Era la tercera ducha fría que tomaba esa misma noche. Volvió a ponerse el camisón de color amarillo delante del espejo. El hombro le martilleaba y el labio le escocía. Pero eso no era impedimento suficiente como para no sentir el volcán que rugía en su interior. Un volcán hecho de deseo. Sentía la piel hipersensible, el camisón rozaba sus pezones y los acariciaba como si fueran alas de mariposas. Se sentía arder y los colmillos le dolían.
No había podido dormir nada. Pensaba en Caleb a cada segundo, a cada minuto, a cada hora.
Lo había intentado. Durante cinco minutos se había sentado sobre la cama en posición de loto y había intentado meditar, dejar su mente en blanco para no pensar en él. El resultado fue humillante. Había acabado hecha un ovillo sobre la cama ahogando los silenciosos sollozos en la colcha y con el cuerpo temblando de frío.
¿Y si le habían hecho daño? ¿Y si lo habían herido? ¿Qué había descubierto? Estaba absoluta e irremediablemente perdida. El descubrimiento de que sin él, ella no iba a poder ni sentir ni vivir ni querer… la descolocó.
¿Y si ella no era su cáraid? ¿Y si él estaba en lo cierto? ¿Qué iba a hacer ella entonces? ¿Debería reclamarlo? Ella sabía mejor que nadie que si hubiese sido él quién se hubiera ofrecido a ella, habría saltado sobre Caleb y lo habría violado. Ella lo deseaba. Anhelaba el contacto con su cuerpo casi tanto como el de su mente.
Cuando habían hecho el amor había descubierto algo inquietante. Y esas horas sufriendo y pidiendo a gritos su compañía le habían abierto los ojos.
El momento más completo y feliz de sus 22 años lo había encontrado en brazos de ese celta. Ese momento de mutua entrega había sido pura luz, pura energía, pura simbiosis entre dos almas. Y pedía a Dios, si es que Dios estaba allí arriba en el cielo, que nada hiciera daño a Caleb y que él regresara a ella, aunque sólo fuera para alimentarse.
¿Estaba enamorada entonces? Conectar con él a los niveles en que lo habían hecho había creado un vínculo muy fuerte entre ambos. O al menos eso creía ella, porque al parecer Caleb no lo había visto así después.
Sin embargo, ella también tenía su orgullo y no iba a suplicarle nada. Si él quería pedirle algo, adelante, ella se lo iba a dar, pero si Caleb no le iba a dar nada a ella, ella no le iría detrás.
Al menos con la sangre de él, ella podría ir tirando, porque, de hecho, se habían vinculado y ya no había marcha atrás. Pero no se imaginaba compartiendo su cuerpo con nadie más que no fuera él. Y herviría de celos si Caleb tocara a otra como la había tocado a ella horas antes. ¿Y entonces? ¿Se iba a pasar la eternidad sin disfrutar de Caleb? ¿Deseándolo?
Aileen, ¿es que no tienes dignidad? Te llamó calienta pollas. Te dijo que no eras mujer suficiente. Despierta.
Aileen salió del baño. Se abrazó el cuerpo intentando calmar los estremecimientos que sentía. Su pelo húmedo se enganchaba a su espalda y humedecía parte del camisón. Una ráfaga de aire le erizó la piel, cosa que agradeció porque la piel le quemaba como si estuviera a cuarenta de fiebre. Pero ¿de dónde venía el aire? Había cerrado todas las ventanas y entonces lo vio.
Caleb. Estaba agazapado en el balcón, casi a cuatro patas, el viento removía su larga melena negra como el azabache y la mirada de depredador estaba fijada en ella, como un animal. Su rostro estaba tenso, sus impresionantes músculos se marcaban bajo la camiseta de tirantes negra que llevaba. Los bíceps, el pecho, los hombros dignos del mejor y mayor boxeador del mundo. Sus ojos verdes destilaban pequeños centelleos y la repasaban ávidamente de arriba abajo. Aileen era una fantasía andante. Material de la revista GQ, de calendario Pirelli. Y la tenía toda para él.
A Aileen se le secó la boca. Él era una amenaza en el más literal de los sentidos. Exudaba peligro por todos los poros de su piel.
Estaban a casi cinco metros de distancia en una habitación donde la única claridad que entraba era la de las lámparas del jardín y los reflejos de la luna y, aun así, ella pudo observar cómo Caleb tenía la boca entreabierta y pasaba la lengua por sus colmillos. Luego la miró y sus ojos contactaron.
Entonces Caleb alzó la comisura de sus labios y sonrió como si fuera el ganador de un premio.
Aileen no estaba preparada para verlo ni tampoco para sentir que algo se relajaba por completo en su interior. La preocupación había desaparecido dando paso a una alegría y a una excitación desmesurada. Pero junto con eso, otros sentimientos contradictorios colisionaron y la obligaron a dar un paso hacia atrás.
A Caleb se le fue la sonrisa de la boca cuando vio la duda y el retroceso en la actitud de ella. Una sombra cruzó su mirada. Dio un salto digno del mejor antílope y la acorraló contra la puerta de la habitación.
Aileen miró sorprendida su nueva ubicación. Hacía un segundo había distancia entre ellos y ahora estaba contra la pared y con las manos de Caleb a cada lado de su cara, encarcelándola.
Aileen tragó saliva y Caleb siguió con concentración el movimiento de su garganta.
—¿Qué haces aquí? ¿Ha ido todo bien? —preguntó ella con voz débil. Caleb parecía no escucharla, pero finalmente asintió—. ¿Está bien mi abuelo?
—Sí.
—¿Y Noah y Adam?
—Sí.
—¿Y… Daanna?
—También.
Se quedaron en silencio. Caleb detuvo su mirada en la herida de su hombro y en su cara magullada.
—¿Te duele? —preguntó con preocupación sin retirar los ojos de su pómulo y de sus labios. Luego deslizó los nudillos por su cuello, hasta rozar el hombro magullado. La miró a través de sus espesas pestañas negras. Había pesar y dolor en sus verdes ojos.
—Nena…
Iba a matarlos a todos.
Aileen se estremeció ante la caricia. No sabía qué hacer con las manos, así que para reprimir las ansias de tocarlo, las colocó detrás de su espalda y las dejó aprisionadas por su propio cuerpo contra la pared. No quería contestarle, pero entonces Caleb volvió a dejarla otra vez sin guión. Hundió su cara en su cuello y soltó un gemido de lamento, de reprobación hacia sí mismo. Si él hubiera estado con ella seguramente no la habrían herido.
Aileen sentía el aliento de Caleb en el cuello y se obligó a cerrar los ojos y a recordarse que debía respirar. ¿Se lo parecía o Caleb estaba temblando también?
—Hemos cogido a Víctor —le explicó él rozando su garganta con los labios—. Mañana lo vamos a interrogar.
