CAPÍTULO 18

—Por Odín, Caleb —As olisqueaba al vanirio con el rostro desencajado por la furia—. ¿Qué has hecho con mi nieta? ¿La has vuelto a marcar? Hueles a ella por todas partes…

—No la he obligado a nada, As.

—No te acerques a ella, ¿me has oído? Todavía está superando la conversión como para que tú ahora la reclames. Déjala disfrutar un poco —su tono perdió el tono imperativo y se quedó en una súplica paternal—. Tiene que estar muy confundida ahora. Hay que dejar que se adapte, ¿entiendes?

Caleb miró al suelo avergonzado. As se comportaba como un padre iracundo con su hijo. Era curioso ver ese comportamiento hacia él.

—¿Dónde está? —exigió saber.

—Aquí, abuelo —dijo una voz al otro lado del salón.

Caleb ni se giró, pero As la miró a la cara consternado. Aileen parecía indefensa, aunque seguía demostrando la determinación y el porte de una berserker. Sin embargo, la luz de sus ojos violeta ya no estaba. Se acercó a su abuelo y le rodeó la cintura con los brazos.

—¿Qué ha pasado? —su mirada helada sobre Caleb.

Caleb enderezó los hombros y miró hacia otro lado.

—Nada que no tuviera que pasar, abuelo —restregó la cara en el pecho del hombre. Quería oler a él y quitarse la esencia de Caleb de encima.

—Tú no estás bien, cariño —la tomó de la cara—. Mira tus ojitos, están hinchados…

—Es sólo que estoy cansada —explicó ella—. Estos días están siendo agotadores y ayer hubo una pelea y…

—¿Te hicieron algo? —preguntó tenso—. Envié a los pelotones de Noah y Adam a la zona donde ibas a estar.

—Sí, As —comentó Caleb—. Ellos vinieron a echarnos una mano. Os lo agradecemos.

As ni lo miró. Tenía los ojos protectores sobre el rostro de Aileen.

—¿Qué haces aquí, abuelo? —le preguntó ella jugando con su camisa roja y negra.

—Estaba preocupado por ti. Quería verte. Vente a mi casa a vivir, no tienes que quedarte aquí —no le gustaba que el vanirio se la llevara tan pronto y de una manera tan fulminante de su lado.

Caleb admiró la facilidad con la que el berserker revelaba sus sentimientos. No los tenía que ocultar, decía lo que decía porque así lo sentía. Tal vez por eso tenía esa expresión de paz en el rostro.

—Tranquilo, abuelo As. Ayer estuve en la casa de mi padre, que ahora es mía ¿sabes? Mis amigos Ruth y Gabriel están aquí, él los trajo —señaló a Caleb sin mirarlo.

—¿Por qué hiciste eso, colmillos? —preguntó asombrado—. Primero el perro, ahora esto…

Caleb miró a Aileen, pero esta no le devolvió el gesto.

—Creí que se sentiría mejor con ellos aquí. Ya sabes, no tan sola.

—Ajá —lo miró extrañado—. Todo un detalle. ¿Entonces te gusta tu casa, pequeña? —le volvió a sonreír.

—Es demasiado para mí.

—No lo es. Tú tienes lo que te mereces. Pero te lo repito: puedes vivir conmigo. Me gusta que estés en casa y además no quiero que estés sola. Necesitas protección.

Por una de las puertas de la casa, aparecieron Menw y Cahal, ambos con su pelo rubio y sus caras de pecado, vestidos de riguroso negro.

—¿Qué pasa, amigos? —preguntó Caleb.

—Te traigo el estudio de todo lo que obtuviste del camión —dijo Menw entregándole un amplio dossier con tapas negras.

Cahal miró a Aileen y a Caleb intermitentemente. Inhaló el aire, pero frunció el ceño. No había el nudo emocional entre ellos. Sí una vinculación física, pero no estaban vinculados realmente todavía.

—Habla, Menw. Es bueno que As esté aquí para oírlo todo. Sentémonos, por favor —dijo Caleb censurando a Cahal con la mirada.

