Capítulo 2

Un año después en el Valhall

Gúnnr lo había dispuesto todo para la llegada de Gabriel.

En el Víngolf, todas las valkyrias se preparaban para la llegada de sus guerreros einherjars.

En el Valhall, los einherjars se entrenaban cada día, lo hacían a todas horas. Así pasaban el tiempo. Entrenando para el Ragnarök. Después de las peleas iban a beber hidromiel, y por último, llegaban al Víngolf para que los mimaran. Luchaban entre ellos y se herían, no les importaba la multitud de cortes o heridas aparatosas que pudieran lucir en su cuerpo.

Ellos sabían que luego tenían su ansiada recompensa. Las valkyrias les cuidarían y les ayudarían a sanar.

Aquéllas que habían sido reclamadas, como Gúnnr, podían disponer de su guerrero, a solas. Y las que no, podían repartirse en grupos y ayudar a las elegidas en sus cuidados.

Gúnnr había decidido que no quería ayuda de ningún tipo. Ella podía con Gabriel. No necesitaba que manos que no fueran las de ella lo tocaran y lo resarcieran. Ésa era su misión y lo que ella adoraba hacer. Así que no necesitaba ayuda, ni la necesitaba ni lo soportaría. Se tomaba el trabajo muy en serio y era consciente del papel tan importante que le tocaba desempeñar con Gabriel. Y su Engel era algo primordial para ella.

Quería al guerrero de pelo rubio, largo y rizado; lo quería mucho, de una manera extraña, de un modo que no entendía y que le hacía arder las entrañas. Se habían hecho muy buenos amigos, habían confiado entre ellos y, aunque no habían tratado temas muy personales ni se habían hecho grandes revelaciones, había un nudo invisible y fuerte entre ambos, uno que los unía.

Repasó toda la sala. En el suelo de marfil blanco se había dispuesto una manta de seda negra. Sobre ella, un puñado de cojines dorados y rojos. Había una fuente llena de frutas exóticas, fresas, papayas, uvas, cocos…, y un cuenco lleno de aceite perfumado para masaje. La chimenea estaba encendida, el fuego crepitaba suavemente, e iba a poner la música favorita de Gabriel. La canción de Far an away de Enya empezó a sonar. Sonrió. A ella también le gustaba mucho lo que creaba esa humana. Era una voz celestial.

Las velas se mecieron al ritmo de la música, iluminaban el salón y le daban un cariz muy acogedor. Los salones del Víngolf se diseñaban ellos solos según el humor de las valkyrias. Gúnnr sólo tenía que fijar una imagen en su mente e imaginarse cómo quería la sala aquel día. Algunas de sus hermanas utilizaban imágenes del Midgard; islas desérticas, campos llenos de flores, hermosas vistas con acantilados… Pero ella no. Ella prefería algo más cálido, más íntimo.

—Gunny, ¿no te pasas con el aceite? —preguntó Róta a sus espaldas, moviendo la nariz y husmeando el aire.

Gúnnr resopló y se giró enfurruñada.

—Róta, aléjate ahora mismo de aquí. —Sus ojos de ese extraño color negro azulado refulgieron amenazantes.

Róta se echó a reír y levantó una ceja roja.

—Eres demasiado posesiva con él. Compártelo, mujer —la picó ella.

—No hay nada que compartir. El Engel lo prefiere así, Róta.

—¿Te lo ha dicho?

—No. Pero… Lo sé.

—¿Y cómo lo sabes? —Puso sus manos sobre las caderas mientras estudiaba a su hermana.

—Lo sé.

—¿Instinto de valkyria? —Achicó los ojos azules como el mar—. ¿Estás despertando, Gúnnr?

Gúnnr no contesto y se limitó a recolocar las velas quisquillosamente.

Orden. El orden le gustaba. El orden era control. Sabía dónde estaba todo, cómo colocarlo todo. Sabía lo que a él le gustaba, y aquello era genial porque no había cabida para el error. Gúnnr se limitaba a obedecer y a satisfacer los deseos de Gabriel. Y lo estaba haciendo muy bien porque, de momento, él no se había quejado. Sí, el Engel estaba contento con ella. Y ella lo estaba con él.

Róta le había preguntado si estaba despertando. No lo sabía. Había cosas en su interior que se removían, se agitaban y la ponían nerviosa.

Sensaciones que nunca antes había experimentado. Sensaciones que tenían que ver con ese hombre rubio y adorable que venía a ella cada día desde hacía poco más de un año del Asgard.

Gabriel. El guerrero que la estaba volviendo loca de remate y robándole horas de sueño. No dejaba de pensar en él.

—Llegará en cualquier momento —Gúnnr cuadró los hombros, se giró de nuevo y sonrió al ver el atuendo tan sexi que llevaba Róta.

Las valkyrias recibían a sus guerreros casi desnudas. Róta llevaba un short negro tan corto que parecía un cinturón, y un wonderbra espectacular casi transparente del mismo color.

—Gabriel tardará un ratito en venir —informó Róta como quien no quiere la cosa.

—¿Cómo lo sabes?

—Está hablando con Nanna acerca de un brillante que se le cayó al Engel en el Midgard cuando ella lo recogió y lo subió al Valhall.

Gúnnr sabía lo del brillante, un pendiente que su Engel llevaba como humano. En realidad, a ella no le interesaba, porque no era codiciosa ni tampoco le volvía loca los diamantes como al resto de sus hermanas. Pero saber que Nanna reclamaba algo de Gabriel le molestaba.

—Por lo visto —prosiguió Róta—, Nanna está muy interesada en ir a buscarlo. Ha hecho una apuesta conmigo. Ya sabes cómo es Nanna. Le encanta el juego y la competición.

—¿Cuándo ha pasado todo esto? —Preguntó extrañada—. ¿Ahora mismo?

—Sí —sonrió la valkyria—. Hemos hecho una apuesta para ver quién alcanzaba más manzanas con flechas. He perdido.

Gúnnr levantó una ceja. Había perdido porque a ella tampoco le interesaba, supuso Gúnnr. De lo contrario, a Róta le hubiera cabreado mucho perder algo.

—Y me ha utilizado para saber dónde estaba exactamente el brillante. Lo he visto en Wolverhamptom —explicó la valkyria—, bajo el Tótem de los berserkers. Allí donde iban a incinerar a Gabriel.

—Entiendo —dijo en voz baja—. Y, ¿qué va a hacer Nanna?

—Lo irá a buscar, por supuesto. Pero antes tiene que pedir permiso a Freyja para hacerlo. Pasará el tiempo hasta que ella le dé el visto bueno. Siempre funciona igual. Ya sabes cómo es nuestra diosa, le gusta controlar todo al detalle.

