Gabriel miraba a Gúnnr mientras ésta dormía.
La chica no había abierto los ojos desde el espectáculo pirotécnico que había protagonizado desde su archicelebrada cuna. Joder no había visto nada parecido en la vida, exceptuando la película de Powder.
La valkyria dormía profundamente, boca abajo, con todo el pelo desparramado por aquella sencilla cama a ras del suelo que le habían preparado los Hopi. Tenía la espalda al aire y sus alas tatuadas, que cubrían toda su espalda, cambiaban del color rojo al dorado, como si fueran bipolares y no supieran cual era realmente su estado anímico. A él le gustaba de las dos maneras.
Gúnnr parecía inocente e inofensiva cuando dormía, y hasta entonces, cuando estaba despierta, también había dado esa impresión. Pero Gabriel había empezado a intuir que no era así. Bryn y Róta le habían dicho que nunca habían visto un nacimiento de valkyria tan espectacular como había sido el de ella. Especulaban diciendo que era adulta y que la energía recibida podía variar, pero no lo afirmaban con seguridad. Él tampoco lo afirmaría.
Gúnnr era como un diminuto frasco lleno de dinamita, y empezaba a preocuparle la incómoda influencia que tenía sobre él. Todavía le hormigueaban los labios de los besos explosivos que habían compartido bajo los relámpagos. Era recordarlo y se ponía duro al instante.
Y no podía ser. Él era el Engel y no podía dar ninguna muestra de debilidad al enemigo. Estaba decidido a que eso no tuviera poder de ningún tipo sobre él. Gúnnr no podía ser una influencia de ninguna clase, ni buena ni mala, porque él necesitaba estar dedicado a su búsqueda y que nada lo desviara. Tenían que hablar y dejar los puntos más importantes del kompromiss expuestos. Como mínimo él necesitaba dejar claro su punto de vista.
Reso y Clemo se asomaron a la choza en la que ella estaba descansando. Caminaban como si fueran auténticos cowboys.
Gabriel los miró de arriba abajo, sonrió y les preguntó:
—¿Y el caballo?
Los dos se echaron a reír.
―Consecuencias de pasar la noche con una valkyria, Engel ―aseguró Reso pasándose la mano por la cabeza rapada.
Si ellos estaban así ¿Cómo estarían las gemelas? Los einherjars eran unos animales, más que nada porque los guerreros de antaño no eran precisamente caballeros en la cama ni fuera de ella.
—¿Ya os habéis acostado con ellas? Que rapidez.
―Llevamos siglos esperándolo ―contestó Clemo mirando a Gúnnr fijamente―. ¿Cómo está?
―Está durmiendo como un lirón. Bryn y Róta me han sugerido que no la despierte. Su cuerpo necesita recuperarse, pero creen que no tardará en despertar.
—¿Tú y ella habéis consumado el kompromiss? ―Reso alzó la comisura del labio y chasqueó con la lengua―. Esta noche no has mojado, ¿eh, Engel? Algo me dice que tu espada no ha desenvainado.
—No era el momento. —Gabriel la observó con atención. No era el momento pero, si se hubieran seguido besando, él habría echado por tierra su decisión de no tomarla contra la viga. Tal había sido el poder de Gúnnr. ¿Y en qué lugar lo dejaba eso? Cuando se besaron, él pudo sentir miles de rayos que atravesaban su interior y lo abocaban al descontrol total. Al caos. Y no lo podía permitir. No lo iba a permitir. No amaba a Gúnnr, pero la valkyria tenía armas poderosas que podían distraerle con facilidad―. Espero que tratarais bien a vuestras valkyrias.
Reso y Clemo se miraron el uno al otro y estallaron en carcajadas.
—¡Eso tendrás que decírselo a ellas! ―Clemo le dio un golpe amistoso en la espalda―. Las valkyrias son una creación de Freyja y Odín, son… eléctricas. Indomables. Cuando te acuestes con ella ―señaló a Gúnnr con la barbilla―, a ver cómo te lo digo… Creerás que tienes alas.
Reso soltó otra carcajada y Gabriel lo miró sesgadamente.
―Ya lo comprobaras, tío ―el espartano se puso serio―. En fin, Ankti nos ha dicho que están preparando el llamado a las tormentas. Cree que, al atardecer, la tormenta eléctrica caerá sobre las Cuatro Esquinas. Las valkyrias podrán transportarnos a donde necesitemos ir a través de ella.
