Segdley.
Menw intentaba mantener al feto de Shenna. Estaban en una habitación llena de velas perfumadas, adecuada para la relajación de una madre antes de dar a luz. Los colores eran cándidos y nada llamativos. El sonido de la lluvia repiqueteaba contra las ventanas. Shenna estaba estirada con las piernas en alto, en una cama enorme. Los celtas tenían a sus hijos en sus casas y Shenna e Iain no querían perder la costumbre. Todo estaba dispuesto correctamente, pero nada de eso había sido suficiente.
El bebé había nacido con demasiada precocidad, todavía no estaba formado del todo. Los pulmones necesitaban más días y su corazón también.
Menw tenía a la niña colocada en lo que iba a ser el cambiador de pañales. Un cambiador de color rosa. Los padres habían comprado de todo para que su hija llegara al mundo con todas las comodidades. Mientras hacía masajes cardiorrespiratorios con los dedos a la pequeña niña, Menw se preguntaba qué era lo que hacía que unos niños sobrevivieran y otros no. ¿Qué era lo que daba la chispa vital a unos y a otros se la apagaba? No era justo.
Por otra parte había descubierto que el estrés y la ansiedad, tan típica en los vanirios, segregaba demasiadas hormonas como: Cortisol, adrenalina, noradrenalina y glucagón, y que además hacía perder un montón de nutrientes, básicos para la evolución del feto. Había estudiado que el esperma de los hombres vanirios era más débil que el de los seres humanos normales. Sin embargo, cuando un vanirio encontraba a su pareja y se empezaba a alimentar de ella, la ansiedad del hambre desaparecía, y con ello la capacidad de procrear del vanirio aumentaba. Lo mismo pasaba con la mujer, dependiendo del hambre sufrida, podía mantener mejor al feto o, como en este caso, expulsarlo antes de tiempo. Las mujeres vanirias embarazadas lo pasaban realmente mal, el embarazo no era un proceso agradable. Tenían hambre todo el día, y bebían de sus parejas continuamente. Si pudieran retener el alimento, el embarazo llegaría a buen puerto, pero tenían las mismas náuseas que las mujeres humanas, peores incluso, y vomitaban mucho. Y el hambre era tan grande y la ansiedad tan fuerte que les subía la presión y les daban continuos mareos, mareos que les dejaban noqueadas.
Miró a Shenna, que estaba pálida entre los brazos de Iain. La mujer no podía dejar de mirar lo que Menw le hacía a su bebé. Iain intentaba tranquilizarla.
—Shenna, amor, lo has hecho muy bien —le decía cariñosamente.
—¿Está bien? ¿Está bien mi bebé, Menw?
¿Cómo se lo podría decir? ¿Cómo podría comunicarle que su hija estaba muerta? Ella misma debía sentir que en ese menudo cuerpecito no había una chispa de vida, nada de alma. Cinco meses no eran suficientes para salir al mundo; aunque fuera un vanirio o un ser inmortal, la dureza de la vida y su iniquidad era la misma para todos. Así eran las leyes de la tierra.
En un último intento atropellado, Menw había intentado alimentar a la pequeña con sangre paterna, en ese caso el más fuerte de los dos, pero la niña no respondía. Sintió una desazón tan poderosa que los ojos se le llenaron de lágrimas.
Los vanirios no tenían facilidades para tener hijos. La sed de sangre y todas las reacciones químicas que provocaba en sus cuerpos les pasaba factura. Haría lo posible por solucionar ese problema. Puede que con el tratamiento de sangre artificial de células madre, las mujeres pudieran aguantar mejor esos meses de incubación del bebé. Incluso el bebé podría estar agradecido por ello, pero temía que fuera agresivo. No dejaba de contener drogas tranquilizantes y sedantes.
Se conjuró para hacer algo al respecto. Limpió sus manos llenas de sangre inocente con un trapo humedecido y se dio la vuelta.
