Capítulo 20

¿Cuántas cosas se podían aprender de una persona en dos días?

¿Cuántas más se podían aprender de uno mismo?

Cuando el tiempo compartido había sido tan intenso, seguramente se tenía la posibilidad de percibir y averiguar más matices ocultos en dos días que en dos milenios de distanciamiento. Eso era lo que se preguntaba Menw, cuando, al amanecer, había decidido dejarla descansar después de su interminable interludio sensual.

Podía decir muchas cosas sobre Daanna; el carácter y la personalidad que había desarrollado en estos dos mil años era muy diferente de cómo era cuando su sangre era humana. La vaniria se había hecho fuerte por mero instinto de supervivencia. Era toda una fortaleza infranqueable, se entregaba a él y no lo hacía por completo, como si estuviera muy celosa de algo que sólo ella podía saber. Tenía la esperanza de que con el tiempo, esa muralla que rodeaba su alma, ese bastión tras el que se ocultaba, pudiera desvanecerse, esfumarse y dejar que él se quedara con todo lo que ella representaba.

Le retiró un mechón de ébano de la cara y apreció sus bellas facciones. Cuando dormía, seguía siendo una niña pequeña. Y a veces, cosas que lo sorprendían y le fascinaban por igual, cuando se enfadaba y discutía con él, olvidaba la condición de dama y princesa de los vanirios y se convertía en una mujer que era un cruce entre un camionero y un bucanero, y entonces, él caía de rodillas ante ella, ante las lindezas y soeces que podía escupir por esa boca hecha para atormentar al sexo opuesto.

Menw se alimentaba sólo de verla. Antes de dormirse, la había vestido, porque, si se bilocaba, no querría aparecer vestida de cualquier manera delante de nadie. Él tampoco quería que nadie más que él la viera en ropas menores.

Menw le pasó la mano por la cadera y la dejó ahí. Dormía acurrucada contra él, de lado. Él había puesto su poderosa pierna por encima de ella y la había acercado a su calor, pero no podía dormir. Tenía miedo de abrir los ojos más tarde y descubrir que ese acercamiento no había sido real. Que ella no estaba a su lado. Con la cabeza apoyada en su mano, acarició su cara con los ojos y también ese cuerpo que los dioses habían creado sólo para él. Le asaltaban muchas preguntas, preguntas sin respuesta. ¿Por qué, si él era el que despertaba el don de la Elegida, los dioses habían maquinado ese ardid contra ellos? A ellos les interesaba que Daanna despertara para replegar a todos los guerreros perdidos, ¿no? Entonces, ¿por qué?

—No… no…

Menw frunció el ceño y escuchó con atención la voz suplicante de Daanna. De repente se revolvía inquieta y apretaba los puños que tenía contra el pecho de Menw.

—¿Mo ghraidh? ¿Qué pasa?

Daanna lloriqueaba y se acercaba más al cuerpo de Menw.

—¿Daanna? —él la abrazó y puso una mano sobre su nuca. Rozó con los labios su sien—. ¿Qué tienes, amor? —susurró.

La joven estaba temblando.

—No… No te vayas… No me dejes…

Menw sintió que su corazón se fracturaba en mil pedazos.

—No me iré. —La abrazó con más fuerza—. Tú eres todo lo que yo siempre quise —que fácil era sincerarse con ella cuando sus enormes ojos verdes lo miraban. Cuando ella no podía oír ni saber lo frágil que él se sentía a su lado, el poder que tenía sobre él.

Tha mi’gana h-iarraidh[12] —susurró con un fuerte lamento—. Por favor, por favor…

Menw no se encontraba nada bien. Daanna tenía los ojos cerrados, estaba en medio de una pesadilla, y él no podía despertarla… Y esas lágrimas que caían a través de las comisuras de sus ojos lo devastaban.

—Estoy aquí, niña —murmuró temblando por la pena que desprendía el cuerpo de aquella mujer—. No me voy a ningún lado.

—No me dejes, no me dejes. Conmigo… Quédate conmigo. Aguanta. Quédate… —gimió débilmente, siendo presa de pequeños espasmos—. Thà ghraidh mor agam air… Aodhan[13].

Hielo. Frío. Dolor. Desolación.

—Is caomh lium thu a, Aodhan[14].

