—Por un momento pensé que ibas a decir que no.
Gabriel miró por encima de su hombro y se encontró con Gúnnr, apoyada en la entrada de la piedra de una de las chozas.
Necesitaba estar solo unos instantes para saber cómo debían actuar. No sabía contra quien se enfrentaban y no conocía la vulnerabilidad del enemigo. En el Valhall se habían entrenado luchando contra elfos de la luz y contra einherjars; algunas veces también contra valkyrias, pero esta vez era distinto. Iba a ser su primer combate real. Y si el enemigo conocía sus debilidades, las utilizaría en su contra. Así que necesitaba pensar unos momentos sobre cuál iba a ser la mejor estrategia.
Chosobi decía que aquéllos que les acechaban, desde que había aparecido el remolino en el cielo, podían volar y tenían caras y expresiones demoniacas. Otros se arrastraban por el suelo a grandes velocidades, y otros cuantos tenían inmensas garras y enormes lenguas, tan largas como las de los lagartos. Él conocía a los vampiros; podían volar y tenían colmillos, y además se alimentaban de sangre humana.
—Sólo salen en la oscuridad —había dicho Ankti.
Los vampiros eran vulnerables a la luz del sol, una razón más para creer que parte de los seres que les habían atacado eran nosferatum, como los llamaban los clanes de vanirios y berserkers de la Black Country. Contra ellos sí que sabía luchar. Los que tenían inmensas garras podía tratarse de lobeznos. Contra ellos también sabía luchar, aunque… joder, siempre que pensaba en garras se acordaba del momento en que las de Margött le destrozaron el cuello y le segaron la vida.
Pero no podía pensar en eso. Ahora era un guerrero einherjar y tenía la posibilidad de luchar de igual a igual con aquéllos que quisieran arrebatarle la inmortalidad.
—Iba a decir que no —dijo Gabriel mirándola de arriba abajo. Gúnnr vestía de negro y plata. Con hombreras y cadenas metálicas, y unos guantes negros con protecciones en las articulaciones hechas de un metal que no existía en la tierra, sus bue negras y rojas parecían anchas muñequeras metálicas. Llevaba una especie de body negro muy ajustado que realzaba sus pechos, y luego estaban esos pantalones que se asemejaban a la goma y que se arropaban como una segunda piel a su cuerpo. Y las botas, eran botas como las de él, pero llegaban casi hasta las rodillas y tenían una serie de hebillas que empezaban en el empeine y acababan al inicio de la rótula. Con el pelo largo y liso, el flequillito de una niña buena y aquellos ojos inocentes, los hombres de la ciudad la verían y la confundirían con una especie de Ángel del infierno, peligrosa, engañosamente dócil y pecaminosamente sexy.
Gúnnr de incomodó ante su mirada y se retiró de la puerta. Entró con su elegante andar en aquella espartana choza Hopi.
—Le he preguntado a Chosobi cómo piensan ayudarnos a irnos de aquí cuando esta noche aplastemos a los cochina.
Al guerrero le temblaron los hombros de la risa.
—Kachinas.
La valkyria se encogió de hombros como si no le importara un comino equivocarse.
—Chosobi me ha dicho que nos ayudarán a convocar una nueva tormenta eléctrica. Los indios Hopi pueden hacerlo, ¿sabes? Es su manera de convocar a los dioses. Hacen un ritual de danza con los rayos y los relámpagos —le dijo mientras repasaba con un dedo índice y pulgar, la cómoda de madera. Luego se frotó el dedo índice y pulgar, como si hubiese descubierto desagradables rastros de polvo—. Después de esta noche, y si todo sale bien, convocarán al dios del trueno.
Gúnnr, que se estaba mirando los dedos de la mano, levantó la mirada azabache y la clavó en él.
Tenían que hablar. Él sabía lo que ella sentía por él y la verdad era que ella quería hacer un trato. Uno que no hiriera a nadie y que permitiera todo tipo de libertades. Sabía que Gabriel quería a Daanna, y no era algo que el einherjar pudiese olvidar ni negociar con nadie. Se lo había dejado muy claro. La muerte no había hecho que él dejara de amar a la vaniria, y era algo que Gúnnr le escocía como una rozadura incomoda en la boca del estomago.
—¿Por qué? —sus ojos brillaban desafiantes a través de las hebras chocolate de su flequillo.
—¿Por qué, qué? —Gabriel no entendía.
—¿Por qué le gusto? ¿Cómo lo sabes?
—Gúnnr —hizo negaciones con la cabeza—, no puede ser que no te des cuenta de cuándo le gustas a un hombre. Vas a estar en la tierra y ellos te miraran y… —se cayó al darse cuenta de que hablar sobre ello le incomodaba.
—¿Sabes qué, Engel? Yo creí que sabía como interpretar las señales de cuando gustaba a un hombre —dijo ella con su voz impregnada de sarcasmo, haciendo referencia a lo que pasó hacía dos semanas en el Asgard— pero, al parecer, estaba equivocada. Así qué, ¿cómo sé que Chosobi no está pensando en otra cuando me mira?
Él levantó la barbilla y echó los hombros hacia atrás, con una sonrisa indolente en sus apuestos labios.
—Sarcasmo. Eso es nuevo —repitió las palabras que le había dicho Gúnnr en el Valhall.
Se miraron durante un largo instante. Estudiándose el uno al otro. No había duda de que tenían un gran problema. Ambos tenían un kompromiss y daba paso a ello. Sin embargo, el einherjar, que se había encomendado a ella libremente y por propia voluntad, estaba enamorado de otra mujer. ¿Cómo lo solucionaban?
