Catorce amaneceres después…
Un episodio de furia.
Un jodido episodio de furia que se estaba alargando más de lo normal, eso era lo que tenía. Bryn y Róta miraban entretenidas a su hermana pequeña. Estaban apoyadas en un inmenso fresno, parecido a Yggdrasil.
Por todo el bosque circundante del Valhall había fabulosas réplicas de ese árbol en el que las nornas tejían el tapiz del destino. Alrededor de dicho bosque, había amplios blancos de tiro al blanco, lugar de entrenamiento de las valkyrias. Y Gúnnr estaba entrenando, imaginándose que una de las pocas dianas que no estaban chamuscadas por el temperamento Valkyr, era la cabeza de Gabriel.
Gúnnr tenso la cuerda del arco mientras meditaba sobre el hervidero de emociones que se habían agolpado en su interior desde que el Engel la había rechazado hacía ya dos semanas. Dos eternas semanas, llenas de aburrimiento e ira.
Apoyó la pequeña barbilla en la bue[7] negra y roja, que le hacía a su vez de muñequera metálica, y tensó la cuerda.
Él le había prometido que al día siguiente volvería, pero había mentido. Llevaba catorce amaneceres sin aparecer, sin hablar con ella, y para colmo eso no era lo más humillante.
Clavó sus ojos, que volvían a ponerse rojos como la sangre, en la diana. Una mariposa amarilla, ignorante del estado emocional de Gúnnr, brillante y llena de luz, rondó sobre su cabeza y acarició su orejita con el batir de sus alas. La oreja le sacudió y la mariposa huyó.
Lo más humillante había sido que el muy tonto había luchado todos y cada uno de los días desde entonces y le habían herido multitud de veces, pero no había ido a ella para que cuidara de él. No. Había dejado que otras valkyrias lo sanaran con ungüentos y bebidas mágicas con las que traficaban los enanos, porque ellas no tenían un kompromiss con él y no podían curarle naturalmente, como en cambio sí que podía hacer ella. Con ese gesto Gabriel había sido muy claro. Y muy cruel.
No la quería a ella. Después de tanto tiempo disfrutando de su compañía, el atrevimiento de Gúnnr había salido muy caro.
«Que tonta he sido».
Gruño y soltó la cuerda del arco. La flecha negra cortó el aire y, con un silbido, cruzó el campo hasta alcanzar el centro de la diana. Echó los hombros hacia atrás y apoyó un extremo del arco en el suelo, sosteniéndose en él como si fuera un bastón.
El Engel se había portado muy mal, o ¿acaso había sido ella la culpable? No debería haber dado ese paso adelante. No debería haber cedido a ese impulso de querer tocarle de ese modo. Negó con la cabeza y se echó el pelo hacia atrás.
Ahora todos sabían que él no quería que lo tocara de ese modo ni de ninguna otra manera. Ya no solo tenía que lidiar con su falta de poderes, sino que, además, tenía que lidiar con la vergüenza de haber sido rechazada por el einherjar más importante. El líder.
Sí. Estaba furiosa. Pero era una furia interna que ni sabía ni podía expresar ni liberar. Su dolor iba por dentro, por eso sus poderes no se habían manifestado de ninguna manera. Sus ojos estaban la mayor parte del tiempo rojos pero nada más. Era un volcán que no podía estallar por ningún lado.
Bryn, que estaba comiéndose una manzana, se acercó a ella.
—Llevas dos semanas sin hablar —le dijo harta de la situación y del silencio de su hermana—. ¿Es un voto de silencio?
Gúnnr miró a Bryn de reojo al tiempo que agitaba su bue y ésta se recogía en su muñeca. Sí, era un voto de silencio. Necesitaba meditar. Su repentina impulsividad con Gabriel le había costado que él se alejara de ella, que la rehuyera. De ahora en adelante, se pensaría las cosas más a fondo antes de hablar y de actuar.
La espontaneidad y el deseo eran una mierda.
—Es increíble que estés así —dijo Bryn dando otro mordisco a la manzana—. ¿Y sabes que es lo más increíble?
No. No lo sabía.
—Que no le hayas arrancado la nuez a ese falso angelito. Ahora estará en manos de unas cuantas hermanitas, siendo manoseado y disfrutando de sus atenciones. Y mientras tanto, tú estás aquí, llorando como la valkyria débil y frágil que dicen que eres.
—No estoy llorando —contestó Gúnnr alzando la barbilla temblorosa.
Bryn la compadeció y le tomó la barbilla con la mano.
—Ha rechazado los favores que tú, como su valkyria que eres, puedes ofrecerle. Es intolerable.
—Lo ha hecho porque le sorprendí y no soy lo que él quiere. Ha sido honesto.
—Lloras por dentro, suéltalo —le ordenó con suavidad—. Eres una valkyria, aunque tú no lo creas.