Gúnnr suspiró y acarició con el dedo una copa de oro llena de hidromiel. Ella quería un brillante también. Y lo quería ahora que sabía que Nanna iba a tener el de Gabriel.

Nanna no podía ser tocada por ningún macho, fuera de la raza que fuera. Sólo podía tocar a los hombres muertos, y nadie sabía la razón. Por ese motivo, ella se encargaba de recoger a los caídos en la batalla. Eso también era injusto para Nanna.

Se dio la vuelta con los hombros un tanto decaídos, triste por el destino de su amiga y también por el suyo. Pero cuando admiró a Róta, todos los males se le pasaron.

—Róta, eres escandalosamente bonita —susurró Gúnnr sonriendo—. El día que un guerrero te reclame, se morirá de gusto de nuevo al verte.

Róta se sonrió y se acarició el plano vientre.

—Por Freyja, Gunny —puso los ojos en blanco y se dejó caer sobre los cojines—. Antes de la apuesta con Nanna, he visto una sesión de cine. Freyja nos ha dejado ver a través de la Ethernet al berserker de los gemelos y a la Cazadora. Pura dinamita. Estoy cachonda como una perra, y necesito tocar a un hombre.

—Eres una pervertida —pero ella también lo había visto.

La Ethernet era el medio a través del cual Freyja y Odín podían enseñarles los sucesos que daban lugar en la Tierra. Al parecer, el planeta azul tenía a su alrededor una especie de cinturón magnético en el que se grababa toda la información como si se tratara de un disco duro. Lo llamaban cinturón de Van Allen y a través de él se podía leer y ver todo lo que se quisiera. A Freyja, últimamente, le había dado por enseñar a sus valkyrias todo tipo de encuentros sexuales entre los berserkers, los vanirios y sus respectivas parejas. Y ella estaba disfrutando de lo lindo con esas sesiones.

Adam Njörd había agarrado a Ruth nada más entrar en su casa de Wolverhamptom, y la había arrinconado contra la pared. Al parecer, se habían discutido porque él quería que su Kone[2] llevara un coche un poco más seguro y adaptado también para sus sobrinos gemelos. La cazadora de almas era una fan incondicional de su Smart Roadstar negro y naranja, apodado «El bomboncito». Ruth se había puesto hecha una fiera al recibir la orden de Adam de que no volviera a coger el coche.

—¡Los huevos! —Había exclamado ella al entrar en la casa—. Tienes un complejo con los coches pequeños, pero el mío me gusta y no pienso dejar de conducirlo sólo porque tú…

Entonces, Adam la había hecho girar hasta empotrarla con su enorme cuerpo en la pared.

—Ese carácter tuyo te traerá problemas —murmuró el berserker con los ojos completamente rojos—. Siempre me llevas la contraria, Cazadora.

—Tu ego lo necesita, lobito.

El moreno rapado echó el cuello hacia atrás y soltó una carcajada.

—Mira lo que dice mi ego —presionó con las caderas contra la entrepierna de Ruth y le levantó la falda negra deslizando las manos morenas por la piel de sus muslos y más arriba, hasta abarcar sus nalgas. Se frotó contra ella hasta que se le humedecieron las braguitas—. Me calientas, Katt[3].

—Dios, Adam… —Gruño ella apoyando la cabeza en la pared y cerrando los ojos presa del deseo—. Te encanta solucionar las cosas así.

El noaiti[4] sonrió ladinamente y se inclinó para darle un beso húmedo en la barbilla respingona de Ruth. Coló los pulgares en las bragas rosas de su chica y se las quitó poco a poco sin dejar de mirarla.

—¿Sabes qué te voy a hacer? —Apretó todo su cuerpo contra ella y le mordió el lóbulo de la oreja apretando lo justo para luego calmar el pinchazo con la lengua—. Voy a taladrarte como un pistón, amor. Ajustaré esas tuercas sueltas que tienes y luego veremos si cedes o no a mi propuesta —cubrió el sexo liso de Ruth con la mano y la acarició superficialmente.

Ruth abrió sus ojos ambarinos y se pasó la lengua para humedecerse el labio inferior.

—Mmm… Veamos cómo va la Black & Decker de mi chamán —se apoyó en sus hombros musculosos y se abalanzó a besar su boca.

El pecho de Adam rugió como el de un animal salvaje y, sosteniéndola con la pelvis, le sacó el suéter azul oscuro de cuello alto por la cabeza. Luego, cada vez más ansioso, le desabrochó el sostén rosa y la dejó con las botas negras de tacón que llevaba. Seguidamente, le soltó la goma del pelo, que tenía recogido en una cola alta y, aguantándola con una mano por el trasero, con la otra se bajó la cremallera sin dejar de besarla para dejar salir su pene dolorosamente erecto.

—No voy a ir despacio, nena —le dijo sobre su boca, cogiéndose el tallo venoso y dirigiéndolo a su entrada ya húmeda—. Llevo todo el día viendo como meneas ese culito, embutido en la diminuta falda que llevas. Estoy famélico.

A Ruth se le puso la piel de gallina y le mordió el labio inferior, tironeando de él de un modo juguetón.

—Pues venga. Cómeme, lobito.

Gúnnr había recordado todo lo que se había dicho y cómo él había reaccionado al penetrarla. Adam adelantó las caderas al tiempo que dejó caer a Ruth sobre su erección. Cuando la cabeza entró, se olvidó de ser suave y paciente. Ella bramó como loca al sentir que él entraba en ella. En cuanto notó las paredes apretadas de Ruth envolviéndolo, clavó los pies en el suelo y empezó a mover la pelvis de arriba abajo, como una taladradora, tal y como él le había prometido.

—Amor, cada vez es mejor —murmuró él llevándose un pecho de Ruth a la boca—. Tan apretada…

—¡Adam! ¡Oh Dios, sí! ¡No pares! —Ella había hundido el rostro en su hombro y se había agarrado a su cuello, completamente abandonada a todo lo que él le estaba haciendo ahí abajo.

Era fascinante para Gúnnr ver cómo un hombre y una mujer podían disfrutar tanto el uno del otro, y cómo se desinhibían y se desenfrenaban hasta mezclar sus propias identidades en una sola. ¿Eso era el sexo?

—Quítate la ropa —le había susurrado ella al oído. Le acarició la espalda y le agarró la camiseta blanca ajustada que llevaba para subírsela hasta arriba. Se ayudó con la otra mano hasta quitársela por la cabeza. Entonces acarició su pecho y sonrió al poner una mano sobre la cabeza del dragón que tenía tatuado en el pectoral y que le rodeaba el hombro izquierdo y parte de la espalda—. Hola, dragoncito —murmuró. Miró a los ojos rojos de Adam y le dijo—: Dile al dragón que quiero que me bese.