—Estamos enfrentándonos a hombres que saben lo que se hacen —Menw entrelazó las manos y se inclinó sobre la mesa—. Ya no se trata de los típicos grupos con crucifijos, ajos y estacas. Nosotros no somos vampiros, así que esos utensilios no nos afectan. Sin embargo, estos hombres son expertos en la ciencia y la medicina y saben muy bien como aplacarnos —puso una bolsa negra sobre la mesa de diseño y sacó de ella todos los artilugios.

Aileen abrió los ojos para ver todo lo que había allí. Sprays, perdigones, balas con puntas en forma de erizo, bolsas aislantes de la luz…

—Empieza Menw —sugirió Caleb.

—En este frasco —tomó uno rojo metálico con el pitorro negro—, hay componentes fenólicos y terpénicos: tinol, carvanol, geraniol, linalol y terpinerol.

—Estos potes —dijo Aileen observándolo con atención— son los que se utilizan en las salas de operaciones para esterilizarlas. Es como un desodorante. Yo he vendido estos productos.

Menw alzó las cejas y asintió.

—Tú lo has dicho —le dijo el rubio—. Es lo que crees, sólo que se utilizan para otros medios. Lo usan para disimular nuestros olores cuando expectoramos. Nuestro sudor, nuestro olor corporal es muy fuerte, que no desagradable. Si están haciendo daño a alguno de los nuestros, nuestra nariz lo detecta, pero si camuflan el olor con esto… no olemos nada. Son sustancias que eliminan los olores. Desodorantes, como indica la palabra. Las salas donde hacen las operaciones están selladas herméticamente para que no transpire el olor. Por eso, aunque haya una sede aquí de Newscientists y hayan cogido a uno de los nuestros, nosotros no lo hemos notado. No podemos olerlos. Rocían los cuerpos con esto, y voilá. Si a esto le sumas que como dijo el chucho…

—Noah —corrigió Aileen reprochándolo.

—Perdona… que como dijo Noah —corrigió— tienen cuerpos criogenizados en los laboratorios, ¿cómo íbamos a detectarlos? El cuerpo congelado no huele.

—Pero encontrasteis a mi padre —dijo Aileen.

—Lo encontramos porque alguien quiso que así fuera —explicó Caleb sin mirarla—. Su cuerpo había sido criogenizado y cortado a trozos. Parte de los miembros tenían resto de congelación… Es como si lo hubieran sacado de la nevera a propósito. Lo pusieron en un container público en la calle Oxford. Eso es algo ridículo, impensable, a no ser que…

—Una provocación —siseó As.

—O tal vez no. Lo colocaron ahí para que lo encontráramos. Su cuerpo, particularmente un sello que tenía en el brazo, nos llevó a la sede oficial en Barcelona. Allí fue estudiado y luego lo reportaron aquí, pero no llegó al edificio de la calle Oxford. Nosotros no sabíamos que en el mismísimo Londres teníamos otros laboratorios Newscientists. Lo teníamos enfrente y no nos dimos cuenta. Lo que me hace pensar que alguien ha querido destapar el tinglado dejando el cuerpo a la vista de todos.

—¿Alguien os ha querido ayudar? —susurró Aileen.

—Puede ser… no lo sabemos con seguridad. Lo único que sí sabemos es que la noche que sacaron el cuerpo de Thor, los dos mejores rastreadores del clan —dijo Menw—, que son Caleb y Samael, estaban de guardianes. Lo olieron y lo descubrieron. El cuerpo no olía a berserker ni a nosferátum, sólo a humano. Eso, por eliminación, ya daba una pista sobre quiénes lo habían tocado.

—¿Qué más hay? —preguntó As memorizando toda la información.

—Esta crema que hay aquí es la antítesis del desodorante —señaló Menw frotando parte de la crema entre su dedo índice y el pulgar—. Feromonas.

Los hombres se echaron para atrás e intentaron no inhalar.

—De las dos especies —concretó Menw—. Imaginaos que desaparece un berserker. Al cabo de un tiempo aparece muerto con este olor por toda su piel. Huele —ordenó a Caleb.