Tenía los ojos húmedos y el rostro derrotado. Le daba tanta pena perder a un bebé, tanta… Compelido a superar ese varapalo, se acercó a Shenna y se puso de cuclillas al lado de ellos mientras tomaba la mano de su amiga.
—Era demasiado pronto para ella —susurró acongojado.
Iain abrazó con fuerza a su mujer y la besó en la cabeza mientras le acariciaba con la mejilla. Shenna lo escuchaba con atención, con el rostro aturdido, lleno de lágrimas y enrojecido por el esfuerzo. La niña había nacido muerta.
—El feto…
—Deirdre —interrumpió Shenna—. Se llamaba Deirdre.
Menw asintió, avergonzado por su falta de tacto.
—Deirdre estaba muerta hacía varios días. Tu cuerpo dejó de reconocerlo como suyo y lo intentó expulsar.
Shenna se tapó las manos con la cara y empezó a sollozar.
—Sabía que algo no iba bien. Tenía dolores y pinchazos —negó con la cabeza—. No podía dormir y me sentía muy pesada… Había perdido la conexión con ella, como si ella ya no estuviera ahí. ¡Pero la tenía dentro! ¡Estaba ahí! —gritó llevándose la mano a la inflamada barriga.
Iain la calmó, arrullándola con fuerza. El hombre se veía desolado, herido mortalmente por la mala noticia. Menw se sintió como un intruso, en una casa que no era la suya, con una familia que no era la suya, y en un momento tan íntimo que él, sinceramente, sobraba.
—Lo siento. —Y sabía que ni siquiera esas palabras podían llegar a sanar el dolor de aquellos padres que habían perdido a su bebé. Se incorporó.
Su cuerpo pesaba como nunca. Cogió su cazadora azul, se la colocó y miró hacia atrás, a la estampa rota de sus amigos. Shenna e Iain se repondrían, la eternidad daba muchas oportunidades y ellos no dejarían de intentarlo, pero en ese momento de pérdida y de decepción, necesitarían ser fuertes para superarlo. Al menos, estaban juntos y su unión era su fortaleza. Cerró la puerta con un clic silencioso y se fue.
Caleb y Daanna estaban en la Habitación del Hambre. Habían dejado allí a Mizar y a Laila. Todavía no las interrogarían. Había sido una lotería ver que en el mismo coche que iba a buscar a Laila también se encontraba Mizar Cerril. Ahora las tenían a las dos: a la supuesta sobrina de Patrick y a una de las torturadoras de Cahal. Iban a pasárselo muy bien, pensó Daanna mientras inyectaba más sedante a las dos mujeres.
Lo más importante era mantenerlas drogadas ya que, si tenían algún contacto telepático con Seth o con Lucius o con quienes fueran de Newscientists, no podrían mantenerlo debido a la cantidad de sedante que había en su sangre.
Caleb le había explicado que cuando Brenda fue doblegada por Menw, había asegurado que no tenían nada que hacer contra ellos. Que Lucius y Hummus iban un paso por delante de los vanirios y los bersekers y que estaba todo más que preparado. La vampira decía que en el momento que se dieran cuenta de que ella faltaba, se pondrían en marcha para ir a buscarla.
—Sois unos estúpidos —había dicho la vampira—. ¿Os creéis que podéis detener esto? Son muchos años trabajando para lograr nuestro objetivo. Muchas organizaciones y empresas privadas están de nuestra parte. Todos quieren el poder, todos quieren la inmortalidad. Venden su alma para conseguirlo. Vosotros sois como la resistencia, pero estáis perdiendo a mucha gente por el camino. No sólo aquí.
—Ya sabemos que estáis por todos lados. La mierda es lo que tiene —había contestado Menw—. Está por todas partes.
—Eres un pelele, Menw. Yo te lo di todo. Tú me convertiste.
—Fue un error.
—Me obligaste a ir con Seth y con Lucius.
—Tú no eras mi pareja y a ti te gustan los ménages.
