—Si sigues haciéndome esto, moriré.
Menw se movía en su interior, poseído por una lujuria descomunal. Hacía horas que estaba entre sus piernas. Ambos habían sanado sus heridas, ambos habían compartido sangre y se había alimentando como pareja vaniria que eran. Pero Menw estaba desatado por completo. Era como si quisiera demostrarle algo, a ella o a sí mismo.
—Menw, por los dioses, tienes que parar o mañana caminare como una vaquera. No… no puedo seguir…
—Sí, puedes. Una vez más.
Llevaba dos horas diciéndole «una vez más». Se había corrido tantas veces que estaba convencida de que estaba deshidratando. Menw salió de ella y le dio la vuelta sin dificultad. Daanna tenía el cuerpo de gelatina y él podía hacer con ella lo que le diera la gana.
—Esto no es normal —dijo él maravillado, centrando su mirada en el nudo perenne de su hombro—. Necesito más. Quiero más, a todas horas. —Le abrió las piernas y se internó por detrás. Estaba tan húmeda y tan dilatada—. Oh, joder, por Odín, nena… —Le levantó una pierna y se meció con lentitud.
Daanna gruñó con el rostro enterrado en la almohada. Menw entrelazó las manos con ella y las alzó por encima de su cabeza.
—¿Cuántas veces me has mordido, pantera?
—He perdido la cuenta —contestó en un resuello.
—¿Te imaginabas que el sexo como inmortales sería así? ¿Hum? —se impulsó con fuerza y tocó de nuevo ese punto que la hacía enloquecer.
—Nunca —con las manos entrelazadas, guio una de ellas hasta su entrepierna—. Acaríciame —le pidió.
—¿Aquí? —tocó su clítoris que estaba tan hinchado que parecía una cereza. Besó su cuello y su nuca y apretó con fuerza al tiempo que la penetraba.
—¡Sí! —lloriqueó.
Daanna se rompió por enésima vez, y sintió como Menw la llenaba y la inundaba con su esencia. Él cayó como un peso muerto encima de ella.
—¿Te aplasto? —preguntó cogiendo aire.
Ella no tenía ni fuerzas para decir que no.
—Ahora entiendo muchas cosas… —susurró, besando la palma de la mano de Menw.
—¿El qué?
—La cara de póquer de las chicas cuando hablaban del sexo con sus parejas.
Menw sonrió y salió de ella poco a poco. La puso boca arriba de nuevo y se colocó encima de su cuerpo a cuatro patas.
—No. Ni hablar. No puedo más. Estoy dolorida y cansada y… —Le dio una palmada en el pecho—. No me mires así. Aliméntame.
—¿Más? —Se miró el cuerpo; tenía incisiones en los antebrazos, en el cuello y en los hombros—. Ten piedad, princesa, parezco un colador.
Daanna tembló de la risa y peinó su pelo rubio con los dedos. Menw presentaba un aspecto demoledor. Ahí, encima de ella, con su pelo rubio por todos lados, sus ojos azules llenos de alegría y sus colmillos que hacía horas que no escondía. Estaba loca por él. Los tatuajes le fascinaban, y su cuerpo era una oda a la belleza masculina. Habían aprendido mucho el uno del otro en la cama. Cuando ser tierno, cuando ser agresivo y exigente. Menw decía que ella era muy salvaje, muy dominante. Y en cambio, para ella, el fuerte y el dominante era él. A veces ni siquiera la dejaba moverse. La anclaba a la cama, y ni siquiera dejaba que lo acariciara, solo podía recibir.
—Quieta. Tómame. Ábreme. Muérdeme —le decía una y otra vez.
Y ella se limitaba a recibir sus besos, sus mordiscos, sus estocadas, sus caricias… Claro, no se iba a quejar. Aunque ahora le dolían todos los músculos del cuerpo, y algunos que ni siquiera sabía que tenía. Y en ese maratón sensual, ¿dónde quedaban las palabras de amor? La aceptación del amor vendría. El sexo serviría para expresar aquello que sus corazones no podían reconocer todavía. Estaba convencida.
—No. Tengo hambre de comida. Quiero masticar.
—¿Más zanahoria?
—Eres un cerdo.
—Dijo el conejo.
