Capítulo 10

Una hora más tarde, Gúnnr se había leído tres veces el maldito libro que Gabriel le había recomendado. Y eso no era lo peor. Lo peor era que tenía el cuerpo ardiendo, le latía la entrepierna y tenía los pechos hinchados y tan sensibles que, cuando la camisa le rozaba, se volvía loca. Si ese libro era así, no quería ni imaginarse cómo eran los otros dos que Gabriel le había prohibido leer.

Lo iba a matar. Había pasado una larga hora. El reloj marcaba las doce de la noche. Bryn y Róta estaban dormidas en el sofá y las gemelas retozaban como poseídas con el tracio y el espartano. Gúnnr no tenía ni idea de lo que les estaban haciendo, pero ni ellos ni ellas podían parar de gemir o gritar, y para colmo, debido a las descargas de las valkyrias, se habían disparado los plomos y se había ido la luz. Y gracias a eso, había dejado de leer, de lo contrario, a ver quién iba a ser el bendito que apartara sus ojos de tan terrible adicción literaria.

Irremediablemente, su cuerpo se había despertado con la lectura y estaba muy excitado. Tenía la piel muy sensible, la camisa rozaba sus pechos constantemente y el útero le palpitaba reclamando que algo la llenara. El libro era muy explícito, la trama era genial, y había aprendido mucho con él. También lo había hecho con las «sesiones golfas» que Freyja les ponía en el Valhall, pero una cosa era ver enfebrecidos a un hombre y a una mujer en pleno coito, y otra muy diferente era sentir la fiebre en las propias carnes, como ahora le pasaba.

Desde su bautismo, su cuerpo había despertado a una nueva dimensión de percepción y sensibilidad, y la libido conocida en las valkyrias, finalmente, la estaba azotando también a ella. Su mente sólo podía pensar en un guerrero, en aquél que se había encomendado a ella, que se había comprometido con ella y que, aunque no quería nada más que un contacto carnal, sí que le había exigido ser el primero en todo.

¿Y ella estaba decidida? ¿Quería que Gabriel fuera su primera vez?

Sus hormonas gritaron: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡A por ello, chica!».

Gúnnr agarró la novela romántica y se levantó del sofá.

Todo estaba en silencio y a oscuras. Se oía gemir a Sura, y luego lloriqueaba Liba. Y Reso y Clemo sólo gruñían, como si fueran animales. Y mientras tanto, Bryn y Róta dormían como lirones.

Pues menuda situación. Suponía que tanto Gabriel como ella eran los únicos que, al parecer, estaban escuchando el escándalo de las gemelas.

Sonrió secretamente. Volvería a asustar a Gabriel.

Estaba muy nerviosa. Gúnnr tragó saliva y subió las escaleras que daban a la planta de arriba y más aún, al estudio en el que estaba Gabriel. La luz se había ido, era imposible que el Engel siguiera trabajando.

La tormenta eléctrica seguía azotando la ciudad y, de vez en cuando, la casa se iluminaba por los destellos de los relámpagos. La lluvia seguía cayendo, con menos fuerza cada vez, pero repiqueteaba de un modo inquietante contra los cristales de la casa.

Sus pies descalzos se deslizaban sobre el parqué oscuro, hasta que llegó a la habitación en la que se hallaba su einherjar.

Cuando iba a abrir la puerta, Gabriel se le adelantó y la abrió de golpe. Llevaba un portátil Mac en la mano derecha, y la pantalla LED le iluminaba el apuesto rostro. Parecía orgulloso con él mismo, como si lo tuviera todo bajo control.

Él frunció el ceño al verla, y, en un acto reflejo, ella alzó el libro y se lo puso delante de la cara.

—¿Te has vuelto loco? —Le recriminó sacudiendo el libro delante de sus narices.

Gabriel observó a Gúnnr. Tenía las mejillas rojas y los ojos azabaches desprendían un brillo seductor.

—¿Te acabaste el libro? —Preguntó con naturalidad.

Gúnnr se pasó la lengua por los labios y Gabriel sintió que se ponía duro de golpe. Madre del amor hermoso. Había sido como una explosión. Un nimio gesto y ya estaba empalmado.

Cerró los ojos, ajustó la puerta de la habitación y pasó por delante de Gúnnr.

—Me voy a dormir a la buhardilla del ático. Ya he hecho todo lo que tenía que hacer y no quiero escuchar cómo Reso y Clemo lo hacen con las gemelas. —Echó un vistazo a la camisa de leñador de Gúnnr. ¿Cómo podía estar tan bonita con ella? ¡Si encima la llevaba abotonada hasta el último botón! Quería manosearla, tocarla por todos lados, pero ella había pasado por mucho en las últimas horas y él no se quería aprovechar de la situación. Estar a solas con Gunny no le ayudaba a mantener la calma—. Mañana será un día muy largo, florecilla. Ve a descansar.

Gúnnr se irritó. Ella estaba ardiendo, el culpable de su estado era él, ¿y la enviaba a dormir? Ah, no. Ni hablar.

—Me has engañado.

—¿Eh? —Se giró sin comprender nada.

Gúnnr dio dos pasos hacia él y le aplastó el libro en el musculoso pecho.

—Te has reído de mí. Antes no me querías dar ni el Tantra ni La porra de mi novio, ¿y vas y me das esto? —Le gritó histérica. Sus ojos se volvieron rojos por completo, pero sacudió la cabeza, tomó una inspiración y regresaron a su estado normal.

—Es una novela romántica. Es de amor… Es rosa, ¿no?

Gúnnr comprendió entonces que él no tenía ni idea de lo que le había entregado. ¿Por qué los hombres no se molestaban en leer aquellos libros que despertaban secretas fascinaciones en sus mujeres?

Sonrió y sacudió la cabeza. Dioses, Gabriel estaba tan guapo… ¡Y a ella le dolían tanto los pechos!

—Gabriel. —Se movió muy rápido.

Él no la vio venir.

Lo agarró de la camiseta negra y lo estampó contra la pared.

Los ojos del guerrero se oscurecieron y adquirieron el color del ónix.

