Gabriel y Gúnnr estaban sentados los dos sobre el Tesla.
Mientras escuchaban In the arms of the angel de Sarah McLachlan, esperaban que Bryn, Miya y los demás llegaran al mirador en el que se encontraban. Gúnnr quería a Bryn cerca para convocar la tormenta, si es que en realidad era capaz de hacerlo.
Él tenía apoyada la espalda sobre el cristal delantero, y Gúnnr estaba estirada entre sus piernas. Se habían vestido, ya que empezaba a refrescar. Mientras se comían el pastel de chucherías como dos lobos hambrientos, Gabriel le daba pequeños besos en las orejas y a lo largo del cuello.
Observaban la instalación del laboratorio. Era increíble que se invirtiera tanto dinero en construcciones que podían poner en peligro el planeta entero. La comisión de energía atómica de Estados Unidos había aprobado el proyecto. ¿Acaso habían expuesto el proyecto a votación popular? No. Ni ellos ni ningún otro país pionero en aceleradores de partículas.
El Fermilab constaba de dos increíbles y enormes anillos de igual tamaño que ocupaban kilómetros de diámetros. Uno de los anillos era el inyector principal y el otro era Tevatrón. Se suponía que ese acelerador de partículas utilizaba campos electromagnéticos para cargar partículas eléctricamente y alcanzar velocidades que podían rebasar la velocidad de la luz.
—¿Por qué dejan que se construyan estas cosas? —Preguntó Gúnnr mientras mordía un ladrillo relleno de nata y con picapica.
—Porque a los humanos no les importa. La mayoría no saben ni lo que es. No entienden que si un acelerador de partículas falla, podría crear un agujero negro que podría llegar a tragar todo el planeta e incluso crear materia extraña, es decir, que la Tierra tal y como la conocemos, podría dejar de existir, convirtiéndose en algo completamente diferente a lo que concebimos.
—No me has contestado. ¿Por qué permiten que lo construyan?
—Sí que lo he hecho, pero supongo que es tan obvio que incluso es difícil de creer. Lo construyen porque nadie se opone. Lo construyen porque la individualidad y la conciencia de cada uno se centra en su propio ego, no en una conciencia colectiva. No en los demás. No en su planeta. Si lo hicieran, la gente se manifestaría en contra de la construcción de centrales nucleares como la del Diablo Canyon. Me parece lamentable todo lo que les hemos dejado hacer. No se les ocurre otra cosa que montar una central nuclear sobre un lugar que sufre seísmos y en el que hay fallas muy importantes. Si fueran realmente conscientes de que viven en un planeta que debe respetarse y cuidarse, exigirían que se cerrasen todas las centrales nucleares del mundo. Una persona inteligente nunca tendría un explosivo en su casa, ¿no?
—Yo creo que la cuestión está en que una persona buena y decente jamás elaboraría un explosivo. ¿Por qué las crean? Armas, centrales nucleares, drogas, virus, enfermedades, aceleradores de partículas… ¿Se han vuelto locos? Este planeta puede abastecerse sin necesidad de energía nuclear; la naturaleza, las energías alternativas os dan todo lo que necesitáis. Parece que los seres humanos tengan prisa por destrozarse los unos a los otros. Les atrae lo nocivo, lo destructivo. ¿Por qué el ser humano no se da cuenta de todo esto?
—Antes estaba muy obsesionado con las profecías, ¿sabes? —Le explicó mientras acariciaba su pelo con la mejilla y besaba el pulso de su garganta—. Las profecías no mienten. Los Hopi lo saben. Los mayas lo sabían. Los sumerios lo sabían. Cualquier civilización que alcance un grado de tecnologías y que no sea acorde con su grado de espiritualidad va destinada a la destrucción masiva. Creo firmemente que, para que el planeta se salve, tiene que eliminar a su principal parásito, que es el ser humano. Pero, si sucede así, ¿qué posibilidad tenemos de redimirnos? ¿No está todo el juego de los dioses montado para ver nuestra capacidad de redención hacia los demás y hacia nosotros mismos?
Gúnnr frunció el ceño y dijo:
—Nosotros, como valkyrias y einherjars, descendemos al Midgard porque nuestros instrumentos y nuestras herramientas han sido robadas y son tan peligrosas que podrían llegar a destruir vuestro mundo. —Gúnnr untó su dedo del picapica que había en la bandeja. Gabriel le robó el dedo y se lo llevó a su boca—. Ladrón —sus ojos oscuros refulgieron de rojo—. Si nosotros estamos aquí para protegerlos y actuamos de manera responsable en relación a nuestra tecnología, ¿cómo es posible que creen objetos mucho más grandes aquí e igual de peligrosos? Me siento como una estúpida. ¿Cómo los pueden tener a la vista de ese modo? Es como poner un cartel enorme que diga: «¿Quieres acabar con el planeta? Manipúlame y jódelos a todos».
