La noche en Chicago era un espectáculo de luz y color, la ciudad se vestía de gala y lo hacía no solo para los residentes, sino que lo hacía especialmente para aquéllos que venían de visita.
Sencillamente enamoraba.
Gabriel siempre quedaba fascinado al ver todo esos enormes rascacielos iluminados con un sinfín de luces de colores llamativos.
Conducía el Tesla y a su lado, una pensativa Gúnnr y dos silenciosas Róta y Bryn miraban con los ojos llenos de admiración aquella urbe.
¿Qué estarían pensando? ¿Qué bailaba por sus cabezas? ¿Qué pensaba Gúnnr de la humanidad y su modo de vida desde que había pisado tierra firme?
No le había preguntado nada. Ni siquiera que se había interesado por su estado emocional después de ver la incómoda discusión que se habían tenido sus amigas en la habitación de hotel. Pensaría que era un insensible. O, seguramente, la joven llegaría a la conclusión de que él no le interesaba nada de lo que ella pudiese sentir. Y estaba bien así. Ése era el trato, ¿no? Lo jodido era que aunque ese fuera el trato, por alguna extraña razón que no quería interiorizar ni estudiar, ver a Gúnnr tan distante con él le dolía. Le molestaba.
Cuando había estado sin hablarle en el Valhall, él se había sentido… solo. Era raro tener una convicción tan débil respecto a algo. Él, que era el Engel, que no dudaba acerca de nada, que era poderoso y estaba seguro de sí mismo, no tenía claro sobre si hacía bien o no distanciando a Gunny.
Pero era lo mejor para ella. Lo hacía por ella. Porque al final, tarde o temprano, le haría daño… su padre siempre se lo había recordado.
«Tú eres como yo. Mi sangre corre por tus venas y, por mucho que huyas de esto, nunca podrás escapar de lo que eres».
El recuerdo de su madre consumida por el carácter de su padre le corroyó las entrañas; y la rabia, tan conocida por él, le llenó de resentimiento. A lo mejor, un día, al recordar a sus padres y cómo le habían tratado el Sargento, podría sentir una total indiferencia. Pero ese día no llegaba y Gabriel sabía que la herida seguía abierta. ¿Cuándo se iba a cerrar?
¿Cuándo dejaría de compadecer a su madre por haber sido tan débil, por haberse dejado manipular? ¿Cuándo dejaría de odiar a su padre por ser un hijo de puta?
Gúnnr suspiró y alargo su mano de elegantes dedos hasta la radio digital del coche. La encendió y Gabriel lo agradeció. All of the lights de Kanye West y Rihanna anuló el silencio. Mejor escuchar otras cosas que no a su jodida cabeza, y dado que allí nadie hablaba, el sonido relajaría el ambiente.
Lo más curioso de ese sorprendente día había sido averiguar que al oír el nombre de Daanna McKenna en los labios de Miya, no había sentido que le temblaban las rodillas. Se había esfumado el anhelo como si nunca hubiese existido, aunque todavía quedaban resquicios de su encaprichamiento. Daanna era su mujer ideal, pero, entonces, ¿por qué esa falta de emoción al oír de ella? Le alegraba, por supuesto, pero no le volvía loco. Le había gustado saber que tenía un don y que había estado cerca de él, pero no había sido tan devastador como en otras ocasiones.
No iba a pensar en la Elegida. Tenían cosas sumamente importantes entre manos, y si esta noche salía todo bien y Gabriel conocía finalmente al capo de Chicago, no dudaba que Mjölnir apareciera tarde o temprano. Miya les había dicho que quedaran a las afueras de la ciudad, que allí les esperaría con su clan.
El samurái había comentado que iban a enseñarles los puntos calientes que ellos tenían controlados. Y Gabriel estaba ansioso por organizar el primer ataque.
Miya les había citado en Wicker Park tres horas después de su primer encuentro.