—¡Basta! —Estalló en carcajadas. Miró la cosa enorme que Menw tenía entre las piernas. La pobre hacía por relajarse, pero sus intentos eran en vano—. ¿Qué le pasa? ¿Esta así siempre?
—No. Solo contigo —la miraba como si ella fuera un milagro y a la vez un puzzle sin completar.
—Como tiene que ser —se estiró como una gatita satisfecha—. Apártate, voy a saquear tu nevera. Te robaré una camiseta antes. Curiosamente, no me compraste ningún pijama, ¿sabes? ¿Se te paso?
—No los necesitamos. Dormiremos desnudos.
—Fantástico. Así cuando vuelva a hacer una bilocación, todos me verán en pelotas —le guiñó un ojo y él gruñó.
—Ni hablar —la besó con fuerza. Marcándola como suya.
—Solucionémoslo, entonces.
Daanna se levantó de la cama y sacó una camiseta de Menw, una enorme y roja, del Arsenal. La miró y levantó una ceja despectiva.
—¿Del Arsenal? No tienes gusto.
—¿Ah, no? —apoyó la cabeza en su mano y se estiró como el rey Midas, observándola con regocijo, admirando sus curvas—. ¿De qué equipo eres?
—Me gusta el deporte. Me gusta el buen futbol, así que, adoro al Barcelona. Como Ruth y Aileen. Como Gab… —se calló inmediatamente, para no hablar de él con Menw.
—Ya sé que no pasó nada entre vosotros. Puedes hablar de él tranquilamente. No me voy a enfadar. Él era tu amigo y siento lo que le pasó.
Daanna lo miró de reojo mientras se ponía la camiseta que, para variar, le iba grande.
—¿Lo sientes de verdad?
—Sí. Era un buen tipo —se la está comiendo con los ojos—. Él estaba enamorado de ti, ¿lo sabías?
—Sí.
—¿Y te daba igual darle esperanzas?
—No. No me daba igual. Fui con mucho cuidado de no ilusionarlo. Él aceptó mi amistad y yo la de él.
—Pues en tu mente no leí eso —cruzó los brazos detrás de su cabeza y miró al techo de cristal. La noche era una voyeur espectacular y llena de misterio. Seguro que las estrellas se habían sonrojado ante todo lo que habían compartido Daanna y él en ese dormitorio—. Tú querías sacarte una espina con otra y por eso decidiste salir aquella noche con Gabriel.
—No —contestó con suavidad—. La verdad era que yo solo quería dejar de pensar en ti —se cruzó de brazos y levantó una ceja—. ¿Está celoso, doctor?
Menw inclinó la cabeza y la miró. La luz de la luna le daba en la cara, y la sabana color borgoña solo le cubría la pierna que estaba estirada. Menudo Adonis estaba hecho.
—No puedo tener celos de él. Tú siempre me has pertenecido, y al final he sido yo el que se ha comido el yogur y el que te ha tenido debajo de su cuerpo, gritando y suplicando por más.
—Menw —le tiró un cojín que le dio en toda la cara, indignada—. A veces se me olvida que ya no eres un caballero.
Se alejó de la habitación, con las mejillas rojas y los ojos brillantes.
—¡Y a ti te gusta! —exclamó con una sonrisa malvada. Se estiró de nuevo en la cama y apretó el cojín contra su cara. Era ridículo ser tan posesivo, era vergonzoso sentirse así pero, no podía evitarlo. Se quedó un buen rato mirando las estrellas.
Quería hacerlo bien. Quería estar con ella.
Su mirada se ensombreció y se pasó las manos por la cara. Se habían prometido que no habría secretos, que no ocultarían nada. Él ya no lo hacía. Pero no podía decir lo mismo de Daanna. Al beber de ella, la Elegida se abría como una flor, pero no por completo. Ella medía cuando quería que le diera el sol y cuando no. Como si hubiese algo, algo incluso más fuerte e incontrolable que ella, algo que por nada del mundo quería enseñar. No quería presionarla ni empujarla, fuera lo que fuese, tarde o temprano lo descubriría, pero la verdad era que le molestaba.
