Eileen no sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, pero lo hacía sin rumbo, alejándose de esa casa, de esos monstruos, de esa extraña realidad en la que se había vuelto inmiscuida. Arrastraba los pies porque ni fuerzas tenía para levantar las rodillas. La gravedad tiraba de ella. En unas horas, el sol se pondría y ellos vendrían a buscarla, estaba segura. Eran vampiros. Los vampiros tenían colmillos y chupaban sangre. Ellos hacían eso.
No quería pensar mucho, le dolía la cabeza y se sentía débil. Sólo deseaba que todo aquello pasara.
Estaba en Inglaterra, en un lugar llamado Dudley, dentro de Birmingham. Eso sí que lo sabía. Había leído los carteles de las autopistas cuando la trajeron en los coches. Semidesnuda. Malditos bastardos.
Bajó la vista a sus pies. Llevaba zapatillas, tejanos y una camiseta de tirantes. ¿No pensarían que por pedirle perdón y darle ropa ella iba a olvidarlo todo?, ¿no?
Resbaló y a punto estuvo de caer. La zona en la que se hallaba era un prado verde bastante extenso. Al horizonte, se erguía una zona industrial. Las chimeneas de las fábricas sacaban humo espeso y negro.
Eileen pensó que había demasiada polución allí. Por suerte, hacía sol, pero era consciente que Inglaterra tenía fama de ser la tierra de las nubes y las lluvias.
Si las fábricas soltaban esos humos tan espesos, seguramente, ayudarían a formar una capa oscura sobre toda la zona, al menos, en Dudley.
No conocía nada de aquella tierra. Sólo Londres, por un viaje de siete días que hizo con el instituto. Pero no visitaron ningún pueblo de los alrededores. Al menos, su inglés era perfecto y no tendría ningún problema para comunicarse. Menudo consuelo… Después de todo lo que le había pasado… Le entraron ganas de reír.
Miró al cielo. Bueno, no era un lugar feo. Sólo hacía falta conocer sus puntos fuertes, pensó.
Tarareaba canciones para ignorar el estado de nervios en el que se encontraba desde ayer. La habían secuestrado, habían matado a su padre delante de sus narices. Le habían arrancado la ropa, la habían pegado y tocado sin ningún respeto, insultado y, además, atado a una cama con un cinturón como si fuera una actriz porno a la que le gustara el sadomasoquismo. Dejó de cantar.
Caleb le había robado la virginidad como una hiena carroñera.
Porque ella no había consentido. Había sido rudo y un auténtico animal al principio, pero luego… Luego algo había cambiado, en el mismo momento en el que se había dado cuenta de que ella era virgen todavía.
Entonces la había tocado para excitarla, para que ella encontrara el placer y, además, empezó a moverse de un modo más suave. Profundo, pero suave. Y ella había encontrado placer, sin duda. Dos veces (sin contar la del coche) hasta que sintió la boca de Caleb en el cuello. Sabía que tenía que sentirse ofendida y humillada. Y una gran parte de ella se sentía así. Sin embargo, la intimidad con el vanirio le había dejado huella.
Se paró en seco y abrió los ojos. Puso su mano izquierda sobre la zona de su garganta que él había chupado. La había mordido. El muy canalla… Le había clavado los colmillos, lamido y bebido como si ella fuera la solución a su sed.
Al recordarlo, el cuello y una zona que estaba mucho más abajo le empezó a palpitar y a ella se le erizó el bello de los brazos.
¿Acaso le había gustado? No, Eileen… ¿Cómo puedes siquiera pensarlo? Se enfado consigo misma.
Cuando él la mordió, empezó a ver estrellitas blancas que le nublaban la vista. Sentía que flotaba, que volaba sobre la cama, con los brazos de Caleb como fortalezas de hierros candentes, alrededor de su cintura, y con sus manos, apretadas y tensas sobre sus nalgas.
Sin rumbo de nuevo, fue consciente de que cada paso le resultaba doloroso. Había partes del cuerpo que le escocían. Zonas íntimas. Las ingles, por ejemplo.
No tenía mucha noción del tiempo que llevaba corriendo, pero estaba convencida de que eran más de tres horas.
¿Con quién podría hablar de lo que le estaba pasando? No tenía dinero ni siquiera una libra para llamar a cobro revertido a Barcelona. Si hablaba con los policías, se reirían de ella. ¿Quién iba a creerla? ¿Quién creía en vampiros, por el amor de Dios?
Lo que estaba claro era que habían matado a su padre. Su padre estaba muerto. ¿Por qué no podía soltar una mísera lágrima por él?
No hay nada por lo que llorar, se respondió a sí misma. Ni un recuerdo ni un gesto cariñoso ni una palabra afectuosa. Nada. Era tan extraño haber visto morir a tu padre y quedarte tan vacía. Vacía de recuerdos amables o de palabras cariñosas. Vacía de gestos cómplices o de abrazos llenos de calor. Le dolía más ese vacío emocional que el hecho de que él hubiera fallecido.
¿Sería verdad? ¿Sería verdad que Newscientists estaba involucrada en la caza de los vanirios? Pero eso era algo sobrenatural. No podía ser. ¿O sí?
Se estaba volviendo loca. ¿Si hablaba con Gabriel y Ruth, ellos la creerían?
Tenía que encontrar el modo de volver a Barcelona. Los necesitaba. Necesitaba a la gente que la quería, que le daba calor. Ellos estarían preguntándose dónde estaba. Se llamaban cada día por la mañana. Debería extrañarles no saber nada de ella.
¿Y lo de su diabetes, qué? Víctor iría hoy por la noche a su casa y le administraría la insulina. ¿Y si no era insulina como había dicho Caleb? De todos modos, ella no iba a estar allí cuando él fuese a verla. Ni tampoco su padre.
Mikhail estaba muerto. Madre del amor hermoso… ¿qué iba a hacer?
Una cabina. Una cabina y una buena persona que le prestara dinero para llamar a cualquiera de los tres, eso era lo que necesitaba.
Tendrían que viajar hasta Londres para ir a buscarla, pero ella encontraría el modo de llegar a la capital.
Sin embargo, todavía no se había encontrado con un solo inglés, a excepción de esos monstruos.
Corrió y corrió hasta llegar a aquel lugar industrializado. Tardó media hora más en llegar.
Era una urbanización. El centro de una ciudad. Había casas a los lados de las calles y un cartel que indicaba el nombre de ese recinto en el que se hallaba. Segdley.
Las casas que había eran del más puro estilo inglés. De ladrillo rojo, apareadas y de ventanas blancas. Algunas con brezo en las entradas y los coches aparcados enfrente. Si tocaba el timbre de alguna de ellas, seguramente nadie la abriría. No con esas pintas. Así que desestimó la idea.
Un grupo de chicos jóvenes hablando animadamente y riendo, ajenos a la pesadilla que ella estaba viviendo, se cruzaron con Eileen. No debería llamarles la atención, no tendría porque fijarse en ellos a excepción de porque necesitaba ayuda y de porque uno de ellos, un chico alto y enorme, de mejillas rosadas y pelo rubio, llevaba una camiseta amarilla que ponía en inglés:
Conoce a los hombres de Wolverhampton.