Menw no sabría explicare jamás lo que sintió cuando escuchó susurrar a Daanna el nombre de otro hombre en sus labios. Cuando oyó perfectamente cómo ella reconocía abiertamente que lo amaba.

—¿Quién coño es Aodhan? —gruñó con los dientes apretados.

De repente, el cuerpo de Daanna dejó de temblar, y entre pequeños hipidos, se quedó totalmente relajada, arrimada al torso musculoso y duro de Menw. Pero Menw no quería ser su paño de lágrimas.

Sobre todo cuando Daanna tenía en su mente y en su corazón a otro hombre.

Eso era lo que Daanna escondía. Aquél era el secreto, lo que ella no le dejaba ver. Y con razón. Si ella había estado enamorada de otro hombre, ¿por qué iba a reconocérselo al hombre del que dependía para obtener su don? Lo ocultaría como una perra, para que él estuviera contento. Le había hecho creer que él sí que le importaba. Menw apretó los puños mientras dejaba que la rabia barriera con todo. Había ocultado todo lo que habría hecho con él. ¿Daanna había estado con otro?

«¿Así que era eso? ¿Te has estado riendo de mí, Daanna?». Tomó un puñado de pelo y lo enroscó entre sus dedos.

—Mentirosa. —Murmuró con rabia sobre su boca—. ¡Mentirosa!

La abrazó con fuerza.

Sintió algo rozándole las mejillas, y se quedó de piedra al notar que eran lágrimas. Él estaba llorando. Por supuesto que lloraba. Daanna había amado a otro hombre, un hombre que, por lo visto, la había abandonado mientras él estaba ahí por ella, día tras día, año tras año, siglo tras siglo. Él la amaba. Era lo único real entre ellos dos. Y ella no, o al menos tenía un corazón compartido. Pero Menw no compartía nada, nunca, si se trataba de ella. Ni hablar.

Una vez más, pensó en la potente arma que era el cerebro. Podía levantar barricadas alrededor de recuerdos o vivencias, y si no le interesaba recordarlo, si no quería revivirlo, las encerraba a cal y canto en algún lugar de la memoria. Eso era lo que había hecho Daanna. Pero al dormir, cuando la mente se relajaba y el inconsciente fluía, los recuerdos abandonaban la presa y regresaban para atormentar al más fuerte, o al más mentiroso, a aquél que quería ocultar sus vergüenzas, como ella.

—¿Aodhan? ¿Aodhan se llama? —Se apartó de ella y rodó sobre la cama. Colocó el antebrazo sobre los ojos. Le odiaba. Odiaba a ese tipo. La odiaba a ella por hipócrita y falsa—. Increíble. Has tenido que disfrutar mucho con esto, Daanna.

Daanna buscó el calor de Menw, inconscientemente, como un cachorro que busca el abrazo protector de su madre, ajena a lo que sus sueños habían revelado.

Menw se levantó de la cama con todo el cuerpo en tensión. No podía estar cerca de ella. Se puso los calzoncillos, un pantalón tejano, un jersey de cuello de pico de color negro y ajustado, sus botas de motero y su cazadora de piel. Se recogió el pelo rubio con aquella cinta negra que era inseparable de él. Las manos le temblaban.

Aturdido, se pasó el dorso por los ojos húmedos de las lágrimas, y reconoció, esta vez sin dolor, que Daanna lo afectaría siempre. Ella era el amor de su vida. Un amor no correspondido.

Necesitaba trabajar, despejarse. No podía abandonarla porque había prometido protegerla. Cuando estaba estresado, se metía en su laboratorio. Necesitaba alejarse de allí, de ella, de esa habitación que olía a limón, vainilla y sexo. Necesitaba la cabeza fría para preparar las píldoras de tratamiento hemoglobínico.

Hoy mismos las probaría. Al menos, ya sabía cómo iba a llamarlas.

Los colores cada vez eran más brillantes. El remolino intenso en el que se veía inmersa la mareaba y la llenaban de euforia simultáneamente. Estaba claramente en un agujero de gusano. Podía oír voces pasadas y futuras a través de ese pasillo de ondas electromagnéticas que la transportaban a su nuevo destino. Era su sino. Era la Elegida, y la sangre de Menw, su pareja eterna, la había hecho fuerte y también muy feliz esa noche. Le extrañó no encontrarlo con ella, ya que expresamente se había agarrado a él como un pulpo, para que en el siguiente viaje la acompañara. Pero él no estaba. Bueno, cuando regresara le daría los buenos días como se merecía.

