Capítulo 21

El día después.

Las píldoras funcionaban. Pero no alejaban el dolor del corazón ni tampoco la necesidad de que alguien la abrazara. Alguien no. Él. Menw. La había echado de su casa y alejado de su vida sin contemplaciones, y aunque comprendía su irascibilidad y su despecho, no estaba de acuerdo con sus métodos. Se había sentido tratada peor que una perra. El vanirio no se había puesto en contacto con ella ni siquiera para preguntarle si hacía o no efecto el tratamiento. Pero, para qué iba a preguntarle nada si ya tenía a Caleb para informarle sobre todo. Su hermano se había puesto del lado de Menw.

—No sé quién es Aodhan, Daanna. No tengo ni idea de si es o no es del clan, pero espero que no le veas nunca más. Espero que ya no esté en tu vida. —Le había dicho Caleb, desaprobándola con la mirada—. Todos sabíamos quién era tu pareja, ¿por qué hiciste eso?

Daanna no quería hablar con nadie. Estaba muy disgustada con Menw porque había hecho lo peor que se podía hacer entre una pareja: Había aireado los trapos sucios. Aileen era la única que no la juzgaba, y también María, que en una visita esporádica con As, le había prestado todo su apoyo. Mierda. ¿Es que todos lo sabían? De todos modos, ella seguía sin pronunciarse al respecto. Aunque le doliera.

Lo peor fue no poder ver la cara de Brenda mientras Menw la torturaba. No, eso no fue lo peor. Lo peor fue que nadie contara con ella para hacerlo. Ella había sido la más damnificada por las tretas de Brenda. Y en ningún momento la habían tenido en cuenta para sacarse la espina del corazón.

Al parecer, durante el interrogatorio, su caráid había descubierto algo increíble. Mientras Brenda tuviera la flecha de la cazadora en su cuerpo no se podría comunicar mentalmente con los demás vampiros. Así que había disfrutado mucho con ella.

—Tienen a Cahal —dijo Caleb mientras desayunaban juntos en el comedor de la casa de Aileen.

—Eso ya lo sabemos —contestó Daanna mirando a su hermano de reojo mientras se llevaba a la boca un espárrago pasado a la plancha. No tenía nada de hambre, pero Cal insistía en que comiera con ellos.

—Su plan era retenerlo hasta que Menw se entregara a Loki —explicó Aileen, hablando cariñosamente a su cuñada—. Pero apareciste tú y lo salvaste de las sombras, aguafiestas. Ellos esperaban que Menw te trajera a su bando, porque saben que eres la Elegida y quieren tu don para ellos.

Daanna sonrió a regañadientes.

—No saben qué don tengo.

—No —añadió Caleb—. Pero sé que ya no les importa tenerte o no con ellos, igual que ya no les importa que Menw se vuelva vampiro ni que Cahal siga vivo. Ahora sólo quieren eliminarnos. Se les acaba el tiempo. Es una carrera contra reloj.

Daanna jugó con la comida de su plato.

—¿Qué habéis hecho con Brenda?

—Menw le cortó el cuello y quemó su cuerpo. La ha eliminado de la ecuación.

Asintió con tristeza. Ella quería estar allí. Quería ver con sus propios ojos cómo una parte de su doloroso pasado se borraba por fin de su realidad.

Hoy esperarían a ver los movimientos de Laila y la seguirían. Y ella quería estar allí, necesitaba salir. Se estaba marchitando, necesitaba verlo. Su hermano seguía encerrándola en el castillo, como si fuera alguien intocable. Y ya estaba harta.

Brathair, hoy voy a salir.

—Ni hab…

—Y me da igual lo que me digas. Estaré bien.

—¿Por qué no le das el tiempo que te ha pedido? —Tiró la servilleta sobre el plato—. Deja que se tranquilice para que tú puedas acercarte a él con más seguridad.

—Menw no me va a matar —dijo horrorizada.

—Es un depredador. Un depredador que está muy cabreado contigo, hermanita. Yo de ti no tentaría a la suerte.

—Es mi vida, Cal. Y él es mi pareja.

—¿De verdad? —murmuró su hermano con sorna.

—¡No hagas como si supieras la verdad cuando no sabes nada, Cal! —Se levantó de la mesa y dejó caer los cubiertos sobre el plato—. ¡Es injusto! ¡No tienes ni idea de lo que pasa entre Menw y yo!

Caleb sonrió. Menudo carácter tenía su hermana.