Era la una de la madrugada. Cuando llegaron, se dieron cuenta de que estaban en un barrio muy bohemio de gente joven y de mucha vida nocturna. A Gabriel le recordó la apariencia de Notting Hill, con sus dúplex y tríplex de principios de siglo veinte, todos en fila. Además, estaba atestado de pequeños negocios, de esas típicas tiendas de ropa vanguardista y mobiliario de decoración art déco que los grandes centros comerciales se habían encargado de dilapidar.
Aparcaron los coches frente al pequeño parque que daba nombre al barrio y se encontraron con Miya y dos vanirios más. Uno de ellos era una mujer. Ambos de largo pelo liso y negro y ojos rasgados y muy finos, no grandes como los de Miya, y extrañamente claros. Vestían de negro y cuero, incluso ella, estética que le hacía parecer como la Nikita original.
—Buenas noches —les saludó Miya—. Os presento a mis hermanos: Aiko —señaló a la chica—, e Isamu —señaló al chico.
Los dos japoneses se inclinaron en señal de reverencia y respeto, y las valkyrias y los einherjars hicieron lo mismo.
Róta estudió a Aiko con fascinación, pero en ningún momento miró al samurái con el que, al parecer, tan mal se llevaba.
—Solo sois vosotros —dijo Gabriel dándolo por hecho—. ¿Dónde están los demás? No puedo creer que sólo vosotros tres…
—No, por supuesto que somos más. Están haciendo guardia, dispersos en la ciudad.
—Entiendo. ¿Por qué en Wicker Park? —Preguntó Gabriel echando un vistazo a su alrededor.
Miya miró hacia un edificio triangular en el que confluían dos de las calles más importantes del centro de Chicago.
—Subamos a esa azotea —sugirió.
Una vez en ella, tuvieron unas espléndidas vistas del West de Chicago y de su capital. Los tres edificios más altos se veían a la perfección, el uno alejado del otro mediante distancias prácticamente exactas.
—Nosotros tenemos constancia de lo siguiente. Llevamos viviendo aquí desde hace un siglo y hemos descubierto esto: La zona de acción de los chupa-sangre y los lobeznos comprende los barrios que abarcamos desde aquí: Lincoln Park, Gold Coast, que es donde os hospedáis, Old Town, Streeterville y Greek Tawn. En menor medida, la zona en la que nos encontramos, que es West Park. ¿Dónde habéis detectado la presencia de Mjölnir?
Gabriel señaló la línea que hacían los tres edificios que sobresalían al horizonte.
—Justo en esa zona.
—En la Gold Coast.
—Exacto. ¿Cómo actúan aquí los jotuns?
—Verás —el samurái se encogió de hombros—, hasta ahora todos aquellos humanos que hemos visto marcados y que viven en este radio son «complacientes» con los vampiros. Es una zona muy vanidosa, llena de lujos y demás… Muchas de las personas que viven en el West End de Chicago darían lo que fuera por la inmortalidad.
—¿Quieres decir que están de acuerdo con que los vampiros beban de ellos? —Preguntó Gúnnr horrorizada.
—Sí, así es. Proceden de otro modo en los suburbios de Chicago. Ahí los lobeznos y los vampiros beben hasta matar, violan y sodomizan a los ciudadanos. Y lo hacen de un modo que se asemejan a asesinatos entre ghettos o tribus urbanas… No les importa si son mujeres o niños, les da igual. Parte de mi clan está en esas zonas, intentando salvar a los que puedan. Pero, aquí, en la zona alta, es así —asintió Miya disgustado—. Ellos le prometen la juventud eterna a cambio de sustento, así que acceden y se convierten en siervos de sangre. Es el modo con el que Khani puede mandar en Chicago. Tiene la ciudad controlada. Muchos ojos trabajan de día para él, e incluso autoridades. Nosotros sólo podemos acechar a vampiros y lobeznos, y aniquilarlos uno a uno antes de que sigan secuestrándonos y tomando todo lo que quieren de nosotros. Ahora nosotros somos presas.
