Aileen observaba su reflejo en el espejo. Le habían hecho un recogido en el pelo que se lo dejaba suelto a media melena. Llevaba un vestido largo hasta los tobillos, de color rojo, con claras alusiones griegas, sin mangas y de hombros descubiertos, anudado con una cinta de seda negra bajo los pechos que realzaba el busto de manera generosa. El vestido era una oda a la feminidad, pues marcaba el cuerpo de mujer a la perfección.
Se había puesto rímel y sombra de ojos color lila oscuro y se los había delineado con kohl negro. Sonrió y pensó que en Troya todas las mujeres debían ir así vestidas, al estilo heleno.
Daanna se le acercó por detrás y admiró su obra.
—Cielo, esta noche vas a ser la reina de las llamas.
—¿Crees que le gustaré a Caleb? —se pasó las manos por encima del vestido en un gesto de agitación.
Daanna la miró con incredulidad.
—¿Me tomas el pelo? A mi hermano le gustarías incluso cubierta de escupitajos.
—Eso es asqueroso.
—Cierto —se echó a reír.
—Tú también estás muy guapa, Daanna —reconoció ella.
—Gracias —asintió con modestia la vaniria.
Ella llevaba un vestido del mismo color y con un único tirante sobre el hombro derecho. Su vestido se abría por la parte inferior, igual que el de Aileen, y dejaba entrever una espléndida y esbelta pierna.
—Nos vestimos así en recuerdo a nuestros rituales celtas. La noche de las hogueras es realmente toda una declaración de intenciones tanto para hombres como para mujeres. Mi hermano no habrá querido agobiarte más de lo necesario, por eso no te ha contado nada.
—¿Tú crees? —se giró para mirarle a los ojos.
Daanna le había explicado que esa noche, los celtas se enlazaban a través de una ceremonia a aquellas que escogían como parejas. El símbolo del fuego representaba el alma y la pasión, de ahí que esa noche se llamara de las hogueras, porque todo se relacionaba con ese elemento que hace que todo arda.
—Cuando los dioses nos transformaron, la muy zorra de Freyja conjuró que si alguna vez un vanirio encontraba a su pareja, no se vincularían totalmente hasta que llevaran el sello divino. Y ellos otorgan ese sello.
—¿Cómo es eso? —le había preguntado Aileen con un estremecimiento.
—Es una marca sobre la piel. Un tatuaje de color marrón que sale en una zona representativa del cuerpo, un lugar especial que simbolice algo de vuestra relación. El sello es definitivamente lo que te pone el rótulo de «No tocar» a ojos de los demás.
—¿Me van a tatuar?
—Nadie lo hará. El símbolo aparecerá sobre tu piel —en aquel entonces había empezado a hacerle las trenzas.
—No estoy segura de querer llevar un tatuaje.
—No puedes hacer nada al respecto.
—Ya, claro, como no… —exhaló con irritación mientras Daanna sonreía por su actitud—. ¿Y únicamente sale esa marca de vinculación en esta noche?
—No. En realidad, debería salir a la tercera vez que os vinculáis íntimamente, con el intercambio de sangre incluido por supuesto —se ruborizó.
Aileen pensaba sobre eso, de pie ante Daanna, observándola con admiración y reconocimiento por haber encontrado a alguien amigable que le contara las cosas con conciencia y paciencia. Ella la trataba con cariño, como bien podría hacerlo Ruth. Sí, iba a ser una gran amiga.
—Yo no lo tengo y te aseguro que…
—Más de tres veces, supongo —Daanna supuso correctamente.
—Sí —asintió mirando a otro lado.
—Es porque no te estás dando a él al cien por cien. ¿Todavía le privas tu mente? —acababa la última trenza.
—No quiero ser tan transparente cuando él no lo es. Y no creas que no tengo ganas de abrirme a él, pero si me vuelve a ocultar algo o a engañar, no podré volver a hacerlo de nuevo. Las emociones aquí son muy fuertes y, por ahora, no puedo con ellas.
—Caleb está arrepentido por todo.
—Lo sé.
Daanna asintió.
—Todo saldrá bien, pero os tenéis que arriesgar.
Aileen pensó en Caleb y sintió su corazón calentarse. Arriesgar. Como si ya no fuera una suicida en lo que a él respectaba. Se aclaró la garganta.
—¿Cómo es el tatuaje que nos sale?
Daanna inclinó un extremo de su labio en una tenue sonrisa.
—Es un nudo perenne.
—¿Un nudo?
—Es un símbolo celta. El nudo perenne nunca se deshace y representa el complemento, el apoyo incondicional, la fuerza y la fusión de la pareja. Los celtas lo intercambiábamos con los amantes demostrando así que esa relación era para siempre. Supongo que a Freyja le gustó esa idea romántica, así que decidió marcar a aquellos que se vinculaban con el mismo símbolo.
—Vaya con la diosa…
—Es una gran cabrona. Fastidia a las parejas y les hace pasar las de Caín sólo porque el salido mental de su marido era un asalta-camas. Aún no entiendo cómo Morgana no ha salido en nuestra defensa y le ha pateado su bonito culo.
—Así que no te gustó lo que hizo con vosotros —se echó a reír—. Ya sabes… los colmillos, el cambio de color de los ojos, la sed de sangre y, por supuesto, la exigencia de saber que si no encuentras realmente a tu pareja, no puedes ser feliz.
—Es una vinculación muy exigente y muy dura. Creo que no siempre se puede encontrar a tu media naranja, ¿sabes? A veces puedes equivocarte cuando crees que la has encontrado… —sus ojos azules claros se tiñeron de tristeza, pero cambiaron tan rápido de expresión que Aileen creyó que se lo había imaginado—. Pero no deberían cerrarnos las puertas ante la posibilidad de intentar ser dichosos con otras personas. Nosotros somos un clan poderoso, intentamos cuidar de la humanidad y nos pasamos la vida ocultos, para que no sepan que existimos. Las mujeres —se retiró un mechón de pelo negro hacia atrás— estamos muy protegidas y no tenemos mucha libertad. Así que siempre estamos rodeadas de los mismos hombres, de manera que no se nos da la posibilidad de encontrarnos con nadie que pueda estimularnos, alguien que nos fascine… como, por ejemplo, le ha pasado a Caleb contigo.