—No hace falta —dijo él—, lo huelo desde aquí. Huele a vanirio.

As inhaló y asintió.

—Durante mucho tiempo los berserkers han creído que tras las muertes de sus miembros estábamos nosotros detrás. ¿Cómo no iban a creerlo? Eso les decía su nariz.

—Y a nosotros nos ha pasado lo mismo —afirmó Cahal mirando a As.

—¿Y que son estos perdigones? —preguntó Aileen.

—Son cápsulas con Pentotal y Propofol. Se deshacen en el torrente sanguíneo una vez perforan la piel. Se utilizan en las anestesias intravenosas y balanceadas. Nos disparan con esto y si aciertan, nos dejan en alfa. Tienen dosis muy altas, capaces con sólo una de ellas de tumbar a un elefante. Estas de aquí —señaló unas minúsculas de color amarillo— contienen ácido. Deshacen el músculo y la carne una vez te perforan.

—Señor —suspiró Aileen abrazándose.

Caleb la miró de reojo y sin poder evitarlo se acercó a ella queriendo transmitirle calor. Aileen lo vio y se movió contra su abuelo, alejándose de él. Así estaban las cosas.

—Más cosas… —Menw cogió un sobre plateado, lo abrió y sacó un pañuelo húmedo—. Paños con halotano, isoflurano, desflurano… es una variedad de morfina. La inhalas y caes en redondo hasta que se te aparece Moisés. Y estas de aquí —señaló las jeringas y los frascos—, fentanilo, succinilcolina… Morfina intravenosa y relajantes musculares. Esto lo utilizan en las carnicerías que hacen con nosotros, seguro.

—¿Cómo actuamos contra todo esto? —preguntó As señalando el arsenal de la mesa.

Menw alzó los hombros y las cejas al mismo tiempo.

—Contra las balas de ácido, lo único que te protege es que no te den. Contra todo lo demás… sólo se me ocurre que llevemos encima, el tratamiento de los contrarios. Desbloqueantes. Droga —aclaró—. A un humano lo mataría, pero a nosotros, no. Sólo nos puede dejar un poco excitados.

—¿De qué estás hablando? —dijo As removiéndose en la silla.

—El único modo de que nada de esto nos afecte es llevar en nuestro cuerpo una sustancia que nos excite y nos ayude a eliminar lo que sea que nos meten. Es como una terapia de choque. Se elimina a través del sudor, del orín y del… sexo.

—¿Qué estás insinuando? —dijo As frunciendo el cejo.

—Afrodisíacos y estimulantes. Sólo si nos alcanzan —puntualizó Menw seguro de sí mismo. Sacó una pequeña bolsa negra de tela y la abrió. En ella había un pote de pastillas de color morado y unas minis jeringuillas—. Aquí hay la dosis justa para que no nos dé un colapso, las he preparado yo mismo. Cada uno de nosotros llevará esto encima, en sus guardias. Si vienen a por nosotros y nos alcanzan, tendremos que ser bólidos para inyectarnos estas de aquí o ingerir estas otras —miró las pastillas y las jeringas.

—¿Efectos secundarios? —preguntó Caleb tomando la jeringuilla.

—Bueno —sonrió Cahal—, después de la guerra necesitarás desahogarte o te dolerán tanto los huevos que no podrás sentarte. El veneno sale del cuerpo cuando las glándulas apocrinas que segregan el sudor se ponen en funcionamiento. La ansiedad y el dolor que sentiremos sólo se verán calmadas a través de la estimulación sexual. Pero ninguno de nosotros tiene problemas para encontrar a una hembra dispuesta —sonrió con vehemencia—. Sólo que no podremos conformarnos con una.

As y Menw se rieron abiertamente. Aileen sintió que su corazón era pasto del dolor y de la ira. Caleb iba a querer a más de una si se inyectaba eso. Y puesto que él le había dicho que no era suficiente mujer, seguro que ella no iba a hacerle falta.

