Capítulo 11

Sentir el cuerpo de Gabriel sobre ella, cálido, fuerte y pesado, era la mejor experiencia de su vida. La estaba cubriendo como si se tratara de un edredón, y ella adoraba que su peso la aplastara contra el colchón. Su mundo acababa de explotar de nuevo, pero ésta vez, había logrado contener las alas en su lugar. Gabriel le había hecho el amor por segunda vez, y el orgasmo había sido más fuerte que el anterior.

Gúnnr miraba las ventanas de cristal del techo, prendida por el temperamento de aquellas nubes centelleantes que, ahora sí, habían dejado de verter agua sobre la ciudad.

La tormenta remitía, pero Mjölnir no se alejaba, seguía ahí. En algún lugar.

El Engel respiraba sobre la almohada, y el aire que él exhalaba con fuerza bañaba el lado derecho de su garganta. Ella alzó una mano para acariciarle la nuca, y sus dedos se enredaron con sus húmedos rizos rubios.

Él se incorporó sobre sus codos y la miró a los ojos. Gúnnr tenía el rostro arrebolado por la pasión y por el ejercicio físico de la cópula de sus cuerpos; los labios hinchados y los ojos negros con tintes azulados, entrecerrados y satisfechos; las mejillas rojas, y el cuello y el pecho húmedo de sudor. Y todo eso lo había provocado él. Aquella chica lo había ordeñado como nadie. Le había robado hasta la última gota y se había vaciado en su interior dos veces. Dos.

Al pensar en ello, un escalofrío le recorrió la espalda. Había sido un inconsciente, pero, para ser sinceros, no lo había podido evitar. No correrse a la vez con Gúnnr había sido misión imposible. Había intentado ignorar sus gemidos, había querido evitar sus mordiscos, y había luchado por no besarla tantas veces: Y todos y cada uno de sus intentos habían fracasado.

Ahora ella le acariciaba como si quisiera calmar sus pensamientos, dándole una tranquilidad y un consuelo que jamás había recibido.

—Es la primera vez que lo hago sin condón —murmuró calibrando la reacción de la valkyria.

—No va a suceder nada.

—Conozco a un montón de niños que llegaron al mundo después de que sus padres dijeran esa frase. Por ahora sólo sé que las berserkers tienen mini camadas, es decir, de dos a tres hijos a la vez. Las vanirias son muy poco fértiles y lo pasan realmente mal durante el embarazo, pero no sé nada sobre las valkyrias. Esto que he hecho ha sido un acto completamente irresponsable. Sé que no tenemos enfermedades y nada por el estilo pero…

Ella sonrió y negó con la cabeza.

—Relájate, Gabriel, Freyja nos explicó que las valkyrias no podemos tener hijos mientras sirvamos a la causa del Ragnarök. Somos mujeres hechas para la guerra y para ser las compañeras de los einherjars. La maternidad, por ahora, no tiene cabida en nuestras vidas.

Gabriel frunció el ceño.

—¿Y os parece bien? Las mujeres tenéis muy arraigada la mentalidad de tener bebés para realizaros.

Gúnnr soltó una carcajada.

—Las humanas puede que sí. Nosotras no lo somos, Gabriel. Lo dejamos de ser al nacer en el Valhall. Freyja y Odín son nuestros padres. Salimos del cuerpo de una mujer humana, pero nada en nosotras lo es. Ni nuestra actitud, ni nuestros dones, ni nuestra furia. Nada —lo miró buscando algún resquicio de duda o desilusión en sus ojos azules.

—Pero sí que eres una mujer —sonrió y movió las caderas para que ella sintiera dónde estaba alojado él.

—Sí… —Tomó aire—. Sí soy una mujer. ¿Te molesta a ti que no podamos concebir? ¿Te gustaría que…?

—¿A mí? —Preguntó sin comprender la pregunta—. ¡¿Estás de coña?! Siempre creí que los hombres tenemos hijos porque el semen es una consecuencia del sexo. Como vivimos obsesionados con el sexo, no nos importan los daños colaterales mientras tengamos un lugar calentito en el que dejar nuestra semillita.

