Caleb se estremecía de dolor. No era una agonía física lo que sentía, sino un vacío, una nada que amenazaba con comérselo internamente. Las entrañas le quemaban como ácido, más por lo que había visto que le hacían a su cáraid que por los tres cuchillazos que recibió del asesino de Samael. Y él no había podido protegerla. Desde que la vio llegar, intentó introducirse en su mente, pero esa defensa que ella había creado ante su intromisión no dejaba que le dijera nada. Siempre que lo había intentado llegaba una paliza tras otra y no podía volver a ponerla en peligro.
La ira lo consumía. La rabia le daba fuerzas. Debía ir a por ella. Hacía casi media hora que se habían ido.
—Debe de ser por aquí… ¿Caleb? —se oyó una voz lejana. Caleb creyó que estaba delirando.
—¿Caleb?… Mierda, Caleb —se oyeron pasos que corrían hacia él. Un hombre alto de pelo rubio platino muy corto se colocó enfrente de él y lo tomó de la cara. Lo sacudió para espabilarlo—. Pásame la bolsa, Gabriel.
Caleb estaba completamente grogui, pero consciente al cien por cien.
—Ya está, colmillos —sintió que le pinchaba en el hombro. La sustancia corrió rápido por su sangre, estimulándolo, dilatando sus pupilas y alargando sus incisivos—. Bien. Estás despertando.
—¿Noah?
—Sí, colmillos. Espera, vamos a sacarte de aquí.
—¿Sacarme?
Caleb tembló y se agitó como un animal encarcelado. Con un grito arrancó una mano del clavo. Luego con la mano liberada se arrancó el otro. Dobló el torso, ajeno al dolor y a la sangre que corría por su cuerpo, y se arrancó la estaca de los empeines. Cayó de rodillas al suelo. Su espalda subía y bajaba debido a la respiración. Su piel cubierta en sudor. Su sangre brillaba y chorreaba hasta el suelo. Daba igual. Nada de eso le importaba.
—¿Cómo… cómo has sabido dónde estaba?
—Aileen se comunicó con Ruth —Noah lo tomó por debajo de las axilas y lo ayudó a levantarse—. Ella vino a buscarnos a Adam y a mí y nos dijo lo que había recibido.
Vaya. Su cáraid era poderosa y tenía muchos recursos. Al no poder comunicarse ni con berserkers ni con vanirios lo hizo con humanos. Sin embargo, Caleb sabía que para que un humano pudiera recibir ondas mentales de otras entidades y comunicarse con ellas ese humano debía ser igualmente diferente. Más evolucionado. Por lo visto Ruth era algo de eso, consciente o inconscientemente.
Cuando se levantó se estiró. Los huesos hacían chasquidos.
—Se la han llevado, Noah —la voz de Caleb era fría e irradiaba un profundo dolor—. Y van a por los niños. Quieren…
—Lo sé, Caleb —aseguró Noah—. Ruth recibió el mensaje de proteger a los niños. Los hemos puesto a cubierto. Están todos en guardia.
—¿Sabe As que…?
—No lo hemos localizado. Pero todos los berserkers están ya en sus puestos, dispuestos a proteger lo que es nuestro. Adam lleva el escuadrón de Wolverhampton y hay otros berserkers que se han desplazado hasta Dudley con Daanna, Menw y Cahal. Si no podéis luchar al sol, nosotros lo haremos por vosotros.
Caleb lo miró con respeto y admiración.
—Entonces te debo mucho —lo agarró de la nuca.
—No hemos hecho nada todavía. No me debes nada.
—Bien, escúchame. Samael sabe dónde están nuestros pequeños y él llevaba a Aileen con él. Yo voy a Dudley. Si los pequeños ya están a cubierto, entonces hay que proteger a los demás.
—Caleb… es de día.
—Lo sé. ¿Os llevo conmigo? —les preguntó.
—No puedes salir —replicó Gabriel—. Te quemarás.