Era una reacción natural de un einherjar a la amenaza y a la acción. Y era también una reacción muy personal hacia Gúnnr. El einherjar levantó una ceja rubia e insolente y alzó los brazos en señal de indefensión.

—¿Qué es lo que tanto te ha molestado, florecilla? Léeme un párrafo.

Gúnnr le soltó y se miró las manos como si no supiera lo que la había poseído para tratarlo así.

—No pienso leerte ningún párrafo.

Gabriel sentía la polla a punto de estallar. Gúnnr lo había puesto a mil con esa demostración salvaje llena de iniciativa. Lo había estampado contra la pared. Por un momento pensó que se lo iba a comer, y él hubiera muerto feliz por ello.

—Vamos, florecilla. ¿Qué te ha dado tanta vergüenza? —Sonrió malicioso—. Es imposible que en esos libros ponga nada más fuerte que en los otros dos que te he quitado de las manos.

—Eres muy ignorante —le espetó ella respirando agitadamente y mirándolo de arriba abajo—. Tus amigas no son unas santas, ¿sabes?

Gabriel sintió en su cuerpo la mirada abrasadora de Gúnnr. ¿Se lo parecía o Gúnnr estaba tan excitada como él? ¿Qué coño les pasaba? Sin detenerse a pensarlo, la agarró de la mano, tiró de ella y subió las escaleras.

—¿Dónde vamos? —Gúnnr no dejaba de mirar lo bien que quedaban sus manos juntas. Él era tan masculino, tan grande, completamente distinto a ella.

—A mi lugar secreto. Si quieres dormir, es el único sitio en el que no oirás los ruiditos de esos salvajes fornicadores. Las paredes están insonorizadas.

Intentó soltarse de su amarre. Ella quería recriminarle que le diera ese tipo de lectura tan adictiva, sobre todo, si no tenía intención de apagar la hoguera que quemaba su interior.

Él bajó una puerta del techo y tiró unas escaleras metálicas. Subió y obligó a la valkyria a que lo siguiera. Una vez en el desván, cerró la puerta con los cerrojos interiores.

Gúnnr miró al techo. Era todo de cristal, y se veían las nubes espesas, el agua caer y los rayos iluminando el cielo. Aquel desván no tendría más de veinte metros, pero era cálido y acogedor. Había una cama de matrimonio en el centro, con un edredón blanco nórdico y cojines negros encima. En un lado había una librería de color wengé, y al lado de ésta un espejo de cuerpo entero. En el otro lado, una tele enorme de pantalla plana empotrada en la pared. Y además, había un baño con ducha y todo. Como en una suite.

—Está todo casi como lo recordaba —dijo Gabriel con la voz llena de calidez.

Sobre la librería había dos vasos de cristal rojo con unas velas en su interior. Encendió las velas con las cerillas que había al lado y las dejó cerca de la cama. Estaba casi todo como recordaba, pero Jamie le había dado un toque muy chic y romántico a su refugio. La estancia se cubrió de una tonalidad rosada, excitante y llena de secretos.

A continuación, dejó el portátil en un pequeño escritorio que había en una esquina. Como todavía tenía batería autónoma, cliqueó el icono de iTunes y puso algo de música para relajar a su valkyria.

Su tío Jamie tenía unas preferencias musicales muy «tiernas», pero él no se iba a quejar. No pensaba dejar escapar a Gúnnr. No esa noche, y cualquier ayuda para que ella se sintiera cómoda era bien recibida.

—Aquí pasé muy buenos ratos, ¿sabes? —Caminó hacia ella—. En mi cabaña secreta podremos descansar sin que nos molesten.

—¿Tu cabaña secreta? —«Qué mono. Habla como un niño pequeño»—. No quiero dormir, Gabriel —se lo dejó claro. No quería dormir con él porque no estaba segura de que pudiera contenerse y no tocarle como ella deseaba.

—Desprendes calor, Gunny. —Se inclinó sobre su oído y olió su cuello—. Eres tan inocente. Léeme un trozo de ese libro que ha hecho que te ruborices de ese modo.

Las rodillas de Gúnnr se volvieron de gelatina. Azorada negó con la cabeza.

—Por favor, Gunny. —Le rozó el lóbulo de la oreja con la nariz, y ella se estremeció.

—No hagas eso —susurró y tragó saliva.

—¿Qué no haga el qué? —Repitió el mismo movimiento y notó que ella temblaba—. Tienes las orejitas muy sensibles, ¿verdad? —Sonrió enternecido y le acarició los brazos con sus inmensas manos—. Déjame escuchar algo de lo que has leído, por favor. No puede ser para tanto…

Ella se giró muy lentamente hacia él y clavó su mirada en la suya.

—No es buena idea.

—Sí, sí que lo es. Léemelo, Gunny —insistió ansioso por oírla narrar algo de aquella novela que la había incomodado—. Es una orden.

La valkyria alzó las cejas negras y sus labios dibujaron una fina línea de frustración. Muy bien, si eso era lo que él quería… Se encogió de hombros y abrió el libro por una página cuya esquina había doblado para leérsela más tarde a Bryn y a Róta. Dio una última mirada a Gabriel y se dispuso a leer:

—Ella miró su…

—No, no —Gabriel sonrió como un pirata—. Quiero entonación y todo. Siente lo que lees —dijo exageradamente. Le encantaba provocarla.

—Como quieras. —Ese hombre no tenía ni idea, le iba a reventar una vena del cerebro cuando escuchara lo que ella iba a «entonar» en voz alta.

—Buena chica.

«Sí, sí. Buenísima», pensó llena de regocijo.

—Ella miró su enorme erección. No le cabría en la boca. ¡Imposible! Se pasó la lengua por los labios y sonrió. Se inclinó hacia delante y lamió la inmensa cabeza del pene húmedo de líquido preseminal que…

—¡¿Pero qué coño es esto?! —Gabriel tenía los ojos como platos. Le arrancó el libro de las manos. Estaba rojo como una cereza. ¡Él sí que tenía una erección!—. ¡Joder! —Ojeó las páginas—. ¿Esto es lo que leen Aileen y Ruth? No me lo puedo creer… ¡¿Qué ha pasado con te doy un beso de buenas noches y no me la metes hasta que estemos casados?! ¡¿Cómo has podido leer esto?!

