Cuando todos los vanirios se fueron, Caleb se quedó un rato más en aquel descampado. Daanna fue la única que lo acompañó. Leyeron el libro de Jade juntos en medio de la oscuridad, solos y con las luces del coche encendidas.
No daban crédito a lo que el libro revelaba. Thor, su mejor amigo, su hermano del alma, se había enamorado de una berserker. Nada más y nada menos que de Jade, la hija del líder del clan de Wolverhampton.
¿Por qué no le dijo nada? ¿Realmente él se hubiese puesto en contra de su relación? No sabía qué pensar. Para él la felicidad de Thor era lo primero.
Si bien era cierto que de todas las mujeres que había en el mundo, había descubierto a su cáraid en el clan contrario. Pero… él era su amigo. Tal vez si se lo hubiese contado…
—Deja de pensar eso —dijo Daanna.
—¿Crees que lo habríamos apoyado?
—Creo que no. Y nos habríamos equivocado al no hacerlo. El odio está muy arraigado entre las dos razas y, tanto un clan como el otro, hemos perdido a gente querida por culpa de nuestras diferencias y de los errores de nuestros antepasados, los originarios. Me duele admitirlo, pero creo que le habríamos fallado.
Caleb decidió no opinar al respecto. Él, más que nadie, tenía problemas con los berserkers. No le habría gustado saber que su mejor amigo traicionaba al clan por una mujer del otro bando.
Por lo visto, las dos razas eran compatibles para procrear y parecía increíble que con todas sus diferencias tuvieran el don de crear vida. Y crearan cositas tan hermosas como Aileen.
Aileen. Luz. Le encantaba la asociación de su nombre con el gaélico. Cuando pensó en cómo se había encarado a él, sonrió. Se había dado cuenta de lo que él provocó en ella, al ver su sangre de cerca, al olería. ¿La volvería loca su olor como el suyo lo volvía loco a él? Sus ojos dilatados, los pequeños y blancos colmillos que se asomaban entre sus labios. La cara del deseo. Lo había deseado y ella no lo podría negar. Sí, sin duda a la pequeña Aileen le enloqueció su sangre y su torso tintado de rojo.
—Aileen es una auténtica belleza —susurró Daanna observando de reojo a su hermano—. Antes ya era guapa, pero la conversión la ha convertido en una especie de diosa pagana. ¿No crees?
Caleb, nervioso, se movió en el asiento y se aclaró la garganta.
—Esto… Ella te gusta, ¿verdad? —preguntó Daanna levantando una perfecta ceja negra—. Te gusta de verdad.
Caleb la miró y pensó que era inútil ocultarle nada a su hermana. Estaban muy conectados.
—No importa si me gusta. Ella no quiere saber nada de mí y con razón.
—El principio de causa y efecto. Toda acción produce una reacción, bráthair. Te dije que no lo hicieras.
—Yo no lo sabía… Es como si los dioses hubiesen querido tomarme el pelo… Tú sabes que la habría atado a mí después de acostarme con ella. Ese habría sido mi castigo por comportarme así con una humana… Pero no. Resultó que todo salió mal después de… ya sabes.
—¿Después de tirártela? —frunció los labios desaprobando a Caleb—. Te mereces su ira, Cal.
—Lo sé.
—¿Pero?
—Pero gracias a lo que hice, ella ha descubierto la verdad sobre su identidad. Sobre lo que es.
—Ni se te ocurra decirle eso a ella si no quieres que te arranque la cabeza de cuajo, ¿me oyes? —le señaló con un dedo amenazador—. ¿Pero dónde tenéis los hombres el sentido común? El fin no justifica los medios y menos en este caso. Ninguna mujer querría pasar por lo que ella pasó en su primera vez.
—¿Aunque acabara disfrutando? —alzó las cejas vanagloriándose de ello.
—Caleb, no —lo censuró rotundamente—. No estuvo bien. No lo aprobé desde un principio.
Su hermana tenía razón. Caleb dio un fuerte golpe al volante con las dos manos. Lo había jodido bien.
—Tu frustración es por algo más, supongo —dijo desenfadada.
Claro que era por algo más. Su cuerpo había reconocido a Aileen como su pareja antes de que el corazón y la mente pudieran siquiera conectarse.
—No me digas —susurró Daanna asustada por el destino de su hermano—. No, Caleb, por favor…
—Es mi cáraid.
Daanna cerró los ojos y apoyó la cabeza en la cabecera del asiento. Se humedeció los labios y exhaló bruscamente.
—Por los dioses, Cal… —le pasó un brazo por encima y le frotó la espalda para consolarlo.
—No me va a perdonar, Daanna, y ella es mi cáraid… —repitió incrédulo.
—Síntomas —exigió saber su hermana. Si había una posibilidad de que ella no fuera la pareja eterna de Caleb, lo descubriría.
—Huelo su sangre a quilómetros. Tarta de queso con frambuesas.
Daanna se puso la mano en la frente y torció el gesto. El sabor y el olor favorito de Caleb.
—La primera vez que bebí de ella, el hambre eterna que estamos destinados a sufrir los vanirios desapareció. Ahora vuelvo a tener hambre, pero sólo de ella. No me atrae ningún otro cuello. Nadie. Sólo ella. Y tengo hambre porque no me alimenta desde ayer. Las manos me queman cuando estoy cerca de Aileen y sólo se calman si la toco. Hoy ha estado a punto de estallarme el corazón cuando la he visto. Su voz me relaja, me arrulla… y hoy habría matado a los dos berserkers que intentaban llamar su atención. Me he puesto enfermo. Celoso —dijo para sí mismo.
