CAPÍTULO 13

El tótem estaba más silencioso que nunca. No corría viento alguno y todo lo que la rodeaba se sumía en la calma y la inmovilidad de la expectación. Arboles, plantas y animales la cercaban como esperando ver algo nuevo. Ella los sentía, los podía oír. Un ciervo por allí, un jabalí por allá… Una liebre escapando de un lobo y ocultándose en una madriguera.

Aileen sabía qué estaba haciendo allí. No sólo deseaba encontrar la paz. No, no era eso. Sentada y apoyada en aquel monumento al dios lobo, mientras arrancaba los pétalos de una florecita silvestre, meditaba sobre la verdadera razón por la que ella estaba allí.

Esperaba que Caleb la observara como hizo el día anterior. Esperaba que él estuviese vigilándola.

Decepcionada, y sin querer ahondar en el porqué de su decepción, después de tanto esperar se levantó, se espolvoreó los pantalones ajustados y se dispuso a regresar a la casa.

—Aileen.

Cuando ella escuchó aquella voz melódica y profunda, el corazón se le agitó como una maraca. Exhaló intentando controlar el aire abrupto de sus pulmones y miró al frente.

Cubierto con una capucha procedente de su chaqueta de piel negra, vistiendo unos pantalones téjanos negros y calzando unas botas negras Caleb la miraba de arriba abajo. Con las manos metidas en los bolsillos, de pie, impertérrito e inquebrantable, ocupando todo el espacio y robando todo el aire del lugar.

Aileen estaba muy bonita. Llevaba unas botas de montaña altas y desabrochadas que llegaban por debajo de las rodillas, unos tejanos cortos que se le amoldaban perfectamente al trasero y una camiseta blanca y ajustada de manga corta. Un pañuelo negro de seda le rodeaba el cuello y los extremos caían hasta cubrir la altura de los pechos. Tenía el pelo sujeto a una cinta de cuero marrón muy fina que impedía que los mechones se voltearan hasta su cara. Sus mejillas habían adquirido un tono rosado y se había pintado los labios de color carne que al ser morena daba más calidez y naturalidad de la que ya tenía a su rostro. Se había delineado los ojos con Kohl negro.

Su mirada violácea se clavó en la verdosa de él. Permanecieron mirándose, evaluándose unos instantes que parecieron íntimos y eternos.

—Has llegado más pronto —le dijo ella con un hilo de voz—. Otra vez.

Habían acordado que se reunirían a las cinco. Quedaba una hora y Caleb ya estaba en Wolverhampton. Con ella. A solas.

Aileen tragó saliva y se pasó una mano por el cuello para echar la melena en un gesto femenino hacia atrás.

Caleb sintió cómo la ingle se le tensaba.

—El sol todavía está en lo alto —dijo ella controlando sin éxito el temblor de su voz—. ¿Cómo puedes salir?

—Voy muy cubierto. Los cristales de nuestros coches están ahumados, llevo protección de 50 y además está muy nublado —contestó sin apartar los ojos de su boca.

Hablaban a cuatro metros de distancia. Ella no estaba segura de acercarse y él no estaba seguro de lo que haría si se acercaba a ella.

—Lo de la protección era una broma —dijo él con un gesto de diversión—. Estamos en una zona que se llama Black Country —explicó él dando un paso hacia ella y parándose al instante.

—El País Negro.

—¿Has estado estudiando? —le preguntó divertido.

—Internet. Sólo ojeé un poco.

—¿Sabes por qué se llama así? —preguntó dando otro paso hasta ella. Controlaba cada movimiento, evitaba ser brusco y ansioso. Al menos Aileen no retrocedía.

—No, no lo sé —musitó con la voz ahogada.

Caleb percibió sus nervios, escuchó los latidos de su corazón que corrían acelerados. Acelerados por él, pensó complacido. Inhaló y se llenó los pulmones de su olor femenino.

—Black Country la forman cuatro comunidades —respondió con calor en la mirada—. Segdley, Dudley, Walsall y Wolverhampton, ubicadas en el centro de Inglaterra, al Noroeste de Birmingham. Aquí nació la primera revolución industrial. Todas las fábricas que hay en esta zona trabajan el acero y la fundición del hierro, y también hay grandes minas.

—Eres como la Wikipedia.

Caleb frunció el ceño y echó una pequeña y ronca carcajada.

—Más o menos. Las chimeneas de las fábricas expulsan humos constantemente y han creado sobre el cielo que abarca estas cuatro comunidades una espesa capa de ceniza negra que hace que por el día, el cielo se tiña de colores grisáceos y oscuros y que por la noche y al atardecer el cielo se vea rojo. La capa que han creado las chimeneas no deja que el sol filtre como debería —dio dos pasos más y se plantó frente a la joven que lo miraba con los ojos muy abiertos, asombrada por lo que escuchaba—. Nos hemos acostumbrado a caminar bajo él.

—Por eso vivís aquí —era una afirmación.

—Nuestro clan siempre ha permanecido en estas tierras, en esta zona. Antes de que se erigieran las industrias y las fábricas, el suelo de tierra oscura y los gases que exudaban el interior de las minas ya cubrían estos cielos de un perceptible color ofuscado. A nuestro cutis nos va muy bien —bromeó sin sonreír.

Caleb asintió con la cabeza cuando vio que Aileen no estaba para bromas. Tenía que dejar de comportarse como un adolescente inseguro.

—Y… ¿qué haces aquí? —preguntó ella frotándose los brazos, incómoda.

—Quería ver cómo estabas.

—¿Cómo sabías que iba a estar aquí?

—¿Cómo podría no saber dónde estás?

Aileen lo miró a los ojos unos instantes, buscando en su mirada la sinceridad de sus palabras. Parecía que decía la verdad y a ella le alegró.

—¿Cómo estás tú? —preguntó ella con timidez—. La espalda tiene que dolerte, pero seguro que cicatrizas rápido.

—Tengo la espalda en carne viva —respondió él contrito—. Pero, es verdad. Cicatrizo rápido —mintió él estudiándola.

Aileen agachó la mirada y frunció los labios.

—No debiste hacerlo.

—No estoy arrepentido —replicó Caleb buscándole los ojos—. Cada pinchazo me recuerda lo injusto que fui contigo, Aileen. Me lo merezco.

Aileen se giró y le dio la espalda. Temía mirarle a sus ojos esmeralda y quedarse hipnotizada por ellos.

—¿Qué haces tú aquí, Aileen? —se acercó a ella hasta casi rozarle la espalda.

Su voz seductora le ponía los nervios en tensión.

Aileen sentía el calor que irradiaba su cuerpo tan cerca de ella. Se aclaró la garganta y respondió:

—Necesitaba salir y tomar el aire.

Por el amor de Dios, ¿dónde había ido a parar todo el oxígeno del bosque?

—¿Por qué? ¿Acaso te sentías mal? —ronroneó—. ¿Te sentías mal por mí?

—No —se apresuró a contestar dándose la vuelta para encararlo—. No, claro que no.

—Yo creo que deseabas encontrarme aquí, como ayer, porque necesitabas verme.

—Eres un pedante —gruñó ella avergonzada por haber sido descubierta. Pero antes muerta que reconocerlo—. Un patán.

—Puedo leer tu mente cuando quiera —cogió un mechón de ébano en sus manos y se inclinó a olerlo—. Pero no tengo tu permiso para hacerlo, así que no sabré si me mientes o no.

—Ayer te pedí que hablaras conmigo de mente a mente y no lo hiciste.

—Ayer, en aquel momento, no sabía ni cómo me llamaba. Además, quiero que me lo pidas en voz alta, no mentalmente.

—Dices que no sabes si miento o no y que por eso quieres entrar en mi cabeza —murmuró molesta—. Según tú, seguro que miento para variar —le arrojó el guante—. Nunca me has creído.