Se le cerraron los pulmones. No podía tomar aire. Había un banco en la calle para sentarse y se sentó para intentar relajarse. Cuando la sangre regó de nuevo su cerebro, empezó a recordar el sueño que había tenido.
Papá y mamá hemos dejado dos regalos para ti. Están enterrados en la piedra mágica bajo el puente de West Park ¿Te acuerdas de la piedra, cielo mío? ¿Recuerdas Wolverhampton?
Eileen apoyó los codos en las rodillas y la cabeza sobre las manos. Se masajeaba el cuero cabelludo con las yemas de los dedos.
Ese sueño… ¿Era ella la niña a la que hablaban aquellas dos personas? Pero… ¿cómo podía ser? Ella no recordaba nada de aquello.
Alzó la cabeza y miró hacia todas direcciones. Toda la gente que pasaba la miraba extrañada. Qué pinta de guiri debería de tener… Guiri sudada y magullada.
Sin pensarlo dos veces paró a los jóvenes y se dirigió al chico de la camiseta.
—Necesito ayuda, me he perdido —dijo hablando lo más calmada posible.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó el chico seriamente preocupado. Echó un vistazo a las magulladuras de la cara.
—¿Lo dices por esto? —ella se señaló la cara y la muñeca—. Me lo hice anteayer. Me… caí de una moto.
Los chicos se miraron un tanto desconfiados.
—Necesito ir hasta Wolverhampton. Al… al West Park. Vengo con un grupo de amigos de Barcelona. Estábamos visitando Segdley, pero me despisté y los perdí de vista. El autocar que nos trajo hasta aquí, ya se habrá ido. Nuestro lugar de encuentro es Wolverhampton. Debo llegar antes de las siete de la tarde. Pero no puedo llegar porque… porque una de mis amigas lleva mi bolso con el móvil y con mi cartera. Ahora no las puedo localizar ni tengo dinero para ir hacia allí —¿De dónde le salía tanta habilidad para mentir?
El chico sonrió y se miró la camiseta.
—Entonces sabrás que soy un hombre de Wolverhampton, ¿verdad? —señaló las letras y el logotipo en forma de cara lobuna que había dibujado en el pecho.
—Bueno —dijo ella dándole una espléndida sonrisa que lo dejó cautivado a él y a sus amigos—, eso parece indicar tu camiseta. ¿Me podríais decir cómo llegar hasta allí?
—Podemos acompañarte si quieres —le dijo él—. Yo vivo allí y, además, he traído coche. No pensarías ir andando, ¿verdad?
—Pues… sí.
—Bueno, no queda muy lejos si vas con cuatro ruedas. Andando tienes como unas cuatro horas y media.
—Vaya —miró sus sandalias doradas. No iba a poder caminar mucho más. Todavía le escocían las heridas de los pies.
El chico advirtió su calzado y la animó.
—No te dé vergüenza… —esperó a que le dijera su nombre.
—Eh… Eileen —le dio la mano y él se la cogió.
—Yo soy Bob. Encantado de conocerte.
—Igualmente.
—¿Entonces te llevo?
Eileen dudó un segundo.
—No te preocupes. Si quieres, nosotros también podemos acompañarte —dijo otro del grupillo, más alto y delgado que Bob. Intentaba convencerla—. Bob es muy peligroso con las chicas bonitas como tú.
Ella fingió que no lo había oído. Lo último que necesitaba era más ego masculino. Había tenido una buena dosis con el monstruo de Caleb. Y aun así, no sabía si fiarse de ellos. Pero pensó que no todo el mundo tenía que ser malvado.
—No quiero importunaros —dijo ella mordiéndose el labio.
—Tranquila, no te preocupes. Yo ya iba hacia allí —le dijo Bob. No. Ese chico no le haría daño. Parecía estar hecho de buena pasta—. Llegaremos en veinte minutos, ya verás —insistió.
—¿Qué hora es ahora? —le preguntó ella.
—Son las cinco y media.
Había corrido y caminado más de lo que creía. El miedo puede inyectar grandes dosis de adrenalina.
—Está bien, Bob. Me fío de ti.
Una vez sentada en el asiento del copiloto de un New Beatle rojo, se ensimismó recordando el sueño. No entendía por qué había decidido hacerle caso ni por qué le urgía llegar hasta el West Park. Su plan previo había sido localizar una cabina, conseguir dinero, llamar a Barcelona y que la vinieran a buscar. Pero su idea se desvaneció al llegar al pueblo y al cruzarse con esos chicos.
¿Y si era una señal? Bien, ahora lo sabría.
—Debiste ponerte muy nerviosa cuando te encontraste sola sin tus amigos en un país desconocido y sin dinero…
Eileen se aclaró la garganta y miró a Bob. Por fin se había encontrado a alguien bueno. Alguien educado y amable que estaba dispuesto a ayudarla gratuitamente. Era un chico joven, de no más de treinta años.
—Sí, me asusté un poco —contestó algo avergonzada, sin mentir del todo.
—Yo también me asustaría.
Eileen lo miró de arriba abajo. Era un auténtico tanque. Grande, corpulento y con unos brazos de levantador de pesas que intimidarían a muchos.
—Sí, seguro —le dijo ella intentando sonreír.
—Claro que no —él se echó a reír.
Cómo estaba cambiando su vida, pensaba mientras miraba por la ventana. Sentada en un coche, con un chico al que no conocía, guiada sólo por su intuición que le decía que Bob no era malo. Yendo de cabeza a perseguir un sueño. El primero que había tenido desde los siete años.
—Yo quiero ir a Barcelona algún día. Tengo conocidos que han visitado tu ciudad y han regresado contando maravillas de ella.
—Bueno, es una ciudad realmente bonita y llena de cultura —dijo ella obligándose a hablar con su salvador—. Casi siempre hace sol, las playas son espectaculares y las noches, cálidas y llenas de ambiente jovial. La comida es excelente y tiene el mejor equipo de fútbol del mundo.
—El Fútbol Club Barcelona —dijo Bob.
—Así es —confirmó ella.
—¿Te gusta el deporte, Eileen?
—Me gusta mucho. Todo tipo de deporte, pero sobre todo me gusta el fútbol y el Barcelona.
—Bueno, no te discutiré que el mejor equipo de fútbol del mundo es el de tu ciudad, pero el segundo mejor es el de los Wolves. Así que te daré dos entradas para que vayas a verlos al torneo de verano que organizan. ¿Hasta cuándo estarás aquí?
No lo sabía. Dependía de si volvía a encontrarla Caleb y los suyos.
—Me iré pronto —respondió ella con la esperanza de que sus palabras fueran ciertas.
—Bien. Entonces yo te doy las entradas y tú decides si puedes ir o no a verlos antes de que te vayas, ¿ok? —abrió la guantera con la mano izquierda y cogió las dos entradas. Se las ofreció.
Eileen las tomó, asintió con la cabeza y volvió a mirar por la ventana. Lo último que quería era ir a ver un partido de fútbol y muchísimo menos entablar conversación con nadie. Estaba a punto de desmoronarse y llorar por lo que había vivido.