Gabriel asintió y clavó la vista en el Fermilab.
—En el fondo es porque Loki sabe que la ignorancia colectiva es su mejor baza. A los humanos no les importa y sabe que no harán esfuerzos por entender lo que es un acelerador.
—¿Y entonces qué leches hacemos aquí? —Se colocó de rodillas sobre el capó y lo miró enfadada—. Es absurdo.
—Nosotros venimos aquí en nombre de nuestros dioses, que son los padres de todo, incluso de esta humanidad ignorante y absurda. Y por lo visto, el Alfather, cree en ellos. Agárrate a algo en lo que creer y lucha por ello o entonces todo esto perderá sentido.
—Yo creo en tu tío Jamie —espetó ella—, pero ahora es un vanirio…, y no me sirve. Y creo en la inocencia de Chispa, pero es una mona. —Ahogó una risita e intentó poner una cara seria y reflexiva—. Creo en la simpatía de Margarita, aunque me hizo muchísimo daño… —Recordó con disgusto—. Creo en Ankti y en Chosobi. Creo en ellos. Pero también creo en ti. Tú viniste del reino de los humanos. Y sólo por eso, puedo creer en ellos. Sólo por ti.
Gabriel la abrazó por la cintura y la besó con ternura, saboreándose el uno al otro.
—Así me gusta, valkyria.
Los focos delanteros del Jeep de Miya les alumbraron. Gabriel y Gúnnr se separaron y bajaron del capó.
Bryn repasó a Gúnnr de arriba abajo y levantó una ceja indagadora.
—¿Y tus leggings, valkyria?
Gúnnr se miró las piernas sólo cubiertas por las botas de caña alta y falda corta, y se encogió de hombros.
—Los perdí.
Miya salió del coche con el ceño fruncido, lleno de preocupación; Ren iba tras él, con una mirada llena de determinación. Gabriel y Miya se miraron el uno al otro.
—Es mi última batalla, Engel —juró Ren sabiendo que podía causar incomodidad—. Quiero luchar.
—¿Estás seguro? —Gabriel no sabía por qué confiaba en Ren en verdad. Estaba a punto de entregar su alma a Loki, se veía en sus ojos que se tornaban blancos y claros a cada momento y, con todo y con eso, había algo en el samurái que le impelía a fiarse de su palabra.
—Sí. Si tengo que morir, lo haré siendo yo mismo. Loki me arrebató demasiado, pero no quiero que me arrebate mis recuerdos. Quiero seguir recordando a Sharon como mi cáraid, y si me voy de aquí, será ella quien me guíe al otro lado. Al menos, sabré que es ella. —El vanirio se frotó la nuca en un claro y transparente gesto de cansancio. Había luchado demasiado—. No quiero morir como vampiro y olvidarme de todas las emociones y los recuerdos. Partiré como un guerrero vanirio mientras me reste conciencia.
A Aiko se le llenaron los ojos de lágrimas, mientras escuchaba a su hermano hablar con tanto orgullo y honestidad.
—¿Palabra de samurái? —Preguntó Gabriel.
—Palabra de samurái.
Los dos guerreros se midieron y, al final, decidieron que creerían el uno en el otro, como Miya no dudaba en Ren.
—El satélite indica que la energía electromagnética de Mjölnir se desplazaba sobre la costa de Florida —detalló Bryn—. Hace media hora que se ha formado una descomunal tormenta eléctrica en el mar.
—Es posible que la caja que protege a Mjölnir haya reventado —anunció Aiko—. Azuzamos mucho a los tráilers, y dieron severos bandazos mientras los perseguíamos.
—¿Habéis informado sobre el contenedor que viaja en dirección a Escocia?
—Sí. Isamu y Jamie se han encargado de ello y han alertado a los clanes de la Black Country para que controlen el espacio aéreo de la zona. Nos ayudarán a interceptarlos —prometió Bryn.
—Yo llegaré antes —prometió Miya con los ojos grises enrojecidos y con los vasos sanguíneos muy rojos. El samurái tenía aspecto de desquiciado.
—¿Cómo piensas llegar antes? —Gabriel achicó los ojos, intentando mirar a través de él—. ¿Conoces algún modo?
—Simplemente llegaré antes —anunció con convicción—. Pero eso ahora no importa. Importa el martillo y que no impacte en Florida.
—¿Eres capaz de ayudarnos, Gúnnr? —Preguntó Bryn con curiosidad.