—¿Entonces, me estás mintiendo? ¿Te preocupas por mí?

Aileen resopló irritada.

—¿Por qué puedes leer mis pensamientos? —notaba cómo la caricia del pelo se propagaba por todo su cuerpo y le ponía la piel de gallina.

—Conozco todos tus secretos. Puedo hablar contigo y hurgar en tu memoria. Es uno de los dones con los que los dioses dotaron a nuestra raza. Los vanirios podemos inculcar imágenes y podemos hipnotizar con nuestra voz, controlar mentalmente a alguien. Sin embargo, sólo podemos mantener conversaciones telepáticas con nuestras parejas vinculadas y con aquellos de los que hemos bebido, es así como podemos saber todo lo acontecido en la vida del donador.

—¿Yo fui una donante para ti? —preguntó con la mirada fría y acusadora—. ¿Un banco de sangre?

—No.

—Porque yo no recuerdo haber firmado nada para que me dejaras seca —espetó apretando los puños.

—Tienes razón —la miró con ternura explícita—. Pero necesitaba hacerlo.

Aileen exhaló todo el aire de sus pulmones y relajó los hombros, resignada.

—Entonces ya lo sabes todo de mí —dijo ella recelosa.

—Sí. Bebí de ti.

—No me gusta. Yo a ti no te conozco.

—Ya va siendo hora, ¿no te parece?

—¿Ese también es mi «don» ahora? —cambió de tema. No iba a contestar lo que le parecía—. ¿Puedo hacer todo eso como vaniria?

Caleb sintió su incomodidad.

—Tienes sangre vaniria. Sí, puedes hacerlo. ¿Quieres saber quién soy? ¿Cuál ha sido mi vida, Aileen? ¿Entrar en mi mente? —le preguntó ilusionado por una respuesta afirmativa.

Sí. Quería saber quién era ese hombre que se había llevado su inocencia, y parte de su cordura. ¿Quién era el hombre que temía y anhelaba a partes iguales?

—No me interesa conocerte —mintió—. Pero ¿puedo contactar contigo cuando quiera? —preguntó con reservas.

—Puedes, si lo deseas. Sólo tienes que ponerle la intención. Visualizar en tu mente mi imagen y llamarme. Como una llamada telefónica pero sin móvil de por medio.

—Y podría hacerlo porque yo fui tu donador, y eso nos mantiene ligados —concretó.

Aileen deslizó la mirada hasta sus labios delineados y carnosos y luego hasta el hoyuelo de su mentón.

—O porque estamos vinculados como pareja.

—¿Qué dices? —dijo ella horrorizada.

—¿Ya no me tienes miedo? —preguntó él frotando el mechón de pelo entre sus dedos. Ignoraba su tono resentido. Ella cedería tarde o temprano.

—Te tengo miedo Caleb y creo que eso no va a desaparecer nunca.

—Dejarás de temerme, ya lo verás.

—No puedo olvidar lo que me hiciste —murmuró fijándose en sus blancos colmillos—. No lo puedo olvidar.

No. No podía olvidar ni el dolor ni el placer que experimentó en sus manos.

—No puedo obligarte a hacerlo —reconoció con pesar—. Aunque podría.

Aileen tembló y se apartó de él haciendo que soltara su pelo.

—Podría Aileen. Podría inculcarte una imagen tuya y mía retozando en la cama como animales, sin miedos, sin inhibiciones. Y tú dejarías de temerme.

La imagen erótica de ellos dos haciendo el amor como salvajes la asustó tanto que tuvo que agitar la cabeza para hacerla desaparecer.

—¿Serías capaz? —le dijo entre dientes, furiosa y temerosa a la vez.

—Podría. Pero no lo haré —confesó con pesar—. Esa es una mancha que voy a llevar toda la vida. Me avergüenzo de ello, Aileen, pero tengo que vivir con la culpa. Sólo te pido que me conozcas para que veas que nunca más te haré daño. Jamás.

—¿Y por qué tendría que confiar en ti?

—Porque vamos a vernos más de lo que esperas —volvió a acercarse a ella—. Y si voy a protegerte, necesito que confíes en mí.

—No eres mi protector, Caleb. Ya tengo a As, Noah y Adam que cuidan de mí.

—No… —la aferró por los hombros y se cernió sobre ella, provocando que Aileen tuviera que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo—. No lo entiendes…

—¿Qué tengo que entender? —lo desafió. No. Ya no le tenía miedo.

—Tú… estás a mi cargo —suplicó con la mirada que no lo contradijera.

—No seas ridículo —espetó ella haciendo un gesto de incredulidad con los labios—. Y… y suéltame, Caleb —le empujó el pecho.

—Me está costando darte espacio Aileen y no sé cuánto más voy a soportar esta separación —concedió con sinceridad—. Tú… me deseas —no era una pregunta.

Aileen se quedó boquiabierta ante el atrevimiento de ese presuntuoso. Alzó una ceja incrédula por lo que acababa de oír.

—Claro, monstruo. Me muero por ti, cavernícola vanidoso —contestó burlándose de él e intentando mover el muro de su pecho.

Caleb apretó la mandíbula y se obligó a relajarse. Dejó de tocarla y se apartó dando un paso hacia atrás.

Al momento, ella anheló de nuevo su cercanía y se sintió estúpida y enferma por ello. ¿A qué estaba jugando? Se apartó un mechón de la cara.

—Mira. Necesito saber cosas sobre mi naturaleza vaniria —explicó queriendo serenar los ánimos—. Te he perdonado Caleb, así que no hay necesidad de mantener el hacha de guerra. He querido comprender que todo formó parte de una gran equivocación. Aun así, no me gustan vuestros métodos ni las ansias de venganza que tenéis. No voy a olvidarlo —le advirtió.

No, claro, él no quería ni el hacha de guerra ni que olvidara lo sucedido entre ellos. Él quería fumar «la pipa del amor».

—Yo no quiero estar en guerra contigo, princesa.

—Entonces: ¿Tú me vas a ayudar a entender esa parte de mí o tengo que acudir a otro para que me explique qué soy y de dónde vengo? Tu hermana me ha ofrecido su ayuda y esta noche…

—Te ayudaré en lo que sea necesario —sonrió con presunción—. No tienes por qué acudir a mi hermanita. ¿Qué quieres saber? —estaba irritado.

—Muchas cosas… Si no sois vampiros —dijo intentando desviar la tensión del momento—, ¿qué sois? Ya sé que venís de los dioses, pero ¿me lo explicas mejor?

—Tu abuelo te habló de las dos razas de dioses que experimentaron con nosotros ¿verdad? —Aileen asintió—. Los vanir, que eran los dioses que apoyaron a los aesir en el plan evolutivo de Odín con la humanidad, vieron que los berserkers adquirían cada vez más y más poder. Cuando se hibridaron con los humanos, la energía del Midgard podía llegar a desequilibrarse con lo que se necesitaba a otros guerreros que ayudaran a mantener la energía de la tierra y la protección de la humanidad, pero sobre todo unos guerreros cuya labor también era la de controlar a los berserkers de que no abusaran de su poder. Los berserkers son muy tribales y eran incapaces de acabar con la vida de los híbridos que se habían convertido al poder de Loki. Y fueron muchos.

—Los lobeznos.

—Sí. Seguían viéndolos como parte de su clan. No se atrevían a matarlos, con lo cual las guerras no cesaban y los berserkers que no se habían corrompido caían en número ante los lobeznos que no tenían compasión ni escrúpulos a la hora de eliminarlos. Los vanir decidieron que era el momento de participar en ese plan evolutivo y de protección a la humanidad. Si los aesir tenían representación en el Midgard, ellos también querían tenerla. Además, era un modo de igualar las fuerzas con los aesir, un modo de cubrirse las espaldas también contra ellos. Ya habían tenido antiguos enfrentamientos y, aunque entonces ya habían firmado la paz, no era muy recomendable que uno de los dos grupos de dioses que controlaban el Asgard, tuviera un ejército tan fuerte a sus órdenes, y el otro ninguno. Además, Loki estaba apretando muchísimo con sus tretas y pensaron que no vendría mal la ayuda de otras manos.