―Vamos muy retrasados. Los dioses bien podrían habernos dejado en otro lugar ―afirmó Reso.
—Los dioses nos han dejado en el lugar que a ellos les convenía —contestó Gabriel—. Y ahora nos toca a nosotros salir de aquí. El problema es que no tenemos ni idea de donde está el martillo ―acarició una hebra de pelo de Gúnnr―. Aquí no hay televisión, ni radio, ni nada que pueda informarnos sobre el desarrollo de otra tormenta eléctrica en los Estados Unidos. La línea telefónica se ha ido al traste por la tormenta. No pueden llamar a nadie que nos facilite un transporte para salir de aquí ―la situación era una gran mierda, ésa era la verdad. Los que tuvieran el martillo en su poder les llevaban días de ventaja. Debía valorar bien la opciones―. Ankti me ha dicho que a veces los visitan los turistas y vienen con autocares, pero no con este clima. ―Retiró un mechón de pelo que cubría la mejilla de Gúnnr―. Thor nos dijo que el martillo atraía las tormentas eléctricas, y que sabríamos donde se ubicaba Mjölnir porque la tormenta que crearía sería descomunal. Pero es época de tormentas, así que tampoco sabríamos con seguridad hacia cuál deberíamos dirigirnos. Es una puta locura… Como un juego de azar ―sentenció. Se levantó y se dirigió al exterior. Reso y Clemo le siguieron.
―Entonces, ¿qué hacemos? ―preguntó el tracio carpiano.
―Tendremos que aprovechar la única baza que nos dan Ankti y su tribu, la vamos a explotar. Queda poco para el atardecer.
―Las valkyrias aseguran que la tormenta está al caer, no tardará en llegar aquí ni dos horas ―anunció Clemo.
Tenían razón. Se percibían las corrientes de aire caliente y húmedo. El cielo empezaba a taparse con nubes espesas, cumulonimbos que hacían todo tipo de figuras abstractas. Sólo quedaba esperar a que Gúnnr se despertara e irse de allí viajando a través de los rayos. La despertaría, se prepararían y se irían.
―Muy bien ―decidió finalmente―. Avisad a las chicas y que estén ya listas para partir. Yo me encargo de Gúnnr.
Los dos guerreros asintieron y lo dejaron solo.
«Piensa», se dijo. Sun Tzu le había enseñado que, cuando se llevaba a cabo una contienda, los líderes debían valorar cinco fundamentos. Gabriel tenía la contienda de encontrar los objetos robados de los dioses y devolverlos a sus dueños, pero debía hacerlo lo más rápido posible, aprovechando cada situación que se le presentara para avanzar en su objetivo y evitando que nadie de su bando perdiera la vida en ello. Para lograr una victoria rotunda, que se resumía en conseguir el reto marcado, tenía que lograr y valorar esos cinco factores: política, clima, terreno, comandante y doctrina.
Los dioses habían decidido enviar solo a ocho guerreros en la búsqueda y rescate de sus tótems. Solo ocho, ¿estaban en inferioridad? Bueno, ya se vería. Repasó mentalmente cada fundamento esencial.
Política: Los dioses les habían resucitado y les daban la oportunidad de ir a la guerra en su nombre. Luchaban por ellos. Él luchaba por unos dioses escandinavos que le habían otorgado el don de la segunda oportunidad a través del honor y de la guerra. Sí, era un motivo suficientemente poderoso como para estar en armonía con ellos. No temían por sus vidas, pues ellos ya habían muerto una vez. Y las valkyrias tenían grabadas a fuego en su ADN las palabras «guerra a muerte». Sabían por lo que luchaban.
Clima: Tenían a las valkyrias con ellos, ellas podían utilizar la meteorología adversa a su antojo, no les molestaba. Y él sabía perfectamente cuál era el mejor momento para empezar el cometido que tenían entre manos. Tenía a un tracio y a un espartano a su lado. Reso, el tracio, había sido un excelente rastreador. Y Clemo, había sido en Esparta famoso por sus emboscadas. No importaba si hacia frío o calor, si llovía o hacía sol, si el clima era desfavorable. Tenía el mejor equipo con él.