—Sí, no hay duda. Es tu cáraid.
—Ya te lo había dicho.
—La cuestión es, bráthair, ¿ella puede corresponderte? Hoy por hoy sólo quiere verte lejos de ella.
—Pero me corresponde —gritó él—. No lo puede negar. Desde que nos vimos, la atracción saltó a la vista.
—Atracción, deseo… son cosas distintas del amor, Caleb. Son cualidades que funcionan en la cama, pero no para crear un verdadero vínculo fuera de ella. Tu cáraid tiene que sentir amor y devoción por ti para poder compartir lo que ella es contigo. Tiene que confiar en ti y ella te tiene pavor. La has asustado.
—Pero no puede luchar contra lo que su cuerpo le pide de mí. Es inevitable, vendrá a mí —dijo desesperado.
—¿Y qué harás? ¿La forzarás, Caleb? No, eso no lo puedes volver a hacer. O le demuestras el tipo de persona que hay debajo de todas esas corazas que tienes y le enseñas quiénes son los vanirios o ella no vendrá a ti. Y cuando venga, tendrá que ser por propia voluntad. Ahora le das miedo, le damos miedo —aclaró— y no es para menos. Pero nosotros somos los protectores de la noche, cuidamos a los humanos. Eso no es malo y a ella tiene que quedarle claro que somos los buenos, no los villanos. Inténtalo.
Siguieron leyendo hasta acabar las hojas. Ninguno de los dos quiso decir nada más sobre Aileen.
Pensaron en las palabras de Jade, en lo ciertas y novedosas que eran.
Samael lo sabía y no dijo nada ni siquiera cuando debió alertar a los clanes para avisarlos sobre los cazadores y ayudar a Thor, a Jade y a Aileen. Pero ¿qué quería decir eso? ¿Samael era un traidor?
—Samael no es trigo limpio —Daanna lo había sentenciado—. Nunca me ha gustado.
—¿Sigue en la habitación del hambre? —preguntó Caleb mirando por la ventana.
—El Consejo lo castigó a permanecer allí una semana.
—Le haremos una visita. Esto tiene que aclararse.
—¿Qué opinas? Samael es el tío de Aileen. ¿Crees que la había reconocido? Debería haberla reconocido, ¿no?
Caleb recordó cómo la había golpeado en su casa y la había amenazado sexualmente. Desechó esa opción.
—Creo que hasta que no hable con él no podré opinar. Es muy fuerte pensar que Samael no ayudó a socorrer a Thor o que sabía quién era Aileen y no dijo nada. Démosle, de momento, el beneficio de la duda.
—Hay que informar a los miembros del Consejo de esto. No huele bien.
—Sí, ya está solucionado. Menw y Cahal les han pedido una audiencia.
Cuando llegaron a la casa, Daanna deseó buenas noches a su hermano y desapareció por el túnel subterráneo que comunicaba con las casas.
Había amanecido y tenía que dormir un poco. Si conseguía que Aileen saliera de su cabeza y le dejara conciliar el sueño.
Pero no. En su habitación, con las ventanas tintadas y las persianas bajadas no dejaba de dar vueltas sobre el colchón.
Cruzó las manos por detrás de su cabeza y se quedó en plena oscuridad con los ojos abiertos mirando al techo.
Aileen era la hija de su mejor amigo. Thor le había hablado de él cuando ella sólo era una niña y le había dicho que era bueno y encomiable, como si fuera un hombre de fiar, leal y justo. Pero, debido a un error, él le había demostrado que no era nada de eso. Él, con su crudeza y su rabia, se había mostrado como alguien horrible y lleno de maldad.
Tenía hambre y empezaban a dolerle las articulaciones. Su cáraid lo estaba rechazando, le estaba privando de su cuerpo y de sus cuidados. Y se estaba privando de los cuidados de él. Aileen no quería saber nada de él y él la iba a necesitar más que a nada en el mundo. Le iba a hacer falta para seguir viviendo con sus poderes, para seguir siendo fuerte e inmortal. Pero la mujer a quién él había humillado, su cáraid eterna, paradójicamente, se iba a convertir en su propia tumba. Bien pensado, el castigo iba a ser justo. Y él lo iba a aguantar hasta donde le llegasen las fuerzas y si en ese tiempo Aileen seguía negándose a él, se entregaría al día, a la luz, a su muerte. A Aileen.
Y una mierda… Él era Caleb McKenna… No iba a tirar la toalla, no iba a dejarla que lo matara de hambre y de deseo. No.
Aileen iba a aprender a desearlo tanto como él la deseaba a ella, porque si la atracción mutua era lo único que podía vincularlos, lo utilizaría contra ella para hacerla entrar en razón. La saquearía como el bárbaro que era en realidad.
Thor le habría confiado la vida de su hija si las cosas hubiesen ido de otro modo. Él había traicionado su confianza, pero lucharía por enmendar la situación.
Si Thor le hubiese presentado a Aileen en otras circunstancias, Caleb se habría arrodillado ante ella y habría suplicado una oportunidad. Pero los sucesos se habían precipitado uno detrás de otro, habían escapado de su control para pasar al control de todo el mundo. Había estallado una contienda de intenciones, una guerra de poderes entre el uno y el otro, estimulados por el odio, el rencor y los deseos de venganza. Aileen estaba dolida y quería hacérselo pagar. Y si eso era una guerra, él no tenía escrúpulos e iba a luchar con todas las armas disponibles. Iba a luchar por ella.
La seduciría como no había hecho antes.