—Déjalo ya —Gúnnr retiró la cara—. Insistes en despertar mi furia, pero el problema es que mi furia no está dormida Bryn. El auténtico problema es que yo no tengo furia.
—¡Sí que la tienes! —aseguró Róta desde la otra punta, sentada sobre las raíces del fresno, arrancando un hierbajo del suelo.
—¡Déjame en paz Róta! ¡Tú y tu pirulo me habéis puesto en esta situación! —Exclamó Gúnnr señalándola con el dedo.
Róta se levantó como si tuviese un muelle en el trasero y en dos segundos estaba delante de Gúnnr, echando rayos y truenos rojos por los ojos.
—No es mi culpa, ni tampoco ha sido la tuya —Róta frunció los labios y siseó como una serpiente—. Es culpa de él. El Engel es un puto cobarde. ¿Y él va a liderar a las valkyrias cuando ni siquiera ha sabido lidiar contigo? Es un chiste malo. Los hombres se miden por como tratan a sus mujeres, y Gabriel te ha tratado como si fuera El encantador de perros. ¿Qué se ha creído?
—¿Quién es El encantador de perras? —preguntó Bryn sin entender a Róta.
—Perros —la rectificó su hermana de pelo rojo—. Es uno de esos programas terrestres que a Freyja le gusta poner a través de la Ethernet. Es entretenido —se justificó Róta al ver la cara de preocupación de su Generala—. Gunny, yo no pensé que él iba a tratarte así… Es un cretino —murmuró apasionada.
Gúnnr miró a Róta. Suspiró con cansancio y negó con la cabeza:
—No me defiendas y no me hagas mohínes.
Róta puso cara de pena. Se sentía muy culpable de haber animado a Gúnnr a insinuarse a Gabriel.
Gúnnr puso los ojos en blanco y resopló.
—Es inútil. Ni siquiera puedo estar furiosa contigo ni un momento. Soy un fraude.
Róta sonrió agradecida y le echó los brazos al cuello.
—Tranquila, hermanita. Lo superaremos —le susurró dándole un beso en la mejilla—. Yo le corto las piernas, Bryn los brazos y tú la polla. Y veremos si los mejunjes de los enanos hacen que le crezcan las extremidades.
—¿No lo piensas reclamar, Gúnnr? —preguntó Bryn.
—¿A Gabriel? —No entendía la pregunta. Ese guerrero la había infravalorado y dejado de lado—. No. Ha dejado muy claro lo que quiere. Yo no debí hacer eso, ni tampoco debí hablarle de ella. Daanna es sagrada para él.
—¿Freyja no se ha pronunciado? Ella te adora, no puede haberle sentado bien que te hiciera eso —insistió la rubia tirando el corazón de la manzana al suelo. La manzana se fundió con la tierra fértil del campo e inmediatamente emergió una rama que, en un futuro, se convertiría en un árbol de manzanas.
—Freyja tiene muchas preocupaciones como para también tener que estar pendiente de solucionar mis errores.
—¡No ha sido tu error! —Exclamaron indignadas las dos a la vez.
Alguien carraspeó a sus espaldas.
Gúnnr se giró y encaró al intruso.
El sol del Valhall iluminaba a Gabriel. Estaba lleno de sudor y se apoyaba en el mango de su espada. Tenía media melena rubia recogida, y parte de su pelo rizado y húmedo por el sudor caía por sus hombros.
Gúnnr esperó a que la mirara a la cara, pero ese gesto no llegó.
—Bryn —dijo Gabriel.
—¿Qué quieres? —preguntó la rubia a desgana, como si su presencia le molestara.
Gabriel levantó una ceja vanidosa y sonrió con soberbia. Gúnnr tenía dos huesos duros de roer como protectoras. Se alegró por ello.
—Reúne a las valkyrias. Odín y Freyja nos esperan en el Sessrúmnir.
Bryn se tensó y frunció el ceño.
—¿Ha pasado algo?
—Eso parece —Gabriel miró a Róta, que lo ignoraba por completo. La valkyria, al menos, tenía más ropa puesta que la última vez que la había visto—. ¿Has encontrado tu guardarropa?
—¿Y tú a tu valkyria? —Replicó con atrevimiento—. Creo que la perdiste hace dos semanas, y has tenido dificultades para dar con ella. ¿No es así, Engel?
—Róta —Gúnnr censuró con una mirada a la valkyria.
Gabriel alzó la comisura del labio. Lo tenía merecido.
Se había comportado de un modo atroz. No sabía que mosca le había picado. Bueno, sí, en realidad no quería hacer sufrir a Gúnnr. «Me gusta-gusta», había reconocido ella. Gabriel sabía lo que era eso, le había pasado con Daanna y no era del agrado de nadie que jugaran con sus sentimientos. Él odiaba jugar. No era que Daanna hubiese jugado, ella en realidad no había tenido que hacer nada para que él cayera de rodillas a sus pies. Había mujeres que eran así y tenían ese poder. Había mujeres que respondían a un ideal, y Daanna respondía al suyo. Pero la situación con Gúnnr podía dar lugar a malos entendidos; él podría dejarse llevar un día y cometer un error muy grande, y la pequeña Gúnnr no merecía eso.
