Capítulo 10

Piccadilly Circus.

Menw sintió como Daanna, inconscientemente, se apretaba contra su cuerpo para buscar calor, mientras surcaba el cielo helado londinense.

Había llamado al líder vanirio y le había explicado todo lo sucedido. Caleb estaba impresionado; primero porque no entendía como Daanna había logrado burlar la seguridad a la que la tenía sometida, y encima, se había montado un parking alternativo por el que entrar y salir. Y segundo, porque no podía creer que Menw hubiera salido de la habitación del hambre escarbando como un topo.

—¿Cómo esta ella?

—Esta herida, pero se recuperara —había contestado Menw mirándola preocupado—. De ahora en adelante, yo me haré cargo. Daanna estará bajo mi protección.

—¿En qué sentido, Menw? Porque no sé si sigues siendo mi amigo o si te vas a ir al lado oscuro de la fuerza, y si es así, entonces tendré que apartarla de tu lado.

—Voy a estar bien si ella cumple su función.

—¿Cumplirás tú la tuya, Brathair? ¿La alimentaras?

¿La cumpliría? Por supuesto. Tenía ganas de ver cuál era el don de la Elegida, de ver cómo ella dependía de él y, también, en su fuero interno egoísta y atormentado, lo que quería era estar con ella. Acostarse con ella. Disfrutar de ella y demostrarle todo lo que había rechazado al desdeñarle, al traicionarle. No era un hombre vengativo, aquélla era la verdad, pero la mujer que tenía en sus brazos lo había llevado al límite hasta que lo había cruzado, por su culpa casi no vuelve del otro lado.

—Sí, cumpliré la mía. Y la alimentaré, si ella quiere. Así será.

—Bien —susurró Caleb—. Voy a avisar a todo el mundo. Debemos mudarnos a otros domicilios, ya que estamos demasiado expuestos en las casas de la Black Country. Lo mejor será que empecemos a elaborar un plan de acción ¿Te has dado cuenta de lo que has provocado con tus verbenas?

—Esto no lo he provocado yo, van detrás de Daanna desde hace mucho tiempo, y ahora ya han decidido ir por ella, seguramente por la misma razón por la que por la que los dioses se han puesto en contacto con vosotros para darnos nuevas directrices. Lo único que esto me dice es que el tiempo de ir a la guerra se acerca.

—Avisaré a todo el mundo.

—Cal.

—¿Sí?

—¿Sabes algo de mi hermano? —preguntó esperanzado.

—Sabemos lo mismo que tu, sanador ¿Menw?

—Sí.

—¿De verdad que eres tú? ¿De verdad que has vuelto de los perdidos?

—Sí.

La línea se quedo en silencio.

—Gracias por salvar a mi hermana. Ahora a ver si puedes cuidar de ella de una puta vez.

—Eso intentaré.

—Mañana al atardecer tendremos reunión en el Ragnarök. Os espero a los dos.

—De acuerdo.

Después de la conversación con Caleb, estaba algo más tranquilo. Bajo sus pies, el frenesí y las luces del Piccadilly Circus le decían que la vida seguía. La ignorancia humana le demostraba que el fin del mundo todavía no había llegado. Llegó a su ático y aterrizó en la terraza. Las puertas del balcón estaban abiertas de par en par.

—¿Qué hacemos en Piccadilly? —preguntó Daanna con voz ronca.

Ella adoraba esta zona de Londres, Piccadilly era una plaza circular que concentraba una intersección de calles populares y comerciales londinenses, justo en el corazón del West End. Compras, entretenimiento, cultura, gastronomía… Todo eso era Piccadilly, de ahí que fuera uno de los reclamos turísticos más interesantes de la ciudad inglesa. Había carteles publicitarios y enormes pantallas de neón en las fachadas de los edificios, en la esquina de la cara Norte. Alrededor, edificios populares como el Londres Pavillon, el Criterion Theatre, o monumentos como la fuente de Shaftesbury. Sin embargo, más de una vez ella se había quedado prendada mirando la estatua del guardián Anteros, el vengador del amor no correspondido. Daanna observó la figura y tuvo ganas de gritar. Seguro que era el héroe de Menw. Anteros castigaba a los que no correspondían y despreciaban el amor de otros «Anteros me va a machacar». La gente se creía que se trata de Eros, el ángel de la caridad cristiana, pero ella sabía que no. Estuvo presente cuando la construyeron y sabía perfectamente de que se trataba.

Menw entro en la casa con ella y dijo:

—Luces.

Al momento todo el piso se iluminó. Daanna sonrió.