—Voy intentarlo. No sé si soy o no la hija de Thor, pero es nuestra única posibilidad. Puede que necesite tu ayuda, Bryn.
La Generala caminó hacia Gúnnr y entrelazó los dedos con ella.
—Cuenta conmigo, nonne.
Se trataba de crear dos campos de fuerzas que chocaran ente ellos para crear energía. Bryn y Gúnnr estaban la una enfrente de la otra. Permanecían con los ojos cerrados, concentradas en sus cometidos.
Los guerreros se colocaron a su alrededor y esperaron ansiosos a que los poderes de las dos valkyrias se manifestaran de algún modo.
—Ahora, Bryn, atácame —le dijo Gúnnr.
La Generala alzó las dos palmas de sus manos y las dirigió hacia ella, lanzando poderosos rayos que impactaron en el cuerpo de Gúnnr.
Gabriel miraba la escena aterrado. Su pequeña valkyria iba a intentarlo y, sabiendo cómo era de tenaz y lo cabezona que era hasta que conseguía aquello que quería, no dudaba en que podía lograr todo lo que se propusiera. Pero eso lo atemorizaba. Si Gúnnr era capaz de invocar una tormenta eléctrica y viajar a través de ella, el riesgo iba a ser demasiado grande. Mjölnir tenía un poder descomunal y Gabriel tenía miedo de lo que pudiera pasar. Sabía que tenían que recuperar el martillo pero no quería que ella saliese herida. Sin embargo, ahí estaba su valiente guerrera, invocando nada más y nada menos que una tormenta eléctrica, como si fuera una diosa, o mejor, como si fuera hija del dios del trueno.
Gúnnr repelió el ataque de Bryn.
—¡Dale, Generala! —La animó. Cerró los ojos y abrió los brazos hacia el cielo. Su cuerpo se llenó de electricidad y fue rodeado por miles de hebras y lenguas de luz que fustigaban su piel. Los talones de Gúnnr se deslizaban por el césped, dibujando profundos surcos en la tierra.
Miró fijamente a su hermana.
—¡Más fuerte, Bryn! —Gritó—. ¡No te… No te detengas!
Gabriel y Miya miraban la escena con fascinación. Aquellas mujeres eran demasiado poderosas para su propio bien.
Bryn azotó a Gúnnr con nuevas descargas.
La joven absorbió la energía de la Generala como suya y, entonces, activó su propia energía eléctrica. La energía interna de Gúnnr colisionó con la que había recibido de Bryn. Sintió que su sangre circulaba a más velocidad, y notó como su corazón palpitaba a un ritmo frenético.
—Gúnnr… —Susurró Gabriel queriendo acercarse a ella.
—¡No! —Exclamó Gúnnr clavándolo en el lugar.
No, él no podía acercarse. No la podía detener. Sentía su propia energía y no tenía miedo de ella. Jamás se había sentido tan poderosa, nunca antes había concebido tanto poder en su interior. Se creía capaz de todo, y quería disfrutar de la sensación.
¿Era la hija de Thor? ¿Lo era? Eso lo demostraría.
Gúnnr abrió los ojos, que alternaban del color rojo a un gris azulado metálico como el de las tormentas y los rayos. Apretó los puños y echó el cuello hacia atrás, y un remolino de aire empezó a crearse a su alrededor.
En el cielo se creó al principio una espesa niebla. La niebla se hizo más pesada y consistente y dibujó nubes, cumulonimbos alargados que se elevaban en forma de espiral sobre sus cabezas. El aire a su alrededor soplaba en ráfagas demasiado fuertes, cálidas y húmedas.
Gabriel se recogió el pelo en una cola alta. Preparándose para lo que estaba por llegar y asintió mientas miraba a Gúnnr.
—¡Venga, florecilla! ¡Ya lo tienes! —La vitoreó—. ¡Tú puedes! —la voz se la llevaba el viento.
Bryn seguía lanzando rayos sobre Gúnnr y ésta luchaba por no desplazarse del suelo y afianzaba los talones con fuerza.
Algo, algo silencioso la estaba llenando. Como la calma que precede a la tormenta.
El cielo se iluminó y emitió un estallido. Un bramido de enfado por no ser él quien decidiera el clima que debía hacer.
Gúnnr apretó los dientes y enseñó sus colmillos. Miró a Gabriel y sonrió.
—Detente —bramó Gunny.
Bryn se detuvo al instante. La Generala miraba a su hermana como si nunca antes la hubiera visto. Una inmensa bola de luz la rodeaba, y su cuerpo brillaba como el sol.
Gabriel tragó saliva con fuerza.
Miya observaba a la valkyria con solemnidad.
Aiko se pasaba la mano por la cara, como si tuviera que tocarse para ver que aquello era real.