Terreno: Era básico conocerlo. Básico para sobrevivir. Y era, en esos momentos, lo que menos controlaba. No saber las distancias exactas, el cómo desplazarse y si estaban o no expuestos allá donde fueran, le inquietaba. No saber dónde ir era exasperante. No obstante todos tenían reflejos suficientes como para poder actuar con rapidez y amoldarse a las nuevas situaciones.
Comandante: Él era el líder y creía poseer las cualidades que hacían que sus guerreros quisieran seguirle; sabiduría, benevolencia, disciplina, coraje y sinceridad.
Y por último, la doctrina: Saber que rango tenía cada uno en su ejército, saber de qué herramientas disponía para la guerra, las provisiones y las rutas de suministro. Eso lo tenía por la mano. La tarjeta Black les ayudaría a obtener aquello imprescindible para su tarea. Y estaba deseando empezar a fundirla en cuanto llegaran a alguna ciudad. Tenían en mente muchos artefactos de los que había oído hablar… «Fondo ilimitado», les había asegurado Freyja.
Se cruzó de brazos y miro al horizonte. Los Hopi y su reclamo les habían retrasado, pero también ahora les echaban una mano. Si había sido para bien o para mal, no se sabía.
Las valkyrias desplazarían la tormenta eléctrica hasta el aeropuerto más cercano. Una vez allí, se informarían sobre las noticias meteorológicas del continente y entonces tomarían un avión y se dirigirían al punto caliente, a la que sería la madre de todas las tormentas, y allí prepararían el plan de ataque. Pero ¿cómo iban a viajar vestidos de esa manera? Todo el mundo sabía cómo eran las aduanas americanas, y también las que no eran americanas. ¿Comprarían ropas en el aeropuerto o dirían que formaban parte de un espectáculo y que iban a hacer un bolo? Pero, si hacían eso, requisarían sus armas y ni ellos se iban a desprender de sus esclavas y puños americanos, ni las valkyrias lo harían de sus bue, «Coño, vaya problema».
Ninguno de ellos tenía poderes mentales disuasorios como los vanirios. Ellos solo sabían luchar. Bueno, así estaban las cosas. Pensaría sobre ello sobre la marcha.
Ahora necesitaba despertar a Gúnnr.
Cuando Gabriel se dio la vuelta, vio a Chosobi que salía apresuradamente de la choza. El einjerhar frunció el ceño y cerró los puños con fuerza. Ya estaba el indio de los cojones molestándola.
En tres zancadas lo alcanzó y le agarró del brazo.
―Quítame tus sucias manos de encima ―le dijo Chosobi plantándole cara.
—¿Por qué has entrado?
―Le he traído comida. Necesita comer y reponerse. Tú no has cuidado de ella y está cansada. Alguien tiene que hacerlo.
―Yo me encargo.
—¿Tú? ―lo miró de arriba abajo con desprecio―. Eres un gran guerrero, Ángel. Pero no creo que sepas atender las necesidades de un pájaro tan hermoso como el que hay ahí adentro ―señaló la choza de Gúnnr con un movimiento de sus ojos negros―. Chosobi sí sabe.
—Mira, Piolín. —Le irritaba que un hombre que no sabía nada de él ni de ella quisiera ahora ganarse el favor de su valkyria. Lo entendía porque Gúnnr podía despertar esos sentimientos con solo verla, pero Gúnnr se papearía al pajarito en un par de días y, sino lo hacía ella, lo haría él por atreverse siquiera a creer que Gúnnr podía haberse interesado en él―. Esa mujer de ahí tiene garras como los gatos. Los gatos se comen a los pájaros. Y, además, está conmigo.
Chosobi resopló como un caballo.
―No está contigo, en todo caso está a tus órdenes. Y ella no me dijo eso ayer.
—Me importa un comino lo que ella te dijera. —Sus ojos azules se tornaron negros y obligó al Hopi a retroceder―. Está conmigo, ¿entiendes?
¿De dónde coño salía toda esa posesividad? Tendría que empezar a controlarse con la valkyria o podría llegar a confundirlo, y él siempre había tenido las cosas muy claras. Siempre. Desde pequeño había decidido qué tipo de mujer quería para él y qué clase de hombre sería para ella. Su corazón y su mente ya habían escogido hacía tiempo, y había muerto con esa convicción. La convicción seguía ahí y Gúnnr no podía borrarla.