Aileen lo escuchaba con atención. Dios mío. Víctor.
—¿Y Mikhail? —no pudo evitar que le temblara la voz y las rodillas se le aflojaran cuando él la acarició de ese modo.
—Mikhail iba con él pero se ha escapado —se apartó de su yugular para ver la reacción de Aileen. La chica lo miró con sus ojos lilas pidiendo más información—. Él ya no es el mismo. Él… Aileen… Alguien ha convertido a Mikhail. Ahora es como yo.
A Aileen se le cortó la respiración.
—¿Qué quieres decir?
—Alguien lo ha mordido y ha hecho un intercambio de sangre con él.
—¿Quién? ¿Samael? —susurró ella ahogadamente.
—Es posible —dijo él dándole la razón.
—¿Estaba él allí?
—No. Pero esperamos interrogar a Víctor para averiguar hasta qué punto Samael está involucrado en todo esto. Sé que él es el responsable de todo.
—Lo sé. Pero ¿por qué? O ¿para qué? Hay que averiguarlo.
Aileen apretó la mandíbula y a Caleb se le tensó más el pantalón si cabía.
Madre del amor hermoso… Era una diosa llena de carácter y fuerza. Volvió a apretarse contra ella y se frotó descaradamente contra su sexo.
—¿No vas a preguntarme como estoy yo? ¿Tengo que soportar como preguntas por todos menos por mí? —comentó irritado.
Aileen sintió su frustración. Lo estudió.
—Tienes sangre en la cara —observó ella no sin preocupación.
—Nosferátum —murmuró él y se limpió rápidamente y entre maldiciones con el dorso de la mano.
Aileen lo observó intentando reprimir la excitación sexual que él activaba en todo su cuerpo.
—Estás temblando, vanirio —le dijo en un susurro ronco que no pretendía expresar.
—Tengo frío. Dame calor —le pidió él.
—¿Qué estás haciendo? —dijo ella intentando apartarse y retirando la cara.
—He venido a alimentarte —susurró él contra su oído.
—¿Me has traído… la botellita? —preguntó con ciertas reservas e intentando simular indiferencia.
Caleb hundió los dedos en la pared haciendo profundos boquetes y se enderezó como si le hubiesen dado un latigazo.
—¿Es eso lo que quieres? —contestó sin apartar la cara de su cuello.
—Quedamos en que ese sería nuestro modo de beber el uno del otro.
—No, Aileen… —levantó el rostro y la miró rozando con su nariz la de ella—. Así quedaste tú, yo no di mi aprobación. Si tienes hambre ya sabes dónde tienes que clavar los colmillos —se quitó la camiseta de un solo tirón dejando todo su torso al descubierto y se acercó a ella, aprisionándola con su cuerpo contra la puerta.
Aileen empezó a respirar descontroladamente. Su pecho subía y bajaba a destiempo y miraba el pectoral, el cuello y el rostro de Caleb como si fuera lo más importante en la vida.
—Muérdeme —le ordenó él.
—No —contestó ella con debilidad. Le costaba el más grande de los sacrificios no acariciarlo.
—Muérdeme, Aileen —pasó una de sus fuertes manos alrededor de su nuca y la acercó a él hasta que su cara se hundió en su pecho. Caleb sabía que ella estaba sintiendo los golpeteos de su propio corazón. ¿Sabría lo mucho que la deseaba? ¿Sabría cuánto la necesitaba o todavía lo vería como un déspota dictador? Con todo el deseo frenético que sentía en sus venas, antes de hacerle nada, antes de arrancarle ese camisón provocador, esperaba que ella bebiera lo suficiente como para que cicatrizaran sus heridas.
—No —murmuró Aileen con un gemido, frotando su nariz contra su pecho. Olió su piel, buscando inconscientemente rastro de otras mujeres. No percibió nada, sólo el olor afrutado de Caleb. Se regocijó en ello y sintió alivio por la revelación.
—Quiero que me escuches —susurró sobre su cabeza—. Si quieres saber todo lo que he descubierto sobre tus padres, todo lo que ha pasado hoy en el restaurante, sólo tienes que beber de mí.
—Bebí de ti antes y me ocultaste cosas. Ahora también puedes hacerlo.
—Aileen —murmuró él con los labios acariciándole la coronilla—. No estuvo bien, lo sé —Caleb apretó toda su virilidad contra el pubis de Aileen y ella murmuró algo ininteligible contra su piel—. Nena, ahora estoy muy descontrolado y tienes que recuperarte de tus heridas. Bebe —ordenó sin inflexiones.
Aileen tragó saliva con dificultad e intentó zafarse de la mano que la tomaba por la nuca.
—No voy a beber —peleó con él.
Caleb gruñó y se apartó de ella para no tener que violarla contra la pared.
—No lo hagas más difícil —suplicó pasándose las manos por la cabeza y tirándose del pelo desesperado.
—¿Qué diablos quieres ahora? —explotó realmente enfurecida. No lo entendía, no entendía a Caleb y eso la frustraba—. Yo no soy tu cáraid —levantó la barbilla de modo desafiante y sus ojos lilas se humedecieron y brillaron con la luz de la luna que entraba por las ventanas—. Así que por muchas ganas que tenga de hacerlo, no voy a morderte.
Esa negación rebeló a Caleb lo dolida que estaba su pareja con él por haber puesto en duda su pertenencia y su exclusividad. Él había querido hacerle ver lo doloroso que era que entre compañeros se negaran el uno al otro. Ahora se reprendía al verla tan vulnerable y tan ofendida.
Aileen sí era su cáraid y él se lo haría ver.
—No. No vas a morderme —insinuó él provocativo—. Te voy a morder yo.
Con estas palabras Caleb se cernió sobre ella y la inmovilizó echándole los brazos a la espalda y obligándola a inclinar el cuello.
—No, para —gritó Aileen desgarrándose la garganta.
A Caleb se le helaron todos los sentidos al oír la súplica de Aileen. Ella permanecía con el cuello echado hacia atrás. Los ojos cerrados no habían logrado encarcelar las lágrimas que ahora se deslizaban por sus mejillas. Caleb se retiró y poco a poco la soltó.
Plan B. Tendría que provocarla. Cogió el puñal del pantalón y se cortó en el cuello. Aileen agrandó los ojos al ver la sangre deslizarse hasta su pecho y más abajo, llegando casi al ombligo.
—Bebe… —ella tenía que beber para que todo su cuerpo se resarciera de la paliza que le habían dado y él entonces pudiera hacerle el amor como realmente deseaba—. Esta mañana me dijiste que no eras mi mujer ¿Tú lo puedes decir y yo no? ¿Es eso, Aileen? —le preguntó acercándose a ella con cautela—. Yo sólo me limité a repetir lo que tú decías, cariño.