Y Ren miraba a Gúnnr como si fuera un amanecer.
Gúnnr había desplegado sus alas rojas y parecía un ángel del infierno, las batía y se elevaba hacia el cielo, ahora sí, se había tornado oscuro. Los relámpagos caían sobre Betavia, y resonaban por todos lados.
—Er du veldig glad og det, ja sa klapp… —Recitó Gúnnr mirando a Gabriel, recordando la canción de cuna que cantaba Freyja a las valkyrias recién nacidas. Freyja había cantado para Gúnnr siendo un bebé, y aunque Gúnnr agitó sus manitas, de sus manos nunca salió ningún rayo furioso, ni tampoco se le tornaron los ojos rojos. Sin embargo, ahora era su momento, y ella cantaba su propia canción.
El Engel estaba conmocionado. ¿Quién era aquella criatura tan fascinante? Tan hermosa que inspiraba respeto y reverencia. Y aquellas alas… Era fantástica. Se emocionó y su corazón se hinchó de orgullo. Porque esa valkyria era de él y de nadie más. Era un jodido afortunado.
—Bate las manos, nena —susurró Gabriel sin perder detalle de aquella demostración de poder. Al verla en todo su esplendor le venía a la cabeza la canción de Fucking perfect de Pink. Perfecta—. ¡Bátelas, Gunny!
—¡Bate las manos, nonne! —Exclamó Bryn alzando el puño con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Bate las manos!
La valkyria sonrió agradecida por el apoyo. Abrió las palmas de las manos y las dirigió al centro del remolino que se creaba a veinte kilómetros por encima de sus cabezas.
Gritó con todas sus fuerzas y un rayo que salía de su alma y de su corazón se dirigió al centro del remolino. La tormenta eléctrica tomó vida, y con ella, la valkyria percibió la antimateria que también se formaba por encima de las espesas nubes que traían agua, granizo y truenos.
Estaba ahí. El vínculo con Mjölnir la llamaba, la atraía como se atraían dos polos opuestos.
Gúnnr alargó la mano y la ofreció a Gabriel.
—Engel, tenemos que irnos —incluso la voz parecía diferente. Era la voz de una sirena que arrastraba a los marineros contra las rocas.
Gabriel miró al resto de su equipo y les dijo:
—Chicos, puede ser nuestro último viaje. Vamos a agarrarnos bien que vienen curvas.
Gabriel tomó la mano de Gúnnr, pensó en ella y desplegó sus alas azules. Se unió a su valkyria y la abrazó por la cintura.
—Pero ¿qué coño les pasa? —Dijo Miya hipnotizado por las alas—. ¿Son pájaros o qué?
Bryn se encogió de hombros, aunque estaba igual de maravillada que él.
—Son pareja. Agarraos a mí —ordenó Bryn.
—Podemos volar —musitó Ren malhumorado.
—Claro —contestó Bryn con una sonrisa—. Pero necesitáis un pararrayos.
Ren, Aiko y Miya decidieron que la valkyria rubia tenía razón. Pudieron las manos sobre sus hombros.
—¡Asynjur! —Gritó Bryn alzando una mano.
Una lengua de luz rodeó su antebrazo y Bryn salió disparada hacia el cielo con los tres vanirios que la seguían volando en permanente contacto.
Gúnnr clavó sus ojos rojos en Gabriel.
—Vamos directos a él, al martillo. Tendréis que alejaros —pidió una inquieta Gúnnr.
—No me voy a despegar de ti.
—Pero Gabriel…
—Tú llévanos de viaje, valkyria —juntó su frente a la de ella y la besó en los labios—. Que empiecen los fuegos artificiales.
Gúnnr se quedó mirando a Gabriel durante largos segundos.
—Como desees, Gab —contestó agradecida.
Gúnnr y Gabriel emprendieron el vuelo con las caras alzadas hacia el centro del remolino, hacia el centro del corazón de la tormenta eléctrica que había creado. A sus pies, Chicago empezaba a verse pequeña. Las luces de la ciudad titilaban como luciérnagas, y el sonido ambiente era un tímido runrún relajante. Los truenos y los relámpagos les azoraban como guiándoles hacia la antimateria, espoleándoles para que los seis guerreros se apresuraran y se dejaran llevar por la fuerza de la naturaleza.
Traspasaron la barrera de nubes y dejaron atrás el vórtice de la tormenta. Ante ellos se hallaba la neblina amorfa y dorada.
—¿Qué es eso? —Ren miraba la nube de oro como si fuera el paraíso.
Gúnnr batió las alas con fuerza.
—Bryn, ¡tenéis que estar en contacto conmigo!