—Así que está fascinado conmigo —susurró divertida.
—Tienes a mi hermano en un estado de atontamiento muy preocupante, chica.
—Me gusta —dijo orgullosa.
Daanna se echó a reír.
—¿Tienes tú un nudo perenne en tu piel?
—No.
—¿Por qué no tienes pareja? —le dijo Aileen de sopetón.
Daanna tomó el lápiz de ojos negro y lo hizo rodar entre sus dedos mientras se pensaba la respuesta.
—Mi corazón está… está herido de muerte —se encogió de hombros. Nunca le había sido tan fácil hablar con alguien como lo hacía con Aileen. La muchacha le inspiraba confianza—. Mírame, te voy a repasar.
—¿Estuviste enamorada?
A Daanna le entraron ganas de reír. ¿Enamorada? Ella había vivido, respirado y luchado por otra persona durante muchos años, en su juventud. No había estado enamorada, sino completamente abducida por él. Luego, todo cambió.
—Lo estuve muchísimo tiempo —contestó con pena.
—¿Qué pasó?
—Elegí mal —hizo una mueca con los labios.
Aileen siguió con atención las expresiones de Daanna mientras le pintaba los ojos.
—¿Tú y Menw siempre os habéis llevado tan mal?
Daanna dio un respingo. Aileen era muy directa y tenía que acostumbrarse a ella. Las mujeres de su clan habían aprendido a hablar lo justo y con sabiduría, pero eso había quitado espontaneidad y autenticidad a sus actos. Aileen conservaba todo eso y a ella le gustaba.
Daanna devolvió el kohl a su lugar.
—¿Es él verdad? Él te ha roto el corazón —inquirió Aileen.
—Es difícil… Él y yo…
—Puedes hablar con él. A veces se hacen cosas horribles creyendo que es lo que se debe hacer —la tomó de la mano apretándosela con dulzura—. Esas decisiones hacen daño tanto al que las toma como a quién sufre las consecuencias y entonces te llenas de odio y rencor y crees que jamás volverás a creer en esa persona que tanto te ha hecho sufrir. Pero hay que saber perdonar, porque si no lo intentas, si no consigues transmutar el dolor en aceptación y en amor, te privas de la posibilidad de ser feliz. Sólo aquellos a los que más quieres y que más te quieren son los que nos harán más daño.
Daanna agrandó los ojos ante las palabras de Aileen.
—También eres sabia, Aileen, y una gran oradora. Me gustaría que otros pudieran escucharte —le apretó la mano en reconocimiento.
—No sé qué te hizo, pero…
—Aileen, no —le dio un beso en la mejilla. Estaba acongojada y realmente parecía sufrir con ese tema—. Ya has dicho mucho y yo todavía no estoy preparada para hablar de ello.
—Está bien. Pero recuerda lo que me ha hecho a mí tu hermano. Y mírame ahora… He tenido que perdonarle, Daanna, porque el odio me carcomía y me hacía sufrir y porque sentía algo mucho más fuerte por él de lo que nunca he llegado a imaginar que fuera posible.
—Pero todavía no se lo has perdonado del todo. No estás marcada y es porque no confías en él —señaló Daanna con suficiencia.
—Me está costando, Daanna. No es fácil. Pero, en fin, creo que tampoco soy la más idónea para dar consejos. Mi cabeza es un caos.
—Tú lo has dicho —sonrió comprensiva—. Aun así, tu caso y el mío… son diferentes. Pero estoy orgullosa tanto de ti como de él. Ha sido valiente por vuestra parte. Mi hermano ahora está rodeado de luz y nunca lo había visto tan cautivado. Vuelve a estar vivo.
—Tú también volverás a estarlo —Aileen estaba convencida de ello. Una mujer como Daanna encontraría el amor. Debía ser amada.
—No lo veo tan claro. Una vez viví bajo el sol, pero ahora me hace daño.
—Daanna…
—Vamos —la tomó de la mano y tiró de ella—. Cuando mi hermano te vea, va a sufrir un colapso.
Aileen asintió. Esperaba de corazón que Daanna sanara de sus heridas. Le había cogido mucho cariño y deseaba que Menw y la vaniria arreglaran sus desavenencias, porque si veía algo claro en su historia, era que Menw había sido el culpable de herir de muerte a su corazón.
Cuando Caleb la vio aparecer entre las hogueras que rodeaban el bosque de Kilgannon, sencillamente sufrió un colapso. Aileen vestía como las mujeres celtas y su porte denotaba la misma actitud. Una mujer celta, orgullosa, hermosa y muy consciente de su magnetismo. Su vestido rojo bailaba con el viento y su melena recogida a medias descansaba sobre uno de sus esbeltos hombros.
Daanna hablaba con ella y ambas sonreían. Caleb no podía dejar de mirar a la hija de su mejor amigo. Era todo un espectáculo de luz y colores para él.
—Aileen —le dijo Daanna entre dientes—. Ahí está mi hermano. Tienes que ver la cara que pone nada más mirarte.
Aileen alzó la mirada y buscó con los ojos a Caleb. No le hizo falta buscar mucho. Ya lo olía y, además, Caleb era el hombre más atractivo que había en aquel inmenso bosque rodeado de hogueras cercadas con piedras. Su pelo medio suelto le llegaba por los hombros y sus ojos verdes la estaban evaluando centímetro a centímetro.
Caleb la miró fijamente. Ella lo miró a él. Y el fuego de las hogueras alcanzó cuotas altísimas con sus llamas.
—Vaya, Cal —le dijo Cahal con una mirada de admiración a Aileen—. Tu cáraid puede dejar a un hombre sin aliento —Caleb no apartó la vista de su mujer y no contestó a Cahal—. ¿Verdad, Menw?
Menw estaba apoyado en un árbol mirando fijamente a la chica que acompañaba a Aileen. Su pelo largo estaba trenzado y tenía dos rayas negras sobre la mejilla derecha. Cahal alzó las cejas y se echó a reír.
—Por favor —exclamó exasperado—. Miraos… Dais pena. Embobados por dos hembras. Juro por Odín que esto no me sucederá a mí —burlándose de ellos se dio media vuelta y se fue a rondar a las vanirias que estaban allí reunidas.
Menw se acercó a Caleb y se cruzó de brazos para ver cómo se acercaban las chicas.