—¿Así que ni siquiera estáis defendiendo a los humanos? —Bryn miró al horizonte y su larga melena rubia fue mecida por el viento.
—No podemos. Es muy difícil. Ya ni siquiera intentamos salvar a los siervos de sangre. ¿Cómo defender a alguien al que le gusta aquello de lo que tú le quieres proteger? Hemos salvado a muchos, pero no todos quieren ser salvados —concluyó Miya—. Lo que ven tus ojos, Engel, es tierra de vampiros. Marcan a sus siervos como si se tratara de ganado. En el antebrazo. Todos los siervos tienen tatuada la rana Bjarkan.
—La que representa a Loki —Róta miró las luces de los aviones cruzar el cielo.
—No entiendo por qué deberían marcarles —dijo Gabriel—. A no ser que quieran diferenciar un ganado de otro. Y, si es así, es porque no sólo está ese tal Khani trabajando para Loki, ¿verdad? Debe haber un caudillo más.
Los ojos grises de Miya brillaron con interés.
—Eres muy inteligente, Engel.
—Sólo ato cabos —la voz de Gabriel no rezumaba petulancia por ningún lado—. Marcas a tus siervos cuando quieres dejar claro cuál es tu territorio y sobre todo lo haces para que no se mezcle con el ganado de otro. Es sencillo. Entonces, ¿qué otro ganado hay?
Isamu habló por primera vez. Su voz era suave y sosegada.
—Parece ser qué están trabajando con importantes genetistas, todos ellos son adoradores de Loki y forman parte de una secta internacional de gente muy adinerada y con medios que se hacen llamar secta Lokasenna. Realizan extrañas mutaciones en los cuerpos humanos, vampiros y lobeznos, como si quisieran conseguir algo a través de ellos. Hicimos el seguimiento de uno de ellos. Tenía una especie de código de barras en la muñeca con las siglas NS. Al cabo de unas pocas noches se transformó en algo parecido a un lobezno. Mitad lobezno, mitad vampiro. Le matamos antes de que hiciera daño a alguien, pero en el momento de morir recito algo que sólo diría un adorador de Loki:
Bjarkan’s laufgrænstr lima:
Loki far floroar tima[18].
—Están haciendo estudios de campo con estos humanos —dijo Miya—. Isamu escaneó el código de barras de la muñeca y encontró un mensaje cifrado que nos llevó al lugar del que había salido. Se trata de Newscientists, una corporación internacional que se hace pasar por empresas de materiales quirúrgicos…
—La conozco perfectamente. Newscientists no goza sólo de grandes genetistas, sino que, además trabaja con brillantes científicos cuánticos, decididos a ofrecer su inteligencia para causas como el fin del mundo. Según nos dijo Odín, no sólo utilizan a humanos, vanirios y berserkers para hacer todo tipo de experimentos, también buscan el modo de crear una puerta dimensional para entrar en el Asgard, y abrirles la puerta de nuestro mundo al Jotunheim. Quieren adelantar el Ragnarök antes de que el universo dicte la fecha. Y ya han logrado abrir una pequeña grieta, por eso se llevaron los tótems de los dioses que hemos venido a recuperar.
Gabriel explicó todo lo que él sabía al respecto de Newscientists. La historia de Aileen, Mikhail, Víctor, Samuel, Lucios, Seth, Strike, Patrick, Cerril, Sebastián Smith y ese tal Hummus.
—¿Quién ha podido entrar en el Asgard mediante la transformación? —se pregunto Aiko—. ¿No era Loki el último transformista? ¿Él que utilizaba el seidr para sus engaños?
—Al parecer, alguien más sabe hacerlo —concluyó Gabriel—. Newscientists está detrás de esa desgraciada hazaña, pero no sabemos quién la ha liberado. En España y en Inglaterra hay dos sedes, pero ya las tienen bajo control —aseguró Gabriel.
—Te equivocas. ¿No has visto las noticias?
—¿Qué noticias? —Gabriel se puso alerta.