—Sólo es un libro romántico, ¿no? —Le gruñó. Enfadada con él por obligarla a que lo leyera, y enfadada consigo misma por sentirse tan encendida, pasó por su lado y lo empujó. Pero cuando estaba a punto de abrir la puerta del suelo para largarse de ahí, Gabriel la agarró de la cintura y la pegó a su cuerpo.

—Ahora no te vas de aquí, florecilla.

—Ya te lo he leído.

—No sabía que el libro era así.

—Obvio. Deja que me vaya.

—¿Por qué? —Susurró en su oído.

—Porque no puedo dormir contigo. Ya te he dicho que no tengo sueño —le dijo, mirándolo por encima del hombro, rogando que entendiera su estado o que como mínimo lo adivinara, porque ella se moría de vergüenza si tenía que explicarle lo que le pasaba—. Suéltame.

Él no lo hizo, Al contrario, sonrió comprensivo y la abrazó por la cintura, pegando su erección en la parte baja de la espalda de Gúnnr.

—Yo tampoco tengo sueño. ¿El libro te ha puesto caliente, Gunny? —susurró hundiendo el rostro en el cuello de la valkyria. Con ella podía ser directo, era su amiga, con la que había bromeado durante más de un año en el Valhall. Con ella podía hablar de cualquier modo porque había confianza para hacerlo—. ¿Por eso estás enfadada, pequeña?

Ella apretó los dientes, mortificada por lo que esas palabras provocaban en su cuerpo.

—Gabriel…

—No puedo dejar que salgas de aquí —susurró él acariciando sus caderas, transmitiéndole el calor de las palmas de sus manos a través del algodón de la camisa—. Iba a dejarte tranquila hoy, pero va a ser imposible. Desde ayer por la noche no he dejado de pensar en ti. En nosotros, abrazados en el agua y dándonos ese beso mortal que nos dimos.

—¿Tú has pensado en mí? —Deslizó las manos por sus muslos y las coló por debajo de la camisa. Se la levantó ligeramente, hasta cubrir su estómago desnudo con sus manos—. Dios mío, Gunny. Eres tan suave…

Ella tragó saliva y cerró los ojos. Apoyó la cabeza en su pecho y dejó que él la tocara y la acariciara. Gabriel respiraba profundamente y se frotaba contra su espalda buscando un contacto intencionado que a ella la ponía a mil.

—Quiero tocarte por todos lados, florecilla. ¿Me dejas?

Un relámpago iluminó el estudio, y ella pudo ver la estampa que hacían los dos juntos en el espejo de cuerpo entero que había en la pared.

Estaba desnuda de cintura para abajo. Podía verse el triángulo de vello púbico de color negro, las caderas, la estrecha cintura, los esbeltos y pálidos muslos… Y al guerrero rubio, detrás de ella, acariciándole el vientre con las manos, temblando de necesidad, y mirándola con avidez a través del espejo. Dioses, ¡cómo la miraba! Sus ojos conectaron, los de él negros de deseo, los de ella rojos de pasión. Completamente rojos.

¡Bum! Se quedaron enganchados el uno en el otro.

—Háblame, pequeña.

—Gabriel, yo… Venía a reñirte por dejar que leyera algo así y luego por hacer que deseara que fueras tú quien me hiciera todas esas cosas —dijo ella con voz temblorosa.

Él sonrió y premió aquella sinceridad con una caricia atrevida casi hasta el pubis.

—¿Quieres que te haga todo lo que le han hecho a la protagonista de ese libro?

Gúnnr tragó saliva.

—Creo que sí —lloriqueó desesperada.

—Respóndeme con un sí o no —le ordenó. Necesitaba tener las señales muy claras.

—Sí.

—¿Seré el primero, entonces? —La besó en el cuello con mucha delicadeza—. La primera vez es muy importante, florecilla. ¿Me la vas a dar a mí?

—Sí, Gabriel… Te la doy a ti.

Los dos se quedaron en silencio. La voz de Céline Dion con su Let your heart decide y el sonido de la lluvia al golpear los cristales rompían la quietud.

—¿Por qué? —Preguntó Gabriel. Él sabía el porqué. Pero quería oírselo decir. Su ego necesitaba escuchar que una mujer como ella quería todo lo que él pudiera ofrecer, aunque él no estuviese dispuesto a reclamar nada de ella a cambio. Las mujeres humanas no le habían tomado en serio, una vaniria le había girado el cerebro, eso sí, pero una valkyria lo había escogido para que le hiciera el amor por primera vez. Qué tierno—. Quiero oírtelo decir, Gúnnr. Sólo estamos tú y yo.

I understand that you’ve met someone

With a perfect heart

But you’ve been questioned by everyone

Are you in the dark?

Can you choose to fall?

Should you risk it all?[14]

—Porque —tragó saliva de nuevo y se armó de valor— incluso antes de conocerte, mi corazón ya había decidido que iba a ser para ti.

Él la miró a los ojos y se envaró.

Sabía que iba a pasar. Su piloto automático, el que estaba traumado, quiso alejarse emocionalmente de esa situación, de Gúnnr, pero ella no se lo permitió y le rodeó la muñeca con fuerza.

—No pasa nada, Gabriel. Tengo las cosas claras, sé lo que hay entre nosotros y lo que no puede haber —y aunque le dolía horrores, lo aceptaría, porque él era lo único que siempre le había importado a su tullido corazón—. Sólo tómame, sin compromisos, sin promesas. Tú y yo. Como debe de ser.