Llegaron a una ciudad llena de vida, comercios y mucho, mucho ambiente. Pasaron por delante de una preciosa iglesia. Eileen la admiró.
—Es Saint Peter’s Church. Bonita, ¿verdad? —le indicó él—. Tienes de todo para ver aquí. Galerías de arte, teatro, tiendas, parques… Y a partir del uno de julio se convertirá en una ciudad sin malos humos —puso dos dedos abiertos sobre los labios e hizo como si fumara y se ahogara.
—¿Prohíben el tabaco definitivamente?
—Sí. No se podrá fumar en ningún lugar público. Es genial.
—Sí. Fumar mata —musitó con sorna. Después de la pesadilla que había vivido, lo de fumar o no fumar le parecía ridículo.
Bob asintió. Puso el indicador de dirección a la derecha. Bob parecía uno de esos hombres ingleses. Muy educados, muy caballerosos y también muy niño de papá. Pero era bueno de corazón y completamente inofensivo.
—¿Has visto algo más de la ciudad? —le preguntó mirando por el retrovisor y desviando el coche hacia el mismo lado.
—Algo —como odiaba mentirle.
—Tienes la oficina de turismo cerca del West Park. Os darán unas guías espléndidas.
—¿Tú vives por aquí? —preguntó. No estaría mal tener a alguien con quien contactar, por si acaso.
—Vivo cerca del Cineworld. La sala de multicines de Wolverhampton.
Paró el coche. Estaban justo enfrente de un inmenso parque de césped verde, muy pulido y bien cuidado, con árboles por doquier y adorables caminitos que seguir que se perdían entre la vegetación.
—Bueno, aquí es.
Eileen asintió con la cabeza y frunció los labios en un gesto nervioso. ¿Cómo iba a agradecerle lo que había hecho por ella?
—Bob, no te imaginas el favor que me has hecho trayéndome hasta aquí.
—Compénsamelo viniendo al torneo —le sonrió agrandando los ojos.
—Haré lo posible —se reclinó y le dio un beso amistoso en la mejilla. Se lo merecía por haber sido su caballero.
—Vaya —se había sonrojado—. Espera —la detuvo antes de que saliera por la puerta. Sacó su cartera y le dio cinco libras. Apuntó su teléfono en un papel con un boli y también se lo dio—. Puedes utilizar este dinero para lo que tú creas conveniente. Si me necesitas, llámame a este número. Y si no encuentras a tus amigos, utiliza el dinero para llamarlos a ellos y localizarlos. Te prestaría mi móvil, pero no lo llevo.
—Bob, si no nos vemos más —le dio la mano y la apretó agradecida—, guardaré este número para llamarte y asegurarme que cuando vengas a Barcelona, yo te pueda enseñar la ciudad.
—Eileen, conozco las marcas que dejan los puñetazos —le dijo en voz baja—. Yo mismo soy boxeador. Por favor, si necesitas ayuda, no dudes en llamarme.
Eileen se quedó blanca al oír aquel sincero ofrecimiento y lo mucho que había acertado. Cómo me gustaría explicárselo a alguien.
Bob le sonrió y Eileen, a su vez, le sonrió con tristeza. Así se despidieron.
Había gente buena en el mundo. Gente muy buena en Inglaterra, en Wolverhampton. No todo iba a ser malo, ¿no? Estaba convencida de que volvería a ver a Bob.
De repente se encontró sola frente al parque que le hacía sentirse pequeña no sólo de estatura, sino de edad. Curiosa sensación, pensó.
Se adentró por los caminos y sintió cómo se le ponía la piel de gallina. Parecía recordar el lugar. Pero era imposible, porque ella no había estado allí, jamás. Olía a hierba mojada, a verano y a dulce, a nube dulce. A mano derecha, un río serpenteaba y pasaba por debajo de un puente.
Se le paró el corazón. Un puente.
Las manos le empezaron a sudar y tuvo que inclinarse y apoyarse sobre sus rodillas para volver a tomar aire. No era buen momento para un ataque de pánico.
La gente paseaba por su lado como si fuese un día normal. Pero aquel no era un día normal. Ella lo sabía perfectamente. Un grupo de vampiros psicópatas la habían tomado con ella y había tenido un sueño en el que recordaba la vida de una pareja y su hija. Además había perdido a su padre y, para colmo, también la virginidad. Ahora tampoco le daba mucha importancia al hecho de haberla perdido, pero sí al modo en que lo había hecho. Tenía que dejar de pensar en ello y centrarse en su sueño.
El lugar. Aquellas personas. El puente.
Salió del camino y se tumbó en la hierba. Había mariquitas revoloteando por el césped y mariposas cerca del agua del río. Cayó de culo y se cogió las piernas.
Todos los instintos le decían que estaba en el sitio y en el momento correcto. Que hacía mucho tiempo alguien escondió un regalo bajo ese puente, en una piedra mágica. Un puente no muy grande, pero dotado de un especial encanto.
Una imagen atravesó su mente. Ella en brazos del hombre y de la mujer. De noche, en pleno verano. El día de su cumpleaños. Un ladrillo del puente abierto y algo que introducían en el interior. Luego colocaron el ladrillo de nuevo.
Sacudió la cabeza y se la agarró entre temblores.
Estaba enferma. No había otra explicación. Aquella visión era una alucinación.
No. No era ninguna alucinación. Joder, Eileen, despierta… La había mordido el hombre más increíblemente hermoso y malvado que había visto en la vida. La había mordido con sus colmillos. Había caminado por subterráneos y conocido a los llamados vanirios. Había soñado con otra vida que, a lo mejor y sin lograr entenderlo, le había pertenecido alguna vez. ¿Qué había de sus recuerdos antes de los cinco años? ¿Dónde estaban?
La niña del sueño se llamaba Aileen. Con A, no con E, pero eran nombres casi exactos.
Caleb estaba en lo cierto. Su diabetes estaba perfectamente controlada, nunca había tenido ningún problema. ¿Cuándo se la diagnosticaron? A los siete años. ¿Qué le pasó? ¿Recordaba haberse sentido mal o haberse desmayado para que le diagnosticaran esa enfermedad? No. De hecho, no recordaba nada antes de eso.
Caleb estaba en lo cierto. Cuando Víctor la pinchaba, no tardaba más de diez minutos en caer en la inconsciencia hasta el día siguiente. Después de la diabetes, dejó de soñar. Entonces, ¿antes soñaba?
Fuese lo que fuese, estaba viva todavía y tenía la oportunidad de saber si ese sueño había sido o no la visión de una vida que había perdido en los retazos de su memoria.
Hacía sol, pero a la luz del día no podía colocarse bajo el puente. Los guardias forestales del parque le llamarían la atención. Esperaría a que no hubiese casi nadie para hacerlo, aunque se arriesgaría a que llegara la oscuridad y con ella, Caleb y su clan.
Se estiró y sin quererlo ni creerlo, se relajó.
A las doce de la noche, cumpliría veintidós años. Ya no sería la misma Eileen. ¿Cómo podría serlo?
Pensó en los planes de futuro que tenía: en el proyecto de formación de pedagogos en Londres, en el deseo de poder ayudar a la sociedad a través de un nuevo método de educación. Ya no podría seguir su sueño.