Caleb la miró desafiante, y parecía que se burlaba de ella con la mirada. Aileen apartó los ojos con resentimiento.

—¿Qué hay dentro de las jeringas exactamente? —volvió a preguntar Caleb.

Latrodectus mactans mezclado con metanfetamina, veneno de la viuda negra con un poco de droga. Si no nos inyectamos esto, probablemente nos caigamos desplomados al momento que una de estas preciosidades —cogió una bala— nos atraviese la piel.

—Está bien, Menw. Prepara una bolsa de estas para todos los guerreros berserkers y vanirios —ordenó Caleb pasándose la mano por el pelo negro—. ¿Alguna cosa más que debamos saber?

—Por mi parte eso es todo.

—¿Y qué hay de lo que has obtenido tú del disco duro? —As pasó el brazo por los hombros de Aileen y la abrazó con posesividad.

Caleb gruñó. Mía. Agitó la cabeza intentando alejar aquellos pensamientos posesivos y se dispuso a hablar.

—La empresa tiene una intranet conectada únicamente para ellos —explicó mirándola de reojo—. He obtenido códigos de acceso, passwords para entrar en la base de datos…

Aileen se cruzó de brazos y apoyó la cabeza sobre el hombro de As, gesto que agradó sobremanera al berserker. Mientras Caleb explicaba cómo había asaltado el sistema de seguridad de Newscientists y había adquirido todos los emails enviados y recibidos entre toda la corporación, Aileen pensaba en lo mucho que le dolía el pecho.

Esa misma noche había hecho el amor y había sido increíble. Se había sentido poderosa, hermosa… adorada. Miró las manos del vanirio, que gesticulaban abiertamente. Esos dedos habían estado dentro de ella y habían agarrado sus nalgas para acompasarla a sus movimientos, la habían acariciado con una reverencia exquisita. Los labios de Caleb habían repasado su cuerpo, besado y mordido… y sus ojos de aquel verde tan intenso la habían amado y admirado sin reservas. ¿Y ahora?

Caleb exigía una relación con ella, la exigía a ella al doscientos por ciento, cuando Aileen nunca había estado atada a nadie. El vanirio la quería a su lado, y no sólo las veinticuatro horas del día, sino para toda la eternidad. Y después de eso, de demandarle todas esas cosas… la había vapuleado, y todo porque lo había ofendido con su negativa a ceder.

Era normal que Aileen se asustara. Aunque su naturaleza híbrida le había enseñado a sobrellevar lo de la sangre de un modo natural, había cosas a las que no era fácil acostumbrarse. Desde que había tomado de su cuello, no había pensado más en lo que había hecho. Es más, estaba deseando volver a hacerlo. Miró los cuellos fuertes y bronceados de Menw y Cahal, incluso el de su abuelo. La más absoluta indiferencia para ellos. Sin embargo, era mirar la yugular de Caleb, su piel, sus músculos, sus ojos, oír su voz y, de repente, los colmillos le volvían a hormiguear.

Caleb era toda una sorpresa para ella. Ella misma era toda una sorpresa para su propia conciencia. Los tres vanirios también lo eran.

Beber de la sangre de Caleb no sólo la había confortado sino que además le había revelado información sobre el resto de vanirios.

Menw era el médico, el cirujano, se había aficionado a las artes sanadoras. Cahal era el druida por excelencia. Por lo visto tenía gran poder. Y Caleb era el guerrero más temido, el líder respetado.

Daanna era toda una incógnita. La protegían como si fuera algo muy valioso para ellos. La mujer sabía luchar, pero su figura era muy especial en el clan. ¿Por qué?

Menw tenía hospitales y clínicas. Un buen cirujano, un buen sanador, eso es lo que era.

Cahal era dueño de dos centros de investigación para la energía alternativa y propietario de centros de orientación espiritual.

Y Caleb se había vuelto millonario gracias al boom de la informática. No sólo era fuerte y un excelente luchador, sino que además era todo un cerebrito. Había trabajado en Microsoft, ideado programas para protección de datos y él había sido uno de los precursores de las páginas web. Tenía una empresa privada que vendía indistintamente a Apple y a Microsoft, ideando todo tipo de programas. De ahí que pudiera hacer virguerías con el Pen Drive que había conseguido Aileen. Era el mejor hacker del mundo, no había nadie que tuviera más experiencia que él.