—Tampoco lo es la Elegida. ¿O todavía crees que puede estar contigo? Nunca te querrá. Te manipulaba y te hacía bailar al son que a ella más le convenía. Ella tonteaba y se acostaba con todos. Si en dos mil años no te ha perdonado, ¿por qué creer que todavía puede hacerlo?
Caleb había escuchado todo lo que Brenda escupía por esa boca de lengua viperina. Y sabía que estaba mintiendo. Sabía que Brenda mentía, porque él, mejor que nadie, conocía el tormento interior de su hermana. La soledad y el distanciamiento que había optado por mantener con todos para que nadie sintiera su pena.
Ahora, con su hermana al lado, con esa eterna actitud de impasibilidad e indiferencia, comprendía muchas cosas. Él debería haber cortado la diatriba y matar a Brenda con sus propias manos, pero era Menw quien quería hacerlo por encima de todas las cosas. Y Caleb se lo había permitido. Las últimas palabras de Brenda habían sido:
—Cahal será de los nuestros. Lucius lo obligará a ello. Nos llevaremos a Daanna y Seth hará con ella lo que le dé la gana. Abriremos la puerta y Loki y sus jotuns acabarán con todos vosotros. Un nuevo día se alzará y un nuevo rey dominará el mundo. Y con el mundo a nuestros pies y los portales controlados, los dioses que tanto han jugado con nosotros verán llegar su ocaso.
Daanna sabía que lo único que era verdad de todas las estupideces que había dicho Brenda era que, en cuanto vieran que perdían el contacto con ella, se pondrían en marcha. Y así había sido. La persecución al puro estilo A todo gas que habían vivido en las carreteras londinenses, confirmaba que los de Newscientists estaban más que alerta y que iban a ir a por ellos. Si Menw hubiese ido solo, estaba convencida de que lo habían cogido. Así que su intervención había sido determinante. Le había salvado.
Por otro lado, no esperaban para nada que Menw los persiguiera en moto. Conocían sus coches, eso estaba claro. Por eso, había sido una sorpresa la aparición de Menw sobre dos ruedas. Llevaba casco, y de algún modo era inmune a las ondas sonoras del silbato de Mizar. Sin embargo, Daanna que iba en coche, sí que fue afectada por la vibración. Todavía le dolía la cabeza, por poco no le dejó frito el cerebro. Eso sin mencionar que le quemaba el muslo como si le mordieran mandíbulas de fuego.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Caleb, preocupado.
Daanna tenía la mirada clavada en Mizar.
—Esa chica ha estado con Cahal —dijo, atravesándola con los ojos—. Lo huelo en ella. En el maletero del Mercedes había cuatro maletas, como si se fueran de viaje o a pasar una larga temporada fuera de Londres. Los de Newscientists estaban retirando sus fichas, y de paso, en esa retirada pretendían llevarse a uno de nosotros.
—Me he dado cuenta. Ahora es nuestro rehén, así que vamos a hacer un intercambio. Mizar por Cahal. Es la sobrina de Patrick, no pueden dejarla de lado. No es sólo un número.
—Sinceramente, Caleb, creo que para ellos, todos son números. —Se llevó la mano al bolsillo y tomó una de las píldoras rojas—. Espero que Cahal viva cuando vayamos a buscarlo. No tenemos ni idea de dónde lo tienen, y estas mujeres están selladas mentalmente para que no lo podamos averiguar. Tengo la sensación de que están jugando con nosotros. —Abrió la boca y se tragó la pastilla ayudándose de un golpe de cuello hacia atrás.
—Hoy estás derrotista —echó un vistazo al muslo desgarrado de su hermana. Deberías decirle a Menw que…
—Ya se lo he dicho. No ha querido. Con las pastilla se sanará, sólo que con más lentitud. —Se encogió de hombros como si nada de eso le importara ya—. ¿Sabes qué? Les ha añadido un potente saborizante de vainilla el muy cretino. Para que recuerde su sabor —dijo con amargura.