Por otro lado, él estaba convencido de que Daanna le necesitaba y le deseaba tanto o más que él a ella. No, más imposible. Sus anhelos al respecto estaban igualados. No obstante, no se habían dicho ni una vez que se querían. La joven era poco vergonzosa en la intimidad, y lo era porque confiaba en él, porque los años de amistad como humanos habían pesado mucho entre ellos. Porque el amor pasado, podría seguir ahí, latente entre bambalinas. Pero no se había sincerado con él, no le había abierto su corazón. Entonces, si querían estar juntos, si él solo le pedía la verdad, ¿qué era lo que su pantera no decía? ¿Qué era lo que hacía que Daanna no cumpliera su parte del trato?
«Estoy haciendo tortitas a las dos de la mañana. Increíble». Se lamió un dedo lleno de azúcar mientras pasaba la masa por la sartén antiadherente. Abrió el bote de mermelada y lo dejó junto a la fruta, los lácteos y el manjar que había preparado y servido sobre el islote de la cocina. La cocina de Menw no estaba nada mal equipada, tenía de todo, aunque la inmensa nevera mostraba un aspecto bastante austero. Menw no cocinaba allí, él era de los que comía siempre fuera, prefería mantenerlo todo limpio y sin usar. Pero eso iba a cambiar. Lo iban a intentar juntos, ¿no? Él no se iría, ella no se lo permitiría. Ahora tocaba convivir y aprender a compartir todos los momentos de sus vidas.
Sin mentiras.
Sin rencor.
Sin secretos. Se le puso la piel de gallina y cortó una naranja con brío. Secretos.
Con el tiempo, a lo mejor, ella podría decirle a Menw toda la verdad. No en ese momento, porque la revelación podría destruirlos, a ella seguro, que no podía olvidar nada de lo sucedido, que acarreaba con ello cada día de su vida, y a él… Él nunca se lo perdonaría. Alejó todos los malos pensamientos y decidió que la mejor opción era centrarse en el presente. Sonrió mientras daba una vuelta a la cuarta tortita de avena que había preparado.
—Eres toda una visión —murmuró Menw apoyado en la puerta.
Daanna tenía el pelo recogido en un moño mal hecho, iba descalza con las uñas de los pies pintadas de rojo. Su camiseta del Arsenal le llegaba por debajo de las nalgas y estaba mordiendo un trozo de manzana mientras preparaba la comida para los dos.
—Me dejas sin palabras.
Daanna sonrió mientras masticaba la fruta y se llevaba los dedos a la boca. ¿Ella es una visión? Menw llevaba solo un pantalón holgado negro que resbalaba por sus caderas. Iba sin camiseta, con esa tableta de chocolate tan definida, el pelo recogido con una de sus cintas, todo echado para atrás, y una cara de satisfacción que no se la quitaban aunque lo estuvieran apuñalando.
—He preparado todo esto —balbució, algo insegura—. Me gusta cocinar cuando estoy de humor, y además, tengo un hambre de mil demonios.
Menw descruzó los brazos y caminó para colocarse detrás de ella, rodeándola por la cintura y apoyando su barbilla en su hombro.
—¿Por qué estás tan contenta nena?, cuéntame —le acarició la plana barriga con las palmas de sus manos y tuvo ganas de golpearse el pecho como Tarzán cuando ella se reclinó contra él, con total confianza. Su cuello todo marcado con sus colmillos, olía tan bien—. Tengo a una diosa en mi cocina con una de mis camisetas, sin bragas, y encima está cocinando para mí. Si tu estas contenta, yo debo de ser el rey de los suertudos. —Miró el plato de tortitas, y salivó ante la buena vista que hacían—. ¿Eso ya está?
—Sí —Daanna la colocó en la bandeja junto con las demás y las dejó en la mesa.
—Genial, ven aquí —la tomó de la mano, retiró la butaca, se sentó y la sentó a ella sobre sus piernas—. ¿Cuál es el menú?
—Tu eres mi Menw. —Dejó escapar una carcajada—. Eso ha sido malísimo, lo siento —pero no podía parar de reírse.
Él sonrió, fascinado por el brillo de los ojos de Daanna y por lo hermosa que era cuando sonreía. Quería más, más sonrisas como ésa.
—¿Qué te apetece? —pregunto él—. Déjame ver… Sé que te gusta la fruta —tomó los plátanos y las fresas—. Y eres muy golosa —cogió una tortita y un bote de nata—. ¿No hay nada salado?