—¿Y tú eres así?

—Bueno, yo siempre pensé que si tienes niños, es porque puedes enseñarles algo a cambio. Si miras este mundo y ves los conflictos abiertos que hay en todo el planeta, te darás cuenta de que los hijos de los hijos de los hijos del primer hombre y de la primera mujer son como clones de sus predecesores. Por eso el Midgard está como está. Nadie ha aprendido nada. Seguimos siendo igual de salvajes e involucionados que hace cientos de años atrás, a diferencia de que ahora tenemos tecnología. ¿Y qué hace un ser poco evolucionado espiritualmente con una tecnología muy avanzada?

—¿Destruir el mundo? —Preguntó Gúnnr retirando un mechón rubio que caía sobre el ojo de Gabriel.

—Es obvio, ¿no?

—Es triste —levantó la cabeza y lo besó en los labios con lentitud.

Gabriel ronroneó y le devolvió el beso. No quería hablar de temas tan profundos, y menos, después de estallar dos veces casi seguidas con aquella dulce y atípica valkyria.

—¿Te ha gustado hacer el amor conmigo, Gúnnr? —Preguntó inseguro.

—Tanto que me gustaría hacerlo otra vez —cerró los ojos al sentir el grueso miembro de Gabriel que todavía palpitaba en su interior—. ¿Podemos? —Abrió los ojos y sonrió con timidez.

—Tres son demasiadas para tu primera vez, florecilla. No deberíamos haberlo hecho esta segunda vez. Estarás dolorida.

—Estoy en la gloria.

Él rio.

—Mañana no dirás lo mismo.

—Estar contigo me quita todos los dolores. Tu cuerpo sana el mío, tenemos un kompromiss, tú tienes mi cura y yo tengo la tuya, ¿recuerdas?

Gabriel asintió y le puso una mano sobre el pecho inflamado y lleno de marcas de succión.

—Quiero que descanses —sugirió como una orden—. Dormiremos sólo durante unas horas. Mañana nos espera un día muy ajetreado.

Gúnnr apretó los dientes. No era que hubiera olvidado su misión en la Tierra, pero tampoco quería perder aquellos momentos de intimidad con él. Para ella, estar con Gabriel se había convertido en lo más importante, pero se había prometido a sí misma que no suplicaría nada a cambio y que disfrutaría de la experiencia.

Las velas se habían apagado ya, como la pasión que habían compartido.

—Está bien —contestó cediendo a desgana—. Pero tienes que salirte de encima necesito ir a lavarme.

—No —le dio un pequeño beso en los labios—. Yo cuido de ti —poco a poco se salió de su interior. Todavía seguía empalmado. ¿Qué leches le pasaba? Ya debería de estar más tranquilo y, sin embargo, continuaba semiexcitado—. No te muevas.

Se levantó y, gloriosamente desnudo, se dirigió al baño. Tomó una toalla azul oscuro que había colgada en el insignificante toallero y la humedeció con agua muy caliente.

Gúnnr suspiró y se llevó la mano al vientre para transmitir calor y calmar esa zona que Gabriel había tomado. Pero él se arrodilló de nuevo a su lado, y se la retiró como si fuera el dueño y señor.

—Esto te calmará. —Le abrió las piernas con suavidad y la lavó con ternura.

A Gúnnr aquello le pareció más íntimo que nada de lo que ya habían hecho y se removió incómoda.

—Gabriel, ya lo hago yo…

—Ni hablar —dijo él concentrado, abriéndola con el índice y el pulgar y limpiando los restos de sangre y semen con toda la concentración del mundo—. Yo te cuido, florecilla. Me gusta.

—Es embarazoso.

—No lo es —él frunció el ceño y la miró como si estuviera loca. Dejó la toalla húmeda sobre su entrepierna y la presionó con la mano—. Es… lo justo, ¿mejor?

Ella asintió mordiéndose el labio inferior.

—Perdona por haberte lastimado, la primera vez es dolorosa para la chica.