—Sé algo que no sabía de ti, y lo sé a través de Menw porque tú nunca me dijiste nada —replicó él sin perder la compostura.

—Él cree que sabe… —susurró—. Pero no es así —negó categóricamente.

Caleb exhaló cansado y se pasó una mano por el pelo. Miró a Aileen que seguía comiendo en silencio como si estuviera sola en la mesa.

—¿No me vas a ayudar, nena?

—Daanna es mayorcita, Caleb. Deja que haga lo que quiera, esto no es una cárcel. —Se limpió la boca con unos modales exquisitos.

—Menw me ha pedido que cuide de ella.

—Cuidar, no retener —especificó Aileen con retintín—. Y Menw es un gilipollas. Es un hombre cavernícola y no se entera de nada, como tú. Lo relacionáis todo con el sexo, estáis locos. —Aileen se levantó de la mesa y se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón tejano. Sacó las llaves de su BMW—. Toma —agarró la mano de Daanna, le abrió los dedos y se las dio—. Menw está en el Soho. Tú ya sabes dónde. A las ocho de la mañana pasan a buscar a la científica loca y él quiere seguirla y ver dónde la dejan.

Daanna miró a Aileen y se sintió agradecida por el gesto de su amiga.

—Gracias —se iba a dar la vuelta cuando la híbrida le agarró de la muñeca.

—Te lo repetiré una vez más porque creo que hace dos días no te quedó claro en Hyde Park. Tienes amigas, Daanna —sus ojos lilas la miraban con una sabia y espeluznante comprensión, como si supiera lo que en realidad le había ocurrido en el pasado—. Ruth todavía espera que vayas a hablar con ella. Y, sinceramente, creo que tú también lo necesitas.

Daanna se fue corriendo de la casa.

Caleb miró a Aileen con una ceja levantada.

—Me llevas la contraria con mucha facilidad, Aileen.

—Y tú estás loco si crees que tu hermana no se va a escapar a la primera de cambio para ir en busca de Menw. Tú no escuchaste cómo lloraba ayer en la habitación. Fue horrible. No pienso volver a oírla, no quiero ver a Daanna así.

Caleb se sintió fatal.

—¡Yo tampoco! ¡Pero ella se equivocó!

—¿Tú qué sabes? Hace unos meses te creías que me acostaba con Víctor y luego resultó ser mi doctor.

—Un traidor.

—Sí, un asqueroso traidor. Luego creíste que me había liado con Bob, el tipo que me ayudó en Wolverhamptom.

Caleb echaba humo por las orejas.

—¿A dónde quieres ir a parar?

Aileen se cruzó de brazos.

—A que tenéis alguna deficiencia genética que os hace ser unos tíos celosos y posesivos y creéis que hombre que miramos, es hombre que nos tiramos. Hombre que nombramos, es hombre con el que nos hemos acostado o con el que nos gustaría hacerlo. Estáis enfermos.

—Uy, no me gusta nada tu tono, pequeña. —Se levantó y se fue hacia ella.

—Daanna lo está pasando muy mal. Y tú te has puesto del lado de los machos. Yo me pongo de su lado. Y tampoco sé quién es Aodhan, Cal.

—Dijo que lo amaba, y se lo dijo en sueños.

—Y yo le digo a Brave que lo amo, lo adoro y lo quiero y es un perro. —Clamó al cielo—. Ruth le dice a Liam y a Nora que les ama y son unos niños. Le digo a mi abuelo que le quiero, y como comprenderás, Cal, querido paranoico mío, yo no me tiro a mi abuelo.

—Sigue hablando —dirigió sus manos a la camisa blanca que llevaba y le desabotonó el primer botón.

—A lo que me refiero, mo duine (mi hombre), es que es Daanna quien tiene que explicarle a Menw quien es el tal Aodhan, no Menw quien tiene que dar por hecho su relación con ella. No te metas entre ellos. Deja que solucionen sus cosas.

—Lo pensaré. —Y sonrió como un león mientras la arrinconaba contra la cómoda del comedor.

«Ruth todavía espera que vayas a hablar con ella». Le había dicho Aileen. Se llevó el chupa-chups de vainilla a la boca y cerró los ojos mientras salivaba de gusto. Había dejado aparcado el BMW azul en una de las calles del Soho Square. Llovía a cántaros, el cielo estaba nublado y eso a ella le iba genial. Llevaba puestas unas botas de agua negras con estampados muy llamativos. Unos tejanos muy ajustados y un abrigo acolchado negro y largo. Se había recogido el pelo con una diadema fina plateada.