—Es una historia muy larga… —contestó Caleb—. Pero sé que no me quemaré.
—Irás más rápido sin nosotros —le aseguró Noah—. Yo me hago cargo de Gabriel.
—Está bien. Gracias, chucho —le guiñó un ojo y salió corriendo de allí, desapareciendo tras la oscuridad de aquel túnel.
Estaba volando. Los rayos no le quemaban. Estaba volando y era de día. Su Aileen no sólo le había devuelto su corazón, sino que también le había regalado el sol. Su sangre, su vinculación, le daba la posibilidad a él de recuperar parte de su vida humana.
La tierra bajo horas diurnas era muy diferente, no tan mística y tan misteriosa que cuando estaba bajo la luna, sin embargo sí más pura y más vital. El sol teñía todo lo que tocaba de vivos colores, difíciles de clasificar para él ya que algunos ni los reconocía.
Su Aileen le regalaba todo eso y él a ella sólo dolor y sufrimiento.
La había dejado sola, desprotegida. Si no se daba prisa, seguramente la acabarían matando por su culpa. Y si Samael huía con ella al final acabaría haciéndole cosas peores.
Aceleró la velocidad y llegó a un cerro montañoso en Dudley. Allí, en el interior de la montaña, los vanirios habían creado una escuela y un modo de vida eficiente para sus hijos, tan débiles y vulnerables al sol. Necesitaban mucha más protección que ellos. Y el vampiro de Samael iba a por ellos. No eran más que cinco niños indefensos. Los vanirios no tenían muchos niños en el clan, pero sabía que los berserkers sí. Ellos criaban camadas. No quería ni imaginar lo que harían con ellos si los cogían.
Divisó a un grupo de berserkers luchando con otro grupo de nosferátums, justo a la entrada de las cuevas subterráneas.
Lo que le había inyectado Noah encendía todo su poder interno, pero también lo descontrolaba.
Cuando cayó, toda la furia que sentía por lo que les habían hecho recayó sobre dos nosferátums.
Los aplastó con su peso y en un arranque de furia endemoniada les arrancó la cabeza a ambos con las manos.
Los nosferátums y los berserkers se quedaron asombrados ante el grito desgarrado tanto de Caleb como de los dos cadáveres que ahora se incendiaban ante su mirada.
—Lo que es del infierno al infierno va —se levantó poco a poco para parar un nosferátum que corría hacia él cogiéndolo del pescuezo y levantándolo. Clavó sus dedos en su garganta y le arrancó la tráquea. Lo hizo sin el mínimo esfuerzo y con unos ojos verdes y sin expresión.
Caleb miró alrededor y dos nosferátums más se abalanzaron sobre él. Uno lo inmovilizó por la espalda y le mordió en el cuello, pero Caleb lo cogió del pelo, se agachó y le hizo la cama. Una vez en el suelo levantó su pie y le aplastó el cráneo de una pisada.
El otro nosferátum, al ver lo poderoso que era el vanirio, quiso huir corriendo, pero Caleb no lo permitiría. Con el odio que sentía no iba a dejar a ninguno impune ante sus actos.
Dio un salto, le puso una mano en la nuca y lo impulsó hacia delante hasta que se clavó una rama de uno de los árboles en el ojo y le traspasó la cabeza. El nosferátum se convulsionó y murió.
Caleb dio media vuelta y vio que los berserkers vencían a los nosferátums. Los hombres del clan de As estaban luchando por ellos y eso lo agradecería siempre. Pero de nada serviría si no cogía antes a Samael y recuperaba a Aileen.
—¿Dónde están? —preguntó a un berserker enorme que acababa de ensartar con un palo a un nosferátum.
—Adentro. Hace un rato que han entrado en la cueva.
Se internó en la montaña y entró en la cueva. El suelo húmedo. La oscuridad lo recibía, pero a lo lejos varias antorchas iluminaban ya el camino.
