Hyde Park. 21h de la noche.
—¿Estás bien? —Noah estaba al lado de Daanna, cruzado de brazos y vigilando a todos los asistentes al concierto de esa noche—. Pareces algo… alicaída.
«No estoy alicaída. Estoy… cansada de luchar».
—Estoy bien. No me pasa nada.
Noah la miró de reojo. No le engañaba. Tenía los hombros hacía delante, un poco encorvada, como si quisiera cubrirse el pecho, como si quisiera protegerse de algo. La boca no le sonreía. Daanna parecía tener una sempiterna sonrisa en la cara, una que nunca le llegaba a los ojos, pero ésa era su pose y, esta vez, la había perdido. La actitud de suficiencia y de yo estoy por encima de todos que ella solía adoptar, no le acompañaba. Así que, aparte de todo eso y valorando que los ojos verdes se le habían ofuscado y que además tenía el cuerpo en tensión. Noah y su empatía llegaban a la conclusión de que no. No estaba nada de bien.
—¿Y Menw? Pensaba que habíais ido juntos por Laila.
—Todavía está con ella —de eso hacía más de una hora «Y seguramente haya bebido de ella para averiguar todo porque esa mujer tenía unas barreras muy fuertes. Y si ha bebido de ella, además de que la sangre le va a sentar como una patada en el culo, nunca más dejaré que se me acerque a mí. Es más, ya no quiero que se acerque»—. No te preocupes, Noah. No ha pasado nada.
—Lo que tú digas, Daanna.
A Daanna le molestó el tono incrédulo del berserker. ¿Es que a Noah y sus ojos amarillos no se les escapaba nada?
—¿Tú estás bien? —replicó sin mirarlo—. Tengo la sensación de que te duele el hombro. De que te sientes un tanto, ¿cómo te diría?… Desubicado.
Noah se aclaró la garganta.
—No es nada, me di un golpe molesto y creo que no ha curado bien.
Daanna lo miró de arriba abajo.
—Lo que tú digas, Noah.
El concierto estaba a punto de comenzar. La plataforma donde iban a cantar todos los artistas estaba enfrente del lago Serpentine. Había más de sesenta mil personas, todas emocionadas con caras de excitación por ver a sus ídolos desde tan cerca. Daanna adoraba la música y entendía la afición de esa gente por ir a eventos multitudinarios, pero lo que no compartía era la gracia de ver a tu artista favorito en tamaño hormiga y sin oírlo bien del todo. Los directos. Sobre todo cuando se está en plataformas tan grandes y hay tanta gente, no solían ser buenos. Pero era la MTV quien organizaba ese concierto, y la MTV hacía las cosas a lo grande.
Sin duda iba a ser un éxito.
Caleb se acercó a los dos.
—Tenemos todas las cámaras controladas. Nada de lo que aquí pase se puede emitir por televisión. Ya tengo a Gwyn preparado para reventar las mesas de imágenes y sonido de las salas móviles. Los lobeznos y los vampiros van a aprovechar esta ocasión para hacer de las suyas, hay demasiada carnaza aquí. Aileen y tú —miró a Daanna con seriedad—, os quedaréis cerca de la carpa número uno, que es la que más cerca está del escenario. Noah servirá de apoyo. Nos hemos dividido por secciones. Adam y Ruth se quedarán cerca de los pódiums. —Habían tres pódiums enormes, en los que cabrían más de cien personas, que estaban situados haciendo la forma de un triangulo—. As y el resto de berserkers se mezclarán entre el gentío. Iain e Ione están arriba —señaló el cielo—, haciendo un control panorámico. Si hay problemas, enseguida nos alertarán. Tomad los comunicadores —les entregó unos pinganillos negros y diminutos—. Ponéoslos. Tenemos una frecuencia única para nosotros y que no se confunde con la de la policía inglesa ni los de seguridad, ¿de acuerdo? Abrid bien los ojos y no hagáis nada inconsciente —advirtió a Noah—. Y, Daanna —le puso una mano en el hombre—, cuida de mi Aileen.