¿Dónde estaba Menw? A esas horas había poca gente por la calle. Miró los tejados uno a uno, las porterías, las cafeterías que ya estaban abiertas… Olió el aire, y no detectó ni pizca de vainilla, a excepción del chupa-chups que estaba chupando con avaricia. Se abrazó a sí misma mientras le recorría un escalofrío. El ambiente era muy frío. O a lo mejor era que ella llevaba dos días con el alma helada. La cuestión era que, desde que Menw la había dejado, no dejaba de tiritar.

Un coche negro se paró frente a la portería de Laila. La morena con aspecto de chico a lo Lisbeth Salander, salió por la puerta y entró en el coche mientras se cubría la cabeza con la chaqueta.

Daanna se puso en guardia y se ocultó cuando el mercedes negro pasó por su lado. Buscó a Menw por los alrededores, esperó a ver aparecer su Porsche de color marrón, pero por allí nadie seguía a Laila.

Daanna corrió a por el BMW azul eléctrico, corrió como el viento. Se subió y decidió seguir al Mercedes por su cuenta. Cuando siguió la estela de los newcientist se dio cuenta de que una Ducati 848 EVO de color negro, seguía al vehículo que ella misma estaba persiguiendo. El motero llevaba una chaqueta azul oscura con las siglas AMG en la espalda. Abrió ligeramente la ventana e inhaló el aire. El corazón se le detuvo. Vainilla.

—Menw —susurró nerviosa y contenta de volverlo a ver.

La moto corría como el diablo, pero el coche de Aileen también era muy rápido. De repente, el mercedes saltó un semáforo en rojo, las ruedas chirriaron sobre el húmedo asfalto y empezó una verdadera persecución. Se habían dado cuenta de que los seguían.

Menw le dio gas a la moto.

Daanna también apretó el acelerador y mantuvo el mismo ritmo que ellos.

—¿Qué haces aquí?

Oh, qué bien se sentía oír su voz, aunque fuera con tanta mala leche.

—¿No te alegras de verme? No puedes apartarme de esto. —Contestó desafiante.

¿Vienes por más pastillas?

—Vengo a echarte una mano, tonto —murmuró en voz alta.

Los radares de velocidad de Londres debían echar humo. Era espectacular ver a un Mercedes derrapando por las esquinas, una Ducati esquivando dos coches a una velocidad de vértigo, y un BMW que tomaba las curvas como si fueran rectas. Daanna adoraba las carreras de fórmula 1. Y siempre había querido tener una razón para pisar el acelerador hasta el fondo. Ahora la tenía.

¿Estás loca? Vete de aquí, maldita sea. —Había un tono apremiante y preocupado en su voz.

—No me voy a ir.

Sin darse cuenta ya estaban en las afueras de Londres dirigiéndose a Ipswich. Menw estaba a punto de alcanzar al coche cuando un Rodius plateado se colocó al lado de su moto y lo embistió, lanzando el cuerpo de Menw sobre el capó del Mercedes. La moto quedó hecha trizas y dio varias vueltas de campana por el arcén.

—¡Menw! —Daanna aceleró y se colocó al lado del Rodius, lo suficiente como para darle, con un volantazo con el morro del coche, en la parte trasera. El Rodius dio varias vueltas sobre sí mismo, hasta que fue embestido por un Ford Kuga blanco.

Por las ventanas del siniestrado Rodius salieron tres lobeznos a cuatro patas que corrían tras el BMW de Daanna. Daanna miró a través del retrovisor y justo cuando uno de los lobeznos iba a saltar para encaramarse al techo de tela del coche descapotable, Daanna frenó de golpe, dándole en las rodillas y partiéndoselas al instante. El tronco superior del lobezno salió volando por los aires.

Daanna aceleró para ayudar a Menw. Los dos lobeznos iban a por él mientras el conductor del Mercedes disparaba a través del cristal.

Menw se sujetó con una mano, alzó el puño y atravesó el cristal delantero hasta sacar al conductor por la corbata negra que llevaba. Le lanzó fuera de la carretera y entró en el coche para conducir el vehículo.

Una vez dentro. Menw miró al lado izquierdo y se encontró con que no había nadie de copiloto. Miró por el retrovisor y se encontró con un cristal completamente negro. Aunque no la veía, sabía que dentro estaba Laila. No sabía dónde tenían que ir, ni siquiera había navegador para seguir la ruta. Y Laila no le servía, ya había visto todos los circuitos mentales cerrados de la chica, y era una puta tumba.