—¿Es tu mujer? ―preguntó Chosobi incrédulo.
―Es mi… Es… ―No era su mujer, pero era su Gúnnr―. Ella me pertenece. Y no me gusta que se le acerquen, ¿entendido? Chosobi, no lo hagas más o lo tomaré como una afrenta personal.
―Soy bueno con mi lanza, guerrero. Podría ganarte.
Gabriel tuvo ganas de reír, pero lejos de hacerlo, lo que sí sintió fue un profundo respeto por ese hombre que sin ser inmortal y sin estar preparado para luchar, desafiaba a alguien que le doblaba en tamaño y en músculo y que no podía morir.
El indio inclinó la cabeza a un lado y lo observó con detenimiento.
―Está bien. Dejaré al colibrí. Chosobi no se interpone entre parejas, pero tienes que prometerme que vas a cuidar de ella ―le ofreció el brazo y esperó.
―Sí. Te lo prometo ―Gabriel sonrió y le aceptó el antebrazo.
―La palabra de un Hopi es para siempre.
―El juramento de un einherjar es eterno.
―De acuerdo ―afirmó. Chosobi parecía orgulloso de su conversación, como si lo único que quisiera fuera arrancarle un juramento a Gabriel. Se dio la vuelta y se alejó por el camino de tierra que daba a la plazoleta central del pueblo rocoso.
Gabriel entró en la choza, y se encontró con una Gúnnr sonriente, masticando pan piki y melón como si nunca antes hubiera comido. Tenía una manta echada por los hombros, y nada debajo. Acompañaban la bucólica estampa sus mejillas sonrosadas y el pelo deliciosamente desordenado, como si se hubiera dado un revolcón. Estaba hambrienta y él sabía que había oído la conversación con el indio, por eso tenía los húmedos labios arqueados hacia arriba. Sonriendo y feliz por sus palabras.
Dios, no quería confundirla. Pero Chosobi tenía razón tenía que cuidar de ella más y mejor.
—¿Cómo te encuentras, florecilla? ―se sentó a su lado.
La valkyria dejó el melón sobre la cerámica y mordió el piki.
―Me encuentro bien, gracias. Esto está delicioso ―le miró con los ojos brillantes llenos de recuerdos de besos húmedos.
Si creía que un sencillo melón con pan de maíz estaba delicioso, ¿qué haría al probar los demás manjares que servían en la Tierra? Sonrió al imaginárselo. Podía sentir la mirada azabache de Gúnnr observándole de soslayo. Parecía tímida o más bien avergonzada. Las dos cosas a la vez.
―Siento lo que pasó ―dijo ella limpiándose la mano en la áspera manta.
—¿El qué? ―¿Qué se besaran?
—Mi bautismo se… —movió la mano nerviosamente—… Se descontroló. No quería asustarte. No sé muy bien lo que me sucedió. Pero me alegra que estuvieras ahí conmigo. Me… Me ayudaste mucho. Gracias. —Sonrió con dulzura y le tomó la mano. «Dioses que ganas tengo de darte un beso como el de anoche», pensó—. ¿Qué han dicho Bryn y Róta sobre ello?
—¿Están las dos muy impresionadas? Y… Y yo también ―reconoció, retirando la mano con delicadeza―. Me diste un buen susto.
Gúnnr le miró a los ojos y él le sostuvo la mirada.
—Lo siento. —No le agradó la reacción de Gabriel.
Gabriel se encogió de hombros y agarró un cacho de melón pulcramente cortado. Se lo llevó a la boca y lo saboreó. «Lo de ayer no significó nada. No seas tonto», se repetía mentalmente.
―Come lo que puedas, Gunny. En cuanto te repongas nos iremos.
La valkyria echó un vistazo a su alrededor.
—Está bien. —Estaba un poco aturdida por la apatía del Engel―. ¿Dónde está mi ropa?
―Espera. ―La detuvo antes de que se levantara. Esa manta era muy corta. No necesitaba ver más piel ni más cuerpo de Gúnnr. Ella estaba mucho mejor tapadita. Le pasó su ropa y sus botas.
Gúnnr seguía con mirada analítica los movimientos de Gabriel.
Gabriel estiró los brazos y le ofreció la ropa. Ella lo tomó sin decir palabra. Cuando iba a retirar la manta para ponerse los pantalones, Gabriel se dio la vuelta.