A duras penas, se mantenía cuerda en aquel momento como para ser capaz de enseñar nada a nadie. Esa gente se lo había robado todo, pero no iba a quedarse de brazos cruzados.
Primero intentaría averiguar qué le estaba pasando y por qué la asaltaban esos recuerdos ajenos. Y luego, averiguaría cuáles eran los procedimientos reales de la empresa en la que trabajaba y que dirigía su fallecido padre. Si lo que decía Caleb era verdad, no podía permitirse algo así. Estaban matando a seres que tenían sus propios hijos. Niños que eran diferentes y que sufrían viendo cómo mataban a sus padres. Un niño era un niño fuese de la naturaleza que fuese.
Ella había visto morir a su padre. ¿Por qué no sentía su muerte? ¿Por qué?
Apretó los puños y golpeó el suelo mullido de verde. Sintió que algo le mojaba la sien. Lo apartó con la mano y descubrió que era una lágrima y que estaba llorando.
—Basta, basta de llorar… —se incorporó y quedó sentada de nuevo con las piernas cruzadas.
Ella no había pedido nada de eso. No había elegido descubrir lo que había descubierto. Estaba metida hasta el fondo en algo que no había reclamado, en una guerra que no era suya. Pero la habían involucrado. Pues, ya era suficiente…
No tenía nada. Estaba sola. ¿Qué podía perder? No era ninguna cobarde. Ni tampoco de ese tipo de personas que se echan la manta a la cabeza para olvidarse del mundo.
Un mundo de noche, sangre y clanes la había sacado de su vida acomodada y agradable. Ahora que todos cargaran con las consecuencias.
Caleb, el primero. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él? Se frotó las muñecas con la mirada perdida.
Se levantó. Miró a un lado y al otro y, sin pensárselo dos veces, bajó la cuesta que llevaba a la orilla del río. Vigilando que nadie la viera, introdujo los pies en el río. El agua estaba fría, pero agradeció el cambio de temperatura, porque le hizo tomar contacto con la realidad. Sobre la superficie había pequeños mosquitos. Dio gracias a que el río no llevase mucha agua. Estaba casi vacío. Con toda la rapidez de la que fue capaz, se ocultó debajo del puente de piedra y empezó a palpar los ladrillos que conformaban el arco del puente.
Había un ladrillo, casi oculto por el agua, que tenía unas letras escritas. Eileen se agachó y lo palpó intentando leer la inscripción.
J A T FOREVER.
¿J A T para siempre?
Eileen vigiló que nadie la viera. Estaba oscureciendo y la gente ya no paseaba. Introdujo los dedos por los laterales del ladrillo. Parecía estar hueco. Y… se movía…
Envuelta en una renovada curiosidad, intentó desencajar el ladrillo. Le costó bastante. Sólo un poco más y… zas… El ladrillo salió y quedó reposado en sus manos. Sonrió y miró el agujero negro que había en la pared. Introdujo la mano palpando con cuidado. ¿Habría ratas? No pienses en eso.
Tocó barro húmedo, pared rugosa y algo envuelto en un paño. Introdujo medio brazo para alcanzarlo y amarrarlo con fuerza.
Papá y mamá hemos dejado dos regalos para ti. Están enterrados en la piedra mágica bajo el puente de West Park ¿Te acuerdas de la piedra, cielo mío?
¿Era verdad? Logró sacar el paño con lo que envolvía. Era algo rectangular, un poco grueso y pesado. Dios mío, todo aquello era real.
Salió del río corriendo como si estuviese poseída. Amarraba ese tesoro como si le fuese la vida en ello. Miró al cielo, el sol se estaba poniendo. Malas noticias.
Con los pantalones tejanos mojados, los pies húmedos y las manos temblorosas, buscó el cobijo de algún lugar del parque. Bajo un árbol, tras un matorral, detrás de un muro, cualquier lugar sería bueno para estudiar lo que llevaba con ella.
Encontró un grupo de árboles que parecían dibujar la forma de un arco. Se colocó detrás de ellos y quedó cubierta por los troncos. Cayó de rodillas y dejó el tesoro sobre el césped. Quitó el paño mugriento. Aquellos regalos estaban cubiertos por un plástico aislante de la humedad. Lo quitó también y entonces sus ojos descubrieron por primera vez lo que el tiempo había escondido bajo el puente.
Un libro. Tenía las tapas duras cubiertas de minúsculas piedras preciosas verdes. En el centro, con topacios más oscuros, había escrito:
JADE.
Entre el plástico aislante se divisaba otro objeto enrollado de un modo menos cuidadoso. Un cuchillo de valiosa y excelente manufactura. La empuñadura, en forma de oso levantado sobre las dos patas traseras, parecía ser de marfil blanco y pulido. El oso tenía dibujado en la panza un símbolo que ella conocía muy bien. Un símbolo celta llamado triskel. Ella sabía que significaba la interacción entre el cuerpo, la mente y el alma. Lo había leído en uno de los libros sobre mitología y simbología ancestral que tenía Gabriel en su casa. A él le encantaban.
Eileen acarició la empuñadura y giró el cuchillo para admirar la hoja. Todavía cortaba y el acero brillaba refulgentemente.
Acercó la hoja a sus ojos y divisó una inscripción.
«An Duine Táirneánach».
¿Qué quería decir? Y… ¿en qué idioma estaba escrita? Tratando de recordar el sueño, entendió que había palabras que, aunque a ella le sonaban, no las había escuchado nunca antes y estaba segura de que eran palabras antiguas. Ella sabía bastantes idiomas como para diferenciar las etimologías y las diferencias entre lenguas modernas y antiguas.
Esa lengua ya no se hablaba. Pondría la mano en el fuego.
Cubrió la hoja del puñal con parte del plástico y se lo guardó en la parte de atrás del pantalón. No en el bolsillo, sino entre las bragas y…
¿Bragas? Eileen tiró con los pulgares del tejano y vio que llevaba unas bragas amarillas. Se puso las manos sobre los pechos y descubrió que también llevaba sostén. Había salido tan escopeteada de esa casa que ni se había parado a pensar en lo que llevaba puesto. Si hubiera estado desnuda, también habría huido del mismo modo. Miró el sostén por el interior de la camiseta. También eran amarillos. Vaya, a juego. Pero bueno, ¿quién la había cambiado de ropa? ¿Habría sido Daanna?
Se acomodó bien el puñal. Lo colocó con cuidado de modo que no sufriera riesgo de cortarse. Sólo le faltaba eso…
Apoyó la espalda en el tronco del árbol más curvado y tomó el libro. Lo acarició sutilmente.
Hizo inspiraciones lentas y profundas recordando las clases de yoga que había hecho en el gimnasio de Barcelona. Tenía los pelos como escarpias y estaba convencida de que empezaba a tener fiebre. Sus manos frías y temblorosas acogieron las tapas y las abrieron. Eran hojas un tanto amarillentas, pero bastante gruesas.
Las primeras hojas estaban escritas en símbolos que no logró entender. Y parecían, además, símbolos quemados sobre el papel. Cómo le disgustaba desconocer algunas cosas. Irritada, pasó las páginas rápidamente hasta llegar, por fin, a palabras escritas a mano en inglés. Un inglés que parecía actual.