—Estoy bien. El dolor ha sido bueno. —Estaba tan bien que tenía ganas de llorar. Gabriel la estaba mimando y había dicho que le gustaba cuidar de ella—. Me ha vuelto loca hacer el amor contigo.

Él le dedicó una mirada de orgullo entre las espesas pestañas negras. Se levantó, se fue al lavamanos y él mismo se limpió el pene. Se estiró de nuevo a su lado y la atrajo hacia él, abrazándola y haciendo que ella apoyara su cabeza sobre su pecho.

Se quedaron en silencio, ella dibujando circulitos con los dedos sobre el durísimo pecho de él y él acariciándole la espalda arriba y abajo con la mano, delineando sus alas que se habían vuelto doradas, el color que, al parecer, adquirían cuando estaba relajada.

—Tus alas cambian de color. Dorado cuando estás tranquila, rojo cuando estás furiosa, excitada o alegre.

—Y azul hielo cuando nos enfadamos o estamos muy tristes.

Gabriel levantó la cabeza y la miró.

—¿De verdad? Nunca las he visto.

—Ni las verás mientras no me hagas daño o me rompas el corazón.

Gabriel besó su coronilla y frotó la mejilla en ella. No. Haría lo posible por no lastimarla.

—Gúnnr.

—¿Mmm? —Estaba tan bien que se le empezaban a cerrar los ojos.

—A mí me ha gustado ser el primero para ti, florecilla —reconoció en voz baja.

La joven sonrió y hundió su cara en su pecho derecho, ocultando la alegría que le había provocado sus palabras. Un reconocimiento abierto era suficiente para esa noche. Gabriel había sentido la conexión, no había lugar a dudas.

—¿Gabriel?

—¿Mmm?

—Cuéntame algo sobre tu vida aquí. Cuéntame algo que nadie más sepa sobre ti.

Él miró la cabeza morena de Gúnnr. ¿A qué venía esa pregunta?

—Te lo he contado todo.

—No es verdad —ella frotó un pezón con el dedo pulgar—. Siempre me hablabas del modo de vivir que la gente tenía en la Tierra, también me explicaste algunas de tus aventuras aquí junto a Aileen y a Ruth… hoy he descubierto que querías muchísimo a tu tío, que crees que él no sabe que has muerto y que, por lo visto, había tenido muchos problemas con tu padre. También sé que no crees en tener hijos. Pero nunca me has hablado sobre ti, sobre lo que te gusta o lo que no te gusta, sobre tu vida, tus deseos, tus sueños… No sé nada sobre eso.

—Yo tampoco lo sé sobre ti.

—¿Eso quiere decir que está bien que sigamos así? —Preguntó con un claro tono de desánimo—. ¿Sin… conocernos del todo?

—Nos conocemos. Tenemos una buena amistad. Yo lo prefiero así, florecilla.

Ella no. No prefería la ignorancia sobre quiénes eran ellos realmente al conocimiento y a que abrieran sus corazones. Ella deseaba poder decirle todo lo que sentía, quería que hablaran sobre la conexión, sobre cómo él había tocado su alma inmortal no sólo al hacer el amor, sino desde el primer momento que Nanna lo había traído al Asgard. ¿Habría tocado ella la suya? Sí. Por supuesto que sí. ¿Lo admitiría él? Era un hombre tan reservado…

Gúnnr también lo era, pero con él se abriría y dejaría de serlo, haría una excepción si Gabriel realmente se interesara por ella.

—¿De verdad no quieres que hablemos? —Preguntó más seriamente.

Pasaron unos segundos eternos hasta que el pensativo de Gabriel contestó:

—Hablamos siempre, florecilla —dijo desenfadado—. Eres la mujer con la que más he hablado en toda mi vida. Nos hemos pasado un largo año conversando en el Valhall y cada día hemos estado juntos. Yo me hería y tú me curabas. Eres mi valkyria favorita. Mi mejor amiga.

—Ruth y Aileen eran tus mejores amigas —señaló ella.

—Tú también lo eres.