—Y entonces os crearon a vosotros.

—Bueno, no exactamente. Somos mucho más jóvenes que los berserkers. Nosotros aparecimos hará unos dos mil años atrás. Una época en la que la oscuridad creada por Loki ganaba terreno en la Tierra y donde los berserkers apenas podían controlar todo el daño que se hacían los humanos entre ellos. Los vanir son unos dioses que no tienen nada de bélicos. No saben nada de la guerra. Son dioses que representan la riqueza, son los creadores de las artes mágicas, exaltan el amor, el placer y la sexualidad, y promueven la fecundidad y la paz. Pero quisieron tomar cartas en el asunto para ayudar a equilibrar la balanza. Así que estudiaron a los clanes de humanos guerreros que poblaban la tierra y los mutaron genéticamente. Tomaron a espartanos, vikingos y celtas, seres humanos que sabían del arte de la lucha y la espada y les ofrecieron una serie de dones. Njord, Frey y Freyja, los principales dioses vanir, fueron los artífices de nuestra transformación.

—¿Cómo os transformaron? —preguntó acercándose a él y deseosa de tocarlo e inspeccionar ella misma esos cambios.

Caleb se sintió vulnerable cuando ella se aproximó de aquel modo. Su pastelito de queso y frambuesas estaba ya demasiado cerca.

—Freyja fue la que nos dotó de todo el poder. Nos entregó la belleza física.

—¿Antes eras un adefesio? —le preguntó arqueando las cejas.

Caleb se echó a reír.

—Nos hizo atrayentes a los ojos de los demás y sexualmente muy activos, llenos de una vitalidad erótica que no tiene ningún otro ser en la tierra —eso último lo dijo en un tono tan ronco que Aileen se estremeció—. Nos dio poderes curativos, con lo que nuestros cuerpos cicatrizaban y se regeneraban con rapidez, y nos otorgó poderes mágicos como la telepatía, la capacidad de volar y la telequinesia. Pero no todo es oro lo que reluce. Freyja estaba harta de llorar lágrimas de sangre, de oro rojo, cuando Od, su esposo, la abandonaba por tan largas temporadas. Así que sintiéndose despechada nos hizo débiles ante aquellas que serían nuestras parejas eternas, nuestras verdaderas mujeres. Nos quitó la capacidad de saciar nuestro apetito y nos lanzó a una vida inmortal de hambre eterna, hasta que encontráramos a nuestra verdadera pareja, nuestra cáraid. Su sangre se convertiría para nosotros a algo parecido a la ambrosía.

—Así que Freyja dijo algo así como: «tragaos mis lágrimas».

—Más o menos. Entonces, sólo entonces, nosotros dependeríamos de nuestra pareja, nos entregaríamos a ella, porque sin su sangre moriríamos y los más débiles acabarían transformándose en nosferátums.

—¿Cómo?

—Loki tiene un radar para la vulnerabilidad del alma vaniria. Encuentra a los que han sido rechazados por sus cáraids y les da a elegir entre la muerte que llega inevitable sin los recursos de la sangre de la pareja o entre la vida eterna, bebiendo y saciándose con los cuellos de los humanos. Loki te ofrece dejar de pasar hambre y saciarte con la muerte de un ser humano. A cambio de ese pacto roba sus almas. Muchos vanirios lo aceptan —se encogió de hombros resignado.

—¿Me estás diciendo que todos los vampiros son hombres despechados por sus parejas?

—Casi todos. O hombres cansados de buscarlas. Como ves, somos vulnerables ante vosotras. Cuanto más tiempo pasamos sin encontrar a nuestra mujer, más cerca está Loki de nosotros. Y si la encontramos y ella nos rechaza, entonces si uno no tiene honor, cede ante lo que Loki le ofrece. Somos débiles porque aunque nuestra alma es inmortal, sigue siendo humana. Por eso, la cáraid de un vanirio es sagrada. Con ella recuperamos el sabor, cerramos las puertas definitivamente a Loki, saciamos el hambre y mantenemos nuestra inmortalidad y nuestros poderes. Si no obtenemos el favor de nuestra cáraid y si ella nos priva de su sangre una vez ya la hemos probado, si por alguna razón se niega a nuestra naturaleza, nosotros elegimos entre morir o perder nuestra alma a manos de ese toca huevos de diablo. ¿Entiendes? Lo más importante para nosotros es hallar a nuestra mujer y luego mantenerla a nuestro lado.

—Me recuerda al lema de los Cynster —susurró ella. Le encantaba Stephanie Laurens.

—¿Quién?

—Nadie. ¿Y si sentís que es ella, pero no habéis probado su sangre? ¿Qué pasaría? —preguntó intrigada.

—Entonces uno intenta mantener la esperanza y se dispone a sufrir el tormento de los condenados hasta que beba de ella.

Aileen se mordió el interior del labio para evitar preguntarle lo que la corroía. ¿Caleb tenía cáraid? De repente una punzada inesperada de celos le agarrotó el corazón. No tenía intención de analizar esa reacción.

—Es evidente que os creó una mujer —murmuró ella ladeando la cabeza y repasándolo con la mirada—. Creo que voy a abrir un club de fans en facebook. Club de fans de Freyja —asintió con una sonrisa.

Los vanirios eran el sueño húmedo de cualquier hembra. Bellos, fuertes y poderosos, pero a la vez débiles y sumisos ante sus mujeres. Caramba con esa tal Freyja. Era toda una artista.

—¿Y las mujeres? ¿Tienen que esperar a que lleguen los hombres y las reclamen?

—Para ellas también es el maleficio —dijo entre comillas—. Estar tanto tiempo sin que nadie las reclame también es doloroso, ¿no crees? —alzó las cejas.

—No lo sé —contestó ella fríamente.

—Freyja cree en el verdadero amor y espera a que las parejas eternas se reencuentren. Que se reconozcan o no depende de nosotros.

—Pero sin embargo vosotros habéis utilizado los colmillos para algo más que beber la sangre de vuestra cáraid —observó ella mirando de nuevo su masculina y sensual boca.

—Nosotros no bebemos de los humanos para sobrevivir —explicó él admirando los ojos brillantes de Aileen—. Si alguna vez hemos bebido de ellos, ha sido para averiguar sucesos que eran importantes para nuestros objetivos y necesitábamos de la información que había escrita en la sangre del sujeto. En nuestras papilas gustativas hay una especie de lector de información y a veces debemos utilizarlo. Pocas cantidades ¿sabes? La sangre humana nos tienta, pero no es importante. Vivimos igual.

—¿Poca cantidad? Matáis a los humanos así —susurró ella entre dientes—. Samael mató a Mikhail. Lo desangró.

—Samael está retenido por eso. Los vanir nos dejaron las reglas bien claras. No podemos abusar de nuestra fuerza con los humanos, pero él enloqueció. Perdió el control.

—Tú casi me matas —recordó temblorosa los colmillos de Caleb clavándose en su garganta.

—Tú me volviste loco, pequeña. Tu sangre es… —no sabía cómo explicar lo importante que era su hemoglobina para él—. Es deliciosa, Aileen. Me dejé llevar por tu sabor, y por lo que estábamos compartiendo.

—No compartimos nada —dijo cortante—. Tú tomaste lo que quisiste sin consultarme.

—No sucederá más —concluyó él ocultando una sonrisa lobuna en sus labios.

—Eso espero —intentó relajarse, pero con Caleb era una tarea imposible. Tenía la sensación de que antes o después se la iba a comer—. Samael no me gusta —confesó ella recordando como la había tratado y las cosas que le había dicho—. ¿Por qué crees que no os avisó del paradero de Thor y que no alertó sobre los cazadores?