—Tenemos mucho que agradecer al sanador. Estas píldoras ayudaran mucho a los vanirios. —Caleb se acercó a ella y le puso una mano en el hombro—. Y también tenemos que agradecerte a ti. Brenda no tenía ni idea de que te habías puesto en funcionamiento. De que tu don se había despertado. Tú eres el vínculo con todos los guerreros, Daanna. Tú nos unirás a todos.
—No es nada. Siento que os hayáis tenido que esperar dos milenios para averiguar qué truco de magia sabía hacer. Si hubiera sabido que era Menw el que con su sangre me otorgaba el don, me lo habría comido mucho antes. Pero no lo podía imaginar, porque yo estaba marcada desde mi nacimiento como humana y entonces, toda esta locura de las parejas vanirias no existía. Y además, yo no sabía… No podía… perdonarle.
—¿Y ahora sí? ¿Ahora sabes perdonar, hermanita?
Exhaló cansada.
—Sólo puedo perdonar. Ahora es lo único que me queda.
—Entonces perdóname a mí. Perdona por haberme dejado llevar, Daanna. No tenía derecho a opinar ni a meterme entre vosotros. Y mucho menos a juzgarte como he hecho antes. Eres mi hermana y te creo. Creo en lo que me has dicho, no sé quién es ese hombre, y no me importa. Sólo me importa que estés bien, es lo único que quiero.
Daanna sorbió por la nariz. Estando de espaldas a Caleb, él no vería la emoción que la embargaba ante tan gratas palabras. Su hermano siempre la noqueaba cuando se ponía dulce.
Caleb sonrió.
—Soy afortunada por tenerte.
—No. Yo soy el afortunado, hermanita. Todo se arreglará, Daanna —aseguró acariciándole la mejilla.
—No lo creo. Llevo dos mil años rota, Cal. Y nada ni nadie me ha arreglado. Soy defectuosa.
Con esas declaraciones concluyentes salieron de la Habitación del Hambre. Caleb ordenó a los dos vanirios que hacían de centinelas que vigilaran la entrada y que se aseguraran de mantener sedadas las mujeres todo el tiempo.
Los dos hermanos continuaron por los pasillos subterráneos que daban a las casas vanirias de la Black Country. Eran pasadizos secretos, pavimentados, iluminados con antorchas, construidos hacía siglos. Nadie en la Black Country sabía que bajo sus pies había una red de túneles por los cuales, seres inmortales y débiles a la luz solar, caminaban todos los días.
—¿Echas de menos tu casa? —preguntó Caleb.
—Una barbaridad. Voy a construir otra, Cal. La voy a construir encima de la que tenía. Una más segura, y que me dé el calor que necesito. El calor de un hogar.
Subieron las escaleras de piedra, y llegaron hasta una puerta que daba a la casa de Caleb.
Aileen estaba sentada en el sofá blanco de piel, con un cojín rojo abrazado al pecho y el iPhone pegado a la oreja. Parecía triste. La híbrida colgó el teléfono y lo dejó encima de la mesita del salón.
—¿Qué ha pasado? ¿Es Shenna? ¿Ha ido todo bien? —preguntó Daanna cojeando hacia ella.
—No. El bebé ha muerto —contestó Aileen, desolada.
—No puede ser. No puede ser —contestó Daanna con un nudo en la garganta.
—Menw, viene de camino y…
—¿Viene aquí? ¿A tu casa? —Daanna miró a Caleb, aterrada.
Cal y Aileen se miraron el uno al otro, compungidos.
—Sí, viene hacia aquí. —Aileen se acercó a Daanna, iba a tocarla, pero la vaniria le apartó la mano.
Estaba como en shock. Tenía las pupilas de los ojos dilatadas, sumida en sus recuerdos, en algo doloroso que había vivido. Y nadie sabía lo que era. Sólo ella.
De repente, la vergüenza y la culpa que ya conocía como si fuera su propia piel volvieron a abrazarla de nuevo, sin compasión, sin misericordia. Empezó a temblar y se abrazó a sí misma.