Descendió por un túnel totalmente vertical y aterrizó a cuatro patas sobre una inmensa sala. Varios berserkers mantenían a ralla al grupo de Samael y entre ellos Menw y Cahal luchaban codo con codo aun sabiendo que un paso en falso podría provocar que un vampiro los alzara y los llevara al exterior para que murieran quemados. Pero esos eran sus amigos, guerreros inquebrantables que nunca daban su brazo a torcer. Una oleada de orgullo lo invadió. Él se encargaba personalmente de dos de ellos.
Caleb buscaba con ahínco a Aileen, pero ni la veía, ni la olía ni la percibía. Su corazón latió desbocado ante la posibilidad de que se la hubiera arrebatado para siempre. Nunca se lo perdonaría. Si eso había sucedido, él mismo se entregaría al amanecer.
Al fondo, una puerta metálica de color plata era la única separación entre los niños y los vampiros.
Samael se giró y al verlo agrandó los ojos con asombro.
Caleb sonrió fríamente y corrió hacia él como alma que lleva el diablo.
Cuando Mikhail llegó a Wolverhampton con el aquelarre de vampiros y lobeznos no pudo imaginarse que un grupo que igualaba su número en berserkers estuvieran esperándolos con los brazos abiertos, dispuestos a arrancarles las cabezas a todos.
Ni los lobeznos ni los vampiros les habían olido. Ni siquiera él.
Se habían rociado con los productos que él un día creó para sus propios beneficios. Todo se volvía en su contra.
Los berserkers, descalzos, todos vestidos con camisetas blancas de tirantes y pantalones anchos y negros tenían unas hachas extrañas en las manos. Eran enormes y gruñían como perros salvajes.
Adam señaló al grupo de Mikhail con el hacha en mano, aulló como un lobo y entonces se desató la guerra.
Los cuerpos salían despedidos a cada golpe de hacha que estos daban, partidos, sangrantes y lacerados.
Aquel grupo formado por vampiros y lobeznos no tendrían ninguna posibilidad ante aquellos guerreros natos y temibles.
Mikhail veía asustado cómo su única posibilidad de ser normal otra vez, de caminar a la luz del sol de nuevo se le escurría por los dedos. ¿Cómo podían saber lo que ellos iban a hacer? ¿Cómo, si ni Aileen ni Caleb podían dar ningún mensaje mental?
Se acababa su tiempo. Lo tenía tan claro como que Samael no lo iba a alimentar nunca más, él ya era un vampiro y había demostrado no tener ninguna intención para con él. Había sido un estúpido por creer que la inmortalidad lo iba a hacer más feliz y más poderoso.
Ante sus ojos cayó un lobezno con la garganta abierta y los ojos que se le salían de las órbitas.
¿Qué hacía él allí? Iba a morir.
Como un cobarde reculó. Cada paso disimulado lo llevaba a una posible salvación. Incluso ¿podría huir? Ya tendría otras oportunidades de cogerlos desapercibidos… Y si no le gustaba estar con Samael entonces podría acudir a Seth y a Lucian. Sí. Debía huir.
Sus ojos se fijaron en Adam, que se incorporaba lentamente y no le perdía de vista. Aquel hombre daba miedo. Miedo de verdad.
Adam asintió. Parecía que le daba el beneplácito para que huyera y Mikhail sonrió agradecido en respuesta hasta que chocó contra algo mucho más duro.
Un gruñido lo despertó de su falsa ilusión.
Tras él, un berserker intimidante de barba negra y pelo largo lo miraba con odio en sus profundos ojos verdes.
—Tú debes de ser Mikhail —dijo secamente.
Mikhail alargó sus incisivos y sus ojos se tornaron blancos y sanguinolentos. Intentaría luchar. Las uñas se le alargaron. Iba a atacarle cuando aquel berserker se le adelantó, dándole un puñetazo en plena mandíbula que lo hizo volar por los aires y chocar contra el tronco de un árbol. Después del aturdimiento, se dio cuenta de que no era un árbol, sino un tótem. Un tótem con la cabeza de un lobo mirando al frente.