Caleb seguía hablando, explicando qué tipos de emails había encontrado y descodificado. Había vídeos de toda índole, grabaciones en directo de las operaciones a las que eran sometidas las especies que capturaban.

—Había un enlace oculto con un vídeo de Jade y de Thor —masculló Caleb entre dientes—. Incluso en los archivos personales de la cuenta de Mikhail encontré vídeos de Aileen —informó sin mirarla, como si ella no existiera—. Su crecimiento, su progresión conforme iba cumpliendo años. Os aseguro que no hay nombre para definir lo que esos desalmados hacen con todos nosotros. Han cogido a muchos y creo que algunos siguen con vida todavía. Hay que localizarlos, coger al cerdo de Mikhail y averiguar dónde se encuentran para liberarlos.

Aileen palideció al oír eso. Si ella había estado en su cabeza, ¿cómo había hecho el vanirio para ocultarle esa información? ¿Por qué no le había dicho nada? Sintió un chispazo dentro del estómago y luego como un sudor frío recorría toda su piel. Lo vio todo rojo. Eso quería decir que entre cáraids no había una confianza mental total, no al menos entre ellos dos porque como él bien le había dicho, a lo mejor ella no era su cáraid ¿Por qué Caleb se había guardado eso? «Me he abierto a ti con todas las consecuencias, no quería reservarme nada. Quiero que me conozcas».

Mentiroso. Se trataba de sus padres, de ella y de todos los demás. Habían tenido suficiente intimidad como para que él le hubiera dicho todo lo descubierto, pero no para qué. Era mejor desahogarse con su cuerpo, follarla y beber de ella, no era necesario hacerla partícipe de nada. Él había utilizado su cuerpo y por lo visto sólo compartido lo que le interesaba. Estaba decepcionada con él y consigo misma por permitirse pensar que había algo un poco mejor que eso entre ellos. Él había podido saquearla telepáticamente entrando en sus lugares más recónditos y viendo hasta los detalles más vergonzosos de su vida. Y él podía reservarse lo que quisiera. No era justo.

Quería estrangularlo con sus propias manos, pero sobre todo quería aprender a bloquear su mente para que él no volviera a entrar nunca más. Explotar todo su potencial para saber defenderse no sólo de él, sino de aquellos que querían hacerle daño.

Se sentía estúpida y utilizada.

—¿Por qué no me has contado nada de eso? —rugió Aileen con la voz vacía.

Todos se quedaron en silencio, incómodos por el tono de la chica. Cahal y Menw miraron para otro lado y As se irguió en el asiento al oler el enfado de Aileen.

—Iba a hacerlo —contestó Caleb sin dar importancia a su reproche.

Lo habría hecho si no hubiesen discutido. La habría preparado en la cama, sacándole el tema, y luego mientras se duchaban juntos y él la enjabonaba, se lo habría explicado todo y habrían acabado abrazados y arrullados con la misma toalla, mientras él la consolaba. Pero no había sido así y él, ofendido como estaba, había decidido no decirle nada hasta ahora.

—Mentira… —golpeó la mesa con los puños y se puso de pie, hecha un manojo de rabia incontrolada.

Caleb se apoyó en el respaldo de la silla y la miró sin inmutarse.

—¿Quieres discutir aquí, Aileen? —señaló al resto presente—. Deberías comportarte, se te está dando la posibilidad de que formes parte de esto. Te estoy haciendo partícipe de nuestra reunión, no hagas que me arrepienta. Para mí sería mucho más fácil encerrarte en un lugar seguro y no sacarte de ahí hasta que esto acabe, créeme. Todos estaríamos más tranquilos y no serías una preocupación constante, pero no tengo potestad sobre ti todavía, así que debo comentar todas mis ideas con tu abuelo As, que tiene tu custodia al cincuenta por ciento.