Gabriel se sintió humilde, orgulloso y posesivo, un cóctel de emociones fuertes y contradictorias. Gunny le hacía un regalo maravilloso, uno que nadie le había dado. Elegirle a él por encima de los demás. Nunca se había acostado con una virgen, y después del ostracismo sexual al que voluntariamente se había entregado, ahora la pequeña y dulce valkyria le daba el regalo más bonito que podía entregar una mujer. Se prometió que no le haría daño. Si su valkyria hacía eso era porque tenía sentimientos hacia él, por esa razón Gúnnr quería hacerlo con él por primera vez. Era una mujer sincera y honesta, no había ningún tipo de manipulación en ella. Y su gesto era algo que él iba a atesorar para siempre.

—Ni Chosobis, ni mierdas… —gruñó apretándole la cadera, deseoso de marcarla como deseaba—. ¿Nadie, sólo yo?

—Sólo tú —susurró envalentonada por su gruñido posesivo—. Tócame por donde quieras, Gabriel —le dijo ella al reflejo del espejo. Quería que su Engel supiera lo que le pasaba y entendiera que no era fácil para una mujer como ella, desconectada durante toda su vida de las emociones valkyricas, anestesiada emocionalmente, despertar de golpe y reconocer aquella debilidad—. Esto no me había pasado nunca, pero no sé cómo comportarme con esta sensación recorriendo mi cuerpo. Es como si no tuviera control de mí misma. Me quema y me duele por todas partes.

How am I gonna stop it if you wanna give it all to love

When I’m on your side?

And I understand you’r the only one to know

Wether wrong or right

Let your heart decide[15].

El guerrero parecía que crecía ante aquella invitación.

Gabriel llevó las manos lentamente a los botones de la camisa. Y los desabrochó uno a uno, aumentando la tensión entre ellos.

—Me vas a dejar que te haga lo que yo quiera. —No era una pregunta.

—¿Necesitas dar órdenes también en esto? —Preguntó colocando sus manos sobre las de él.

—Te estás entregando a mí, florecilla. Yo cuidaré de ti, pero en esta habitación, en este momento, mando yo.

¿Él mandaba? ¿Qué quería decir eso? Daba igual. Ella necesitaba que él le hiciera el amor. Amor y no sexo, pero se conformaría con lo que fuera.

—¿Oigo un sí? —Deslizó una mano en dirección a su pecho, pero se detuvo. No continuaría hasta no dejar las cosas claras.

—Sí, Gabriel —dijo ella con la piel de gallina. Por Freyja, necesitaba que rozara y tocara su piel.

Él sonrió lleno de seguridad y agradecimiento y le abrió la camisa por completo. Los pequeños pechos de Gúnnr, pálidos y de pezones rosados, estaban hinchados por la excitación. Le retiró la camisa de los elegantes y graciosos hombros y se la bajó hasta los brazos, exponiendo su cuerpo por completo. Los pequeños pechos de Gúnnr, pálidos y de pezones rosados, estaban hinchados por la excitación. Le retiró la camisa de los elegantes y graciosos hombros y se la bajó hasta los brazos, exponiendo su cuerpo por completo.

Ella tembló y abrió los labios para tomar aire. Su caja torácica se expandió y eso hizo que alzara el busto.

Gabriel rozó su cuello con los labios mientras miraba a Gúnnr a través del espejo.

—Mira qué bonita eres. Tienes un cuerpo que podría ponerme de rodillas.

«Pero no te pone de rodillas», pensó Gúnnr.

¿Estaba bien lo que hacía? ¿Entregarse a un hombre que había entregado el corazón a otra mujer era algo que su alma valkyria aceptaría? Las valkyrias no admiten ser relegadas a un segundo plano, ¿cómo le sentaría a ella a la larga? ¿Arriesgaba demasiado? La letra de la canción traspasó su coraza. Le gustaba lo que cantaba esa mujer de voz tan bonita.

Some may tell you don’t take the risk

It’s a waste of time

But if you think you’ll find happiness

Baby takes the dive[16].

Gúnnr apostaba por ella misma, e iba a apostar el todo o nada por el rojo. Su rojo. El de su mirada encendida como la de ese momento.

Aunque, apostar por ella no evitó que, por un momento, deseara tener ojos verdes eléctricos y cara de gata, y el pelo más oscuro y negro como la noche. Daanna era así, como una mujer pantera, tal y como le había dicho él una vez. Y por todos los dioses, cómo había odiado esa veneración en su voz. Por un momento deseó poder beber sangre y darle a Gabriel lo que él en realidad anhelaba. Por un momento…

¡Por Freyja! Gabriel le había cubierto un pecho con la mano y se lo acariciaba con reverencia. Ella cerró los ojos, y todos los pensamientos sobre si se rebajaba o no al aceptar lo poco que iba a darle Gabriel al entregarse a él desaparecieron de un plumazo y todos sus sentidos se centraron en las manos de él.

… Whether wrong or right

Let your heart decide[17]

Gabriel lo masajeó con deseo y alzó la otra mano para cubrirle el otro pecho.

Ella pudo ver cómo abría la boca para lamerle el cuello, y sintió que se quedaba sin fuerzas cuando su piel y su cerebro procesaron ese sensual lametón. Él sonrió, sabedor de lo que provocaba en ella, y entonces alzó la boca hasta su oreja. Le mordió la parte puntiaguda y ella lo premió con un tímido gemido.

—¿Te has tocado alguna vez, Gunny?

Gúnnr abrió los ojos de golpe. Los tenía tan rojos que parecían un semáforo. Se humedeció los labios con la lengua.

—¿Tocarme?

La mirada de él se volvió completamente negra.

—Aquí —le sobó un pecho—. O… —Su otra mano descendió por las costillas, el vientre, hasta cubrir su sexo por completo—. Aquí.

Ella respiraba alterada por el contacto. Se quedó muy tiesa. Gabriel tenía la palma de la mano tan caliente que sintió como si la cubriera con un paño ardiendo. La estaba tocando entre las piernas, y lo hacía con suavidad.

—No te lo voy a decir.

Él le pellizcó el pezón con el dedo índice y pulgar, y lo pellizcó con fuerza.

—¡Gabriel! —«¡Dioses, que lo haga otra vez!».

—Eso es un sí.