«Qué tierno eres, hermanito. Siempre tan protector». Su hermano lo había pasado muy mal acarreando con la culpa de lo que le pasó a sus padres y a todo el poblado casivelanos. Pero Aileen le había liberado.
—Mi hermanita Aileen es una sádica —sonrió para tranquilizarle—. ¿Sabes que le divierte rebanar cabezas?
—No lo dudo.
—Entonces no te preocupes, Aileen es igual de protectora que tú y cuando pelea es como Terminator. Seguro que me vigila más a mí que yo a ella.
—Tu eres más calculadora, piuthar. —Caleb le apretó el hombro para reconfortarla—. Ella se deja llevar a veces, y necesito que la cuides. Odio veros aquí, ya lo sabes —reconoció sacudiendo la cabeza.
—Ya lo sé —le apretó la mano con cariño—. Cuenta conmigo —lo tranquilizo Daanna.
—Kill Bill y Terminator —murmuró Noah disimulando una sonrisa—. Menudo tándem de mujeres. ¿Y me quedo a cargo de ellas?
—Sí —sonrió Caleb maliciosamente—. Eres el perrito guardián.
—Que te den, murciélago —contestó Noah, divertido.
Ambos se habían llevado mal en el pasado. El tiempo había limado asperezas, y ahora, se respetaban y casi se consideraban amigos.
Las luces se apagaron de repente y todos se pusieron en guardia. La gente empezó a vitorear y a aplaudir. Había tal griterío que, si hubiera un medidor de decibelios, seguramente lo hubieran reventado. Mucha gente del público llevaba manos enormes amarillas, y luego, algunas inconscientes, encendían los típicos mecheros que una no sabía muy bien si eran para quemarse el pulgar o bien para prender fuego al pelo.
Aileen apareció entre la multitud, haciéndose camino con los codos. Iba toda vestida de negro, con una cazadora de piel corta y marrón y unos zapatos de tacón de diez centímetros. Se colocó al lado de Daanna.
—¿Has visto, Elegida? Los vanirios también nos sabemos divertir. Nos vamos de concierto —explicó dando una vuelta sobre sí misma.
Daanna se echó a reír y Noah se rascó la nuca, incómodo con la situación.
La música de Tinic Tempah inundó el Hyde Park. El público se extasió con los primeros acordes de su Writen in the Stars.
Daanna sintió un pinchazo a la altura del corazón. Como rezaba la canción que estaba enloqueciendo a la gente, su historia, la historia de ser la Ungida, había sido escrita en las estrellas miles de años atrás. Y mientras los años y las estaciones pasaban, su vida no había cambiado. Ella había seguido siendo la misma, hasta la noche anterior en la que recibió su don.
—¿Has hablado con Ruth? —le pregunto Aileen alzando la voz.
Daanna negó con la cabeza mientras intentaba hacer un barrido mental de la gente que tenía en su campo visual. De momento no detectaba olor a azufre, muy común en los vampiros, ni tampoco olor a metal, el olor de los lobeznos. Tampoco le había llegado ninguna vibración demoníaca, ni ningún pensamiento psicótico de algún humano.
—Creo que deberías hablar con ella. Está muy preocupada por ti —continuó la híbrida.
Ruth. Le daba miedo Ruth. Pensar en ella era como recordar que había hecho algo mal y que tenía que solucionarlo. Pero no sólo era eso. La Cazadora parecía ver más allá, y Daanna temía que conociera su secreto. ¿Cómo iba a reconocerlo? ¿Cómo? Aunque a lo mejor sólo eran imaginaciones suyas y en realidad Ruth sólo quería decirle tres o cuatro verdades como por ejemplo que había sido una egoísta muy poco considerada con los sentimientos de los demás, sobre todo, con los de sus amigas.