—Detrás de ti, otro Rodius.

Aquello había sido una emboscada en toda regla. Por lo visto esperaban sus movimientos.

Un Rodius plateado se sumó a la carrera y golpeó la parte trasera del BMW.

—Aileen, te compraré otro, lo prometo —gruñó mientras esquivaba los golpes.

Daanna sintió un fuerte apretón mental a la altura de las sienes y gritó dolorida.

—¿Daanna? ¿Qué sucede?

Daanna ni siquiera podía abrir los ojos por el dolor que sentía. Algo le estaba estrujando el cerebro y quería reventarle los oídos.

Menw frenó, dio la vuelta y se puso en contra dirección, pasó por encima de un lobezno y embistió de cara contra el Rodius que molestaba a Daanna; éste se quedó en equilibrio sobre sus ruedas laterales y acabó boca abajo fuera de la autopista.

Daanna descarriló mientras el último lobezno empujaba el coche con su cuerpo, sacándolo también de circulación.

Menw paró el coche y salió disparado a socorrer a Daanna. Se quito el casco y lo tiró al suelo.

El lobezno la había sacado del interior y estaba a punto de morderle la garganta. Desesperado por llegar a ella a tiempo, voló a ras de suelo y lo embistió en la parte baja de la espalda, impactando en su columna y haciendo que ambos cayeran.

El monstruo mordió el muslo de Daanna mientras estaba en el suelo, y ella gritó como una loca, enseñándole los colmillos y cogiéndole del pelo de la cabeza. Menw lo cogió por la garganta, le clavó las puntas de los dedos en la tráquea, y se la sacó de cuajo.

Menw y Daanna quedaron envueltos del olor a gasolina, el fuego de las explosiones de los coches y el humo negro de la combustión. Llovía a cántaros.

Cuando la había visto en el BMW no se lo podía creer; cuando había corrido tras ellos, quería matarla con sus propias manos; y cuando había embestido contra el Rodius con un golpe maestro de volante, estuvo a punto de sufrir una embolia cerebral. Y ahora, no sabía qué hacer con aquella mujer. La mentirosa tenía agallas.

—Te dije que no quería verte.

Daanna se encogió ante su tono pero no se amilanó.

—Esperaba oír algo como: «Gracias, Daanna, por salvarme la vida». A lo cual yo contestaría: «De nada, Menw. Por ti haría lo que fuera». Pero tú te reirías de esto último y lo echarías por tierra, así que supongo que no vale la pena.

—¿Sigues con tus mentiras?

—No te he mentido —contestó con sinceridad. Se acercó a él con pasos cautelosos. Sabía que Menw le estaba prestando atención al mordisco del muslo. Le escocía horrores, la ponzoña del lobezno era muy tóxica—. ¿Crees que las pastillas servirán para cicatrizar este tipo de heridas? —preguntó, cojeando hacia él—. ¿Sirven o me vas a dar de tu vena, Menw?

Menw quiso abrazarla, perdonarla por todo. Quería ofrecerle el cuello y decirle que bebiera tanto como quisiera, pero hacerlo sería ceder de nuevo con ella. Quería gritarle que Aodhan era su pasado, y que él sería su presente y su futuro, pero a Aodhan le había dicho que lo amaba, y a él no. Puede que no le hubiera mentido, pero sí que había ocultado esa información, y él se sentía horriblemente traicionado por ello.

—¿No tienes hambre? ¿Te apetecería hincarme el diente ahora, Menw? —le temblaba la voz, loca por recuperarlo—. Yo estoy deseándolo. Te deseo con locura. Las pastillas funcionan, pero tienen un problema. Brazos.

—¿Brazos?

—No tienen. No me abrazan, ¿sabes? Quiero que…

—No. —Retrocedió deteniendo sus palabras—. No tengo hambre, mis pastillas van mejor que las tuyas. Y no, he descubierto que no te necesito. Puedo vivir sin ti, Daanna.

Daanna se detuvo y su rostro palideció.

—Me gustaría poder explicártelo todo —dijo atropellándose con las palabras—. Te lo contaré, por muy mal que me deje está confesión. Yo. Te lo contaré —se apartó el pelo de la cara y lo miró, rogándole que le diera esa oportunidad.

Menw dio un paso atrás, y la miró de arriba abajo, menospreciando cada pulgada del cuerpo de la vaniria.