El remolino de energía estrechó su vórtice y ella salió proyectada hacía él. Maravillada ante aquella nueva experiencia que estaba viviendo, echó un vistazo a sus manos. Era increíble. No se veía como algo sólido, si no como millones de partículas luminosas que bailaban ante sus ojos. No era cuerpo. Era sólo alma, energía. Se dejó llevar a través de ese tubo que viajaba a través del tiempo y del espacio y abrió los ojos para no perderse nada. Aquélla era su misión. Al final del tubo, divisó un lago, un lago enorme rodeado de increíble montañas verdes. Ella reconocía esas montañas, situadas por encima de Inglaterra.

Estaba en Escocia. El final del remolino se estrechó todavía más y divisó un río, uno de los que nacía del mismo lago. River Ness.

Cayó de rodillas detrás de un árbol que había en frente de un pub un tanto exclusivo llamado Johnny Foxes. Al lado de ese club hacía muchísimo frío, mucho más que en Londres de esa época. Esta vez sí que iba preparada. Al menos iba vestida en condiciones. Calzaba unas Panama Jack altas por encima de los vaqueros, un jersey de cuello alto de algodón y la cazadora de piel. Sonrió con dulzura. Menw elegía su ropa, y encima la cambiaba como le daba la gana. ¿Qué se había creído el vanirio? ¿Qué era Barbie modelitos?

Percibió la energía y la vibración al momento. Delante de ella, a punto de entrar al mencionado pub, un hombre vestido de negro con un ancho abrigo de piel y botas Martins negras con puntera de plata, llamó toda su atención. Era enorme, mediría unos dos metros. Llevaba guantes de lana blancos, que a su gusto, no pegaban nada de lo que llevaba. Era de esos guantes que tenían los dedos cortados. Tenía el pelo largo y negro de un tono mucho más azulado que el de ella, pero lo llevaba recogido en dos trenzas. El desconocido se detuvo y la miró por encima del hombro, como si su presencia lo molestara. Daanna pudo ver el color de sus ojos, del color del caramelo, pintados con kohl. Tenía motitas más amarillas en su interior, y una fea cicatriz le deformaba ligeramente el labio, como si siempre estuviera sonriendo en plan demonio. Era un highlander. Un hombre de las islas en toda su expresión. Atractivo, poderoso, y desafiante. Pero no era un vanirio. ¿Qué era?

El desconocido entró al pub y la ignoró.

Daanna lo siguió. El local estaba todo revestido de madera, olía a leña. Las paredes, hechas de ladrillos, habían sido pintadas de color verde. Había un gran barril de cerveza en el centro del salón.

El hombre se detuvo cuando una pequeña y rubia mujer de pelo rizado, pasó por delante con una bandeja llena de copas. La chica lo miró de reojo, con sus ojos castaños e increíblemente grandes para aquel rostro ovalado, y lo ignoró. Pero él no la evitó. La siguió hasta que estuvo sólo a cincuenta centímetros de su menudo cuerpo.

—¿Me vas a ignorar para siempre? —preguntó con una voz ronca que a Daanna se le puso la piel de gallina.

La mujer ni se inmutó. Dejó las copas sobre la barra con toda la parsimonia del mundo.

—Ardan, déjame tranquila, ¿quieres? —susurró la chica con una voz dulce y melódica. Dejó la bandeja vacía y se dio la vuelta, alejándose de él.

—Lo hice por ti. Tu cabeza loca y tu insensatez podrían haber acabado contigo…

—¡No me jodas! —se río de él—. Sabes a lo que vengo, sabes lo que tengo que hacer. Déjame hacer mi trabajo y haz tú el tuyo. Yo no me meto en tus asuntos.

Una ira helada salió del cuerpo de aquel hombre; la chica se tensó, igual que Daanna. Tomó a la joven con fuerza del brazo.

—Eres muy olvidadiza, Bryn. ¿No te metes en mis asuntos pero sí que puedes meterte en mi cama?