—Estoy bien. —No quería preocupar a nadie, no quería molestar—. Llamaré a Ruth para pedirle perdón por cómo le hablé.
—No creo que sea suficiente con eso. Yo no sé de qué quiere hablarte, o de qué le tienes que hablar a ella, pero creo que teniendo en cuenta que Ruth sufre de verborrea y vómito de palabra, sea lo que sea lo que tengáis pendiente, será una charla larga y tendida —le golpeó la espalda amistosamente, compadeciéndose de ella.
—Está bien —asintió, sin estar nada conforme.
—Caleb me ha dicho que Menw está con Laila.
Daanna miró de reojo a Aileen. Si Ruth tenía vómito de palabra, Aileen padecía directamente bulimia verbal. Le encantaba ese aspecto de ella. Era abierta, estaba segura de sí misma, todos la querían, y le importaba muy poco lo que pensaran de ella mientras tuviera a Caleb al lado. «Ojalá pudiera tener la valentía que tú tienes, Aileen».
—No sé qué os ha pasado ni cómo es vuestra relación, pero si tu estas aquí sola es porque te has cabreado con él. No me lo cuentes si no quieres —le puso la mano en el brazo y se lo apretó cariñosamente—, pero Daanna, quiero que sepas que puedes hablar conmigo siempre.
Mierda. Ya estaba ahí el puño que le oprimía la garganta ¿Por qué tenía que ser tan cariñosa, tan solícita?
—¿Por qué? ¿Por qué tú y Ruth me queréis tanto? No soy digna de ello, ¿sabes? —la voz le temblaba y ella misma se sorprendió de lo que había dicho.
—Daanna… —murmuró con cariño. Fuera lo que fuera lo que sucedía con su amiga, la vaniria lo estaba pasando muy mal. ¿Cómo podía creer que ella no se merecía tener amigos? Daanna era toda bondad y serenidad—. Tú me ayudaste para entender las normas del clan cuando Caleb no me explicaba nada. Tú fuiste mi amiga y me abriste los ojos con honestidad. Y no sabes cuánto valoro eso. Tú entraste cuando Caleb se iba, cuando los vanirios me daban la espalda. Me acogiste. Eso es lo que hacen los verdaderos amigos, entran cuando todos los demás se van.
Daanna comprendió el dicho de que quien tiene un amigo tiene un tesoro.
—Entonces gracias por entrar en mi vida, Aileen —se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y suspiró.
—Solo recuerda que si te duele mirar hacia atrás, o te asusta mirar hacia adelante, mira a tu izquierda o a tu derecha. Ruth y yo estaremos ahí, ¿de acuerdo? —Aileen le pasó una mano por la cintura y juntó su cadera a la de ella, dándole un cálido abrazo—. Bueno, Ruth está ahora dándote espacio, pero no dudes que contraatacará y no tendrá piedad contigo. Las cosas no son tan malas como parecen, no son tan insalvables. —Le dio un beso en la mejilla y se sintió bien cuando Daanna sonrió agradecida.
—Creo que estoy enfadada —dijo finalmente—. Con todo. Conmigo misma. Con Menw, con tu abuelo…
—Yo no sabía que mi abuelo tenía contacto con los dioses, Daanna.
—Lo sé. No te culpo, nadie lo sabía.
Aileen miró a Daanna, dándole todo su apoyo. Le retiró el pelo de los hombros para ver mejor ese perfil femenino y evocador de su amiga.
—Estás diferente. Es la sangre de tu caráid lo que te está cambiando… Te hace más… tú. No tienes que rechazar tu esencia, Daanna. Acógela. Durante siglos llevabas una armadura, pero ahora está cayendo a pedazos para dejarte salir. Lo único que puedo decirte, si aceptas mi consejo, es que salgas de ahí, y que sea lo que tenga que ser. Que nadie diga que no diste todo lo que tenías.