Fantástico. ¿También las había desvirgado a ellas? ¿Cómo podía meterla en el mismo saco? ¿Y Daanna qué era? Claro. Daanna era la mujer de quien estaba enamorado. Su temperamento valkyrico iba a emerger de nuevo, hasta que Gabriel le levantó la barbilla y le dio un golpecito en la nariz.

—Florecilla, estoy muy contento de tener a alguien como tú a mi lado. Eres mi pareja de guerra, mi mejor aliada. ¿Tú estás contenta de tenerme?

—Sí, yo también estoy contenta. —Una mirada azulada como la que él le dirigía y se le pasaba el mosqueo en un santiamén. Qué patética era.

—Entonces, ya tenemos suficiente, ¿no crees? —Le acarició la nalga desnuda.

No, maldita sea. No le bastaba. A ella no. No era justo y no lo comprendía.

Gabriel notó cómo ella se retraía. Sonrió divertido y le dijo:

—Gominolas.

Gúnnr lo miró sin comprender lo que decía.

—¿Algo que nadie sabe sobre mí? Gominolas —aclaró encogiendo los hombros.

—¿Gominolas?

—Sí —se echó a reír—. Era adicto a ellas. Me encantan. Cuando tenía que trabajar para pagarme la universidad, o cuando hacía programaciones informáticas a domicilio, me aseguraba de llevar siempre a mano una buena bolsa llena de gominolas. Me las comía de manera compulsiva.

Gúnnr se quedó con la idea de las gominolas, pero también con la otra información personal que le había dado.

—Y ahora cierra los ojos. Durmamos un poco, Gunny.

No iba a poder sacarle nada más esa noche, pero esperó a que él le dijera: «Dime tú algo sobre ti». Pero ese interés no llegó. Se resignó con tristeza.

—¿A qué saben las gominolas, Gab?

Él le acarició el brazo con los dedos y contestó:

—Saben a: «Si esto es malísimo para mis dientes, que vivan los mellados». A eso saben.

Gúnnr soltó una carcajada y Gabriel la secundó.

—Entonces están muy buenas, ¿no?

—Mañana te compraré una bolsa de gominolas. A lo mejor te gustan tanto como a mí y podemos fundar un club.

—Estás loco.

Gabriel la besó en la coronilla.

—Duérmete.

Ella asintió y se apoyó de nuevo en su pecho.

No supo si fue el cansancio o el estrés de las últimas horas, o si fue el hecho de que Gabriel durmiera con ella por primera vez, desnudos los dos, abrazados, y cubiertos por aquel edredón nórdico, pero una agradable calma recorrió sus extremidades, sus labios sonrieron y sus ojos se cerraron con plena confianza.

Estaba en casa.

El sonido de una puerta al cerrase acabó con el profundo sueño de Gúnnr.

Al abrir los ojos centró la mirada adormecida en la vela apagada. Tenía tres cosas muy claras: La primera era que había pasado la mejor noche de su vida con su einherjar; la segunda era que Gabriel no estaba en la cama con ella; y la tercera era que él había tenido razón, le dolía todo el cuerpo. Pero era un dolor placentero, uno de ésos que se instalan en cada fibra del cuerpo y que grita orgulloso que el esfuerzo ha valido la pena. El dolor de una mujer satisfecha.

Se desperezó e incorporándose en los codos miró a su alrededor. Enfrente, en una butaca de madera, había bolsas de papel con nombres como Escada, Gap, Dolce & Gabbana, G-Star… Ropa «humana».

Trapitos humanos. ¡Chucherías!

Las orejas le temblaron por la excitación y, por primera vez, la vanidad valkyria hizo efecto en ella. Había un Post-it amarillo pegado en una de las bolsas que decía: «Esto es para ti. Ponte lo que quieras y baja inmediatamente. Te espero en la cocina. Engel».

¿Engel? Puso los ojos en blanco. Después de tenerle en el interior de su cuerpo durante la noche anterior esas formalidades entre ellos ya no tenían lugar.