—¿Te limitaste? —repitió ella con los ojos oscurecidos y perdidos en el hilo de sangre que recorría su pecho—. No, Caleb. Yo no diría que te limitaras mucho. Esta mañana te has cebado conmigo —recriminó con tono amargo.
—Entonces… ¿No te ha gustado lo que te he dicho? ¿Por qué no? Pensaba que te alegraría oír lo que tú misma afirmabas con tanta seguridad.
Aileen alzó la mirada con serias dudas sobre cómo debía actuar. Caleb parecía acorralarla para que ella volviera a humillarse, a entregarse a él. Para que declarara lo herida que se sentía por lo que él le había dicho y entonces él pudiera volverse a reír de su debilidad. Para que confesara la necesidad tan fuerte que sentía hacia él, de sus ganas de acariciarlo, de abrazarlo, de besarlo y de compartir con él, sólo con él, todo lo que tenía.
—¿Me quieres avergonzar otra vez? —preguntó llena de incertidumbre.
—¿Qué? No, yo no… —Caleb frunció el ceño. No esperaba que ella contraatacara con esa pregunta.
—¿Quieres insultarme? ¿No has tenido suficiente humillándome esta mañana? —repitió con los ojos lilas llenos de dolor.
—No, Aileen…
—No, claro. Tú nunca tienes suficiente —se apartó de su lado y corrió a coger una copa de cristal de bohemia. El corazón le dolía tanto que le costaba hasta respirar—. Olvidaba que eres un auténtico cabrón saboteador —se cortó la muñeca con los dientes ante la mirada atónita de Caleb y empezó a llenar la copa con su sangre—. Acabemos con esto rápido… —sentenció con un siseo de dolor y de horror ante lo que estaba haciendo—. No vas a reírte más de mí —cuando la copa estuvo suficientemente llena, miró a Caleb y sintió una punzada de arrepentimiento al verlo con tan poco autocontrol.
A Caleb se le oscurecieron tanto las pupilas que el verde amarillento de sus ojos se tornó esmeralda. Aquello era doloroso y ruin a partes iguales. Furioso con ella y consigo mismo, apretó los puños con fuerza cuando Aileen le ofreció la copa con su sangre vital.
Ella estaba tan o más nerviosa que él.
—¿Crees que esto va a calmarme? —gruñó él entre dientes.
—Debería —afirmó ella con todo el temple del que fue capaz—. No hay nada por lo que puedas descontrolarte, Caleb. No entiendo qué puedes querer más de mí si, como bien has dicho esta mañana, soy sólo una niña caprichosa y miedosa, una que se ha sobrevalorado mucho, que me creo irresistible y que por lo visto no tengo lo que hay que tener para hacer que te caigas de rodillas ante mí. Seguro que no soy tu cáraid entonces —se encogió de hombros aparentando indiferencia.
Caleb dejó escapar un largo suspiro y todo su cuerpo empezó a temblar.
Aileen observó cómo todo él se estremecía, como si estuviera a punto de estallar y liberar algo muy peligroso.
—Me dijiste que estaba cachonda y que actuaba como una… como una… —cerró los ojos y tragó saliva. Era incapaz de repetir todas las palabras venenosas que él le había escupido.
La copa de sangre desapareció de sus manos para ir a parar directamente a la boca de Caleb. Este cerró los ojos de modo placentero y disfrutó al sentir que el sabor de Aileen se deslizaba por su garganta. Se relamió y tiró la copa con furia contra la pared, por lo que se rompió en pedazos diminutos.
—A la mierda el vaso.
—Tú… maldito hijo de… —gritó Aileen enfurecida con él.
Caleb tomó a Aileen por los hombros y la llevó a rastras hasta la otra esquina de la habitación. Aileen intentó soltarse, pero Caleb no la dejaba. Cuando la aplastó contra la pared, la obligó a darse la vuelta con brusquedad y la dejó de espaldas a él.
Aileen sintió cómo Caleb se aplastaba contra ella y deslizaba una de sus enormes manos por sus muslos para cerrarla sobre el camisón amarillo y alzarlo con descaro.
—¿Qué haces? —susurró ella. No tenía miedo, no estaba asustada.
Sólo sentía que la ira la arrollaba con una pasión fogosa que corroía sus entrañas. Lo odiaba. Y, sin embargo, deseaba todo lo que él pudiera darle.
—No te he dado las gracias por salvar a mi hermana.
—No lo he hecho por ti…
—Aileen… —ronroneó Caleb contra su oído mientras apretaba su verga contra las nalgas prietas de ella—. Ya lo sé. Hoy me han dado con uno de esos paralizantes de los que hablamos esta mañana —le explicó hundiendo la nariz en su pelo. Aileen se quedó quieta ante la noticia—. Señor, que bien hueles —coló su inmensa mano por debajo del camisón, recorrió todo su muslo hasta la cadera en una larga y lánguida caricia. Tocó su piel suave y tersa, levantó la prenda con ese movimiento y hizo que se arremolinara toda sobre su cintura.
Caleb quería verle las nalgas desnudas pero se encontró con unas braguitas de seda del mismo color que el camisón.
—Suéltame, Caleb… —le chilló ella desesperada—. No… no me hagas esto, por favor.
Caleb no atendía a nada que no fuera el cuerpo de aquella mujer. Le acarició las nalgas con posesividad y sonrió. Él era el dueño de esas carnes tan bien puestas. Él era el único que podía disfrutar de Aileen.
—Por suerte —continuó sin dejarla de acariciar—, tu abuelo me administró el otro veneno de choque.
—¿El otro…? —susurró Aileen frunciendo el ceño y envarándose al recordar—. Madre mía… Suéltame ahora mismo.
—Sí. Podría ir a desahogarme con cualquier mujer. Pero estoy aquí porque la única en quién puedo pensar y la única a quién deseo eres tú —coló los pulgares entre sus braguitas y las deslizó poco a poco por sus piernas, dejando al aire ese trasero tan sexy y respingón. Su respiración se dificultó—. Cálmame, Aileen. Alí… alíviame… Demuéstrame que eres mi cáraid —rozó con los dientes su garganta—. No me queda autocontrol —apoyó la cabeza en la nuca de la chica—. Sé que tú también me deseas, Aileen. Con una fuerza que incluso asusta. Lo sé porque a mí me pasa lo mismo.
Ella quiso salir de ahí antes de que fuera tarde, pero Caleb la aprisionó con más fuerza. Con un movimiento rápido se mordió la parte interna del antebrazo y la colocó delante de Aileen.
Aileen se quedó paralizada ante la visión y sintió cómo los colmillos se agrandaban en su boca.
—Cuidado, Caleb. O soy una niña o soy una mujer. Elige, no puedo ser las dos cosas. Tú me dijiste que no era una mujer y eso te convierte en un pederasta, ¿sabes?
—Eres mi mujer. Te necesito.