Aileen estaba apoyada de espaldas en el tótem del bosque de su abuelo. Había encontrado en ese lugar un centro de meditación y de calma. Pasaban demasiadas cosas a su alrededor y, aunque lo asimilaba todo con naturalidad, como si realmente lo llevara en los genes, necesitaba pensar y entender los sucesos acaecidos.
Jugueteaba con una piedra entre sus dedos. La hacía rodar sobre ellos de un extremo a otro. Recordaba la conversación que esa misma mañana había tenido lugar en el salón de As, mientras desayunaban.
—¿Qué tengo de berserker, abuelo As? —había preguntado mientras mordía un panecillo untado con mantequilla y mermelada—. No puedo transformarme como tú.
—Las mujeres berserkers tienen otro tipo de dones que nada tienen que ver con la transformación guerrera —le había explicado As—. No os podéis transformar como nosotros por consecuencia de la hibridación con los humanos. Odín no creó mujeres berserkers. Así que todas las hembras que hay son producto de la hibridación con los humanos. Nosotros nos convertimos en monstruos depredadores, sólo los hombres de nuestra especie. Vosotras no. Y aunque la habilidad para la guerra no está en vuestra naturaleza, sois resistentes, veloces, ágiles y fuertes y, además, tenéis otros fantásticos dones. La mujer obtiene la capacidad de atraer y dominar a los machos.
Aileen se atragantó con el siguiente bocado.
—¿Te avergüenza hablar de estas cosas conmigo, cielo? —dijo As ocultando una sonrisa en la voz.
—Me extraña un poco —aclaró ella antes de tomarse un sorbo de zumo de naranja—. Por favor, continúa.
—Eres una hembra alfa todo el año. Llamarás la atención masculina allá donde te presentes. Querrán cortejarte, querrán aparearse contigo.
—No me hables como si fuera un animal —dijo ella mirándolo con sus ojos lila y sus oscuras cejas ligeramente arqueadas por encima de la taza—. No lo soy.
—Eres una humana con instintos salvajes y animales, Aileen. Destilas feromonas por todos tus poros. Si te lo propusieras, serías capaz de postrar a todo un ejército de hombres a tus pies. En teoría, una berserker ovula sólo una vez al año, pero tú… —se aclaró la voz.
—Creo que sí que me da vergüenza hablar contigo de esto —dijo Aileen sonrojada—. No sé si es mejor que lo dejemos…
—Pero tengo que explicarte qué es lo que te está pasando —repuso As con gesto firme—. Esto son cosas naturales y yo soy tu única familia ahora.
—Está bien, está bien… Bueno —mordió otro panecillo. Tenía un hambre voraz e insaciable—. Entonces, como también tengo genes vanirios, ergo también puedo ser una excepción, ¿verdad? —alzó las cejas en gesto interrogatorio—. Ya hemos descubierto que no me puedo transformar, puede que no ovule tampoco como debería.
—Así es. Pero, en fin, eso ya lo hablaremos más adelante, cuando… —hizo un gesto nervioso con la mano.
—Cuándo… ¿me venga la regla?
—Sí, eso.
Aileen se acomodó en la silla y saboreó con ansiedad todo lo que probaba su boca.
—Serás territorial y muy posesiva cuando encuentres a tu macho alfa. Pero la intensidad de esas emociones no tiene por qué asustarte. A los hombres de la manada, les encanta ese aspecto de sus mujeres.
—Ajá. Aquí sois todos unos salidos —As se echó a reír.
¿Territorial y posesiva? ¿Ella? No lo creía.
—Todos tus sentidos se desarrollarán excepcionalmente. El oído, el olfato, el gusto, el tacto, la vista… y explotarás un sexto sentido. La intuición. Percibirás quiénes tienen buenas energías y quiénes, por el contrario, no las tienen.
Todo eso le gustaba mucho más. Tener dones… Vaya, eso sí que era realmente interesante.
—¿Cómo los desarrollo? —preguntó apoyando los codos en la mesa e inclinándose hacia él.
—Sólo tienes que proponértelo. Ya los tienes ahí. Cuando quieras prestar atención, agudiza el oído. Cuando quieras observar más allá de lo que ves, enfoca la vista. Cuando quieras buscar a alguien a través de su olor, inspira profundamente y lo encontrarás. Tus manitas —le dijo mientras le tomaba entre las manos la que no tenía el bollo—, podrán sentir o percibir cualquier cosa que toques. Y tu piel será sensible a cualquier estímulo.
—¿Y qué hay del gusto? —preguntó mientras As le devolvía la mano—. Tengo un hambre agónica y todo me parece delicioso, pero…
—Bueno, los animales disfrutan comiendo. Tú también lo harás —sonrió rascándose la nuca—. Es un buen don, ¿no crees?
—Pero me pondré como un ceporro… —frunció el ceño.
As inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Todo lo quemarás. Tu cuerpo necesita calorías para activar todas esas funciones añadidas que te ha dado la conversión —se encogió de hombros—. Y si eso no te funciona… corre.
—¿Que corra?
—Corre. Sal fuera y fuerza la máquina. A ver qué sucede… —sonrió. Aileen miró a su abuelo de soslayo. ¿Qué quería decir con lo de «a ver qué sucede»?
—Corre. Salta. Y hazlo como realmente deseas hacerlo. Como si soñaras.
—Hace mucho tiempo que no tengo sueños de ese tipo —confesó un poco incómoda—. Creo que no he tenido ninguno. Cahal mencionó algo sobre betabloqueantes… Me parece que era eso lo que me administraban y por eso no podía soñar.