La Generala asintió y, utilizando los rayos como si se trataran de lianas selváticas, se colocó al lado de su amiga y entrelazó los dedos con ella. Los guerreros crearon una cadena humana.
Gúnnr los miró por última vez, y cuando memorizó sus caras, sonrió y voló de cabeza hacia la antimateria, arrastrándolos con ella hacia un destino que nadie conocía.
El mar estaba bravo. La tormenta eléctrica que asolaba California había puesto a todo el Estado en alerta máxima. El helicóptero militar descendía sobre la planta nuclear de Diablo Canyon, agitado por tornados imprevisibles que desplazaban el contenedor de un lado al otro.
Un grupo masivo de devoradores, vestidos con túnicas negras y acompañados de pálidos vampiros, esperaban que el contenedor tomara contacto con tierra firme. El helicóptero se movió de un lado al otro, resistiendo las agresivas y adversas condiciones climatológicas y, finalmente, dejó el contenedor en el suelo, para irse por donde había venido.
Los devoradores corrieron a por el contenedor y abrieron sus compuertas. La caja de contención de Mjölnir estaba rota, y el martillo liberaba toda su energía, desplegando un espectáculo de emisiones eléctricas de todos los colores.
La central nuclear de Diablo Canyon constaba de dos reactores gemelos de agua a presión de cuatro circuitos de mil cien megavatios casa uno. La cúpula del reactor se alzaba a cuarenta metros de altura y los jotuns de Loki sabían muy bien lo que tenían que hacer para crear el caos. Entre cuatro vampiros tomaron a Mjölnir y volaron con él en las manos el tiempo suficiente como para dejarlo sobre la cúpula del primer reactor. Sus cuerpos se desintegraron un instante después de dejar el mango del martillo sobre la superficie y Mjölnir quedó a la vista de todo aquél que sobrevolara Avila Beach.
Del martillo emanó un rayo amarillo que impactó en la tormenta eléctrica.
Un par de encapuchados que esperaban sobre el reactor se detuvieron frente al martillo. Uno era de complexión muy delgada, y el otro era más alto y fornido.
El alto de destapó y mostró su cara. Movió los dedos de la mano enfundados en un guante metálico, sonrió a su compañero y le dijo:
—Acabemos con todos ellos y abramos el portal, Lucius.
—Estoy ansioso, Hummus —aseguró enseñando sus colmillos afilados y sedientos de sangre humana.
Una esfera dorada se creó en el cielo justo a la misma altura que el acantilado en el que se encontraba la planta nuclear. De esta esfera, llena de vida y luz, salieron despedidos seis guerreros que impactaron contra el suelo cementado del recinto.
Gabriel se levantó y ayudó a Gúnnr a incorporarse. La valkyria meneó la cabeza para desaturdirse y echó un vistazo a su alrededor.
—Estamos en la planta nuclear —dijo mirando hacia uno de los reactores. Cuatro vampiros sobrevolaban la plataforma con Mjölnir en las manos mientras éste les deshacía la piel muerta—. Mjölnir… ¡Allí! —exclamó señalando a los nosferatum vestidos de negro.
Bryn corrió hacia ellos y les dijo:
—¡Ocupaos del martillo! —Activó sus bue y preparó el arco con sus flechas—. Nosotros nos encargamos de éstos —y señaló con la barbilla al grupo de vampiros y devoradores que se dirigían corriendo hacia ellos.
Miya, Aiko y Ren se lanzaron hacia ellos, con Bryn a la cabeza.
Gabriel y Gúnnr batieron sus alas y se dirigieron volando a gran velocidad hacia el reactor. Los vampiros acababan de dejar el martillo sobre la plataforma del primer reactor. Vieron como dos encapuchados iban a por él y se descubrían la cara.
—¡Es Hummus! —Exclamó Gabriel adquiriendo mayor velocidad—. ¡No lo puede coger!
La bue de Gúnnr materializó el arco y la joven apuntó a la mano metálica que asomaba entre la manga ancha de la túnica negra del lobezno. Se concentró.
«Respira. Apunta bien. Ahora».
La flecha cortó el aire cargado de electricidad y golpeó la mano metálica que estaba a punto de cerrarse sobre el mango plateado y lleno de runas de Mjölnir.
Hummus apartó la mano y se agarró la muñeca con un gesto de dolor. Alzó la cabeza, sólo para ver que un rayo azul se dirigía hacia él y le golpeaba en el pecho, lanzándolo por los aires.
Por su parte, Gabriel impactó contra Lucius y rodaron los dos sobre la superficie del reactor.
Abajo, los gritos de los vampiros y los devoradores chocaban contra el sonido de los gritos de la valkyria y los vanirios.
Gúnnr, que iba con las rodillas por delante, golpeó en la cara a Hummus mientras este caía después de haber sido golpeado por una de sus descargas.