Adam sonrió y la abrazó fuertemente, pegando todo su torso oscuro al de ella de modo que la boca del dragón estuviera sobre el pecho de Ruth. La había apoyado en la pared y no dejaba de embestirla con ferocidad. Y la joven parecía muy contenta con ese trato. Ella sollozaba y él gruñía sobre su cuello.

—Quiero un Mini Countryman… —murmuró ella.

—¡Aj!

—Uno verde… ¡Oh, Dios mío! Y blanco… Con todas las comodidades y… —La chica luchaba por tomar aire.

—¡Lo que quieres, nena!

—Y un motor de tantos caballos como sea… ¡Ay, joder…! ¡Como sea posible! ¡Adam, no puedo más!

—Córrete, gatita.

Y ella lo hizo al instante. Como si esa orden tuviera algún tipo de poder.

Pero él no dejó de moverse pues todavía no había llegado a culminar.

—Vamos, cariño, déjate ir. Eso es —ella lo animaba y le acariciaba la cabeza rapada—. Me gusta, Adam. ¡Me gusta!

Entonces los dos explotaron a la vez, de nuevo. Y se fundieron en un beso demoledor, que se convirtió en uno más dulce a medida que se calmaban progresivamente. Él se dejó caer de rodillas en el suelo, manteniendo a Ruth ensartada por su miembro, como si esa mujer fuera su bote salvavidas y no fuera a dejarla escapar nunca.

Jeg elskar deg[5], taladro —susurró ella con la voz llena de placer. Se echó a reír y acarició su mejilla con los labios.

—Puedes elegir el coche que quieras, gatita —respiraba con dificultad mientras se volvía a mover en el interior de la chica—, pero deja el de juguete en casa.

Ruth había sonreído, muy a su pesar, y había negado con la cabeza sólo para provocarlo.

Freyja se dedicaba a trastornarlas con ese tipo de demostraciones.

Ruth, Adam, Caleb, Aileen… ¿Por qué insistía en enseñarles lo felices que eran esas parejas juntas si ellas no podían ser tocadas de igual forma?

Róta sonrió al notar que Gunny se sonrojaba ante el recuerdo de lo que habían visto.

—¿Y me llamas pervertida? —Exclamó Róta—. ¡La culpa es de Freyja! ¡Está loca! La valkyrias somos vírgenes, no podemos tener relaciones sexuales con nuestros guerreros. Una de las normas de Freyja, por supuesto —gruñó—. Sólo podemos mirarlos y cuidarlos, satisfacerles a ellos, no a nosotras. ¿Y con qué nos sale la loca de nuestra diosa?

—No blasfemes.

—¡Con porno! ¡Y no porno cualquiera! ¡Sexo auténtico, joder! Porno lleno de amor y pasión —dio una vuelta sobre sí misma y se tocó los pechos—. Me muero de hambre por sentir lo que la Cazadora ha sentido con un semental así entre las piernas.

Gúnnr meneó la cabeza y recolocó los cojines.

—¿Por qué os gusta ver eso si sabéis que luego os ponéis así de malas? No entiendo por qué os gusta torturaros. Yo intento no hacerlo.

—¿Cómo no verlo? Aprendes muchas cosas —se apoyó en un codo y miró a Gúnnr de arriba abajo.

Gúnnr llevaba una gasa plateada a modo de vestido vaporoso y liviano que se ajustaba a la cintura y dejaba sus hombros descubiertos. Se había recogido su espesa mata chocolate de pelo liso y escalado en un moño alto y desordenado. Varios mechones se caían por su nuca y alrededor de la cara.

—Gúnnr, ¿vas de monja? —preguntó Róta.

La valkyria se pasó las manos por el vestido plateado y frunció el ceño.

—Estoy a gusto con esto. No tengo por qué ir desnuda como tú, ¿no?

—Las demás van desnudas, yo al menos me cubro las zonas importantes —aclaró—. Tú en cambio… —Bufó con dramatismo—. Enseña tu cuerpo. Lo tienes precioso y elegante. Con tanta ropa es imposible que pongas a ese hombre cachondo. Imposible.

—No hables así de él —gruñó Gúnnr—. Él es… Él es el guerrero más importante y no necesita ponerse cachondo con nadie.

—Es un hombre, Gúnnr. ¿Todavía no te ha pedido que le toques? Las valkyrias hacemos ese tipo de favores. Todo por nuestro guerrero… —Se llevó las manos al corazón, teatralmente—. ¿No te apetece, Gúnnr?

Gúnnr bajó la mirada y se mordió el labio inferior, incómoda.

—¡Lo sabía! —Dijo Róta tirándole un cojín dorado—. Quieres comértelo enterito. ¿Le has propuesto algo?

—¿Algo como qué?

—Algo como: Gabriel, papi chulo, déjame averiguar a qué sabe tu pirulo.

Gúnnr abrió la boca y soltó una carcajada que le marcó dos hoyuelos en las mejillas.

—¡Eres incorregible! El espíritu de Bragi te está poseyendo.

—Culpa al reggaetón. Nanna nos está mal acostumbrando, ¿sabes? En cada una de esas escapadas a la tierra nos trae algo, la última vez me trajo un CD de un tal Don Omar. Me gusta, tiene estilo. Chequea cómo se menea… la la la… —entonó una parte de la canción Diva Virtual mientras meneaba las caderas.

—Te gustan todos, Róta.

—Soy una mujer de grandes apetitos. Las valkyrias somos así. ¿Tú no? —Preguntó metiéndose una uva en la boca—. Dímelo, no se lo diré a nadie. Dime las palabritas mágicas —la espoleó.

—Me gusta Gabriel.

Lo soltó tan rápido como pudo, sabiendo que Róta no se reiría de ella.

—Es normal que te guste. Es tu einherjar. A las valkyrias nos gustan nuestros einherjars. Sobre todo aquéllos que se encomiendan a nosotras —se metió otra uva en la boca.

—Ya… —Carraspeó y jugó con el fuego de vela—. Pero a mí me gusta… Gusta.

—¿Te gusta-gusta? —Róta frunció el ceño y sus ojos azules claros se llenaron de preocupación—. ¿Gustar-gustar de gustar, gustar?

Gúnnr asintió repetidas veces. Se pasó los dedos por el flequillo color chocolate y lo echó hacia atrás. Medio sonrió, avergonzada. Sí, Gabriel le gustaba. Mucho.

—¿No le has tocado de ningún modo «íntimo», Gúnnr?

La joven valkyria negó con la cabeza.

—Quiero encontrar el valor —explicó contrariada—. Últimamente sale de aquí muy tenso, muy…

—Empalmado —levantó el brazo y cerró el puño.

—Sí. Y quiero saber cómo puedo tocarle. Siento curiosidad…

Una chispa roja llena de interés se encendió en los ojos de la joven valkyria. Curiosidad era buena palabra. Una que podía definir su estado a la perfección, pero no era la correcta. Lo suyo era anhelo volcánico.