Se levantó como un resorte y metió mano a las bolsas. ¡Caray! ¡Ahí había de todo! Tejanos, faldas, camisetas, ropa interior, vestidos, botas, zapatos, calzado deportivo, etc. ¿Era de su talla? ¿Era para ella de verdad?

Muerta de ganas por ponerse esas prendas se duchó y se aseó rápidamente y alargó sus manos a una de las bolsas llenas de ropa interior en la que ponía Calvin Klein. Después de revisar todos los conjuntos, optó por uno de color negro. Le iban perfectos. El sostén le levantaba el pecho perfectamente y las braguitas eran muy cómodas. Por lo visto, Gabriel había tenido muy buen ojo con su cuerpo. Sonrió y se mordió el labio.

«Eres muy observador, Gab». Luego agarró unos vaqueros muy ajustados, unas botas de caña alta de piel marrón oscura, un precioso jersey de elegante cuello alto de color borgoña y una cazadora corta espectacular de color negra y de cuello mao que con sólo mirarla babeaba.

La ropa era preciosa, le encantaba todo lo que Gabriel había comprado. ¡Ey! ¡Un iPhone blanco! En la televisión habían emitido un anuncio con todo lo que no podías hacer si no tenías un teléfono de ésos. Lo sacó de la caja y lo trasteó. Qué bonito era…

Se pasó la mano por el pelo húmedo y echó una mirada vacilante a aquel desván en el que había perdido la virginidad con Gabriel. Estaba todo en su lugar. No había nada fuera de sitio, la calma reinaba entre aquellas paredes, como si nunca hubiera pasado nada. Pero sí que había pasado. Una valkyria y un einherjar habían hecho el amor, y ella le había entregado su anhelante corazón para siempre.

Bajó y se dirigió a la cocina, no sin antes detenerse y ojear cada una de las fotos que allí había de Gabriel. Su tío también lo quería mucho, sino ¿para qué guardar tantos recuerdos de él? Gabriel era un niñito muy fotogénico y muy guapo, como un príncipe. Nada que ver con el guerrero enorme y temerario en el que se había convertido. A Gúnnr le gustaba más el einherjar, pero no pudo ignorar que de humano había tenido una calidez especial.

Pasó por el salón y abrió las puertas correderas de madera de la cocina. Se encontraban todos sentados en la mesa del desayuno.

Detuvo su mirada en Gabriel. En su cuerpo musculoso, moreno y alto… Se había recogido el pelo rubio en una cola alta y dejaba sus rasgos felinos al descubierto. Gúnnr sintió que se quedaba sin respiración al verlo de nuevo. Gabriel era suyo. La mirada azul índigo de Gúnnr se tornó suave y ardiente al mismo tiempo.

—Mmm… huele a… —Inhaló con gusto.

—Café —contestó Gabriel sin mirarla. Le sirvió una taza y se la dejó sobre la mesa sin decir palabra.

Gúnnr levanto la ceja y lo miró de reojo. «Buenos días a ti también», pensó. Quería acercarse, abrazarlo y besarle los labios pero, al parecer con la llegada del sol, Gabriel había olvidado lo sucedido durante la noche. No había ni rastro de calor íntimo en él. Ni siquiera una mirada cómplice.

Róta y Bryn la miraban con sendas sonrisas de oreja a oreja.

Ella sintió que le subían los colores. No le gustaba ser el centro de atención.

Reso y Clemo la ignoraban y ojeaban unos papeles que Gabriel había dejado para revisión. Pero las gemelas se dieron codazos la una a la otra y sonreían a Gúnnr como si supiera todo lo que ella había sentido durante la noche. Eso le dio mucha rabia. Lo que ella había experimentado con su einherjar era único e intransferible.

—Ven aquí, Gunny —Róta enzarzó el pie en la pata de la silla de madera y la retiró para que ella se sentara.

Gúnnr no había reparado en la ropa que ellas llevaban, y era muy diferente de la que ella usaba. El estilo de sus hermanas parecía ser más sensual, más provocativo y no tan clásico y recatado como el de ella. ¿Por qué?