Chocaron contra el suelo.
Mjölnir seguía despidiendo el magnífico rayo amarillo que parecía estar agujereando al mismísimo techo estelar y abriendo con su fuerza una puerta directa a las estrellas.
—¡Maldita valkyria! —Gruñó Hummus mientras golpeaba a Gúnnr con el codo en la barbilla.
La joven cayó hacia atrás, y se mordió la lengua. Escupió sangre y gritó cuando sintió algo afilado insertarse en su muslo.
—¡Gúnnr! —Exclamó Gabriel al escuchar su grito. Golpeó a Lucius con el puño americano y le abrió el pómulo—. ¡Apártate de ella! —Cogió al vampiro y, amarrándolo de la túnica, le colocó el pie en el pecho e hizo palanca hacia atrás, para sacárselo de encima y hacerlo volar por los aires.
Lucios rectificó en el aire, y placó a Gabriel por la espalda.
—¡Hummus, coge el martillo y golpéalo! —dijo Lucius mientras desgarraba el cuello y la espalda de Gabriel con sus uñas afiladas y sus dientes.
El einherjar rugió, se giró rápidamente y cortó el pecho del vampiro con su espada.
Lucius cayó de culo al suelo y se miró la sangre del torso con sorpresa.
—Eres rápido, einherjar —murmuró.
Seis vampiros llegaron al reactor y rodearon a Gabriel.
Mientras tanto, Hummus inmovilizaba y retorcía el puñal del muslo de Gúnnr, mientras disfrutaba al sentir que los tendones y alguna que otra vena del interior de la pierna de la valkyria eran cortadas en el movimiento. Luego sacó el puñal ensangrentado y lo dirigió a su pecho.
Ren y Bryn acudieron al rescate de Gabriel y Gúnnr.
El samurái chorreaba de sangre, de los pies a la cabeza y movía sus espadas en círculos delante de él.
Bryn lanzó dos flechas a la espalda de Hummus, y éste se giró y se arrancó las flechas de la columna. Gúnnr aprovechó para coger aire y, aunque estaba muerta de dolor, golpearle en la cara con el arco. Un chorro de sangre salió de la ceja de Hummus.
Gúnnr vio su oportunidad y aprovechó entonces para lanzar un rayo a Mjölnir. Tenía que alejar al martillo de ahí. Los músculos del brazo le quemaron y lanzó el martillo hacia arriba, al cielo. Lo elevó tanto como el rayo le permitía.
Un portal empezó a abrirse en el cielo, un agujero gusano impresionante que emitía luces y sonidos de otros mundos.
—¡Joder, no, no! ¡Que no lo toque ella! —Exclamó Hummus llamando la atención a los vampiros.
—¡Está abriendo el Valhall! —Señaló Lucius aterrorizado.
Hummus rugió y se trasformó en un terrible lobezno, el más grande que Gúnnr y Gabriel habían visto nunca. La valkyria hizo todo lo posible por mantener al martillo ahí, levitando a miles de metros de distancia, fuera del alcance de los jotuns.
—¡¿Así que la niñita está llamando a su papi?! —El puñal de Hummus le laceró el bíceps del brazo y sus dientes afilados le mordieron el antebrazo. La valkyria aulló y dejó de controlar el rayo. El martillo empezó a caer a la Tierra de nuevo, ya que Gunny no lo podía sostener. El brazo le había quedado inservible. Intentó probarlo con el otro, pero antes de que su rayo impactara en el martillo, Hummus pisó su estómago con fuerza y la dejó sin respiración.
La joven se dobló sobre sí misma y escupió sangre.
—¡Vámonos, Hummus! —Dijo Lucius—. ¡Thor y Odín están al llegar! ¡La energía de la valkyria ha entrado en contacto con el tótem de su padre y ha abierto un portal! ¡Le ha llamado! ¡Vámonos, nuestra puerta sigue abierta!
Gabriel pateó a Lucius en el estómago, se lanzó sobre Hummus, y le atravesó con su espada, sacándolo de encima de Gúnnr.
—¡Suéltala! —Gritó.
Bryn ya había matado a uno de los vampiros que habían ido a por ella, pero todavía tenía a los otros dos encima. Miró impotente cómo el martillo, aunque estaba abriendo una puerta dimensional en el cielo, volvía a caer en la Tierra. No podía golpear el reactor ni nada de esa zona. Sería el fin.
Cinco vampiros se lanzaron sobre Engel para evitar que siguiera maltratando a su líder, y Hummus pudo salir de debajo de él malherido y renqueante. El lobezno miró hacia abajo. Los dos vanirios samuráis habían acabado con todos los devoradores, y en el reactor ya no tenían al martillo ni tampoco estaban en buenas condiciones como para plantar cara a esos guerreros.
