Un túnel de color muy parecido al que habían utilizado para viajar a través de la antimateria, llevaba a Daanna con Gabriel de la mano.
Entonces, ése era el poder de Daanna, pensaba Gabriel. Se desplazaba en el tiempo y en el espacio; pero lo que no entendía era el vestido de época de color rojo y lleno de pedrería brillante que llevaba la vaniria. El túnel se llenaba de luz y daba vueltas como si estuviera en el vórtice de un huracán. Se oían voces y todo tipo de ruidos, como los que hace una radio cuando quiere sintonizar una cadena.
Daanna. Iba cogido de su mano, con los dedos entrelazados. En otro tiempo poder tocarla así hubiera hecho que acabara en los pantalones en un santiamén. Pero en la actualidad, aunque la vaniria seguía siendo un espectáculo para la vista, no era tan fascinante ni para sus sentidos ni para su corazón. Y él sabía perfectamente quien tenía la culpa de eso: La valkyria que había dejado llorando en la habitación del hotel, con las alas heladas y una mirada desoladora llena de abdicación.
Su Gúnnr. El puño que le oprimía el pecho regresó de nuevo, y con él llegaron también las ganas de regresar inmediatamente y pedirle a Gúnnr que le perdonara y le ayudara a superar sus miedos. Nadie mejor que él sabía que tenía un problema que escudaba con otro. Él lo había escudado con Daanna.
Estar enamorado de Daanna había sido fácil, ¿quién no lo estaría? Y todo lo que Daanna suponía como mujer era un aliciente para seguir encaprichado toda la vida… Era un escudo para que nadie se acercara, para que todas las mujeres que se le arrimaran tiraran la toalla antes de intentarlo con él, antes de ni siquiera llegar a conocerlo. Estar enamorado de Daanna había sido como llevar un anillo de casado. Muchas mujeres, las más buenas como Gúnnr, no se hubieran acercado. Pero la valkyria lo había hecho de un modo sigiloso, inocente y puro, como si tejiera una canción de sirena alrededor, metiéndose poco a poco bajo su piel. Gunny había sido su amiga, la que le arrancaba las sonrisas, la chica que le había dado calor y cobijo cuando había estado en el Valhall; el cuerpo y el alma de mujer a quien se había encomendado.
Sí; amar platónicamente a Daanna había sido fácil y sencillo, porque podía amarla para siempre en la distancia y no arriesgarse a despertar la naturaleza que su padre estaba convencido que él tenía. En cambio, había convivido con su valkyria y le había hecho daño a propósito para que ella se alejara de él.
Era un capullo. Herir a Gúnnr y perderla era una herida que acabaría con él, que nunca se perdonaría. Por eso, cuando regresara con ella, le rogaría que no le dejara y pelearía por ganarse de nuevo su confianza, una confianza que ella le había entregado a ciegas desde el primer día que se vieron.
Decidido. Lucharía por Gunny porque… porque… Porque sentía cosas muy fuertes por ella. Cosas que había querido anestesiar con frialdad e indiferencia, pero, al final, había comprendido que no se puede dormir a un dragón con un tranquilizante, ¿verdad? Descender a la Tierra había volatilizado todas esas emociones reprimidas que tenía hacia la valkyria, aunque ni siquiera él sabía que las tenía.
¿Y ahora qué? Sólo le quedaba esperar a verla otra vez. Y mientras tanto iría a donde Daanna lo llevase.
¿Vería a sus amigos? Daanna había dicho que Freyja le había ordenado que se llevara a quien encontrara en su bilocación. Por tanto, era un encuentro permitido, además, no había sido él el que había ido en busca de ellos, ya que eso lo tenía prohibido; pero al ser Daanna quien viniera a buscarlo, las condiciones cambiaban. ¿Vería a Aileen, Ruth, Nora, Liam, As…? Estaba deseando ver la cara que pondrían los arrogantes de los vanirios y los berserkers cuando vieran que él era el Engel, el mejor einherjar de Odín. Iba a disfrutar como un enano al ver su reacción. Cuando era humano y estaba con ellos, tenía que aguantar todo tipo de puyas. Le llamaban «Barbie» o «Principito». Pero ya no podían. Sonrió maliciosamente.
Súbitamente, el remolino desapareció y se encontró en un jardín, delante de una fuente que cambiaba de colores, con una estatua de Odín y sus dos cuervos en el centro. Gabriel seguía agarrado a la mano de Daanna, pero ésta estaba en brazos de un Menw McCloud vestido de blanco y con una coleta rubia alta que dejaba entrever una trenza bicolor. Llevaba un antifaz dorado sobre la cabeza. Daanna yacía sentada sobre su regazo, con la cabeza apoyada en su hombro y una expresión de paz y felicidad que nunca antes había visto en su rostro. Parecía completa.
El vanirio, sanador del clan keltoi, se levantó con ella en brazos y miró a Gabriel con cara de estupefacción. Gabriel soltó la mano de Daanna y miró a Menw sin titubear.