Daanna asintió y abrazó a Aileen con todas sus fuerzas.
—¿Pero qué coño estáis haciendo? —gritó Noah por el pinganillo. Las dos se apartaron y se echaron a reír.
—Esto no es Magnolias de acero. ¡Estad atentas, joder!
—Deja de gruñir, Noah —repuso Aileen.
La muchedumbre acompañaba al cantante levantando las manos por encima de la cabeza y dando palmas, tarareando la canción con toda el alma. El evento se desarrollo con normalidad hasta que Daanna percibió algo hediondo a su alrededor.
Aileen se puso en guardia.
—Huele a huevos podridos, nenas —dijo Noah a través del comunicador—. A vuestra izquierda.
Las dos clavaron sus miradas entre la gente, y entonces vieron dos pares de ojos casi blancos que las observaban entre la multitud. Los vampiros tenían el iris sin apenas color, la pupila completamente negra y dilatada y un montón de venitas rojas por toda la esclerótica. La piel era translúcida con sus venas azuladas dibujando cenefas a través de ella. No eran feos. Pero tenían un aspecto tan oscuro como sus almas. Daban miedo.
Sin embargo, actuaban de forma extraña, era como si no les importara la sangre. En realidad no miraban a los seres humanos, no les estaban prestando atención. Tenían su vista clavada en ellas.
—Ya nos han visto —dijo Aileen estudiando la situación.
Daanna ya lo sabía. El desagradable olor cada vez llegaba con más fuerza. Daanna cogió el mango de su chokuto son fuerza.
—Tengo a un par de lobeznos a las tres —Noah ya estaba en movimiento—. Ya está aquí toda la familia Adams. Me encargo de mi lado, encargaos vosotras del vuestro.
—¿Daanna? —preguntó Aileen mientras sus ojos lilas se aclaraban.
Uno de los vampiros, el más bajito y de pelo muy engominado, le dijo algo a la humana rubia y de tetas grande que saltaba como una loca, como si tuviera un muelle en la suela de las bambas. La chica quedó embrujada al instante y enlazó su mano con la de él. El nosferatum les sonrió y la alejó de allí.
—Vamos —ordenó la vaniria.
Las dos siguieron a los vampiros que se llevaban a la mujer, seguramente a un lugar más resguardado en el que poder beber de ella.
—¿Dónde vais? —preguntó Caleb.
—Tenemos vampiros, Brathair, en nuestra sección.
—Lo sé. Han llegado como una plaga. Intentad alejarlos de la gente. No arméis alboroto. Y por los dioses, Daanna, tened cuidado.
—Sí, papi —contestó Aileen en plan jocoso.
Las dos morenas siguieron a los vampiros que se alejaban del resto.
Dos humanos juguetones y algo achispados les cerraron el paso.
—¡Wow! —gritó uno, que en estos casos, siempre solía ser el más borracho—. ¡Menudas tetitas tenemos por aquí!
Aileen puso los ojos en blanco y Daanna resopló. La vaniria se metió en la cabeza de ambos y los obligó a que se besaran entre ellos. Era divertido ver la cara de asombro que ponían los dos chicos cuando no podían controlar ni sus bocas ni sus manos.
—Así estaréis entretenidos.
—Trolls —murmuró Aileen disgustada.
Cuando lograron salir de entre la gente, habían perdido el rastro de los nosferatum. Aileen cerró los ojos y se concentró en el sentido auditivo. Estaban al este del Serpentine.
—Detrás de la presa —afirmó Aileen.
Daanna se dirigió hacia allí y la híbrida la siguió corriendo. Quien las viera moviéndose a la velocidad de la luz no se lo podría creer.
Llegaron al Memorial del Holocausto, un jardín con una piedra enorme en el centro. Ambas sabían que los vampiros estaban detrás de la piedra. ¿Por qué se habían quedado allí? ¿Por qué no huir? Se oyó la risa gutural de una mujer.