Sopesó la situación.
Gabriel giró sobre sí mismo varias veces seguidas y cortó las cabezas de los vampiros. Arrancó los corazones de cada uno y los tiró al cuelo. Estaba ido, habían hecho daño a Gúnnr y eso no lo podía permitir.
Ren había acabado con los nosferatum que habían ido por él, aunque estaba muy malherido, pero había acabado con ellos.
Miya y Aiko se encaramaron de un salto volador al reactor.
Hummus sonrió. El martillo seguía cayendo; el portal había dejado de crecer pero seguía ahí. Los dioses no tardarían en aparecer pero, aunque ellos vinieran, Mjölnir golpearía igual. La planta nuclear estallaría y los terremotos se sucederían uno detrás de otro. El vórtice marítimo de Florida se abriría… Y Estados Unidos se convertiría en un nuevo Chernóbil. No estaban tan mal. Harían daño igualmente. El semidios lo decidió.
—Vamos. Cúbrete —le dijo a Lucius. Alzó el brazo y encendió un pequeño aparato que lanzó una luz tan fuerte que todos tuvieron que cubrirse los ojos.
Lucius y Hummus decidieron abandonar la planta nuclear pues, estaban en inferioridad de condiciones. Salieron corriendo y saltaron al vacío, para desaparecer por otro portal.
Gabriel corrió tras ellos a ciegas, hasta que oyó el grito de Bryn que decía:
—¡Está cayendo! ¡Mjölnir está cayendo! ¡Cae sobre el reactor! —La valkyria se estaba sacando al último vampiro de encima.
Gabriel miró a Gúnnr, que estaba tan malherida que la pobrecita apenas se podía mover. No se lo pensó dos veces. Si alguien debía coger el martillo sería él y no ella. Porque no quería perderla, no quería arriesgarse a que a Gúnnr, su florecilla, le sucediera nada malo. Ni hablar. Él la quería. La amaba. Y por amor se sacrificaba todo lo demás, incluso la propia vida. Batió sus alas y se dirigió a por el martillo.
Ren miró el gesto de Gabriel, y luego clavó sus ojos blanquecinos en Miya y a Aiko. Su hermana negó con la cabeza y Miya apretó la mandíbula y frunció el ceño.
—Incluso aquéllos que empiezan a perder sus almas, tienen la oportunidad de ser héroes —susurró Ren a sus amigos—. Hermanos, ha sido un placer luchar a vuestro lado. Nos veremos pronto. —Juntó sus manos e inclinó el tronco hacia delante, en un típico saludo samuráis lleno de respeto y cordialidad.
—¡Aún estás a tiempo, Ren! —gritó Miya con los ojos grises húmedos—. ¡Puedes salvarte! Las pastillas…
—Hermano mío, no puedes salvar a aquél que no quiere ser salvado. —Se impulsó en los talones y alzó el vuelo, en busca de la única salvación que él buscaba a través de la inmolación.
—¡No, Ren! —Lamentó el samurái.
Aiko cayó de rodillas al suelo, se tapó el rostro y arrancó a llorar.
Gúnnr se incorporó sobre los codos. Tenía la pierna y el brazo abiertos y completamente machacados. No los podía mover, pero cuando alzó la vista y vio las alas azules de Gabriel que se batían con fuerza para alcanzar el martillo y evitar el impacto, cogió fuerzas de donde no las tenía y se incorporó. Agitó sus alas y se fue a por su guerrero.
Gabriel, que estaba malherido, con su espalda abierta en canal por todos lados, sintió que sus alas renqueaban. Por el rabillo del ojo vio una bala negra con la cabeza rubia y morena que pasaba por su lado.
Era Ren.
—¡Yo llego antes! —Le gritó el samurái—. Aguantaré el martillo todo lo que pueda. —Le hizo un saludo militar con los dos dedos de la mano y le sonrió, dejando ver la poca humanidad que quedaba en su interior—. Ha sido un honor, Engel.
—El honor ha sido mío, kompis —aseguró Gabriel con humildad asintiendo con la cabeza.
Ren pasó por delante y desapareció entre las nubes.
Gabriel intentó volar más rápido. A lo mejor podría ayudarle. Perder a un guerrero con tanto honor nunca era bueno. Ya había perdido a muchos. Cuatro en pocos días, y los de mayor confianza.
Atravesó el banco de nubes y observó que Ren retenía a Mjölnir y volaba con él hacia arriba.
El cuerpo del vanirio empezó a carbonizarse, su cara reflejó la paz más absoluta y, al final, estalló como una pequeña supernova.