—¡¿Gabriel?! ¡Me cago en la puta! —Abrió los ojos como platos—. ¡Tú! ¡Tú estás muerto!
—¿Tú crees? —se miró el pecho desnudo y los brazos con las esclavas.
Daanna se despertó poco a poco, y al abrir los ojos miró a Gabriel con una sonrisa de alegría e incredulidad en los labios. Sus ojos verdes repasaron a Menw y a su amigo humano muerto. No se pelearían, ¿no? Menw captó el pensamiento de Daanna, y todavía sorprendido, inclinó la cabeza y la besó con dulzura en los labios.
—¿Dónde has estado mo graidh[22]? —Preguntó Menw con preocupación—. ¿Has bajado al infierno y has rescatado el alma de este loco?
Daanna sonrió.
—Es el Engel.
El sanador arqueó las cejas rubias y se quedó momentáneamente callado, asimilando la información.
—¿Él es…? Pero ¿cómo?
—Ajá, bájame —le pidió Daanna.
Cuando la vaniria tocó de pies en el suelo, dio dos pasos hacia Gabriel, le rodeó la cintura y le abrazó con suavidad.
—No me puedo creer que estés vivo, Gabriel —reconoció con la mejilla en su pecho—, pero antes de que te descubran todos y nos expliques qué haces aquí, quiero decirte algo.
—¿Qué soy más alto, más fuerte y más guapo que antes? —Replicó mirando a Menw con diversión. Era extraño no sentir absolutamente nada teniendo a Daanna en sus brazos.
«Gúnnr, ¿qué me has hecho?», pensó resignadamente.
Daanna negó con la cabeza y Menw carraspeó con la garganta.
—Gracias por devolverme mi corazón. —La vaniria se puso de puntillas y lo besó en la mejilla—. Tú deseo ha hecho que recuperara a Menw —le confesó—. Él era el único que podía activar mi don, y gracias a eso pudimos… hablar de muchas cosas —miró a su vanirio con una sonrisa desvergonzada en los voluptuosos labios.
—¿Es eso cierto, sanador? —Preguntó Gabriel acariciando los hombros de Daanna—. ¿Por fin vas a tratarla como se merece? ¿Ya no os odiáis?
Menw apartó a Daanna de los brazos de Gabriel y miró a su cáraid con una disculpa en sus ojos azules.
—Ya sabes lo que dicen… Del odio al amor no hay más que un mordisco, ¿verdad, amor? —Sepultó la cara en el cuello de Daanna y ésta le permitió que hiciera cualquier cosa con ella—. Me ponen nervioso tus bilocaciones, Daanna —le susurró—. Estábamos bailando aquí, abrazados, tú habías cerrado los ojos y de repente, te quedaste lacia en mis brazos. Así, sin avisar.
—Parece que puedo bilocarme mediante el estado de la euforia. Es curioso…
—No es curioso. Es terrorífico.
Daanna acarició la mejilla de Menw.
—Está bien. Estoy feliz, amor.
—Y yo. Pero bilocarte así… No sé ni cuándo ni cómo volverás…
—Siempre regresaré a ti, mo Priumsa[23] —murmuró besándole la mejilla y entrelazando sus dedos con los de él—. Por cierto, ¿no querías decirle algo a Gabriel?
—¿Ahora?
—No, cuando llegue el Ragnarök —contestó Daanna con sarcasmo—. Me dijiste que si tenías oportunidad de verle otra vez, le darías las gracias.
Menw frunció el ceño y chasqueó la lengua.
El sanador se quedó mirando al Engel con un respeto que hasta ahora nunca le había prodigado. Se plantó ante Gabriel y le ofreció la mano, con sinceridad y reconocimiento.
—Me has dado una lección, Gabriel. Te odié por pensar que querías arrebatarme a Daanna.
Gabriel pensó: «Pues no ibas muy mal desencaminado. Pero era plenamente consciente de que nunca podría conseguirla. Por eso… Por eso me prendé de ella». Gabriel apretó la mandíbula. «Soy un gallina, Gúnnr».
—Pero tu deseo en el Valhall hizo posible que ahora estemos juntos —prosiguió Menw—. Fue noble por tu parte y siempre, siempre, me sentiré agradecido. Cuenta conmigo para lo que necesites, Engel.
El einherjar aceptó el antebrazo de Menw, y cuando lo agarró, Menw tiró de él hasta que chocaron los hombros y se abrazaron con el brazo libre.
—Ahora eres mi hermano —proclamó Menw—. Mae, mo Brathair[24].
Una onda llena de orgullo barrió a los dos guerreros.
—Es un honor —aseguró Gabriel.
Daanna se limpió una lágrima con la punta de los dedos y entrelazó las manos delante de su barriga.
—Sé de dos personas que cuando te vean van a desmayarse —musitó Daanna.
El ladrido de un perro separó a Menw y a Gabriel.