El berserker lo agarró del cuello y lo alzó con una sola mano.
—Soy As, el padre de Jade y el abuelo de Aileen.
El rostro de Mikhail se contorsionó por el miedo. Aquellos ojos eran también los de la berserker que estaba emparejada con el vanirio.
—Bá… bájame. Te diré todo lo que necesites saber…
—¿Me devolverás a mi hija? —le apretó más del pescuezo—. ¿Dónde está Aileen?
—No… no lo sé. Se la llevó Sam… ael. Tú hija… Yo… yo no quería.
—No creas ni por un momento que quiero escuchar tus explicaciones. Sólo me he presentado para que te lleves al infierno el nombre del hombre que acabó con tu mísera vida. Esto es por Jade.
Mikhail gritó y pataleó intentando liberarse de aquel amarre.
As alzó el brazo con su hacha de guerra y sesgó de un único movimiento el tronco de Mikhail.
Mikhail abrió mucho los ojos y miró hacia abajo. Ya no tenía piernas. Aquel berserker le había cortado medio cuerpo por debajo del ombligo y ahora sangraba como una cascada.
—No me importa nada de lo que me cuentes. Mírame bien a los ojos —le ordenó As.
Mikhail en sus últimos segundos de vida perdió todo el orgullo y miró suplicando a As.
—Os vamos a dar caza a todos. Sectas, sociedades, lobeznos y vampiros. Os encontraremos y os devolveremos al agujero podrido del que nunca debisteis de haber salido. Habéis empezado una guerra. Ateneos a las consecuencias. Esto, por Aileen.
Lanzó el cuerpo de Mikhail al cielo y cuando cayó y estuvo a su altura le cortó la cabeza, haciendo un movimiento con sus brazos digno del mejor bateador de la historia.
As miró el cuerpo descuartizado de Mikhail y luego buscó a Adam con la mirada. Asintió con la cabeza y se unió a la matanza que iba a favor de los berserkers desde que había empezado.
Caleb corrió y placó a Dubv y Fynbar que ahora protegían a Samael. Su fuerza se había multiplicado, la rabia lo alimentaba.
Dubv y Fynbar se levantaron algo aturdidos, pero ni así pudieron parar el torrente de golpes que caían sobre ellos, y sólo venían de Caleb.
En uno de esos golpes Caleb golpeó el pecho de Dubv y lo dejó sin respiración. Dirigió dos dedos a su cara y le vació los ojos.
El vanirio gritó de dolor y se llevó las manos a la cara.
Fynbar lo atacó por detrás, pero Caleb se apartó y detuvo la muñeca que empuñaba una daga. Le dio un codazo en la cara y le partió la nariz al tiempo que le quitaba la daga a Fynbar y daba un salto seguidamente para acabar clavándosela en el centro del pecho y con el impulso de la caída rajarlo de arriba a abajo. Caleb se incorporó, introdujo una mano dentro de su pecho y le arrancó el corazón.
Fynbar murió en el acto.
Dubv seguía convulsionando de dolor. Caleb se plantó enfrente de él. De un golpe seco introdujo la mano en el interior de su pecho, traspasó las costillas y llegó hasta la columna. Tiró de ella hasta que se la partió, quedándose con un trozo en la mano. Lo tiró sin inmutarse.
Samael intentaba abrir la compuerta con la contraseña. Pero alguien la había cambiado. Alguien misericordioso, pensó Caleb.
Samael ponía ahora un dispositivo en la compuerta. La haría volar en pedazos.
Caleb lo cogió por la camiseta negra y lo echó hacia atrás.
—¿Cómo coño estás aquí? ¿Cómo lo sabían…? —su rostro transformado por el odio y la confusión.
—¿Dónde está Aileen? —Caleb con su melena suelta, sus colmillos alargados, los ojos casi completamente negros y su cuerpo sudoroso desprendía un aura de poder a su alrededor difícil de ignorar.