—Si en algún momento percibimos algo extraño…
—Tranquilo, Menw. Estamos todos en alerta. Si fuera por mí, ahora no estaría aquí, sino que estaría en un lugar más seguro con Aileen. Pero es la única fiesta que realmente celebramos, es parte de nuestra cultura y una de las noches en las que se pueden emparejar nuestras mujeres.
Menw apretó la mandíbula.
—Si se atreven a atacarnos esta noche…
—No. No esta noche. No tan pronto. Ya saben que los hemos descubierto y, además, habéis sitiado las propiedades de Samael. Estará muy entretenido ahora ocultándose y reorganizando su secta.
—No es sólo él quien me preocupa.
—Seth y Lucio no están en Inglaterra. Tenemos vigilancia en todo el país y, de momento, no hay noticias de ellos.
—Seth vendrá —aseguró con vehemencia—. Lo presiento.
—Puede ser. Les acabamos de declarar la guerra. Ahora sabemos quiénes son y qué hacen, y nosotros nos estamos uniendo para combatirles. No se quedaran de brazos cruzados mientras les saboteamos.
Menw miró a Daanna y asintió con decisión.
—Hay que vigilarla, Caleb.
Caleb lo miró de reojo y asintió con un leve gesto de la barbilla.
—¿Qué tienes pensado?
—Me la llevaré. No sé ni cuándo ni cómo. Samael conoce la profecía que recae en Daanna —se encogió de hombros—. Seguramente ha informado a los demás sobre ella. También irán a por ella.
—Sé que la protegerás, Menw. Ella es muy importante para nosotros.
—Nunca lo deseó —sonrió amargamente—. Freyja la marcó para siempre.
—Daanna tiene mucho poder en su interior. Los dioses sabían lo que debían de hacer. Es la ungida.
—No le preguntaron.
—No tenía opción —replicó Caleb mirándolo comprensivo—. Estás preocupado por ella.
—Sí.
—No tienes que preocuparte por ella, amigo mío. Debes ocuparte de ella.
Menw se sorprendió al oír hablar a Caleb de aquel modo. Aileen lo estaba cambiando, lo serenaba y lo llenaba de paz, de ahí que surgieran sus sabios consejos. Más que nunca admiró a Aileen por hacer de su amigo un hombre feliz y admiró a Caleb por no haberle temido al amor y al poder que este despierta en el interior de las personas cuando se comparte con la pareja perfecta.
Daanna y Aileen llegaron a su misma altura y Menw retrocedió un paso hasta volver a apoyarse en el mismo árbol donde estaba anteriormente. Miró a Daanna con un falso gesto indiferente y esta lo miró a él durante unos largos segundos que parecieron eternos y luego saludó cariñosamente a su hermano, como si nunca se hubiera fijado en Menw.
Cuando Caleb miró a Aileen para piropearla, Beatha y Gwyn que se acercaban a ellos con las manos entrelazadas, se adelantaron.
—Aileen, estás preciosa —le dijo Beatha saludándola cariñosamente y besándola en la mejilla. Miró a Caleb y los ojos le brillaron de complicidad—. Me alegra que compartas esta noche con nosotros —reconoció la hermosa mujer volviéndola a mirar.
—Gracias —contestó la joven sonrojándose ligeramente. Parecía que todos allí sabían lo que iba a suceder entre Caleb y ella.
—Caleb —dijo Gwyn desviando la atención—. As y sus chicos ya están aquí.
—Gracias por invitarlos, Caleb —le dijo Aileen agradecida.
—De nada —asintió él.
—De hecho, ahora están tomando un poco de nuestro preciado hidromiel —comentó Gwyn complacido.
—Entonces tendréis que disculparme un momento —resopló Caleb pesaroso—. Cahal preparó esta vez todo el proceso y creo que lo dejó fermentar demasiado… Está muy fuerte y hay que advertirles.
—¿Hidromiel? —preguntó Aileen.
—Es nuestra bebida predilecta en noches de solsticio y rituales —contestó Beatha. Tomó del brazo a Aileen y Daanna y se las llevó con ella.
Caleb y Aileen se miraron fugazmente y ella habría jurado que Caleb se disculpaba por no poder atenderla personalmente.
—¿Qué es? —inquirió Aileen centrándose en Beatha.
—Está hecha de agua de lluvia y miel —le dijo la alta y rubia mujer—. ¿Quieres que vayamos y la probemos?
—Sí —soltó Daanna—. Será divertido.
—¿Lleva… lleva alcohol?
—Es como vino… y sí —asintió Beatha divertida—. Se te sube a la cabeza.
—¿Vosotros os emborracháis? —dijo una escéptica Aileen dejándose arrastrar hacia la zona donde bebían las mujeres.
Todas ellas estaban ataviadas con vestidos helénicos, el pelo suelto y sandalias planas con tiras hasta las pantorrillas. Aileen admiró tanta belleza femenina junta. Las mujeres eran preciosas, esbeltas y con cierto aire aristocrático.
El mundo vanirio era un mundo visceral y nocturno. Sin embargo, todo en él estaba impregnado de belleza.
Todas la miraron y le sonrieron dándole la bienvenida. Aileen enseguida se sintió cómoda, pero cuando creyó que le faltaba su mejor amiga, Ruth apareció de en medio de ellas.
—¿Ruth? —exclamó Aileen feliz.
—Dios mío, Eileen… —Ruth no se había acostumbrado a llamarla por su verdadero nombre. Para ella siempre sería Eileen. Estaba tan bonita. Incluso a ella también la habían vestido igual y su largo y espeso pelo caoba brillaba como si fuera fuego—. Este vino lo carga el diablo.
Todas las mujeres se echaron a reír ante la ocurrencia de Ruth. Aileen admiró la facilidad que tenía su amiga para contactar con la gente.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Daanna es misericordiosa —contestó Ruth sonriendo a la hermana de Caleb—. Nos dijo que nos vendría bien despejarnos y conocer mejor su mundo. Además, tu querido novio es un nazi, ¿lo sabías? Ya nos está dando trabajo que hacer y pretendía que nos quedáramos encerrados en la casa de Notting Hill. Lo ha dispuesto todo para que estemos allí y tenemos guardaespaldas que no nos dejan a sol ni a sombra. Sólo llevamos unas horas en esa mansión y ya me estaba ahogando —sorbió cerrando los ojos con placer—. Que bueno está esto… Por cierto, la casa es tan grande que voy a necesitar un mapa para no perderme.