La chica lo miró a los ojos durante un momento eterno. Entre ellos la comunicación verbal era eléctrica. Daanna los miraba entretenida, desde la distancia. La matarían antes que interrumpirles. ¿Qué harían? ¿Se sacarían los ojos o se arrancarían la ropa el uno al otro? Bryn tenía la situación muy controlada, pero el tal Ardan había perdido el control por completo.

A Daanna no dejaba de fascinarle lo contradictorios que eran aquellos guerreros. Tan fuertes, tan poderosos… y tan dóciles frente a las mujeres.

—Suéltame —miró la mano que la retenía con asco, como si fuera una cagada inoportuna de una paloma.

Ardan la soltó. Se echó una trenza hacía atrás y se recolocó las solapas de la chaqueta. Soberbio.

—Como desees. Sírveme lo de siempre, guapa —le ordenó en tono despectivo, dejándole un billete de los grandes sobre la bandeja de madera.

Se dio media vuelta y se internó en uno de los compartimientos individuales, también de madera clara, que daban a las ventanas exteriores. La mujer lo siguió con los ojos, hasta que ordenó a sus piernas que se movieran. Pasó por delante de Daanna, como a cámara lenta, y la miró de arriba abajo. Un brillo asesino se vislumbró en las profundidades de sus ojos castaños, y algo rojo furia resplandeció en sus iris. No, esa mujer tampoco era humana. Estaba convencida.

La chica bajó los ojos y se cubrió el rostro con la bandeja vacía. Daanna la siguió con la mirada mientras se alejaba y desaparecía por otra puerta.

Guau. ¿Qué pasaba en ese pub?

La vaniria siguió a Ardan y se colocó en frente de él.

—Hacía tiempo que no veía a mujeres como tú —le dijo él sin saludarla—. Llevas muy poca ropa para aguantar el clima en Inverness. El invierno está a la vuelta de la esquina.

Daanna frunció el ceño.

—¿Invierno? ¿Qué día es hoy?

Ardan levantó las cejas y levantó la comisura del labio que no tenía cicatriz.

—Dos de diciembre. ¿Qué quieres, Elegida?

La joven se sentó enfrente y entrelazó los dedos de sus manos. Así que la conocía… «¿Dos de diciembre? ¿He dado un salto temporal? ¿Me he proyectado al futuro?». Daanna no podía asimilar esa información ahora, lo que necesitaba era dar la información necesaria antes de que la bilocación finalizara.

—Entonces, ¿sabes quién soy?

—Por supuesto. Él nos dijo que esperásemos a tu llamado. No nos dijo cuándo, ni dónde, ni cómo… Sólo dijo: «Ella vendrá a vosotros». Supongo que eres tú, ¿no? Además, aquí no hay mujeres de tu condición, solo hombres vanirios.

—¿Él? ¿Quién es él?

—Lo conocen por el nombre de Aingeal.

—¿Quién es? ¿Dónde está?

—Nadie lo sabe. Es silencioso. Es sigiloso. Tiene muy malas pulgas y está como una cabra. Sólo sabemos eso. Le conocí hará dos meses más o menos.

«El ángel. Tendría que informar a los clanes sobre este personaje».

—Tú no eres uno de nosotros. Quiero decir que no eres vanirio —señaló Daanna.

—Nop —miró a través de la ventana. Empezaba a nevar—. Soy un einhrejar.

—Un guerrero de Odín, inmortal como yo.

—Sip.

—¿Cuántos vanirios hay aquí?

—No muchos. Hay mucha valkyria, llegaron todas con ese tipo, Aingeal. Y también berserkers, pero están más en el centro. Bueno, ¿me vas a dar esas instrucciones sí o no?

«Por supuesto que sí».

—Escúchame bien —se inclinó hacia adelante y habló en voz baja—. Soy Daanna McKenna, del clan keltoi de los vanirios de la Black Country, y traigo un mensaje.

Menw había tomado a Daanna entre sus brazos, otra vez. En el momento en que su oído había detectado el toc toc de la frente de Daanna dándose contra el cristal del techo había corrido a sacarla de allí y colocarla bajo su cuerpo. Estaba en plena bilocación. Lo notaba en los movimientos de los ojos bajo sus párpados, y también en lo fría que tenía la piel. Su Daanna mentirosa.