—Hace cuatro días las dos sedes volaron por los aires, las dos al mismo tiempo —explicó con una sonrisa.
Gúnnr sonrió a su vez. Isamu tenía una sonrisa contagiosa y le cayó bien al instante.
—¿Explotaron? —Gabriel frunció el ceño.
—Sí —contestó Aiko—. Mencionaron algo sobre un error en las turbinas…
Dos sedes de Newscientists habían volado por los aires. ¿Qué había pasado? Eso de no poder ponerse en contacto con sus amigos le sacaba de quicio. Pero aquel siniestro era buena noticia, ¿no?
—Cuando nos hicimos eco de lo sucedido —Miya hizo crujir los nudillos—, comprendí que alguien estaba de nuestra parte. Pero nunca pensé que había más como nosotros. Daba nuestra batalla contra los jotuns por perdida, aunque eso no iba a impedir que luchara hasta el final. Han sido muchos siglos solos. Y la sed ha causado estragos y ha provocado que algunos perdieran su alma. Sólo los más disciplinados continuamos de pie.
—Debes ponerte en contacto con As y Caleb —ordenó Gabriel—. No me menciones para nada, porque no saben que estoy aquí. Ellos te explicarán cómo están trabajando para tener a los jotuns lo más a raya posible. No estoy diciendo que aquí os hayan ganado la partida, pero sí que están en una posición muy cómoda —las últimas palabras de Gabriel sonaron a reproche.
—Hemos hecho lo que hemos podido —Miya se pasó la mano por el moño que llevaba. Parecía ofendido—. Tal vez, si los clanes se hubieran mantenido en contacto, o si los dioses nos hubieran avisados sobre dónde y cómo estábamos repartidos, posiblemente, ahora estaríamos en una situación más ventajosa.
—No. No sería así —negó el Engel—. Pero eso ahora no importa… —No. Lo importante era lo siguiente—: ¿Dónde está la sede de Newscientists?
—Está en Wheaton. A las afueras de todo núcleo de actividad.
—En Wheaton… —Gabriel se acarició la barbilla. Si estaba en las afueras, quería decir que el martillo no estaba ahí. Newscientists no estaba ubicada en la ciudad. ¿Por qué? En Barcelona y en Londres era todo lo contrario. Las había ubicado a la vista de todos—. Bien. Haremos lo siguiente: Llévame esta noche hasta Khani. Vamos a ir a por él.
—Es muy escurridizo, Engel. No es fácil cazarle, sino ya lo habría hecho yo —esta vez Miya lo miraba desafiante—. Tengo ojeadores por toda la zona vigilando los locales que visita más asiduamente. Yo también tengo mis medios.
Gabriel sonrió y le puso una mano en el hombro.
—Perdón si he sonado despectivo, no era mi intención. Llévame hasta ese vampiro, él sabe perfectamente dónde está Mjölnir. Y mañana tú y yo, volaremos Newscientists por los aires.
Miya sonrió y enseñó sus afilados colmillos.
Róta clavó sus ojos en su boca.
—Trato hecho —contestó el samurái. Su iPhone tuneado con una carcasa negra y un yin yang empezó a sonar. Lo descolgó. Mientras escuchaba, sus ojos rasgados se iluminaron—. Perfecto, Ren. Vamos para allá —cerró la comunicación y miró a Gabriel—. ¡Voilá! Khani se encuentra en Streeterville, en el club nocturno Underground. Es la noche de los seres del bosque, una fiesta temática en la que casi todo mundo va disfrazado, ¿qué mejor lugar para camuflarse que una fiesta de disfraces? Por lo visto, y con la excusa de la fiesta, están celebrando una reunión con alguno de sus siervos más importantes.
Se rociaron con sprays desodorantes, tal y como habían aprendido a hacer los vanirios de la Black Country. Los einherjars y las valkyrias hicieron lo mismo. Los vampiros y los lobeznos lo olían todo, y era mejor pasar desapercibidos. Dejaron los coches en el parking, y se dirigieron a la entrada del club nocturno. No había lugar mejor para un encuentro con jotuns que hacerlo en un subterráneo. Un Underground.