Gúnnr merecía que cuidaran de ella y que la tocaran sabiendo que era ella en quien pensaban y no en otra mujer. Y también al revés, claro.
Tenía que hablar con Gúnnr. La había visto todos los días y no se había atrevido a decirle nada. Se sentía incómodo como nunca. Nunca se había considerado un cobarde, pero la situación entre ellos se había enrarecido mucho y ahora no sabía cómo dirigirse a ella, ya no era solo su amiga. Era una mujer.
Allí estaba Gúnnr, con esa mirada llena de embrujo y azúcar clavada en él. Toda vestida de negro, con sus esbeltos hombros al aire echados hacia atrás. ¿Tenía los ojos rojos? ¡Caray! Impresionaba un poco. El flequillo liso y demasiado largo le caía graciosamente sobre las cejas arqueadas y sexys, y las orejillas que se asomaban tras el pelo color chocolate y lacio le daban un toque de vulnerabilidad. Sus labios dibujaban una mueca de desagrado.
—¿Se puede saber que estás mirando? —le preguntó Gúnnr impaciente.
Gabriel pestañeó. A veces se quedaba sumido en sus pensamientos mientras la miraba. Pero no tenía importancia porque él tenía una gran capacidad para dispersarse y abstraerse de todo lo que lo rodeaba.
—Nada —contestó. De repente no supo que decir. Se rascó la nuca y movió la punta de la espada en círculos, señalándolas—. Os espero allí.
Se dio la vuelta y se alejó de ellas.
Gúnnr lo odiaría si seguía comportándose así. Bueno, eso si no lo odiaba ya.
En Folkvang, las tierras del Asgard posesión de Freyja, se hallaba el palacio Sessrúmnir. Sessrúmnir era conocido porque en una de sus salas circulares tenía tantas sillas como valkyrias y einherjars se hallaban en sus filas.
Todo el palacio levitaba sobre el Asgard y se mezclaba con el cosmos.
Aquel patio central en el que estaban no tenía paredes, así que debían tener cuidado de no caer al abismo.
Gabriel y sus einherjars habían tomado asiento hacía rato. El einherjar estudió con curiosidad lo que allí sucedía.
Freyja «la Resplandeciente» estaba sentada en su trono de jade, acariciando distraída a sus dos tigres blancos. Odín hablaba con ella como intentando que entrara en razón sobre algo. También se encontraban el dios Frey y el dios Thor.
Thor era el dios del trueno, un Aesir, dios de la batalla, del clima y de los viajes, entre otras cosas. No se dejaba ver nunca en Asgard, porque se hallaba siempre en las reyertas de las tierras de los gigantes, vigilando que ninguno de ellos se colara en su mundo. Era un dios muy venerado y respetado por todos.
El dios Frey había dejado Álfheim para acudir a la reunión. Él era el dios de la fertilidad, la virilidad, la lluvia y el sol naciente o amanecer, y había tomado parte en la transformación de los vanirios. Su hermana era Freyja, ambos hijos de Nerthus y Njörd.
Las nornas se hallaban en una esquina, observadas por todos: Tres doncellas jóvenes y temidas por la mayoría. Las tres de piel marfileña, ojos negros y pelo rojo. Skuld era la más bajita de ellas, y también la que más fortaleza irradiaba. Su nombre quería decir: «lo que debería suceder»; Urdr, «lo que ha sucedido», estaba a su lado con los brazos cruzados, mirando pensativa a los ejércitos de valkyrias y einherjars de los que disponían, y Verdandi «lo que ocurre ahora», tenía la mirada clavada en el horizonte abismal. Gabriel había leído que en realidad eran valkyrias. Pero no era cierto. Solo Skuld cumplía a veces la función de valkyria. Aun así, aquellas mujeres distaban mucho de ser guerreras, tenían un aspecto etéreo y transmitían una serenidad sobrecogedora, lo contrario de lo que una valkyria, tan llena de impulsos y de sangre caliente, podía irradiar. Gúnnr le había explicado que el don de profecía les había pasado factura. Ellas y nadie más podían ver el futuro inmediato de la Tierra y del Universo.
Cuando las valkyrias llegaron al Sessrúmnir, Gabriel buscó a Gúnnr con la mirada.
La valkyria se había colocado al final de todas sus hermanas, como si no quisiera que la miraran o que la señalaran con el dedo. Seguro que eso era precisamente lo que harían muchas de sus hermanas, y todo por su culpa y su poca discreción. No había sabido sobrellevar el atrevimiento de Gúnnr y ahora la pobre estaba pagando su desatino.