Gúnnr se quedó cortada porque no esperaba esa falta de interés por su parte, y más aún, después de lo que habían hecho la noche anterior. Se sentía rara, no solo por la descarga brutal de su bautismo, sino, por como la trataba él en ese momento.
—¿Tienes idea de porque te pasó eso? Tus hermanas me han dicho que no era normal. ―Podía oír perfectamente el sonido de la ropa rozando la piel suave y tersa de Gúnnr. Tragó saliva―. Creía que ibas a salir volando hasta la estratósfera.
―No lo sé. No sé qué me pasó, y la verdad es que me encuentro un poco aturdida todavía ―contestó colocándose el corsé y las hombreras―. Pero también me siento fuerte y percibo la energía eléctrica en mi interior. Me encuentro… bien. ―Intentó abrocharse ella misma el corsé, pero no pudo. Necesitaba que alguien se lo ajustara. No iba con hilos, pero si con hebillas metálicas en la espalda que debían cerrarse. Cuando las valkyrias se vestían para los entrenamientos, se ayudaban las unas a las otras para cerrárselos, pero Bryn y Róta no estaban ahí―. ¿Gabriel?
—¿Sí?
―Abróchame el corsé, por favor.
Gabriel se dio la vuelta.
Gúnnr era una visión salida de los libros de fantasía. Tenía los labios rojos de habérselos mordido, seguramente, mientras se ponía las botas. Lo de morderse los labios lo hacía mucho. Se había pasado los dedos por el pelo y ahora lucía sensual y salvaje. El flequillo cubría sus ojos lo justo y alzaba la nariz, como si lo estuviera desafiando. El corsé bailaba ligeramente suelto y ocultaba su cremoso pecho.
Ay, Dios. Gúnnr lo iba a poner en serios problemas. Un sudor frío cubrió su piel.
Caminó hacia ella y colocó sus manos sobre los hombros.
Gúnnr cerró los ojos y sonrió. «Menos mal. Estaba deseando que me besara. Pensaba que otra vez se había cerrado en banda», pensó ella.
Gabriel le dio a vuelta hasta colocarla de espaldas y no vio como se le enrojecían los ojos de tristeza y decepción.
Él empezó a proceder con las hebillas en un silencio cortante.
—¿Qué te sucede? ―preguntó apenada.
―Nada. ―Cerró una hebilla. Clic―. Tenemos prisa Gúnnr. Cámbiate, come, y sal a reunirte con nosotros. ―Cerró otra hebilla. Otro clic. Le temblaban las manos. ¿Qué le pasaba?
―Suenas muy autoritario.
―Es una orden. Soy tu líder ―cerró las últimas dos hebillas. Clic. Clic.
Gúnnr dio un respingo y lo miró por encima del hombro. No olvidaba que él era el líder. La mirada azul de Gabriel estaba concentrada en su tarea, la cual podía haber sido una excusa para tocarla o abrazarla, pero él mismo lo había convertido en algo metódico e impersonal. Se apartó de ella física y emocionalmente y eso desesperó a Gúnnr.
—¿Va todo bien? ―Se giró preocupada.
―No me pasa nada, ya te lo he dicho. Tenemos mucho que hacer y no podemos perder el tiempo.
Gúnnr inspiró por la nariz y asintió dolida por esa respuesta.
Gabriel se dio la vuelta para irse pero, antes de cerrar la puerta Gúnnr se armó de valentía. No iba a huir ni a recluirse. Entonces dijo:
—¿Esas tenemos? ―preguntó frustrada caminando hacia él―. Después de lo de anoche, ¿ahora me sales con eso? Yo pensaba que lo que hicimos ayer…
Gabriel apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza.
―Anoche no pasó nada, Gúnnr.
—¿No pasó nada? ―¿No le daba importancia?
―Nada serio. Fue un mísero beso. Te besé y no pasó de ahí por eso no te convertiste en un poste de electricidad. Tú y yo tenemos un kompromiss no una relación. Tienes que recordarlo o al final saldrás herida de todo esto.
―No fue solo un beso ―le reprochó ella, ofendida.
―Sí lo fue.
Él empezaba a agobiarse. Empezaba a sentirse mal. No quería relaciones enfermizas. No quería relaciones dependientes. Evocaban a la destrucción, y él no quería eso.