—Esas tortitas de ahí —señaló otro cuenco lleno de tortas mientras se llevaba a la boca otro jugoso mordisco de manzana—. Y tienes verduras y huevos revueltos en la sartén —señaló la vitrocerámica—, y también… —Se le fueron las ideas cuando Menw introdujo una mano por la camiseta y le acarició la parte inferior de la espalda—… tienes manos.
—Y pies —añadió él, fingiendo asombro por su observación—. Eres toda una eminencia.
—Gracias me ha costado mucho llegar a este nivel. Milenio de estudio y de carreras nocturnas —bromeó, centrándose solo en él, en sus ojos, y en las arruguitas que se le formaban cuando sonreía risueño, como ahora. Entrelazó los dedos sobre su regazo y se mordió los labios—, me siento muy rara.
—¿Por qué?
—No puedo creer que estemos así. Tú y yo.
—¿No? —Tomó una fresa y se la ofreció—. Come, pantera, necesitas fuerzas.
Daanna se puso el mechón de pelo rebelde detrás de la oreja y abrió la boca. Dioses las fresas estaban riquísimas.
Menw gimió cuando vio desaparecer la fruta silvestre en los sensuales labios de Daanna.
—Daanna.
—¿Sí?
—Nunca más vuelvas a cortarte el tatuaje. Es mío, es mí nudo perene. Ha sido horrible verlo en tus recuerdos. Me ha dolido.
Daanna dejo caer sus ojos a sus piernas. Menw tenía ahora sus manos en sus muslos. Su piel morena destacaba sobre la suya más blanca. Una mano enorme de guerrero y de curandero.
—No lo podía llevar. Me quemaba. Sentí que era una mentira —dijo levantando la barbilla con la dignidad de una princesa.
Menw la entendió, pero le dolía igualmente. Se lo había hecho él después de la noche que pasaron juntos. Era su señal de amor eterno e irrompible. Y ella había estado a punto de arrancárselo. Bueno, lo había hecho más de una vez, pero al día siguiente, al cicatrizar la piel, el tatuaje seguía estando ahí, riéndose de ella.
—Tu nudo perene es sagrado para mí —le levantó la barbilla—. El primero que me hice. Tú has sido mi primera y única mujer. Daanna siempre te esperé. Siempre. El tatuaje me daba fuerzas para continuar, me demostraba que no estaba loco, que entre nosotros sí que había habido algo hermoso y puro. Que había sido real.
—Pero llegó un momento que no fue suficiente.
—Sí. Lo que detonó mi rendición a Loki fue la llegada de ese humano y tus reiteradas negativas a darme otra oportunidad. Me nublé.
A Daanna se le hizo un nudo en la garganta.
—¿Crees que… crees que eso hermoso y puro puede volver? ¿Crees que…?
—Puede ser. De momento ya has conseguido que acepte quedarme contigo. Y luego estás tan buena, tan rica, que… —intentó hacerle cosquillas en el cuello.
Entre risas. Daanna lo apartó. Tenía unas cosquillas terribles.
—¿De verdad que no te irás? —Sus ojos verdes y grandes lo miraban esperanzada.
—No. Soy egoísta, Daanna. Tienes que saberlo. He luchado mucho por ti. Me da igual que me odies o que te enfades conmigo o que no me aguantes o… —Se obligó a detenerse. Estaba a la defensiva—. Te di una oportunidad para elegir, y tú aceptaste el lote completo. Pues aquí me tienes. No soy el mismo de antes, Daanna. Tu tampoco. Lleguemos a un acuerdo, cederemos los dos, pero por mucho que lo desees, no pienso dejarte.
—Me parece bien —dijo conforme. Si pensaba que ella se iba a enfadar ante su tono y su declaración de intensiones, iba listo. Era lo mejor que Menw podía haberle dicho. Se sentía eufórica—. Me parece estupendo, Grumpy.
Intercambiaron miradas, la de ella sonriente y la de él desafiante, y decidieron que lo mejor para disolver la tensión que chisporroteaba ente los dos era darle a la mandíbula y comer. Se alimentaron el uno al otro. Menw le preparó una tortita llena de nata y con trozos de fruta en su interior. Ella le hizo otra con verduras, huevo y queso. Se las dieron, como dos tortolitos, entre besos, sonrisas y caricias descaradas llenas de malas intenciones por debajo de la mesa.