—Pero según tú, yo sólo estoy cachonda —recordó ella con despecho—. Necesito unas cuantas duchas frías.
—Sí —contestó él acercando el antebrazo a los labios de Aileen—. Y has seguido mi consejo. Tienes el pelito mojado y la piel fresca y… y suave… —gruñó para sí cuando deslizó las braguitas por los tobillos y se las tiró a un lado—. Pero no es suficiente. Me necesitas a mí, Aileen —pronunció su nombre con un lamento doloroso y frotó su nariz contra el hombro sano.
—¿Qué quieres que haga? —graznó ella inclinándose hacia su antebrazo.
Su sangre, su olor, su fortaleza, su voz… todo en él la hechizaba y la doblegaba a su voluntad.
—Bebe de mí. Por favor… Por favor, Aileen… —suplicó deslizando el otro brazo por su estómago y apretándola contra él—. Estás herida y quiero curarte. Déjame entrar en tu mente, no te cierres a mí. No lo soporto.
—Y yo no te soporto a ti —contestó como una fiera.
—Por favor…
Aileen negó con la cabeza. El nudo que tenía en la garganta le dolía incluso al tragar saliva. El torso de Caleb desprendía calor y calentaba su espalda.
—No soy una calientapollas, ¿me oyes?
—Sí, te oigo. Lo sé.
—Dilo.
—No eres una calientapollas.
—Me has hecho sentir sucia, Caleb.
Caleb apoyó la frente en su hombro y se lo besó con dulzura.
—Perdóname. Quería molestarte porque me estabas rechazando. No pensaba nada de lo que dije.
Aileen cerró los ojos e inspiró.
—Bebe, mo bréagha donn[26]. Toma lo que es tuyo —rogó él.
No fue consciente del hielo que se había depositado en su corazón hasta que Caleb, con esa voz grave y seductora, le había dicho eso en aquel idioma que empezaba a recordar. Todo el hielo frío se había deshecho ante su reclamo.
Su mente se trasladó a los recuerdos de Thor y Jade.
Una noche los espió haciendo el amor. Thor le susurraba eso al oído de su madre Jade. Mo bréagha donn. Mi chica hermosa.
Su chica hermosa. Ella era la de Caleb, pensó mientras él la abrazaba rodeándole el vientre con más fuerza.
Su cuerpo entró en calor. Su mente contactó con su cuerpo y con su corazón y se deshizo en los brazos duros y llenos de promesas sensuales de Caleb. Todas las barreras mentales desaparecieron cuando Caleb le habló en su lengua paterna y entonces se fundió con él. Sintió que su hogar regresaba, que retomaba sus orígenes y que, por fin sabía, a quien pertenecía. Recordaba el gaélico.
—¿Qué quieres de mí, Caleb? ¿Qué? —susurró ella abatida, pasando los labios por la sangre del antebrazo de Caleb. Cómo le gustaba su sabor. Cómo lo necesitaba.
Caleb cerró los ojos y suspiró de placer cuando ella lamió descaradamente la marca de sus incisivos.
—Liuthad, mo álainn[27].
—¿Todo? Pero yo no soy lo que tú quieres —musitó contra la herida, contrariada por lo que deseaba hacer y por lo que suponía que no debería hacer.
—Basta, Aileen —le pidió con la voz desgarrada—. Olvida lo que te he dicho esta mañana. Sé muy bien quién eres y qué significas para mí, pero tienes que demostrártelo a ti misma —lamió el lóbulo de su oreja y lo mordisqueó provocando que ella se estremeciera—. Necesito que me calmes, porque esta mierda que me han dado —deslizó la mano del vientre hasta uno de sus pechos y lo cubrió por completo hasta que se le hinchó y se le endureció—, me está volviendo loco. Y yo sólo puedo pensar en meterme dentro de ti —le masajeó el pecho con la mano y luego la deslizó hasta su cadera. Allí tomó el camisón, que estaba arrugado sobre su cintura, y lo deslizó hacia arriba mientras besaba la piel que poco a poco se iba descubriendo.
A Aileen le costaba respirar. Caleb lamía y besaba su espalda y a ella le temblaban las piernas. Un beso en el coxis, otro en la columna, un lametón en la espalda, un pequeño mordisco en la nuca.
Caleb acabó sacándole el camisón por la cabeza y dejándola completamente desnuda delante de él. Volvió a apoyar la mano derecha en la pared y acercó su pecho a la espalda de ella.
Aileen dirigió sus labios a la herida sangrante de Caleb. Sabía que estaba desnuda de espaldas a él y no se atrevía a girarse y encararlo. Estaba completamente vulnerable y sensible a cualquiera de sus acciones.
Caleb se deleitó en las curvas de su cuerpo, en su piel y gruñendo de placer se apretó contra ella.
—Deseo ser parte de ti —murmuró deslizando la mano izquierda hasta su vientre—. No quiero volver a pelearme contigo porque eso me destroza. Voy a ser paciente y comprensivo. Quiero aprender a estar junto a ti. Ha sido tanto tiempo sin depender de nadie, tanto tiempo tomando yo todas las decisiones, que me cuesta compartir, me cuesta delegar. Pero quiero hacerlo contigo, quiero hacerte feliz… y voy a luchar por ello.
—Caleb…
—Y para empezar, quiero llegar hasta donde me deje tu cuerpo, hasta donde tú me permitas —deslizó los dedos hasta su triángulo de rizos negros y jugó con ellos—. Darte un placer sublime, ese placer que sólo se consigue entre las parejas vanirias. ¿Me dejas entrar?
Aileen inspiró profundamente y le acarició el antebrazo con la mejilla. ¿Qué podía hacer ante él, ante sus súplicas sinceras? Sintiéndose impotente y completamente a su merced le clavó los dientes en la parte interna de la muñeca y bebió de él sin ser gentil ni delicada.
Toda la rabia, todo el dolor por ser tan débil frente a él fue expresado en ese mordisco.
Caleb sintió que su erección crecía tanto que hasta le dolía. Tensó la mano sobre el sexo de Aileen y lo apretó, jadeando de placer y haciendo que ella se quejara al sentir el tirón de su vello púbico.
Aileen dio un respingo al sentir cómo él la amarraba y cerraba el puño sobre sus rizos más íntimos y decidió beber más, tirando de su piel y clavando los colmillos con más fuerza, reteniendo el brazo de Caleb con sus manos. Mientras bebía, sentía cómo el hombro cicatrizaba por sí solo y cómo la mejilla y el labio dejaban de escocerle. Caleb la estaba curando.
Caleb gimió y apartó el antebrazo. Se hizo un desgarro y provocó que Aileen casi sollozara de la frustración. La seguía teniendo cogida por sus partes más íntimas, pero esta vez había abierto la mano y extendido uno de sus dedos por la apertura.