—Quiero arreglar las cosas contigo antes de salir al campo de batalla esta noche —dijo Gabriel—. Eres mi valkyria, pero además eres mi amiga y te aprecio. Odio haberte hecho daño, Gúnnr. No llevé bien la situación. Fui un bruto —se levantó y se acerco a ella—. No estoy orgulloso. ¿Me perdonas?
Gúnnr no dio un paso atrás. Gabriel era noble como pocos y era un rasgo de su personalidad que ella adoraba. Le observó e inclinó la cabeza a un lado mientras lo analizaba. Le perdonaba porque había sido honesto, aunque eso no hacía que le doliera menos. La honestidad daba asco, pero cortaba las ilusiones de cuajo y hacía que tocara de pie en la dura realidad. Ella no sabía lo que era el amor, pero sí que conocía el deseo. Y desde el día en que lo vio, lo había deseado. Con el tiempo, el deseo se había convertido en algo más cálido con la llegada de la amistad y la confianza.
Se había enfurecido al descubrir que Gabriel, además de no ir a ella, estaba usando el hjelp de los enanos con otras valkyrias sólo porque no quería verla, porque no quería que ella lo tocara. Sus ojos enrojecieron ante el recuerdo.
—Gunny, tus ojos están… —murmuró levantándole la barbilla con los dedos.
—Están bien —apartó la cara y se obligó a relajarse. No quería discutir con él. Lo pasaba mal cuando se enfadaba, y no entendía ni su cuerpo ni las emociones que hervían en su interior. Temía lo que pasaría si llegase a estallar. Así que, pensando razonablemente, decidió que necesitaba una tregua inmediatamente.
Eran amigos. Gabriel y ella iban a pasar mucho tiempo juntos si sobrevivían a todas sus batallas.
—Te perdono —susurró con convicción. Pero iba a dejarle las cosas claras.
Él exhalo el aire que había retenido en sus pulmones. Quería volver a tener a Gúnnr cerca, tal y como siempre la había tenido. Le acarició la barbilla con los nudillos.
—Freyja nos ha levantado su particular castigo de castidad —añadió ella calibrando su reacción.
—¿Eh? —murmuró ensimismado, abducido por la cara aniñada de la joven.
—Que Freyja nos ha dicho que morir es un desastre, pero morir vírgenes es la peor de las desgracias. Nos permite que nos acostumbremos con nuestros guerreros o con quienes nosotras queramos. Es nuestro regalo por descender al Midgard antes de tiempo. Y un pequeño premio por arriesgar nuestras vidas aquí —miró a su alrededor.
La mano cayó como peso muerto entre ellos y su mente trabajó rápidamente con conceptos de asociación.
«Gúnnr. Virgen. Sexo. Ya no virgen. ¿Con otro hombre? Putada».
Sus ojos se volvieron completamente negros y su cuerpo se puso en tensión.
Cuando los einherjars se cabrean, sus ojos se volvían del color del ónix. Oscuros y brillantes.
La valkyria se mordió el interior de la mejilla para no echarse a reír. La situación era muy cómica la verdad, le encantaba cuando Gabriel sacaba el genio.
—Repítelo.
—Que Freyja nos ha dicho que…
—No, eso no. Lo otro.
—Morir virgen es la peor de las desgracia.
—No, joder —gruñó exasperado—. Lo siguiente.
—Ah —sonrió y se echó la melena lisa hacia atrás. «Vaya, vaya…»—. Permite que nos acostemos con nuestros guerreros o con quienes nosotras deseemos.
—Tú no vas a hacer nada de eso —se enfrentó a ella, alzándose con poderío y mirándola desde las alturas.
—Ya sé que no te vas a acostar conmigo —dijo a la defensiva.
—Ni yo ni nadie.
La valkyria no se amilanó y se puso de puntillas, frunciendo el ceño y dibujando una uve con sus arqueadas cejas negras.
—¿Ah, no? —le preguntó con un resplandor placentero en los enormes ojos.
—No, guapita. Ni hablar —tajó el asunto de manera fulminante. Freyja estaba como una puta cabra—. Estás bajo mi protección. No voy a dejar que nadie te ponga una mano encima de ninguna de las maneras.
—Gabriel, estas equivocado —replicó ella—. No te estoy pidiendo permiso, ¿sabes? Simple y llanamente te informo de la situación. Que tú no me quieras tocar, no quiere decir que otros no estén dispuestos, einherjar. Y es un regalo de Freyja. Quiero disfrutar de ello. No sé qué problema hay. Me dejaste claro que no te gustaba que…
—¿Quieres tirarte al primer hombre que se te cruce por delante, florecilla? Hazlo. No tienes que darme explicaciones. No me importa —hizo una mueca despectiva con la boca.
—Lo sé —por supuesto que lo sabía. ¿Por qué iba a importarle si no sentía nada hacia ella? Pero saber las cosas no suavizaba nada el doloroso corte.
—¿Y por qué jodida razón me lo cuentas, entonces?
Gabriel hablaba de un modo muy despreciativo cuando se enfadaba. Era tosco. Y también era… arrollador. Con los ojos completamente negros y las hombreras de titanio negras, el pelo rubio todavía húmedo de la lluvia y tanto músculo definido por todos lados, Gabriel era muy… hombre. Masculino.