—Mierda —gruño Aileen.
Daanna lo entendió al instante. Aquello era una maldita trampa. Irían a por ella por ser quién era, por hacer lo que hacía. En un concierto con más de sesenta mil personas no se podía desatar una batalla campal entre seres sobrenaturales. Demasiada gente que controlar, demasiados detalles.
Así que se concentrarían en acecharla y, con un poco de suerte, incluso se la podrían llevar. Pero Daanna no estaba para suerte esa noche; Daanna quería guerra y desahogarse. Quería luchar y gritar como una loca. Así que si los vampiros venían por ella, la encontrarían.
La humana salió de detrás del monumento. Tenía la camisa desgarrada, el cuello ensangrentado, un mordisco en el brazo y una expresión de haberse vuelto completamente loca. Ida. Caminaba a trompicones, había perdido una bamba y estaba a punto de desmayarse. Se desplomó delante de ellas, muerta.
Los dos vampiros salieron de su escondite y las chicas se pusieron en guardia. La risa gutural se escuchó de nuevo. Daanna miró a la mujer muerta. No era su cuerpo el que reía. ¿Entonces?
Brenda se encaramó de un salto en la piedra conmemorativa.
La vampira la miró con soberbia. Daanna se erizó como una gata, y la híbrida sacó dos dagas celtas de su cinturón.
Aileen amaba esas dagas. Caleb se las había regalado. El mango de color crudo estaba hecho de marfil y tenía un oso que sostenía un triskel. En la hoja de ambas dagas, rezaba la misma frase en gaélico: «La que da luz a la oscuridad».
—¿Dónde está el doctor? —preguntó la vampira.
Daanna ni siquiera tuvo tiempo para contestar. Los dos vampiros fueron a por Aileen y Brenda se abalanzó sobre la vaniria. Atacaba con uñas y dientes, como una loba. A través del comunicador Ruth les decía:
—¿Estáis bien? ¡¿Dónde estáis?!
—En el Memorial del Holocausto —contestó Aileen.
Daanna no escuchaba a nadie.
Brenda no sería rival para ella, nunca. Brenda había entrado en su vida dos mil años atrás, ya no importaba si había sido accidentalmente o no. Se había apoderado de su hombre, había bebido de él y luego se había ido con Seth y Lucius a sembrar el horror por el mundo.
—No sabes luchar —gritó Daanna cogiéndole las manos y retorciéndoselas por la espalda.
Brenda sonrió.
—No me hace falta. Ya tengo a otros que luchan por mí.
Tres vampiros más descendieron de los cielos y se colocaron detrás de Daanna. La vaniria los miró por encima del hombro.
A su lado, Aileen se había encaramado sobre los hombros de uno de los nosferatum, hincando las rodillas en sus hombros, y había clavado tan profundamente las dagas en su garganta que había logrado, de un tirón seco y potente, arrancarle la cabeza. Su amiga no tenía problema alguno y ella tampoco iba a tenerlo.
No iba a soltar a Brenda, ni hablar. Quería preguntarle tantas cosas… Pero entonces dos de los vampiros recién llegados saltaron sobre ella y la lanzaron al suelo.
Daanna cayó con las manos y se impulsó para dar una voltereta por los aires con gracia y estilo. Desenfundó la espada chokuto y los miró uno a uno.
—No vas a salir de aquí, Daanna —Brenda sacó una pistola de su cinturón—. ¿Quién quiere aprender a luchar cuando se tiene esto? Id a por ella —ordenó Brenda a los nosferatum—. ¡Entretenedla!
Los dos vampiros se le echaron encima. Daanna se apartó cuando una de ellos la atacó con las garras, pero no se libró de las de su compañero que le alcanzaron en el muslo. Daanna siseó, miró al vampiro con rabia y sus ojos verdes se oscurecieron.