Gabriel apretó la mandíbula. Ren se sacrificaba por ellos.
Era su turno. Se lanzó a por el martillo con todas sus fuerzas. El portal del cielo seguía abierto, pero de ahí no salía nadie. Ningún dios. Ninguna valkyria. Ningún guerrero que les ayudara. Tenía que llegar hasta el portal y, en el mejor de los casos, sería absorbido por él y se llevaría al martillo consigo.
Gabriel alzó los brazos y amarró el mango de Mjölnir. El golpe fue tan doloroso que apenas pudo soportarlo. Sintió que la sangre se le espesaba, que el cuerpo no le respondía. El mango le quemaba las manos y la electricidad le recorría los huesos y lo dejaba tiritando.
Y entonces, unas manos más suaves y femeninas cubrieron las de él. Un cuerpo cálido se pegó a su espalda, y la nube más cálida de todas le abrazó. A Gabriel se le llenaron los ojos de lágrimas. Gúnnr no debía estar ahí. Ella debía vivir.
—Suéltalo, Gabriel —le pidió con la mejilla apoyada en su espalda—. Suéltalo.
Gabriel no podía hablar. Le dolían los dientes, y tenía un regusto amargo y metálico en la boca. Él negó con la cabeza. No quería mirarla a la cara o se desmoronaría.
—Suéltalo, guerrero —besó su espalda magullada y sus alas quebradas. Le temblaba la voz y no lo ocultaba—. Mjölnir es mío, no tuyo.
—Y tú eres mía, Gúnnr. No voy a… —Un rayo le chamuscó por dentro y un grito ahogado emergió de su garganta.
—¡Gabriel! —Gúnnr se colocó delante del einherjar y lo tomó de las mejillas—. Suéltalo —las lágrimas le resbalaban por la barbilla—. ¡Por favor, dámelo!
—¡No! —Sus ojos se cerraban—. Si lo hago, no te veré más. Yo… yo quiero verte siempre. ¿No lo entiendes?
Gúnnr lo abrazó con fuerza y hundió su cara en su garganta.
Llovía y los truenos iluminaban el cielo.
—Siempre podrás verme —musitó contra su piel quemada.
A Gabriel le tembló la barbilla y negó con la cabeza. ¿Cómo iba a verla? Mjölnir la iba a consumir, la convertiría en energía como al puto Powder. No, él no creía en que la gente se convertiría en energía; no se conformaba con esa verdad. No puedes a abrazar a la energía, ni besarla, ni enfadarte con ella ni decirle lo mucho que la quieres.
—Tú eres el Engel. Debes quedarte —anunció con serenidad. Le besó en los labios y sonrió abiertamente—. Gracias por todo, mi Engel —susurró sobre sus labios de nuevo.
—¿Por… por qué? He fracasado, vamos a morir todos. Nadie puede tocar este maldito martillo sin que te consuma. Ni siquiera tú —murmuró limpiándole la sangre que empezaba a gotear de su nariz.
—No importa —acarició el rostro de su amado—. No hay fracaso a tu lado, amor. —Gritó al sentir cómo los músculos le ardían y se deshacían ante la energía brutal del martillo—. Gracias por despertar mi don… Gracias por quererme y por elegirme —memorizó su rostro.
—Gúnnr…
—Perdóname.
—¿Por qué? —Gabriel estaba a punto de quedarse sin conocimiento.
—Por quererte lo suficiente como para desear que vivas por los dos.
Gúnnr agitó la bue y amarró una de sus flechas eléctricas. Se la clavó en el estómago a Gabriel. Éste abrió los ojos y fijó la mirada azul y desolada en la cara de la valkyria. Dos inmensas lágrimas se deslizaron por las pestañas del guerrero y sus manos resbalaron del mango metálico del martillo y lo liberaron.
Gabriel caía al mar, sin fuerzas suficientes como para batir sus alas azules; sin la energía necesaria como para gritar a Gúnnr por lo que acababa de hacer; sin oxígeno suficiente como para decirle con palabras que la amaba y la amaría siempre. No podía hacer nada de eso, sólo llorar y dejar que sus lágrimas se mezclaran con las gotas de la lluvia.
Gúnnr se echó a llorar mientras veía a Gabriel desapareciendo entre las nubes. Nunca la perdonaría. Acababa de echar por tierra su libre elección de cómo morir. Le había traicionado, y un líder como Gabriel no toleraba esas cosas.
El primer latigazo la dejó sin aire.
La segunda lengua eléctrica detuvo su corazón.
El tercer trueno que la alcanzó la hizo estallar como una bola de energía en el aire.
Ella y el martillo se desintegraron y el portal los absorbió.
Gúnnr se había ido.