—Pero eso ya pasó —le rozó la mejilla con los dedos en un gesto tierno y cariñoso—. Esta es tu nueva vida. Abrázala.
—¿Y lo que tengo de la anterior? Tenía entre manos un trabajo muy interesante, abuelo —explicó con los ojos tristes—. Y tengo a mi perro Brave y a mis dos mejores amigos en Barcelona. No saben nada de mí desde que me secuestraron —se restregó las manos por la cara—. No quiero perder el contacto con ellos. También son mi familia.
As repasó la expresión de su cara y asintió lentamente con la cabeza.
—¿Quieres hablar con ellos? Hazlo. Pero no puedes hacerles partícipes de nada de lo que te ha pasado.
—¿Y qué hay de esto? —levantó el labio superior con los dedos y tocó el puntiagudo colmillo con la lengua—. ¿Y de esto? —se señaló a los ojos—. ¿Qué voy a decirles?
As la tomó de la mano y le dio dos toquecitos suaves.
—Confío en tu propio juicio, Aileen. Pero este es mi consejo: no involucres a tus amigos más de la cuenta. Acabas de internarte en un mundo de guerras intraterrenas, de razas distintas de las humanas. No hay paz aquí. Tú decides. ¿Me entiendes? Cuando quieras ir a buscar a tus amigos, házmelo saber. Yo te los traeré.
Aileen asintió teniendo en cuenta sus sabias palabras. As se inclinó para besarle la mejilla y antes de salir del salón le dijo:
—¿Quieres estar presente cuando venga Caleb?
—Sí, él no me da miedo, abuelo —levantó la barbilla con seguridad.
—No tienes por qué pasar un mal rato.
—No te preocupes. Quiero que me devuelva el libro en mano y ver qué tal le ha sentado la lectura.
As la miró intentando averiguar lo que ella no le decía. Pero Aileen le mantuvo la mirada. Finalmente, el hombre le sonrió y se fue.
Ahora estaba allí, en el tótem de la manada. No había nadie más que ella, pues el clan sólo se reunía en aquel lugar cuando se requería debatir algo. Todavía era pronto y no había oscurecido. Pero aquello era Inglaterra y el cielo estaba tan nublado como un día de otoño. Además, Aileen ya había advertido que tanto Dudley como Wolverhampton eran un poco más oscuras de lo habitual en días como esos.
Estaba rodeada de inmensos árboles que cubrían gran parte del techo estelar. La tierra era húmeda y olía a musgo por todas partes. El suelo estaba tupido de plantas verdes que parecían sacadas más de un pantano que de un bosque como ese y, de entre las plantas, se alzaban rocas silíceas de gran envergadura.
Apoyó la cabeza en el tótem y cerró los ojos, dispuesta a encontrar en la oscuridad un poco de reflexión. Pero de repente, sintió algo extraño. Alguien la estaba observando. Abrió los ojos y agudizó el oído.
Empezó a ver el verdadero color de las cosas que la rodeaban, percibió la energía vital de cada una de ellas. Alrededor de todo aquello que observaba, aparecía una silueta de luz blanca con chispitas flotando sobre su aura. Oyó el zumbido de un mosquito lejano, incluso los pasitos pequeños de un roedor corriendo por entre los árboles en busca de comida. Otro ruido más le llamó la atención. Algo se movía entre la tierra húmeda. Dios mío, era un gusano. ¿Cómo podía escuchar y adivinar esos sonidos? ¿Hasta dónde llegaría su nueva audición? Dejó de ver y de escuchar.
Se le puso la piel de gallina, los pelos de la nuca se le erizaron, un escalofrío recorrió su columna vertebral y se le disparó el corazón. Había alguien detrás de ella y, sin necesidad de girarse para verle la cara, supo al instante de quién se trataba. Caleb.
—Hola, Aileen —dijo aquella voz profunda y masculina a su espalda.
Aileen permanecía con la espalda rígida y los hombros erguidos, tensa como la cuerda de una guitarra. No, aquello no podía ser verdad. No era de noche. Él era un vampiro y las leyendas populares mencionan claramente que los vampiros sólo salen de noche, ¿verdad?
Tuvo que abrir y cerrar los dedos de las manos para sentir que la circulación sanguínea volvía a su cauce.
Caleb exhaló el aire de sus pulmones poco a poco. Iba a necesitar tiempo y paciencia.
—He venido a traerte esto —meneó los folios. Se obligó a no acercarse a ella y tocarla. Sentía un hormigueo insoportable en sus manos por esa necesidad.
Aileen se dio la vuelta y miró a Caleb que permanecía inmóvil a sólo dos metros de ella. Se levantó y se frotó las muñecas sin apartar los ojos de su mirada verde.
Caleb no pudo evitar mirarla de arriba abajo. Aileen era la manzana del jardín del Edén. La tentación, el pecado original.
Llevaba el pelo suelto, brillante y liso. Se había recogido algunos mechones con unos pasadores de brillantes que relucían entre su cabellera negra como el azabache. Otros mechones le caían estratégicamente por la cara, esperando a que alguien se los apartara y se los colocara detrás de sus bonitas orejas. Una camisa ajustada de mujer, de color rojo, abierta hasta el escote de esos dulces pechos, que ansiaba saborear de nuevo, y una minifalda tejana que tapaba lo justo para dejar volar la imaginación eran su nuevo modelito. Y cómo le gustaba a él… En los pies, unas botas camperas acabadas en punta y, además, de tacón, también de color rojo. Caleb alzó las cejas al ver ese atrevido calzado.