—¿Gabriel también está aquí? —Aileen miró a los alrededores.
De repente se oyeron vítores y carcajadas al otro lado, donde bebían los hombres de los barriles. Allí, un Caleb muy divertido golpeaba la espalda de Gabriel para que no se ahogara con el hidromiel. No le fue difícil imaginarlos hace dos mil años con las caras pintadas, las espadas y los escudos en mano, vitoreando y chillando de alegría cuando ganaban una batalla.
Aileen sintió fuego en las entrañas cuando miró el inmenso cuerpo del vanirio junto al de su mejor amigo, y eso que Gabriel era grande.
Cuando se giró para mirar a Daanna, esta ya le ofrecía la primera copa de hidromiel.
—Por ti, Aileen. Bienvenida a casa.
Al mirar a las vanirias, todas tenían una copa en la mano y la miraban esperando que ella bebiera. Ruth volvió a llenar su copa del barril y alzó el brazo preparada para brindar.
Aileen inspiró profundamente y al exhalar dijo.
—Por vosotras.
Las mujeres vaciaron sus copas de golpe y Aileen siguió su ejemplo. Cuando aquel gustoso y dulce líquido se deslizó por su garganta, se relajó por completo maravillada por el regusto que dejaba en su lengua y en el paladar.
—Madre mía… —susurró—. Esto hay que comercializarlo, porque nos haríamos ricos.
—Está bueno, ¿verdad? —Beatha le pasó un brazo por encima. El hidromiel desinhibía a todos—. Por eso los romanos luchaban contra Asterix. Querían su pócima —sonrió aceptando otra copa que le ofrecía Ruth.
—Que no decaiga… —musitó Ruth pasándose la lengua por los labios.
—Huele bien, brilla como el oro y es buenísimo.
—Amén —exclamó Daanna bebiendo de su segunda copa.
—¿Y Cahal ha hecho esto? —preguntó una incrédula Aileen al aceptar la segunda copa de Beatha.
Algunas suspiraron al oír el nombre de Cahal.
—Uff, ese hombre las pone cachondas, querida —murmuró Ruth mirándolas de reojo—. La verdad es que está muy bueno.
Las vanirias se echaron a reír ante el atrevimiento de Ruth.
—Cahal es un terrible mujeriego —dijo Daanna observando a lo lejos al susodicho—. Pero sabe cómo hacer una buena fermentación alcohólica de la miel… —bebió de un trago su segunda copa y le dio el vaso a Ruth para que se lo llenara—. Y su hermano es un inepto. Quiero otra copa.
—Vaya turca vas a coger, Daanna —comentó Ruth mientras le volvía a llenar la copa.
—Bienvenida sea —alzó la copa de nuevo y todas las vanirias, incluidas Beatha y Aileen la imitaron—. Por un mundo sin trípodes que nos amarguen la vida —exclamó mirando a los hombres que reían y jugaban entre ellos.
Beatha se echó a reír con Daanna y entonces, cuando abrazó a la hermana de Caleb muerta de la risa, Aileen divisó su tatuaje. En el hombro derecho, había un precioso tribal circular de color marrón oscuro, del tamaño de una moneda. En el centro del intrincado dibujo había una especie de gema de color amarillo. Sin duda era un sello hermoso.
—¿Te gusta su tatuaje, Aileen? —preguntó Ruth observando el diseño.
Beatha se giró hacia ellas y sonrió orgullosa.
—Es mi sello.
—¿Gwyn lo tiene igual? —preguntó Aileen maravillada por el dibujo.
—Oh, sí —asintió Beatha mirando a Gwyn a lo lejos. Gwyn percibió que Beatha lo observaba, se giró y le guiñó un ojo—. Él me pertenece.
Aileen miró a la pareja y sintió un poco de envidia por la aceptación que había entre ellos.
—Creo que lleváis muy lejos lo de la pertenencia —musitó Aileen por encima de su copa.
—A ti también te sucederá —Beatha se encogió de hombros y bebió de su copa—. ¿No estás marcada aún?
—No.
—¿No me quieres preguntar nada? —la miró de reojo con complicidad.
—No sé…
—¿Quieres saber si te dolerá?
—¿Me dolerá? —frunció el cejo oscureciendo sus ojos lilas.
—Sí —intentó no echarse a reír.
—Fantástico —replicó desganada—. ¿Y a él?
—Oh, a él también. Pero se os pasará.
—Basta, no os aguanto —les dijo Daanna—. Tomad otra copa por las que no tienen a nadie a quien arrimarse, me estáis dando ganas de vomitar. Brindemos por mí —levantó su copa de nuevo y todas la imitaron.
—¿Es un club nuevo? —preguntó Ruth—. ¿Me puedo apuntar? —miró de soslayo al grupo de hombres formado por berserkers y vanirios. Entre ellos estaba el desagradable de Adam—. ¿No traen a sus mujeres?
—¿Quiénes? ¿Los berserkers? —dijo Daanna señalándolos con la cabeza—. No pueden. Es luna llena y necesitan descansar para lo que les espera.
—¿El qué? —preguntó Aileen curiosa.
—Son noches de acoplamiento. ¿Es que no te ha contado nada tu abuelo?
—No sobre eso.
—Cuenta, Daanna —Ruth la animó a proseguir mientras miraba divertida al enorme berserker que ahora la miraba a ella con desdén. Ruth parecía caerle tan bien como él a ella.
—De hecho, es todo un detalle que los machos berserkers estén hoy aquí. Supongo que se irán porque sus hembras los necesitan. Necesitan acoplarse con ellos, culpa de la luna —se encogió de hombros y ella misma volvió a llenarse un nuevo vaso de hidromiel—. Se pasan toooodo el día cardando —sonreía divertida.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Beatha intrigada.
—Una noche vi a una pareja en acción —confesó algo avergonzada—. Hace años. Era luna llena. No os podéis imaginar lo salvajes que son…
—¿Ah, sí? —Ruth alzó una ceja y volvió a mirar a Adam desde lo lejos. Este la observó completamente quieto mientras vaciaba su hidromiel. Devolvió el vaso a Caleb, le dijo algo y el vanirio volvió a llenarle el vaso.