—Te lo cuento porque hay un kompromiss entre nosotros, y creo justo infórmate de lo que voy a hacer —se lamió los labios— sé que a ti el kompromiss no te importa, pero no me gustó que no vinieras a mí después de nuestra discusión y que, además, fueras a mis otras hermanas para que te sanaran. A mí no me gusta tratar a los demás como no me gustaría que me tratasen a mí, así que he decidido decírtelo. Quería que lo supieras. Si tus guerreros hablan de nosotros o te señalan, al menos sabrás como defenderte. Yo seguiré sanándote, a no ser —añadió cínica y poniendo los ojos en blanco— que quieras, por supuesto, que otras valkyrias te curen. Aunque, claro, aquí no estás en el Valhall y no se trafica con el hjelp de los enanos, por tanto, aunque te moleste tendrás que acudir a mí. Siento que tengas que hacerlo, de verdad —reconoció bajando la mirada. El flequillo le tapaba los ojos por completo y sus orejas puntiagudas aparecían entre el largo pelo lacio— sé que te repugna que te toque y…
—¡Déjalo ya, Gúnnr! —Rugió Gabriel con la mirada oscura clavada únicamente en ella.
Gúnnr levantó la cabeza y, esta vez, si que permitió que el guerrero viera sus ojos. Rubíes enormes que iluminaban su cara. Rojos de rabia. Apretó los puños a los lados de las caderas y sintió la primera ráfaga de energía real, de furia, recorrer sus terminaciones nerviosas y sus extremidades. «Por Freyja, ¿qué me está pasando? ¿Gabriel me ha gritado? ¿Se ha atrevido a gritarme?». Nunca, nunca se gritaba a una valkyria. No había nada más ofensivo que levantarle la voz a una valkyria.
El Engel caminó hacia ella obligándola a retroceder. Estaba tan tenso como lo estaba Gúnnr. Parecía que quería zarandearla.
—¡Ya tengo suficiente con saber que mis hombres de confianza van a estar retozando con sus mujeres como locos, como para tener que encargarme de ti también, Gúnnr! —No vio como la joven apretaba la mandíbula y se esforzaba por no estallar delante de él—. ¡Que te quede claro esto: Tú-no-te-vas-a-liar-con-nadie! ¡¿Entendido?! —estaba a un centímetro de su cara. Sus narices casi se rozaban.
Gúnnr sintió un chispazo en las orejas, como sus manos se cargaban de electricidad. ¿Electricidad…? Abrió y cerró los dedos hasta comprobar que pequeñas hebras llenas de energía azul bailaban entre sus dedos.
—Tú no mandas sobre mí, Engel —siseó entre dientes, disfrutando de esa discusión y de la consecuente recepción de imperiosa energía eléctrica—. Haré lo que me dé la gana, con o sin tu permiso.
Lo mejor de Gúnnr era que, aunque la sacaras de sus casillas y la provocaras, siempre actuaba de una manera civilizada. Nunca perdía las formas.
Gabriel iba a rebatir, pero la respuesta de Gúnnr le había dejado sin argumentos. Gúnnr no era propiedad suya. ¿Cómo se había atrevido siquiera a insinuarlo? Hacía un instante se estaba riendo del comportamiento de Reso y Clemo con sus valkyrias, y ahora, estaba haciendo el papel de un amo dominante con Gunny. Coño, vaya cagada.
Se pasó la mano por la boca. Sentía que lo habían puesto en su lugar.
Era justo dejar que Gúnnr encontrara lo que estaba buscando ya que él no podía dárselo. Y encima le había hecho un feo y muy gordo desaire en el Valhall. La había dejado con el culo al aire, como una diana preparada para que las flechas de alguna de sus hermanas pudieran pincharle. La verdad era que no le agradaba pensar en ella con ningún otro hombre, porque los hombres no serían delicados con ella y… Gúnnr se merecía que la trataran bien. Y además no quería que nadie le pusiera las manos encima porque… bueno, pues porque no, y punto. ¿Cuándo se había vuelto tan arrogante?
—Hagamos un trato, Gúnnr. Si es lo es lo que quieres yo estoy dispuesto a…
Justo en el instante que Gabriel iba a proponerle algo a Gúnnr, Bryn se asomo a la puerta de la choza.
—Engel, ven a ver esto.
La noche cayó con rapidez. Y con la oscuridad, aquéllos que los Hopi temían salieron de sus escondites.
Lo que había a los pies del pequeño altiplano de piedra en el que se hallaba el poblado Hopi era un autentico ejercito de la oscuridad. Por supuesto que había vampiros: eran los que volaban en círculos sobre sus cabezas y chocaban una y otra vez contra la cúpula invisible de protección. Algunos ya ni siquiera tenían pelo. Eran vampiros viejos y parecía que no bebían sangre desde hacía tiempo. Tenían los ojos blancos y los colmillos muy amarillentos, además de boqueras asquerosas en las comisuras de los labios, lobeznos hambrientos estaban escalando la pequeña cima para usurpar la cúpula desde abajo. Clavaban sus garras en la piedra y subían como si fueran ascensores humanos. Sus ojos rojos y amarillentos centellaban llenos de malicia, y su cara deformada por la mutación era terrorífica. Pero luego, había otros seres que él todavía no había visto.
Reso y Clemo, que habían oído hablar a Thor sobre sus logros en el Jotunheim, le habían explicado las características de esos nuevos adefesios.
—Nosotros nunca hemos luchado contra ellos —había asegurado Reso— pero lo poco que sabemos de esos devoradores es esto: los que tienen cara de serpiente y tienen aspecto viscoso y blanco se les llama purs, y aquéllos que gritan y aúllan como histéricos y parecen gorilas gigantes son trolls.