El Engel echó un vistazo por encima de su hombro y se echó a reír cuando vio quien se acercaba:
—¡Brave! —Abrió los brazos y se arrodilló en el suelo a la espera de que el cachorro de huskie de Aileen llegara hasta él dando botes y con la lengua afuera. Gabriel se volvía loco con los animales, y había querido a ese perrito con todo su corazón—. ¡Ven aquí, guapo!
Brave saltó encima de Gabriel y éste lo abrazó, acariciándolo por todos lados.
—Cada vez estás más grande —Brave ladró en respuesta.
La silueta de dos niños pequeños apareció entre los arbustos que daban a la fuente. Eran los gemelos, Liam y Nora, los sobrinos de Adam.
Nora llevaba un vestido blanco con ribetes rosas, una coleta alta rubia y sus ojos oscuros miraban a Gabriel con asombro.
Liam sonreía como si hubiese descubierto un tesoro. Parecía un hombrecito, con su traje negro y aquella cara de indio. Los dos críos llevaban los antifaces sobre la cabeza, y Liam todavía tenía las marcas de la goma en la cara.
—¿Estamos en una fiesta? —Preguntó Gabriel repasando la indumentaria que todos llevaban.
—Estamos en Wiltshire —contestó Menw—. En la casa de campo de As. He preparado un baile de máscaras para mi Daanna. En la vida hay tiempo para la guerra y también para la celebración. Hoy le he pedido que se case conmigo.
—Ya veo —murmuró Gabriel sonriendo a su risueña amiga vaniria. Se alegró por Daanna y por Menw. Se lo merecían. Clavó la vista en los gemelos—. Hola, niños.
Nora se acercó a Liam y se cogió a su brazo:
—No se lo digas a nadie, Liam, pero creo que yo también soy una cazadora como Ruth —se cubrió la boca con una manita, y le dijo al oído—. Yo también veo muertos.
—Y yo —dijo Liam asombrado.
—A ver… ¡Slytherin! —Gritó Nora con convicción alzando la mano y esperando que el arco blanco de los elfos, característico de la Cazadora, apareciera en sus manos.
—Eso es de Harry Potter, Nora… —replicó Liam riéndose de su hermana—. El arco de Ruth se llama ¡Sífilis! —él también alzó la manita morena, pero nada en ella se materializó.
Gabriel se levantó con lentitud y dejó el perro en el suelo, pero Brave seguía colgándose de su pierna, pidiendo que le acariciara.
El arco de Ruth se llamaba Sylfingyr, recordó él con una sonrisa.
—¿Eres un zombi? —Preguntó Liam.
Daanna y Menw se echaron a reír. Nora puso los ojos en blanco.
—No es un zombi. A los zombis se les caen los ojos y los dientes —miró a Gabriel estudiándolo de arriba abajo—. Me gustan tus pulseras —dijo la niña intrépida, acercándose a él y tocando las esclavas metálicas que llevaba en los antebrazos—. Ya sé lo que eres. Eres un momio.
Joder, ¡cuánto había echado de menos a esos renacuajos!
—¿Un momio? —repitió Gabriel ahogando una carcajada.
—Sí, ésos que entierran con un montón de oro y joyas y luego reviven —explicó Nora cogiéndole la mano a Gabriel y tirando de él—. Ven a que te vea Ruth, ella va a ponerse contenta cuando te vea…
Liam cogió la otra mano de Gabriel y tiró de él hasta que salieron de la zona de la fuente, con Brave, Menw y Daanna tras ellos, emocionados por el encuentro.
Cuando llegaron a la magnífica casa de campo, Gabriel se quedó parado delante de la puerta de entrada.
Ellas estaban dentro. Aileen y Ruth. Sus amigas.
¿Cómo iban a reaccionar al verle?
Se oía el jolgorio típico de una fiesta. Risas, palmas, el sonido de un brindis, el golpeteo de los zapatos en el suelo y música muy alta. La canción de where we are de Westlife estaba haciendo temblar las paredes de aquella mansión de piedra blanca.
Gabriel tragó saliva para que el nudo que tenía en la garganta bajara de una vez. No sabía por qué, desde que había pasado lo que había pasado con Gúnnr se sentía tan emocionado y sensible. Y ahora, estaba convencido de que iba a llorar como una nenaza cuando volviera a ver a sus chicas.
Pero no le importaba llorar, las palabras de su padre jamás le harían avergonzarse de llorar por ellas. Por ellas no. Jamás. Sus amigas eran auténticas guerreras, mujeres que luchaban por aquello en lo que creían, cuyos objetivos y valores, siempre estaban por encima de su egoísmo. Por Ruth y Aileen podría llorar.
Liam y Nora habían entrado como dos cohetes y ahora sacaban cogida de las manos a Ruth vestida con un traje de princesa color amarillo y un antifaz negro, el cual hacía relucir sus ojos de color dorado. Con el pelo caoba y aquella cara de gata que tenía estaba muy bonita. Aileen iba detrás de ella con la seguridad que la caracterizaba. Sus ojos lila cubiertos con un antifaz plateado y el pelo negro alborotado alrededor de la cara lo dejaron noqueado. Sus dos amigas estaban deslumbrantes.