El escudo del Underground era de por sí muy simbólico. Tres runas Bjarkan, como tres bes acabadas en punta, unidas de modo que crearan un triangulo. Por tanto, casualidad o no, era el mejor lugar de reunión para los adoradores de Loki.
—Si inviertes las bes —había explicado espontáneamente Isamu a Gúnnr— verás que las runas forman una uve doble. Es porque Loki también puede ser representado por la runa Wunja, que simboliza la travesura y el salvajismo.
—Eso resume a Loki muy bien —simplificó Gúnnr con interés.
Isamu detuvo a Gunny gentilmente.
—Espera. Siempre se cede la entrada a las damas, pero no esta vez, podrías exponerte innecesariamente, valkyria —dijo Isamu con una sonrisa de disculpa.
Gúnnr pensó que si no estuviera obsesionada con Gabriel, Isamu le gustaría muchísimo. El japonés parecía todo lo que no era Gabriel. Solícito y muy cariñoso.
—Por cierto —Isamu clavó sus ojos negros en su boca—. Me gusta cómo hueles. Hueles como sándalo.
Gúnnr se olió la ropa disimuladamente. Gabriel le había dicho que olía a nube, ¿y el japonés le soltaba que olía a sándalo? ¿Qué estaba pasando? Miró al Engel, y éste, sorprendentemente, estaba vigilándola con aquellos ojos completamente negros. ¿Por qué estaban negros? ¿Estaba enfadado?
—Mi tío Jamie —dijo Gabriel de repente, colocándose a sus espaldas de modo protector— vive justo a dos manzanas de aquí. ¿Te das cuenta de que vive rodeado de putos vampiros? —Susurró preocupado.
Gúnnr sintió un pellizco en el estómago. Debería decirle al Engel que había conocido a su tío, pero Gabriel estaba tan distante con ella que no había encontrado el valor de hacerlo. Estaba controlando su furia muy bien, y si Gabriel le contestara mal o le recriminara algo al respecto seguramente estallaría. No aguantaba la tensión que había entre ellos. Era incomoda y no la merecía. Había pasado de buscar el consuelo de Gabriel a no afectarse por su frialdad. O como mínimo, intentaba que no le afectara.
—¿Temes por él?
—Sí. Por supuesto que sí —gruñó Gabriel—. ¿Gúnnr?
—¿Sí?
—No tontees con Isamu. Y todavía menos. Lo hagas ante mis narices. Recuerda que de cara a los demás tú y yo tenemos un kompromiss. Soy el Engel, me debes un respeto.
Y dicho esto, se colocó delante de ella y la dejó con la vista centrada en su enorme espalda, pensando únicamente en aquellas palabras.
«¿Sólo de cara a los demás? ¿Le había perdido el respeto en algún momento? ¿Ella había coqueteado? El Engel estaba como un cencerro».
Cuando entraron al Underground, la música excesivamente alta les dejó momentáneamente aturdidos. Se escuchaba de fondo el Till the World ends de Britney Spears.
—Menos mal que nadie nos ha visto ni en su casa ni tampoco en su compañía —dijo Gabriel refiriéndose de nuevo a Jamie—. Fue inconsciente por mi parte ir a su casa. Menos mal que él no sabe que estuvimos allí. No nos pueden relacionar con él, podrían utilizarlo y es lo último que quiero.
—Gabriel… Engel, respecto a eso…
Gabriel le puso la mano en la parte baja de la espalda y la animó a que caminara.
—Céntrate, Gunny. Puede que nos pongamos en acción rápidamente.
El Underground estaba repleto de gente disfrazada. Unos iban de elfos, otros de duendes, otros de hadas y había alguno que otro gnomo.