—Me voy. Yo… Me voy —dijo tartamudeando.
—¿Adónde? —Caleb quiso tranquilizar a su hermana, pero Aileen lo detuvo. Su cuñada estaba asustada.
—No, Cal. Déjala —miró a Daanna, empatizando completamente con su amiga—. Ve a casa y tranquilízate, cariño —le dijo dulcemente.
Daanna se alejó, con sus botas de agua negras y sus dibujos de flores y pájaros tan llamativos. Se abrochó la chaqueta y cojeó hasta llegar a la puerta. A Caleb se le rompió el alma al verla tan perdida, al sentirla tan desolada. De repente le asaltó un pensamiento, uno que hizo que le entraran ganas de llorar por ella. ¿Qué le había pasado a su hermana? ¿Y dónde había estado él, que no sabía nada de ello?
Al cabo de unos minutos, Menw picó a la puerta de su casa. Cuando entró, el sanador se veía tan desorientado como su hermana. Estaba mojado de pies a cabeza, había venido volando. Las nubes les permitían aguantar la claridad del día, aunque los debilitaba bastante. Una vez dentro, explicó con pelos y señales cómo había ido el parto.
—No aguanto sentir que una vida se me escapa de los dedos —confesó, llevándose las manos a la cabeza—. Tengo que encontrar un modo de ayudar a nuestros bebés, Caleb. Es desesperante no poder ayudar a los nuestros.
—Menw, no puedes culparte por ello. Tú ya estás haciendo demasiado.
—No es suficiente.
—Nunca lo es para ti. Eres demasiado exigente.
Menw asintió reconociendo la verdad implícita en esas palabras. Era exigente con todo y con todos. Había sido exigente con su hermano, y había sido exigente con Daanna. Daanna había estado dos mil años sola, aguantando una traición sobre sus espaldas, y había tenido que lidiar con él cada día. ¿Podría culparla por haber buscado calor en los brazos de otro hombre? No, pero podía culparla por ocultarle ese hecho. Por eso sí que la condenaba.
—Ella ha estado aquí, ¿verdad?
—Sí —le dijo Aileen, sirviéndole un té verde con menta y una rodaja de limón. Caleb la miró de reojo y sonrió, sabedor de que había puesto esa rodaja a propósito—. Ha estado aquí. Estaba herida, Menw —le recriminó, sentándose en el brazo del sofá.
Un músculo palpitó en su mandíbula. Daanna. Debería curarla. No podía permitir que ella sintiera dolor por su culpa.
—Cuando me enteré de lo de Aodhan —dijo Menw mirando al suelo con el vaso de té entre las manos—, me propuse que no la iba a dejar. De hecho no quiero dejarla. —Quería aclararlo. Se moría de ganas de tocarla y de verla, pero estaba muy dolido y esperaba que el paso de los días lo tranquilizara—. Sólo necesito tiempo para sacarme la estaca del pecho, ¿me entendéis?
—Menw —Caleb se levantó del sofá y miró a través de las ventanas de su casa. Miró el amplio jardín verde que se extendía ante sus ojos—, ¿estás seguro de que Aodhan es quién tú crees que es?
Menw frunció el cejo y miró sin comprender.
—Claro que sí. ¿Por qué si no Daanna me iba a ocultar nada en su mente? Aodhan es un hombre, y aunque te duela, y te aseguro que te duele mucho menos que a mí, ese tío tocó a Daanna más de una vez, y ella se enamoró de él.
—Pero nadie sabe nada de eso, Menw. Todos nos conocíamos en los clanes. Todos.
—¿Y quién te dice que no sea un humano? Nadie conocía a Brenda y aquella noche aparecí con ella como mi pareja. Aodhan no tenía por qué ser un vanirio. ¿Quién sabe? A Daanna le hacía gracia Gabriel, y era humano también.