—Los etones manipulan la mente y absorben la energía vital de la persona —había añadido Clemo mirándolos con recelo— su mordedura es venenosa. Los purs, tienen la piel llena de babas toxicas y corrosivas. Una vez se enrollan en tu cuerpo como si fueran anacondas, te chupan la energía vital como si fueras el pezón de una mujer. Pueden moverse bajo el agua. Y por último, están los trolls. Tienen una fuerza descomunal y su mordedura es paralizante. Una vez te tienen inmóvil te empiezan a arrancar las extremidades.
—Hay cuarenta y cinco devoradores ahí abajo, y unos diez vampiros y lobeznos. Son muchos —Gabriel los había contado uno a uno.
Según Ankti, los devoradores, grupo en el que el anciano incluía a vampiros, lobeznos y otros monstruos de Loki, podían permanecer largas temporadas en cuevas, hibernando, esperando a que llegara su momento. Entonces, cuando ese momento llegaba, salían todos a cazar en manadas. Después de la tormenta eléctrica, todos habían salido, seguramente por orden expresa de Loki. El caos tenía que hacer presencia en la Tierra, y con el martillo de Thor, la espada de la victoria de Frey y la lanza de Odín en manos de sus líderes, el fin estaba más cerca que nunca.
—Thor los vencía con su martillo, pero aquí no hay martillo que valga —Gabriel había activado sus esclavas y tenía las dos espadas empuñadas una en cada mano, observando a sus enemigos con ojos inteligentes—. Éste es el plan; tenemos a cuatro valkyrias que pueden echar rayos por las manos.
—Cinco —murmuró Clemo mirando a Gúnnr con sus ojos negros. La joven estaba mirando a Gabriel como si la hubiera herido—. Supongo que tu valkyria también cuenta, ¿no?
—¿Mi valkyria? —Gabriel no quería pensar en ella. Estaba muy enfadado por la discusión que habían tenido en el hogar Hopi hacía unos instantes. Hizo un movimiento desdeñoso con los labios y negó con la cabeza—. Mi valkyria me da más problemas que otra cosa. Además, no puede protegerme.
Bryn y Róta emitieron un sonido ahogado de sorpresa e, inmediatamente, miraron a Gúnnr. Su joven hermana había girado la cabeza para que nadie viera lo mucho que le había dolido ese comentario.
—Gúnnr tiene mejor puntería que vosotros tres juntos —aseguró Bryn. La Generala se puso al lado de Gúnnr y le susurró al oído—: Ni caso, Gúnnr.
Róta, en cambio, no fue tan disciplinada como lo había sido Bryn, ni tampoco tan educada. La valkyria de pelo rojo se plantó frente a Gabriel y lo miró con desdén.
—Yo siempre creí que los einherjars se protegían solitos. En todo caso, había entendido que eran ellos quienes debían cuidar de nosotras. Si nadie te lo dice, te lo diré yo —le colocó una mano en el hombro y lo miró como si no tuviera remedio—: Sabrás mucho de estrategias, pero eres un desastre con las mujeres.
—Róta, ven aquí —rogó Gúnnr sin mirar hacia ellos.
Los trolls empezaron a chillar con fuerza y a saltar y vitorear sobre el desierto. Corrían dirigiéndose a la cúpula de la protección.
Los Hopi estaban todos reunidos alrededor de una hoguera, cantando y mentalizando un cántico antiguo y ancestral, uno que protegía y reforzaba la cúpula mágica que cubría sus hogares y la esencia de lo que ellos eran. Se oían los tambores y el retumbar de los pies en el suelo, todos al mismo ritmo. Llevaban máscaras que emulaban a los Kachinas buenos, y que según ellos, les daban fuerza y energía para contrarrestar la maldad de los devoradores. Cantarían hasta el amanecer para luchar al lado del Engel y sus guerreros, pero lo harían a su manera.
Gúnnr agito su bue y tomó el arco negro y rojo. Movió la otra bue y una flecha rojiza hecha de energía y trueno se materializó en su mano. La colocó en la cuerda del arco, pero cuando la iba a tensar, Chosobi le puso la mano en el hombro y la detuvo.
La valkyria se giró y miró al indio con los ojos encendidos como dos faros rojos. Su cuerpo temblaba furioso y la ira recorría su sangre como el veneno. El indio llevaba una lanza en la mano y tenía la careta sobre el cráneo, como si fuera una diadema. La miró a los ojos y sonrió dulcemente, para luego, con infinita dulzura, ofrecerle su lanza:
—Mi abuelo dice que las armas son para aquéllos que defienden lo suyo con el cuerpo. Nosotros no sabemos luchar, solo oramos. Pero me gustaría luchar contigo, Gúnnr. Aunque sólo fuera mediante esta lanza. Tú eres una guerrera alada —miró al cielo—. Una mujer de los cielos.
La valkyria apenas oía la voz de Chosobi. Algo en su interior más poderoso que los rayos, estaba hirviendo como la lava. Algo que le dolía.
—Gra-gracias —dijo Gúnnr aceptando la lanza.
Chosobi asintió y miró a Gabriel de reojo. El Engel lo miró a su vez, medio amenazándolo, y el indio no le hizo ni caso. Se inclinó y le dio un beso en la mejilla a Gúnnr. La valkyria se quedo de piedra. Era el primer beso que recibía de un hombre. El primero.
El Hopi se dirigió al círculo de la hoguera y se puso a orar y a bailar con todo el poblado.
Gúnnr parpadeó y se llevó la mano a la mejilla que había recibido el beso.
—Lo único que veo mal en Chosobi —murmuró Róta en su oído— es que no es inmortal. Eso, y la ropa que lleva, claro —puntualizó.