Cuando acabara la asamblea de los dioses, hablaría con ella e intentaría recuperar la amistad de antes. Una amistad que distaba mucho de ser íntima, pero, al menos, ella era alguien con quien se podía relajar y hablar de todo sin necesidad de profundizar en nada. Y además, estaba el hecho de que le encantaba su compañía. Le gustaba sentirla cerca y adoraba sus manos. No solo las adoraba. Las echaba de menos. Las otras valkyrias le habían curado las heridas con esas cremas de los dvelgar, los enanos Mótsognir y Durin. Esos enanos sabían hacer de todo.
Las valkyrias que no tenían einherjar propio ayudaban a sus hermanas que si habían sido convocadas y tenían un kompromiss, y lo hacían untándose las manos de esa crema pastosa y gelatinosa a la que habían apodado hjelp, el remedio, y así podían ayudar a sanar también al guerrero.
Mierda. Tenía el cuerpo embadurnado de hjelp, y olía a metal. Los enanos obtenían el ungüento del barro húmedo del interior de las cuevas.
Eran alquimistas, trabajaban las piedras para conseguir de ellas todo tipo de elixires y brebajes o, como en este caso, remedios para cicatrizar heridas. Y también eran inventores. Trabajaban mucho la tecnología. Gabriel no entendía como se podía obtener algo líquido de una superficie sólida, pero los dvelgar, los enanos, lo conseguían.
Así que Gúnnr se había quedado rezagada, ocultándose de todos y de todo. Y seguramente, escondiéndose de él. La valkyria lo había mirado fugazmente y había apartado la cara para que él no se diera cuenta de que lo estaba mirando. Pero él se daba cuenta de muchas cosas, sobre todo de cuando lo observaban.
Odín hizo aspavientos con las manos y reclamó atención a todos sus guerreros. Los miró con aquel ojo que todo lo veía, con serenidad e indulgencia.
—Como sabéis, los humanos son nuestro más preciado experimento. Se encuentran en medio de una batalla entre el desgraciado de Loki y todos nosotros —abarcó la sala con el gesto de su mano—. Loki intenta destruirlos, y muchos de ellos permiten que lo haga. Sabéis que en el Midgard hay sectas de humanos que están al tanto de la Gran Verdad.
La Gran Verdad era la certeza de que otras realidades existían, de que habían otras dimensiones y otros universos paralelos.
—Esos humanos llevan estudiando desde hace muchísimo tiempo la posibilidad de entrar a estas otras dimensiones, dimensiones en las que nos encontramos. Buscan contactar con ellas y entrar en ellas a través de atajos y portales cósmicos. Newscientists, cuyos líderes son berserkers y vanirios que han vendido su alma a Loki, han conseguido abrir una grieta. Y han entrado a nuestro mundo —declaró rabioso.
Todos se pusieron alerta. La multitud se removió inquieta.
—¿Cómo han entrado? —preguntó Gabriel.
—Han abierto un portal en la Tierra y han subido hasta aquí —explicó el dios Aesir frotándose la barba—. Llevan años estudiando los puntos electromagnéticos de la tierra para intentar dar un salto dimensional. La Tierra está convulsa y siente que en poco tiempo la alineación planetaria dará lugar a ese acercamiento de dimensiones, y aquello que no se ve, será revelado. La energía electromagnética de la Tierra está descontrolada y ellos lo saben, así que no han dudado en ponerla a prueba.
—¿Ha sido Loki? —preguntó Bryn.
—No. Loki es o era, hasta ahora, una entidad mental —dijo Freyja levantándose y caminando de un lado a otro—. Es incorpóreo. Cuando huyó al plano dimensional de la Tierra, él mismo se ocultó de nosotros, desapareciendo físicamente. Lo que vino aquí tenía cuerpo, tenía un vehículo con el que poder tocar y manipular las cosas. Era un transformista. Como él —señaló con los ojos llenos de odio.
—¿Y no se sabe de quién se trata?
Thor y Odín se miraron el uno al otro, recelosos de responder.
—Tenemos una ligera idea, pero no podemos asegurarlo porque no sabemos a ciencia cierta si es o no posible tal conjetura. Y además, se oculta de nosotros y de las nornas. No deja que le encontremos.
—Entonces, dices que han entrado aquí. Pero ¿qué han hecho, exactamente? —preguntó Gabriel de nuevo.
—El intruso se hizo pasar por Freyja y entró en Álfheim, allí donde residen las armas de luz —contestó Odín con cara de preocupación—. Los elfos no tuvieron ningún reparo en dejarle entrar, porque para ellos Freyja es su única diosa. Y ella puede corretear por ahí como le plazca.
—Soy mujer. Soy poderosa. Estoy buena y soy una diosa. ¿Qué esperabas? —replicó Freyja mordazmente.
Las valkyrias sonrieron pero a los einherjars no les gustó nada el comentario.