—Háblame del preparado hemoglobínico, Menw. Háblame de todo lo que has descubierto, de todo lo que sabes. —Se lamió un dedo lleno de nata, pero cuando iba a llevarse el anular que también estaba manchado, Menw lo tomó y se lo metió en la suya, chupándolo como si fuera un pirulo. Daanna fijó la mirada en su boca y en como él la saboreaba, y sus ojos verdes se aclararon llenos de deseo—. Ejem… me parece increíble que hayas encontrado una solución para la sed eterna.
—Es una solución de transito. Como una parche —explicó él besándole la palma de la mano—. Ni siquiera yo estoy al cien por cien seguros de si funcionará. En todo este tiempo he estudiado mucho la función del cerebro. Cuando los dioses nos mutaron, cambiaron nuestra genética, nuestro ADN. El cambio de nuestro ADN conllevó una alteración cerebral, en que el cerebro goza de una gran plasticidad. Esto quiere decir que se puede unir a su antojo. Lo que para el ser humano eran funciones básicas, como la de comer alimentos para subsistir, para nosotros también lo eran —puntualizó— pero con otros circuitos neuronales que, en vez de llevarnos a un plato de comida normal como saciante, hacen que nuestras sinapsis particulares nos lleven al anhelo de la sangre. Un anhelo que no podemos saciar hasta que encontramos a nuestra pareja de vida. Pero ese anhelo, la necesidad, sigue ahí, cada día, y es duro luchar contra ella.
—Continua —Daanna peló un plátano y se lo llevó a la boca, mirándolo entre sus largas pestañas—. ¿Tu puedes ver esas diferencias entre el cerebro humano y el nuestro? ¿Esos cambios a los que fuimos sometidos?
—Sí. Verás, es el sistema límbico el que contiene el circuito de gratificación del cerebro. Dame —abrió la boca, y Daanna compartió su plátano con él—. Contiene y conecta un montón de estructuras cerebrales, esa capacidad. También es responsable de nuestras emociones. Nuestro sistema límbico está más desarrollado que el ser humano. Es el doble de grande y presenta mucho más movimiento. ¿Sabes por qué? Porque está en continua actividad.
—Es hiperactivo.
—Así es. Es hiperactivo porque lleva pidiéndonos sangre desde que nos transformaron, por el simple hecho de que cuando éramos humanos nos encantaba comer, y como nos daba placer, nuestro sistema límbico nos motivaba a repetir ese hábito. Lo teníamos grabado como una función básica y placentera para nosotros, por lo tanto repetitiva. A Freyja se le fue la mano con nosotros, porque no tuvo en cuenta nuestra materia gris. Nos dijo que solo la sangre de nuestra compañera nos quitaría el hambre eterna, pero no modificó las pautas de nuestro cerebro, con lo cual, para él, no importa qué tipo de sangre sea la que quiere. Él quiere sangre sí o sí. Si es o no la de nuestra compañera eterna le da igual. Por eso los vanirios podemos comer y sentir placer al hacerlo, nuestro sistema límbico recuerda ese hábito de cuando éramos humanos. No obstante, no nos sacia, porque genéticamente estamos programados para que…
—Solo la sangre de nuestro compañero nos quite el hambre. Entendido.
—Muy bien, listilla. —Le dio un beso en la yugular—. Nuestro sistema límbico, entonces se estresa. Lo pasa fatal. No tiene lo que quiere porque el cuerpo no recibe sangre. Entra en un proceso de ansiedad constante. ¿Qué he descubierto yo? Que hay una manera de engañar al cerebro y no convertirnos en vampiros por ello.
Daanna estaba asombrada por toda aquella información.
—El cerebro quiere sangre. Le daremos sangre —sentenció—. He encontrado un compuesto artificial que es indistinguible de la sangre normal.
—¿Cómo? —Le acarició el pelo rubio y él siguió la caricia de sus manos como un tigre necesitado de mimos.
—Es un compuesto que extraigo de las células madre. Como sabes, he estado en todos los partos de nuestras hermanas vanirias —Daanna asintió y él prosiguió—. Las células madre se extraen de los cordones umbilicales.
La vaniria detuvo sus caricias y entrecerró los ojos.
—¿Qué me estás diciendo exactamente?