Aileen sentía que estaba húmeda y le dio igual. Necesitaba a Caleb.
Caleb se echó la mano a la bragueta del pantalón y liberó su pene, que palpitaba y señalaba las nalgas de Aileen como si fuera Colón el Conquistador. Deslizó la mano del brazo herido, que todavía palpitaba por el furioso mordisco de Aileen, y lo dirigió por detrás de sus muslos, alzando su pierna derecha en un ángulo de noventa grados respecto a su pierna izquierda, mientras que con la otra mano seguía humedeciéndola, presionándole el clítoris de forma continuada.
—Poco a poco, mi nena. Sé que estás enfadada. No pienses que te privo de mí —le dijo dulcemente—. Pero no puedes beber demasiado ahora, cariño —se apretó contra ella y colocó la punta de su pene en la entrada de Aileen—. El veneno corre por mi sangre y no quiero que te sientas tan mal como yo. Necesito que tú me mantengas en tierra, ¿me entiendes?
Aileen se apoyó con las dos manos en la pared y dejó caer la frente hacia delante. Así logró permanecer en equilibrio, pues sólo se sostenía con la pierna izquierda. Intentó tomar aire de manera trémula.
—Estás enojada. Yo también lo estoy conmigo mismo, ¿sabes? —acarició los labios internos con el glande.
—¿Por qué? —ella se sentía insegura en esa posición. Así lo hacían los animales, no parecía muy decoroso—. Caleb… ¿qué me haces?
—Porque eres lo más bonito que me ha pasado en toda mi larga existencia y no sé cómo hacerte sonreír. No dejo de estropearlo todo y quiero que tú te sientas bien conmigo.
Aileen quiso llorar al oír su declaración.
Caleb alzó un poco más su pierna, se pegó a su espalda y la empaló de un solo empujón.
Aileen ahogó un grito y colocó una mejilla contra la pared. Seguro que no era decoroso, pero en esa posición lo sentía hasta en el estómago y el placer venía acompañado de ligeras punzadas rozando el umbral del dolor.
Caleb le dio pequeños besos calmantes en la barbilla, en la ceja, en la comisura de los labios. Tenía que acostumbrarse a él.
—¿Te sientes bien? —se apretó más contra ella, deslizándose hacia fuera y metiéndose de nuevo—. ¿Te duele en esta posición? —Caleb la seguía acariciando entre los rizos y la penetraba a la vez con su sexo ardiente y lujurioso.
—No… No me duele —inspiró larga y profundamente.
Caleb profundizó más la embestida y casi la levantó del suelo. Aileen dejó caer la cabeza hacia atrás y se apoyó en el hombro de él.
—No sé si me puedo controlar —susurró Caleb acariciándole el pelo con la mejilla. Estaba temblando de la agonía y necesitaba liberarse—. El veneno me hace pensar en cosas… me nubla la razón.
Aileen lo miró a los ojos por encima de su hombro.
Él estaba cogiendo grandes bocanadas de aire, moviéndose en su interior y frunciendo el ceño para controlarse. Estaba sufriendo y a ella no le gustaba verlo así. La agonía de él era también la suya.
Aileen cerró los ojos y supo qué tenía que hacer. Derribó sus barreras mentales para que ambos compartieran sus pensamientos y lo dejó entrar en su cabeza. Caleb rugió de satisfacción al poder iniciar de nuevo la comunicación mental con ella.
Por el amor de Dios… Ese vanirio atrevido se la quería comer entera. Sólo pensaba en vaciarse dentro de ella, en practicar el kamasutra por completo.
Caleb intentó salir de su mente al ver que ella se asustaba ante lo que él estaba pensando, ante la fuerza de lo que sentía. Era consciente de que su mente conjuraba con crudeza todo tipo de imágenes lujuriosas, el veneno lo mantenía sobreexcitado. Para calmarse, se mordió él mismo en el brazo. El dolor lo mantendría cuerdo e impediría que hiciera daño a Aileen con su comportamiento un tanto depravado.
—Quieto… —le suplicó ella tomándolo de la cara y obligándolo a que la mirara—. No te hagas eso.
Él tenía los labios manchados de su propia sangre y sus ojos verdes la miraban desesperados por advertirla del peligro que corría en sus manos.
—No quiero hacerte daño… yo… yo te deseo demasiado, Aileen. Y tú no sabes nada de sexo. Te… te asustarás —meneó la cabeza con impotencia.
—Ese veneno te está haciendo daño a ti —murmuró ella acariciándole la mejilla—. Tu mente es un infierno de perversión, Caleb —confesó Aileen con una chispa de diversión y preocupación en los ojos.
Caleb quiso retirarse de su mirada oscurecida de anhelo. Seguro que le desagradaba por completo lo que había visto. Seguro que él la disgustaba.
Tampoco podía sentir qué era lo que ella veía en él, porque el afrodisíaco lo tornaba un egoísta y hacía que sólo se interesara y se centrara en sus necesidades.
—Aileen. Aún estás a tiempo. Si te avergüenzo sólo tienes que rechazarme abiertamente y…
Aileen tensó todo su cuerpo y lo atravesó con la mirada.
—Chist —ciega de dolor por la insinuación de Caleb, cubrió su boca con la mano—. No me avergüenzas. Eso nunca.
Caleb sonrió y sus ojos verdes se oscurecieron y brillaron victoriosos. Aileen se equivocaba. Ella lo deseaba. Tomó la mano de Aileen y la retiró de su boca para guiarla a la pared. Aileen miró estupefacta cómo él entrelazaba sus dedos con los de ella y apoyaba la mano sobre la suya, encarcelándola en la pared.
Si Caleb la provocaba para saber si sentía algo por él, ella había caído como una tonta.
—Apóyate bien, pequeña —susurró él mientras se clavaba más adentro de ella.
Aileen apretó los dientes para no insultarle y decirle todo tipo de soeces verduleras. Aquello era una invasión en toda regla, sólo que esta vez, ella aceptaba todo lo que él pudiera darle.
—Ya has decidido —dijo él rodeándole un pecho con una mano—. No hay vuelta atrás. Ahora vas a aliviarme. ¿Vas a demostrarme que eres mi cáraid, mo carbaidh? —la embistió de nuevo.
Aileen buscó la mano que él tenía en su pecho y entrelazó los dedos con los de él para llevárselos a la boca. La había llamado caramelo mío.
Caleb la observó hipnotizado. Aileen lamió y besó sus dedos, uno por uno y él volvió a penetrarla con más dureza, sin perder de vista sus propios dedos largos y morenos que desaparecían en la hermosa boca de Aileen. Luego ella le plantó un beso tierno y lleno de admisión en el centro de su masculina mano para llevarla definitivamente sobre su pecho, a la altura del corazón, y mantenerla cautiva. Él cerró los dedos sobre su seno con la mano de ella encima de la suya.