—¡Mira, un momio! —gritó Liam señalando a Gabriel.
Liam y Nora sonrieron con pillería.
Aileen y Ruth miraron al frente y al final lo vieron.
Se quedaron paralizadas.
No se podían creer lo que veían sus ojos. No podían parpadear.
Aileen entrecerró los ojos y se llevó la mano al corazón. La barbilla le empezó a temblar mientras intentaba articular palabra.
Ruth se llevó los temblorosos dedos a los labios y tomó aire repetidas veces mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
We survived the crash,
made it through the wreckage.
Standing here at last.
So perfectly written[27].
Las dos a la vez se quitaron el antifaz lentamente y dieron un paso hacia delante, temerosas de que, con aquella acción impulsiva, la imagen adorada de su amigo desapareciera como si jamás hubiera venido a ellas. Y ellas deseaban que él fuera real, porque nada había sido peor que perderle y ver que la luz de Gabriel se había apagado.
Ellos siempre habían sido tres, hasta que él se fue.
Y como si fueran ambas una pareja perfectamente coreografiada, tiraron el antifaz al suelo, porque podría ser que se hubieran quedado sin fuerzas como para sostener algo tan nimio. La vida daba sorpresas increíbles, y era cierto que, al final, los mejores momentos eran aquéllos que dejaban a uno sin respiración. Como aquel instante.
Con un grito desgarrado de pena o de alegría, las dos saltaron los seis escalones de golpe, se olvidaron de trajes y protocolos se levantaron el vestido y corrieron a por su amigo perdido en batalla.
—¡¡¡Gaby!!!
—¡Gabriel!
Now where we are,
is where were suppose to be.
Where we are,
keeps the breathe in me.
Where we’ve been,
risen from the days.
Where we’re no one,
can’t tear us apart.
That’s where we are[28].
Gabriel no pudo soportar la emoción y se cubrió los ojos con el antebrazo, antes de abrir los brazos, morderse el labio inferior y abrazar a Aileen y Ruth, que impactaron contra él con sus cuerpos, en un lío de brazos y piernas.
No es vergonzoso llorar.
Uno debía tener el derecho de elegir por quien llorar, porque no se podía llorar por todo el mundo. Y él había elegido llorar sinceramente por ellas y con ellas.
Los dioses decían que la virtud no dejaba llorar a los valientes, y que en cambio mandaba llorar a los débiles.
Su padre decía que llorar era de maricas.
Y Sun Tzu mencionaba que no debías mostrar debilidad alguna.
Pero él era Gabriel. Y Gabriel lloraba porque le daba la gana. Nadie diría nunca más qué o quién era, o que debía o no debía hacer.
Cuando abrazó los menudos cuerpos de sus dos amigas, entendió todo.
Lloraba por él, lloraba por ellas, por verlas de nuevo, por no haber sido sincero con ellas, por un montón de cosas que no sabía expresar con palabras. De ahora en adelante sería quien era en realidad, y lloraba porque se despedía de aquello que había sido de cara a ellas y a todos los demás, porque se despedía de muchas cosas. Lloraba porque era el modo de expresar que había querido y que seguía queriendo. Y eso era un gran descubrimiento para él. Y lloraba porque siempre había una primera vez.
Aileen y Ruth no dejaban de sollozar, acariciándole por todas partes, besándolo, tocándolo maravilladas, como si fuera un milagro verle de nuevo. Y lo era.
—Gaby… —Dijo Ruth entre sollozos—. Gaby, no me… me hubiera perdonado no verte nunca… más. Arriesgaste tu vida por mí. —Hundió la cabeza en su enorme cuello y lloriqueó como un bebé—. Y encima llevabas esa camiseta melodramática…, que… que me hacía polvo… Desgraciado.
Gabriel sonrió comprensivo y acarició la espalda de Ruth para tranquilizarla.
Aileen le abrazaba tan fuerte y con tanta fuerza que toda ella temblaba y toda la energía para hablar se le iba en ese gesto. Ella no necesitaba decir nada para expresar lo feliz que estaba por verle.
Sus dos amigas, tan buenas y tan diferentes la una de la otra… Qué afortunado había sido por contar con ellas.
—Me alegro tanto de veros —dijo con voz ronca.
Aileen levantó la cabeza. Tenía la cara llena de restregones. Roja y húmeda por las lágrimas.
—Dónde… ¿Dónde has estado? Y… ¿Qué te ha pasado? —Le palpó los hombros y el cuello—. Estás enorme. Y… Y te ha cambiado la voz. ¿Y dónde está tu camiseta?
—¿Por qué no dejáis que entre y nos lo cuente todo? —Sugirió una voz de barítono muy familiar y carismática para él.
As Landin, el leder[29] del clan berserker, se había acercado a ellos con respeto y silencio. Llevaba el pelo largo y suelto, un esmoquin negro, la barba muy pulida salpicada de algunas canas y sus ojos verdes llenos de satisfacción.