Quería averiguar a qué sabían sus labios, qué ruiditos harían si ella lamiera aquel estómago musculoso… Gúnnr también había visto a Caleb y Aileen en acción, y se había calentado tanto que no quería volver a verlos más, sobre todo sabiendo que nunca podría llegar a sentir ese tipo de contacto. Freyja la arrojaría al Midgard y la abandonaría a su suerte, a ella y a quien fuera que se atreviera a perder su virginidad. Y eso era tan frustrante. Se llevó las manos a las mejillas y se ventiló un poco la cara, moviéndolas como si fueran un abanico.

Róta se levantó corriendo con el rostro lleno de sorpresa y la tomó de los hombros.

—Dios, Gunny. ¡Un chispazo! Tus ojos…

—¿Qué le pasa a mis ojos?

Gúnnr se dio la vuelta y, como siempre le pasaba cuando lo veía, una energía eléctrica le recorrió la columna vertebral y le erizó todo el cuerpo.

Gabriel estaba ahí, de pie, más ancho y grande que nunca. El ejercicio le había tonificado muchísimo, y el sol del Valhall le había dorado la piel. El pelo lo tenía más rubio y claro que cuando llegó, y más largo, a la altura de los hombros. Y su mirada azul se llenaba de ternura cuando la miraba.

Róta los estudió a ambos con una media sonrisa.

—Valkyria Róta —dijo Gabriel mirándola con mucho interés—. Únete a Sig, hay tres guerreros que necesitan de vuestros cuidados.

Gabriel, al ser el einherjar líder, podía dar órdenes a todas las valkyrias. Excepto a Bryn, que era la Generala. Además, todo el mundo sabía que Bryn no servía a los einherjars. A ninguno.

—¿No me necesitas aquí? —preguntó Róta mirando a Gúnnr con curiosidad sólo para ver cómo reaccionaba su hermanita.

Gúnnr apretó los puños, pero colocó las manos detrás de su espalda, para que él no viera que estaba en tensión.

Gabriel entró como si fuera el hombre de la casa, que lo era, y dejó sus dos espadas de entrenamiento apoyadas en la pared. Iba vestido sólo con unos pantalones negros y bajos de cintura. Y llevaba sus hombreras plateadas con runas grabadas en ellas. Se le marcaban los huesos de las caderas, las venas y las abdominales emergían en su estómago como si fueran montañas. Tenía el torso sudoroso y lleno de heridas, y los brazos salpicados de cortes superficiales por todos lados.

—Me basto con Gúnnr, gracias —contestó Gab parándose frente a su valkyria.

—Como queráis. Me voy a frotar contra un árbol —dijo Róta moviendo las caderas de un lado al otro y guiñándole un ojo a Gúnnr.

Cuando la sexi valkyria hubo desaparecido, Gabriel se echó a reír.

—Róta es muy peligrosa. ¿No la ha reclamado ningún guerrero todavía? —preguntó con interés.

Gúnnr lo miró de reojo mientras negaba con la cabeza.

—Todavía no. Pero más vale que alguien busque su consuelo o puede convertir esto en Sodoma y Gomorra. Está descontrolada.

—Túmbate, Engel —le ordenó Gúnnr con suavidad.

—Gabriel. Te lo he dicho muchas veces, florecilla. Llámame Gabriel —cogió una fresa de la bandeja y se la metió en la boca—. Joder, qué ricas… Ven y come conmigo.

Gúnnr carraspeó y lo siguió. Esperó a que él se tumbara cuán largo era, y entonces ella se arrodilló a su lado.

Florecilla. La llamaba florecilla y ella se sentía ridícula al sonrojarse siempre que él pronunciaba ese mote. Y llevaba tanto tiempo diciéndosele…

—¿Te ha ido bien el día…, Gabriel?

Gabriel la miró a través de sus largas pestañas castañas claras y sonrió con los ojos.

—Me ha ido bien. He matado a ciento cincuenta einherjars. Yo solito —le guiñó un ojo—. Aunque no cuenta, porque luego resucitan.

Gúnnr tragó saliva y apartó la mirada.

A Gabriel le encantaba notar cómo aquella valkyria adorable se ponía roja como un tomate cuando la miraba. Era enternecedor lo tímida que era, y esa timidez, esa modestia en ella, le parecía refrescante. Las valkyrias eran mujeres tan sensuales y tan fuertes, tan soberbias y seguras de sí mismas, que dar con una como Gúnnr era algo extraño. Ella era elegante, llena de una belleza especial, frágil. Era sensual precisamente porque no era consciente de su propia sensualidad. Y rodeada como estaba de mujeres tan despampanantes y agresivas sexualmente, Gúnnr le daba la calma que necesitaba.

Desde que la conoció, ella se limitó a entregarle su amistad y sus atenciones y él, que se sentía muy solo, se aprovechó de ella. Ahora era su mejor amiga, como habían sido Ruth y Aileen. Gúnnr despertaba todo eso en él; ganas de protegerla, de bromear con ella, de cuidarla. Era fantástico poder contar con ella. Miró a su alrededor: Velas aromáticas, el aceite, la comida… Era perfecto, su momento favorito del día.

Gúnnr sabía lo que le gustaba y lo preparaba todo con tanto cariño que le hacía sentirse humilde y agradecido por ella. Cerró los ojos con placer y entrelazó las manos detrás de la nuca.

Desde que había vuelto a la vida como einherjar, había aprendido muchas cosas sobre él mismo en el Asgard.

Para empezar, le encantaba pelear. Se había erigido como el mayor estratega de Odín y sabía que sus batallas eran vistas por los dioses como auténticas lecciones sobre el arte de la guerra. Era un adorador del Sun Tzu y cuando era humano había sido un friki de los videojuegos estilo WarCraft, Heroes y World in Conflict, todos de estrategia militar. Era un hacha y esos conocimientos le servían para ponerlos en práctica en los entrenamientos del Valhall. Le habían dicho que era calculador y frío en la batalla, y no obstante, sus órdenes y su modo de hablar y organizar a los einherjars era apasionado. Odín había señalado que la pasión era algo vital en la guerra.

—Estás hecho un cromo, ¿lo sabías? —murmuró Gúnnr con esa vocecita de profesora que solía poner cuando le recriminaba algo—. ¿Dónde habéis ido hoy?