Brenda disparó, pero ella se agachó a tiempo antes de que el dardo le diera en el cuello. Por el rabillo del ojo vio como dos lobeznos estaban rodeando a Aileen mientras ésta acababa de atravesar el corazón del otro vampiro con su daga.
Aileen la miró de reojo y entonces observó que Brenda tenía un arma. La híbrida miró al suelo intensamente localizando algo que poder lanzarle.
Encontró dos piedras del tamaño de un puño. Se concentró, las hizo levitar, y las lanzó con fuerza contra la cara de la vampira. Pero en ese momento, Aileen no se cubrió por detrás y uno de los lobeznos pestilentes le rajó la espalda de arriba abajo con sus garras. Gritó y cayó de rodillas. A pesar del dolor, siguió la trayectoria de las piedras. ¡Bingo! Le dieron a Brenda en todo el cráneo, la desequilibraron y la hicieron caer al suelo. Le habían abierto un boquete enorme en la frente y ahora su cara demoníaca estaba cubierta de sangre.
—¡Puta! —rugió Brenda.
—¡Aileen! —exclamó Daanna. En ese momento levantó una piedra y golpeó el pecho de uno de los vampiros que tenía en frente, mientras con la chokuto atravesaba el estómago del vampiro. No, así no lo iba a matar. Se impulsó hacia arriba y se puso de pie al tiempo que alzaba la espada sin sacarla de su estómago. Lo había abierto en canal, de arriba abajo, de modo que todos los órganos putrefactos salían a través de la mortal herida.
Aileen, mientras tanto, se tiró al suelo cuando el otro lobezno iba a cortarle la cabeza con sus afiladas uñas. Se giró, como si se estuviera rebozando en el césped, y lo barrió con el pie. El lobezno cayó al suelo, a su lado.
Su compañero se lanzó a por ella, pero Aileen se impulsó con las manos y voló hacia atrás, al tiempo que lanzó una daga que se clavó entre ceja y ceja del segundo lobezno. Éste bizqueó y cayó hacia atrás. La joven corrió hacia él y con la otra daga le atravesó el plexo.
—¿Aileen? ¡Estoy ahí en nada! —decía Caleb a través del pinganillo.
—Esto es una emboscada —gritó por el comunicador.
El que había en el suelo se cernió sobre ella. Era mucho más alto, más corpulento, más fuerte, pero no tan hábil como la híbrida. Estaba manchada de sangre y respiraba con dificultad. Le dolía la espalda horrores.
Por su parte, Daanna voló hacia el vampiro y lo cogió por las solapas de su gabardina negra al tiempo que alzaba su espalda. Pasaron por encima de una Brenda muy aturdida que se arrastraba por el suelo para coger la pistola llena de somnífero. Daanna estampó al vampiro contra la roca que hacía de monumento. El vampiro le desgarró el hombro con los colmillos. Pero ella se hizo insensible al dolor. Alzó la punta de la chokuto y le atravesó la garganta con ella, clavándola en la piedra. La movió de un lado al otro hasta cortarle la cabeza. El monumento quedó salpicado de sangre vampírica.
Cuando Daanna se giró para ir a por Brenda, se encontró que la vampira tenía a tres nosferatum más, apoyándola, y que iban a por ella.
—Joder, pero ¿de dónde salen tantos? —gruñó Daanna con rabia.
Brenda envió a los vampiros a que la atacaran para así distraerla y ella poder dispararle a su antojo.
Daanna dio un salto y el dardo rozó la cazadora ajustada que Menw le había regalado. No le había tocado la piel.
—Eres escurridiza, Daanna. Muy escurridiza. Por eso Menw no te quería. Por eso no lo hace ahora —soltó con malicia.
Daanna se envaró. Las palabras le afectaban.
Los vampiros fueron a por ella. Se alzó por encima de sus cabezas y, con la punta de su bota, golpeo en la nuca del primero. El segundo en cambio, la abatió con una patada voladora en toda la cara. Se sentó sobre ella y la inmovilizó en el suelo.