Gabriel caminó con Ruth y Aileen colgadas de él como si fuera un perchero. Era cierto que estaba más alto que había crecido a lo largo y a lo ancho: Prueba de ello era que los pies de Aileen y Ruth no tocaban suelo por unos cuarenta centímetros. Ahora era como un berserker o un vanirio. Igual de mortífero que ellos e igual de desafiante. Ahora era un guerrero inmortal, no era sólo el humano que había pasado desapercibido por la vida y que en última instancia, había intentado ayudarles. Ese humano ya no estaba.
—Hola, leder As.
—Guerrero —le saludó As con la boca llena de orgullo—. Es un honor tenerte aquí. —Tomó a Gabriel por la nuca y juntó su frente a la de él, mirándole fijamente a los ojos—. Estás en tu casa, hijo.
Una vez dentro, Caleb McKenna, el líder del clan vanirio de la Black Country, le abrazó con fuerza y le golpeó la espalda con la mano abierta. María y las sacerdotisas le llenaron de besos. Adam, el chaman del clan berserker, le abrazó dándole una cálida y sincera acogida. Gabriel había salvado con su vida no sólo a Ruth, sino también a sus sobrinos.
—Mi gratitud hacia ti será eterna, kompis. Tengo una deuda contigo —le dijo el moreno rapado en tono solemne.
El resto de vanirios le saludaron y brindaron por él. Fue recibido como un guerrero que había ganado la mayor de las victorias, burlar a la muerte. Sin embargo, él sabía perfectamente que ésa no era su misión.
Gabriel estuvo un buen rato hablándoles de todo lo que había pasado desde que Nanna le había subido al Valhall. Todos le escuchaban con atención, no salían de su asombro. Les explicó lo del robo de los objetos a los dioses y todo lo que él había descubierto sobre su ubicación. Les habló de los vanirios de Chicago, de los devoradores que habían descendido a la Tierra, de los berserkers de Milwaukee, y del transformista que había engañado a los dioses y había entrado en el Asgard haciéndose pasar por Freyja.
—Si no recuperamos esos tótems cuanto antes, puede que los jotuns logren acelerar el día de la llegada del Ragnarök —concluyó Gabriel—. Por eso nos han enviado. Para recuperarlos.
—Lo más importante es recuperar el martillo y la lanza —dijo As acariciándose la barba—. ¿Cómo podemos ayudar? ¿Hay algún modo de que podamos interferir o estar informados?
—De momento nosotros estamos en Chicago —explicó Gabriel—. Sabemos que Mjölnir está en algún lugar de la zona céntrica de la capital, pero han encontrado un modo de camuflar su energía electromagnética y aunque hemos perdido su ubicación exacta, le seguimos el rastro. No veo apropiado que os movilicéis, leder. Por lo que me has contado, habéis hecho muchos avances aquí, ¿no? Menw se ha dedicado a hundir Newscientists y a encontrar una especie de antídoto para el hambre vaniria. Habéis encontrado a un montón de guerreros y niños perdidos y maltratados de los clanes, y habéis destruido los túneles de Capel-Le-Ferne. Es increíble. Nosotros os mantendremos informados a través del foro. Seguro que tarde o temprano necesitaremos vuestra ayuda.
—Tenemos a Mizar Cerril —murmuró Caleb—. La hija adoptiva de Patrick Cerril.
Los ojos azules de Gabriel reconocieron el nombre del hombre.
—Es uno de los científicos de Newscientists.
—Está muerto —aseguró Menw—. Pero… Tenemos a su hija adoptiva. Por lo visto es una chica muy inteligente, que ha trabajado en Newscientists y, además, es una de las que llevaban el proyecto de la detección de portales electromagnéticos en la Tierra. Es un genio de los quarks.
—¿Y bien? ¿La habéis interrogado? —preguntó expectante—. ¿Cómo entraron en el Asgard? Crearon un portal sin lugar a dudas, pero ¿cómo han podido hacerlo?
—No… Ya no podemos interrogarla. Cahal se está encargando de ella y está utilizando sus propios métodos.
—¿Dónde? —Miró a su alrededor—. ¿Por qué no está aquí?
—Verás… —Daanna se incomodó al hablar de eso—. Mizar fue una de las que torturó a Cahal. Secuestraron a Cahal la noche que fuimos al Ministry of Sound, ¿te acuerdas?
—Sí. Caramba.
—No lo pudimos hallar hasta hace dos días. Lo encontramos en Capel-Le-Ferne. Cahal estaba muy mal herido.
—Menuda zorra.
—Creo que estaba confundida sobre lo que Cahal era en realidad. No sabía nada sobre los vanirios. Para ella, vanirios y vampiros eran lo mismo: Asesinos.
—No la disculpes, Daanna —le pidió Menw—. Haga lo que haga mi hermano con ella, estará bien. No podemos juzgarle. No hemos pasado por lo que él pasó a manos de su cáraid.
—¡¿Es su cáraid?! —Gritó Gabriel impresionado—. ¡Qué putada!
—Sip —asintieron todos los machos vanirios poniéndose en situación.