Ella abrió los ojos cuando sintió el dedo anular del Engel acariciar su hendidura y sumergirla entre sus labios inferiores, sin llegar a penetrarla.

Estaba viendo en el espejo todo lo que él le hacía, cómo se movía esa mano morena entre sus piernas y cómo hacía que se humedeciera. Él tenía que notar lo mucho que le gustaba eso.

—Chica mala… —murmuró besándole detrás de la oreja, sin dejar de acariciarla—. Estás mojada, nena. Mmm… qué gusto, joder.

Gúnnr estaba en shock. Le ardían las mejillas y podía sentir cómo los colmillos crecían tímidamente y se asomaban entre sus labios superiores.

—Me pone duro ver tu boca así, Gúnnr. Tienes unos labios preciosos, en forma de beso. Dámelos —su dedo jugueteó con el estrecho orificio de entrada de su sexo, y luego subió hasta rodear y acariciar su clítoris, hinchado y palpitante—. Gira la cabeza, Gúnnr, y dame un beso.

Ella giró la cabeza obediente, alzó un brazo y le rodeó el cuello con una mano mientras que los dedos de la otra se clavaban en la muñeca de la mano de Gabriel que hurgaba en su entrepierna con tanto descaro y tanta libertad.

Él rugió y bajó la cabeza hasta amarrarle el labio inferior con los dientes. Jugó con ella, acariciaba sus labios una y otra vez, pero no la besaba como ella quería.

Gúnnr se puso de puntillas y acopló su boca a la de él dándole a entender que no le gustaba que la tuviera en ascuas.

—Deja de jugar… —Se quejó ella.

Gabriel apretó el dedo anular contra su clítoris y ella soltó un pequeño quejido.

El Engel dejó de torturarla y le dio la vuelta.

Gúnnr se quedó de cara a él, temblorosa, y él clavó su vista en el espejo. Quería verle el culo, pero la camisa se lo impedía. Se la quitó por las mangas mediante pequeños y exigentes tirones, y lanzó la camisa sobre la colcha.

—Madre mía, Gúnnr. No me imaginaba que fueras así —deslizó las manos por aquellas caderas tan femeninas y tan bien hechas, mientras miraba con ojos hambrientos aquellas nalgas perfectamente moldeadas que se reflejaban en el espejo. Llevó sus manos hasta ellas y las acarició de manera egoísta y posesiva. Retiró el pelo de su espalda y se lo puso todo sobre un hombro. Los tatuajes estaban de un color rojo furioso, brillante y llamativo. Él sonrió y algo en su interior emitió un grito de guerra. La valkyria siempre iba muy cubierta en el Valhall, elegantemente vestida y femenina, pero no iba como por ejemplo iban Róta y Bryn, que lucían más piel que tela—. Me alegra que te cubrieras en el Valhall.

El cumplido hizo efecto en ella, y sin saber por qué, se relajó. Sonrió, se puso de puntillas y le rodeó el cuello con las manos.

—Me gusta que te alegre —le dijo ella al oído. Hundió el rostro en su cuello y lo besó apasionadamente en la yugular.

Gabriel entrecerró los ojos y sintió que su polla se ponía todavía más dura. Vaya, ¿y se suponía que tenía que ser tierno con esa chica? Si sólo verla desnuda lo estaba matando.

La espalda de Gúnnr era toda una escultura, sus piernas eran perfectas y su culo merecía que lo aseguraran. Quería hacerlo con ella a lo bestia, como todos sus instintos y sus deseos salvajes clamaban, pero no podía ser así en su primera vez. No iba a traumatizarla.

—Desnúdame —le ordenó él.

Gúnnr fue rápida y veloz. Se retiró ligeramente y le quitó la camiseta negra por la cabeza. Gabriel alzó los brazos para que ella se la pudiera sacar con más facilidad.

«Me muero», pensó al ver su torso musculoso y moreno. Le pasó las uñas por el pecho y las deslizó hasta la pretina del pantalón tejano. Llevó los dedos al botón delantero y lo desabrochó sin dejar de mirarle a los ojos. Él parecía hipnotizado por ella.

Los ojos de Gúnnr sonrieron y él sintió que se quedaba sin aire. Una sonrisa dulce en una cara de ojos rojos era un contraste enloquecedor, y por poco hace eyacular a Gabriel. Era como el rostro de una diablesa pícara y virgen que lo tentaba hasta morir. Su pelo chocolate cubría su pecho izquierdo y su flequillo largo seguía dándole un toque candoroso que hacía que se sintiera como un pervertido. Pero Gúnnr era una mujer, no una niña.

Ella le bajó los pantalones por las caderas y su enorme pene se liberó de la restricción y salió pesado y grueso hacia delante. No llevaba calzoncillos. Gabriel acabó de sacarse el pantalón a patadas y lo lanzó a una esquina de la habitación.

La chica no pudo evitar estremecerse al ver el tamaño del miembro de Gabriel.

—Por todos los… Es imposible que…

Gab cubrió sus labios con un beso ardiente y húmedo. Le obligó a abrir la boca y le metió la lengua, gimiendo como si le encantara su sabor. Ella se agarró a sus hombros y recibió las estocadas de su lengua con placer. Sacó la suya y la escondió de nuevo, para sorprender a Gabriel y succionarle la lengua. Él le clavó los dedos en las caderas y luego llevó sus manos hasta las nalgas, obligándola a ponerse de puntillas para que se acoplara mejor a aquel beso abrasador.

Ella sentía su erección, que se clavaba en su ombligo. Era suave y caliente. Grande. Muy grande. De hecho no estaba segura de que eso pudiera entrar en ella. Todo era posible, el cuerpo de la mujer era muy flexible, por ahí salían cabezas humanas enormes así que, por esa regla de tres, podían entrar penes de tamaños considerables, pero esa teoría no la tranquilizaba.

De repente, sintió que el mundo daba vueltas, y se encontró tumbada sobre la cama, que olía a limpio y a pino. Gabriel estaba estirado a su lado, con aquel cuerpo de Adonis desnudo y ardiente. Le tomó el rostro con desesperación y la besó como si fuera su aire para respirar.