Aileen corrió a socorrerla como una guerrera de los infiernos. Llevaba en la mano la cabeza del lobezno que acababa de decapitar. La lanzó como si fuera una pelota de beisbol contra el vampiro que Daanna tenía encima, y eso la liberó.
Brenda gritó, harta de tener a la híbrida toca huevos por todos lados y apuntó a Aileen. Le disparó y le dio en la pierna.
—¡Zorra! —gritó la híbrida y quitándose el dardo con rapidez. Cayó al suelo y llevó rápidamente las manos a su cinturón. En él había una pequeño riñonera de piel negra. Metió los dedos temblorosos y sacó como pudo la inyección de choque que les había preparado Menw a todos. De la clavó en el muslo con rapidez.
El otro vampiro aprovechó para patear a Aileen sin compasión, antes de que el estimulante de hiciera efecto.
—¡Acaba con ella ya! —ordenó Brenda, pasándose una mano por la cara y retirando la sangre de los ojos—. Sólo me queda una cápsula.
Daanna corrió, saltó con los pies por delante y le dio en la columna al vampiro que estaba pegando a su amiga. Le dio tan fuerte que estaba convencida de que se la había partido. Se colocó a gatas, encima de Aileen. Protegiéndola.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Necesito unos segundos para reaccionar y que la droga me haga efecto.
Brenda interrumpió su conversación.
—Eres muy difícil, Daanna —estaba irritada—. No tienes nada que hacer, ¿no lo entiendes? No eres nada. Nadie sabe cuál es tu don. Menw no te quiere como pareja.
—¡¿Y tú que sabes?! —gritó mientras controlaba al vampiro que se le acercaba por la izquierda.
—Lo huelo —sonrió, pasándose la lengua por los colmillos—. Es muy fácil, Daanna. Ven conmigo y no mataremos a Cahal. Ven conmigo y seguramente será lo mejor que has hecho por Menw. Él te lo agradecerá.
Daanna y Aileen hicieron una exclamación ahogada.
—¿Tienes a Cahal? ¿Dónde está?
—¿No lo sabíais? Está sufriendo mucho, pobrecito —inclinó la cabeza a un lado.
La rabia y la incertidumbre la carcomían por dentro.
—Cahal es lo más importante en la vida de Menw. Tú puedes salvarles a ambos. Eres tu quien sobras, no les haces falta, ¿no lo vez?
Aileen se intentó levantar, pero seguía aturdida. Esa vampira era una autentica manipuladora.
—Tonterías, Daanna. No la escuches.
¿Cómo no iba a escucharla? Si el propio Menw iba a abandonarla, si la aguantaba y cargaba con ella sólo para encontrar a Cahal. Apretó los puños ¿Lo haría por Menw?
Brenda sonrió al ver que tenía prácticamente comprada a Daanna.
—Sigues enamorada de él. Nunca lo dejaste de querer… —Entendió sorprendida. Su tono era despectivo—. Qué estúpida.
Apretó el gatillo, pero quedó a medio camino. Abrió los ojos y la boca, y miró hacia abajo, a la altura del esternón. Una flecha azul iridiscente la había atravesado. Repentinamente, Brenda fue víctima de miles de convulsiones. Cayó al suelo e intentó arrancarse la flecha, pero su luz le quemaba las palmas de las manos.
Ruth apareció entre los árboles y miró enfurecida a Brenda. Se había recogido el pelo caoba en una coleta y sus ojos ambarinos evaluaban los daños físicos de sus amigas. Los vampiros eran unos abusones.
Entonces se desató la guerra en mayúsculas.
—¡Ya estoy aquí! —gritaba Noah a través del pinganillo.
Aileen miró hacia atrás y se encontró al berserker en plena mutación, todo músculo y potencia corriendo para socorrerlas. Su pelo rubio se movía agitado hacia atrás. A los berserkers les crecía el pelo en las mutaciones y el de Noah era tan rubio que parecía blanco. Era un espectáculo.