Caleb comprobó que su mano casi la doblaba en tamaño y se sintió inmenso y bruto a su lado.
—Aileen —se movía más rápido en su interior—. Lo quiero todo, ¿me oyes? Tómame como quiero.
—Toma todo lo que quieras de mí, Caleb. No me voy a romper y no te tengo miedo. Me entrego toda. Te lo doy todo. Liuthad —repitió en gaélico mientras dejaba que él la invadiera de un modo profundo y frenético—. Sé que no me harás daño, así que… hazlo, Caleb —ordenó ella moviendo las caderas para acoplarse a su ritmo—. Beag is beag[28].
Santo Dios… Aileen le ordenaba que la tomara «mordisco a mordisco». Caleb hundió su cara en el cuello de ella, liberó la mano de Aileen que sostenía contra la pared y deslizó la suya por debajo de su rodilla levantando la pierna y abriéndola más a su violenta invasión.
Caleb gemía descontrolado, se hundía en ella de un modo rudo y posesivo. Aileen lo aceptaba y lo dejaba hacer, siguiendo sus embestidas, arqueándose en el momento adecuado, apretando cuando tenía que apretar. No era suave ni tierno, sino duro y castigador. Pero a ella le gustaba, la encendía como una llama.
El calor llegó a su interior, un cosquilleo placentero. Luego la explosión que tensó sus cuerpos por completo y los liberó de cualquier inhibición.
Caleb clavó sus colmillos en el hombro de ella, sano y completamente cicatrizado, y la sostuvo dominante como un animal mientras seguía embistiéndola. Aileen gritó de dolor y de placer y se dejó caer hacia atrás hasta apoyarse en el amplio y sudoroso cuerpo de Caleb. Él ardía y ella también.
Caleb soltó su pierna y llevó su mano a su vientre, apretándola y obligándola a sentir cómo él se movía a la altura de su ombligo, obligándola a sentir sus propios espasmos musculares. Caleb no cesaba en su ritmo, no parecía agotarse, y Aileen se sentía hinchada y sensible. Él desclavó los colmillos del hombro de Aileen, liberándola, pero no detuvo sus envites.
Aileen siseó y volvió a apoyar la cabeza en el hombro de él. Tomó la mano de Caleb que seguía sosteniendo sobre su corazón y la llevó hasta su entrepierna. Inclinó la cabeza hasta el mentón obstinado del vanirio y deslizó sus labios suavemente hasta su boca entreabierta buscando un beso.
Él giró la cabeza en su dirección y rozó su mejilla con la nariz. Aileen tomó aire. Caleb estaba sacudiendo su cuerpo tenía un animal afrodisíaco en su sangre, pero Caleb seguía ahí con ella intentando ser tierno, intentando darle placer. No le haría daño. Eso la tranquilizó.
Aileen guio los dedos de Caleb hasta su abertura y lo instó a que hurgara en ese botón de placer de ella. Al mismo tiempo, levantó un poco la cabeza y apresó su labio inferior, lamiéndolo y succionándolo. Caleb abrió la boca y le ofreció la lengua perversamente y ella la aceptó también ofreciendo la suya. Luego los labios se juntaron y se unieron en un beso húmedo y arrollador que los llenó de más inquietud y anhelo.
Aileen se apartó para poder respirar y reclamó su atención con los ojos entrecerrados, moviendo las caderas para frotar su clítoris contra los dedos de él.
Caleb, que seguía moviéndose sin tregua en su interior, alzó una ceja divertido, pero no movió ni un solo dedo.
—¿Qué quiere mi guerrera? —su voz sonaba enronquecida por el placer.
—Acaríciame —musitó contra sus labios sin ninguna vergüenza—. Acaríciame aquí —apretó los dedos de él contra su entrepierna.
Caleb se deshizo ante su ruego.
—Lo que tú desees —la besó con tanta fuerza que ella creyó que iba a perder el conocimiento. Sus dedos encontraron diestramente el capullo hinchado y resbaladizo y lo frotaron—. Todo lo que desees, todo, te lo daré.
Aileen gimió y permitió que él entrara aún más profundamente. Las llamas recorrieron su cuerpo.
El viento entró a través de las ventanas y los refrescó, pero no había nada que pudiera detenerlos, nada que pudiera apagar el fuego de sus cuerpos acoplándose.
Los músculos internos de ella palpitaron con tanta fuerza en su orgasmo que provocaron que Caleb eyaculara violentamente. Gritó contra la espalda de Aileen y a ambos les flaquearon las rodillas. Se deslizaron de la pared al suelo, todavía unidos.
Aileen permanecía sentada sobre los muslos de Caleb. Él estaba dentro de ella como una estaca y respiraba agitadamente contra su espalda. Tenía las dos manos apretándole los pechos de manera acaparadora, casi cruel.
Aileen respiraba fuertemente, intentaba recuperar el conocimiento con el cuello echado hacia atrás y apoyado por completo en el hombro de él. Abrió los ojos y vio los ojos famélicos e implorantes de Caleb que la miraban pidiendo más.
Él se meció de nuevo en su interior, sin pedirle permiso, simplemente tomando de ella cuánto quería, y ella se rindió.
Caleb deslizó una mano de nuevo hasta su parte más íntima y volvió a frotar su entrepierna, pero ella siseó al sentirlo demasiado estimulado.
—Espera —le pidió ella deteniendo su mano.
—No puedo —contestó él levantándose con ella encima y llevándola al baño. Con una orden mental abrió el agua de la ducha de multichorros y la metió dentro.
Con cuidado dejó que ella hiciera pie en el suelo y se salió de su interior exhalando el aire dolorosamente. Aileen se apoyó en la pared y dejó que el agua humedeciera todo su cuerpo, pero los chorros la estimulaban más que la relajaban. Estaba demasiado excitada.
Oyó a Caleb tirar algo al suelo. Ella se giró para verlo y se encontró con el pecho de él a un centímetro de su cara. El agua corría por su piel, como la corriente de un río sobre las rocas. Volvía a arrinconarla contra la pared y su erección seguía como un mástil impertérrito, tocando su ombligo. Aileen sonrió. Era como un león, no dejaba a su presa hasta que acababa con ella.
Él la miró de arriba abajo, como quién ve un pastel y no sabe por dónde empezar a comérselo. La apresó por la cintura y la alzó.
—Caleb… —gimió ella cuando la levantó y la obligó a rodearle la cintura con las piernas.
—Ya no tengo pantalones —susurró él colocándolos a los dos en un chorro que los bañaba de arriba abajo. La abrazó con fuerza y apoyó su frente en el cuello de ella para pedirle consuelo. Cómo le gustaba sentir la piel de Aileen contra la suya, completamente abrazados.
Aileen se quedó sin habla. Levantó una mano y le acarició el pelo negro, húmedo, liso y largo hasta las paletillas. Lo mimó y lo acarició.