—¿Y qué se sabe sobre ellos dos? —Gabriel no podía dejar de compadecer a Cahal. El vanirio más ligón, Cahal McCloud, el más creído de todo el clan, había sido cruelmente torturado por su cáraid.
—De momento nada. Solo que Cahal se ha retirado para recuperarse y que se la ha llevado con él. Se está recuperando con… ella.
—Bueno, esperemos que su retiro sea para bien —Gabriel no se podía imaginar cómo se sentía Cahal al respecto—. ¿Dónde está As? —miró la sala con curiosidad—. No lo veo por aquí.
—Ha salido hace un rato a tomar el aire —explicó Adam, mientras acunaba a Nora entre sus brazos.
—¿Y qué se sabe de las valkyrias y los einherjars? ¿Se están preparando para el Ragnarök? As estaba muy interesado en la vida del Valhall.
Gabriel le habló de sus valkyrias y sus einherjars, de cómo peleaban y de lo valientes que eran. Les explicó la relación del kompromiss y sus peculiaridades.
—Son guerreros excepcionales —dijo con orgullo—. Es un honor luchar al lado de ellos. Mi valkyria se llama Gúnnr. Os encantaría —aseguró mirando a Aileen y Ruth.
—¿Así que tienes una valkyria? —Preguntó Adam con una sonrisa lobuna—. ¿Es tuya? ¿Es tu… kone?
Gúnnr no era su kone. Él había perdido el derecho a serlo, por su estupidez y sus miedos. Joder, ¡que harto estaba de sí mismo! ¡Y cuantas ganas tenía de regresar y recuperarla!
—Estamos en un punto muerto.
Aileen y Ruth levantaron una ceja llena de incredulidad y se miraron la una a la otra como si supieran perfectamente lo que le sucedía.
—Entonces, dices que has conocido a los vanirios de Chicago. Ya has conocido a Miya, ¿verdad? —Preguntó Daanna mientras mordía un trozo de tarta de nata y fresa—. ¿Qué te parece?
—Así es —contestó él sorprendido—. Ayer mismo. Curiosamente, por la tarde le habías visitado tú por primera vez.
La vaniria se levantó con el rostro pálido y los ojos abiertos como platos.
—¿Cómo has dicho?
—Que ayer por la tarde le habías visitado tú. Dijo que era tu primera bilocación.
—Pero eso no puede ser… —Dijo ella sentándose de nuevo, con la mirada perdida. Dejó la tarta sobre el plato.
—¿Cómo que no? Por supuesto. Ayer por la tarde fuimos al Starbucks, porque recordaba que todos los días a partir de las ocho se conectaba un forero muy informado y versado en mitología escandinava. Su nick era Miyaman. Lo encontramos. Su nombre es Miya, es de un clan vanirio de samuráis. Cinco minutos antes de que mis valkyrias lo encontraran, tú te apareciste ante él. Se quedó tan sorprendido como yo cuando nos conocimos.
—Un momento —Caleb se apretó el puente de la nariz—. Daanna visitó a Miya hace casi una semana.
El rostro de Gabriel perdió toda expresión. ¿Cómo que hacía una semana?
—Pero eso es imposible, porque yo…
—Dioses, Gabriel… Yo… Puedo moverme en el tiempo a través de mis bilocaciones —le explicó Daanna—. No sabía que había viajado al pasado. No sé por qué sucede así, pero, hace siete días me biloqué al futuro, así que supongo que puedo hacerlo también al pasado. Contacté con Ardan, un einherjar de las Highlands…, y él me dijo… Él me habló de ti. Me dijo que te había conocido.
El Engel se pasó la mano por la cara.
—Yo no conozco a ningún Ardan de las Highlands —repuso aturdido.
—Ahora sí —confirmó As con un brillo inteligente en sus ojos de jade—. A lo mejor necesitabas venir aquí para que Daanna te hablara de él. Puede que sea una pieza clave para que halléis los tótems, o puede que…
—Lo más urgente para mí ahora es regresar a Chicago. ¡Joder! —Gritó irritado con la situación—. A ver si lo entiendo, ¿se supone que hace una semana que no me ven? ¡¿Qué les he dejado solos?!
—Lo siento —Daanna estaba afectada—. Freyja solo me pidió que llevara conmigo al guerrero que me encontrara. Oigo su voz en mis desplazamientos, y normalmente, debo obedecerla. No tuve en cuenta en que línea temporal me moví. Nunca lo sé. Sólo he hecho cuatro bilocaciones hasta ahora —se excusó ella—. Y una de ellas ni siquiera la recuerdo. —Menw le puso un brazo protector por encima. Daanna hablaba del momento en que se bilocó en Capel-Le-Ferne, cuando Hummus la dejó inconsciente e iba a violarla. De repente se bilocó y apareció en las cuevas externas del acantilado de Capel Battery. Sabiendo lo que, por el momento, sólo ambos sabían, que no era otra cosa que la buena nueva del embarazo de Daanna, no tenían ninguna duda de que Aodhan había tenido que ver algo en aquella bilocación espacial.