Cuatro lobeznos lo rodearon.
El vampiro que seguía en pie corrió a por Brenda, quería sacarla de ahí. Daanna lo placó y lo tiró al suelo. Ruth disparó a una de los lobeznos que se echaban encima de Aileen. Su amiga no coordinaba muy bien y Ruth no era tan buena luchando en el cuerpo a cuerpo. Pero tenía una puntería finísima.
Daanna hundió los dedos en el pecho del vampiro y le arrancó el corazón. Uno de los lobeznos, la cogió de los pelos y la levantó de golpe, echándole el cuello hacia atrás. Ella gritó al sentir los colmillos. No dejaban de llegar vampiros y lobeznos. Iban todos por ellas. Miró hacia arriba. Ione y Gwyn estaban repartiendo lo suyo en los cielos, Iain había bajado a ayudarles. El puto lobezno que tiraba del pelo de Daanna iba a desgarrar su cuello, y él no iba a llegar a tiempo para salvarla. Aileen estaba desprotegida. Ruth hacía lo que podía con las flechas. La situación era crítica.
—¡Joder! ¡Venid aquí! —gritó por el comunicador.
Caleb apareció como un ángel vengador y protegió a Aileen con su cuerpo, que empezaba a sentir cómo el estimulante recorría su sangre e insuflaba vida a sus músculos.
—¡Daanna! —exclamó Ruth armando una flecha contra un lobezno que iba a morder a su amiga.
Pero antes de que ella pudiera disparar, un hombre rubio vestido de negro y rojo, muy, muy cabreado, bajó de los cielos. Sus ojos azulados destilaban odio y su mirada sólo se centró en Daanna.
—Menw… —musitó la vaniria mirándolo a los ojos. Verlo allí con ella la llenó de dicha.
El lobezno le enseñó los dientes antes de morder a su vaniria, pero Menw lo cogió de los maxilares superior e inferior y le abrió la boca con un gruñido lleno de rabia. Se la abrió hasta que se la partió. Hundió los dedos con elegancia dentro de su pecho, hurgó entre pieles, músculos, tendones y huesos, y aplastó su corazón. Adiós lobezno. El sanador se giró y agarró a Daanna por los antebrazos. La acercó a él. Parecía que los habían sacado de una película de Tarantino. Tenían las caras salpicadas de sangre, y ella, sobre todo, heridas bastantes aparatosas.
—Lucha conmigo, pantera —le pidió con humildad. Besándola con fervor, en la frente.
Sus ojos verdes chispearon emocionados. Los azules de él decían tantas cosas… Daanna asintió emocionada.
Ione y Gwyn se apuntaron a la fiesta y bajaron a ayudarles.
Todos luchaban. Todos peleaban. Todos sangraban por protegerse los unos a los otros. Mientras el concierto continuaba y la gente bailaba ajena a todo lo que sucedía cerca de ellos, la música acompañaba cada golpe, cada cuchillada, cada corazón extirpado o cada mordisco. Rihanna cantaba ahora con toda su fuerza y ritmo: Only girl (In the World).
Daanna y Menw se colocaron espalda con espalda. Daanna empuñaba su chokuto y Menw simplemente se amoldaba a ella. Todos iban a por la Elegida. Era algo muy obvio. Daanna movía la hoja cortante con gran maestría, y los dos se compenetraban, como si estuvieran bailando. Si Menw se agachaba, ella lo hacía. Si ella se movía a un lado, él copiaba sus movimientos. Seguían un ritmo y una coordinación única e íntima, como si siempre lo hubieran hecho. Sí, otras veces habían luchado en uno al lado del otro, pero esta vez, lo hacían juntos. No era Menw quien la protegía. Eran los dos los que cuidaban el uno del otro, como si fueran uno.