—Te han dado un estimulante —susurró entre dientes.
Caleb gritó y lo cogió de una pierna, pero Samael lo golpeó con la otra libre. Sacó su daga y se dirigió hacia el vanirio.
—Voy a arrancártelo todo —le espetó Samael—. Tu novia está buena y sabe muy bien. La haré mía, se volverá como yo. Y tú no vas a poder ver todas las cosas que quiero hacerle a su cuerpecito.
Caleb lo escuchaba sin inmutarse. Nada de lo que le decía Samael le importaba. Él tenía un objetivo y era descubrir el paradero de Aileen. Por ahora sabía que estaba viva.
—Le voy a cortar ese tatuaje que os han regalado los dioses. Jade es para mí.
—Has enloquecido, Samael. Jade te odiaba y nunca se fijó en ti. A Aileen le das asco y déjame decirte que estás lejos de complacerle.
Se impulsó hacia atrás y lo golpeó con las dos piernas juntas. Samael voló hacia atrás pero Caleb fue hacia él. Arrinconó el cuerpo de Samael contra la pared y le puso el antebrazo en la garganta.
—Mira a tu alrededor, vampiro —Caleb juntó su nariz a la suya—. Has perdido. Nadie de los tuyos está en pie.
Samael hizo caso a Caleb. Berserkers y centinelas vanirios procedentes de los túneles se hallaban de pie, mirando aquella pelea personal entre ambos. Cahal y Menw se situaban enfrente de la compuerta por si acaso.
Samael se echó a reír presa del histerismo.
—¿Qué crees que solucionas matándome? Esto no ha acabado. Seth y Lucian, incluso Hummus y Strike, los berserkers. Todos buscamos lo mismo. Todos queremos el poder. Esto no ha hecho nada más que empezar. Y son muchos los humanos que les apoyan. Humanos poderosos, Caleb. Yo quiero la sangre de los híbridos para salir al sol. Lucian y Seth querrán otra cosa, pero el objetivo es el mismo. Quieren el control de este mundo. Loki está de nuestra parte.
—No te preocupes, Samael. Tú no podrás ver lo que les vamos a hacer a ellos cuando les encontremos. Porque te aseguro que vamos a dar con ellos.
—¿Por qué insistes en proteger a la humanidad? La humanidad debería servirnos a nosotros. Somos hijos de los dioses ¿Recuerdas?
—Y llegará un día en que los humanos también lo sean y se reconozcan por ello. Pero mientras tanto alguien tiene que velar por ellos.
—Tú desde luego no. Aileen morirá, tú te volverás loco y te convertirás. Loki se encargará del resto.
—¿Dónde está Aileen?
—Jódete, Caleb. Se está muriendo.
—¿Dónde está?…
—Seguro que está húmeda y pasando mucho frío… —rio como un demonio. Era un demonio.
Caleb le apretó el cuello con el antebrazo. Cogió su daga y le abrió la garganta con ella.
Samael se llevó las manos al cuello para detener la sangre, pero Caleb ya deslizaba la daga por sus huevos y se los clavaba vaciándoselos. Samael ya no sabía dónde taponar. Cayó de rodillas.
Caleb, fríamente, lo levantó de nuevo. Samael temblaba y se había meado encima.
Con su mano atravesó el pecho del vanirio y le arrancó el corazón. Le mostró el órgano latiente a Samael. Se lo puso enfrente de sus ojos.
—Mira, ¿ves? Es tu corazón —le susurró en el oído—. Voy a encontrar a Aileen. La curaré y los vanirios y los berserkers nos encargaremos de proteger a todo aquello que los vampiros y los lobeznos reclaméis. No os vamos a dar cuartel. Te quedan pocos segundos de vida y tu piel ya arde como la de un vampiro. Thor fue mejor que tú en todo. Thor se llevó a la mujer que tú creías que querías porque él simplemente le pertenecía. Thor tuvo una hija que es una bendición para ambas razas. Y él traerá una paz que tú nunca pudiste conseguir. Ahora… vete al infierno, Samael.