¿Qué pasaría cuando abriera los ojos? ¿Qué le diría? Su instinto y su necesidad no le permitía hacerle daño de ningún modo, ella era Daanna, era suya, y él… Bueno, él era egoísta y, aunque ella no le quisiera, la quería a su lado y la mantendría cerca de él. Pero, antes de aceptar esa tortura definitiva, necesitaba pensar, no podía quedarse con ella en ese momento. Estaba muerto de la rabia y de los celos. Lo curioso es que, de algún modo, podía llegar a entender que Daanna se hubiera fijado en otro en ese tiempo que estuvieron alejados. Más aún creyendo que él la había traicionado de un modo tan vil. Pero, aunque lo podía entender, le cortaba igual por dentro. Necesitaba tiempo para pensar, espacio. Necesitaba averiguar quién era ese tío que Daanna mencionaba en sueños y a quien decía que amaba. Palabras que él hacía más de dos mil años que no oía. Y puede que nunca las oyese de nuevo, y, en caso de hacerlo, ¿serían verdaderas?

Los ojos de Daanna aletearon y su piel empezó a calentarse. Estaba regresando.

Abrió los ojos verdes, aturdida por el viaje, y centró la mirada en lo que tenía en frente. El rostro de Menw la hipnotizó. Ella sonrió y alzó una mano para tocarle la mejilla rasposa por la incipiente barba. Él la miraba con seriedad y Daanna se sintió bien, por supuesto que estaba preocupado por ella.

—Hola, príncipe —murmuró con voz rasposa.

—¿Cómo ha ido el viaje?

—He hablado con un einhrejar llamado Ardan. Está en Escocia, en Inverness —se aclaró la garganta y alzó la cabeza para recibir un beso que no llegó de Menw.

—Continúa.

Arrugó las cejas, mirándolo entre sus densas pestañas.

—Hay un clan de highlander transformados por los dioses, son vanirios. No hay mujeres entre sus filas, y muchos de ellos están cediendo a Loki. Cada vez menos. Ardan está al mando del clan einhrejar y tiene contacto con los vanirios y los berserkers de esa zona. Le he mencionado que se ponga en contacto con Caleb. Pero hay un problema.

—¿Cuál? —preguntó secamente, oliéndole el cuello. Quería asegurarse de que no lo olía a otro hombre.

—Ardan no entrará en contacto con Caleb hasta principios de diciembre. He dado un salto temporal, Menw —explicó emocionada—. Un salto cuántico. No sé por qué me he desplazado al futuro, pero así ha sucedido.

—Bueno, podemos buscar a Ardan en el presente y ponerlo ya a nuestras órdenes.

Daanna negó con la cabeza y sintió cómo Menw se tensaba ante su negación.

—Creo que si ha pasado así es porque así tiene que ser, Menw. No podemos forzar las cosas. Sencillamente, lo sé. Siento que así debe de ser.

—¿De qué sirve esperar a diciembre cuando todo está sucediendo ahora, en este momento? Queda un mes y medio para llegar a esas fechas, joder.

—No lo sé. Yo… Solo lo siento así —contestó inquieta—. ¿Se puede saber por qué me miras de ese modo?

—¿Así cómo?

—Como si fuera tú enemiga. Como si no te fiaras de mí.

«Ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa», pensó el sanador.

—¿Debería fiarme de ti Daanna? —preguntó con una sonrisa dura y fría en los labios. Como si ella no mereciera esa confianza.

Daanna sintió que un puño le oprimía el corazón.

—Por supuesto que sí.

Menw se levantó de encima de ella y cogió un botecito de pastillas rojas del tamaño de un lacasito que estaban en la mesita de noche. Había una etiqueta con un nombre en letras muy pequeñas. Se las puso a la altura de la cara.

—¿Sabías que hablas en sueños? —preguntó meneando el botecito.

Daanna se incorporó y apoyó la espalda en el cabecero de la cama. Un sudor frío cubrió su piel, y algo le revolvió el estómago. La vergüenza. La culpa. Apretó la colcha con los puños y se la llevó al pecho.

—¿De verdad? —intentó que su voz sonara lo más liviana posible.