El local tenía inmensas cajas de madera repartidas por toda la sala que hacían la función de mesas. Éstas tenían el logo del Underground, las tres runas formando un triángulo. Las luces que lo iluminaban eran verdes, amarillas y rosas. Los techos estaban cubiertos de inmensas tuberías metálicas que se asemejaban a las que había bajo los túneles de la ciudad. En una de las paredes había un mapamundi con el fondo negro y los continentes iluminados como si fueran una base secreta de investigación militar. La madera y el metal se combinaban para crear un ambiente especial y cálido, pero a la vez lleno de modernismo. Y luego estaba toda esa gente disfrazada y bastante achispada, que sólo hacía que beber y beber y bailar sin apenas coordinación.
Muchos de ellos tenían la runa tatuada en el antebrazo, tal y como había dicho Miya. Las mujeres tenían los ojos dilatados, y sonreían y coqueteaban con todo el que aparecía por delante.
Cuando los einherjars y los vanirios aparecieron, centraron todo el interés de las damas. Elfas, hadas y duendecillas, extremadamente maquilladas todas y con exuberantes escotes, les miraron confundidas.
Miya se tensó.
—Están bajo el influjo de Khani. Los tiene hipnotizados. Puedo sentir su red mental actuando en sus siervos. Ahora mismo se está alimentando en algún lugar —barrió el local con la mirada.
—¿Khani es negro, tiene la cabeza afeitada y un armario ropero como espaldas? —Preguntó Róta sin mucho interés.
—Sí.
—Pues es ése de ahí —los ojos azules de Róta se volvieron rojos y se quedaron mirando al frente.
En la otra punta de la sala, un hombre de piel oscura, un traje blanco de etiqueta y una sonrisa de satisfacción en la cara, se estaba relamiendo los labios manchados de carmesí y miraba a la multitud con orgullo. Se subió a una mesa y abrió los brazos reclamando atención.
—¡Tenemos visita! —Miró a Miya, pero se quedó con los ojos blancos clavados en Gabriel y en Gúnnr—. Savia nueva… —Murmuró lamiéndose el colmillo. Inmediatamente, dos lobeznos le cubrieron y enseñaron sus amarillentos caninos a los einherjars.
Reso y Clemo jugaban con sus esclavas hasta que hicieron aparecer sus espadas. Gabriel frunció el ceño. Aquello era una encerrona.
—Da la orden, Engel, y empezarán a rodar cabezas —gruñó Clemo.
Gabriel estudio a Khani. Era igual de estratega que él. No había duda. Tenía una mirada inteligente, pero le sobraba soberbia. Menospreciaba a sus enemigos y ése era el peor error de un líder.
—Miya, ¿por qué tengo la puta impresión de que nos han tendido una emboscada?
—No debería de ser así —contestó el samurái inquieto.
—Gemelas —la orden de Gabriel fue clara.
—¡Sí! —gritaron las dos a la vez.
Sura y Liba apretaron los puños, cerraron sus ojos y emitieron un rayo que se dirigió a las luces del local, partiendo los fluorescentes y las bombillas de las lamparitas de mesa.
El salón quedó a oscuras. Los siervos siendo humanos, no tenían dones, no podrían ver en la oscuridad. Ellos sí. Gabriel dio otra orden:
—Bryn, adelante.
La Generala plantó la mano en el suelo y de su palma surgieron miles de rayos que electrocutaron a los siervos de Khani, que quedaron aturdidos e inconscientes, desmadejados sobre la superficie del local.
Khani abrió la boca con sorpresa, como si estuviera maravillado de lo que veían sus ojos.
—¡Maravilloso! —Exclamó dando palmadas al cielo—. Los samuráis han pedido refuerzos —se jactó el vampiro—. No saben detenernos y han ido a buscar a papá y a mamá —miró a Miya y negó con la cabeza—. Tu hermano y tú sois físicamente como dos gota de agua. Sólo que a él lo dotaron de sentido común, y a ti de incompetencia.
Miya no contestó a la réplica, pero se mordió la lengua. Róta lo miró por encima del hombro como si no comprendiera ese comentario. De hecho nadie, excepto Aiko e Isamu, sabía de qué iba aquello.