—Hemos ido hasta Álfheim, y hemos jugado un rato con los elfos. Uno de ellos me dio en el hombro con una de sus flechas. Pasó por debajo de la hombrera y se clavó en la carne. Qué cabrones, tienen una puntería los condenados…

Sí, los malditos elfos de la luz, con sus orejas más largas y puntiagudas que las valkyrias, con su pelo liso y largo y aquellos ojos tan rasgados y tan claros… Eran tan veloces y tan preciosos con sus armas, que era muy difícil vencerlos porque apenas intentabas acercarte veinte metros a ellos y ya tenías veinte flechas clavadas en él cuerpo, una por cada metro. Los elfos eran la raza más fría de todo el Asgard, y también la más espiritual. Lo estudiaban todo con raciocinio y sabían leer muy bien las señales. En la guerra, saber leer los acontecimientos era básico para sobrevivir.

Los elfos eran los mejores lectores del terreno, pero les faltaba la fortaleza física de los einherjars. No eran guerreros de cuerpo a cuerpo.

Era increíble todo lo que había aprendido y comprendido desde su llegada. Estudiar mitología escandinava era una cosa, y vivirla era otra completamente distinta.

Los dioses aseguraban, según su cosmología, que había nueve mundos: El Asgard era el hogar de los dioses. Luego estaba Vanenheim, el hogar de los Vanir; Álfheim, el de los elfos de luz; Nidavellir, el reino de los enanos; Midgard era la Tierra de los Humanos; Jotunheim, el reino de los jotuns y gigantes; Svartalfheim, la tierra de los elfos oscuros; Nilfheim, el mundo de los muertos o el infierno; y por último, Muspellheim, la casa de los gigantes de fuego.

El Asgard lo conformaban Vanenheim, Álfheim y Nidavellir, y estaba cercado por una muralla incompleta. Después de las guerras originarias con los dioses Vanir, la muralla quedó destrozada y Odín la mandó construir de nuevo a un gigante, un Hrmithur. Asgard era una tierra opulenta y fértil, llena de minerales preciosos y bañada en oro, y sus dioses Aesir eran guerreros fuertes, talentosos y bellos.

Nidavellir estaba ubicada al Norte del Asgard. Era un lugar montañoso y rocoso, donde reinaba el eterno atardecer, la llamaban «la llanura oscura». No había sol que iluminara sus peñascos, ni luna que pudiera dominar sus noches. Los enanos de la raza de Sigri trabajaban para los dioses, eran auténticos mineros y vivían en las cuevas subterráneas de las montañas. No medían más de un metro y todos tenían los lóbulos de las orejas muy alargados, los ojos muy pequeños y del color de los invidentes, de hecho, decían que los enanos no podían ver día debido a la constante oscuridad en la que vivían. Si el sol tocaba sus pieles, se convertían en piedra. Era su talón de Aquiles.

Y Vanenheim era el puto paraíso. En esas tierras llenas de color y magnetismo se hallaba el Valhall, un edén lleno de valkyrias semidesnudas que vivían exclusivamente para sanar a los hombres.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Gúnnr sacándolo de sus pensamientos.

—¿Así? ¿Cómo? —Agitó la cabeza sin entender.

—Tenías esa sonrisa… Sonrisa de tonto.

—¿De veras? —arqueó las cejas rubias.

—Sí. Déjame ver —Gúnnr se inclinó y tocó la herida del hombro con sus dedos. Gabriel dio un respingo—. No seas quejica, Gabriel.

—Un respeto, valkyria —contestó frunciendo el ceño.

—Te ha tocado el hueso. Calla y estate quieto. —Puso sus manos sobre la herida y la contorneó con los dedos. La carne abierta y enrojecida del brazo se iluminó, se cerró y cicatrizó inmediatamente.

Gabriel siempre se maravillaba ante el tacto y el don de Gúnnr.

Las valkyrias y sus guerreros creaban una asociación conocida como el kompromiss. El compromiso. Las valkyrias se convertían en las sanadoras de los guerreros que se habían entregado a sus cuidados, y sólo la que ellos habían elegido podía hacer que cicatrizaran sus heridas con el toque mágico de sus manos. Lo mismo sucedía con los einherjars, sólo ellos podían ayudar a sanar a sus valkyrias.

La valkyria poseía la furia y también la helbredelse. La primera era la furia de las valkyrias, una energía interna tan potente y tan llena de rabia y fuego que podía aniquilar a ejércitos enteros. La otra era todo lo contraria a la furia; la cura. Tenía la capacidad de sanar a los guerreros que luchaban con ellas, a aquéllos que se habían entregado a sus atenciones. Y eran mujeres contradictorias y apasionadas. Fascinantes.

Cuando era humano y estudiaba mitología, se decía poco de las valkyrias. Ahora, y gracias a Gúnnr, entendía mejor su mundo. Todavía recordaba la noche en la que la joven le contó quiénes eran en realidad.

—Se dice poco sobre nosotras en los libros —le había dicho mientras le masajeaba los hombros—. Nos llaman disir, diosas menores. Pero no somos hijas de Odín, ni somos hijas de Freyja. ¿Sabes qué somos?

—No —había contestado él muerto de gusto—. Cuéntamelo, florecilla.

Gúnnr dejó de masajearle durante unos segundos y Gabriel notó su sorpresa.

—¿No te gusta que te llame florecilla? —Era la primera vez que la llamaba así.

La valkyria, que estaba de rodillas a su espalda, carraspeó:

—No… Bueno, sí… No sé. Si te gusta llamarme así, como desees, Engel.

—Quiero que me llames Gabriel a partir de ahora.

Hubo otro silencio.

—Está bien —había contestado Gúnnr.

—Continúa hablando, por favor.

—Sí… Mmm… La verdad es que somos humanas. Como un día lo fuiste tú.

—¿Cómo?

—Verás, nuestras madres son humanas. Thor, que es el dios del trueno, nos tiene en alta estima porque él siempre dice que somos sus hijas, aunque no sea del todo cierto. En la Tierra, cuando una mujer que está embarazada es alcanzada por un rayo o un relámpago, cae fulminada, muerta en décimas de segundo. Freyja pacta con las mujeres y les alarga la vida unos meses más hasta la concepción. Cuando están a punto de parir, se las llevan al Valhall. Aquí nacemos y crecemos, y a los veinte años, Idúnn, la mujer de Bragi…

—¿El friki de los poemas?

Gúnnr se echó a reír.

—Sí. Su mujer nos da unas manzanas que nos hacen eternamente jóvenes y nuestros cuerpos no envejecen nunca más. Nos convierten en inmortales.

—¿Entonces tienes veinte años? —preguntó con interés.

—Tengo cientos de años, Engel.

—Soy mayor que tú.

—Claro, lo que tú digas —contestó cachondeándose de él.

—O sea, ¿sois hijas del trueno? Por eso Thor dice que sois de él.