—Vaya, ¿qué pasaría si dijeras «comida»?

Menw la miró de reojo y ella no obvió como la comisura de su labio se alzaba hacia arriba.

—Vamos al baño, Daanna. Hay que limpiarte.

Dioses, Menw tenía un autentico hogar allí montado. Un hogar lleno de pequeños detalles que le daban calidez y personalidad; desde las plantas de interior a los sofás llenos de cojines; las alfombras blancas sobre parqué claro; las paredes de colores terrosos y las pantallas de plasma de diseño; los símbolos celtas de piedra en la pared; el olor a menta, romero, hierbabuena, camomilla… estaba convencida de que en ese ático, el sanador tenía un jardín botánico en algún lugar, o un invernadero en el que poder trabajar con sus plantas y su medicina alternativa. Sin embargo, lo que más entusiasmó y conmovió a Daanna fueron los techos de cristal. Si alzaba la cara al cielo tenía la sensación de que vivían sobre las nubes, y era una sensación tan agradable…

«Entre la luna y las estrellas». Ella se podía imaginar allí, viviendo con él. Claro, Daanna, ¿ahora vas a jugar a las cocinitas?, pensó irritada consigo misma por albergar esos ridículos pensamientos.

¿Desde cuándo Menw tenía una casa allí? ¿Qué sabía ella de él? Nada. Ya no sabía nada. Y lo peor era que se intentaba convencer de que el hombre que la llevaba en brazos hasta su baño seguía siendo el mismo sanador de antaño. Pero el dulce Menw de milenios atrás, el príncipe que añoraba, nada tenía que ver con el vanirio medio desnudo que cargaba con ella como si fuera la caza del día.

Dios, le dolía el cuerpo. Las heridas le escocían, la piel le ardía y Menw olía tan bien…, no obstante, también estaba herida y con la dignidad por los suelos. Acababan de destruir el único lugar en el que ella se encontraba mínimamente a gusto.

Daanna tenía mucho dinero, como todos los vanirios. Eran seres con alto poder adquisitivo, pero ella no lo gastaba, ya que no quería dar explicaciones a nadie sobre lo que hacía o no hacía con él. La sobreprotección a la que la exponían la había aburrido hasta tal extremo que hacía pocas cosas, únicamente para no tener que darle justificaciones a nadie. Por esto se había sentido tan bien al burlar la seguridad que le habían impuesto. Se había sentido poderosa.

Pero Brenda y sus vampiros, con una facilidad sorprendente, se lo habían robado todo. Su coche, su piano, su música, sus libros, sus armas… le encantaba poder coleccionar esas cosas, y ahora estaban sepultadas bajo un montón de escombros. Inútiles e inservibles. Como ella se sentía. Brenda se lo había arrebatado todo, incluso, sin proponérselo, le había robado al único hombre del que ella había estado enamorada. Al único hombre que todavía amaba. Y ahora esa mujer volvía de entre los muertos para atormentarla. ¿Es que no había tenido suficiente? Un arrebato de rabia la invadió.

—¿Sentiste algo? —preguntó sin poder evitarlo. Su voz rasgó el silencio como cristales cortantes entre los dos.

—¿Cuándo?

—Cuando la viste. Cuando viste a Brenda —apretó los puños que tenía alrededor del cuello del vanirio.

—Nada en especial. ¿Y tú?

Entraron en el baño, que por supuesto tenía las luces encendidas. Era muy amplio, de colores negros y blancos, todo de mármol, excepto la cabina de la ducha hidromasaje que mediría unos dos metros y que tenía unas tablas de madera oscura en el suelo. Un espejo cubría por entero una de las paredes.

—¿Yo? Yo solo quise arrancarle las uñas y sacarle los ojos. Como ves, no le guardo rencor —comentó llena de sarcasmo.

Pero sí le guardaba rencor. Y mucho. Igual que le guardaba rencor a él, aunque no de un modo tan visceral. Recordar a Brenda era recordar a las dos mujeres del Hotel 55. ¿Con cuantas mujeres se había acostado Menw? ¿Por qué tenía que seguir doliéndole lo que él hacía? Demonios, se sentía tan perdida. Destrozada anímicamente, así estaba.

Menw se estaba controlando, había puesto un muro de hielo entre ellos. Todavía pensaba en abandonarla cuando todo se hubiera acabado, y eso ella no lo iba a permitir. Quería su don, pero por encima de todo lo quería a él. E iba a luchar por él. Pero para ello tenía que obligarlo a perder el control. Quería arrancarle esa mascara de indiferencia. Y solo se le ocurría cruzar la línea. Ella debía dar el primer paso, ella debía guiarlo de nuevo hasta su corazón.