Gúnnr intentó apartarse para tomar oxígeno, pero él le mordió el labio y eso le gustó tanto que la enervó y lo mordió a él en respuesta, clavándole los colmillos.

—¡Oh, joder! —Exclamó él, sorprendido, llevándose los dedos al labio inferior—. Fierecilla, tienes los dientes muy largos.

Ella respiraba agitadamente y lo miraba recelosa y expectante. ¿Le habría gustado?

—Tú me has mordido primero… Yo… Mis colmillos… No los puedo esconder. Cuando estoy contigo me salen.

—Chist. Me gusta —acarició su cadera con los dedos—. Muérdeme cuanto quieras, Gunny —le dijo pasando la lengua por sus labios. Llevó una mano a la vagina de Gúnnr y la volvió a acariciar, tanteándola superficialmente con un dedo—. Necesitarás morder algo, y yo estoy más que dispuesto para ser tu mordedor, bebé. —Entonces introdujo un dedo en su interior.

Gúnnr abrió los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Eso no era normal. Sentía miles de espasmos en su útero, y una quemazón placentera que pedía a gritos que la llenaran con algo más grande.

Él la besó de nuevo y se tragó su grito cuando le metió un segundo dedo y empezó a rotarlos, para prepararla y distendir aquel diminuto agujero por el que él iba a poseerla. Introdujo más los dedos hasta que se topó con el himen. Si quería, podría romperlo con ellos y evitarle el dolor de la primera penetración. Empezó a tocarlo, y hacer un movimiento de tijeras con el anular y el índice, pero entonces ella se tensó y se quejó en su boca.

—No, Gabriel —le pidió, entendiendo instintivamente lo que él pretendía hacer—. Contigo —lo tomó de las caderas para que se recostara encima de ella.

Él se quedó quieto. Sonrió y obedeció.

—Relájate, florecilla —le pidió colocándose entre sus piernas abiertas. Le sorprendía el modo en el que ella se confiaba a él. Lo haría bien. Le daría un regalo que también pudiera atesorar.

Un rayo iluminó la habitación y un trueno retumbó en la lejanía.

Gabriel cubrió su vientre con la mano izquierda, y deslizó el pulgar para acariciar y excitar su clítoris; con la otra, se tomó la base del pene, acariciándoselo perezosamente.

Gúnnr meneaba las caderas y le acariciaba las tetillas con los pulgares. Deseaba tenerlo a él bien adentro.

Gabriel se detuvo y la miró fijamente.

—¿Estás asustada?

Gúnnr sonrió con timidez, pero aquellos ojos hablaban de una seguridad pasmosa.

—Confío en ti. Sólo en ti.

Una extraña sensación recorrió su pecho, y se hinchó como un gallo. Gabriel acarició la vagina de arriba abajo con la hinchada cabeza de su pene, y ella emitió un gritito lleno de placer. Vio cómo la valkyria cerró los ojos y se mordió el labio con los dientes. Joder, estaba muy húmeda. Se inclinó y se llevó un pezón de Gúnnr a la boca. Ella le rodeó la cabeza con los brazos, atrayéndolo más cerca de su cuerpo, como si quisiera absorberlo.

Gabriel pasó la lengua por el pezón y lo rodeó repetidas veces. Cerró la boca de nuevo y lo mordió y succionó con fiereza. Levantó la cabeza para soplarle aire frío y ver como el pezón se enrojecía y se levantaba reclamando más atenciones. Él se lanzó a dárselas todas. Lo trabajó hasta que estuvo bien erguido, y cuando Gúnnr tenía el pecho tan sensible que un roce de sus labios le provocaba dolor, prodigó sus atenciones al otro pecho.

—Me podría correr con sólo comerte las tetas —gruñó con deseo.

Gúnnr sentía que iba a estallar. Gabriel la estaba matando ahí abajo, y su boca la iba a licuar si seguía mamando de ella de ese modo. Estaba muy húmeda y los dedos del einherjar resbalaban sobre su sensible piel.

—No… No puedo más. Te necesito, Gab —le dijo tiernamente.

Nunca había utilizado ese diminutivo con él, pero le había salido del alma. Era el Engel, su guerrero, su líder, su amante y también su amigo.

Gabriel alzó la cabeza. Tenía los labios hinchados de tanto usarlos, los ojos negros como la noche y el pelo rubio le caía en preciosas ondas por la cara y el cuello. Estaba muerto de deseo. Parecía un animal indomable y salvaje que era capaz de todo con tal de conseguir su objetivo. Y ella era su objetivo.

Gúnnr le acarició las facciones y se incorporó para besarlo.

Él abrió la boca y la recibió. Se acomodó entre sus muslos, y llevó la fastuosa cabeza roma de su erección al estrecho agujero de Gúnnr. Movió las caderas hacia delante, sólo un poco, hasta sentir que hacía la presión justa para meterse con cuidado en su interior. Sintió un latigazo de placer eléctrico en la base de su columna vertebral. ¡Guau! Era puro fuego.

—¡Dioses! —Exclamó ella cerrando los ojos.

—No. —Gabriel sonó muy imperativo. Se estiró encima de ella, y colocó los dos antebrazos apoyados en la almohada a cada lado de su cabeza. La obligó a abrir los ojos mientras le abría más las piernas con los muslos—. Mírame. Te estoy poseyendo, Gúnnr.

Ella abrió los ojos y los clavó en la apuesta cara del Engel. Era dominante y a la vez se preocupaba mucho de ella y de sus necesidades. Un guerrero humano muy especial e inteligente, un einherjar de Odín que le estaba robando el corazón con su ternura y su delicadeza. Sollozó cuando sintió que la cabeza ya estaba dentro y la distendía dolorosamente. Gabriel bamboleó las caderas de un lado al otro, adelante y hacia atrás, para hacer sitio y acariciar todas las terminaciones nerviosas de la valkyria.

—Estás tan apretada… —Susurró muerto de placer—. Me oprimes como un puño.