—Las células sanguíneas que he obtenido de ellos son calcadas a las de las células sanguíneas normales. Yo he tomado las células madre de los cordones umbilicales y las he convertido en cantidades de glóbulos rojos. El único inconveniente es que no se puede beber. Y te preguntaras: ¿Menw, por qué no se puede beber? —imitó la voz dulce y ligeramente ronca de Daanna y ella se echó a reír—. Porque la cantidad de glóbulos rojos que puedo obtener de un cordón umbilical da sólo para unas veinte unidades de plasma artificial, y cada unidad es de cinco litros.
—Cien litros por cordón umbilical.
—Y como comprenderás, no podría ser suficiente para ayudarnos a paliar el hambre. Se acabarían en nada. Sólo dispongo de nueve cordones umbilicales, son muy pocos.
—¿Qué has hecho entonces?
—Como nuestro sistema límbico está ansioso, me he fijado en lo que hacen los humanos cuando están en estados de estrés y ansiedad. Están así porque su cerebro y su cuerpo sufren una reacción química provocada por un desajuste del sistema nervioso. Lo único que tienen que hacer para sentirse mejor es reequilibrar la química de su cuerpo. Y por eso les dan pastillas con las sustancias químicas que su cerebro y su cuerpo, debido al estrés, ya no pueden crear. Eso ayuda a que los neurotransmisores, los residuos químicos y los receptores vuelvan a actuar con normalidad, y al cabo de poco tiempo, la ansiedad desaparece. Si una pastilla puede conseguir eso, y la pastilla está basada en darle al cerebro aquello que le cuesta fabricar o aquello que no puede tener, nosotros no somos diferentes a ellos. Tenemos cerebros humanos. He creado unas píldoras que contienen glóbulos rojos de sangre vaniria artificial, y además, dosis altas de tirosina triptófano y aminoácidos esenciales que actúan directamente en múltiples cadenas de interacciones cerebrales y que, sobre todo, ayudan a regular los niveles de serotonina en el cerebro, la principal neurotransmisora sintetizada en las neuronas serotoninérgicas en el sistema nervioso central, y que actúan directamente sobre nuestro bienestar emocional y sobre nuestros impulsos.
—Eres como una enciclopedia… —murmuró asombrada.
—Nuestro sistema límbico dejará de estar estresado y nuestro impulso de beber sangre desaparecerá. Dos píldoras al día servirán para ayudar a los vanirios que empiezan a valorar la posibilidad de lanzarlo todo por la borda y dejar de pasar hambre. Será un sucedáneo excelente.
Daanna tenía la mandíbula desencajada, y no podía creer lo que Menw había logrado con sus estudios. ¿Pero cómo iba ella a saber nada de eso? No se hablaban, se despechaban el uno al otro sin miramientos… Como le hubiera gustado estar con él en cada nuevo paso que descubría sobre todo lo relacionado con la sangre. ¿Y que había hecho ella mientras Menw se convertía en la salvación de los vanirios? Fácil. Se autocompadecía y se rebozaba en su tristeza y en su odio hacia él.
Había sido todo muy destructivo entre ellos.
—Menw —lo tomó de la cara y apoyó la frente sobre la suya. Se miraron el uno al otro—. Es increíble lo que has descubierto. Es maravilloso. Estoy muy, muy, orgullosa de ti —lo besó en los labios—. Mmm… que rico, sabes a plátano y a nata. ¿Saben Beatha, Iris y las demás lo que haces con sus cordones umbilicales?
—Sí. Les dije que los confiscaba para estudiar las células madre. Estaban de acuerdo. Después del parto, estaban tan cansadas que podría haberles dicho que sus hijos habían nacido con cara de elefante, y me hubieran dicho que sí sin problema —sonrió con malicia.
—Eres listo, doctor.
—Sip.
—¿Y eso no traerá ningún tipo de vinculación con los vanirios que decidan tomar esas pastillas? Son células madre de vanirias ¿No?
—No —negó rotundamente—. Es imposible. Es sangre artificial. Lo único que hacemos es engañar químicamente al cerebro para que crea que nuestro organismo está ingiriendo sangre. ¿Sabes que más he descubierto respecto a la vinculación?
Daanna negó con la cabeza y le acaricio los hombros tatuados. Prestó atención al nudo perenne enorme que tenía sobre el hombre izquierdo. Igual que el de ella. Suyo.