—Sí, nena. Hablas en sueños —se acercó a la ventana que daba a la plaza Piccadilly. La gente iba y venía. Unos se iban para siempre y luego volvían de nuevo. Buscando un hogar, una familia de la que formar parte, una vida que pudiera controlar. El control no existía, eso era algo que Menw sabía. Él nunca podría controlar a Daanna. Nunca estaría seguro de ella. Se puso las manos en los bolsillos y apretó el bote de pastilla con fuerza—. Verás, no sé cómo lo haces. No sé cómo me puedes esconder la información, pero, lo has hecho muy bien. No lo he leído en tu sangre, no lo he visto en tu mente, aunque sí había momentos en los que podía tocar el muro que no dejabas derribar. Sabía que me escondías algo pero no me imaginaba eso.

—¿De qué hablas? —estaba muy asustada. Eso no podía estar pasando.

—Hablo de ti y tus mentiras. ¿Quién es Aodhan?

Daanna se vio inmersa en una pesadilla en el mismo momento que Menw pronunció ese nombre. Por todos los dioses, ¿cómo se había dejado llevar así? La sangre de Menw le había relajado, eso era lo que había sucedido.

—No sé quién es Aodhan —mintió. Pronunciar el nombre en voz alta lo hacía todo más doloroso. Era como la frase de yo creo en las hadas que, al pronunciarlas, un hada revivía. Pues murmurando ese nombre en voz alta pasaba lo mismo. Lo hacía todo más real.

Menw se lanzó encima de ella y la arrinconó contra la pared.

—¡No me mientas! ¡Estoy harto de la mentira! ¡No me mientas más! ¡Tú no! ¡¿Quién es Aodhan?!

—¡Suéltame! —«No. No. Escapar. Necesito escapar»—. ¡Suéltame!

Menw la zarandeó y golpeó la pared con un puño, haciendo un feo boquete en la pared.

—¡Mentirosa!

—¡No! —le empujó con tanta rabia que Menw cayó de la cama y ella corrió a abrir la puerta de la habitación. Huir. Necesitaba huir.

Menw la agarró de la cintura y cerró la puerta con tanta fuerza que los cuadros que había colgados en la pared, cayeron al suelo y se rompieron.

—¡Daanna, se me acaba la paciencia!

—¡No es nadie!

—¡¿Te lo follaste?! ¿Estabas con él cuando no estabas conmigo?

Daanna se removió, liberándose de sus brazos como una culebra. Le dio un bofetón en toda la cara.

—Nunca. Nunca vuelvas a decir algo así —le enseñó los colmillos y siseó como una gata.

—¡Me cago en la puta, Daanna! —La alzó y la obligó a ponerse de puntillas—. ¡Eres una maldita hipócrita!

—¡No! —gritó. No podía contener la histeria. No podía mantener a raya las lágrimas. Todo le sobrepasaba—. ¡Tú no lo entiendes!

—¿Qué no entiendo? ¡¿Qué?!

—¡Nada! ¡No entiendes nada!

—¡¿Cómo me has engañado así?! Todo este tiempo… ¿Quién es? —Sus ojos lanzaban rayos furiosos contra ella—. ¿Retozaste con él? Todos estos años en los que yo te iba detrás… ¿Estabas con él?

—Detente Menw, por favor… —sollozó ella, temblando.

—¡¿Y luego qué?! ¡¿Te abandonó?! No eras buena para él. Te dejó, ¿verdad? —Le estaba llevando al límite, pero que lo colgaran si en ese momento no llegaba al fondo de la cuestión y aclaraba el maldito misterio.

Daanna se quedó dura como una piedra entre sus brazos. Eran verdades como puños las que Menw le echaban en cara. Y ella ya no lo podía negar. Pero es que no sabía explicarse, no sabía por dónde empezar…

Aquello pasó y ella no lo pudo entender de ningún modo.

—¡Sí! —Le empujó, abatida, doblegada. Cogió aire de un modo renqueante—. ¡Sí! ¡Sí! Menw ¡Me abandonó! ¡Se fue y me dejó sola! ¡Cómo tú!

Menw la soltó como si se hubiera quemado. Lo estaba reconociendo.

Daanna había tenido un amante.

—¿Quién era? —Su voz, monótona.