—No me interesa, Daanna. No quiero saber nada.

—¿Por qué no? —gritó ella afligida—. Hace dos días me lo pediste, me pediste que fuera sincera contigo. ¿Qué ha cambiado ahora?

—Muchas cosas. Ahora sé que no eres tan importante como yo creía. Sé que sigo respirando sin tu sangre, y que mi corazón sigue latiendo sin ti, y ahora es lo único que me interesa. Vete a casa, Daanna. No hace falta que te humilles más, se cuánto valoras tu dignidad. Y no intentes conversar conmigo mentalmente.

Daanna apretó los puños y siguió caminando hacia él. Menw se dio la vuelta, dirigiéndose decidido al Mercedes. Podía oír cómo la vaniria cojeaba y luchaba por seguir la zancada. Cada paso desigualado era una estocada a sus sentimientos y a su moralidad. Aquello no estaba bien. Pero tenía que sacársela de la cabeza como fuera.

—¡Menw! ¡No me des la espalda! —gimió.

Menw se giró de golpe y Daanna cayó de culo sobre el barro. Lo miró desde el suelo, con el pelo negro empapado y pegado a la cara y sus ojos verdes implorantes. Sus lágrimas se mezclaban con el agua pura que caía del cielo gris.

—Me da igual el orgullo, Menw. Me he acogido a él durante mucho tiempo, pero estoy harta —arrancó a llorar—. Me estoy arrastrando por los suelos, literalmente. ¿Es que no lo ves? —cogió un puñado de barro y se lo lanzó a la cara. Le quedó un pegote en la mejilla y otro en la frente—. Mírame, toda indigna aquí tirada. La princesa de hielo deshecha en lágrimas por ti. ¡Por ti! —se tragó un sollozo—. Pidiéndote que le des una oportunidad. Sólo una —repitió alzando el dedo.

—Gracias por ayudarme, Daanna —escupió las palabras a disgusto—. Gracias por joderme la vida de esta manera. Lárgate y vuelve de aquí a dos mil años, entonces puede que te dé una oportunidad —ése fue el consejo más malo y venenoso que había dicho en su vida, y se sintió indigno de verdad al dirigirlo a Daanna.

Los hombros de Daanna temblaron. En un arrebato de ira e impotencia, se levantó chillando como una fiera y fue directa a Menw a golpearle, a arañarle, a tirarle del pelo por ser tan ciego y tan cruel.

Entonces, la puerta trasera del Mercedes se abrió y una malherida y renqueante Laila salió a trompicones. Cayó a cuatro patas. Tenía un tajo enorme en la frente, del que brotaba mucha sangre, y dos tapones de cera en los oídos. Qué extraño. Pero la sorpresa estaba por llegar ya que lo que ninguno de los dos podía imaginarse era que a su lado, inconsciente y con una brecha en la ceja, estaba la rubia del Ministry: Mizar.

El manos libres del Mercedes empezó a despotricar.

—Joder… ¿Qué ha pasado? ¿Les tienes?… ¿Hola? ¿Mizar? ¿Estás ahí? Joder… Comunicador… Mierda…

La pareja de vanirios conocía perfectamente esa voz. Era la de Seth.

Menw habló a través del manos libres.

—Mala suerte, vampiro —soltó Menw—. Tenemos a Mizar Cerril, ¡más te vale que Cahal siga con vida cuando vayamos a buscarlo!

La línea se cortó después de un duro exabrupto de Seth.

Menw agarró a Laila y le presionó dos puntos de acupuntura por encima de los parpados que la dejaron inconsciente. Daanna sacó a Mizar del coche cogiéndola por debajo de las axilas y la dejó estirada sobre el arcén. Lucía una brecha aparatosa sobre la ceja y se le estaba hinchando el pómulo; no estaba consciente. De su cuello colgaban un silbato plateado muy delgado de frecuencia altísima.

—Desconecta la radio, Menw.

Menw lo hizo.

—Esto es lo que me ha aturdido —murmuró Daanna sin tono en la voz—. Tú llevabas casco y ha detenido las ondas —comentó acariciando el instrumento, sin mirarlo—. A mi me ha afectado.

—Viene la poli —sacó su iPhone y llamó a Caleb—. Cal, sí, sí… Escucha. Sí, está aquí —controló a Daanna por el rabillo del ojo—. Escucha, hackea las cámaras de seguridad vial que pueda haber desde Londres a Ipswich. Borra todo lo que hayan podido gravar. Sí, las necesitamos —colgó el teléfono.