Caleb seguía temblando.
Aileen deslizó sus labios por la curva de su cuello y llegó hasta su oreja. Sabía lo que le estaba pidiendo el vanirio. Sonrió al darse cuenta de que él la reclamaba de nuevo. Era completamente insaciable.
—¿Qué quieres? ¿Quieres más? —preguntó ella seductora plantando un dulce beso en su oreja.
Caleb levantó la vista y juntos volvieron a enardecerse con sólo mirarse.
—Más… más… —dijo él recorriendo sus muslos con las manos. Pasó los antebrazos por debajo de sus rodillas y colocó las manos bajo sus nalgas, reteniéndola. Aquella posición la alzaba más y colocaba su cuerpo en una mejor inclinación para la penetración.
—Caleb… —gimió ella dejándose invadir y mordiéndose el labio mientras se estremecía—. Con cuidado…
—Tsss… tranquila, pequeña —murmuró él sobre su boca. Él mismo la movió arriba y abajo con sus propias manos y, orgulloso, sentía cómo Aileen se cerraba en torno a él y respondía con descaro a sus penetraciones—. Te tengo.
Aileen enredó los dedos en su pelo, se enderezó pegando sus pechos a los de él y lo besó. Fue un beso que implicaba la entrega absoluta de una mujer a un hombre y él le respondió con el mismo ímpetu.
—Sí… me tienes… —susurró ella deslizando los labios por su mandíbula y llegando a su cuello—. Y yo te tengo a ti —jugó con su lengua sobre la carótida y lo mordió, apretándolo contra ella, tirándole del pelo como una hembra exigente, necesitada de la fortaleza y el cobijo de su pareja.
Caleb gruñó de placer, clavó los dedos en sus nalgas e imprimió un ritmo devastador a sus caderas, hasta que los dos a la vez volvieron a correrse.
Aileen desclavó los dientes y sollozó echando la cabeza hacia atrás, dejando que el agua mojara su rostro.
Caleb se quedó muy quieto en su interior y volvió a apoyar a Aileen de nuevo contra la pared mientras se deslizaba más a poco a poco.
Se maravillaba de lo receptiva que era su chica, de lo bien que lo acariciaba con sus paredes y lo ordeñaba. Estaba fascinado por cómo ella lo aceptaba y le agradaba estar dentro de ella, de hecho, era el mejor lugar que él podía visitar. Su casa. Su hogar. Aileen.
—¿Me quieres matar? —preguntó ella abrazándolo y hundiendo la cara en su cuello. Estaba temblando.
—Perdona —musitó él besándola en el hombro—. Ven, vamos a secarnos.
Sin soltarla, salió de la ducha y tomó una toalla enorme de color amarillo. Se fue hacia la cama, dio un salto y los colocó a ambos sobre ella. De repente, él se arrodilló y se sentó sobre sus talones. Aileen seguía rodeándole la cintura con las piernas y seguía ensartada por él.
Caleb pasó la toalla por su espalda y los tapó a ambos con ella.
Aileen se movió incómoda, intentando salir de él, se sentía un poco irritada, pero entonces Caleb la apresó de las nalgas manteniéndola en el mismo sitio.
—No —dijo con un tono de soberanía.
Aileen deslizó la mirada hacia abajo y luego volvió a mirarlo a él interrogándolo con sus ojos lilas. No podía ser que quisiera más.
—No te salgas de mí, por favor —le pidió él más suave.
—Caleb, no creo que pueda otra vez… yo… estoy un poco dolorida…
—Sí puedes —la animó él moviéndose en su interior. Esta vez con lentitud y paciencia—. Lo haré con cuidado. Sí. Así, cariño. No, no te cierres seré… suave.
Aileen cerró los ojos, apoyó la frente en la de Caleb y dejó que él con su fuerza manipulara su cuerpo.
—Dame un descanso —pidió ella abatida. Pero él ya la estaba haciendo llegar al límite de nuevo con sus movimientos.
—Voy a entrar un poco más… —pidió él contra su cuello.
Aileen tuvo ganas de echarse a reír. Cómo si ella hubiese podido negarse… Nada le gustaba más que hacer el amor con él.
Caleb colocó los antebrazos debajo de sus rodillas y embistió con dureza hacia dentro.
Aileen volvió a gemir y se le saltaron las lágrimas. Nunca se había sentido tan tensa, tan llena.
Esta vez la profundidad de sus embestidas era casi desgarradora. Justo cuando creía que él no podía llegar más lejos, la estocada era más profunda.
—Aileen —él le apartó el pelo de la cara y la besó entrelazando la lengua con la de ella—. Siento haberte mentido.
Aileen abrió los ojos y vio cómo Caleb estaba realmente arrepentido.
—¿Me perdonas? —preguntó sin dejar de mirarla.
Aileen tragó saliva y exhaló el aire trémulamente.
—No vuelvas a hacerlo —sugirió ella abrigándolo más con la toalla y respondiendo a sus embestidas.
—Y siento lo que te he dicho esta mañana. También te mentí —la apretó más contra él y mordió suavemente su labio inferior.
Aileen sacudió la cabeza y rozó sus labios con los de él.
—No… no vuelvas a insultarme. Y no vuelvas a reírte de mí —susurró acongojada sobre su boca.
—No, nunca más. No lo haré. Tú me heriste al rechazarme.
—No te quiero rechazar.
—Bien —Caleb le miraba la boca hipnotizado ante sus labios gruesos e hinchados por los besos.
—Yo también te he mentido —cogió aire—. También he protegido a Daanna por ti. No quería que… —se mordió el labio y cerró los ojos para no ceder al placer. No antes de decirle lo que quería—. No quería que te hicieran daño y, si hacen daño a Daanna, también te lo hacen a ti.
Caleb no la dejó hablar. La besó hasta dejarla casi sin respiración. Con dificultad, Aileen se retiró para tomarle la cara con las manos.
—Y ahora dime en qué me has mentido exactamente antes de que muera por combustión espontánea. De todas esas horribles cosas que me dijiste… —perdió el hilo de sus pensamientos cuando él la tomó de las axilas y la levantó ligeramente para poder morder a placer uno de sus pechos. Morder, que no besar.
Caleb succionó, lamió y se llenó de ella. Aileen siseó y gritó de placer. Había bebido de su teta y nada le había parecido tan erótico como aquello. Luego volvió a penetrarla.
—Mírame —le ordenó él tomándola del pelo con dulzura.
Aileen pensó que iba a morir si ese hombre seguía invadiéndola y haciéndole el amor de ese modo. Lo miró a los ojos y volvió a ver deseo irrefrenable en ellos. Ella se estremeció de nuevo.