—No lo sé. Esta tarde todos los vanirios recibirán un comunicado de los dos representantes del Consejo de Walsall. Dubv y Fynbar nos dirán cuál ha sido el veredicto después de la reunión con él.

—¿Quiénes son los del consejo?

—Son vanirios que actúan como representantes y jueces de cada condado. Hay seis. Beatha y Gwyn representan a Dudley. Dubv y Fynbar son de Walsall. Inis e Ione representan a Segdley Entenderás que en Wolverhampton no haya representación vanir —arrugó la nariz con un gesto infantil—. El Consejo trata de llegar a concilios cuando surge algún problema entre los clanes. Discuten y luego deciden sobre las soluciones con el resto de vanirios. No quieren decir que sean superiores, ni más fuertes ni más poderosos. Es sólo que están dotados de un gran discernimiento y mucha objetividad, y eso hace que nosotros creamos que tomarán las mejores decisiones y las más justas para todos nosotros. Lo ideal es que sean parejas las que ocupen ese lugar. Es en las parejas donde reside el equilibrio.

Aileen frunció el ceño, pensativa. Había entendido muy bien todo lo que le había explicado.

—¿Gwyn y Beatha son…?

—Pareja.

—¿Y Inis e Ione…?

—También lo son.

—¿Por qué los de Walsall no?

—Porque todavía no hay nadie emparejado de allí —contestó con ternura.

—Entiendo… —Aileen se abrazó a sí misma y se estremeció—. Samael es mi tío, pero no lo quiero conocer. Me recuerda a un animal salvaje contagiado de rabia.

Caleb hizo un mohín, pero no pudo reprochar ninguno de esos pensamientos. A él también le parecía un animal desquiciado.

—¿Se llevaba bien con mi padre?

—Sí. Samael era el mayor y siempre lo protegía. Sin embargo, también tenían sus diferencias. Samael era muy agresivo y no dudaba en abusar de sus poderes para obtener sus fines. Thor, sin embargo, aun siendo el pequeño, era quien lo hacía entrar en razón. Con la desaparición de tu padre, Samael se empezó a cerrar más en sí mismo y se alejó más de nosotros. Antes, Menw, Cahal, Daanna y yo patrullábamos con ellos dos. Los seis éramos inseparables ¿sabes? —sonrió melancólico—. Cuando Thor faltó, entonces Samael dejó de venir. Todavía no me creo que él supiese dónde estabais, y que no nos mencionara nada —apretó el puño hasta que los nudillos se le quedaron blancos.

Aileen advirtió la tensión de Caleb. Debieron estar muy unidos él y su padre. Su madre no exageraba en el diario respecto a su gran amistad.

—En fin —la miró con atisbos todavía de melancolía en sus increíbles ojos—. No tienes por qué preocuparte. Tenemos que esperar a ese comunicado. Luego te informaré de lo que se haya decidido. Hasta entonces no tendrás que cruzarte con él, él está encerrado.

—Está bien —asintió dócil—. Sigue explicándome cosas, Caleb —le pidió en un ruego dulce y amigable.

Aileen empezaba a sentirse a gusto con él. ¿Podía ser eso?

Caleb sonrió. ¿Cómo no iba a obedecer a su hermosa y bella cáraid?

—Nuestra hambre es eterna, ángel —puso un dedo índice en su entrecejo y poco a poco lo deslizó por el puente de su nariz hasta llegar a la punta. Aileen estaba inmóvil—. Comemos alimentos que nos sacian mientras los ingerimos, pero inmediatamente después llega el vacío. ¿Eso es lo que te pasa a ti, preciosa? —le preguntó dulcemente todavía rozando su nariz—. Tienes hambre ¿verdad?

Caleb estaba siendo muy tierno con ella y Aileen no sabía cómo actuar ante esa ternura.

—Sí, tengo hambre —reconoció indignada.

Caleb se alegró por no haber hecho ningún intercambio con ella, sino en ese momento Aileen se volvería loca con la presencia de él. Olería su sangre y necesitaría hincarle los dientes. Pero, asustada como todavía estaba y, después de lo vivido, la joven se debilitaría sobremanera por luchar contra él, contra el ansia de beber de su pareja. ¿Cómo podía decirle que él era su pareja eterna? Ella tenía hambre de él. Se le veía en las pupilas dilatadas y en el modo en que se pasaba inconscientemente la lengua entre los dientes. Y él se sentía orgulloso de que un ejemplar de mujer como era Aileen lo deseara de ese modo. Ahora sólo hacía falta que ella cediera ante ese deseo, que se familiarizara con ese anhelo y con las sensaciones que su proximidad provocaba en ella.

—Como y no me sacio —continuó ella preocupada sin apartar la vista de sus ojos—. Nada es suficiente.

—Cuando encuentres a tu cáraid, verás que su olor y su presencia te alterarán. Necesitarás tocarlo, necesitarás besarlo, lamerlo, abrazarlo. Él te saciará —dijo él con voz erótica—. Yo soy tu cáraid.

Aileen no recibió el mensaje mental pero se sonrojó igual, pues su mirada lo decía todo y, avergonzada, volvió a ponerse la mano en el cuello. Ella necesitaba probar a ese mango con pelo negro y ojos verdes que tenía enfrente con la misma desesperación que le describía Caleb.

—Sigue con la historia de los dioses —se apartó de él sutilmente.

—Frey —continuó Caleb retomando el hilo con facilidad—, por su parte, cuando vio que su hermana Freyja nos había otorgado unos dones tan poderosos, temeroso él de que los vanirios llegáramos a superar el poder de los dioses, nos otorgó otra debilidad —caminó a su alrededor, como un felino a punto de saltar sobre su presa—. Los dioses son muy celosos y necesitan estar siempre por encima. Él era el dios del sol naciente, así que nos hizo débiles ante el amanecer. Por eso no podemos caminar bajo la luz del sol. Y Njord nos entregó la inmortalidad y nos otorgó la capacidad de comunicarnos con la tierra, con la naturaleza. Nos entregó dones comunicativos con los animales.

—Cielos —suspiró Aileen mesándose el pelo hacia atrás—, es material para una novela.

Caleb sonrió y el gesto le llegó a los ojos, enterneciendo la mirada de Aileen.

—Todos esos dones, unidos a la capacidad guerrera de esos clanes, crearon lo que ves ante tus ojos. Yo soy uno de ellos.

—Eres un viejo. Tienes dos mil años de edad —alzó las cejas impresionada—. Creo que si Cher tuviese línea directa con los dioses no dudaría en pagar lo que fuera por uno de sus tratamientos de belleza.

—¿Demasiado para ti, ángel? —se colocó tras ella inclinándose hacia su cuello.

Se movía a tanta velocidad que Aileen no podía seguir sus movimientos. Tan pronto lo tenía delante como, de repente, lo tenía detrás.

—¿Y vosotros a qué clan pertenecéis? —se agitó nerviosa.

—Somos celtas. Hace dos mil años, en Bretaña, fuimos convocados por los dioses en Stonehenge. Allí se nos dijo cuál iba a ser nuestra misión y allí se nos transformó.

—¿Y visteis a los dioses? —preguntó sorprendida.

—En su forma humana, sí. Eran hermosos, esbeltos y finos. De tez de porcelana, pelo hecho de hebras de sol y los ojos llenos de agua marina —un paso más y volvió a quedarse enfrente de ella.

—Siempre me pareció imposible que ahí arriba no hubiera nada.

—¿No eres cristiana?

—Creo que hay algo poderoso que nos hace como somos y nos otorga de consciencia, pero no me tragué la historia que pregonaba la iglesia.

—Hay tantos dioses como mundos —aseguró Caleb—. Cada persona es un mundo distinto.