—Si te sirve de consuelo —le aseguró Caleb intentando darle ánimos—, de momento, no ha habido nada apocalíptico en la Tierra. Y no ha habido noticias sobre nada extraño en Chicago, excepto la mención sobre la fuerza de las últimas tormentas eléctricas. Todavía no han utilizado los tótems. Mira, Gabriel, nosotros prometemos obtener la máxima información posible sobre los portales dimensionales y sobre los einherjars de las Highlands. No sabíamos nada de ellos, y eso que somos vecinos. Solidificaremos nuestros vínculos y haremos una red informativa entre nosotros. Tú vuelve con los tuyos y mantennos informados sobre Miya y su clan.
Pero nada de eso le servía a él. Las noticias sobre Chicago no tardarían en llegar. Y Gúnnr… Gunny había estado sola, sin él. No la había protegido. ¿Y si le había sucedido algo? ¡No! ¡Ni hablar! No podía pensar en nada de eso.
—Necesito un teléfono urgentemente —se levantó afectado por el golpe de aquella noticia.
—Son órdenes de Freyja, Gabriel —intentó tranquilizarle As—. No te pongas nervioso. Ella te quería aquí, ahora. Tus chicos lo entenderán. Tú no puedes hacer nada contra los designios de los dioses.
—No. Tienes razón. Pero si por los designios de los dioses me entero de que algo le ha pasado a alguno de mis guerreros, los dioses me oirán. —As no lo entendía. Gúnnr no lo iba a comprender. Ni Bryn, ni Róta… Para ellos sería una deserción en toda regla. Y Reso y Clemo le odiarían—. Necesito volver. ¡Necesito volver ya!
—Miya se puso en contacto con nosotros al día siguiente de que Daanna se presentara en el Starbucks —anunció Caleb entrelazando los dedos con Aileen—. Por la tarde. Nosotros íbamos al concierto de Hyde Park que organizaba la MTV. ¿No es cierto, Luna?
Una de las cuatro humanas que trabajaban para ellos en el local del Ragnarök asintió con la cabeza y dijo:
—La comunicación tuvo lugar sobre las siete. Pero la cortó rápidamente. Sólo se presentó y dijo que estaban en Chicago y que necesitaban ponerse en contacto con As y Caleb. Después de eso, no hemos tenido información relevante desde su zona.
—Desde entonces no ha vuelto a conectarse con nosotros —dijo Emejota, otra de las cuatro.
Gabriel se tiró de los pelos y los dejó desordenados, formando un halo rubio alrededor de su rostro.
—Esto no me gusta —gruñó con disgusto.
—Te ofrezco un vuelo privado ultra rápido, Gabriel —As tenía el móvil en la mano—. Hago una llamada, y llegas a Chicago en menos de diez horas.
—Hazlo, leder —lo miró fijamente—. Hazlo ya, por favor.
Hubiese querido estar más rato con ellos, compartir más información, pero, básicamente, si él estaba ahí era para que los de Black Country supieran que era el Engel, y tuvieran noticias sobre los tótems desaparecidos. Debían ayudarse los unos a los otros.
Caleb y Aileen, y Ruth y Adam, acercaron con su Porsche Cayenne negro a Gabriel a la pista de aterrizaje personal de As.
Gabriel llevaba una bolsa llena de las pastillas milagrosas que había logrado hacer Menw. Las llamaba «Aodhan». Y en un paquete aparte una USB con toda la composición química de las pastillas. Les serían muy útiles a los vanirios de Chicago, ya que Miya había advertido que el hambre ya había vencido la voluntad de algunos de ellos. Además, Menw le había llenado la bolsa de todos los artefactos que ellos estaban utilizando contra los jotuns.
Ruth le había prestado su teléfono. Gabriel había llamado a todos los números, pues se los sabía de memoria, y todos estaban o apagados o fuera de cobertura.
Sentía un miedo tremendo en su interior. Miedo por una valkyria de ojos grandes y tiernos a la que había hecho mucho daño. «Por favor. Por favor. Que no le haya pasado nada». En ese momento deseaba tener dones telepáticos como los vanirios y poder conectarse con su pareja. Porque Gúnnr era suya. Suya de verdad. No suya por kompromiss. Pero, paradójicamente, lo descubría cuando ella ya había renegado de él. Porque, ¿cómo un hombre que había creído desde pequeño que no sabía amar, reconocería las señales cuando amaba de verdad? ¿Cuándo un hombre descubría que su amor no hería a las personas, tal y como le habían inculcado a creer?
Todas esas preguntas las contestaría Gúnnr. Pero ella debía estar viva.
—¿Cómo es Gúnnr? —Habían preguntado Ruth y Aileen. Las dos le miraban con una sonrisa en los labios, sabiendo que a Gabriel no le gustaba hablar de sí mismo ni de sus sentimientos. Pero esta vez lo iba a hacer, porque no siempre se recuperaba a un amigo de la muerte.