Achicó los ojos y se sentó, mirando a Gabriel con algo de inquina.

El guerrero había preparado una cafetera enorme para todos, llena de esa bebida tan excitante y repleta de cafeína. Y además, había quitado la ropa de guerra de la secadora.

La casa estaba perfecta, como si nadie hubiera entrado sigilosamente la noche anterior.

Gúnnr tomó la taza entre las manos y dio un sorbo al café. Frunció la boca y el ceño y negó con la cabeza.

—¡Puah! ¿Pero qué es esto? ¿Orina de jotuns? Quiero azúcar.

—¿Te gusta con azúcar? —Preguntó Gabriel mirándola por encima del hombro.

—Sí, mis papilas gustativas lo agradecen —contestó ella un tanto enervada, cogiendo la azucarera.

Gabriel se encogió de hombros y la ignoró de nuevo.

Gúnnr sintió un chispazo de decepción en el estómago. Ella era su valkyria y la noche anterior se habían acostado. ¿No iba a darle ninguna sonrisa, ninguna caricia, ningún beso de buenos días? Menudo soso.

Frustrada agachó la cabeza y se concentró en llenar la taza de esa arena blanca, mágica y deliciosa.

Gabriel le había dicho que sólo era sexo. Sexo y no amor ni tampoco cariño. Necesidades físicas que debían de ser subsanadas entre ellos.

Sus hermanas la observaban muy entretenidas con la situación. Se lo estaban pasando en grande haciendo sus cábalas.

Frente a cada uno de ellos había una especie de cartera de piel, no muy grande, del tamaño de un bolsillo. Y habían estado revisando esas hojas blancas que había en el centro de la mesa y que parecían mapas.

—¿Qué hay aquí? —Tomó una cartera entre las manos.

—Os he sacado dinero en efectivo de vuestras cuentas —contestó él—. Lo necesitaréis para utilizarlo ocasionalmente. También tenéis vuestros documentos de identidad. Necesitamos una identidad humana para movernos en este mundo, ¿de acuerdo? Debemos actuar con normalidad y llamar la atención lo menos posible. Aclimataos rápidamente a la vida en la ciudad.

—Lo haremos, Gab —dijo Gúnnr con seguridad.

—Engel. —La corrigió él, aclarándose la garganta.

En la cocina pasó un ángel de verdad y todos se quedaron en silencio.

Gúnnr se mordió la lengua y se sintió avergonzada y estúpida por creer en cuentos de hadas y películas de amor como las que veían de vez en cuando en el Valhall. Entre Gabriel y ella todo estaba como si no hubiese pasado nada. Pero esta vez, ni siquiera quedaba el cariño o la empatía con la que a veces hablaban entre ellos. ¿Qué le pasaba al guerrero?

—Perdón, Engel —se obligó a decir—. ¿Y qué es lo que estamos mirando? —Gúnnr se apoyó en los codos y ojeó con interés lo que reseguían Reso y Clemo con sus dedos. Tenía que comportarse con naturalidad y no demostrar lo mucho que le ofendía su frialdad y su indiferencia.

—Son los mapas subterráneos de los túneles de Chicago —Gabriel se dio la vuelta y apoyó el trasero en el mármol de la cocina, mientras sorbía de su taza negra—. Ayer noche estuve investigando.

—¿Cuándo? —Preguntó Gúnnr muy interesada.

—Mientras leías —contestó sin todavía dirigirle una sola mirada.

—Ah.

—Me metí en spaceweather.com y estudié el comportamiento de la tormenta eléctrica en el estado. La tormenta abarcó un radio de treinta kilómetros en el centro de Chicago, y fue una tormenta bicelular estática. Esta tormenta tenía dos núcleos o células, pero uno triplicaba el tamaño del otro. —Se inclinó sobre el mapa de túneles y dibujo círculos sobre una zona determinada—. Aquí es donde se intensificaron más los rayos. Aquí estaba el núcleo mayor. Justo en esta zona.

—Es la que comprende el casco céntrico de la ciudad —apuntó Bryn.