—Yo me encargo del cuerpo de los lobeznos, tú lidia con la policía y los paramédicos —ordenó Daanna.

Llegó la policía y Menw se encargó de manipular sus mentes y la percepción del accidente. Daanna había aprovechado para incinerar los restos de los lobeznos con el fuego de los coches y la gasolina.

Al final, se alejaron con Laila y Mizar en brazos. Se elevaron por los cielos cada uno transportando un cuerpo humano encima.

—Caleb me ha explicado que has matado a Brenda.

—Sí —contestó él inmediatamente—. No pude sacarle nada. Pero dijo muchas cosas sobre ti —aseguró en voz baja.

—No me puedo imaginar lo que te dijo —comentó con ironía.

—Dijo que me engañabas. Que tú no me querías. Que te habías estado riendo de mí. Que todos en el clan sabían que eras una golfa y que te acostabas con…

Daanna apretó la mandíbula y miró hacia otro lado.

—No sigas, por favor, vas a hacer que me emocione.

Menw miró a sus pies. Entre las nubes, el mundo era insignificante, tan insignificante como él se sentía ahora.

—¿Sabes qué le dije?

—Me hubiera gustado que le dijeras un: «Que te follen». Pero creo que por ahí no van los tiros.

—¿Desde cuándo eres tan sarcástica? Le dije que tenía razón.

Daanna sorbió por la nariz. Agradecía el aire frío del cielo, le insensibilizaba la cara y gracias a eso la bofetada no le dolió tanto.

—Ella también me dijo que tú no me querías —apuntilló Daanna—. Que nunca lo habías hecho, que sólo era un estorbo para ti.

Menw prestó atención a sus palabras. Así que Brenda había jugado a lo mismo en las dos bandas. Menudo descubrimiento. Brenda era una vampira, una manipuladora.

—¿Qué le dijiste tú?

—No le dije nada —sonrió sin ganas—. Pero tenía a una gran amiga al lado que habló por mí y dijo: «Tonterías, Daanna. No le hagas caso».

Entonces Daanna lo entendió. Entendió lo que quería decirle Aileen, entendió la actitud protectora de Ruth y también el cariño abierto de María. Recordó cada gesto cómplice con ellas, y cada sonrisa compartida, y supo que aunque no tuviera a Menw, aunque él no la quisiera escuchar, habría tres personas maravillosas que sí lo harían. Y seguro que sería terapéutico hablar con ellas, porque ellas no la juzgaban ni la medían bajo ningún rasero. Porque ellas eran sus amigas.

El vanirio no supo por qué se sintió avergonzado al escuchar el relato de Daanna, pero sintió que la convicción que sentía respecto a ella, se resquebrajaba. Fantástico, ahora estaba en medio de un TAB.

Su iPhone volvió a sonar. Con un brazo agarró a Laila y con el otro, tomó su teléfono.

—Dime, Iain.

—Es Shenna —dijo la voz de su amigo al otro lado. Parecía asustado—. Shenna está sangrando, pero todavía es pronto y… No puede estar de parto aún.

—Un momento, Iain. Tranquilízate. ¿Dónde estáis?

—En Segdley. En nuestra casa.

—No os mováis de ahí. Ahora mismo voy para allá.

Daanna lo miró alarmada.

—¿Es Shenna?

—Sí. Vamos rápido, tenemos que llegar lo antes posible.

—Ni hablar. Dame a Laila. Yo me encargo de ellas. Ve y atiende a Shenna.

—¿Estás segura? —preguntó observando cómo Daanna cargaba a las dos mujeres sin ningún esfuerzo aparente.

—Segurísima. Cuida de su bebé, Menw. No permitas que le pase nada. —Lo miró con plena confianza en sus aptitudes, y con un sentimiento que hasta ahora no había visto en los ojos verdes de la Elegida. Empatía absoluta con Shenna.

Menw asintió y se dirigió a Segdley, dejando sola a Daanna entre las nubes, con miedo por Shenna, los recuerdos de su pasado y sus amigas del presente en quienes había decidido apoyarse.

Arrancó a llorar en el cielo, sabiendo que nadie la oiría, sabiendo que sus gritos y su pena se los llevaría el viento. Esperó que la lluvia la limpiara y la hiciera renacer a un nuevo día; un día en el que Menw no quería participar, y deseó ser fuerte para acatar su decisión. Estaba bien.

No podría hacerlo, aunque su sangre caliente y su corazón gritaban lo contrario.