—Es… especial. Es una valkyria que tiene mucho carácter, aunque lo disfraza de dulzura. Es amiga de sus amigos y tiene un corazón enorme. Cuando se enfada levanta la barbilla así —y la imitó mientras se partía de la risa—. Y está llena de bondad. Nunca heriría a nadie a propósito. Es de las buenas.
Sus amigas se quedaron en silencio y asintieron conformes con la descripción de la mujer de Gabriel.
—Estás en un lío, tío —dijo Caleb mirándole por el retrovisor con sus ojos verde eléctrico—. Esa mujer te gusta. Mi hermana no te gustaba en realidad. Además, no tenías ninguna posibilidad con ella. Ella era de Menw. Siempre lo ha sido.
En otro tiempo, aquel comentario le habría molestado mucho. Pero no ahora. Gúnnr había exorcizado a la Elegida.
—Tu hermana es una mujer que se puede admirar pero solo de lejos, o sino, Menw puede arrancarte la cabeza de cuajo.
Todos se echaron a reír.
—Mi deseo en el Valhall fue para ellos porque quería que Daanna fuese feliz, y no encontraba otro modo para que lo fuera que juntándola con Menw de nuevo.
—Un gesto que te honra —admitió Caleb—. Todos te estamos agradecidos por ello, Engel. Gracias a ti todo se ha desencadenado.
A Gabriel no le importó que creyeran que fue un gesto honrado. Él sabía la verdad.
Sí, lo hizo por ella. Pero sobre todo lo hizo por él. Era un modo de flagelarse y no creer en el amor. Podría pensar en Daanna todo lo que quisiera, y siempre lo haría desde la lejanía, creyendo erróneamente que era la mujer que en realidad deseaba, y que renunciaba a ella al dejarla en manos de otro hombre.
Pero no renunciaba a ella en realidad. Estaba renunciando a la posibilidad de equivocarse y comportarse como el Sargento. Y siempre tendría la excusa de decir que Daanna era de Menw, todo por no tomar la iniciativa y descubrir si él era un clon de su padre. Igual de malo que él.
Ahora no tenía otra alternativa que averiguarlo, porque, por nada del mundo, quería alejarse de Gunny. La resarciría.
El Bombardier Lear jet 40XR que As tenía en su mini aeropuerto privado, estaba listo para que llevara a Gabriel a Chicago. Caleb le había prestado un jersey negro de lana de cuello alto, y unas botas militares.
Antes de subir al avión, Aileen y Ruth le volvieron a abrazar con fuerza.
—¿Sabes qué, Gab? —Dijo Aileen—. Te ves diferente. No solo de físico, hay algo en ti que está más receptivo.
—Es esa valkyria que está tan enfadada contigo —aclaró Ruth sonriendo.
—¿Cómo sabes que está enfadada? —Le dijo Gabriel—. Yo no os he contado nada.
—Para variar. Pero lo sabemos porque te has vuelto como ellos —señaló a Adam y a Caleb—. Arrogante y también muy soberbio. Seguro que crees que ella debe actuar como tú dices y te molesta que te sorprenda y que te haga perder el control. ¿Cierto?
—No le lleves la contraria —le dijo Adam revisando el interior del avión y dando el visto bueno al piloto—. Ruth es una máquina de sacar conclusiones.
—Y siempre acierto —le recordó la Cazadora—. Gab, vas a tener que dejar atrás tus miedos y tus inseguridades y no avergonzarte de ellas. Todos tenemos nuestros propios fantasmas. Sólo hay que enfrentarlos y perderán fuerza sobre nosotros. Te conocemos y, aunque no lo creas, sabemos cómo eres.
—Ahora eres el Engel —Aileen le agarró de la cara y le obligó a agacharse para darle un beso en la frente—. Y si es verdad que eres tan listo y avispado, tendrás que ser lo suficientemente inteligente como para darte cuenta que esa Gúnnr es la única chica que te ha tocado de verdad.
—¿Y por qué estás tan segura, listilla?
—Porque nunca antes te había visto llorar de emoción —Aileen sonrió con ternura—. Esa valkyria está acariciando cuerdas de tu interior que tenías oxidadas. Y, por fin, estás empezando a reconciliarte con lo que eres. Un hombre que no tiene miedo a llorar delante de los demás, es un hombre que empieza a aceptarse a sí mismo. Tú necesitabas abrirte. Y yo me alegro por ello, y me muero de ganas por conocer a esa valkyria. Se merece un monumento.
—Ahora sube ese culo a ese avión. Salva al mundo y quédate a la chica —gritó Ruth levantando el puño.
—¡No va a ser fácil! —Gritó Gabriel desde lo alto de las escaleras, con la mochila llena de material a cuestas y una sonrisa de agradecimiento en los labios.
—¡El amor nunca lo es! —Replicó Caleb poniendo voz de mujer y moviendo las caderas de adelante hacia atrás.
Gabriel soltó una carcajada y levantó la mano en señal de despedida.
«Nos volveremos a ver pronto», se prometió.