—Cariño —Beatha puso una mano sobre el hombro de Daanna—, cuando encuentres a tu cáraid verás que los vanirios no es que estén muy domesticados en ese aspecto —luego miró a Aileen y le guiñó un ojo.
Aileen sonrió mientras bebía y luego controló los movimientos de Caleb. Quería verlo. Quería estar con él.
Allí estaba ese hombre, haciendo de anfitrión de los que hasta hacía unos días eran aciagos enemigos de su raza. Noah le había golpeado y, sin embargo, ahora hablaba con él y el berserker parecía que le prodigaba un enorme respeto.
Los coches rodeaban el claro del bosque donde estaban celebrando. Cahal se dirigió al suyo, abrió la puerta del piloto y encendió su equipo de música.
Inmediatamente la canción No fear, de The Rasmus, sonó alto y claro, a una gran escala de decibelios.
—Que empiece la fiesta… —gritó eufórico con el cuello echado hacia atrás.
Aileen sintió una profunda emoción al ver lo que allí sucedía. Las mujeres corrieron para ubicarse en el centro de las hogueras y empezaron a mover sus caderas sinuosamente. No atendían a los hombres, les daba igual si las miraban.
Estaban disfrutando de su sensualidad juntas, entre ellas, y no se avergonzaban ante el público.
Los berserkers las miraban embobados ante su coqueta desinhibición.
Los vanirios enseguida se animaron a bailar con ellas, cogiéndolas en brazos, entrelazando piernas, caderas con caderas… Ellas gritaban divertidas y achispadas por el hidromiel.
Ruth no tardó en unirse a ellas.
—Ven, Aileen… —la animó.
Aileen observó a Caleb a lo lejos y pudo comprobar que él la controlaba de reojo mientras hablaba con Adam.
—Sí, ahora iré —le contestó mientras se acercaba al corrillo de hombres entre los que se encontraba él.
—Vale… —inmediatamente un enorme berserker tomó a Ruth de la mano para que bailara con él. Era atractivo—. No hace falta ni que me lo pidas, guapo —le sonrió encantadoramente mientras se cogía a sus hombros y se dejaba llevar.
Aileen se echó a reír al ver a su mejor amiga tan divertida. A medio camino su abuelo As se detuvo a saludarla.
—¿Lo pasas bien, pequeña? —le preguntó.
Aileen se alegró al verlo en un momento tan animoso y lo abrazó.
—Hola, abuelo —frotó su mejilla contra su pecho—. También has venido.
—Caleb nos invitó a tomar hidromiel. No podía rechazar la invitación —la tomó de la cara con ambas manos. Sus ojos parecían desafiantes—. ¿Te está tratando bien, Aileen? Si no es así, dímelo y yo…
—No, no, abuelo —se apresuró a cortarlo—. Él… La verdad es que sí.
—Yo no quería forzarte a que estuvieras con él. ¿Me crees? No quería obligarte, pero… Es un tema delicado y él realmente es tu pareja y yo…
—Abuelo —tomó su inmensa y callosa mano entre las suyas—, lo comprendo. Me está costando entender este mundo. No es sencillo. Me educaron como a una humana y tengo unos patrones mentales muy cerrados, pero…
—¿Sí?
—Pero también está en mi naturaleza aceptar todo lo que me sucede ahora. Yo formo parte de esto —miró encantada todo lo que les rodeaba—. Rituales, hechizos, dioses, magia, guerra… colmillos. No me parece tan descabellado y, cada día que pasa, lo entiendo mejor.
—Entonces, no es tan horrible, ¿no?
—No —contestó mirando a Caleb, que ahora tenía los ojos velados de incertidumbre. ¿Desde cuándo se mostraba tan transparente con ella?—. Creo que no.
—Tenía miedo de que estuvieras resentida conmigo por imponerte tu relación con él —As se giró y lo saludó con un gesto de la cabeza—. Es un hombre de honor, Aileen. Él te tratará como te mereces y yo estaré tranquilo si permaneces a su lado.
—Abuelo —se abrazó a él—. No puedo estar enfadada contigo ni siquiera con él —se sorprendió al reconocer eso en voz alta—. Todo lo que me ha pasado me ha revelado quién soy.
—Eres valiente —dijo As con admiración—. Como tu madre lo fue al arriesgarse por amor.
—Tú… ¿Tú la has perdonado?
As apretó la mandíbula y bajó la mirada.
—Ella huyó de mí porque temía que no entendiera su relación con Thor. Lo que más odio es reconocer que Jade tenía razón. Yo la habría castigado y repudiado por ello, Aileen. Entonces no sabíamos nada de lo que sabemos ahora —suspiró y observó a su nieta con ojos llorosos—. Ella fue valiente al luchar por lo que quería, se dejó de objeciones sociales entre nosotros, de prejuicios y racismo, y al final su valentía dio un fruto maravilloso.
Aileen tragó saliva para aliviar el nudo que sentía en la garganta.
—Tú, Aileen —prosiguió—, nos has abierto los ojos y nos has dado la posibilidad de hacernos más fuertes. Eres el recuerdo viviente de mi hija y te quiero por lo que estás consiguiendo y por la mujer que eres.
—Gracias —se abrazó fuertemente a él. No quería llorar y le costó mucho encarcelar a las lágrimas para que no se derramasen sobre sus mejillas—. Gracias.
—A ti, cariño —besó su cabeza y se alejó un poco—. Entonces, ya me voy —sonrió avergonzado—. ¿Vas a estar bien, verdad?
—Sí. Estaré bien.
—Cualquier cosa, ya sabes dónde estoy.
—Sí, pesado —se echó a reír.
—Bien —sonrió abiertamente.
—Bien —le dio un beso en la mejilla.
—Anda, vete.
As se alejó de ella. Le dio la mano a Caleb para despedirse, le dijo algo al oído y este asintió solemnemente para luego mirarla a ella con ojos encendidos.
Aileen sintió un escalofrío al ver a Caleb acercarse a ella. Grácil, masculino, seguro y elegante. Poderoso, pensó mientras pasaba alrededor de las llamas que cercaban la zona.