—Me tienes de rodillas, Aileen. Míranos —recorrió sus cuerpos con los ojos. Sí, él estaba de rodillas y ella estaba encima de él—. Tú eres la única que puede tener ese poder sobre mí. Y ahora quiero que me escuches y que me creas cuando oigas todo lo que quiero decirte. No eres ninguna niña, sino toda una mujer —acarició sus formas femeninas con reverencia para acabar rodeándole la cintura con los brazos y darle un abrazo protector—. Una mujer que me vuelve loco y me quita el aliento con sólo mirarla. No eres ninguna cobarde, sino todo lo contrario. Has salvado a mi hermana cuando yo no podía hacerlo y te has entregado a mí cuando menos razones tenías para ello. Eres valiente y hermosa. Y me estás… me estás volviendo loco…
Aileen no podía hacer otra cosa que mirarle los colmillos y los ojos mientras él se sinceraba.
—¿Me crees? —preguntó él sobre su boca.
Aileen sin parpadear, completamente a su merced, asintió lentamente con la cabeza.
Después de esa confesión, volvieron a sucumbir al placer y llegaron juntos de nuevo al éxtasis. Besándose, aferrándose el uno al otro, acariciándose.
Caleb quedó tumbado de espaldas con Aileen encima, recostada sobre su pecho. Apenas tenían fuerzas para seguir respirando.
Caleb buscó su cara con las manos y tiró de ella hasta ponerla a la misma altura que sus ojos.
Aileen lo miraba con las pestañas húmedas. Había llorado en el último orgasmo y se veía lánguida y quebrada en sus brazos.
Caleb le acarició con los labios la ligera hendidura, tan sexy, de su barbilla y luego la besó en la boca.
Ella se incorporó ligeramente, desparramando todo su hermoso pelo azabache sobre él para poder devolverle el beso con más comodidad.
—Dame una oportunidad —le sonrió dulcemente mientras acariciaba su espalda, la abrazaba con ternura y le daba toda su protección—. Dilo.
—Está bien, Caleb —estaba abatida.
—No vuelvas a alejarte de mí, pequeña. Puede que discutamos más de una vez, pero no voy a permitir que te largues de nuevo.
Aileen lo miró a los ojos y luego a la boca. Estaba sopesando lo que él decía.
—Entonces no vuelvas a hablarme del modo en que lo has hecho esta mañana, Caleb. No lo permitiré. Si vuelves a hacerme daño, si vuelves a herirme de algún modo, vanirio abusón, te mataré —dejó caer su cabeza sobre el cómodo pecho de Caleb y frotó su nariz como una gatita saciada y feliz.
Caleb sonrió y la habitación se iluminó.
—Aileen, quiero que te duermas así, conmigo dentro —murmuró sobre su largo pelo.
—Así no voy a poder —besó su tetilla con plena confianza y volvió a mirarlo a los ojos—. ¿Todavía no te he saciado?
—Me siento pleno y lleno de ti —sonrió.
—No, cariño —dijo arrastrando las palabras dulcemente—. Yo sí que estoy llena de ti —levantó la ceja y sonrió ampliamente—. Tengo el vientre ardiendo… —susurró escondiendo la cara en su pecho—. Me gustaría ir a limpiarme.
—¿Te sientes sucia? —preguntó él a la defensiva.
—No, Caleb —volvió a alzarse y a besarlo en los labios, mordiéndolos y succionándolos a placer—. Estás muy susceptible —bromeó al besarle la nariz—. Pensaba que querrías…
—No —contestó él masajeándole la espalda—. Me gusta tenerte así. Si te noto rodeándome, siento alivio, álainn —posó sus inmensas manos sobre sus nalgas y la apretó contra él—. No me eches.
—¿Es una orden? —preguntó ella acariciando su piel con los labios y alzando sus perfectas cejas para mirarlo.
—No. No lo es —él la miró a su vez—. Te lo estoy rogando. Aileen, por favor…
Ella alargó su mano y colocó los dedos sobre su boca para silenciarlo. Si tuvieran más luz, Caleb habría jurado que ella se mordía el labio para no echarse a reír.
—Cállate, pequeño —le espetó imitando su modo de hablar—. Nunca he dormido así, no sabía ni que se podía realmente, pero creo que nada me gustará más que dormirme contigo en mi interior, tonto.
Miró directamente las ventanas y ordenó que se cerraran. Luego ordenó a las persianas que se bajaran por completo.
—No queremos que el sol de la mañana te achicharre, ¿verdad? —le susurró ella con una sonrisa. Le dio un ligero beso en los labios y se apoyó en él.
Aileen cerró los ojos sobre su pecho y, aunque Caleb no le hubiera dejado, ella tampoco sintió ganas de apartarse de él. Caleb los tapó a los dos con la sábana, sonrió al oír las palabras de ella teñidas de satisfacción sexual, la besó en la coronilla y sucumbieron al sueño.
Quedaban dos horas para el amanecer. Caleb no dejaba de observar a esa chica temperamental y hermosa que tenía entre sus brazos. Seguían unidos, pero de lado, uno enfrente del otro. Una de las firmes piernas de Aileen descansaba sobre la cadera de Caleb.
Él la miraba embobado. Jugaba con un mechón de pelo negro entre sus dedos. Inclinó la vista hasta sus pechos. Estaban rojos por la fricción y los besos, y el izquierdo tenía delineadas las hendiduras de sus colmillos. Sopesaba si cerrarle esa marca territorial con su propia lengua o si debía dejarla semicicatrizar. Le gustaba la idea de que Aileen llevara en su cuerpo restos de la pasión que compartían. Ella era suya, maldita sea.
Aileen tampoco le había cerrado las heridas, pero ella no sabía que su saliva era cicatrizante si lamía el cuerpo de su pareja con esa intención.
Él sí. Deslizó el índice por el hoyuelo de su barbilla y sonrió con orgullo. Quería que ella llevara sus mordiscos, pero antes le preguntaría. En otros tiempos, él hubiera decidido sin preguntar, pero esa mujer era tan importante para él que no permitiría que su arrogancia y sus ganas de dictarlo todo estropearan la pequeña confianza que parecía haberse forjado entre ellos en aquel interludio amoroso.
Nunca había tomado a una mujer de ese modo, tan avaro y codicioso. Pero ella le había correspondido en cada uno de sus movimientos. Se había desinhibido con él. Sólo de pensar en las veces que se habían corrido a la vez, sintió que se le ponía dura de nuevo. Sus gemidos, el modo de morderse el labio, su tono de voz turbio por el deseo. Menuda mujer…
Acercó el cuerpo de Aileen al de él, aunque tuvo que apretar la mandíbula cuando el interior de ella lo aferró de nuevo en un gesto inconsciente. Caleb ahogó una carcajada gutural.
Todavía dormida, su cáraid no quería que él se apartara de ella. Una ola de satisfacción y algo parecido a la más profunda ternura lo abrigó. Se sentía vivo de nuevo.