Aileen bajó la mirada a sus botas y luego volvió a mirarlo con una seria advertencia en la mirada tipo deja-de-mirarme-como-un-banquete.
Lo repasó de la cabeza a los pies. Calzado negro, unos tejanos anchos y largos, y un polo negro que dejaba al descubierto esos inmensos bíceps que marcaban con una perfección pasmosa los exuberantes hombros y su definido pectoral. Algo había cambiado en él. Su pelo. Llevaba una cinta negra muy fina, como la de Menw, que le echaba el pelo hacia atrás apartándoselo de su hermosa cara.
Daba igual que fuera la imagen de la masculinidad en esencia. Ella no iba a prestar ninguna atención a su aspecto. Ni a su piel bronceada ni a su estómago plano ni a sus piernas de jugador de fútbol ni a esos ojos tan extrañamente verdes que la miraban con una expresión que mezclaba culpa y remordimiento. Estaba distinto y olía a mango. Dios, a ella le encantaba el mango. Caleb dio dos pasos hacia ella estrechando las distancias y ella se sobresaltó al tenerlo tan cerca.
Empezó a respirar agitadamente. Olía el mango por todas partes y la boca se le hacía agua. Tenía hambre. Si su estómago seguía así, ella no se convertiría en lobo, sino en una inmensa y obesa vaca.
—Tienes sus ojos, Aileen —le dijo él dibujando una sonrisa de añoranza en sus labios a la vez que le ofrecía el libro—. Thor tenía la mirada lila como tú.
Aileen tuvo que aclararse la voz para poder hablar.
—Quédate dónde estás. No te acerques —comentó ella ignorando su comentario y arrebatándole las hojas de la mano—. Todavía no ha oscurecido ¿Por qué puedes salir?
Caleb ladeó la cabeza y dio otro paso hacia ella, pero se detuvo al ver que ella daba otro hacia atrás.
—Sólo nos hace daño la luz directa del sol —contestó él reprimiendo las ganas de cogerla del brazo y darle un tirón hacia él hasta tenerla aplastada contra su pecho. Le molestaba que se apartara de él—. No nos hiere la hora del día, sino el tipo de día.
—Por eso estáis en Inglaterra. El país de las lluvias. Aprovecháis las nubes para salir de día —dijo consternada pensando en voz alta.
—No es el país, sino la zona, ángel. Inglaterra tiene días soleados también, pero en Black Country, eso no implica sol directo. Sólo en raras excepciones.
Aileen estaba prestándole tanta atención como si fuera la única persona del mundo. Agitó la cabeza y se frotó el cuello en un gesto nervioso. Ya descubriría más tarde qué es Black Country. Ahora sólo deseaba irse de allí.
—Oh, cállate… No me importa —mintió. Claro que le importaba, pero no quería tener una conversación con él—. ¿Por qué estás aquí? Hay gente vigilándome y ya no puedes hacerme nada. Además, estoy sola y…
—Vine porque quería hablar contigo —contestó sincero—. A solas. No vengo a hacerte daño, ya te dije que…
—No vas a hablar conmigo ni te vas a dirigir a mí nunca más, a no ser que haya alguien de mi clan a mi lado.
—Yo soy de tu clan.
—Nunca.
—Soy vanirio como tú, como tu padre. Por nuestras venas, corre la misma sangre.
—La misma maldición dirás… —gritó. Las mejillas se le habían teñido de rojo.
—Aileen, necesito que me escuches —dijo con voz suave e incitante.
—No hagas eso —puso la mano enfrente de él para detenerle. Su voz tenía poder sobre ella—. No te voy a obedecer.
—No quiero ordenarte nada, princesa.
—¿Princesa? —repitió asombrada por el tono rabioso de su propia voz—. ¿Qué ha pasado con mi otro apodo? ¿Ya no me llamas ramera?
Caleb apretó la mandíbula y evitó dar un paso más hacia ella. Definitivamente, iba a ser muy difícil lidiar con aquella mujer. Qué guapa estaba cabreada.
—Sé que todo lo que pueda decirte es poco, Aileen. Me equivoqué.
—Sí. Te equivocaste —apretó la mandíbula.
—Fue todo un error… un gravísimo error. Y me arrepiento de ello y de todo lo que dije e hice. Te pido que me perdones —agachó la cabeza avergonzado—. Te pido perdón en nombre de los vanirios, Aileen. No tengo excusas para nada de lo que se hizo contigo, pero deseo que nos des la oportunidad de enmendarnos.
Aileen no esperaba una disculpa y menos una tan sincera como aquella. Pero no era suficiente. Se sentía herida.
—Debes estar loco si crees que hay algo que puedas enmendar —se sorprendió al ver que sus palabras herían a Caleb—. Ahórrate las disculpas, monstruo. Ni las acepto ni las necesito.
—Pero yo sí, Aileen —alzó la mirada y le rogó con los ojos que lo excusara por todo—. Me dejé guiar por la ira y la venganza. Te hice cosas horribles, fuiste objeto de un lado oscuro que nunca había mostrado, que ni siquiera yo sabía que existía en mí. Un lado que se movía guiado por una mala información, por la confusión —y también por su cuerpo y por todo lo que ella le hacía sentir—. Jamás he hecho nada parecido a nadie, a ninguna mujer y menos a una humana. Me avergüenzo de mi comportamiento.
—No es para menos… —gritó—. Y ahora, lárgate…
Aileen se dispuso a dejarlo ahí tirado. No quería oír más palabras. No podía oír su voz, porque se le grababa a fuego en su interior y se sentía débil. Y no quería volver a sentirse débil e indefensa nunca más.