—Gabriel, querido Menw —contestó Aileen, perdiendo la paciencia—, hacía gracia a todas las mujeres porque era un caballero que mataba a los dragones, ¿comprendes? Tú eras una especie de dragón para él, y creo que para Daanna empiezas a serlo. ¿Por qué no piensas sobre ello?
El sanador sonrió y meneó la cabeza.
—Lo de Aileen es muy peligroso, Cal. Tiene una lengua muy larga, ya te lo dijimos en su momento.
El líder vanirio se giró con una sonrisa de adoración por su mujer.
—Sí. Estoy trabajando en ello —contestó Caleb—. No me cuadra nada lo que me dices, Menw. Mi hermana no es así, no haría nada de eso.
—Tú no conoces a tu hermana.
—Ni tú tampoco conoces a Daanna, cegato —murmuró Aileen—. Mira, rubito, vas a tener que ponerte las pilas porque no pienso recoger los pedacitos de Daanna ni una sola vez más. ¿Cuántas veces crees que puede romperse un juguete hasta que se vuelve inservible? Quítate la venda de los ojos y mírala bien. Soy su amiga, su cuñada, su hermana. No me hace falta acostarme con ella para darme cuenta de lo que está pasando y espero sanador —añadió fervientemente, lanzando puñales con sus ojos lilas—, que hagas honor a tu título. Y que lo hagas pronto antes de que sea demasiado tarde, ¿me has oído? Te equivocas de cabo a rabo.
Caleb estaba a punto de sacar unos pompones y un cartel para animar a su pareja como si fuera una cheerleader.
—Si sabes algo, ¿por qué no me lo dices? —preguntó Menw, ansioso.
—Ah, no. Eso sí que no. Cúrratelo, guapo. No estoy segura, pero necesito que ella se abra, que lo admita y que confíe en nosotras para contarnos lo que sea. Y luego, seguro que voy a disfrutar viendo cómo te arrastras como un gusano para pedirle perdón. No voy a hacer tu trabajo, Menw.
Dicho esto. La vaniria los dejó solos.
—Te espero en casa, Cal —le dijo por encima del hombro.
—Por cierto híbrida —Menw sonrió con malicia, deseando devolverle el golpe.
—¿Qué? —se giró con la mano en el mango de la puerta.
—Daanna ha dejado tu coche para el desguace.
Aileen gruñó enfadada.
—Ya lo sé. Eso es lo que pasa cuando le salvan el culo a uno, ¿verdad, sanador? —Le devolvió la sonrisa—. ¿Se lo has agradecido? —chasqueó la lengua y le guiñó el ojo.
—Tu chica es mi héroe —musitó Menw cuando Aileen ya no estaba presente. Se pasó las manos por la cara: Cansado, agotado mentalmente y desgastado emocionalmente.
—Y el mío —reconoció llanamente.
—Caleb, tenemos muchos problemas. Shenna ha perdido el bebé, un bebé nacido. La profecía del noaiti habla de un alma nonata. No tenemos más mujeres embarazadas, que conozcamos —puntualizó—. Cahal está en manos de Seth y de Lucius. Temo por él, no puedo contactar con su mente. No sé cuándo se van a abrir los portales y Daanna ha empezado hace dos días a convocar a los guerreros. Si el portal se abriera ahora por ser casual, estaríamos todos muertos, ¿lo sabes, no?
—Pero no se ha abierto. —El moreno de ojos verdes se apoyó en el cristal de la ventana, cruzado de piernas con las manos en los bolsillos—. Estamos a merced de los acontecimientos, a merced del destino. Sólo podemos resistir. En eso, Brenda tenía razón. Somos la resistencia.
—Tampoco entiendo por qué los dioses esperaron tanto en tomar a tu hermana y enseñarle lo que pasó con Brenda y conmigo. Yo no podía decirle nada, aunque me moría de ganas, pero me dijeron que si se lo explicaba la matarían. Me tenían pillado por los huevos. Freyja me dijo claramente que tenía que ser Daanna quien se acercara a mí y preguntarme todo lo que quería saber. Me dijo que era ella quien debía dar el paso y perdonarme para que yo pudiera explicarle todo. Pero ese paso nunca lo dio.