—Exacto. Los dioses no nos han dado nada. Es el trueno el que nos muta y nos da los poderes iniciales. Nos otorga un don. Podemos manipular los truenos y los relámpagos. Lanzamos descargas eléctricas con nuestras manos y somos veloces y ágiles. Aquí, en el Valhall, aprendemos todo lo demás: Cómo controlar nuestros poderes, cómo ejercitarnos… Sólo podemos morir si nos arrancan el corazón. Los dioses dicen que está hecho de trueno, y si nos lo quitan, nuestro poder, que es nuestra esencia, y nuestra vida, desaparecen.

Gabriel la había escuchado con sumo interés y había girado la cabeza para mirarla por encima del hombro.

—Nunca te he visto hacer nada de eso —murmuró Gabriel—. Me encantaría verte en acción. ¿Lanzas rayos?

Ella se removió a sus espaldas y se quedó en silencio.

—No soy gran cosa. Todas las demás luchan mejor que yo. Yo sólo tengo buena puntería con el arco. No tengo poderes como las demás valkyrias.

—¿Por qué?

—Porque soy defectuosa —había contestado ella en tono llano.

—Lo dudo, florecilla. Eres perfecta y a quien diga lo contrario le contaré la cabeza.

Había notado cómo ella se había conmovido al oír esas palabras. Sus dedos le habían apretado los hombros, dándole las gracias, y luego había proseguido con el masaje, con dulzura y suavidad.

—¿Y las orejas puntiagudas? —preguntó él para romper el silencio.

—Freyja pidió que se nos diferenciara de las deidades, y decidió ponernos estas orejitas de duende —se burló de sí misma—. Son menos largas que la de los elfos y no tan feas como la de los enanos…

—Ni que lo digas. Los enanos parecen zulúes.

Gúnnr había dejado escapar una sonrisa.

—También nos dio estos colmillitos superiores a los que ninguna de nosotras le hemos encontrado una buena utilidad —se pasó la lengua por un blanco y diminuto colmillo.

Gúnnr se reía mucho de sí misma, y era un rasgo que Gabriel encontraba fascinante.

Y en ese momento, en la actualidad, volvía a recibir uno de esos masajes que lo dejaban tembloroso. La conversación que Gúnnr había intercambiado con Róta hacía unos minutos había sido muy reveladora.

Se había quedado escuchando como un maleducado. Era algo que de humano hacía sin querer, y ahora, con los años, todo se acentuaba más.

Ahora sabía algo que hubiera preferido no saber.

—Te he dicho muchas veces que no me gusta que vayas al Álfheim —dijo Gúnnr, retirando la fuente de frutas que habían vaciado entre los dos—. Los elfos de la luz son muy fuertes y sus flechas muy dolorosas. Y las elfas son vengativas. Si les haces daño no pararán hasta cortarte una extremidad. Y ya sabes lo doloroso que es que nazca una extremidad, Gabriel.

Oh, sí que lo sabía. Gúnnr le había emborrachado con hidromiel para que no notara tanto dolor. Un einherjar le había cortado el brazo, y tuvo que esperar un día entero junto a Gúnnr hasta que ella hizo que le creciera de nuevo.

—No pienso aguantarte otra vez en ese plan —le aseguró Gúnnr pasando esta vez los dedos por las abdominales magulladas y amoratadas.

—Sí, suelo cabrearme cuando me cortan un brazo. Debo de ser tonto —movió la mano como si no le diera importancia al comentario. Un par de rizos rubios cayeron sobre sus ojos risueños y miraron a Gúnnr con diversión—. Me ha tocado la valkyria más mandona.

Entonces la aludida le pellizcó la tetilla con fuerza y se echó a reñir.

—¡No bromees con eso!

—¡Ouch! ¡Salvaje! —exclamó Gabriel frotándose el pezón.

—Cierra los ojos y deja que te cure, ¿quieres? —pidió suavemente.

Él se la quedó mirando. Adoraba a Gúnnr. Le tenía mucho cariño y eso que, en realidad, no sabía mucho de ella, pero de algún modo se sentía conectado a niveles inexplicables. Relajó los brazos a cada lado del cuerpo y con una sonrisa llena de seguridad cerró los ojos para que ella lo sanara.

Sólo con ella podía cerrarlos y quedarse tranquilo porque ella jamás se aprovecharía de él. No era como las demás valkyrias que se echaban a sus brazos como si él fuera un jodido cantante de rock. Era el Engel, y por lo visto todas tenían ganas de jugar con él. Por suerte, Gúnnr, aun sabiendo lo que ahora sabía sobre ella, nunca haría nada de eso.

«Me gusta-gusta», había dicho la joven.

Las manos de aquella valkyria eran un bálsamo. Le tocaba con tanta lentitud, con la presión justa, con cuidado de no herirle. La dulce Gúnnr.

Tan inofensiva. Tan ella.

No como Daanna. La vaniria estaba grabada a fuego en su piel. Mira que se tenía que ser tonto. Enamorarse de alguien tan inalcanzable como ella. Sus ojos verdes que le quitaban el sentido, su cara, su carácter… Era una pantera. Espectacular.

Mierda. Coño. Y estaba ahí otra vez.

En algún momento, no sabía cuándo ni cómo empezaba, la sangre se le venía directamente al pene y se ponía duro como una piedra. Y le mortificaba que fuera ella, Daanna, quién le despertara de ese modo, y encima estaba Gúnnr. Joder, seguro que parecía una tienda de campaña. Se llevó una mano a la entrepierna y la dejó ahí parada, presionando un poco para que el miembro se relajara.

Joder, necesitaba sexo. Sexo. Sexo. Rayaba la obsesión.

Llevaba muchísimo tiempo sin una mujer y sus fantasías estaban pobladas de una vaniria que bebía sangre. Y no podía pedir a Gúnnr que le hiciera ningún favor de ningún tipo porque, sencillamente, no podía. No con ella. Las valkyrias podían hacer todo tipo de favores sexuales a sus einherjars, incluso ellos podían tocarlas a su antojo si era lo que deseaban, aunque nunca podían robarles la virginidad. No era que Gúnnr no le gustara, porque Gúnnr era una mujer especial, como una golosina que uno quería robar de una tienda de chucherías. Tenía ese cuerpo esbelto, y esos pechitos insolentes tan bien hechos, y una cara tan exquisita y tan bella que era imposible que un hombre no se quedara cautivado al verla. Era una pilluela un tanto vergonzosa, pero era tan adorable…

Sin embargo…, no era Daanna. Y él se había enamorado de Daanna, y había muerto lleno de amor hacia ella. No la podía olvidar.

De repente notó que la mano de Gúnnr se colocaba encima de la que él tenía sobre su paquete. Gabriel sintió que las mejillas le ardían. «Joder. No, no, no».

—¿Gabriel?