—Siento lo de tu casa —dijo mirándola a los ojos.

—Es solo una casa. —Pero no solo era eso. Era el lugar en el que se lamía las heridas después de pelearse con él. Y durante años, pelearse era lo único que hacían. Y ahora estaban prácticamente obligados a entenderse. Para él era una obligación y para ella una necesidad de reivindicarse.

—Siento lo de Gabriel —añadió Menw con voz fría—. Tuvo que ser duro para ti perderlo.

«Pedazo de cabrón». Eso la ayudó a tomar fuerzas. No esperaba un golpe bajo como ése. Daanna apretó la mandíbula y lo fulminó con los ojos verdes echando chispas. Oh, sí. Menw no estaba cómodo con la situación e iba a disfrutar hostigándola.

—No quiero pelear, Daanna. No me mires así.

—Entonces no nombres a mi amigo como si te rieras de su muerte. No me provoques. Acaban de arrebatarme lo único a lo que todavía tenía apego, mi casa, Menw, y por poco me matan. Ahora mismo no tengo nada —se sinceró y se mordió el interior de la mejilla para hacerse fuerte—. Nada. No es justo que digas algo así. No está bien.

—Solo constato una realidad —se encogió de hombros—. Perdiste al hombre con el que intestaste vincularte. Debías de estar muy enamorada, ¿no? —Menw la miraba de reojo mientras la dejaba en el suelo.

Lo decía todo serio, como si creyera de verdad las palabras que salían de su boca. ¿De verdad lo creía? No. Él solo la estaba retando.

Bien. Iban a jugar los dos.

—¿Sabes? Es extraño —repuso ella quejándose al poner la pierna herida en el suelo.

—¿El qué? —encendió el grifo de agua caliente.

«Tan distante, tan altivo».

—No veo cuerdas en los techos, ni fustas, ni potros de tortura… —Sonrió interiormente al ver, como tensaba la espalda y se encaraba con ella.

—No vayas por ahí.

—… No veo pelucas negras, ni lentillas verdes…

—Maldita sea, cállate. —La tomó de los brazos y la obligó a ponerse de puntillas.

—Ni colmillos, ni… —continúo sin amedrentarse.

—¡Daanna! —gritó Menw con las mejillas rojas. Su grito hizo que los cristales temblaran.

—¡… ni nada que te pueda hacer recordar que las mujeres que has podido traer a tu nidito de amor eran como yo! No veo nada de eso en tu castillito, Menw, ¿por qué? ¿Solo lo haces en hoteles?

—Cállate o si no…

—¡¿Qué?! —explotó con tanta energía que sintió como él se excitó al recibirla—. ¿Me amordazarás? ¿Me colgarás del techo como si fuera un cerdo en un matadero? ¡¿Me pondrás el culo como un tomate?! ¿Qué, Menw? ¡¿Qué me harás?!

—¿Lo quieres así? —La rodeó con su cuerpo y estudió la expresión furiosa de su cara llena de rasguños—. ¿Te ato, te someto, te amordazo?

Lo odiaba. Odiaba pelearse con él y que los ojos se le llenasen de lágrimas sin derramar. Y ésas eran las peores, por qué la sal escocía mucho en el interior, y ella estaba magullada por dentro. Menw sabía como lastimarla, sabía cómo darle una buena estocada y ella no soportaba que se hicieran daño. No podían ir por ahí. Alguien tenía que ceder.

—¡No lo quiero así! —Se echó a temblar llena de furia. Los ojos verdes se le oscurecieron—. Yo… Yo… solo… Quiero…

—¡¿Qué?! ¡Pídemelo, Daanna! —Él podía ver en su interior y sabía perfectamente lo que ella necesitaba. Él estaba ahí para dárselo, pero esta vez Daanna tenía que aprender a tragarse el orgullo y a solicitar—. ¡Dime de una vez que es lo que quieres de mi!

A Daanna le temblaron los labios. ¿Qué quería? «Todo. Lo quiero todo. Soy así de egoísta». En otros tiempos. Menw siempre se ofrecía y sabía con anticipación lo que ella le iba pedir. Daanna no demandaba nada, él siempre preveía y proveía antes de que ella abriera la boca. Se había acostumbrado a que la sirviera y a que él, de algún modo, cubriera sus necesidades. Pero todo eso había cambiado. Haciendo acopio de valor levantó la barbilla, pero esquivó su mirada azul.

—¿Omhailth? —murmuró en voz muy baja—. Bésame.

Menw se hinchó como un gallo. Y se quedo mirándola largo rato disfrutando de esa pequeña victoria.