Un grupo de devoradores aparecieron por la entrada, y les rodearon. Había trolls y también purs. Khani se había rodeado de la escoria nueva de Loki, la que había llegado con el martillo. Eso quería decir que Khani sabía dónde estaba Mjölnir, ésa era su prueba.
—Yo también tengo sorpresas —aseguró Khani dando un sorbo a su vaso lleno de sangre—. Loki me provee de aquello que necesito.
—¿Dónde está Mjölnir? —Preguntó Gabriel dando un paso hacia delante.
—¿Mjölnir? —Repitió como si no fuera con él la cosa—. ¿El martillo, dices?
—Sabes a que me refiero —dijo Gabriel controlando por el rabillo del ojo a dos vampiros que se acercaban a ellos sigilosamente.
Khani echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—A ver, rubito. Estás en mi ciudad, en mi estado, estás metiendo las narices en mi casa y vienes a exigirme que te devuelva algo que no tengo la intención de darte. ¿Me tomas por un estúpido? ¿Quién te has creído que eres? No tienes idea de lo que vamos a hacer, ¿verdad? Prepárate porque Loki sirve su venganza en plato frío.
—Sólo te lo advierto, puto vampiro mafioso —se sintió insultado por la condescendencia de Khani—. Dame el martillo, por las buenas o por las malas.
—¿Me amenazas en mi casa? Interesante… Antes de que te mate, déjame decirte que toda tu palabrería y tu atrevimiento te va a costar caro —Khani repasó a las valkyrias y estudió la posición y la postura de todas ellas—. ¿A quién te tiras de todas éstas? —Gabriel estaba ligeramente inclinado hacia Gúnnr, intentando protegerla con su cuerpo—. ¿A ella? —Miró a Gúnnr con interés—. Es adorable, un bocadito celestial —siseó como si la estuviera saboreando.
Isamu dio dos pasos al frente y protegió a Gunny de la mirada del vampiro.
—Demasiado tarde, japonesito. Ya la he visto —dio otro sorbo al último dedo de sangre que había en la copa—. Así que, la chica es importante… Tiene la atención y protección de dos guerreros… Cuando menos te lo esperes, chulito —clavó sus ojos blancos en el rostro de Gabriel— me la follaré por todos lados. —Se encogió de hombros y le dedicó una risa sardónica—. Y juro que te la devolveré tan inservible y desquiciada que deseará que la mates.
Gúnnr hizo un puño con su mano y apretó los dedos hasta que los nudillos se le volvieron blancos. La bue se iluminó. ¡Ese vampiro era odioso y arrogante! Su arco se materializó en décimas de segundo, lo suficientemente rápido como para armar una flecha y disparársela al corazón del vampiro. Éste abrió los ojos sorprendido y se movió hacia la izquierda. La flecha se clavó en su hombro derecho.
Gabriel le dedicó una mirada llena de irascibilidad y desaprobación.
La acción de Gúnnr fue el pistoletazo de salida para que unos se abalanzaran contra los otros.
Los devoradores, los vampiros y los lobeznos pasaron por encima de los cuerpos humanos inconscientes de los siervos de Khani y se lanzaron contra el einherjars y su equipo.
Bryn se subió a una de las tuberías y se colgó boca abajo como ya hiciera bajo los túneles.
Aiko y ella se coordinaron perfectamente. Jotun que la valkyria alcanzaba con una de sus flechas, cabeza que la samurái rebanaba.
—¡Ren! —Gritó Miya mirando al recién llegado—. ¡Controla a los chuchos!
El samurái, vestido de negro, con el pelo de punta oscuro y con mechones rubios, cerró los ojos, junto las palmas de las manos y se quedó en las escaleras, ligeramente alejado de toda pelea.
Los lobeznos empezaron a gruñir, soltando todo tipo de exabruptos y alaridos, mientras se arrancaban mechones de pelo de la cabeza.