Gabriel sabía que los elfos de luz, dentro de la cosmología de los dioses, no pertenecían a ningún bando, pero en caso de ir a la guerra, siempre lucharían del lado de los Aesir y los Vanir porque para ellos, había una raza menor, la humana, que necesitaba protección y ser salvada, y por lo tanto, lucharían con aquéllos que les defendieran. Por ello, esa arbitrariedad les había servido para ser los depositarios fieles de esas armas tan destructoras. Los elfos no eran nada egoístas ni tampoco caprichosos, al contrario, eran benevolentes y muy hospitalarios, no anhelaban el poder, y nunca tocaban nada que no fuera de ellos. Por esa razón las armas estaban a buen recaudo en sus manos, o al menos lo habían estado. Gabriel siempre bromeaba con ellos y les decía que Tolkien había estado equivocado. Légolas se habría pasado la influencia del anillo por el forro.
—La cuestión es que entraron en la sala de las armas, allí donde guardamos nuestras más preciadas posesiones para luchar en el Ragnarök, y se llevaron a Mjölnir y a Seier —anuncio Odín.
—¡¿Cómo has dicho?! —gritó Bryn echando rayos rojos por los ojos.
Gabriel se llevó las manos a la cabeza.
—No puede ser…
Mjölnir era el martillo de Thor, el azote de todos aquéllos que osaban luchar contra los Aesir. Era un arma poderosa y destructiva. Si alguien osaba utilizarla en la Tierra, podría crear el caos.
—El fin del mundo —asintió Thor leyendo la mente de Gabriel—. Si alguien usa el martillo en la Tierra, se acabó todo. No entiendo quien lo ha hecho ni cómo ha podido siquiera cogerlo sin que el martillo descargara los truenos en él. Solo yo estoy preparado para cogerlo. Los enanos Sindri y Brokk, que hicieron a Mjölnir para mí, me aseguraron que sólo yo podía portar el martillo. ¿Cómo han podido robarlo?
—¿Y cómo se han llevado a Seier? Es la espada de la victoria de Frey. Ningún ejército puede vencerla. ¡Esa puta espada lucha sola! —exclamó Gabriel haciéndose cruces de lo que había pasado.
—Yo le pedí a Freyja que desactivara la magia Seirdr[8] —contestó Frey—. A Seier no le gustaba estar en manos ajenas, y se protegía de todo aquél que se le acercara y no fuera yo —el dios de pelo liso y rubio, como eran casi todos los dioses Vanir y Aesir, se encogió de hombros—. Los elfos estaban un poco hartos.
Odín y Freyja se miraron preocupados.
—Eso no es todo —Odín alzó la voz y calmó los ánimos de los allí presentes—. No solo se han llevado a Mjölnir y Seier. También —apretó la mandíbula y los puños como si quisiera matar a alguien—… También robaron a Gungnir.
El palacio enmudeció.
Gúnnr se estremeció ante la noticia.
Gabriel palideció y las valkyrias y los einherjars guardaron un minuto de silencio. Que desapareciera Gungnir era la peor noticia de todas.
Seier y Mjölnir eran armas poderosas, pero Gungnir podía desencadenarlo todo.
Gungnir era la lanza de Odín. Las nornas habían profetizado que el día que Gungnir tocara el suelo del Midgard, ese día sería el inicio de la batalla final, del Ragnarök.
Gabriel creía estar desvinculado ya de la energía de la Tierra y de sus habitantes. Él ya no se consideraba uno de ellos. Sin embargo, tenía la certeza de que con Gungnir en malas manos, llegaría la gran sacudida, como significaba su nombre, y entonces todo se acabaría. Saberlo le provocaba un vacío extraño en el pecho.
—¿Cómo han podido robar a Gungnir? —preguntó Gúnnr sin alzar la voz. Era una pregunta directa y sin rodeos, y no estaban acostumbrados a oír a Gúnnr hablar así—. Es tu lanza, Odín. ¿Cómo te la han podido quitar?
Los ojos grises de Freyja miraron a Gúnnr con interés y orgullo.
—¿Ya hablas? —le preguntó la diosa.
Gúnnr no se achicó por el tono de Freyja. La diosa sonrió y miró a Odín de reojo.
—Cuéntales, Odín. ¿Por qué te han quitado a Gungnir?
Odín apretó los puños y atravesó a la diosa Vanir con su único ojo azul.
—Estás disfrutando con esto, ¿verdad?
—En absoluto —una sonrisa llena de malicia se dibujó en su rostro de marfil.
Odín murmuró algo para sí mismo y suspiró:
—Entró en Gladheim, mi palacio. Pensé que se trataba de Freyja y que… me hacía una visita. Pero no era la diosa, era él. Cuando me di cuenta, ya se había llevado la lanza.
—Y ¿cómo te despistaste? —preguntó Thor, con su barba, sus trenzas castañas claras y sus ojos claros, ligeramente divertidos.