«¿Por qué me mira así? ¿Por qué no hace algo?». Él tenía el poder de enterrarla viva, si la rechazaba.

—Perdona, no te he oído. ¿Qué has dicho?

«Solo un poco más, empujarla un poco más».

Daanna apretó los puños y lo miró a los ojos. Ninguno de los dos esperó aquella reacción.

—¡Bésame! —Lo empujó con todas sus fuerzas y le golpeó el pecho con el puño cerrado—. ¡Bésame! —Le golpeó de nuevo, con toda la cólera y la desesperación que sentía—. ¡Haz que sienta algo! ¡Haz que desaparezca el frío! ¡Haz que…!

Menw la besó. Y no fue un beso del príncipe de las hadas. Fue el beso del demonio. Uno brutal, descontrolado, que la estimuló y la hizo reaccionar en cuestión de segundos. Le echó la cabeza hacia atrás y le metió la lengua en la boca, con fuerza, agresivamente. Como un guerrero conquistador que no debe tregua a nada ni a nadie.

Daanna no esperaba aquella sensación. La lengua de Menw acariciaba el interior de su boca, la forzaba a que lo aceptara y luego se peleaba con la suya. Ella lo había pedido, pero no esperaba esa reacción, y no quería decir que la sorprendiera. Su sanador la estaba besando después de dos mil años, y se sentía… Tan bien.

Ella cedió, necesitaba de ese roce. Abrió a boca y tocó tímidamente con su lengua la de él. Menw gruñó. La tomó de la cintura alzándola en vilo y la pegó a la pared. Luego llevó sus enormes manos a sus nalgas y la agarró del trasero mientras él se mecía contra ella. Daanna se quejó inmediatamente y él cortó el beso, y pegó su frente al mármol negro, al lado del hombro herido de la vaniria.

—No pares, no pares, por favor… —imploró ella sepultando la cara en su cuello.

Inhaló profundamente y su corazón se sintió en casa al oler la vainilla afrutada que desprendía la piel de Menw. Se agarraba a sus hombros con fuerza. Estaba mareada. Respiraba con dificultad. Dioses, los colmillos le dolían y le hacían salivar. Su entrepierna palpitaba y se preparaba para él, su cuerpo vacío exigía que lo llenaran. Y ella quería llenarse de todo lo que él le ofrecía. Abrió la boca y le dio un lametón largo y sensual en la carótida.

—Joder… ¡Oh, Cair! —exclamó pegando su erección a su entrepierna—. Está bien, tranquilo… —se dijo a sí mismo. Él no se podía creer que con solo un beso su cuerpo reaccionaría de esa manera—. Antes tienes que curarte, Daanna. Tienes que ponerte bien.

Aquel tono de voz… Cuando Menw se preocupaba por ella era tan tierno. Rozó su piel con los colmillos y le dio un pequeño mordisco superficial.

—Será mi primera vez, Menw —murmuró levantando una pierna y rodeándole la cintura con ella—. La primera vez que muerda a alguien. Mi primera vez contigo. ¿Me lo vas a negar?

La nuez de Menw se movió de arriba abajo cuando tragó saliva. Ya estaba ahí la pantera.

—¿Dejas que beba de ti? —preguntó insegura, esperando expectante su respuesta.

—Quiero que bebas de mi —dejó claro pegándose a ella—. Pero Daanna, si lo haces, no habrá vuelta atrás para ninguno de los dos —enterró el rostro en su pelo y la olió—. Tienes que estar segura. Ya sabes lo que va a pasar. Sabes que no me voy a quedar.

—No me importa —mintió. ¿Crees que me vas a dejar, Fa’oin (tonto)?—. Tengo sed. Sed de ti.

—Si bebes de mí, luego no me niegues lo que venga después. Sabes que la sangre es afrodisiaca ¿Verdad?

—Cállate Menw. —Llevó una mano a su pelo y la cerró en un puño. Abrió la boca y clavó los incisivos en su piel. Entonces empezó a beber como una mujer sedienta de vida, como una joven necesitada de amor.

Menw puso los ojos en blanco y dejó que la mujer que tenía en brazos bebiera de él. Daanna bebía y bebía. No se saciaba su sangre le calentó el alma y la piel, y derribó un trozo del gigantesco muro que había entre los dos. Pero Menw estaba cerrado mentalmente. No quería compartir sus pensamientos. ¿Estaba loco? Con ella no podía jugar a eso, ella era muy fuerte mentalmente, estaba especializada en circuitos neuronales. Le dio un empujón mental y él se atrincheró. No, no lo iba a permitir, no le dejaba leer su sangre. Él no iba a pelear con ella por eso también. Volvió a empujarle con insistencia y él se negó a dejarla entrar.