Mi querida Aileen, este es mi regalo más preciado para ti. Me gustaría poder dártelo en mano pero, sin embargo, creo que cuando lo tengas querrá decir que yo ya no estaré contigo para poder explicarte todas aquellas cosas que tú desees saber.
Con él me recordarás siempre, y aprenderás todo lo necesario respecto a ti y respecto a lo que eres y a quién eres.
Es un diario como ya te habrás imaginado. Nunca tuve nada especial que explicar hasta que conocí a tu padre. Luego llegaste tú.
Tendrás muchas preguntas respecto a lo que te pasa o a por qué te sientes diferente al resto. Confío en que este libro te sirva de guía, mi estrella.
Te quiero con todo mi corazón.
Mamá.
Tragó saliva y cerró los ojos. Parecía que la tierra daba vueltas bajo sus pies. Se sentía mareada y desorientada. Siguió leyendo.
De donde yo vengo, cuando nacen niñas se celebran fiestas por tan dichoso evento. Las mujeres son veneradas y respetadas, porque son la cuna y el corazón del futuro de nuestro clan.
Cuando cumplí los dieciocho años, me regalaron este libro. En él debía escribir, si así lo deseaba, todo aquello que pasara en mi vida.
Supongo que lo que me ha sucedido hoy, a la edad de 22 años, es lo primero que escribiré.
Ha llegado mi conversión. He pasado de ser una humana a convertirme en una berserker. Ha sido extraño y doloroso, pero parece que ya he hecho la mutación. A los 22 años, tal y como nos manda la tradición.
Y creo que es una locura, porque desde entonces tengo una cola de berserkers machos esperando a que les escoja como pareja. El clan cree que soy la mujer más bonita que ha existido entre ellos. Dicen que soy especial y me apodaron princesa Jade.
Estoy cohibida y ebria de tanta adoración.
Eileen no dejaba de sudar. Se le había secado la lengua y oía un pequeño zumbido en los oídos.
El libro ha estado vacío de palabras importantes hasta esta noche. Hoy he conocido al hombre más increíblemente hermoso y apuesto que he visto en toda mi vida.
No sé cómo ha sucedido, pero lo he encontrado mirándome entre los setos del West Park. Vigilándome y acechándome. Cuidándome y, a la vez, amenazándome. Así es cómo me siento. Él es una amenaza.
Hoy lo he vuelto a ver, pero esta vez he procurado estar acompañada de los machos del clan. Ellos me siguen allá donde voy como perros en celo. Son tan adorables.
He sentido sus ojos sobre mi nuca, sobre mi cuello y juraría que me ha hablado mentalmente. Ha exigido que me apartara de ellos y que fuera hacia él, que volviera a él. Si lo ha hecho, no puedo acercarme. Si su voz era real, debo apartarme. Él es nuestro enemigo.
Hoy me interné en Dudley con el clan. Tenían ganas de acción y sabían que allí la encontrarían. Nada mejor que abrir antiguas rencillas entre ellos y los chupasangres. No me gustan las peleas, las odio, no sé por qué me han llevado, pero el ego masculino es así.
Él estaba allí. Se reía de nosotros, mordía a los chicos con la mirada y me devoraba a mí con los ojos. Me miraba. Me estudiaba. Me asusta y me quema por dentro. Al final no ha habido pelea. Demasiados humanos de por medio.
No sé cómo ha sucedido, pero tres hombres vestidos de negro han intentado abusar de mí en las montañas de Wolverhampton. Eran humanos. Por suerte, él me ha salvado. Creo que los ha dejado inconscientes, si no los ha matado, porque nunca había visto a nadie luchar con tanta furia.
Me ha abrazado y me ha cogido en brazos como si fuera una desvalida. Y me ha dicho que yo era suya, que me prohibía que me apartara de él. Me he enfadado. Me he enfadado tanto… Nadie me da órdenes y ese hombre parece que es un dominante y un abusón. Los vanirios son unos prepotentes. Siempre fueron así. Me tocó y me sobó como si fuera realmente algo de su propiedad, sin tener en cuenta si yo lo deseaba o no. Me da miedo.
Me da miedo, pero… me gusta. Despierta en mí algo primitivo que se encontraba dormido en mi interior. No me quiere decir su nombre todavía.
No puede hacerlo. No puede hacerlo… Pero ¿qué se ha creído? Esta noche me ha secuestrado y me ha llevado a su casa. Una casa preciosa rodeada de jardines y flores silvestres. Me ha dicho que me deseaba y yo he querido forcejear con él, he querido liberarme de sus fuertes brazos, de su calor, de su atracción y de su boca que me lamía el cuello y arrasaba mis labios y mi lengua. Debería estar prohibido besar de ese modo. Aun así sigue asustándome. Me asusta su intensidad, su modo de querer dominarme y someterme a él como si fuésemos fieras salvajes. Soy una berserker, soy una fiera por naturaleza, pero él es mucho más salvaje que yo. Y no sé si estoy preparada, porque él, definitivamente, no es como yo. Después de discutir, me ha dejado de nuevo en Wolverhampton y se ha ido sin despedirse.
Hoy me ha vencido y ha derribado todo mi autocontrol. No sé cómo ha pasado. Debió de ser la luna llena y él, ese insoportable y endiabladamente sexy vanirio, se ha metido en mi mente y no me quiere liberar de sus cadenas.
Lo he encontrado en Segdley hablando con una chica rubia y de tetas enormes (mi padre me cortaría la lengua por hablar así). Me han entrado ganas de arrancarle los ojos y de cortarle ese bonito pelo ondulado que tiene y que mueve de un modo presumido y seductor. Creo que él, cuando me ha visto, ha sonreído y desafiándome con la mirada se ha acercado más a la rubia y… La ha acariciado…
Se me ha hecho un nudo en el estómago y he sentido que quería reírse de mí, que eso es lo que había estado haciendo desde que me vio. He salido de allí corriendo como alma que lleva el diablo, pero me ha detenido a medio camino, porque ha aparecido en el bosque como si también fuera de él. Le he exigido una explicación y me he convertido en lo que dicen que son las mujeres berserkers: unas guerreras celosas y posesivas de sus hombres. Menudo espectáculo.