Ese comentario provocó la sonrisa de Gúnnr pero no apagó el fulgor rojizo en su camino. ¿Por qué Gabriel era tan duro con ella? ¿Por qué insistía en ponerla en evidencia? Ella sólo había querido ser su amiga especial. Si eso estaba mal, entonces no lo haría más, no sería su amiga.
Si incomodaba al Engel, entonces sólo se verían en caso de que hubiera heridas de por medio e hiciera falta curación.
Lo echaría de menos. Muchísimo. Porque ella sí que le quería como fuera. Como amigo o como amigo especial. Pero si eso hacía daño al Engel, ella se alejaría y punto. Lucharían y se utilizarían para todo lo demás que no fuera ni intimar ni hablar.
La escena de Chosobi besando a Gúnnr no había gustado nada a Gab. De hecho, tenía ganas de cortar cabezas, y si era la de indio, mucho mejor. Con un gruñido y dejando atrás el trago amargo de la «escena del beso», se dirigió a su escuadrón.
—Las valkyrias utilizaréis vuestros rayos para detener a los devoradores. Bryn, organizaos —ordenó Gabriel— quiero a una arquera aquí. Tú eres la mejor —le dijo— así que tú te quedas en esta posición. Los vampiros son vulnerables si les dais en el corazón y en la cabeza —se señaló ambas partes—. Las flechas están hechas de truenos, ¿cierto?
—Sí —contestó la Generala.
—Te necesito para retrasar a los vampiros que tenemos sobre nuestras cabezas. Cuando caigan nosotros les cortaremos la cabeza y les arrancaremos el corazón. Los lobeznos mueren de igual modo: Cortadles la cabeza o arrancadles el corazón. Están cercando el altiplano y aparecerán por todos lados. Los devoradores eran vencidos por el martillo de Thor, por tanto, son vulnerables a los rayos. Achicharradlos. Reso y Clemo iréis a por los lobeznos y a por los devoradores que se dirijan al poblado. Róta —se dirigió a la valkyria que lo miraba con odio. Él sonrió provocador—. Róta… ¿tú que sabes hacer?
La valkyria levantó la barbilla y lo fulminó con sus ojos azules.
—¿Yo? Hago limonadas y horneo unas galletas de escándalo.
Las valkyrias, sobre todo Bryn, se mordieron el interior de las mejillas para no partirse de la risa.
—¿Seguro? —el Engel arqueó las cejas y la miró de arriba abajo.
—¿Pero sabes que es lo mejor que hago, Ricitos de oro?
«¿Ricitos de oro? Qué cabrona es». Sonrió muy a su pesar y negó con la cabeza.
—¿Además de enseñar las tetas? No lo sé. Ilumíname.
Róta juntó las manos, las frotó con fuerza y cuando las separó, miles de rayos chocaban y bailaban entre sus palmas.
—Hago llorar a los hombres como tú como si fueran niñas.
—Bien, porque necesito que hagas llorar a los de ahí abajo, ¿entiendes? Te necesito como segundo escuadrón, en la falda del altiplano. Respeta los espacios y no permitas que se acerquen mucho. Si por el motivo que sea, te sobrepasan…
—Cosa que no va a suceder —Róta cada vez se sentía más ofendida por las graves acusaciones del Engel.
—Pero si te sobrepasan —Gabriel adoraba meterse con ella—, Bryn tendrá que estar ojo avizor. ¿De acuerdo? Cuando no haya vampiros, nos podréis ayudar con todo lo demás, pero primero hay que hacer caer a los cuervos. Sura y Liba —miró a las gemelas fijamente—. Lucharéis con vuestros einherjars codo a codo. Gúnnr, tú vienes conmigo —no la iba a dejar ahí. Ella necesitaba protección, no sabía luchar como las demás.
La joven se quedó tiesa ante la orden.
—No. —Estaba roja como un tomate—. Déjame luchar con ellas, por favor. —No podía hacerle eso. Si la alejaba de ellas en la lucha, ¿cómo iba a hacerse valer como una valkyria? Ya tenía suficiente sin tener dones, siendo rechazada por él, como para que encima la alejara así de ellas.
Gabriel levantó la mano y se la ofreció. Ni hablar. ¿Y si le pasaba algo? No se lo perdonaría nunca.
—No, valkyria. Tú vienes conmigo.
—Esto es el colmo —gruño Róta por lo bajini, chutando una piedra del suelo.
—Engel, por favor —le pidió Bryn—. No hagas esto…
El Engel y Gúnnr tenían un dialogo silencioso. Los ojos azules de Gabriel se habían vuelto negros y los de Gúnnr eran tan rojos que emitían luz.
—Engel —Bryn se acercó y le pidió humildemente—: Deja que luche con ella. No la anules así. No puedes…
—¡Maldita sea! ¡Dejad de defenderme! —Exclamó Gúnnr—. ¡No habléis por mí! —Las manos le picaban y sentía que una serie de chispazos eléctricos se aglomeraban en su estomago. Centró toda su rabia en Gabriel—. ¡¿Quieres que vaya contigo?! ¡Bien! —Agarró la lanza y el arco y se fue dando enormes zancadas. Llegó a su altura y pasó de largo.
—Deja la lanza aquí —ordeno él con frialdad.
La valkyria se detuvo abruptamente.
—No.
Los indios estaban cantando, llegando a momentos álgidos de éxtasis. Los vampiros no dejaban de colisionar contra la cúpula. Y los einherjars y las valkyrias estaban pendientes del desafío de Gúnnr a Gabriel.
—¿Qué has dicho?
—Te he dicho que no. Engel.
«¿Me está desafiando delante de todos?», pensó sorprendido.