El vanirio no le quitaba los ojos de encima. Hacía rato que quería escoltarla toda la noche, explicarle qué significaba un día así para ellos, pero todos se la robaban.
Cuando no le quedaba más que cinco pasos para llegar a ella, Noah se cruzó en su camino.
Aileen agrandó los ojos al verlo y le regaló una enorme sonrisa de complacencia.
—¿Bailas conmigo? —le preguntó el berserker haciéndole una reverencia. Aileen se puso de puntillas para mirar a Caleb. Este frunció el ceño—. Pues es que…
—Es sólo un baile, Aileen. Luego me iré —Noah inclinó el cuello a un lado y le sonrió pícaramente—. Por favor.
Aileen sacudió la cabeza y sonrió.
—Está bien, sólo uno.
Caleb se apartó mientras ambos iban juntos a esa pista improvisada donde todos bailaban desinhibidos. No se hubiera imaginado que unos seres tan letales y agresivos pudieran tener tanto sentido del ritmo.
Sonaba de fondo la canción de All Good Things Come To An End.
Noah la cogió de la cintura mientras se movían al son de la música con gracia y elegancia.
—Y dime —le susurró Noah al oído—, ¿cómo te va con el colmillos?
Aileen se aclaró la garganta.
—Bien, gracias. Se llama Caleb.
—¿Te trata bien? —le dio una vuelta para luego volver a cogerla de la cintura—. ¿Es bueno contigo?
—Es muy bueno —lo miró censurándolo.
—¿Todavía sigues enfadada conmigo por lo que le hice?
Aileen recordó con amargura los latigazos que prodigó Noah a Caleb.
—Debía de haber un castigo por lo que te hizo, Aileen. ¿Me entiendes? —sus ojos la miraron rogando perdón.
—No me apetece hablar de eso ahora.
—¿Y bien?
—No. No estoy enfadada. No apruebo esas acciones. Me… me sacude por dentro tanta violencia.
—Lo hice por ti —ahora Noah la mecía más suavemente con sus manos dulces y ligeras.
—Bueno… no sé si darte las gracias —apoyó una mano en su hombro para guardar las distancias.
—Cuando llegaste a la manada…
—Cuando me recogisteis, hace apenas unos días —rectificó ella dulcemente—. No somos animales, recuérdalo.
—Sí. Pensé que ibas a ser para mí. Mi… pareja.
Aileen se paró en seco y lo miró asombrada.
—Sigue bailando —la animó él arrastrándola—. Yo creí que era mi momento de emparejarme —se encogió de hombros—. Y de verdad que no me importaría hacerlo contigo.
—Noah, yo…
—Pero creo que Caleb ha llegado antes que yo, ¿verdad? —le sonrió con tristeza.
—Sí.
—No has dudado ni un segundo —hizo una mueca de disgusto.
—No, no he dudado —afirmó ella observando el bello rostro de su amigo.
—¿Lo amas?
—¿Mmm?
—Lo amas.
—Yo no he dicho…
—Bien —exhaló el aire bruscamente—. Ahora que estoy seguro de que estás convencida ya me puedo ir de esta fiesta de borrachos. Pero, Aileen…
Aileen todavía estaba confundida por la afirmación tan rotunda de Noah acerca de sus sentimientos por Caleb.
—¿Qué?
—Si te cansas de él, siempre puedes venir a mí —un brillo de diversión relampagueó en sus ojos ambarinos.
—Oh, cállate —le golpeó en el pecho con fuerza.
—Tienes mi número —le hizo el gesto del teléfono con las manos—. Llámame, cariño.
—Seguro —levantó el dedo corazón.
Cuando Noah se fue, arrastró con él a Adam, que seguía mirando furioso a Ruth, y esta lo despedía besando su dedo corazón y deletreando la palabra gilipollas con los labios mientras meneaba el trasero rozando la entrepierna de uno de los de su manada.
Aileen hizo negaciones con la cabeza. Se odiaban.
Luego observó a Daanna, que bailaba rodeada de vanirios. Intocable. Lejana. Inalcanzable para todos. Y Menw no le sacaba el ojo de encima. Qué complicado parecía todo entre ellos.
Más tarde, sus ojos se detuvieron ante el espectáculo que ofrecían Beatha y Gwyn. Aquello era sexo implícito en cada uno de sus movimientos. Gwyn dejaba que ella se agitara y se moviera entre sus brazos, él aprovechaba y le olía el pelo, le besaba el cuello, le lamía la oreja… Él quería tocarla, pero ella no le dejaba. Mantenía sus manos lejos de ella y lo provocaba. Y cuando se miraron, no sólo había deseo, sino adoración. Habían perdido a dos niños por el camino, pero tenían una vida inmortal juntos para resarcirse. Ambos se amaban y su amor era más fuerte que nada.
Un amor como el que ella sentía por Caleb. Sí. No iba a negarlo más. Aileen buscó al vanirio con los ojos y lo vio alejándose de las hogueras y cruzando unos matorrales que lo ocultaron por completo.
Aileen aceleró el paso y lo siguió. ¿Por qué se iba?
Cuando cruzó los matorrales, se encontró en una planicie oculta por árboles, en cuyo centro había unas piedras enormes a modo de altares. No había rastro de Caleb.
—¿Caleb? —preguntó alzando la voz.
—¿Te estás divirtiendo, princesa?
La voz venía de su espalda. Cuando se giró lo encontró a apoyado en uno de los árboles con las manos en los bolsillos de sus pantalones negros de piel. La cintura del pantalón le quedaba por debajo del ombligo y su piel dibujaba todos los músculos a la luz de la luna. Su torso desnudo, como el de todos los vanirios en una noche como esa. Medio pelo recogido en una coleta y varias trenzas delgadas le caían por los hombros. En su mejilla derecha, tres líneas perfectas de igual medida resaltaban de color negro y hacían que sus ojos parecieran mucho más claros de lo que ya eran.
Aileen lo miró de arriba abajo y se quedó hipnotizada. Pero cuando se centró en sus ojos esmeraldas, tembló de emoción, de anticipación ante lo que podría suceder entre ellos.
—Hoy todos querían hablar contigo, por lo visto —se acercó a ella pero no la tocó.
—Sí.
—Y tu abuelo As.
—Y Noah —murmuró entre dientes.
—Sí, Noah también —contestó ella achicando los ojos. No parecía muy tierno, precisamente.