Él me ha agarrado del pelo y me ha hecho callar con sus labios. Y yo he perdido el norte. No es justo. No puede quitarme el conocimiento de ese modo. Me ha dicho que quería saber hasta qué punto yo sentía algo por él, que por eso se ha comportado así. Me ha culpado de ser fría, de no dejarme llevar, de no ir a él cuando lo pedía. Le he dado una bofetada y le he dicho que no podía obligar a los demás a comportarse del modo en que él quería que lo hicieran, pero después de todo el berrinche, me arrepentí de haberle pegado. Estaba furioso y su rostro parecía estar cortado por los mismos patrones que las esculturas griegas. Me cogió como un saco inanimado, me colgó de su hombro y sentí que nos elevábamos por los árboles y el bosque y que aterrizábamos en el jardín de su casa. Yo estaba asustada, tenía miedo. No de él, sino de ese fuego abrasador que reflejaban sus ojos. Me desgarró la ropa y me tumbó en la cama de su habitación. No he logrado entender cómo llegamos hasta allí, pero llegamos seguro. Me ha anclado a la cama y me ha separado las piernas. Le he gritado y le he pegado todo lo que he podido pero él no me ha hecho ni caso. Se había quitado la ropa y estaba desnudo, de rodillas entre mis piernas. Yo temblaba. Él me dijo, que no me resistiera a él, que no intentara alejarlo, que lo dejara entrar y tomar libremente lo que quería. Nunca lo había visto así, los ojos rojos y las pupilas negras, los dientes largos y lacerantes. Me dijo que me haría daño, que no lo quería, pero que me lo iba a hacer porque no podía controlar a la bestia que había en él. Que esa bestia se despertaba sólo conmigo, pero que iba a intentar regresar. La primera vez iba a dolerme y, a lo mejor, a asustarme. Después de superar ese trance, las demás veces iban a ser frenéticas y rozarían el éxtasis, me aseguró. Eso me había dicho. ¿Cómo podía creerlo?
Yo no podía estar más asustada de lo que ya estaba.
Se cernió sobre mí, encajó las caderas entre las mías y, sufriendo el dolor más ardoroso e irritante que había sentido hasta entonces, me penetró de una sola embestida. Luego fueron más hasta que mi útero lo dejó entrar por completo.
Era un animal. Me había arañado la piel, sentía que yo estaba sangrando entre las piernas, oía mis sollozos, mis súplicas de que parara, pero no lo hizo. Nada podía detenerlo. Me clavó los colmillos y bebió hasta que perdí el conocimiento. Aun así, creo que ni entonces se detuvo.
Cuando volví a despertarme, tenía un regusto a hierro en la boca. Salté de un brinco de la cama y busqué la puerta más cercana para salir de allí. Él me daba miedo. Estaba aterrorizada, enfurecida y dolida por su comportamiento.
Me detuvo cerniéndose sobre mí y aplastándome contra la pared de espaldas a él. Seguía siendo demasiado agresivo. A través de la ventana podía ver la luna pálida y brillante en el cielo, más grande que nunca. Yo no quería volver a unirme a él, no quería ese tipo de relación. Además, él era un vanirio y yo una berserker. No nos caemos bien, nos repelemos.
Me abrazó, esta vez sin violencia, sólo con ternura y algo de posesividad y hundió la cara en mi cuello. Con un hilo de voz, me rogó que no lo abandonara, que ese tipo de unión se daba sólo la primera vez, con la verdadera pareja. Yo era su cáraid, me dijo, su pareja eterna. Me dijo que yo era suya y él era mío, y me suplicó que le dejara amarme otra vez como él sabía hacerlo. No sé por qué me acongojé después de aquellas palabras, sobre todo después de cómo me había tratado, pero quise confiar en él. Volvió a tomarme en brazos y a dejarme sobre la cama. Con sus manos y sus besos, calmó mis temblores y mis miedos. Con su lengua, lamió y chupó mis heridas y también las que no se veían. Se colocó entre mi entrepierna y yo me cubrí, me dolía y no quería que volviera a tocarme ahí.
Cuando me pidió que le dejara curarme, parecí verle los ojos humedecidos y muy arrepentidos por lo que había pasado. Me enternecí, no lo pude evitar. Aparté las manos, él me las tomó y me besó uno a uno los dedos de las dos. Luego se acomodó entre mis piernas y me las separó con los hombros.
Posó su boca y su lengua ahí abajo y yo me envaré. Aquello era increíble. Me chupó y me chupó hasta que casi me saltaron las lágrimas pero esta vez de placer y, después de llevarme al éxtasis tres veces seguidas, se acomodó entre mis piernas y se hundió en mí. Yo creía que iba a enloquecer de gozo. No había imaginado nada parecido entre hombres y mujeres. Pero él, me lo había enseñado. Valió la pena el sufrimiento inicial para luego recibir el placer más sublime.
Bueno, pues ya no soy virgen. Ahora soy una mujer enamorada de un hombre llamado Thor. Jade, la princesa berserker, y Thor, el guerrero vanirio. Menuda pareja.
Di-os mí-o. Se le cayó el libro de las manos. Estaba ardiendo y sentía la piel rebosante de sudor. No supo cuándo empezaron los dolores, pero su estómago empezó a retorcerse y a quemarle como si tuviera un incendio interno. Se encogió y apretó el libro contra su barriga. La virgen… ¿Qué le estaba pasando? El dolor remitió poco a poco. Volvió a apoyarse en el tronco del árbol, respirando con dificultad, ligeramente mareada y se dispuso a continuar con el libro.
Thor. ¿Sería el mismo amigo de Caleb? Estaba convencida de que así era. Repasó las hojas siguientes que contenían las descripciones explícitas de sus encuentros sexuales. Por lo visto, habían disfrutado mucho el uno del otro.
Jade se había enamorado perdidamente de Thor y Thor de ella. Parecían dos perros en celo, persiguiéndose por las noches, practicando todas las posturas, unas veces de modo tierno, otras veces rudo y violento, en función siempre del momento y el calor de la pasión. Ambos eran apasionados, sin duda.
Luego había otros resúmenes extensos sobre cómo eran los vanirios. Sobre la necesidad de su cáraid, sus parejas… Parecía interesante, pero lo pasó de largo.
Llegó a otra parte del diario más informativo.
Nos hemos convertido en amantes fugitivos. Somos conscientes de que las diferencias entre berserkers y vanirios son completamente insalvables. Si decimos que estamos juntos, habrá una guerra de nuevo. O peor, nos matarán por haber cometido desacato. Pero estamos enamorados y queremos disfrutar de nuestro amor todo el tiempo que nos regale la vida.
Así que hemos decidido irnos de Inglaterra. No podemos ocultarnos por más tiempo. Debemos encontrar un sitio ideal para nuestras características. Creemos que Rumanía es una buena opción.
Thor está un poco apenado por dejar su clan y a su mejor amigo Caleb, pero está todavía más afligido por las diferencias que han distanciado a las dos razas hasta el punto de matar por matar, de perseguir por perseguir, o de prohibir por prohibir. Yo estoy apenada por no poder despedirme de mi padre, As. Pero es lo que nos toca vivir ahora a Thor y a mí. Es lo que arrastra la historia de los vanirios y los berserkers. Ambos somos seres mágicos de linajes ancestrales y, sin embargo, eso es lo único que tenemos en común, por lo visto.
Los Balcanes tienen su encanto. La gente aquí es cálida y aunque hay berserkers y vanirios, increíblemente, parece que se soportan mejor que en Inglaterra o al menos… esa es la impresión. Algunos humanos conocen de nuestra existencia, pero seguimos entre los mitos y las leyendas. En realidad no quieren creerle. No nos hemos querido relacionar con ningún clan. No sabemos hasta qué punto podrían volar las noticias hasta las islas y, aunque sabemos que al parecer no hay mucha relación entre los clanes alrededor del mundo, tampoco queremos arriesgarnos.