—No es nada… tú sigue con el masaje —Gúnnr le estaba acariciando con suavidad la mano que cubría su entrepierna—. Es una ramita. Y sabes cómo son los bosques del Álfheim. Están llenos de hierbajos tan altos como mis piernas y hay un montón de plantas extrañas y llenas de colores que se mueven y se enzarzar en los muslos y en las pantorrillas e intentan hacerte caer… Me he revolcado por el suelo y se ha tenido que colar una rama de algo. No es nada. Aparta la mano, por favor.

Gúnnr tragó saliva y miró el paquete enorme de Gabriel. Ese hombre estaba teniendo una erección con ella. Y le había pasado otras veces, muchas además, ¿y decía que no era nada? No entendía por qué el einherjar no le pedía que hiciera algo al respecto. Ella estaba esperándolo, se moría de ganas y era algo que Róta ya había descubierto minutos atrás.

No era tan lanzada como Róta, ni tampoco tan dulce como Freyja pensaba, pero no era tonta, y tenía anhelos como cualquier hembra fuera de la raza que fuera y, ni mucho menos, lo que era, era la hermana de Gabriel.

—¿Una ramita? —Preguntó aguantándose la risa, entre la maravilla y la sorpresa. Ése era el momento. Tenía que aprovecharlo y sacar el valor.

—Sí, Gúnnr. No le prestes atención —apretaba los ojos con fuerza, como si estuviera avergonzado.

«Qué mono», pensó ella.

—Pues… Esto… ¿Gabriel?

—¿Qué?

—Te ha salido una ramita en toda la polla.

Gabriel abrió los ojos de repente y se la quedó mirando con asombro. Se incorporó sobre los codos y la repasó de arriba abajo. «Ouch, ¿qué ha dicho Gúnnr?».

—Eso ha sido muy directo —susurró él con el ceño fruncido.

Gúnnr se mordió el labio, punzándoselo ligeramente con el diminuto colmillo, sonriendo con naturalidad, como una niña traviesa. Necesitaba armarse de valor. Se lo preguntaría y punto.

—Incluso para mí, ¿verdad? —Preguntó divertida—. ¿Te he asustado? He sido muy bruta, ¿no?

¿Asustado? Gabriel no estaba asustado exactamente.

—No estoy asustado.

—Sabes que algunas valkyrias ofrecen calor a sus guerreros, ¿verdad? Les calman otro tipo de… dolor.

—Sois vírgenes —contestó él incorporándose todavía más—. ¿No es así? —La miró con ojos acusadores—. Corrígeme si me equivoco.

La valkyria asistió sonrojada al máximo.

—Sí, sí. Claro que sí. Pero eso no quiere decir que no podamos hacer otras cosas.

—Estás roja como un tomate.

—Pues anda que tú. Bueno, escúchame. Has venido a mí cada noche. Y desde hace algún tiempo, bastante diría yo, te vas de aquí con esa «ramita» entre las piernas.

—Puedes llamarla polla, ya te has encargado de romper el hielo.

Gúnnr se sentó sobre sus talones y lo miró fijamente.

—Sarcasmo. Eso es nuevo —susurró ella en voz baja, impresionada por el brillo peligroso de los ojos azules oscuros de Gabriel.

—¿Quieres preguntarme algo? —Gabriel nunca se había sentido tan incómodo en su vida—. Venga, sé que puedes ser directa, florecilla.

Gúnnr lo miró con esos ojos oscuros insondables tan grandes que apenas le cabían en la cara, ligeramente rasgados hacia arriba. ¿Qué debía decirle y cómo? ¿Qué haría Róta? ¿Y Bryn? En fin, no se trataba de ellas, se trataba de su momento y de su einherjar. Sería ella misma.

—Quiero decirte que si te duele, yo… puedo… Podría hacerte que dejara de dolerte.

Se clavó las uñas en las palmas y bajó la mirada. El silencio le pareció eterno hasta que oyó que los cojines se movían y escuchó el roce de los pantalones contra la manta de seda. Al momento, sintió las cálidas palmas de las manos de Gabriel en sus mejillas y cómo él le levantaba la cabeza para mirarla. Dioses, ¡por fin iba a besarla!

Se quedaba sin respiración cuando lo miraba. Era tan viril. Tan cuidadoso. Tan atractivo. Tan… Troyano. «Míralo a la cara, Gúnnr. No te pierdas nada de este momento. Vas a recibir tu primer beso. Por fin voy a sentir los labios de Gabriel sobre los míos».

—Contigo no, florecilla. Contigo no —juntó su frente a la de ella y la miró fijamente a los ojos—. Nunca con mi Gúnnr.

Tardó unos segundos en entender sus palabras. Gúnnr sintió que algo le ardía en el pecho y en la garganta. Era un dolor sordo, una quemazón que casi abarcaba su corazón. Tenía ganas de llorar. Eso era. Era el dolor amargo del rechazo.

—No puedo hacer nada de esto contigo porque eres mi amiga, mi valkyria. Y porque no es justo para ti. Ni tampoco para mí. Me gusta la relación que tenemos, me hace estar a gusto, Gúnnr. No compliquemos las cosas. He oído la conversación que has tenido con Róta. Tú no necesitas hacer nada de eso conmigo. Estamos bien así.

La joven asintió con la cabeza, aturdida al saber que la había escuchado a escondidas hablando de sus particulares inquietudes con Róta.

Levantó la barbilla, un tanto desorientada. A ella también le gustaba la relación que tenían. Entonces, ¿por qué no podía ser? Él le había le había devuelto muchas cosas, además de seguridad y autoestima, él le había devuelto la «chispa». No era ni el trueno, ni el rayo, ni la furia, pero sí era una chispa. ¿Tocarle y darle placer complicaría las cosas? ¿Por qué?

—¿Es por ella? —Soltó de repente. Y esa chispa estaba ahí, encendiéndose en su garganta. Saliendo en forma de palabras.

Gabriel se envaró y le soltó la cara.

—Ella nunca lo sabría. Gabriel —prosiguió Gúnnr entendiéndolo todo, dispuesta a quedarse en segundo plano sólo por estar con él—. Daanna sabe que estás muerto, ella no sabe lo que tu haces aquí.

—¿Te parece que estoy muerto? —preguntó fríamente mirándose la erección.

—Ella cree que sí —contestó frustrada—. Yo sólo te digo que puedes seguir con tu vida. Y no tienes por qué salir cada día de este salón con un dolor de… —le señaló el paquete, nerviosa— galopante. Por si no te das cuenta, me estoy ofreciendo a ti, guerrero —levantó sus manos temblorosas y las colocó en el corpiño del vestido de gasa plateada. Se lo iba a bajar.

Gabriel volvió a quedarse de piedra ante el tono directo de Gúnnr. Caray con la florecilla, no era lo que parecía ser. ¿Gúnnr había hecho eso con alguien más? Unas ganas locas de averiguarlo arremetieron contra él.

—¡Detente, Gúnnr! ¡No! —gritó deteniendo sus manos.