Aileen lo miró fijamente y meditó sus palabras.

—¿Era mi padre un celta? —le preguntó desviando los ojos hasta su cuello.

Caleb se acercó a ella y se inclinó para hablarle al oído.

—Tu padre era el celta más temido de todo el clan. Un guerrero invencible, leal y amigo de sus amigos. No le importaba dar la vida por aquellos a los que quería —susurró hundiendo la nariz detrás del hueco de su delicada oreja—. Era el hombre del trueno —explicó orgulloso—. No tenía miedo a nada. ¿Y tú?

—¿Qué… qué haces? —le dijo ella cerrando los ojos y temblando de la expectación. Le estaba rozando el cuello con la nariz.

—No te imaginas lo bien que hueles para mí, Aileen —contestó sin rodeos—. Tu olor hace que me eleve de la tierra.

Eso no podía estar pasando. Caleb la estaba seduciendo, le estaba quitando uno a uno los grilletes del miedo y de la vergüenza. Ella tragó saliva intentando apartarse y no le contestó.

—Tu padre, se perdió por el olor de tu madre —prosiguió él con su seducción—. Él encontró en ella a su cáraid, aquella que estaba destinada a caminar con él por la eternidad, a apaciguar su maltrecho corazón, a darle el calor del amor y del hogar. La cáraid para un vanirio es como el sol.

—¿Una maldición? —preguntó con voz estrangulada.

Caleb sonrió y apoyó los labios en la sien de Aileen, y la obligó a acercarse a él cerrando suavemente sus dedos sobre su muñeca. Acariciándola con el pulgar, justo donde el cinturón la había quemado en aquella fatídica y salvaje noche. Tiró de ella suavemente.

—No. Es la luz para nuestra oscuridad —musitó contra su piel.

Aileen se apartó para mirarlo directamente a la cara.

Allí de pie, enfrente de ella, con aquel cuerpo increíble y amenazador, la piel pálida y la cara ojerosa, las pestañas tan largas y ese rostro angelical que volvía a recordarle al de un niño, vio al Caleb frágil, desvalido y anhelante de ese calor del que hablaba.

Caleb, aunque deseaba inclinarse y cubrirle la boca con la suya, vio la confusión y la lucha interna de Aileen y decidió darle una tregua. Se apartó a su pesar, miró al cielo y se quitó la capucha.

Era tan hermoso y masculino a la vez… Aileen no pudo más que exhalar el aire entrecortadamente y humedecerse los labios.

—En realidad, Aileen, tengo cosas de tu padre que te pertenecen a ti.

—¿Cosas? —repitió ella abrazándose con los brazos.

—Sí. Tú eres su heredera. Su hija legítima. Todo lo suyo es tuyo.

Aileen sintió como se le aceleraba el corazón y lo obligó a serenarse.

—Tal vez esta noche, después de visitar la sede de Londres de Newscientists, aceptes en venir conmigo para que pueda enseñarte de lo que te estoy hablando.

—¿Esta noche? —había quedado con Daanna en Birmingham. Noah y Adam irían allí a hacer guardia y habían accedido a llevarla con ella—. No creo que pueda.

Caleb endureció la mirada.

—Vendrás —ordenó.

—No me des órdenes —tensó los músculos de su espalda. Por fin. Se había acabado el hechizo.

—No tienes nada que hacer y lo que tengo que enseñarte te agradará mucho.

¿Ella y él solos? No estaba muy convencida.

—Tu hermana y yo nos vamos a encontrar en Birmingham. Noah y Adam me llevarán. No puedo ir contigo.

Su hermana era una completa estúpida, pensó irritado.

—Está bien —cedió perceptiblemente cansado—. Que mi hermana te lleve entonces. No deberías ir a Birmingham esta noche, no es muy seguro.

—¿Y eso por qué? —se cruzó de brazos y levantó una ceja altivamente.

—Mañana es luna llena, solsticio de verano. Los lobeznos y los nosferátums saldrán de caza. Y tú vas a ser una presa con una inmensa diana en tu precioso culo. Hoy estarán muy alterados.

¿Precioso culo? Un buen halago. Miró el reloj digital de hombre Dolce que le había comprado su abuelo y relajó los hombros.

—Nos están esperando.

Caleb no contestó. Su cuerpazo pasó por al lado de Aileen, con pasos ágiles y largos. Ella elevó la comisura de sus labios y lo siguió reprimiendo una ancha sonrisa.

Caleb estaba aprendiendo a ceder terreno, y eso era positivo. Ese vanirio abusón y mandón tenía que morderse la lengua ante ella y no pasarse de la raya. Aileen disfrutaba con su pequeña tortura.

Miró cómo los músculos de su ancha espalda se movían debajo de la chaqueta, pero entonces se acordó de las heridas. ¿Le dolería? No. Seguramente ya habrían cicatrizado. Preocupada por él, siguió caminando hasta la mansión.

Estaban en Londres. Caleb miró el edificio de estilo modernista que se erguía ante ellos. Un edificio que parecía silencioso, donde no debían trabajar muchas personas, pero donde él sabía muy bien con lo que allí se investigaba. Si fuera por él, ahora mismo entraba y hacía arder a todos los que allí se encontraban. Sin embargo, habiendo vivido la experiencia de Aileen, ya no tenía tan claro que todos los que trabajaban en Newscientists supieran en qué trabajaba esa empresa realmente.

Pero él sí. Recordaba el día en que él y Samael, habían encontrado los pedazos de Thor en uno de los contenedores de la calle Oxford. El olor les había llevado hasta sus extremidades cercenadas.

Aún recordaba las lágrimas de Samael, mientras apretaba uno de los brazos de su hermano a su pecho. Samael… no cuadraba esa imagen con lo que habían descubierto.

Caleb apenas había podido respirar en cuanto pudo darse cuenta de que, efectivamente, la carne inanimada que tenían enfrente era la de su mejor amigo. ¿Cómo podían haberlo tirado allí? ¿Por qué? ¿Con qué intención? Aquello había sido una auténtica aberración. Si algún humano hubiera descubierto las partes de ese cuerpo, y los medios hubiesen investigado el caso, no sólo se habría creado una psicosis, sino que si los forenses hubiesen analizado la sangre de ese cuerpo… ¿qué habría pasado? No era sangre humana.

Lo que sabían seguro era que había sido enviado desde Barcelona, tal y como indicaba el sello del brazo de Thor. Ahora tenía que descubrir si el cuerpo había salido de ese edificio o si realmente no había llegado a entrar en él. ¿Quién? ¿Cómo? Y ¿por qué? Eran las preguntas que tenía en mente. Recordó la noche en que Samael y él interceptaron la caza de un vanirio a manos de dos de los cazadores de Newscientists. Bebieron de ellos, sólo para descubrir qué hacían. Aquellos hombres no sabían muy bien por qué hacían nada de eso, eran unos mandados. Pero sin embargo, eran ejecutores de vanirios. Entonces a través de su sangre, vieron lo que hacían. Mujeres, niños, maltratados, abiertos en canal… todos sometidos a todo tipo de estudios. Unos mandaban y ellos obedecían como robots.

Observó como el Hummer de Noah aparcaba justo al lado de su Cayenne. Caleb miró de reojo a Aileen, que salía del coche con su porte elegante y su innegable atractivo. Era imposible que no llamara la atención. Su melena negra, brillaba haciendo colores azulados. Sus ojos violeta lo miraron y él apartó los suyos verdosos para volver a mirar al edificio. Él no había querido viajar con ellos.

Aileen echó los hombros hacia atrás y se colocó a su lado. El viaje con Noah y Adam había sido silencioso. Adam era callado de por sí, y Noah y ella no se hablaban después del episodio de los latigazos. Sólo se habían dirigido la palabra para indicarle a Aileen como debía de proceder en el interior del edificio.