Estoy embarazada. Thor y yo hemos hecho nuestro pequeño milagro. Las berserkers tenemos camadas, pero yo no estoy segura de que vayan a ser más de uno, sobre todo al ser el padre un vanirio, pero Thor desea que así sea. Dice que quiere réplicas nuestras en miniatura. Yo me he echado a reír. Es tan tonto…
Sorpresa inesperada la de hoy. Samael nos ha encontrado. No sabemos muy bien cómo, pero ha asegurado que el vínculo entre hermanos es tan fuerte que al final pudo encontrarlo. Nadie sabía que Thor y yo nos habíamos fugado juntos. Ahora Samael lo sabe, pero no sabe que estoy embarazada. Hemos decidido no decirle nada. Por lo visto, no se va a quedar, pero sí que le ha exigido a Thor que esté en contacto con él, al menos. Para no preocuparse innecesariamente. Thor ha accedido.
Hoy ha nacido nuestro bebé. Es una niña increíblemente hermosa y rodeada del aura de luz más pura y bonita que hayamos visto jamás. Thor se ha echado a llorar de la emoción y yo también. Me hubiera gustado que mi padre conociera a mi hija, pero no sé cómo reaccionarían al saber que es hija de un vanirio. Y Thor deseaba que en un día tan especial sus amigos, Caleb y Daanna, así como Menw y Cahal, estuvieran presentes, sobre todo Caleb que, aunque no son hermanos de sangre, sí que lo son de alma y corazón.
Thor está afectado por eso. Cree que está traicionando a su amigo pero, al igual que yo, prefiere no decir que se ha enamorado, casado y creado una familia con una berserker y no porque nos avergüence, sino porque podría haber represalias indeseadas en ambos bandos. Por lo demás, hoy es nuestro día más feliz. No hemos tenido ningún problema para escoger el nombre. Se llamará Aileen. Dice Thor que en su lengua significa luz y a mí me han sobrecogido sus palabras. Entonces, que el mundo la conozca como Aileen, la luz que iluminará sus noches y nuestros días.
Eileen se enjuagó las lágrimas. El dolor aparecía a intervalos cada vez más cortos y seguidos. El libro la ayudaba a mantener la atención alejándola del foco del dolor, pero cada vez le costaba más.
Aileen. Qué bonito.
Hay unos hombres muy extraños merodeando por las montañas. En el pueblo, se están dando varias muertes en circunstancias un tanto peculiares. La gente señala a los bosques como la procedencia de los que se hacen llamar nosferátums, vampiros que matan a los humanos y se beben sus almas.
Estos hombres extraños dicen buscar a los nosferátums. No sé qué pensar.
Aileen ya tiene un año. Es un bebé sano y precioso. Puede salir al sol sin quemarse, bebe leche de mi pecho y tiene unos ojos enormes y rasgados de color azulado. El color de los ojos de su padre antes de que los Dioses le convirtieran en vanirio. Ahora son de un color lila que quita el sentido.
No lo entiendo, cuanto más tiempo pasa, más nos necesitamos el uno al otro. Más necesito de su contacto y de su cuerpo. Es como una enfermedad. Bendita enfermedad…
He empezado a comprender lo que significa ser su cáraid. Él también es el mío. No puedo vivir sin él y él tampoco sin mí.
Thor está inquieto y yo también. Las muertes se suceden aprovechando las guerras de los Balcanes. Unos mueren por las balas o las bombas, otros por el hambre y otros están muriendo porque los vampiros los están asesinando. Y no sólo ellos. Últimamente parece que están siendo atacados por lobos. No quiero imaginar que los lobeznos estén por aquí. Algo tengo muy seguro: ni los berserkers ni los vanirios somos responsables de esas muertes.
Aileen ya ha cumplido dos años.
Nuestras dudas se han confirmado. Están tomando a vanirios y berserkers por igual. Nos vigilan y nos persiguen. No buscan nosferátums. Nos buscan a nosotros. Hay una organización de hombres humanos que cogen a la gente de las montañas y luego no los devuelven. Esas desapariciones son la excusa perfecta para culparnos e ir a nuestra búsqueda. Nos quieren responsabilizar, pero no es verdad.
Nuestra pequeña Aileen… Puede que no esté segura aquí.
Thor y un grupo de vanirios, junto con unos cuantos berserkers, han formado un grupo de protección de clanes. Hay que barrer la zona e investigar a fondo a estos cazadores.
Hoy han matado a otro vanirio. Kerzhakov. Su cáraid está en shock. Las mujeres intentamos prestarle ayuda, pero creemos que ha caído en una gran depresión.
Hoy Anna, la cáraid de Kerzhakov, se ha entregado voluntariamente al sol. Ha muerto.
Thor y los demás han descubierto la organización y a sus cabecillas. El principal instigador se llama Mikhail Ernepo. Hay otro hombre llamado Patrick Cerril y otro que se llama Sebastián Smith. Ellos son la cúspide de la organización.
Hoy Thor le ha dicho a Aileen que tenía un amigo muy guapo para ella para cuando fuera toda una mujer. Se trata de su mejor amigo, Caleb. Yo no lo he llegado a ver, pero seguro que si es parecido a él, tiene que ser arrebatador.
Eileen reprimió una arcada. Estaba literalmente tirada en el suelo. Su cuerpo sólo respondía al dolor. Leía el libro de lado e intentó mantener los ojos abiertos. Si alguien la encontraba en esa posición, ¿qué iba a hacer?
Caleb. No podía ser él. Se negaba a crees que fuera él.
Le dolía la cabeza, las sienes le iban a estallar, los ojos iban a salirle de órbita. Le dolían los dientes y los pechos. Tenía la sensación de que los huesos se le estaban congelando y le crujían con cada movimiento.
Mikhail Ernepo. Maldita sea. Él estaba en el ajo.
Hemos decidido regresar a las islas y alertar los clanes sobre estas organizaciones. No sabemos cómo alcanzan a los vanirios ni a los berserkers, pero creemos que trabajan en conjunto con los vampiros y con los lobeznos. Es la única respuesta que se nos ocurre. Ellos tienen el poder mental para captarnos. ¿Por qué nos persiguen estos humanos? Yo una vez creí que se aliarían con nosotros, no que irían en contra. No les hemos hecho nada. Somos buenos, defendemos a los humanos. Y, sin embargo, estos cazadores trabajan con los vampiros para darnos caza.
Creemos que están intentando extraer algo de nuestros cuerpos, algo que los vampiros anhelan o que incluso los humanos desean y, aunque no sabemos con exactitud qué es, tiene que estar relacionado con mutaciones genéticas de algún tipo.
Aileen tiene cuatro increíbles y tiernos años. Nos tiene cautivados.
Desde ayer, estos asesinos nos persiguen. Hemos regresado a Dudley para alertar a los vanirios, pero creemos que los cazadores ya tienen gente que trabaja para ellos justo aquí, en Black Country. No podemos movernos sin levantar sospechas, y creemos que nos siguen. No podemos llevarles ni hasta los vanirios ni hasta los berserkers. Quisiera poder avisar a papá. Así que esperamos que Samael se encargue de alertarlos a todos. A nosotros nos persiguen casi en manadas. Me da miedo pensarlo, pero creo que saben que somos una pareja de razas distintas y que de esa unión ha nacido alguien como Aileen. Temo por ella… Creo que les interesa mucho. Estas personas se han organizado y se han distribuido por aquellos lugares de la tierra donde existen nuestras razas y se están aprovechando de nuestra poca comunicación.