Ella empezó a temblar. Aquello era muy incómodo. Si Gabriel seguía mirándola así, no sólo la poseería en cuerpo, si no que acabaría entregándole también el alma. La miraba como si realmente le importara, como si le fascinara tanto como él a ella.

Gabriel avanzó hasta que encontró el himen. Apretó los dientes y clavó los dedos en la almohada. «Lento, tío. Lento». Besó a Gúnnr con desesperación y ella le metió los dedos en el pelo para atraerlo más a su boca. Adoraba besarlo. Adoraba que él la besara con tanta intensidad.

—Si te hago daño, muérdeme —le dijo sobre sus labios.

Sin avisarla, la tomó del muslo y se lo abrió para penetrarla hasta el fondo de un empujón.

Gúnnr sintió un relámpago en su matriz. El útero le ardía y le quemaba. Tiró del pelo de Gabriel y le mordió en la garganta mientras gritaba y se echaba a llorar desconsoladamente.

Él se había quedado muy quieto, dándole tiempo para que ella se amoldara a su posesión. Le rompía el corazón escucharla llorar, ¿la había visto llorar alguna vez? No lo recordaba. Su Gúnnr era muy fuerte y reservada. No le gustaba la debilidad. Pero su pequeño cuerpo se estremecía y emitía pequeños gemidos llenos de vulnerabilidad que lo mataban y lo cortaban por dentro, y eso no lo podía permitir.

—Nena, no llores, por favor… —Le dijo. Intentó retirar la cabeza para mirarla a los ojos, pero entonces se dio cuenta de que Gúnnr no sólo le había mordido, sino que le había clavado los colmillos en la garganta y no lo soltaba. Sintió un tirón exigente en su cuero cabelludo e, indescriptiblemente, percibió un lametazo allí donde ella lo tenía cogido como un perro de presa celoso de su comida. La valkyria ya no lloraba, ahora sólo emitía tímidos sonidos indefensos, pero movía las caderas adelante y hacia atrás y lo estaba acariciando con sus paredes vaginales—. ¿Continúo?

La joven movió las caderas en asentimiento.

El cerebro de Gabriel sufrió un cortocircuito. Le gustaba. A ella le estaba gustando eso, le gustaba sentirle dentro de ella. Se retiró ligeramente y volvió a la carga, penetrándola hasta el fondo.

Gúnnr sollozó, liberó a Gabriel y echó el cuello hacia atrás, exponiendo toda la garganta.

Gabriel embestía con fuerza comedida. No quería lastimarla. Tomó a Gúnnr del pelo y la miró directamente a los ojos.

—Mírame, bebé. ¿Te gusta? —Preguntó mientras rotaba las caderas y llegaba a un punto que hacía que las negras pupilas de Gúnnr se dilataran.

—¡Oh, sí! —Se pasó la lengua por los colmillos y lo atrajo hasta ella para besarlo en los labios. Tiró de su labio inferior y rodeó su cintura con las piernas.

—Así, cariño. Muy bien. —Él agarró sus nalgas con fuerza, y la apretó contra él, mientras no dejaba de embestirla cada vez más fuerte y con más decisión—. Vamos a poner esto bien caliente.

Gúnnr le mordió con fuerza en la clavícula y sintió que el pene de Gabriel se endurecía y crecía en su interior.

—¡Joder! —Gritó él cerrando los ojos—. Tienes hambre, eh… —Sus envites eran cada vez más poderosos. De repente un rayo cayó sobre su ancha espalda. ¿Sobre su espalda? Gabriel se murió del gusto.

Gúnnr le mordió en el pecho mientras le clavaba las uñas en las nalgas y le arañaba la piel de los hombros. Él se colocó de rodillas en el colchón, se sentó sobre sus talones y se la llevó con él, sentándola encima.

La valkyria lo miró con los ojos completamente rojos y frunció el ceño al sentir la dolorosa invasión más profunda que esa posición facilitaba.

—¡Espera!

Gab se quedó muy quieto, sosteniéndola por la cintura para frenar las estocadas.

—¿Puedes hacerlo así? —Preguntó él mordiéndole la barbilla con suavidad—. Hazlo así. Muévete conmigo.

—Duele —se quejó ella enredando sus dedos en su pelo rubio.

—A mí también me duelen tus mordiscos, nena. Pero me gustan. ¿Te gusta esto a ti? —La movió arriba y abajo para que ella notara todo lo que albergaba de él en ella—. Mira. Mira hacia abajo.

Gúnnr se lamió los labios y ojeó las vistas. Había una mezcla de pelo rubio y negro, se habían unido por completo.

—No te veo —dijo ella.

Gabriel se echó a reír, y le rodeó las nalgas con las manos, aún sin moverse.

—Estoy todo dentro de ti —besó su mejilla—. ¿Todavía te duele?

Gúnnr rotó las caderas, se concentró en las sensaciones que tenía en su interior y se encogió de hombros. Él se esforzó por no eyacular ante aquel movimiento de danza del vientre tan bien ejecutado.

—Eres grande —dijo regalando los oídos al einherjar. Pero lo decía de verdad—. Me duele, pero me gusta. —Deslizó un dedo por la recta nariz de Gabriel y luego le acarició los labios—. Me gusta. —Sonrió, lo abrazó y hundió su rostro en su cuello—. Muévete, Gab.

Él no esperó otra orden. La embistió con potencia pero también con mucho cuidado. Las estocadas eran firmes y certeras. Daban en la cerviz, tan adentro que Gúnnr pensaba que la iba a partir. Pero él jamás le haría daño.

Gabriel pensaba en ella. En sus necesidades.

La inclinó de una manera en la que su clítoris se rozaba a la vez con el pubis de él. Otro relámpago cayó esta vez sobre Gúnnr e hizo que los dos gritaran azotados por un placer descomunal. Estaban a las puertas de un increíble orgasmo.

Gabriel la tomó de la cara y la besó sin dejar de mover las caderas. Gúnnr sollozaba en su boca y lo besaba con desesperación. Gabriel sintió que sus testículos se apretaban y Gúnnr notó que su clítoris empezaba a palpitar dolorosamente.