—El cómo no importa —aseguró Odín con voz severa—. Lo único que importa es recuperar estos objetos antes que hagan uso de ellos. El Ragnarök no puede llegar antes de tiempo, de lo contrario estamos todos perdidos. Newscientists ha logrado abrir estos portales porque Loki y sus secuaces quieren destruir ya el Midgard. La alienación cósmica tiene una fecha y no pueden acelerar los acontecimientos antes que estemos completamente preparados, por eso han decidido probar con otro tipo de tretas. Enviaremos a un grupo de einherjars y valkyrias a la Tierra para que nos traigáis nuestros tótems.
—Queremos a los mejores ejecutores, así que Engel y Bryn lideraréis al equipo que descienda —explicó Freyja.
—¿Sabéis donde están vuestros tótems? —Preguntó Gabriel. Necesitaba toda la información posible—. ¿Tenemos alguna pista sobre su paradero? No podemos dar golpes de ciego, no hay tiempo para ello.
—Observé el Midgard a través de mi trono Hildskálf —contestó Odín.
Hildskálf era el trono a través del cual el dios Aesir podía observar todo lo que acontecía en la Tierra. El trono estaba ubicado en Valaskalf, un palacio construido por los dioses en plata pura. Gabriel entendía que los dioses, aunque lo vieran todo, no podían interceder en los planes de la humanidad, ni en sus guerras, ni en sus conflictos, ni en sus decisiones.
Ellos solo les observaban, pero no podían interactuar con ellos. Por eso enviaban a los einherjars y a las valkyrias, y por eso habían enviado a los vanirios y berserkers con anterioridad.
—No sé nada sobre Gungnir no la percibo —explicó Odín con mucho pesar—. Seier y Mjölnir se encuentran en tierras americanas, los destellos provienen de allí, y es allí donde os vamos a enviar. Sin embargo, creemos que las están ocultando a nuestros ojos. Ni Skuld, ni Verdandi pueden ver nada, excepto oscuridad. Y Urdr no puede leer nada sobre el pasado porque lo han vetado. Las órdenes son claras: Cercar todas las sedes de Newscientists, destruirlas y encontrar los objetos para devolverlos al Asgard. Si ellos abren los portales, el que entró volverá a ellos para entregarles los tótems.
—¿Cuándo? —preguntó una Bryn muy ansiosa—. ¿Cuándo nos vais a enviar?
—Hoy mismo —contestó Freyja—. Por ahora solo podemos enviar a los einherjars y a las valkyrias que tengan un kompromiss, los mejores, solo así podréis sobrevivir, si os hieren, será el único modo de que os repongáis lo antes posible.
Gabriel miró a Gúnnr de reojo. Ellos tenían un kompromiss. ¿Cómo iba a sobrevivir Gúnnr en un planeta tan bélico como la Tierra? Esa chica no tenía poderes.
—Y aun así —continuó la diosa—, sé que, si es vuestra hora de morir, moriréis. La Tierra no es el Valhall. Si os arrancan el corazón u os cortan la cabeza —miró a Gabriel—, se acabó. No resucitaréis como aquí.
—Sabemos que la Tierra no es nuestro campo de entrenamiento, Freyja —aseveró Gabriel.
—Habéis sido entrenados para estos momentos —dijo Odín—. Pensábamos descender todos juntos en el Ragnarök, pero no va a poder ser. Os necesito abajo ya. Siento si os parece precipitado o si no os doy tiempo para haceros a la idea, pero sois mis guerreros y sé que no vais a decepcionarme.
—No lo haremos, Alfather —así es como llamaban los guerreros a Odín. Él era el Padre de todos.
—Me alegra Engel. Tú eres el líder de los einherjars. Y serás nuestro mensajero. No solo vas a recuperar los tótems. Tienes que dar un aviso muy importante a todos los clanes guerreros de tu ex-mundo. Contactarás con vanirios, berserkers y einherjars que ya han descendido al Midgard.
—¿De qué se trata? ¿Qué tengo que hacer?
—Alertarás a todo aquél que encuentres sobre los tótems y los unificarás para que luchemos todos juntos cuando se acerque el día. También les dirás que Daanna vendrá a por sus líderes. Su don va a despertar.
El Engel frunció el ceño sin comprender.
—Daanna. Daanna McKenna —le recordó Freyja—. Tu deseo, el deseo que tomaste para ella va a hacer que la vaniria por fin sepa cuál será su función.
Era escuchar su nombre y se ponía nervioso. ¿Daanna iba a despertar gracias a él? Pero ése no había sido su deseo. Su deseo había sido que Menw y ella arreglaran sus diferencias. ¿Tenía que ver eso con que ella despertara? ¿Cómo? No lo entendía. ¿Y si Daanna no había vuelto con Menw? ¿Estaría libre? ¿Podría Daanna fijarse en él siendo un guerrero inmortal como ahora era? Joder, le estaban entrando unas ganas locas de regresar a la Tierra solo para poder verla.
—Bien, y ahora que ha quedado todo aclarado —dijo Thor cruzándose de brazos—. Preparemos vuestro descenso.