Justo cuando se apresuraba para pasar por el lado de Caleb, este la detuvo cogiéndola suavemente pero con firmeza del brazo e inclinó la cabeza para decirle algo al oído:
—Escúchame bien. No voy a parar hasta que me perdones, Aileen. No soy ningún monstruo y no me detendré hasta que tú lo veas. Estoy aquí para lo que necesites. Si quieres saber algo de mí o de los vanirios, sólo tienes que hacérmelo saber y acudiré a hablar contigo de lo que desees.
—¿Por qué te importa tanto lo que yo piense de ti ahora, monstruo? —le dijo sin alzar la mirada hasta él—. Y no me pongas las manos encima.
—Porque necesito arreglar las cosas que he estropeado. Y porque aunque no lo creas, Thor era un hermano para mí y lo quería con toda mi alma. Me duele haberle fallado así, haberme equivocado tanto. Si me dejas, yo me haré cargo de ti. Él lo habría querido así.
Aileen alzó la barbilla y lo miró a los ojos con incredulidad.
—Primero: nunca más vuelvas a meterte en mi cabeza. ¿Me oyes? —si las miradas matasen, Caleb estaría muerto—. Y la respuesta es: No. No me pondría en tus manos jamás.
Caleb frunció el ceño y contraatacó.
—¿Tienes hambre, Aileen? ¿Un hambre casi animal que no desaparece aunque te pases el día comiendo? —gruñó a punto de perder la paciencia. Aileen cerró los ojos y apartó la cara para que él no la viera. Sí. Tenía hambre y por mucho que comiera, su estómago seguía vacío. Mango. Mango era lo que quería.
Caleb sonrió comprensivo.
—Claro que tienes hambre. Eres una vaniria. Vi tu cara hambrienta ayer por la noche, cuando estabas pegada a mí —se inclinó hasta rozar con sus labios el oído derecho de Aileen para hablarle en susurros. Sus dos cabezas morenas pegadas la una a la otra—. Yo también te deseaba. Yo te puedo ayudar. Puedo calmar los espasmos de tu estómago, los calambres que provoca la agonía de no saciar tu apetito. Te debilitarás si no te alimentas, pequeña.
A ella se le dilataron las pupilas. Apretó los puños e intentó zafarse del hierro candente que era su mano.
—Debes acudir a mí cuando te flaqueen las fuerzas —rozó su garganta con la nariz—. ¿Me oyes, Aileen? Sólo a mí.
Oh, señor. ¿Y qué debía de hacer cuando le flaquearan las rodillas como le sucedía en ese momento? Hablar en ese tono tendría que estar penalizado por la ley. Y oler tan bien tendría que ser uno de los diez mandamientos.
«No olerás nunca a mango».
—Vendrás a mí cuando me necesites y yo seré tu cura.
—Cállate, por favor… —dijo con la voz entrecortada y los ojos cerrados. Sí, claro, él sería su cura. Un cura era lo que necesitaba, uno que practicara exorcismos y que ahuyentara al demonio de Caleb de su vida.
—Porque tú eres para mí. Igual que yo soy para ti, Aileen.
Ella abrió los ojos como platos y salió del trance en el que estaba sumida. De eso nada. Sintió miedo al oír aquellas palabras, pero más miedo todavía al sentir que podían ser ciertas. Que ella lo podría desear.
—Suéltame —dijo entre dientes mirando la mano enorme y masculina que la sujetaba por el brazo—. No soporto que me toques.
Caleb la soltó obedeciendo su orden. Ella lo miró plenamente consciente de que él se la comía con los ojos. Lejos de desagradarle, se irguió orgullosa y le dio una cínica sonrisa berserker. Una que Caleb no querría haber visto nunca.
—Obviamente, yo no soy tuya y, desde luego, tú no eres nada mío, monstruo.
—Tú —le dijo rabioso por negar lo que para él era evidente y además muy importante— has sido mía como ninguna mujer lo había sido antes y yo he sido tuyo como ningún hombre lo ha sido en tu vida. Nos acostamos juntos. Y sí, sé que fui duro y en realidad quería castigarte, porque pensaba que eras otra persona, pero aun así… fue… increíble. Y tú lo sabes, Aileen. Sobró el cinturón y el principio tan brusco que tuvimos, pero luego… —meneó la cabeza y exhaló—. Fue… sublime —exhaló con fuerza—. Y tú, pequeña niña… —susurró alargando la mano para acariciarle el pelo—. Sé que estás asustada.
Aileen le apartó la mano de un manotazo y Caleb se tensó. Volvió a afilar la voz.
—Perdiste la virginidad conmigo.
—No. No la perdí por el camino como quien pierde una horquilla… Tú me la robaste… —exclamó furiosa—. No has sido mío ni yo he sido tuya… —se obligó a serenarse—. Para hablar de posesividad hay que tener algo más valioso que el cuerpo de otra persona. Hay que tener el corazón del otro. Obviamente, tú no tienes el mío y yo no tengo el tuyo, porque tú no posees corazón, monstruo. Y, en caso de tenerlo, yo jamás reclamaría uno tan negro y vacío como el que tienes ahí metido —miró su pecho izquierdo con desprecio—. Nadie podría quererte nunca.
Después de esas palabras, se miraron fijamente el uno al otro. Se podía ver cómo saltaban chispas entre ellos y pronto habría una gran explosión.
—Aléjate de mí —le dijo ella apartándose de él—. No quiero tener nada que ver contigo.