—Córrete, Gúnnr. Córrete para mí —le dijo al oído.

Ella abrió la boca, le mordió en el punto que une el cuello y el hombro y se corrió, su cuerpo explotó como una granada. Gabriel la siguió al mismo tiempo. Un rayo cayó esta vez sobre los dos, y alargó el orgasmo llenándolos de éxtasis. De repente, las alas de Gúnnr empezaron a arderle, y Gabriel tuvo la misma sensación en las suyas. Sólo eran tatuajes, ¿cómo podía ser?

Gúnnr gritó y abrió la boca enseñando sus colmillos. Gabriel echó la cabeza hacia atrás y rugió como un animal. Un rayo más fuerte que los anteriores, los recorrió, e hizo que alcanzaran un nuevo orgasmo.

Y entonces, unas alas rojas y llenas de luz, emergieron de la espalda de Gúnnr y se extendieron. Parecían hologramas, eran exactamente iguales que su tatuaje.

Gabriel abrió los ojos aturdido, y se quedó embrujado por la imagen de aquella chica. Ensartada por él, sentada a horcajadas sobre su pelvis, con el cuello echado hacia atrás, exponiendo su torso y su garganta como una ofrenda y, con los ojos rojos y aquellos pequeños y blancos colmillos que emergían de su boca, era única. Como una mariposa que salía de su crisálida. Esa joven, además, tenía unas alas maravillosas, unas alas que parecían estar hechas de rayos láser de color rojo.

Dios mío, era bellísima. Se sintió cautivado por Gúnnr.

Ella miró por encima de su hombro y se vio las alas. Apresada por la sorpresa y el espectáculo de color se dio cuenta de que podía moverlas, eran como una parte de su cuerpo. Refulgían como fuego rojo.

—Por las manzanas de Idúnn… —murmuró agitando las alas como un ave. Al hacerlo, su cuerpo se elevó y estuvo a punto de desempalarse del de Gabriel, pero él la abrazó por la cintura y entonces los dos, íntimamente unidos, se elevaron por encima de la cama y flotaron hasta el techo de cristal.

Gúnnr miró a Gabriel, que seguía con los ojos muy abiertos, estupefacto ante aquella visión. Continuaba en su interior, muy duro, todavía grande… Y ella se sentía pletórica.

—Tienes alas.

—Tengo alas… —Susurró asombrada, mirándolas de reojo—. No lo sabía.

—¿No lo sabías?

—Lo acabo de descubrir. No sabía que nos pasaba esto al mantener relaciones sexuales.

—Claro, ¿cómo ibais a saberlo si las valkyrias sois vírgenes? ¿Les ha pasado lo mismo a las gemelas? —Estudió sus alas con suma atención.

Eran espectaculares y elegantes.

—No hemos hablado mucho de ello. Sólo me dijeron que me iba a encantar marcarte —con un dedo le acarició las señales de los mordiscos que le había dejado en hombros, cuello y pectoral—. ¿Te he hecho daño?

Él negó con la cabeza, estaba concentrado en tocarle las alas. Sus dedos acariciaron aquellas intimidantes extensiones; sin embargo, no eran del todo físicas. Eran más bien etéreas y sentía un extraño placer al pasar la mano por ellas. La punta de los dedos le cosquilleaba.

—¿Notas esto? —Preguntó, pasando el dedo por el esqueleto del ala derecha. Cuando ella asintió, él continuó acariciándola—. Es un ala tribal. Alucinante. ¿Sabes qué? Después de ver la transformación de Aileen, pensé que ella era rarita. Pero lo tuyo ha batido todos los récords del friquismo.

—¿Me estás llamando friki? —Arqueó las cejas y le acarició la nuca con los dedos. ¿Por qué no se sentía fascinada con su transformación?

Porque lejos de mostrar interés por haber recibido su don y de descubrir que las valkyrias podían desplegar las alas de sus tatuajes después de perder la virginidad, lejos de prestar atención a que estaba volando con un hombre entre sus piernas, lo que realmente le interesaba y en lo que focalizaba sus seis sentidos era en ese hombre que la había tratado tan bien y que le había entregado una parte de él. Era imposible que Gabriel no hubiera sentido la conexión entre ellos. Imposible.

—¿Me llevas al nido, pajarito? —Gabriel miró la cama con melancolía. Estaban volando y tocaban el techo de cristal con los dedos.

La joven sonrió tímidamente al principio, pero al ver el brillo lleno de deseo en los ojos del Engel, la sonrisa se hizo más abierta y marcó sus dos hoyuelos en las mejillas.

—Sí.

—Eres preciosa —Gabriel le tomó la barbilla y la inclinó para darle un beso dulce y lleno de aceptación.

El gesto conmovió a la valkyria, que le devolvió el ademán besándole a su vez, y moviendo las caderas para acariciarlo íntimamente.

—Bájanos, Gunny —susurró sobre su boca—, y te daré más de lo que me pides. ¿Sabes cómo guardar tus alitas, nena? Intimidas mucho así. Eres como un ángel vengador.

—¿No te gusta? —Preguntó insegura.

—¿Gustarme? Me empalmaré siempre que recuerde este momento. —Le retiró el flequillo para verle los ojos—. ¿Cómo nos bajaras de aquí?

No tenía ni idea. Aquellas inauditas alas habían salido de golpe al experimentar el orgasmo con él. Se concentró en ellas. Visualizó que las alas volvían de nuevo al interior de su tatuaje. De repente, éstas se plegaron, desaparecieron y los dos cayeron de golpe sobre cama.

Al impactar en el colchón, Gabriel se colocó encima de ella, sin salirse de su cuerpo, y la besó como si quisiera bebérsela, sin darle un segundo para reaccionar.

Ya hablarían de lo que había pasado, pero lo harían después; ahora sólo quería poseer otra vez aquella mujer increíble que le había dado un recuerdo al que siempre recurriría cuando se sintiera abatido; Gúnnr desplegando sus alas como un verdadero ángel, justo después de haberle entregado la virginidad. A él y a nadie más.