—Tiene que ver con lo que somos en realidad. ¿Sabes que dicen que el amor está en el cerebro? Pues nuestro caso puede perfectamente echar por tierra esa afirmación. Para vincularnos emocionalmente y como pareja, tenemos que anudarnos mediante el rito de sangre, mente y sexo. Bebemos de nuestra pareja, y nos anudamos a su alma. Es algo místico. El cerebro es materia dorada de plasticidad, cada día es diferente, dependiente de lo que aprende y cómo lo aprende, sólo eso. ¿Cómo se entiende entonces que un ser humano pueda estar en coma vegetativo, sin funciones cerebrales y ayudado de una máquina para respirar, y que pueda estar en contacto espiritualmente con la persona que más quiere en el mundo? ¿Cómo se entiende que pueda hablar con ella en sueños o mediante apariciones? ¿Cómo se entiende lo que hace Ruth? Ruth habla con los espíritus, almas que han dejado sus cuerpos y que no han perdido la esencia de quienes son o de que son. Cuando el cerebro está muerto ¿Cómo puede pasar eso? Es porque el alma da vida al cerebro. No está en el cerebro.
—Dioses, estás como un tren, y eres muy listo. Menw, me estás poniendo muy caliente hablando así ¿Sabes? —Daanna acarició con la uña de su dedo índice la cicatriz blanquecina de su pecho, recuerdo de la lanza de Gall. Era fina y alargada—. No se te ha ido la cicatriz.
—No. No se me ira. De todas, es la mejor cicatriz que tengo, porque me la gane protegiéndote. Lo que nos pasó como humanos, queda en nosotros para siempre.
Daanna lo abrazó con fuerza. Hundiendo la cara en su cuello. Tembló ligeramente ante esas palabras. «Lo que nos paso como humanos queda en nosotros para siempre». Menw se quedó paralizado ante la ola de amor que recibió de ella, de amor y de… Culpa. La abrazó a su vez y le masajeó la espalda.
—¿Qué te pasa, mi niña?
—Nada —murmuró sobre la piel cálida del sanador—. Estoy feliz por ti. Por todo lo que has conseguido. Por todo lo que nos ayudará lo que has descubierto.
—Estuve a punto de echarlo todo por tierra, Daanna. Todo. Porque no acepté la situación, me sobrepasó. Ayer tuviste razón. Lo que me dijiste la otra noche en la ducha fue muy acertado —le quitó la goma del pelo y se lo dejó suelto. Lo enrolló en sus manos y se lo llevó a la boca para acariciarlo con sus labios—. Tú has pasado por lo mismo que yo, y sin embargo, no cediste, no te doblegaste a Loki, yo estuve a punto de hacerlo.
Daanna cerró los ojos con fuerza. «No cedí porque no me dejaron. No me dejo hacerlo. Siempre ha estado conmigo, acompañándome. No se fue».
—Yo si estoy orgulloso de ti. Eres la más fuerte de nosotros, pantera —susurró sobre su piel, meciéndola con cariño y ternura—. Los dioses te marcaron por algo, Daanna. Y ahora de ti depende que los guerreros de todos los clanes de la tierra acudan a la llamada de Ragnarök. Me pone malísimo saber que la Elegida es mía.
Suya. Ella no lo afirmo ni lo negó.
Permitió que Menw la abrazara y la reconfortara de esa manera, aunque sabía perfectamente que él se equivocaba. No era fuerte; había sido débil, y si supiera la verdad, nunca podría estar orgulloso de ella. Ella no lo estaba de sí misma. Deseosa de sacarse aquella emoción de fracaso de encima, tomó la cabeza de Menw entre las manos, hundió los dedos en su pelo rubio y lo besó.
Él aceptó su ataque, encantado. Le rodeó la cintura con las manos y la sentó a horcajadas sobre él. Pasó sus manos grandes por su espalda y las posó en su trasero.
—Veamos si has sido una buena alumna, Daanna. Hoy has tenido una clase de neurología y quiero saber si me has prestado atención —masajeó los globos prietos de su trasero.
—¿Vas a poner nota? —preguntó coqueta.
—Por supuesto.
—Entonces, démosle al sistema límbico —murmuró sobre su boca.