—Exacto. Quise verificarlo con las imágenes de radio y radar vía satélite y lo confirmaron. Haqueé la cámara satélite e hice un zoom. Los rayos caían con una fuerza inusitada y una intensidad fuera de lo común sobre los tres edificios más altos de Chicago: Willis Tower, el Trump International Hotel and Tower y el John Hancock Building Center. Los tres tienen pararrayos considerables, pero nunca habían conducido descargas de ese tipo. En los periódicos afirman que el interior de los edificios sigue ionizado, aun habiendo acabado la tormenta.

—¿Y a qué conclusión habéis llegado? —Gúnnr quería saberlo también.

Gabriel dejó la taza sobre la encimera y apoyó las manos sobre la mesa. Esta vez, sí la miró, pero lo hizo de un modo impersonal, y eso la confundió y la hirió. Ella no era como las demás, ¿o sí?

Mjölnir está aquí. Justo entre la zona que comprende estos edificios. Puede que esté oculto en ellos o bajo ellos —señaló el mapa de túneles subterráneos con la barbilla—. Si aseguran que el aire sigue conteniendo electricidad es porque el martillo sigue haciendo su efecto.

—El Engel nos ha dicho que sientes el martillo de Thor, que estás conectada a él. ¿Es cierto? —Preguntó Bryn fijando su mirada en Gúnnr.

—Es cierto —alzó una mano—. Y antes de que me preguntéis nada, os aseguro que sé tanto como vosotros. No sé por qué es así, pero no lo puedo evitar.

—Los hechos ratifican que algo muy poderoso y de naturaleza electromagnética cayó, con igual intensidad y fuerza, con la misma tipología de descargas, en Colorado y aquí en Chicago. Es el mismo tipo de tormenta, el mismo comportamiento. Un núcleo que pretende despistar y uno de energía eléctrica desorbitada. Ése es el que provoca Mjölnir. El martillo atrae a los rayos, provoca a las tormentas, nos lo dijo Thor.

—¿Por qué ha desaparecido la tormenta entonces? —El tracio se pasó la mano por la cara morena, en un claro gesto de incomprensión—. ¿Acaso puede haber algo que desconecte a Mjölnir?

—No hay nada que desconecte a Mjölnir —aseguró Gúnnr con vehemencia—. Mjölnir sigue emitiendo señales, yo lo noto. Pero lo hace en una baja intensidad.

—¿Y dónde está? —Preguntó Clemo mirándola con atención—. Nos han enviado a la Tierra en misión de rescate de tres tótems de los dioses. Llevamos dos días aquí y no tenemos ni idea de dónde se encuentran.

Los ojos azabaches de Gúnnr brillaron desafiantes. Si Clemo quería insinuar algo, que lo dijera en voz alta. Estaba harta de esos comentarios con segundas.

—¿Quieres decirme algo, Clemo? —Sus ojos se tornaron rojos.

La valkyria del espartano se tensó y miró a Gúnnr pidiéndole disculpas.

—Sólo digo que dices que sientes al martillo y no sabes dónde está. Se de primera mano cómo es el bautismo de las valkyrias. Estáis hipersensibilizadas y creéis que…

—Un bautismo no es como si tuvieras la regla —Gúnnr tiño de falsa suavidad las palabras llenas de veneno. Parecía que hablaba con un tonto—. Las valkyrias, como te habrá contado Liba, no tenemos la menstruación. Cosa que debe de alegrarte, porque podrás seguir retozando con ella las veces que te dé la gana sin ningún problema, como has hecho hasta ahora, en vez de buscar el martillo por tu cuenta. —Todos se callaron. Era la primera vez que Gúnnr plantaba cara de ese modo—. Deja de dudar de mi valía sólo porque he tenido un bautismo tardío. Mi bautismo se dio en el momento que se tenía que dar.

—No era mi intención ofenderte —aseguró Clemo con una sonrisa de orgullo en la cara—. Me gustas más así, Gúnnr. —Liba le pellizcó el muslo por debajo de la mesa y él la miró con sus ojos oscuros llenos de regocijo—. Tú me gustas más.