Se creían que era tonta… Ella sabía bien cómo funcionaba esa empresa. Ya tenía su propio plan para extraer información. Sólo esperaba dar pronto con su objetivo.

—Entraré contigo —dijo Noah protector.

—No —contestó ella.

—Entrarás con él y con Adam —le ordenó Caleb a regañadientes. Aileen frunció el ceño sin comprenderlo. Pensaba que Caleb no quería que el berserker estuviera cerca de ella.

—He dicho que no. Me puedo defender sola.

—No sabes qué tipo de personas están trabajando allí dentro —replicó él cruzado de brazos y apoyado en la puerta del coche.

—Necesito desarrollar mis nuevas habilidades —dijo con suficiencia—. Ahora sería un buen…

—Basta, Aileen. Deja de comportarte como una niña tonta y haznos caso —la regañó él con frialdad. La tomó de los hombros y le apretó hasta que ella sintió una punzada de dolor.

—Me haces daño, monstruo —espetó con desdén.

—Vas a obedecerme. ¿Me oyes? —sacó todo el instinto animal que tenía en su interior—. Esto no es ningún juego. Sabemos que estos humanos están aliados con nosferátums y lobeznos, y tú hueles demasiado bien ¿Me entiendes? —estaba loca si creía que él la iba a dejar expuesta al peligro—. Si tienen a alguien de su especie trabajando con ellos en el interior del edificio, en cuanto entres te percibirán y entonces yo te pareceré un ángel al lado de ellos.

Aileen dibujó una línea prieta y temblorosa con sus labios y puso todos los músculos de su cuerpo en tensión. ¿Niña tonta? ¿Pero qué se había creído ese Pedro Picapiedra?

Vete a la mierda, monstruo. No me hables así.

Caleb la miró de reojo y no pudo evitar que sus labios dibujaran una sonrisa maliciosa de superioridad. La soltó y se apoyó de nuevo en su coche. Noah y Adam no intercedieron.

—Los transportes suelen llegar a las siete en los lugares de destino —explicó Aileen sorprendida por la furia de Caleb—. Cada día se envían cajas desde Barcelona a todos los edificios filiales de Newscientists. Veamos si hoy llega también mercancía. El camión tiene que estar al llegar.

Dicho y hecho. Un enorme trailer con las siglas MRW en el lateral se paró delante del edificio. Dos hombres bajaron de la cabina del conductor y se dirigieron a abrir las puertas traseras para bajar la mercancía.

—¿Quién tramita los envíos? —preguntó contrariada—. Yo no estoy allí para hacerlo…

—Bueno, ahora sabremos quién es el segundo al mando —contestó Caleb.

—Llevan los albaranes —advirtió ella—. Hay que interceptarlos antes de que entren al edificio.

Caleb la miró desafilándola con los ojos.

No se te ocurra desobedecerme, Aileen. Quédate ahí. Por favor.

Toda la piel se le puso en tensión. El corazón se le aceleró, la sangre se le subió a la cabeza y sentía que mil mariposas revoloteaban en su estómago. Caleb volvía a abrir comunicación mental con ella. Se sentía bien, sorprendida y agradecida.

¿Has dicho, por favor? Eso está mejor, monstruo. La educación puede abrirte muchas puertas.

Quiero que mires bien lo que voy a hacer, Aileen. Tú tendrás que utilizar tus poderes pronto y yo te voy a enseñar cómo.

¿Qué vas a hacer? Estaba eufórica por poder hablar así con él.

Voy a atraerlos a mí, les voy a ordenar que entren dentro de la cabina del camión y que se echen una cabezadita.

Aileen sonrió para sus adentros haciendo negaciones con la cabeza.

Enséñame, entonces.

Lo captó todo. Captó como Caleb enviaba una onda mental a los dos hombres, y como los hechizaba con la mirada al mismo tiempo que les ordenaba y los obligaba a obedecer sus deseos, bajando su tono de voz.

Noah y Adam vieron asombrados como los transportistas se metían en la amplia cabina y se desnudaban. Luego le entregaban los dos uniformes y Caleb con un movimiento de cabeza les hacía dormirse.

Nadie entró ni salió del edificio, actuó con velocidad y eficacia.

Caleb les indicó con un gesto de la mano que se dirigieran a él. Los tres corrieron hasta donde él se encontraba.

—Noah y Adam, tomad —les ofreció los uniformes.

—Vaya, vaya… colmillos —susurró Noah asombrado—. Eres un buen mentalista.

—Soy vanirio, es mi don.

Uno de los muchos, pensó Aileen mirándolo con intensidad. Caleb la miró a su vez, y le sonrió.

Gracias, Aileen. Sintiendo todo el dolor físico que sentía en ese momento, hambriento y muy vulnerable, no sólo le agradecía que lo hubiese obedecido, sino que le diese la oportunidad de poder enlazarse con ella de ese modo mental. Aquello era un gran sedante para él. Pero necesitaba el enlace físico para poder recuperar toda su vitalidad. En cuanto al emocional… parecía un imposible en aquel instante.

En unos minutos Noah y Adam adoptaron las personalidades de Mark y Billy, los dos transportistas de MRW.

—Tú entrarás con ellos —le dijo Caleb a Aileen—. Todas estas cajas tienen que ir a alguna de las salas o de los laboratorios de este edificio. Vas a dirigirte al recepcionista y le vas a sugestionar como yo he hecho con estos dos. Procura que Noah y Adam oigan sus indicaciones.

—Lo intentaré.

—Una vez dentro, mientras Noah y Adam averiguan qué hay en el edificio y qué hacen en él, tú tendrás que extraer de su mente todas las contraseñas y archivos de las bases de datos.

—¿Lo obligo a hacer un backup de todo el ordenador?

—Sí, eso también nos será de gran ayuda. Pero necesitamos los passwords, direcciones de email, encriptados, etc… ¿Me entiendes?

—Sí.

—No te alejes de la recepción. Ni se te ocurra internarte por ahí dentro, ¿de acuerdo?

—Está bien, Caleb.

Caleb se quedó inmóvil por un momento. Cómo le gustaba oír su nombre en boca de Aileen, de nuevo.

—Esperarás a que lleguen los dos chuchos —le ordenó con una sonrisa.

—Que te den —espetó Noah colocándose bien las solapas del uniforme.

Los miró a los dos. Ayer Noah estaba azotando a Caleb y hoy debían trabajar juntos. Debía de ser muy duro, sobre todo para Caleb.

Aileen asintió como una niña obediente y ligeramente asustada.

—¿Qué harás tú?

Hablar así con Caleb era muy reconfortante. Siempre que la respondía, su cuerpo reaccionaba del mismo modo que lo haría si la hubiese acariciado lánguidamente.

—Aquí hay varios palés. Quiero ver qué es lo que hay en el interior y además tengo que controlar a los dos bellos durmientes de la cabina.

—Pero la gente te puede ver. Les extrañará que haya alguien vestido de paisano dentro de un camión.

—No, ángel. No me verán si yo no quiero.

—Claro, olvidaba que eres superman —contestó alzando una ceja.

—No… soy un celta con muchos, muchos poderes. Ten cuidado. Te esperaré aquí mismo.

—Y tú… tú también ten cuidado.

Se dio media vuelta y se internó dentro del edificio. Tras ella Noah y Adam la seguían con los albaranes.

Caleb sintió como se hinchaba como un gallo al reconocer la preocupación por él en la voz de Aileen. Su relación empezaba a cambiar.

Debía darse prisa y descubrir lo que había en el interior de esos envíos. Dios, se sentía tan mal físicamente. Pero no permitiría que nada le pasara a Aileen, él estaría con ella mentalmente.