—¿Y te sorprende? Estamos hablando de mi hermana. Se ha forjado de otra manera. Tiene mentalidad de guerrera, es testaruda, y en su cabeza el honor y el orgullo, siempre han sido lo más importante. Aunque creo que lo llevó al límite.
—Aguanté mucho, Caleb —aseguró Menw bebiéndose el té de golpe.
—Lo sé. Pero ella también.
—No creo que aguantaras un infidelidad de Aileen —añadió secamente.
Caleb se tensó ante la idea, pero intentó ser lo más razonable posible.
—Conocí a mi pareja virgen. Yo mismo le arrebaté la virginidad en un acto que difícilmente podía ser perdonado, pero ella lo hizo. Si Aileen tuvo el corazón de perdonarme, yo debería encontrar las fuerzas para perdonarle una traición. Sin embargo, tú y mi hermana no erais pareja.
—Caleb, me acosté con tu hermana la noche antes de que nos transformaran. Nos juramos amor eterno. Tenemos el nudo perenne en nuestros cuerpos. Ella era mi pareja, mi mujer. No al estilo vanirio pero sí al más puro modo celta —explicó con honestidad—. Para mí ella siempre fue mía —se emocionó al admitirlo ante su amigo.
—Y al cabo de tres días, te vio llegar con Brenda —lamentó Caleb—. No me puedo imaginar lo que tuvo que sentir al verlo. Los vanirios tenemos las emociones a flor de piel, mucho más amplificadas que los humanos.
—A mí también me dolía verla triste. Cuando Brenda se fue, creí que ella me perdonaría. Hice lo posible para acercarme, pero Daanna se negó en rotundo. Pasaron los siglos —sonrió como si se tratara de horas—, y el perdón nunca llegó. Un mes atrás, le rogué a tu hermana que me diera otra oportunidad, que era absurdo negar lo que sentíamos el uno por el otro, pero me pidió que la dejara tranquila, que la dejara en paz. Esa noche, ella iba a ver a Gabriel.
—Y entonces te rendiste. Te entregaste a Loki.
—El paso definitivo lo di cuando me encontré a Daanna en casa de Adam, alimentando al humano. Me volví loco, loco de celos.
—Y cuando diste el paso a la oscuridad, los dioses iluminaron a mi hermana y ella te fue a buscar —entendió, triste por el destino de dos personas que él quería y respetaba con todo el corazón.
—Sí. Me costó dos días perdonar lo que a tu hermana le llevó dos mil años. Porque la quería. Y cuando ya estaba decidido a vivir la eternidad con ella, escuché de sus propios labios el nombre de otro hombre. Un hombre que ella había amado.
—No puedo llegar a imaginar por lo que tú y ella habéis pasado, pero, creo que tienes que hablar con ella. Hay una razón para todo, Menw. Esos hijos de puta que hay arriba y mueven los hilos saben muy bien cuándo tienen que aparecer y por qué, y desgraciadamente, hemos sido víctimas de sus manipulaciones. Me cabreé mucho con As cuando me dijo que mantenía contacto con ellos. Le odié y me sentí traicionado. Le di una buena paliza y él a mí también. Pero, de algún modo, y mirándolo fríamente, creo que entiendo su postura y también me tranquiliza. Ahora sé que no nos han abandonado a nuestra suerte. —Tomó aire y exhaló, algo abatido—. No sé qué consejo darte, amigo mío. —Caminó hacia Menw y le tomó de la nuca con cariño, en un gesto de fortaleza y apoyo—. Pero creo que mi héroe ha mostrado el camino, así que, ahí va: Yo también le digo a Brave que lo amo —sonrió incrédulo ante lo que estaba reconociendo— y no me acuesto con él. Es un perro.