—O la lanza o el arco. Si vas con las dos cosas te estorbaran a la hora de pelear. Sólo sabes luchar con tu arco, valkyria, no creo que…
Gúnnr hizo desaparecer el arco y tiro la flecha roja y llena de electricidad a los pies de Gabriel. Ésta desapareció con un chispazo.
—Si no me dejas luchar con mis hermanas, entonces tampoco lucharé contigo como valkyria. Pero no te preocupes —sonrió, pero el gesto no le llegó a los enormes ojos—. No dejaré que mueras antes que yo.
Una exclamación de asombro recorrió a einherjars y valkyrias por igual.
El rubio se frotó la barbilla y quedó estupefacto.
De acuerdo, como ella quisiera.
—Vamos —corrió hacia Gúnnr, la tomó de la muñeca y bajaron el altiplano—. ¡Sígueme!
La guerra era una experiencia extraña. No era un combate, no era una batalla. En la mente sólo se albergaba el pensamiento de que era una partida en la que te jugabas el todo o nada. La vida, la muerte. Un movimiento mal dado, una táctica mal elaborada, un ataque mal ejecutado, un parpadeo cuando no tocaba… Eran los detalles los que permitían que al siguiente instante respiraras o no.
—¡Agáchate Gúnnr! —Ordenó. Un lobezno se había lanzado sobre ellos y había caído a cuatro patas. Ahora les enseñaba las fauces llenas de babas.
Estaban los dos en el campo de batalla. Gúnnr y él eran lo único que importaba en esos momentos. La chica corría como el viento, era muy veloz y muy ágil. Tenía buenos movimientos y esquivaba muy bien los golpes, como hacían, las valkyrias. Se había sincronizado con él y eso que nunca habían entrenado juntos. ¿Y por qué nunca lo habían hecho?
—¡A la izquierda! —se habían movido los dos a la vez para esquivar las garras del monstruo. Él intentaba colocarse delante de ella para protegerla con su cuerpo. Pero Gúnnr era la que a veces tiraba de él para que otro golpe improvisado no le alcanzara.
Gabriel alzó las dos espadas y en un movimiento de tijera precioso, arrancó la cabeza de cuajo al lobezno.
La sangre les salpicó a los dos.
Los rayos empezaron a iluminar la zona. Sus hermanas valkyrias estaban haciendo de las suyas. A su alrededor cayeron dos vampiros con sendas flechas clavadas en el cuerpo. Gúnnr cogió la lanza y la clavó en el pecho del vampiro.
Gabriel observó la escena con fascinación. La joven había metido la mano en la caja torácica del vampiro y le había arrancado el corazón. Pero antes de hacerlo, el puto deshecho le había arañado el brazo.
—¡Te ha herido! —gritó Gabriel.
—¡Mata a ése! —le dijo ella en respuesta.
Él se giro, dio vuelta su espada en el aire haciéndola rotar como la hélice de un helicóptero y le cortó la cabeza al vampiro.
—¡Joder, te ha herido! —Dijo esta vez más preocupado—. ¡¿Estás bien?! —se acercó a inspeccionarle la herida.
Ella asintió con la cabeza.
Un grito de valkyria rasgó el aire. Róta bajaba el altiplano lanzando rayos por las manos y chamuscando a cualquier Eton que se acercara a la cúpula. Era una esplendida máquina de matar.
Dos vampiros más cayeron cerca de donde ellos estaban. Gúnnr se lanzó a por uno de ellos con su lanza y Gabriel iba a rematarlos con sus dos espadas, pero antes de que pudiera ejecutarlos definitivamente, cuatro devoradores les rodearon.
—Detrás de mí, Gunny —le pidió Gabriel alzando las dos espadas.
—¡No te preocupes por mí y haz lo que tengas que hacer! Sé arreglármelas. —Agarró la lanza con fuerza y la colocó entre ella y el cuerpo de un troll y un purs—. Los purs son asquerosos… —susurró mirando al gusano con asco.
Los devoradores tenían apariencia humana, eran bípedos y tenían brazos y manos, pero sus caras y sus cuerpos… dejaban mucho que desear. El purs tenía los ojos negros, la piel grisácea, verdosa y gelatinosa. Tenían dos orificios como nariz, los labios morados. Sus bocas salivaban babas mocosas… dioses, que asco.
Gabriel y Gúnnr se colocaron espalda con espalda. Un lobezno y uno de los vampiros caídos también se añadieron a la fiesta.
—Seis contra dos —gruñó Gabriel.
—¿Cuentas conmigo ahora, Engel? —Le preguntó mordazmente.
—¡¿Qué hay de malo en querer protegerte?!
—¡Eso no es protegerme! ¡Es infravalorarme! ¡Menos mal que no has dicho seis contra uno o me voy al otro bando y convierto esto en un siete contra uno! —Murmuró ella manteniendo a una distancia prudencial a los devoradores—. Y te juro que te ensarto yo misma.
Gabriel se maldijo por meter a Gúnnr en una situación como ésa. Tendría que haberla dejado con las valkyrias. Pero él no quería dejarla sin su protección.
—Muévete como yo diga —ordenó él.
—Ni hablar —contestó Gúnnr. Colocó la lanza como si fuera una pértiga y salió del cerco volando por encima de la cabeza de los dos trolls que tenía delante—. Haz lo que tengas que hacer. Protégete, Engel. Te quito a tres o cuatro de encima.
—¡Gúnnr! —Gritó dándose la vuelta. Pero ese movimiento fue descuidado por su parte. Nunca le des la espalda a un enemigo. El vampiro le golpeó en los riñones con el puño y lo dejó de rodillas. Y luego le araño la espalda, por debajo del protector de los hombros.
