin compasión.
Menw se colocó encima y… ¡Zas! Daanna lo tumbó sobre la cama y se sentó a horcajadas sobre él. Si se creía que ella iba a permanecer por siempre pasiva, es que iba muy mal encaminado. Se inclinó lentamente, excitada hasta el extremo, y le lamió los labios, para luego besarlo y meterle la lengua, saboreándose a sí misma en la boca de él.
—¿Qué me has hecho, príncipe? —susurró maravillada sobre su boca. Le mordió con los colmillos y sorbió la gota de sangre que salía del labio inferior. Sus ojos verdes parecían fosforescentes y su pelo negro caía como una cortina de ébano encima de los dos, cubriéndoles en un manto de intimidad.
—Me matas, Daanna. Eres como un animal salvaje que todavía está por domar. —Levantó una mano y le retiró el pelo de la cara. Ella entrelazó los dedos con él y colocó sus manos por encima de la cabeza—. Mi pantera. ¿Te duele el vientre?
—Me duele mucho… Aquí…, dentro —asintió, ronroneando como una gatita.
—A mi también. Freyja va a marcarte. Nos va a marcar.
—Freyja puede meterse un palo por el culo, si quiere. Tú eres mío ahora —lo agarró del pelo y le giró la cabeza para exponer la carótida—. Mío. ¿Te gusta esto? —le besó y lamió su piel. Le hizo cosquillas con los colmillos y lo marcó con succión.
—Mmm…
—¿Y esto? —descendió con la boca abierta, acariciándole con los labios y lamió un pezón. Lo mordió suavemente y también lo besó.
—¡Sí!
Daanna hizo lo mismo con el otro pezón diminuto y oscuro. Y descendió hacia el sur. Besó sus abdominales, duras y definidas, mientras rozaba todo su cuerpo con los pechos. Se estaba volviendo loca de dolor y necesidad. Metió los dedos por la cinturilla de los calzoncillos.
El roce de las uñas de Daanna contra su piel le puso la carne de gallina.
—Qué sensible —murmuró ella besando cada parte de piel que revelaba el calzoncillo.
Menw miraba hacia abajo, hipnotizado por los movimientos de su Elegida. Liberó el miembro erecto y duro como una piedra. Lo abarcó con las dos manos y levantó una ceja, pidiéndole permiso:
—¿Te hago lo que me has hecho tú a mí?
—Hazme lo que quieras, pantera —gruñó él tomándola del pelo.
Daanna lamió la cabeza del pene y probó la perla de líquido que tenía en la punta.
—Mejor —asintió para sí misma—. Mejor que el chupa-chups.
Abrió la boca y lo chupó como si fuera un helado. Lo estaba saboreando como un caramelo y Menw estaba desquiciado. Las caricias inexpertas de Daanna eran más excitantes que ninguna otra. Ella era la primera que lo saboreaba. Lo acariciaba con la lengua y los colmillos, que a veces rozaban su piel con insistencia, lo ponían en guardia. Si Daanna lo mordía ahí, él se descontrolaría. No podía permitirlo. No la primera vez, pero ella parecía encantada. No. Ni hablar.
La tomó de los hombros y la apartó.
—¡Oye!
—Luego. Estoy a punto, amor —gruñó sin resuello.
Le dio la vuelta y la dejó a cuatro patas sobre la cama. Acopló su pecho a su espalda y le susurró todo tipo de dulzuras al oído.
Daanna asentía y decía que sí a todas, mientras él le acariciaba la entrepierna y le introducía los dedos, para amasarla y prepararla.
—La mujer más bonita del mundo. Mi Daanna.
Se cogió el miembro y jugó con ella, frotándose contra ella como si fuera una lengua.
—No me hagas esperar más, mo duine —rogó ella impaciente, contoneado las caderas.
Le rodeó el vientre con una mano y la penetró por atrás como un pistón. Daanna lanzó un grito y se rindió a él. A su fuerza, a su dulzura, a su pasión y a su rabia. Dos almas desesperadas que se entrelazaban en una, una explosión de colores, una batalla de voluntades. Eso era hacer el amor con Menw. Las estocadas eran tan fuertes, que Daanna se encontró gateando por la cama, con el vanirio embistiéndola como un loco. Si seguían así, caería al suelo.
—¡Por todos los dioses, Menw! ¡No pares!
—No. No paro. —Llevó una mano a su clítoris, para acariciarla ahí con un dedo, haciendo círculos rápidos, como un vibrador.
Él estaba a punto de morir subyugado por la aceptación de aquella mujer. Daanna era vulnerable y atrevida. Dulce pero también agresiva. Era todo un cóctel de feminidad y fortaleza que a él le sorbía el cerebro y le licuaba el corazón. Daanna era su mujer, su cáraid, era suya. Le retiró el pelo de la nuca con la mejilla y la mordió profundamente en el cuello, tan profundo como la estaba dominando abajo. Con ese pensamiento se corrió en su interior, deseando que, si de esa vez creaban una vida, él pudiera ser partícipe de ello.
—Menw, voy a… —echó el cuello hacia atrás y lloró cuando empezó a correrse. Algo en su vientre estaba siendo marcado a fuego y le quemaba horrores, hasta que sintió la palma de la mano de Menw encima de ese punto.
Tenía medio cuerpo fuera de la cama. Con la parte inferior del cuerpo encima del colchón, pero apoyada de hombros y manos en el parqué ya que habían ido gateando por la fuerza de las penetraciones. Menw seguía sobre ella, aunque se aguantaba sobre una mano que apoyaba en el suelo, por encima de su cabeza, para no aplastarla.
Su chica tenía lágrimas en los ojos. Todavía seguía dentro de ella, igual de grande que antes. No tenía suficiente. Le masajeó el vientre y dejó que ella sintiera hasta dónde estaba metido.
—¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?
Daanna negó con la cabeza y sorbió por la nariz.
—No me puedo mover —murmuró avergonzada—. Más. Quiero más.