Eileen pasó la siguiente página, pero ya no había nada más escrito. Se estaba poniendo el sol, se acercaba la oscuridad, la noche. Empezaba a perder el conocimiento cuando su cuerpo se tensó para amortiguar otra convulsión que le sacudió las entrañas y la dejó a cuatro patas. Quiso vomitar, pero no tenía nada en el estómago, sólo bilis. La bilis se le quedaba en la garganta y la amargaba.
Otra convulsión. Cada vez más seguidas, más fuertes.
¿Era ella Aileen?
Las preguntas se le amontonaban sin resuello y el maldito dolor acompañado de temblorosos espasmos no le daba tregua.
Jade… Jade se había transformado a la edad de 22 años. A partir de las doce de la noche, ella cumpliría la misma edad. No podían darse tantas casualidades…
No, por favor. El sol se había ido. Sintió aullar un perro y miró a los alrededores del parque. Estaba sola de verdad.
La siguiente convulsión le hizo caer de lado y quedarse como un ovillo. Gruñó hundiendo la cara en la hierba y apretó el libro contra ella.
Se estaba muriendo y no iba a aguantar eso mucho más.
Una convulsión más. Esta la dejó boqueando, desesperada por respirar, por obtener aire. Las lágrimas le nublaban la vista. Ya no podía moverse. La mirada a ras de suelo.
Dos pares de sandalias Quicksilver se pararon enfrente de ella. Los pies grandes con dedos de uñas bien cortadas y pelos de hombre.
No podía alzar la mirada para verles.
—Eh, mira —dijo uno de ellos—. El olor viene de ella.
—Joder, a esta chica se la ha tirado un colmillos —dijo el otro con desprecio.
Sintió que una cara de facciones anguladas y muy morena, se agachaba para mirarla a los ojos. Tenía el pelo muy corto y rubio platino.
—Creo que está mutando —la miró a la cara y le puso la mano en la frente—. Está ardiendo.
Sintió cómo le ponía un brazo bajo las piernas y otro bajo los hombros y la levantaba sin ninguna dificultad.
Ella no soltaba el libro.
—Madadh-allaidh —dijo ella sin fuerzas. Recordó las palabras de Thor, en el sueño—. Wolverhampton… Los Madadh-allaidh.
—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —preguntó el otro chico.
—¿Nos buscabas, pequeña? —preguntó el que la tenía en brazos—. Dime, ¿quién te ha hecho esto?
Otra convulsión y ganas de vomitar. Esta vez devolvió sangre sobre la camiseta del chico.
—Vamos a llevarte a un lugar más cómodo —afirmó él sin alterarse—. Tu cuerpo está cambiando, cariño.
Eileen se agarró a la camiseta del chico y hundió su cara en el ancho hombro del joven. Ya no aguantaba más y no le importó que la cargaran en brazos.
Caleb estaba alterado. Surcaba los cielos en dirección al centro de Dudley. Eileen tenía que estar por ahí, no podía haber ido muy lejos. Desde que había dejado de verla, su cuerpo se había resentido y se le había formado un agujero hueco a la altura del estómago. Ella le había devuelto el olor y el sabor. Saciaba su hambre insatisfecha desde hacia milenios.
No quería creer que ella fuera su cáraid, pero su corazón, su cuerpo y su miembro le decían que sí lo era. Era increíble, una broma del destino.
¿Quién era Eileen? ¿Por qué Mikhail la había estado drogando? Se detuvo sobre el tejado de una de las casas del pueblo.
No había mucho movimiento en las calles. Sin embargo, algunas personas paseaban sus perros.
Caleb intentó establecer comunicación telepática con ella. Ya había bebido de su sangre, ahora ya podía hablar con ella, pero su señal era débil. Antes, estando ella bajo la luz del sol, no podían comunicarse. El reflejo de la luz en la mente de Eileen se lo impedía. Ahora ya era de noche y habían salido todos en estampida para buscarla, pero sólo él podía controlarla de ese modo.
Eileen… ¿dónde estás?
Esperó respuesta. Frunció el ceño y volvió a intentarlo.
Eileen sé que estás débil. Ven a mí y yo te cuidaré. Todo esto pasará. Ya lo verás.
Escuchó un gemido desgarrado de dolor. Todo su cuerpo se tensó y temió por ella. Ella estaba sufriendo físicamente.
Ángel, indícame dónde estás.
Vete a la mierda.
Bien. Su guerrera todavía tenía fuerzas para encararse a él. Pero estaba muy débil y sentía una gran agonía. Intentó entrar en su cabeza, averiguar dónde estaba.
Ni se te ocurra, monstruo. Le advirtió con un hilo de voz.
Caleb volvió a tomar impulso y sobrevoló Dudley. Se guiaba más por la intuición que por otra cosa. Había conseguido ver una imagen del centro de Segdley. ¿Habría podido llegar ella hasta ahí?
¿Dónde estás? Le preguntó tensando la mandíbula. Quería encontrarla desesperadamente y encerrarla en su casa para pedirle perdón a su manera.
Tranquila, chica, te pondrás bien. Ahora sólo aguanta un poco más…
¿Qué era esa voz de hombre? ¿Qué había sido eso? ¿Con quién estaba Eileen?
Era un varón. Eileen estaba con un varón y él cuidaba de ella. Maldita sea… Un sentimiento completamente ajeno a él, le recorrió las entrañas y le puso en tensión todos los músculos del cuerpo. Eileen había sido suya hacía unas horas. Sólo suya. ¿Con quién diablos estaba ahora? Soltó un rugido de rabia y un deseo incontrolable de arrancarle la cabeza al hombre que estaba con ella se apoderó de él.
¿Quién es él?
Oh, Dios…
¿Qué? ¿Qué te sucede?
Sintió el dolor de ella. Algo la estaba desgarrando entera. Eileen gritó con todas sus fuerzas. No dejaba de sudar y tampoco podía abrir los ojos. La última vez que lo había hecho, una luz potente la había cegado.
Caleb se estremeció.
Eileen voy a por ti ahora mismo. Indícame dónde estás.
¿Eileen?
No contestó y la comunicación mental quedó descolgada. Inmediatamente Caleb, que sobrevolaba la zona límite entre Wolverhampton y Dudley, perdió todas sus fuerzas y cayó al suelo y se quedó sin respiración.
—No, Eileen…
Ya no la detectaba, no la sentía. No podía haber muerto. Esa chica no podía haber muerto. Era fuerte como ninguna otra que había conocido. No, sonrió aliviado. No estaba muerta. Lo percibía.
Era el dolor por ella, la empatía que corroía su conciencia y su corazón, en milenios dormido, lo que había provocado que a Caleb se le fueran las fuerzas.
¿Era Eileen su cáraid?
¿Podría su cáraid odiarlo tanto?
¿Podría perdonarlo?
Rememorándolo todo, seguro que no.