Gúnnr corría mucho más que los trolls. Intentaban alcanzarla pero ella era veloz como un rayo. Se colocó detrás del troll y lo ensartó con la lanza. Se la desclavó, dio una vuelta sobre sí misma y con la hoja le corto la cabeza. Para ella, luchar era como una coreografía, se trataba de tener estilo y de no presumir ni infravalorar al enemigo. Nunca. No infravalorar nunca a nadie como Gabriel había hecho con ella.
El purs que la perseguía le agarró una pierna y ella gritó de dolor. La sustancia pegajosa de su cuerpo le estaba quemando la piel. Alzó la lanza y se la clavó en el cráneo y apretó hasta ensartarlo por completo y ver como la lanza le salía por la entrepierna. Se lo sacó de encima como pudo.
—¡Escuece! —Gritó para sí misma mirándose la quemadura del muslo.
La música de los Hopi acompañaba cada golpe, cada corte de espada, cada flecha… menudo ritmo tenían.
Un troll le dio un puñetazo en toda la cara, y ella cayó de espaldas en el suelo. El troll se le subió encima y la intentó estrangular. Le enseñaba los dientes y alargó su lengua hasta lamerle la mejilla.
—¡No! —Gritó ella a punto de vomitar. Alzó la rodilla y le atizó con fuerza entre las piernas. Pero el troll ni se inmutó, siguió apretando con sus enormes manos.
Se le escapaba el aire de los pulmones. Si se quedaba inconsciente entonces la matarían. Miró a Gabriel. Estaba rebanado el cuello a un nosferatum, mientras con la otra espada le cortaba un brazo a un lobezno. Era un guerrero sin igual. Había saltado sobre otro eton y le había atizado una patada voladora en toda la cara. Cayó encima de él y le cortó la cabeza.
Bryn y Róta habían liquidado a los «cuervos». Todos habían caído a tierra y ahora eran víctimas de sus rayos.
Reso y Clemo luchaban con Sura y Liba y lo hacían cómo si fueran un cuarteto de músicos que seguían las notas de una partitura. Los cuatro eran muy atractivos y muy salvajes. Morenos, de pelo largo y miradas negras las de ellos y almendradas las de la gemelas. Como si fueran cuatro cíngaros tocando su música. El «do» era ensartar a un troll; el «la» era electrocutar a un vampiro caído y arrancarle el corazón; el «re» era cortarle la cabeza a un lobezno. Las parejas luchaban con una sincronía envidiable. Si hacían el amor como luchaban sería un maldito espectáculo.
«¿Por qué pienso eso? Soy patética, ¡rayos!».
Su einherjar no tenía una valkyria común. Tenía a una sin poderes, una que no valía a sus ojos. Cerró los ojos y dejó que la furia le diera las fuerzas que necesitaba para sacarse al troll de encima. El troll le mordió en el lateral del cuello y ella sollozó de dolor. Pero al instante, el engendro de Loki se echó hacia atrás, como si su cuerpo le hubiera electrocutado. Ella se llevó las manos a los labios porque había sentido el mismo chispazo. Los colmillos, pequeños y afilados, se le habían agrandado discretamente. Pinchaban pero no eran colmillos tan largos como los de sus hermanos vanirios.
—¡Gunny! —Escuchó la voz de Gabriel desgarradora por el miedo—. ¡Levántate, maldita sea!
Gúnnr abrió los ojos que había cerrado debido al dolor, y los clavó en él. Le pedía que abriera los ojos. ¡Que los abriera él! No se daba cuenta que había dos vampiros justo a sus espaldas y que se acercaban sigilosamente sin que él lo percibiera.
—Gab… —murmuró. No tenía voz—. Detrás…
—¡Aguanta, Gunny! ¡Ya voy! —Corría como un descosido.
Él se acercaba más, pero los vampiros estaban a punto de alcanzarle y derribarlo.
La rabia poseyó todo su ser. Si a él lo herían o moría, sería por su culpa, por no haberse defendido todo lo bien que podría haberlo hecho. Por ser una inepta. Por no tener furia. Por ser la dulce e inofensiva Gúnnr. Pero… es que, ¡ella no era inofensiva!
Echó la cabeza hacia atrás y por primera vez en su vida, de sus cuerdas vocales y de su alma emitió el primer grito de valkyria de su vida. Un grito tan ensordecedor que incluso el troll tuvo que salir de encima de ella para taparse los oídos.
Y entonces… un rayo cayó encima de Gúnnr y recorrió todo su cuerpo, iluminándolo como si fuera una bombilla. La elevó varios metros mientras ella se convulsionaba y gritaba como si fuera víctima de la tortura más dolorosa de todos los tiempos, hasta que el rayo desapareció y ella cayó de golpe, secamente, en la tierra dura y húmeda por la lluvia.
Gabriel corrió como loco a socorrerla. El corazón se le había disparado por la impresión.
Gúnnr se levantó como pudo y cuando abrió los ojos, los tenía en llamas. Le ardían las manos, las rodillas le temblaban y todo el cuerpo se sacudía con espasmos. No había tiempo para pensar en lo que había pasado. Cogió la lanza y ensarto al troll con ella, hasta dejarlo clavado en el suelo.
Ella no era inofensiva.
Lo que le pasaba era que no entendía la furia sin razón. Sus hermanas eran furias, no dominaban su ira ni su temperamento, ni les hacía falta. Las podías provocar y sabías a lo que te atenías luego. Róta machacaba sin compasión a quien ella consideraba que se merecía su castigo. Bryn no era misericordiosa, al contrario, lejos de ser tan «sangrienta» como Róta, ella era más metódica. Fría y limpia. Pero a ellas no les hacía falta estar enfadadas para desarrollar sus dones, porque las valkyrias nacían con su genio y su furia, como si fuera su chispa vital.