En el interior no había ni un alma, a excepción del recepcionista. El suelo era de mármol claro y muy caro. Había algunas plantas altas y de tallos gruesos estratégicamente colocadas en la entrada, en las esquinas del salón, a cada lado del ascensor y en la inmensa recepción, donde un chico joven de menos de treinta años babeaba al ver el cuerpo de Aileen dirigiéndose a él.

—¿La puedo ayudar en algo, señorita?

El chico era delgado, pelirrojo, con el pelo peinado hacia atrás y untado con gomina, y con algunas pecas salteadas por la cara. Sus ojos marrones la miraban deleitándose en cada una de sus curvas, comiéndosela con los ojos.

Aileen sonrió coqueta, y pensó que era un descarado.

—Me vas a ayudar —contestó imperante.

Tras ella Noah y Adam esperaban la información.

—La voy a ayudar —dijo él completamente hipnotizado.

—Han llegado los palés desde Barcelona. ¿Dónde tienen que dejarlos?

—En la segunda planta inferior —el chico tragó saliva mientras quedaba sumergido en los ojos violeta de Aileen—. Allí, el de seguridad introducirá el código para abrir el almacén y así podáis dejar las cajas en su lugar.

Aileen giró la cabeza y asintió para que Noah y Adam se pusieran manos a la obra. La joven se reclinó sobre el mostrador y lo miró por debajo de sus tupidas pestañas.

—Jude —miró su chapa y pronunció su nombre arrastrando las letras— quiero que grabes en una tarjeta USB toda la información del disco duro de tu ordenador. Teléfonos de contactos, emails, bases de datos, passwords, etc…

—Inmediatamente —Jude trabajaba como un robot. No pestañeaba, sus movimientos eran mecánicos y sin emoción. Cogió un USB 5 GB de SONY, lo colocó en la salida correspondiente de su ordenador y trasladó todos los del disco duro a la tarjeta.

Aileen se sintió mal al descubrir el poder que podría tener sobre la gente. Pero ella era lo que era, pensó recordando las palabras de Noah. Por el rabillo del ojo, controló como los dos berserkers entraban en el ascensor con un palé. Tenían que actuar con discreción para que las cámaras no grabaran nada fuera de lo normal. Aileen repiqueteó con las uñas sobre la mesa de recepción.

—Jude —volvió a mirarlo fijamente. ¿Por qué seguían llegando palés desde Barcelona si ella no tramitaba los envíos?—. En los últimos cinco días ¿has hablado con alguien de Newscientists de Barcelona?

Jude asintió observando impasible como se trasladaba toda la información.

—¿Con quién, Jude?

—El señor Víctor Sazar. En ausencia de Eileen, él se encarga de todo.

Aileen dejó de repiquetear los dedos y todo su cuerpo se puso en tensión. ¿Víctor? ¿Víctor, su doctor?

—Aileen, ¿estás bien?

Cuando oyó la voz de Caleb en su interior, se tranquilizó.

—¿El señor Víctor Sazar dices?

—Sí, señorita.

—¿Víctor Sazar hace mucho que trabaja en Newscientists? —no lo podía creer.

—Hará unos doce años. Es la mano derecha del señor Mikhail.

Cabrón falso y despreciable. Se sintió tonta e ingenua por haber creído que él, su doctor, era su amigo.

—Dime… ¿Qué ha sucedido con la señorita Eileen y el señor Mikhail? —controló el temblor de su voz.

—La señorita Eileen está aquí en Inglaterra, por trabajo.

Aileen sintió un sudor frío sobre la nuca. Eso era justamente lo que habían hecho creer Menw y Cahal al servicio de su casa de Barcelona.

—¿Y el señor Mikhail? ¿Se sabe algo de él?

—Llegará pasado mañana a Londres, acompañado del señor Víctor —susurró por lo bajo inclinándose hacia Aileen.

Aileen dejó de respirar, se estremeció y sintió que la sangre se iba de su rostro. Mikhail estaba muerto, no podía ser. Jude la seguía mirando sin parpadear, perdido en su mirada violeta.

Aileen, tranquila. Percibo tus pulsaciones. Estoy contigo.

Caleb percibía su ansiedad.

—¿Cuándo… cuándo has hablado con el señor Mikhail? —preguntó ella con voz temblorosa.

—Esta misma mañana, señorita.

Oh Dios… Caleb —tenía muchísimo frío.

—Aileen, recoge los datos y sal de ahí. No quiero sentirte así.

—¿Viene por algo en especial el señor Mikhail? —inquirió Aileen.

—Me obligó a que le preparara un reservado para unas diez personas en el The Ivy, un restaurante muy selecto de Londres.

—¿Cuál es la dirección y a qué hora esperan el reservado?

—En el dieciséis de la calle Moor, a las ocho y media.

—Jude, dame la tarjeta USB, y también tu agenda —le apresuró con un gesto de la mano.

—Claro, señorita, aquí tiene —le entregó una Blackberry negra y el USB tranquilamente.

—No vas a recordar nada de lo que hemos hablado —le ordenó en un susurro bajo y sedante—. Me voy a ir de aquí y vas a hacer como si nunca me hubieses conocido. Nunca me has visto.

Jude asentía con la boca entreabierta y los ojos semicerrados.

El ascensor se abrió y aparecieron Noah y Adam, extrañamente pálidos y consternados.

—Os tienen que sellar —dijo Aileen entredientes preocupada por ellos. ¿Qué habían visto?

Adam esperó a que un atontado Jude, sellara los papeles sin apartar la mirada enamorada de Aileen.

Adam tomó a Aileen del brazo y la invitó a que saliera de allí. Los tres llegaron hasta Caleb, que inspeccionaba lo que había sacado de las cajas. Todo tipo de probetas congeladas, potes de cristal, vaporizadores, material quirúrgico…

—¿Te encuentras bien? —preguntó Caleb mirando a Aileen. Estaba pálida.

—No —respondió ella con la mirada perdida.

—Larguémonos de aquí, colmillos —dijo Noah bruscamente—. Este sitio es asqueroso.

Caleb asintió. Colocó todo lo que había encontrado en una bolsa negra Nike y salió del camión esperando a que los berserkers se cambiaran. Obligó a los transportistas a despertarse, cambiarse de nuevo, revisar el albarán y finalmente irse de allí.

Caleb tomó a Aileen por el brazo y miró a Noah advirtiéndole con la mirada que ni se le ocurriera decirle a Aileen que regresara con ellos. Aileen era suya y se encontraba mal. Él tenía que cuidarla, no ellos. Él.

—Vienes conmigo —le dijo Caleb mirándola con preocupación.

Aileen asintió entre temblores, demasiado consternada como para llevarle la contraria, intentando amarrar con fuerza la agenda contra su pecho.

Una vez dentro del coche y dirigiéndose de nuevo a Wolverhampton, Caleb fue inclemente con ella.

—Dime ahora mismo qué has descubierto.

Aileen miró la noche cerrada que caía sobre ellos. El cielo estaba encapotado. Tragó saliva y lo miró con los ojos húmedos.

—Víctor, mi doctor… trabaja con Mikhail en la empresa. Lleva allí desde hace doce años. Él… lo está tramitando todo desde Barcelona en mi ausencia.

Caleb la miró. Quería averiguar si realmente le molestaba la traición de Víctor. Sólo de pensar que ese rubio podía despertar algún tipo de ternura en Aileen, lo enfurecía.

—Víctor no es ningún inocente. Él sabía lo que se hacía cuando te pinchaba y él sabe muy bien en qué está trabajando. Continúa —gruñó.

—Mi… Mikhail sigue vivo —le tembló la barbilla.

Caleb apretó la mandíbula y tomó el volante con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos. ¿Cómo podía ser? Samael lo dejó seco y lo enterró. Estaba muerto. ¿Pero entonces…?

—Dime que no puede ser —suplicó con los ojos asustados—. Yo lo vi caer sin vida con el cuello desgarrado. Samael lo mató ante mis ojos…

—Está bien, pequeña, tranquilízate —le dijo con voz amable—. Cuéntame qué te dijo.