¿Qué? Aileen tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas que rugían rabiosas por derramarse. ¿Era un incordio para él? ¿Para todos? ¿Le estaba molestando?

—Deberías habérmelo contado, Caleb —murmuró con la barbilla temblando y los ojos vidriosos.

As iba a levantarse para tranquilizarla, pero allí había mucho más que un enfado por ocultar información. Era una discusión de pareja en toda regla, lo percibía en Aileen y en el lenguaje no verbal de Caleb. Sí que habían intimado, pensó As, más de la cuenta.

—No veo porqué —contestó él indiferente y cruzándose de brazos—. Has dicho que no eras mi chica. Entonces tengo que darte el mismo trato que a los demás.

Aquello fue como una bofetada. Caleb tenía la sensibilidad en el culo y no se daba cuenta de lo mucho que la estaba avergonzando ante todos.

Cahal y Menw se levantaron de la mesa, dispuestos a irse.

—No, no os molestéis —les dijo Aileen sin apartar los ojos de Caleb—. Nada de esto me incumbe al parecer, así que seré yo la que se va ya que parezco molestar. Soy como una especie de florero ¿verdad? —le preguntó a Caleb. Los ojos del vanirio chispearon, pero no alteró su pose—. Me necesitas para hacer tu casa un poco más bonita, tu vida algo más acogedora —susurró con desprecio—. Soy un alimento. Y tú eres un cerdo.

—¿De qué te estás quejando ahora? —gritó él golpeando la mesa también—. ¿Por qué te haces la ofendida? Allí abajo me has dejado las cosas muy claras.

Aileen alzó el mentón, y se puso recta como una reina. Él también le había dejado las cosas claras.

—Y tú también a mí. Esto es una mierda, una gran mierda —repitió más para sí misma que para ellos—. Abuelo, me voy a mi casa. Ya me diréis qué es lo que decidís hacer conmigo. Si queréis, claro.

—Te acompaño, cariño —su abuelo se dispuso a dejar la reunión pero ella le detuvo.

—No. Tú te quedas aquí y acabáis de perfilar las cosas —su mirada violeta lo paralizó—. Necesito ver a mi amiga Ruth y a Gabriel. Y quiero estar a solas, ver la luz del sol —miró de reojo a Caleb, que la seguía con los ojos y tensaba los músculos de la mandíbula—. Hay demasiada oscuridad aquí.

—Maldita sea. No se te ocurra salir de mi casa, Aileen —la voz glacial de Caleb resonó por todo el salón.

—¿Qué vas a hacer sino? ¿Detenerme? Estoy harta de tus amenazas —lo desafió sabiendo que a él no le podía tocar el sol—. Que te den, Caleb —respondió ella dirigiéndose a la puerta.

El vanirio se levantó con tanta fuerza que la silla salió despedida hacia atrás, pero cuando se dispuso a correr hacia ella el brazo musculoso de As le prohibió el paso.

—Lo siento, muchacho —le dijo con serenidad—. Cálmate o no te acercarás a mi nieta.

—As, no puedes dejarla sola por ahí, y lo sabes —gruñó él.

—No está sola. Noah y Adam están afuera. No la dejarán sola —susurró para que ella no lo oyera.

—Abuelo, los he olido antes de que tú picaras a la puerta. Sé que están ahí —inhaló con indiscreción—. Me gusta el perfume que se ha puesto Noah —sonrió mirando a Caleb—. Huele muy, muy bien.

Los cuatro se quedaron parados ante el potencial de Aileen. Caleb apretó los puños frustrado y encolerizado por ese comentario.

—Antes de que tú me dijeras que venía mi abuelo —explicó ella con desdén— yo ya percibía que venía hacia aquí.

¿Con cuánta antelación había sabido Aileen que As y sus dos perros se acercaban a su casa? Caleb estaba asombrado ante los sentidos tan desarrollados de Aileen.

—Menw —dijo ella abriendo la puerta de la calle—, Caleb necesita que le extraigas sangre, ponlo en una botellita —echó un último vistazo a Caleb y se fue—. Agradecería que alguien me la llevara a mi casa.