—¿Sabes, Aileen? No soy tan malo como crees —le dijo con la voz teñida de dolor—. A lo mejor algún día me creerás y, por el bien de ambos, espero que te des cuenta pronto, porque esto va a ser un infierno.
—Tú ya me enseñaste cómo era el infierno. Además —repuso ella riéndose de él—, ¿qué harás si no pienso como tú quieres que piense? ¿Y si no me doy cuenta de tu supuesta bondad? ¿Me atarás a tu cama otra vez? —le preguntó con repulsa—. ¿Ese es tu modo de demostrar que tienes razón? Olvídalo, monstruo.
—Te ataré sólo si tú me lo pides —contestó él provocador.
Aileen sintió que un volcán de lava ardiente entraba en erupción a la altura de su diafragma. Nunca antes se había sentido tan agraviada, tan encolerizada con alguien. Sí, él era el infierno y ella se consumía con sus llamas.
Era imposible que ese hombre estuviera realmente arrepentido por lo que le había hecho pasar. Si no, ¿por qué iba entonces a hablarle de ese modo?
—No tienes ni idea de tratar a una mujer, cerdo arrogante. Ni idea. Te disculpas y luego haces como si la disculpa no valiera nada. Te detesto.
—¿No te gustó que te atara a la cama? —preguntó él con fuego en la mirada—. A muchas parejas les gusta jugar así. ¿A ti no? Bien, lo tendré en cuenta —le encantaba provocarla. Mejor ira que indiferencia, pensó.
—Yo no soy tu pareja… Abusaste de mí…
—Te complací. Tres veces —señaló alzando tres dedos—. Tu cuerpo no quería que me alejara de ti, pero tú sí, porque me tenías miedo —encogió los hombros—. Solucionemos lo del miedo y dejémonos llevar.
—Cállate… Largo de aquí… —empujó su pecho sólido con las dos manos, pero no se movió ni un centímetro.
—Espera, espera —susurró él esperando ser esta vez más sutil. No podía hablarle así… Ella todavía no veía lo que él. Pero el vanirio posesivo salía a flote y era difícil controlarlo. Ella no sabía que estaban predestinados a estar juntos, así que se obligó a hablar con más calma—. Te lo suplico, Aileen. Escúchame.
—¿Qué quieres de mí? —gritó ella asustada. Sus ojos lila reflejaban la frustración que sentía.
—Dame una oportunidad para demostrarte que no soy un bruto insensible. Sólo una —se acercó a ella sin avisar y enseguida estuvo a menos de un dedo de distancia de su cuerpo. Sus pechos casi se tocaban—. Déjame enseñarte qué soy, quiénes somos los vanirios. Te suplico que me dejes intentarlo —su tono había perdido toda arrogancia y altivez para convertirse en un susurro lleno de reclamo.
Aileen no supo cómo Caleb se había movido con tanta rapidez hasta que se lo encontró tapándole toda vista con su enorme corpachón de gigante. Su cuerpo transmitía mucho calor. ¿Acaso los vampiros no eran fríos como el hielo? ¿Por qué él no?
—No soy un vampiro —susurró él cogiéndole un mechón de pelo con delicadeza y acariciándolo con dulzura. Esperaba un manotazo, pero no llegó.
¿Podía una caricia a través del cuero cabelludo enviar un latigazo eléctrico de deseo a todo el cuerpo?
Aileen no podía apartar los ojos de él. Ni siquiera podía recriminarle que le estuviera tocando la melena.
Sin previo aviso, que por lo visto era el modo de maniobrar de Caleb, él tomó la mano derecha de Aileen entre las suyas, se la llevó al pecho y la retuvo entre sus palmas ardientes.
Aileen tuvo que tragar saliva y cerrar los ojos ante su tacto y la gracia de su movimiento.
—¿Oyes el latido de mi corazón? —preguntó mientras observaba con la avidez de un león el admirable rostro de Aileen—. No soy un muerto viviente por mucho que quieras matarme. Mi corazón bombea sangre a todo mi cuerpo. Es porque estoy vivo.
Aileen abrió los ojos y lo observó mientras le pedía a gritos misericordia.
—No me importa —dijo ella.
—Sí que te importa. No soy un vampiro. Ni soy un demonio —susurró con dulzura.
—¿Qué eres entonces? —su voz sonó tan débil que dudó que Caleb le hubiese oído.
—Somos hijos de los dioses —con los pulgares acariciaba el dorso de la mano de ella—. Nos crearon para proteger a la humanidad.
—Me cuesta creerlo… —susurró bajando la mirada y apartando la mano del pecho de Caleb.
—Lo sé, sé que estás asustada y que me tienes miedo. Pero hay cosas de ti que no sabes, cosas de tu naturaleza —dejó que se apartara de él, pero eso hizo que se le encogiera el estómago—. Yo puedo ayudarte a comprender.
—Pero yo no quiero que estés cerca… —gritó ella sintiéndose desbordada por el cúmulo de emociones que albergaba su corazón. Los ojos le picaban por contener las lágrimas—. No estoy cómoda contigo y tú no haces nada más que perseguirme y acaparar todo mi espacio. Te metes en mi mente, te has metido en mi cuerpo y haces que me sienta extraña… que me comporte como… —como si estuviera en celo, pensó.
—Eso último no lo hago yo. Tú reaccionas a mí como yo reacciono a ti. Nuestros cuerpos se reclaman, Aileen.