—¡Un momento! —Freyja se levantó de su trono, toda digna—. Necesito un momento a solas con mis valkyrias.
Freyja había seleccionado a un grupo muy reducido de valkyrias. Los einherjars se habían ido con Odín, Thor y Frey, y ellas estaban ahora con su diosa. Preparadas para oír lo que fuera que tuviesen que oír.
Gúnnr, que era la única a la que los tigres permitían que los tocara acariciaba distraída a los dos majestuosos felinos blancos de Freyja. Éstos intentaban llamar su atención empujándole las manos con los inmensos hocicos para que les rascara detrás de las orejas, pero la joven estaba ensimismada, pensando en la misión que iba a emprender junto a Gabriel.
—Gunny —Freyja llamó su atención con aquella voz musical. La diosa se levantó de su trono de jade y se acercó a ella, mirándola desde las alturas—. Eres la valkyria del Engel, bajarás con él.
Gúnnr se relamió los labios y sus ojos enormes se cubrieron de preocupación.
—¿Cómo puedo ayudarle a él, Freyja? Las demás valkyrias tienen todos sus poderes disponibles, yo sólo me valgo de mis flechas, no tengo nada más.
—Tenéis el kompromiss. Ayúdale al menos a sanar. Si no sabes hacer nada más —dijo pinchándola ácidamente—, cumple al menos con tu función básica hacia él. Él te eligió por algo. ¿Vas a poner en duda el criterio de Gabriel?
Róta y Bryn, junto con el resto de valkyrias se incomodaron ante ese comentario. Gúnnr era su hermana, no permitían que les hablaran así, aunque fuese su diosa quien le dirigiera esas crueles palabras.
—No lo pongo en duda, sólo soy honesta —alzó la barbilla—. Sólo digo que no sé lanzar truenos, y no puedo convocar a los rayos si no hay tormentas. No sé provocar descargas eléctricas. No creo que…
—¡Basta de lloriqueos! —Freyja alzó la mano—. Vas a tener que espabilar, Gúnnr. Ahí abajo no cuidarán de ti como lo han hecho aquí. Si pueden doblegarte, lo harán. Yo tengo confianza en que explotes en algún momento, y quiero ver los rayos y centellas. Eres mía, Gúnnr. Eres una valkyria, es que eres una jodida valkyria. ¿Entendido? Puedes detectar tormentas.
—Sí, soy la mujer del tiempo —susurró sarcástica apartando la cara—. Predecir el tiempo no es un don de guerrero.
—No predices el tiempo, Gúnnr. Digo que sientes las tormentas. Puede serte útil —murmuró Freyja enigmática, poniéndole las manos sobre los hombros—. Deseo lo mejor para ti.
A Gúnnr le parecía un don tan ridículo que nunca lo había mencionado a sus hermanas, sólo a Freyja.
—Yo deseo lo mejor para todas vosotras —aseguró la diosa.
Bryn resopló y miró hacia otro lado.
—¿Algo que objetar, Bryn? —Freyja la traspasó con la mirada.
—Nada, Freyja —contestó secamente.
La diosa alzó las comisuras de los labios dibujando una siniestra sonrisa. No le gustaba el carácter rebelde de Bryn.
—Os alegrará saber —Freyja pasó los dedos por el pelo lacio de Gúnnr— que he decidido regalaros algo. No sé cuándo os volveré a ver, ni siquiera sé si regresaréis con vida de vuestra aventura en la Tierra. Deseo que sí —miró con cariño a Gúnnr y le acarició la mejilla con el pulgar—. La energía del Midgard es poderosa, es muy sinérgica y brutal. Era importante para mí que mis hijas fueran vírgenes mientras permanecieran en mis tierras. No quería que ningún hombre os hiciera daño. Pero las normas han cambiado. Es una desgracia morir, pero es todavía peor morir virgen. Así que os doy carta blanca para que experimentéis con vuestros cuerpos allí abajo. La virginidad no tiene razón de ser en los humanos, los hijos de Heimdall. Por tanto, tampoco tendrá razón de ser en mis hijas.
Róta desencajó la mandíbula.
La energía eléctrica de Bryn se disparó.
Y Gúnnr, en cambio, no salía de su asombro. ¿Sexo?
—¿Ahora sí que podemos dejar que los hombres nos toquen, Freyja? ¡¿Ahora!? —Gritó Bryn apretando los puños—. ¡Me manipulaste! —la acusó con los ojos rojos y llenos de lágrimas y el pelo rubio ondeado a su alrededor—. ¡Jugaste conmigo!
Freyja alzó la mano y de repente el cuerpo de Bryn se vio amordazado mágicamente por una cuerda dorada que le oprimía de arriba abajo como una anaconda. Otra mordaza más pequeña cubrió su boca.