—Has bailado con él y te has reído con él —le levantó la barbilla.
—¿Por eso te has ido?
—Me he ido para dejaros intimidad. Parece que la necesitabais. Dime, Aileen, ¿él te gusta? Si yo no hubiera estado aquí, ¿te habrías ido con él?
Aileen sintió cómo si alguien le echara un cubo de agua helada por encima.
—No me lo puedo creer… Claro —le espetó provocándolo—. En cuanto te dieras la vuelta —levantó la barbilla desafiándolo. Los ojos le brillaban por las lágrimas. La rabia se dejaba ver en sus palabras.
—Dímelo, Aileen. Y no juegues conmigo —le cogió de los brazos apretándolos con fuerza—. ¿Es por eso? ¿Por eso no me dejas entrar en ti? No sé ni lo que piensas ni lo que sientes por él. Dímelo… Sé que a él le gustas.
—Jódete, Caleb. Te odio. Te odio… Cerdo… Te odio… —le golpeó el pecho con fuerza para alejarlo de ella.
¿Cómo se atrevía a insinuar algo así? ¿Cómo podía siquiera pensarlo?
—Por favor, Aileen —la apretó contra él abrazándola con fuerza. Ella seguía peleando con él—, me estoy volviendo loco. Necesito el contacto contigo y no sé si lo que me dices es verdad. No tengo modo de comprobarlo.
—Entonces, confía en mí… —volvió a golpearlo en el pecho—. No puede ser tan difícil…
—Pero…
—Tienes que confiar en mí, Caleb… Tienes que hacerlo… Si no… Si no me respetas y no aceptas este desafío, nada funcionará entre nosotros —le dijo desesperada sin ninguna posibilidad de detener el torrente de lágrimas—. Tienes que esforzarte igual que yo me esfuerzo en comprenderte.
—Aileen, no está en mi naturaleza hacer las cosas así.
—Sí lo está… Jodido cobarde… ¿Crees que yo no quiero fundirme contigo? —sus mejillas estaban rojas de la ira y la frustración.
—¿Lo quieres? —preguntó él tembloroso.
—Claro que lo quiero, Caleb… Pero necesito saber hasta qué punto puedo confiar en ti otra vez. Necesito estar segura de que no te guardas nada para ti.
—Pero lo de anoche…
—Anoche fue genial —replicó ella apretando los puños—. Pero no es suficiente. No para mí. Tú te abres mientras me manoseas y te corres… pero sólo lo haces en ese momento. Ayer, además, estabas drogado. Cuando todo eso se te pasa, luego, vuelves a desconfiar de mí. A guardarte cosas. Esta mañana has vuelto a hacerlo y me he visto obligada a tratarte mal, Caleb, y no me gusta.
—Pero a ti te gusta lo que te hago. Disfrutas conmigo.
—Tenemos que separar lo que sucede entre nosotros en la cama de lo que sucede fuera de ella. Tienes que ser mi mejor amigo, no sólo mi amante —se puso la mano sobre la frente y exhaló con fuerza—. Quiero un compañero que no dude en dármelo todo, porque yo no dudaré en dártelo todo.
—Aileen…
—Daanna me dijo que tenías muchas corazas. Es cierto —le señaló con el dedo obligándolo a que él retrocediera—. No quieres que nadie escarbe en ellas, que nadie las derrumbe, porque crees que eso te hace vulnerable. Pero yo no soy tu enemiga, Caleb. ¿Me entiendes? No soy tu enemiga —gritó furiosa clavándole el dedo índice en el pecho—. No voy a ceder hasta que vea que realmente te abres a mí. Esfuérzate. Háblame y explícamelo todo. Y hazlo no sólo porque yo me meta a la fuerza en tu cabeza y averigüe las cosas, sino porque realmente te apetece decirlas.
Caleb temblaba de la ira y la impotencia que lo recorría.
—Pero no somos humanos —gruñó—. Las parejas vanirias no se comunican así.
—A la mierda las parejas vanirias… Vas a tratarme como yo me merezco, como yo te digo… Has sido horrible, Caleb. Desde el principio. Tú apareces, coaccionas y lo ocupas todo. Y la única que ha cedido y es flexible aquí soy yo. Yo… yo no puedo respirar.
—Yo tampoco —explotó—. ¿Crees que me gusta ver cómo otras parejas se sienten tranquilas entre ellas porque tienen un contacto del que me priva mi mujer? Lo odio… Me has vuelto loco… Tú, bruja insoportable… No puedo pensar —se tiró del pelo y caminó hacia ella—. Todo eres tú. Mire donde mire, ahí estás tú, aquí dentro —se golpeó la cabeza—. Y no sé qué hacer… Soy idiota y torpe. Me siento estúpido… Me has vuelto un inútil. Así… yo… no puedo protegerte. Yo no tengo nada bueno que darte… Estoy podrido… Llevo muchos años peleando… Yo sé de guerra, no sé de… no sé qué es… Pero tú estás ahí… estás aquí —se golpeó el pecho— como un torniquete, haciéndome sangrar a cada momento. Y no sé cómo hacer que tú… que puedas… porque yo realmente quiero… —realmente estaba agobiado y por fin revelaba algo más de sí mismo—. Déjalo —se dio media vuelta abatido y murmuró—. Noah sería mejor que yo.
Aileen sintió que algo explotaba en su interior al oír su rendición.
—Cobarde… Ven aquí… Eres un cobarde —le gritó entre lágrimas. Corrió hacia él y lo golpeó en la espalda—. ¿Quieres que me vaya con él? ¿Dime? ¿Sería más fácil para ti? Te odio, Caleb…
Caleb se giró y la cogió de las muñecas para que dejara de golpearlo.
—¿Te irías con él? —le preguntó desolado y triste. Desesperado porque no sabía cómo hacerle ver lo que ella significaba en su vida—. Si eso te va a hacer feliz, hazlo. Yo sólo…
—¿Tú qué? —sollozó.
—Mas fheárr leat Noah, Gabh e, leannán[29].
Aileen cerró los ojos y negó con la cabeza.
—Deja de tratarme así. No puedes provocarme tanto… —gimió rogándole. La estaba volviendo loca—. Por favor, Caleb.