—¿Por qué? Quiero tocarte y que tú me toques a mí. Tenemos el kompromiss, podemos hacerlo. Quiero hacerlo y quiero que seas tú —le suplicó con dulzura.

—¿Has tocado a alguien así alguna vez? —gruñó inmovilizando sus manos.

Gúnnr se detuvo y se humedeció los labios.

—¡No! —contestó ella horrorizada—. ¡No, por Odín! —estaba malinterpretándolo todo. Se apartó de él y se recolocó el vestido, sintiéndose desconcertada.

—Entonces, ¿por qué quieres hacerme una mamada?

Gúnnr abrió la boca y la movió como si fuera un pez, pero sólo salieron sonidos incongruentes de sus labios.

—Se llama así, Gúnnr. Mamada —le explicó él, irritado con la situación.

—Yo… Creo que… Creo que puedo hacer que te sientas mejor, Gabriel —contestó en el mismo todo que él—. Quiero hacerlo por ti.

—Y eso es lo que hacen las valkyrias por sus einherjars, ¿verdad?

—Pueden hacerlo, sí —aseguró, cada vez más fría.

—Entonces, ¿estás dispuesta a comerte el plato que ha calentado otra mujer sólo porque eres mi valkyria? —Gúnnr se echó hacia atrás, como si le hubieran dado una bofetada—. Sabes que estoy enamorado de Daanna. Sigo vivo. La muerte no hace que nos olvidemos de las personas que amamos. Esto que ves aquí —se señaló la erección—, es mi mente pensando en ella mientras tú me tocas. No creo que quieras rebajarte a eso.

Gabriel sabía que se había pasado cuando vio a Gúnnr palidecer y notó que las orejas se le tensaban. Sus ojos azules tan oscuros como la noche se tornaron helados y la habitación se congeló. Hacía frío. Frío de verdad. Gúnnr se levantó dignamente y, tiesa como un palo, cuadró los hombros y enlazó las manos recatadamente.

—Entiendo —le temblaba la barbilla y le dolía el estómago—. ¿Precisas algo más, Engel? —su voz sonó neutral, no había nada de la dulzura de antes en ella.

Gabriel apretó la mandíbula y se maldijo por ser tan torpe. Sus heridas ya habían sanado. Se miró el cuerpo con atención. Ahora, sería el momento en que ella le haría uno de esos masajes interminables y hablarían de un montón de cosas sin importancia. Pero el masaje hoy no tendría lugar.

—Sí. Olvida esto que ha pasado, ¿vale? —le ordenó pasándose la mano por la cabeza.

—Olvidado —aseguró ella encogiéndose ligeramente de hombros.

Gabriel se dio la vuelta y se dirigió a la salida.

—¿Ya te vas? —preguntó visiblemente dolida.

—Nos vemos mañana —le prometió sin convicción—. Es mejor así, Gúnnr.

—Como desees, Engel.

Aunque los dos sabían que el mañana no iba a ser igual. Jamás.

Cuando la puerta se cerró, Gúnnr no se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos. Ni tampoco notó que sus ojos habían adquirido el color de las sangre. Solo sabía que le picaban y que estaban llenos de lágrimas. Era una fracasada.

Se limitó a recogerlo todo e intentó no pensar en el rechazo de Gabriel. Las velas todavía titilaban, así que se fue a apagar cada una de ella con un bufido rabioso.

Toc.

Alguien picó la puerta.

No estaba de humor para hablar con nadie. No abriría.

Toc toc toc.

No podía ser otra que Bryn. Era la única valkyria que no necesitaba prestar atención a ningún einherjar porque ni quería ni se sentía obligada a hacerlo. Nunca más. Así que ahí estaba, molestándola a ella.

Gúnnr se limpió las lágrimas con el antebrazo y abrió a su hermana.

Bryn la miró de arriba abajo. La Generala iba vestida con uniforme de guerra. Con ropa negra y plateada, hombreras en punta, corsé, rodilleras y botas metálicas, guantes negros y plateados y su arco de marfil negro. Bryn tenía el arco más mortal de todo el Valhall. Era capaz de disparar más de diez flechas a la vez.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras? —Llena de rabia, entró en el salón y agitó los brazos. El arco se redujo hasta convertirse en una pulsera de metal negro que rodeaba su muñeca. Eran las bue de las valkyrias. De ellas salían sus flechas y sus arcos.

—Nada —nunca mejor dicho—. No ha pasado nada —recuperó el control de su voz y de sus emociones.

—No se llora por nada.

—Y eso lo dice la que nunca ha derramado una lágrima —soltó Gúnnr.

Bryn levantó una ceja rubia y sonrió con intriga. Gúnnr se arrepintió de hablarle así. Ella y Róta sabían muy bien lo mal que lo había pasado Bryn, aunque ella nunca lo reconociera.

—¿Furia, hermanita? ¿Estás furiosa?

—Gabriel me ha rechazado. Yo… Me he ofrecido a hacerle algo más que sanarle y… Bueno, él me ha dicho que nunca lo haría conmigo. Que está enamorado de otra.

—En pocas palabras: Que tú no eres Daanna —recordó las palabras en voz alta que había dicho el guerrero en su ceremonia de bienvenida—. Todas oímos lo que te dijo después de que le dieras de beber ambrosía.

—Sí —apretó los dientes y se cruzó de brazos. Sus orejas puntiagudas se agitaron y se pusieron muy tensas—. Es fantástico que todos lo oyeran —añadió con sarcasmo.

—No. Sólo las valkyrias —aclaró Bryn poniéndole una mano en el hombro—. Nuestro oído es finísimo.

Gúnnr no quería seguir hablando con ella. Quería encerrarse en algún lugar, dar cinco o seis gritos y que la rabia desapareciera. Quería lamerse las heridas a solas.

—Gunny… ¿Sabes que tienes los ojos rojos?

—Es de llorar —se limpió las comisuras de los ojos—. Me he sentido tan humillada, me ha dado tanta rabia… ¡Tanta, tanta rabia!

—No, no, estás equivocada, nonne[6] —la tomó de la mano y la colocó frente al espejo—. Mírate.

Gúnnr se quedó plantada, de pie frente al gran espejo ovalado con el marco de oro lleno de tribales que había empotrado en la pared. Se estudió. Era verdad, sus ojos pasaban del azabache al rojo, alternativamente.

—¿Qué es…? —Se tocó los párpados con la punta de sus elegantes dedos—. Por Freyja… Mis ojos, Bryn… Están…

Bryn se colocó tras ella y le puso ambas manos en los hombros.

—Se llama estar furiosa, dulce Gúnnr —y le sonrió con orgullo—. La furia. Así nos ponemos las valkyrias antes de que lleguen los fuegos artificiales —le guiñó un ojo.