Una bronca, una pelea, una lucha. Eso les encantaba. Pero a ella no tanto. Y es que ella nunca había tenido un motivo por el que estar furiosa. Verdaderamente furiosa.
Pero ahora… miró a Gabriel y la furia en ella aumentó. Ahora sí.
«Ya no soy inofensiva».
Respirando aceleradamente. Se miró las palmas de las manos y comprobó que las hebras de electricidad aparecían ahí de nuevo. ¿Podría ser?
Clavó la vista en los dos vampiros que estaban a punto de cortarle la cabeza a Gabriel con sus garras. El Engel venía hacia ella con el rostro descompuesto. ¿Qué le pasaba?
Los vampiros saltaron sobre Gabriel y ella dirigió las palmas de las manos hacia ellos. Un rayo azulado y blanco salió de sus manos y fue a parar directamente a los dos vampiros.
Gabriel se agachó y miró asombrado hacia atrás.
Gúnnr seguía atizándolos con sus rayos y no los soltaba.
Estaba furiosa, claro que sí. Y no. No era inofensiva.
Su einherjar la ignoraba como mujer y como guerrera. ¿Tenía que beber sangre para que él le hiciera caso? ¿Tenía que parecerse a ella? ¿Qué era lo próximo? ¿Había posibilidad de que ella pudiera convertirse en vaniria? ¿Qué más tenía que pasarle? ¿Por qué aquéllos que se suponía que tenían que aceptarla hacían lo posible para sacarla de sus vidas? ¡¿Por qué?!
Confirió más fuerza a los rayos hasta quemar por completo los cuerpos de los dos vampiros.
Gabriel rodó sobre sí mismo en el suelo y se levantó sin dejar de mirar a Gúnnr.
«Madre del amor hermoso», pensó embrujado por la escena. El pelo de Gúnnr flotaba a su alrededor. Sus ojos, completamente rojos, miraban con determinación a los vampiros, de los que ya no quedaba nada. Un rayo la había alcanzado y cuando se había levantado de suelo se había convertido en la mujer relámpago. Joder, mirándola, ya no quedaba nada de la dulce de Gúnnr. Ahora era una mujer fatal, magnética… ¿Qué le había pasado a su Gunny?
Se acercó a ella con cautela. Cuando la tocó, la piel ardiendo de la joven le pasó la corriente, pero eso no hizo que él retirara la mano, le rodeó el antebrazo con los dedos. La estaba compeliendo a que bajara los brazos y dejara de escupir rayos y centellas de su cuerpo.
Gúnnr clavó la vista en él, sin pestañear. Menudo espectáculo era la valkyria, pensó.
—Ya ha pasado todo, florecilla. Cálmate —le susurró acercándose mucho a su oído.
La oreja de Gúnnr tembló y sus ojos parpadearon sin quitarle la mirada roja de encima.
Gúnnr apretó los dientes. No era inofensiva y estaba furiosa con Gabriel.
Róta y Bryn llegaron en un suspiro. Sus hermanas la miraban a caballo entre la sorpresa y la compasión.
—¿Hermanita? ¿Qué ha sido eso? —Preguntó Róta acercándose a ella.
Pero Gúnnr pasaba de sus «hermanitas». Ella solo estaba mirando fijamente a su einherjar. Seguía escupiendo rayos por las manos sin hacer caso a nada ni a nadie.
Reso, Clemo y las gemelas tampoco quisieron perderse la escena.
—Baja los brazos, Gunny —le pidió Gabriel con amabilidad. Caray, lo estaba mirando como si quisiera ensártalo a él también con la lanza. El flequillo se movía sobre sus cejas y ojos debido a la energía electrostática que emanaba de ella. Estaba haciendo un hueco enorme en la base del altiplano—. Se trata de salvar a los Hopi, florecilla. No de hundir su altiplano —le sonrió con simpatía.
Sus ojos rojos centellaron.
—No me hace gracia, capullito —le dijo con una voz sorprendentemente suave para el despliegue de fuerza que estaba demostrando en ese momento.
Un rayo cayó justo al lado de su pie y Gabriel se apartó de ella asombrado porque el rayo había estado a punto de alcanzarlo.
—Joder, joder… esta descontrolada —susurró Róta con una sonrisa, complacida con el gesto de Gúnnr.
—¿Florecilla? ¿Capullito? —Soltó Reso con interés—. ¿Te gusta la botánica, Engel? —Se mofó de él.
—Llevémonosla —había dicho la Generala, tomando a Gúnnr de la mano y tirando de ella—. Tenemos que aislarla o lo destrozará todo.
—Tenemos que preparar la vugge —comentó Sura recogiéndose su largo pelo negro en una coleta.
—Preguntaré a Ankti si sabe de algún lugar para ello —Liba se llevó a Clemo con ella.
—¿Una cuna? —repitió Gabriel sorprendido.
—Llevémosla rápido —sugirió Bryn.
¿Llevársela? Gabriel arrugó el entrecejo y negó con la cabeza. Bryn y Róta estaban arrastrando prácticamente a Gúnnr, que no dejaba de mirarle por encima del hombro como si él fuera un eton. Él no era el enemigo. ¿No?
—¿Qué? ¿Adónde os la lleváis?
—Gúnnr quiere freírte, Engel —la valkyria de pelo rojo sonrió con malicia. Pasó un brazo encima de Gunny y añadió—: Vamos a por la salsa. Nos gusta la carne en su punto.