Caleb apretó la mandíbula y miró impotente como Aileen se iba de su casa sin él y lo peor era que se iba acompañada de esos dos enormes berserkers que olían tan bien, según ella.

Menw miró a Caleb y mostró preocupación por él. Aquello era muy triste para un vanirio. Aileen no quería a Caleb y por lo visto Caleb tampoco a ella. Pero eso no era lo que decía la tensión sexual entre ellos.

—Hijo —dijo As mirando a Caleb con ojos amenazadores—. No sé lo que ha pasado entre vosotros, pero si veo a mi Aileen de nuevo con esos ojos tristes y descubro que el culpable de su pena eres tú —masculló tomándole del cuello de la camisa—, te arrancaré los colmillos, Caleb, y te los meteré por el culo. Sin importarme pactos de clanes ni cojones de pato.

Caleb lo agarró de las muñecas.

—No volverás a verla así —las apartó bruscamente—. Y ahora suéltame, As, te tengo respeto suficiente como para pelearme contigo por una mujer.

—Es por una mujer por lo único que se puede pelear en este mundo, chaval —le alisó el cuello de la camisa y le dio una palmada en el hombro—. Todo lo demás son estupideces, nimiedades. Y más que por una mujer, se pelea por su corazón, por el amor que sana nuestros corazones de salvajes y nos llena de luz. Yo espero que el de ella no salga magullado ¿me entiendes?

—Perfectamente.

—No debes dudar de mi protección hacia ella, Caleb. He tardado mucho tiempo en recuperar un trozo de mi familia. Ahora que Aileen está aquí, mataría a todo aquel que le hiciese daño. No es que le deje hacer lo que le venga en gana. Ella me ha contado cómo vivía con Mikhail y ese hombre era un demonio prohibitivo. Ella tiene que sentirse bien aquí con nosotros, libre pero a la vez segura. Si me comporto con ella como lo hizo ese indeseable se alejará de mí y eso no me lo puedo permitir. Es parte de mi hija y nieta de mi mujer. Sangre de mi sangre. Tengo que darle espacio —lo miró fijamente, exigiéndole al vanirio que él hiciera lo mismo—. Ella es muy especial —se sentó de nuevo—. Es dulce y cariñosa y no está preparada para alguien como tú todavía.

—Y tiene un carácter de perros —comentó Caleb exasperado—. Y puede que esté más preparada de lo que crees —recordó cómo se aferró a él mientras hacían el amor—. Tiempo al tiempo.

As alzó las cejas y sonrió.

—El carácter de perros lo lleva en la sangre —sus ojos chispearon—. Y está muy disgustada contigo, por cierto. Y —puso las botas sobre la mesa— eres un completo memo si tú eres la causa de su tristeza.

—¿Has acabado As?

—¿Te molesta que te digan la verdad, Caleb?

—No me molesta, pero Aileen es mi pareja y tú lo sabes. Todos los berserkers sabéis que ella es mía, está marcada para que quede bien claro —advirtió—. Agradezco tus consejos, pero creo saber cómo controlar la situación.

—Muchacho —bostezó As, divertido—. No tienes ni idea de cómo tratar a una mujer como ella. Ella no tiene claro que tú eres su pareja y por lo visto no sabes demostrárselo. Las mujeres son diferentes de nosotros, pero entre ellas todas buscan lo mismo. Yo tardé tiempo, sudor y lágrimas hasta que comprendí a mi mujer. Tú tardarás lo tuyo, chico.

—Bien —contestó Caleb queriendo acabar con el tema—. Sentémonos entonces y sigamos conversando como hasta ahora —propuso amigablemente—. No quiero seguir hablando de mi mujer.

As era más maduro, ponía el toque necesario de responsabilidad entre esos vanirios. Con el ambiente enrarecido, siguieron hablando sobre todo lo descubierto por Caleb. Pero Caleb aunque estaba en cuerpo, parte de su alma había salido por la puerta. Su cáraid se la había llevado.