Ni siquiera la inmortalidad le habían borrado los dolorosos recuerdos.
Gúnnr achicó los ojos. Estaba rechazando hablar con ella. Estaba rebajando lo que habían compartido y esta vez lo hacía más fríamente que en otras ocasiones, y a ella le dolía mucho más porque para ella no había sido un «mísero beso». No había nada miserable en besar a Gabriel.
—¿Hice algo mal? ¿Algo que no te gustó? ¿Es porque te aparté? Sentía el rayo enorme que iba a caer sobre mí y no quería…
―No ―contestó irritado―. No hiciste nada mal. Tranquilízate ―intentó transmitirle calma, pero él mismo estaba muy tenso a su lado.
―Está bien, Engel.
Gabriel afirmó con la cabeza y cuando iba finalmente a cruzar el arco de la puerta, ella añadió:
―Solo para asegurarme, ¿sigue en pie tu propuesta? ―preguntó Gúnnr ajustándose los guantes para disimular el temblor de sus manos.
El einherjar se quedó muy quieto.
―Sí. ―Gabriel se giró para mirarla a los ojos―. Sigue en pie. Quiero lo mismo que anoche. Pero solo si entiendes lo que realmente significa. Ya te lo dije, no quiero hacerte daño ni que te equivoques con respecto a lo nuestro.
—¿Solo quieres sexo y amistad?
―Exacto.
—Bien. —Se ajustó la cintura del pantalón―. No quiero volver a equivocarme. ―Porque no quería volver a quedar en ridículo o a crearse falsas expectativas como las de hacía un momento―. Explícame cómo funciona nuestro trato, por favor.
―Somos amigos ―contestó llanamente―. Nos acostamos cuando nos apetece. Sin compromisos. Durante el día quiero mi espacio. Lucharemos juntos y compartiremos nuestra sanación el uno con el otro. Por la noche, podemos disfrutar físicamente el uno del otro, pero nada más. Esta relación no implica celos, ni posesión, ni nada que tenga que ver con un sentimiento de exclusividad. Somos completa y absolutamente independientes.
―No hay exclusividad ―la voz le tembló.
―No.
―Entonces solo cubrimos necesidades básicas, ¿no?
Esta vez, el tono de Gúnnr llamó la atención de Gabriel y un brillo acerado se reflejó en sus acerados ojos, pero el rostro de la joven no expresaba nada.
―Eso es. Si entiendes estos términos y los aceptas, podremos llevar el acuerdo a buen puerto y nadie saldrá herido. Es el mejor compromiso que podemos tener tú y yo.
«¿Nadie saldrá herido? Y una mierda», pensó ella. Ella podía salir escaldada.
―Entonces seré la primera en llamarte la atención, Engel. Tú, no eliges quien es mejor para mí, no está en nuestro contrato. Nunca te atrevas a hablarle a alguien más del modo en que le has hablado a Chosobi. No tienes ese derecho, amigo. ―Se acabó de abrochar las hebillas de las botas―. Ya estoy lista, angelito ―se obligó a sonreír maliciosamente y a ponerse una máscara de indiferencia.
Le gustaba el Gabriel dulce y considerado y quería disfrutar de él. Le gustaba como la trataba. Y para que él fuese así con ella, ella debía acatar sus normas y fingir que sentía el mismo vínculo impersonal entre ellos. Solo así él podría relajarse con ella y volver a tratarla con el cariño y calor con que lo había hecho en Valhall. El problema era que iba a mentir como una bellaca. Por estar con él lo haría. De acuerdo. Lo haría, por el momento. En el amor no había orgullo, ¿no? No obstante ésa sería su manera de luchar por el guerrero. Solo estando cerca de él, Gabriel podría darse cuenta de que podía hacerle feliz. Hasta que su corazón decidiera que ya era suficiente, ella lucharía por él. Su bautismo le había dado la confianza como para creer que, siendo una valkyria normal, él podría llegar a interesarse por ella. Ahora no fallaba nada en ella, no había nada por lo que ser repudiada.
Cruzó el arco de la puerta y paso por delante de él.
La tensión de Gabriel desapareció y en su lugar hizo presencia una extraña inquietud. La obvió y siguió sus pasos ligeros y seguros de la valkyria.