—No… No y no… —exclamó limpiándose las lágrimas con el puño de la camisa—. Fuera de mi cabeza…
—Es una de las cosas que podría explicarte si compartieras tu tiempo conmigo —le dolía el corazón de verla tan contrariada y abatida—. Tienes que entenderlo —la cogió de los brazos y la obligó a mirarlo.
—Suéltame… —forcejeó pero no podía librarse de su retención.
—Tú marcarás las pautas, los tiempos, todo. ¿Quieres que vayamos despacio? Perfecto, iremos despacio. Pero no huyas de lo que eres —él nunca antes había cedido con nadie, pero los ojos de Aileen, asustados y vulnerables, lo obligaban a cederle terreno. No podría hacerlo de otro modo—. Dime ¿qué quieres que haga?
—Quiero que te vayas —temblaba entre sus manos. Y lo peor era que si él no se marchaba, ella cedería ante la tentación de tocarlo y… ¿saborearlo? Estaba tensa y asustada.
Cuando Caleb comprendió que ella le tenía miedo aflojó las manos.
Caleb la soltó y se limitó a controlar su respiración y a calmar el deseo que tenía de abalanzarse sobre ella, echarla sobre la hierba y poseerla en todos los sentidos, de todos los modos. Alzó el mentón y relajó las facciones.
—Está bien —dijo él—. Si es lo que deseas, así lo haré.
—No quiero que entres en mi mente ni que emplees tus trucos de domador —ordenó agarrando con fuerza el diario de su madre.
Caleb apretó los dientes, pero asintió. Él necesitaba el contacto con ella, y más ahora, cuando la necesidad de unirse a su cáraid le nublaba la mente y la razón. Él notaba que a Aileen le empezaba a suceder lo mismo, pero debido a la fuerza de esas emociones, ella se echaba atrás. Pobrecita, estaba tan asustada… Iba a darle un tiempo, sí. Pero si después de ese tiempo ella no entraba en razón, las cosas se harían a su modo.
Tomaría lo que era suyo.
Hasta entonces ambos sufrirían lo indecible, sobre todo Aileen, que no sabía cuán fuerte iba a ser su deseo por él. Sin embargo, él era el que corría mayor peligro. Cuando un hombre bebe de su cáraid depende de ella para siempre. Si la hembra, todavía no ha bebido de él, no peligran ni su vida ni sus poderes. Caleb peligraba ante el rechazo de Aileen. Pero, como Aileen no había bebido de él, de momento estaba a salvo de volverse loca. Hasta que lo probara.
Sintió ganas de preguntarle a Aileen, a qué olía él para dilatarle las pupilas de ese modo. Lo miraba con tanto calor en sus ojos… ¿Cuál sería su sabor favorito?
Entonces entendió que no sabía nada de ella. No la había cortejado ni la había seducido. Su relación había empezado por lo último y encima había sido traumático. ¿Se podía coser algo que se había roto?
Deseaba con todas sus fuerzas que así fuera.
—Entonces me voy —dijo él dando media vuelta.
Aileen se relajó. Por fin, una pequeña victoria.
—Nos veremos de aquí a un rato. Hay muchas cosas de las que hablar, cosas que no quería hablar contigo mientras tuviésemos este tiempo a solas —le comunicó él sin darse la vuelta—. Pero antes quiero darte algo.
Aileen apretó el diario contra su pecho, deseando que calmara las punzadas que empezaba a sentir en su corazón cuando vio que él se alejaba.
Caleb dio un silbido corto y sonoro.
Aileen frunció el ceño. ¿Qué estaba haciendo?
Impensadamente salió de entre los matorrales un cachorro de huskie siberiano. Si le pinchaban, no le salía sangre.
—Oh, Dios mío… —Aileen se arrodilló en el suelo y esperó a que su perro Brave se tirara sobre ella. El perro lo hizo y ambos juguetearon por la tierra enredándose.
Caleb se paró para ver la estampa de esa preciosa chica con su mascota. Era adorable. Y ella sonreía abiertamente. Sus dientes blancos y perfectos relumbraban. ¿Él la haría sonreír así algún día? Incómodo, se llevó la mano a la bragueta y colocó su hinchada verga de otro modo para que no le molestara tanto. Era irremediable tener esa excitación cuando estaba cerca de ella.
Se relajó e intentó ignorar las palpitaciones de su miembro y, al final, esperó a que Aileen se incorporara con su perrito en brazos.
Brave no dejaba de lamerle la cara, pero ella estaba ensimismada mirando a Caleb como una obligación.
—¿Cómo…? ¿Cuándo…? —dijo ella sin poder entender. ¿Por qué había hecho eso por ella?
—Te quité muchas cosas —contestó él dirigiéndole una mirada llena de dulzura—. Déjame devolvértelas.
¿Esperaba él que ella dijera algo? Ella no sabía qué decir.
—Como ves he leído el diario y sí, tenías razón. Quiero retractarme. Me humillaré a ciegas si es necesario. Pero no me apartaré de ti, no te dejaré en paz.
—¿Qué? —dijo ella temerosa de su respuesta—. ¿Por… por qué no?
—Porque te quiero para mí y quiero que estemos juntos.
Caleb inclinó la cabeza a modo de despedida y, de repente, desapareció.
Aileen se quedó sola en el bosque. Inmóvil, de pie y con una extraña sensación de vacío por todo el cuerpo. Abrazó con fuerza a Brave y le dio besos por todos lados.
Eso sí que había sido una gran sorpresa inesperada. Corrió hacia la casa de su abuelo con Brave alegre y feliz pisándole los talones.
No pensaría en Caleb. No lo haría. Ni tampoco recordaría que le había dicho que la quería para él. Ni hablar.