Gabriel levantó sus dos espadas y gritó eufórico para empezar la lucha. Agarró una de las cajas de madera que hacía de mesa, y la lanzó contra tres etones que se dirigían a Gúnnr. Dos de ellos cayeron al suelo por el impacto, pero un troll logró esquivarla y lanzarse contra las valkyrias. Gúnnr abrió la palma de la mano y de ella salió un rayo que atravesó el pecho del troll. Gabriel dio un salto por los aires, y aprovechó para cortar la cabeza del troll y ensartar a los dos etones que había en el suelo con el cráneo abierto. Se levantó como un resorte y se dirigió hacia Khani, pero éste ya había escapado.
Miya se agachó para esquivar las garras de un vampiro, y al hacerlo, Róta aprovechó para apoyarse con el pie en su espalda y saltar por encima del samurái hasta golpear con la rodilla la cara del vampiro. Éste salió disparado hacia atrás, y Miya vio su oportunidad para meter la mano en el plexo del no muerto y arrancarle el corazón.
Las paredes del Underground se salpicaron de oscuridad, putrefacción y muerte.
Un vampiro atacó a Isamu, pero el samurái pudo agachar la cabeza a tiempo. Se impulsó hacia delante para darle un cabezazo en el pecho y hundirle el plexo. Isamu sacó su espada y la clavó en el pecho izquierdo, hasta sacarle el corazón con un movimiento de palanca.
Cuando creían que había acabado todo, un grupo mayor de vampiros y devoradores entraron en el Underground.
El You’re gonna go far kid de The Offspring amenizó la lucha, Gabriel miró hacia un lado y hacia el otro.
Reso sonrió como un demonio y le dijo a Clemo:
—Oye, nenaza, me juego lo que quieras a que soy capaz de acabar con éstos en un santiamén.
—Soy mejor que tú —le picó Clemo—. Además, esta canción me gusta. Me… motiva.
—El que gane se queda con la que más se parezca a nuestra valkyria —le guiño un ojo.
Clemo soltó una carcajada e hizo chocar sus espadas por encima de su cabeza.
—Mi Liba sólo obedece a su domine, putita.
Los dos amigos, tracio y espartano, corrieron hacia los vampiros y empezarnos a cortar cabezas como si se tratara de una competición.
—Ésos son muy buenos, ¿no? —Dijo Miya observando con atención la rabia de los dos guerreros inmortales.
—Son los mejores —Gabriel asistió con orgullo—. Cuando acaben con ellos, ¿qué pasará con la mierda que hay en el suelo? ¿Quién la limpiará?
Los siervos humanos inconscientes. Sería bueno hacerles una limpieza.
—Ren y Aiko —contestó Miya—. Son los mejores en el control mental. Ellos les harán un reinicio y llamarán a nuestros contactos para limpiar el club. Nos interesa que investiguen sobre esto. Y, de ahora en adelante, la situación va empeorar. La guerra ha quedado oficialmente declarada.
—Bien, porque, ¿sabes qué? —Gabriel arrinconó a Miya contra la pared y le presionó la tráquea con el antebrazo—. Nos has metido en una jodida ratonera. Esta noche podrían haber acabado con nosotros. O peor, con vosotros. Es una suerte que os hayamos acompañado, ¿no?
Los ojos de Miya se volvieron como la niebla, igual de volubles.
—Estoy tan comprometido con esto como tú. Llevo toda mi vida dedicada a ello.
—Pues debe de haber un soplón —gruñó Gabriel con los ojos completamente negros—. O eso, o tienen vuestros teléfonos pinchados. No puedes olvidar ningún detalle.
Gabriel soltó al vanirio y esperó a que Reso y Clemo cortaran las últimas cabezas y arrancaran los pocos corazones que quedaban. Cuando el último no muerto y el último eton murieron, dejaron todo en mano de los vanirios Aiko y Ren.
Los einherjars y las valkyrias no tenían dones telepáticos, los vanirios eran los únicos que podían arreglar aquel desaguisado.