—No lo conoces —las piernas no la sostenían. Se dejó caer de rodillas sobre el suelo de parqué—. Tú… No lo conoces. Silencio.

—¿Dime dónde vive?

Ella negó con la cabeza. Sentía tanta congoja en su interior que no sabía cómo liberarla, ni siquiera tenía fuerzas para hablar.

—Como quieras —le lanzó el bote de pastillitas rojas. Ella no lo cogió. El bote se abrió y las píldoras se desparramaron por el suelo, delante de ella.

—¿Qué…, qué es esto? —susurró tomando una pastilla con manos temblorosas.

—No quiero que me toques, Daanna. No quiero que me muerdas.

—¡¿Qué quieres que haga, Menw?! ¡No es lo que tú piensas!

—¡Entonces dímelo! ¡Explícamelo! —La urgió, desesperado.

Le tembló el labio inferior, pero al notar que no salían palabras se dio por vencida.

—No puedo, Menw —susurró—. Lo siento… No puedo —su pelo negro cubrió el rostro anegado de lágrimas.

—Bien. Te tomas una por la mañana y otra por la noche. Tienen esencia de vainilla, así podrás engañar mejor el cerebro. Pero no te hace falta, porque eres una mentirosa de primera ¿No?

—Menw, no hagas esto… —le suplicó tomando el bote con las manos—. No me alejes de ti. Así no.

—¿Así no? —preguntó riéndose de ella—. ¿Qué esperabas? ¿Cuándo pensabas decímelo? ¿Cuándo pensaban decirme que estabas enamorada de otro? ¿Durante cuánto tiempo más me habrías engañado? Tienes lo que te mereces, Daanna.

Sonó el timbre de la puerta.

—Es Aileen —dijo indiferente—. La he llamado para que venga a recogerte. Pasarás unos días en su casa, hasta que pueda pensar con más calma. Luego ya decidiré lo que hacer contigo —había sido una decisión dura. La quería fuera de su casa.

Daanna abrió la boca y se levantó como un resorte.

—No eres mi amo.

—No lo dudes ni un segundo. Eres mi pareja, mi adúltera pareja. Nos hemos vinculado. Te tendré controlada, Daanna. Solo que, ahora, al saber que has estado abriendo las piernas con otro a mis espaldas, me da un poco de asco. No te puedo ni ver.

—Puedes estar enfadado Menw —apretó los dientes—, pero no me digas esas cosas porque luego se pueden volver en tu contra. No voy a dejar que me alejes de esto. Yo también quiero interrogar a Brenda. Iré contigo.

—Tú no —la cortó tajantemente—. No quiero que me acompañes. No te quiero aquí —la miró sin pestañear y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas—. No quiero mentirosas a mi lado.

—Menw —lloriqueó dando un paso hacía él.

—¡No te acerques! —gritó—. Coge las pastillas, no creo que pases las noches sin ellas. Cuando te vayas asegúrate de cerrar bien la puerta.

Esperó a que Daanna recogiera las píldoras una a una. Cuando las hubo recogido, lo miró por última vez con rabia.

—¿Le has puesto de nombre «Aodhan» a las pastillas? ¿Así es como vas a llamar a tu tratamiento milagroso?

—¿Te gusta? He pensado que como el hambre hace pasar un infierno a quienes lo sufren, ya sabes, hace que nos quememos en sus llamas, las pastillas podrían llamarse así. ¿No significa Aodhan «Nacido del fuego»?

Daanna negó con la cabeza, como si estuviera decepcionada con él. Cuando pasó por su lado él ni siquiera la miró, pero ella tuvo la sangre caliente de decirle:

—Lo extraño es que Menw no signifique «El tonto más capullo del mundo».

—Sí, y lo raro es que Daanna no quiera decir «La zorra más mentirosa del universo».

Ésas fueron las últimas y duras palabras que intercambiaron entre ellos.

Daanna cogió la maleta y tomó el ascensor. En Piccadilly la esperaba el Porsche Cayenne de Caleb, conducido por su amiga, Aileen. Daanna se cubrió la cabeza con la capucha y se metió las manos en los bolsillos de la cazadora. La hibrida la miró, y lo único que atinó a decirle al ver el estado catatónico en el que se encontraba, fue:

—Daanna, tranquila, todo se arreglará.