—Deben tener el martillo en algún tipo de cámara acorazada —continuó Gabriel—. El que ha robado el martillo es un jotun o un eton. Es capaz de transformarse pero no es Loki. Sea como sea… Se mueven en grupo. Tienen que tener sus propias guaridas y no creo que estén muy a la vista. Por eso vamos a rastrear los túneles, será lo primero que hagamos. Ya habéis visto cómo son los devoradores, no tienen aspecto humano. No son lobeznos ni vampiros, por tanto, no pueden mezclarse con los humanos y pasar desapercibidos.

—¿Pero qué quieren hacer con Mjölnir? Todavía no lo han utilizado —murmuró Bryn cavilante—. ¿A qué esperan?

—Al lugar y momento adecuado —contestó Gabriel—. No obstante, ese momento no ha llegado todavía y nosotros tenemos el tiempo en contra, pero gozamos de una posibilidad de encontrarlo y devolverlo a su lugar, y la debemos aprovechar.

—¿Cuál es el plan, Engel? —Preguntó Bryn haciendo rotar su bue derecha.

—Ayer estuve haciendo unas cuantas transacciones. No sabéis la de cosas que uno puede conseguir cuando tiene dinero en sus manos. —Gabriel estaba asombrado por la facilidad que tiene la gente para ser comprada. No importan los horarios, no importa si es legal o no. Ofreces una buena suma de dinero por esos favores adicionales y consigues lo que quieres—. El iPhone está actualizado y sólo tiene una línea única codificada para nosotros. Los abrí y les he incluido un software especial hecho por mí. Es un medidor de inducción con disco giratorio digital.

—Un programa que mide la energía electromagnética —dijo Clemo.

—Sí. Además, vuestros teléfonos tienen localizadores para saber dónde estamos a cada momento, y contienen un mapa general de Chicago en el que veréis activados como puntos rojos intermitentes las zonas en las que la energía electromagnética crece. También he escaneado el mapa de túneles, lo he acoplado a la imagen vía satélite de la ciudad y he creado un software virtual que nos permitirá saber por dónde nos estamos moviendo con una precisión exacta. Sólo cliquead el icono correspondiente en vuestro teléfono y la ciudad se abrirá a vuestro antojo.

—Sabes mucho —Gúnnr sorbió su café y echó un vistazo al menú de su iPhone.

—No sé mucho. Pero he trabajado con Caleb McKenna que, aunque es un nazi, tiene alma de hacker de los pies a la cabeza. Eso, sumado a mis nuevas aptitudes intelectuales como einherjar, hace que pueda lograr cosas como ésta —agitó su iPhone negro con la mano—. El plan es rodear la zona y entrar por la red de túneles hasta el punto caliente que nos indica el medidor. Si el martillo está aquí debemos recuperarlo. Yo me he tomado la libertad de comprar una serie de artefactos para nuestra causa —sonrió enigmático. Se miró el reloj digital de color negro—. Cinco minutos y el trailer tiene que estar al llegar…

—¿Cuándo nos ponemos en marcha? —Róta estaba impaciente por salir.

—En cuanto llegue la caballería.

Gúnnr levantó una ceja. Gabriel se veía tan seguro de sí mismo que a veces no parecía que estaban inmersos en una guerra en la que podían perder la inmortalidad para siempre.

—Nos dividiremos en dos grupos. Róta y Bryn vendréis conmigo y con Gúnnr. Reso y Clemo, vais con Liba y Sura. Barreremos la zona de un extremo a otro. Abrid bien los ojos. De día no hay vampiros en Chicago. Esto no es como Londres ni la Black Country, en la que sí pueden salir debido a la capa de ceniza y al clima. Aquí no. Pero en cambio, hay devoradores que llegaron con el ladrón de los tótems y a éstos les da igual si hay sol o no. En cuanto nos descubran vendrán a por nosotros. Debemos aprovechar la oportunidad que tenemos entre manos para entrar en su territorio y sorprenderlos.