—¿A quién prefieres? ¿Con quién te irías? —la zarandeó levemente—. Él seguramente es más compatible contigo de lo que yo lo soy —cada palabra que decía en favor del berserker le desgarraba el corazón—. Yo sólo quiero dejar de hacerte llorar… y Odín sabe que yo no soportaría saber que otro te toca, pero, si eso va a ser mejor para ti…
—Gur fuathach leam do thu[30] —le dijo con rabia agarrándole del pelo.
—Aileen —la tomó de la cara—. Sólo contéstame. Déjame oírlo. Necesito oírlo.
—Thagh mi thu[31]… —le gritó. Lo miró desesperada y hundió su cara en el pecho de él y arrancó a llorar como una niña—. Bruto insensible… Thagh mi thu… —golpeó su pectoral rendida y abatida.
Él la observó temblar sobre su pecho. La rodeó con sus brazos y la abrazó. Sabía que la había llevado al límite, pero no sabía hacer las cosas de otro modo. Sin embargo, se dio cuenta de algo valioso para él. Algo que nunca había sentido. La creía. Creía en ella. Confiaba en sus palabras. Confiaba en ella. Y del mismo modo deseó… No. Del mismo modo quería que ella confiara en él. No estaba preparado para decirle que la amaba, pero la amaba. La amaba. Como no supo decírselo, hundió el rostro en el hueco de su cuello y la besó dulcemente.
—Thagh mi thu, Aileen —le susurró apasionadamente.
—Cha deán[32] —contestó ella entre sollozos intentando apartarse de él—. No es verdad. Me estabas entregando a otro cuando yo…
—Sí, lo es, mi dulce corazón. Mi leanndn[33] —quiso besarla pero ella le apartó la cara—. Ven, no te apartes.
—¿Carson?[34] ¿Por qué? —exigió mirándolo con los ojos arrasados en lágrimas—. ¿Por qué me eliges ahora?
—Porque necesito esto para empezar a cambiar… —le tocó los labios y deslizó la punta de sus dedos por su cuello hasta llegar a su pecho izquierdo—. Sólo esto —le puso la mano sobre el corazón—. Soy todo tuyo, Aileen. Tha thu mo leanndn[35] y te necesito.
—No —sollozó.
—Sí. Ven —abarcó su cara con las manos.
—¿Intentarás confiar en mí? Te lo he dicho esta mañana. Esto no funcionará si no nos abrimos. Sólo inténtalo, te lo suplico.
—Mírame. No estoy drogado ni bajo presión. Te estoy hablando desde dentro —le acarició la mejilla y se inclinó para besarla—. Aquí el único que debe suplicar por ti soy yo. Te demostraré que soy de fiar, que puedo entregarme por completo y que puedes confiar en mí. Yo ya confío en ti, Aileen. Pero yo soy el problema. Verás que podrás confiar en mí —le mordió los labios y ella tembló entre sus brazos.
—¿Carson? —ella se puso de puntillas y no pudo resistir besarlo con dulzura. Realmente él se estaba abriendo. Lo sentía en su interior, como si entre ellos fluyera una energía poderosa e inquebrantable que no había fluido antes, y le gustaba.
—Tha mi gu tinn á t’aonais[36] —la cogió en brazos y la besó como si fuera a comérsela.
Aileen tuvo que hurgar en su memoria para recordar qué significaba eso.
—¿Te pones enfermo sin mí? —se abrazó a él y besó su cuello.
—Sí —la abrazó con fuerza y ella se dejó mimar. El cuerpo de esa mujer era un bálsamo de luz y de paz para él.
—Estás celoso de Noah, ¿por eso me has hablado así?
—Sí —reconoció besándola de nuevo.
—Pero sabes que yo no podría dejarme tocar por nadie que no fueras tú. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, te creo cuando lo dices —reconoció humildemente.
—¿Y por qué me presionas de esta manera? Me acorralas constantemente.
—Porque él es más amigo tuyo que yo. Con él estás tranquila y relajada. Conmigo nunca estás así.
—Entonces relájame, Caleb. Tranquilízame —le pasó la mano por su espesa melena y lo atrajo hacia ella. Lo besó de un modo que era pecado. No había un lugar de su boca que su lengua no acariciara—. Nunca le he hecho esto a él. ¿Qué crees que querrá decir? —preguntó sobre sus labios.
—Por la Morrighan… y te mataré si se lo haces —se pasó la lengua por los labios y saboreó a Aileen—. ¿Quieres… quieres bailar conmigo?
Aileen miró sus cuerpos. A ella le colgaban los pies porque Caleb la tenía aupada con todo su cuerpo en contacto con el de él.
—No aquí —le dijo él con la voz ronca.
—¿Dónde?
—Tú sólo dime si aceptas. ¿’N deíd thu lium mo chailin?[37]
—Sí. Me voy contigo —sonrió y se agarró mejor a él—. Pero sólo porque me has llamado «mi dama».
—¿Te gusta que te diga mo chailin? —la abrazó mejor.
—Me gusta todo lo que me dices cuando te pones tierno —acarició su nariz con la suya.
—Y a mí me pones a mil cuando me hablas en gaélico.
—Bien —susurró al sentir el deseo en su sangre—. Llévame a bailar, Caleb.
—Agárrate, pequeña.
De un salto se impulsó con ella hacia el cielo y salieron como una bala del espeso bosque inglés donde se encontraban. A sus pies, seguía la fiesta, corría el hidromiel, se agitaban los cuerpos y danzaban las hogueras.
Pegada a su cuerpo sintió una extraña sensación en el bajo vientre, como si se le deslizara miel líquida. Caleb se apretó más a ella y acunó su erección entre las piernas de ella.
—Caleb —gimió ella—. Estoy ardiendo.
—Y yo, nena —gimió él también acelerando el vuelo—. Me muero de ganas de…
—No, estoy ardiendo de verdad. Me quema —esta vez su voz sonó desesperada.
—¿Qué te quema cariño? —preguntó él preocupado.
—Abajo —musitó ella apretando la cara contra su cuello—. Y… ah…
—¿Qué?
—No sé qué me pasa, pero… me duele.
—¿Te duele? Aguanta, ya llegamos a casa.
—No. No lo aguanto —se abrazó más fuerte a él y le rodeó la cintura con las piernas apretándose fuertemente contra su erección.