—Tu genio me saca de quicio, Generala —contestó complacida con sus reflejos—. Hablaré contigo más tarde. Como os iba diciendo…
—A ver si he entendido bien… —dijo Róta achicando los ojos con incredulidad—. ¿Las valkyrias que bajen al Midgard podrán dejar su virginidad atrás?
—Así es. Eso si no os matan antes.
—¿Por qué? —Gúnnr se mordió el labio inferior—. Dices que no quieres que ningún hombre nos haga daño, y sin embargo, ahora nos das carta blanca para tener relaciones con ellos.
—El hombre puede infligir la herida más incurable, pero puede entregar el mayor de los placeres. Son criaturas muy contradictorias. Ése es mi regalo para vosotras. No obstante, no os dejéis llevar por los caprichos ni por el deseo que a veces puede cegaros. El Midgard está lleno de cosas atrayentes, muy magnéticas. No perdáis el objetivo, disfrutad de vuestros guerreros, luchad al lado de ellos, cuidadlos y entregaros por completo a los dioses y a su misión. Hacedme sentir orgullosa de quienes sois. Nada os limitara allí abajo. Tendréis dinero y dispondréis de todo lo que necesitéis. Gastad y haced lo que os dé la gana, ¡sois valkyrias! —Exclamó con una sonrisa—. Habéis aprendido muchas cosas sobre la Tierra, os he mostrado todo lo que he podido a través de la Ethernet y Nanna ha subido muchos objetos para vuestro disfrute. Si bajáis ahí a luchar y a morir, al menos espero que os lo paséis bien. Si morís, morid con una sonrisa en los labios, cubiertas de joyas y el ardor que supone haber sido poseída por un hombre. No hay muerte más digna para mis valkyrias, ¿entendido?
Gúnnr sonrió. Freyja era una diosa que valoraba, por encima de todas las cosas, la diversión y la vanalidad. Con sus palabras no daba cabida a la duda. Para ella, en la guerra también había lugar para el placer.
La diosa levantó la barbilla de Gúnnr y clavó sus ojos en ella para susurrarle en voz baja:
—Te voy a dar un consejo: La valkyria y la mujer son indivisibles, Gúnnr. La furia y la pasión van siempre de la mano, no viven la una sin la otra, al contrario, viven la una en la otra. Despiértalas a las dos y revoluciona el Midgard con tus rayos. Déjate ir y sorpréndeme. Tú eres la elegida del Engel, demuéstrale porqué.
—¿Y las que no tenemos kompromiss? —Róta se cruzó de brazos como una niña pequeña, reclamando la atención de una mujer tan veleidosa como ella requería. Justo por eso a Freyja le caía tan bien, porque de algún modo, Róta le recordaba a ella misma. Era imprevisible.
—Las que no tengan kompromiss se quedaran aquí. —Freyja repasó con la mirada gris a su valkyria—. Y yo les pondré toda la Ethernet que encuentre para satisfacer su curiosidad. Pero tú y yo sabemos que no estarás entre las que se queden aquí, sabes que ése no es tu caso ¿verdad, Róta?
Róta apretó la mandíbula y se sonrojo de arriba abajo. Humillada desvió la mirada hacia otro lado.
Bryn desvió la vista hasta su hermana con suspicacia, meneando el cuerpo como si fuese una serpiente, como si las palabras de su diosa hubieran revelado algo que ella no sabía. ¡Ella era la Generala! ¿Cómo podía no saber esa información sobre Róta?
Nanna se hizo hueco entre las valkyrias y miró fijamente a Freyja.
—¿Y yo, Diosa? ¿Me quedo aquí o bajo con ellas?
Nanna era la encargada de recoger a los guerreros muertos y ascenderlos al Valhall, solo ella podía hacerlo pues era la única que, por lo visto, tenía el permiso de los dioses para ello. Freyja sonrió con dulzura a su guerrera, su Nanna.
—No puedes bajar, Nanna. Te necesito conmigo… Por ahora.
Nanna asintió no muy conforme con su respuesta y para consolarse pasó un brazo por encima de Gúnnr.
—Gunifacia —le murmuro al oído. A Nanna le encantaba cambiar los nombres y modificarlos a su antojo—. ¿Te podré robar el DVD de El diario de Noah?
Gúnnr asintió. Nanna añadía una hache final al nombre del chico, pero ya estaba acostumbrada a los cambios gramaticales de la valkyria.
¿Por qué no? Claro que se lo daba, ella no lo iba a ver más porque ahora tenía su particular prueba de fuego frente a sus narices. Su propia película en el Midgard.
Podía morir en la Tierra como una valkyria débil y sin dones, o enfrentarse a su sino particular. Gabriel podría no quererla como ella lo quería a él, pero su rechazo iba a motivarla para demostrarle que, probablemente, no era la mejor guerrera del Asgard, ni la más habilidosa, pero sí que iba a ser una mujer luchadora de los pies a la cabeza y no iba a permitir que él se avergonzara de ella.
Se abrían las apuestas.
Se apostaba al todo o nada.
Que empezara el juego.