—Daanna. No. Daanna.

—Déjame entrar, Menw. Quiero verlo todo. Quiero saber.

Daanna tiró de su pelo rubio y enmarañado, acarició la parte posterior del muslo con su pie, y meció su erección con su entrepierna, moviendo las caderas adelante y atrás. Menw aulló, ella sonrió y entró en sus recuerdos. «Hombres».

Y entonces lo vio todo.

La primera vez que él la vio cuando todavía era un bebe.

Sus juegos y sus conversaciones de pequeños.

Sus miradas y sus insinuaciones cuando eran adolescentes.

El modo en que él la protegía de los romanos y su modo de demostrarle que la amaba.

Sus secretos y sus confesiones.

Su primera y única noche juntos.

Sus tatuajes del nudo perenne. Él tenía ese recuerdo casi cubierto de oro, en un pedestal. Durante siglos, esa noche le había salvado de la oscuridad total. «Dioses, Menw».

La trasformación y el chantaje que le obligaron a aceptar los Vanir.

Dolor. Cuánto dolor sintió al tener que traicionarla. Cuanto desconsuelo al verla a ella tan mal por su traición. Que poco comprensiva había sido ella con eso.

Sintió la esperanza que renació en él cuando Brenda se fue con Lucius y Seth. Menw creía que ella iba a volver, que se iba a interesar por sus razones, que iban a poder hablar. Miraba entonces al futuro con optimismo, con la creencia de que ella lo iba a perdonar.

«No lo hice, ¿verdad?». Lo abrazó con más fuerza y bebió de él con todo el cuidado del que fue capaz. Entonces, Daanna se vio a través de sus ojos, bajo su prisma. Sufrió todos sus desplantes, toda su rabia y su indiferencia en su propia piel. Él siempre había estado ahí para ella, protegiéndola, cuidándola, esperando, siempre esperando. Y ella nunca le había dado la oportunidad. La esperanza se tornó incertidumbre, y con los siglos, la incertidumbre se tornó en decepción. Y sin embargo, cada vez que él se hundía, o cuando sentía la necesidad de tirarlo todo por la borda, él recurría al recuerdo de su noche juntos como humanos, de su promesa, de sus tatuajes.

Mientras bebía su sangre, los ojos de Daanna no dejaban de llorar y caían lágrimas enormes llenas de pesar a través de las comisuras de sus ojos.

Y una noche, decidió romperle el corazón. Aquella noche iba a ver a Gabriel, y Menw le rogó que le diera otra oportunidad, y ella pisoteó su reclamo. Primero lo hizo de boca, y luego a través de sus acciones. Cuando Menw había presenciado el intercambio de sangre, Daanna pudo sentir el frío que se coló en su interior y como la pequeña luz que él había seguido manteniendo en su interior y que le había servido como faro para nunca ir a la deriva se apagó. Ella la apagó.

Él se volvió loco, se perdió. Empezó a beber sangre, no mucho, dosis pequeñas, porque él sabía que si bebía más y rebasaba la cantidad de sangre en su cuerpo estaría definitivamente perdido. Aprovechaba unas gotas de sus víctimas y las mezclaba con sus bebidas. Daanna estaba viendo lo que hacía con las otras mujeres. Él quería creer que se trataba de ella. Era a ella a quien mordía, era de ella la sangre que bebía y era ella a quien castigaba. El vampiro la odiaba y la deseaba a partes iguales, y en su cabeza, aquélla era su venganza. El vanirio no estaba muy alejado de esas emociones, pero tenía el sentido del honor tan arraigado en sus principios que había logrado mantener a raya la vileza del nosferatum que quería nacer en él. Por suerte, Menw había sido fuerte. No se acostaba con esas mujeres, gracias a los dioses, no se había acostado con nadie. Pero las mordía y las tocaba por donde le daba la gana. «Te cortaré las manos, cretino». Le tiró del pelo con fuerza y lo desgarró con los colmillos.

—¡Eso es! —Menw echó el cuello hacia atrás y empezó a mover las caderas con fuerza—. Demuéstrame de que estas hecha, pantera.

Y como último recuerdo, las palabras que le dijo en Oxford Street después de volar la sede de Newscientists: «Nunca serás mi pareja. Nunca te querré».

¿Por qué iba a hacerlo, después de todo lo que ella había hecho para alejarlo? ¿Qué motivo tenía el para quererla o para aceptarla de nuevo?