—Tiene pensado llegar mañana a Londres. Tiene una reunión en el The Ivy, les han reservado un privado a las ocho y media para diez personas. Ellos saben que estoy aquí —dijo desesperada y sin resuello—. Saben que vosotros me trajisteis aquí —susurró con la voz estrangulada—. ¿Cómo puede saberlo? ¿Quién demonios se lo ha dicho? —gritó—. ¿Por qué sigue vivo?

—No lo sé, ángel —pero iba a descubrirlo pronto—. En teoría Menw, Cahal y Samael se encargaron de enterrar el cuerpo. A no ser que…

—¿Qué? —preguntó Aileen temblorosa.

—Nada —contestó distraído—. Averiguaré todo lo que pueda. Por cierto, le dijiste a Víctor que te vendrías a Londres a trabajar. Estoy convencido que vienen hacia aquí para encontrarte. Mikhail buscará venganza por haberlo intentado matar y vendrán hacia aquí…

Aileen lo miró. Caleb había estado en su mente, tenía que acostumbrarse a todos esos detalles. Se puso las manos en la cara y exhaló fuertemente.

—Viene a por mí. A por todos nosotros… —Aileen apoyó los pies en el asiento de piel y se cogió las rodillas.

—¿Estás asustada? —preguntó él con empatía—. Yo no dejaré que te haga daño, Aileen. Voy a llegar al fondo de este asunto. No temas.

Aileen abrió mucho los ojos y lo miró con sorpresa. Le agradaba tener a Caleb protegiéndola, se sentía extrañamente segura. Entonces, se acordó de donde estaba. Del coche en el que estaba y de lo que le había pasado allí hacía unos días.

—¿Y quién me va a proteger de ti, Caleb? —le dijo abatida mirando al frente con absoluta rendición.

Caleb la miró desolado y un músculo se le tensó en la barbilla.

—Yo te protegeré de mí. Ya te he dicho que no volvería a hacerte daño.

Su iPhone sonó. Había llegado el mensaje de la comisión, pero no provenía de los dos de Walsall, sino de los dos de Dudley. Gwyn y Beatha. Caleb frunció el ceño y abrió el mensaje.

A las 22:00 h. Reunión en Athens Restaurant, en Birmingham. Ya hemos avisado al clan Berserker para que se reúna allí con nosotros. Samael se ha escapado, y Dubv y Fynbar han desaparecido. Los guardias del hoyo han muerto asesinados. Samael está descontrolado y es peligroso.

—¿Qué pasa?

Caleb endureció el rostro.

—Samael se ha escapado, ha matado a los centinelas del hoyo.

—¿Qué? ¿Qué hoyo? —gritó.

—El lugar donde recluimos a Samael, en la habitación del hambre. Está bajo tierra… Los dos del consejo de Walsall han podido estar implicados en su liberación. Han desparecido y nadie sabe nada de ellos. Nos vamos a Birmingham a hablar con los clanes.

—No puede ser verdad —Aileen se hundió en el asiento—. Dime que esto es una pesadilla…

Caleb maldijo a todo lo que se meneaba. Aileen necesitaba mucha más protección de la que se imaginaba y él no estaba en condiciones de protegerla. A duras penas estaba disimulando su malestar y su pérdida de poder, pero no quería que fuera la compasión de Aileen lo que le llevara a él, sino la verdadera pasión entre parejas, el reconocimiento humilde de entregar su cuerpo a su cáraid.

Mikhail y todos los que todavía no conocía irían a por ella. Ella era un salto en la evolución, un milagro, la posibilidad de engendrar una auténtica raza casi invencible. Samael la querría muerta sólo por vengar a su hermano, eso si era cierto que él desconocía que Aileen era su sobrina.

Miró a su belleza morena de ojos lilas y por primera vez la vio como una niña frágil y necesitada de muchos mimos. Temblaba y estaba impactada por las últimas noticias. Necesitaba calor y comprensión. Una ternura insólita en él hasta entonces le oprimió el corazón.

Ella lo miró fugazmente, quedaba una hora y media para llegar a Birmingham y necesitaba que alguien la tocara y la abrazara.

Dime lo que quieres, y yo te lo daré —le dijo él suavemente.

Aileen se envaró como si la hubiesen quemado con un hierro candente. Él estaba continuamente en su cabeza, ya no podía salir de ella.

—Es sólo que…

—¿Qué, Aileen? Dímelo, porque deseo hacer algo y no quiero cometer más errores contigo. No quiero asustarte más.

Ella bajó la mirada con gesto derrotado, tragó saliva. Se desabrochó el cinturón con manos inseguras y lo miró pidiéndole permiso con toda la humildad del mundo. Precisaba un cuerpo fuerte al lado, uno que en ese momento la sepultara en un abrazo.

—Ven aquí, Aileen —levantó su brazo izquierdo y la invitó a que se acurrucara en él.

—Espera un momento… es sólo que… Esto no quiere decir nada ¿vale?… —aclaró ella con voz débil y levantando el dedo índice. Miró su perfil perfecto, su barbilla varonil y su pelo negro. Santo Dios, nada deseaba más que aplastarse contra él. Ni más, ni menos. COLMO. ESTOCOLMO.

—Querrá decir lo que tú quieras —sonrió dócilmente y Aileen pensó que se iba a desmayar de lo dulce que parecía—. Vamos, pequeña. Déjame abrazarte. Lo necesito yo más que tú.

Aileen se mordió el labio para no llorar. Caleb quería hacerla sentir bien, se obligó a pensar. Sólo era eso, un gesto amable por parte de él.

Se movió hasta pegarse a él, juntó las manos al pecho para no tener que manosearlo mucho, y apoyó la cabeza sobre el musculoso hombro de Caleb. Inspiró y apretó las rodillas a su cuerpo manteniendo el calor.

El olor a mango cada vez era menos fuerte, pensó extrañada. Le chocaba que estuviera a gusto entre sus brazos, pero aquella era la realidad. Nunca se había sentido tan bien.

Caleb sintió el cuerpo dócil y blando de la joven y su corazón se disparó. La rodeó con el brazo y la apretó contra él con posesividad.

Aileen exhaló y acabó relajándose. Necesitaba que alguien la abrazara así, que alguien la cobijara. Inconscientemente frotó su mejilla contra su hombro y cerró los ojos.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó ella con un deje de coquetería y juego en la voz. Él había dicho que necesitaba su abrazo, ¿no?

—Mucho, mucho mejor —sonrió Caleb ignorando lo tenso que tenía el pantalón a la altura de la ingle. Si alargaba un poco el brazo, rodearía la plenitud de uno de los preciosos pechos de Aileen. Reprimiendo la reacción de su cuerpo ante la cercanía de Aileen, se limitó a conducir.

El corazón de Aileen saltaba de alegría y de una extraña sensación que nunca antes había sentido. Disfrutando de ese momento, y sintiéndose como una colegiala, hizo esfuerzos por dormirse.

Caleb conducía con una sola mano, sintiéndose pleno y lleno de felicidad por primera vez en milenios.

¿Cómo sería la correspondencia de mente, cuerpo y corazón entre las parejas vanirias? ¿Cómo sería tener el cuerpo lánguido y tierno de Aileen por mutuo acuerdo? ¿Sería apasionada? Resopló. Ya lo creía que sí, Aileen era puro fuego, sólo hacía falta que perdiera el miedo a encenderse. Él sería quién la iniciaría en los placeres de la pareja y, quién sabe, puede que en la intimidad llegaran a conectar hasta contactar con el corazón de cada uno. Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que deseaba que Aileen sintiera algo por él.

Con esa idea, expresó el último pensamiento en voz alta.

—Nadie te tocará, Aileen. Yo te protegeré, te lo prometo.