Caleb reventó el corazón de Samael en su propia mano. Se dio media vuelta y se dirigió a la compuerta.
—¿Cuál es la contraseña, ahora?
Preguntó a sus amigos. Menw la abrió, mirando a Caleb con respeto.
Parecía no haber nadie.
—¿Hola? —preguntó Caleb.
—¿Caleb? —era la voz de Daanna.
De entre la oscuridad apareció Daanna con su melena negra y los ojos almendrados claros y azules. Llevaba en brazos a un vanirio de ojos de color miel y pelo rubio, de tres años. Sus colmillos se habían alargado por el miedo y parecía que se acababa de despertar.
Tenía cogida de la mano a una niña de ojos negros y enormes y pelo rizado de siete años. Detrás de ella tres pequeños más la secundaban.
—¿Te hacías cargo de ellos? —preguntó Caleb acongojado.
Daanna asintió y se fundió en un abrazo con su hermano.
—Bratháir —sollozó.
—Entonces no podían estar más seguros —la besó en la coronilla.
—¿Y Aileen?
—Voy en su busca —la besó en la mejilla y desapareció de allí.
—Nosotros también la buscaremos, bratháir —exclamó Daanna.
Surcando el cielo que de nuevo volvía a nublarse, algo característico de las highlands, Caleb se dejaba guiar por la intuición. Enviaba empujones mentales a Aileen, pero nadie le respondía. Debía obligarla a reaccionar, a despertarse para que hablara con él. La resistencia era mínima, pero ahí estaba, y eso le impedía internarse en sus pensamientos.
El nudo perenne le picaba. Sintió que debía de ser como un radar, algo que le indicaba si su pareja estaba o no cerca.
Miró hacia abajo. Playas y rocas dibujaban la costa inglesa. Hacía mala mar.
Está húmeda y tendrá frío, eso le había dicho Samael.
—Aileen, háblame.
Centró todas sus fuerzas en derribar esa defensa mental que ella había creado para protegerse de él. Aileen sentiría la intromisión fuerte y dolorosa. Él lo podría haber hecho antes, pero no podía defraudarla de nuevo. Sin embargo, ahora, con su joven vida en peligro, no iba a tener piedad.
Mientras se concentraba en hacer estallar sus defensas seguía mirando pensativo la costa. El nudo le quemaba cada vez más y parecía que… No… Se estaba desvaneciendo…
Algo en su corazón se resquebrajó y entonces descendió hasta la playa.
Se silenció y se concentró en los sonidos que le envolvían. A lo lejos unas gaviotas, las olas chocando contra las rocas, los peces chapoteando en la superficie, el viento meciendo el mar, un cangrejo caminando por las rocas e introduciéndose en una gruta… Silencio.
Bum.
Un latido lento y candente. Un latido sin apenas vida, pero que luchaba por bombear en un cuerpo maltratado. Volvió a silenciarse temeroso de sólo habérselo imaginado.
Bum, bum.
Era un latido, no había duda. Un latido humano. Inhaló profundamente y percibió ligeramente un olor a fresa… A pastel que en vez de recién horneado se estaba quedando frío y seco.
Se internó en una gruta. De allí venía el corazón. El agua estaba inundando la cueva y, flotando en el interior, un cuerpo de piel pálida y camisón de color borgoña chocaba contra las rocas cada vez que entraba una nueva ola.
Caleb corrió como un lobo desesperado y sacó el cuerpo inerte de Aileen del agua.
—Dios mío… Aileen… mo chailin… —la abrazó y la meció como a un bebé.
Puso una mano sobre su frente y se internó en su cabeza.
—Aileen… Sé que estás ahí, princesa. No te rindas. Lucha por mí. Por los dos. Sé que me escuchas —la sacó de la gruta y voló con ella por los cielos, a sabiendas que cada segundo que corría en el reloj era un segundo menos de vida para ella.