AGRADECIMIENTOS

«Por último, lo primero»

Tras años de intenso trabajo, tras decenas de borradores descartados, tras jornadas agotadoras en las que la palabra descanso perdió su significado, cuando por fin volteas la última página y miras el manuscrito concluido, suspiras un momento antes de que se apodere de ti una dolorosa incertidumbre. Te sientes satisfecho porque has dado lo mejor de ti mismo, pero en tu interior te dices que quizá no haya sido suficiente. Te habría gustado estudiar más, repasar más, hacer tu texto aún más vibrante y sorprendente. Por un momento, piensas que quizá tanto esfuerzo no se vea recompensado con el aliento de sus lectores: el mismo que te falta si fracasas o el que te impulsa cuando disfrutan con tu novela. Entonces, en ese instante, recuerdas a todos cuantos te han ayudado por el camino. Recuerdas las llamadas de tus padres, insistentes y cariñosas, preguntándote: «Hijo, ¿cómo estás? ¿Y la novela…?». Recuerdas a tus hermanos, las mejores personas del mundo… Recuerdas a tu hija…

Recuerdas a amigos viejos y nuevos. Los que siempre te han acompañado y los que has tenido la fortuna de conocer. Amigos como Santiago Morata, Fernando Marías, Antonio Penadés, Alejandro Noguera, Lucía Bartolomé, Manuel Valente, Anika Lillo o Carlos Aimeur. Amigos a los que agradecer su ayuda, su cercanía y su cariño. Recuerdas a los editores nacionales e internacionales que confiaron y apostaron por ti. Recuerdas a Ramón Conesa, tu agente de Carmen Balcells, siempre presto a ayudar con un consejo sabio…

Todos ellos han compartido espacio en mi memoria junto a la remembranza de mis lectores: aquellos que me escribieron para aplaudirme o criticarme; aquéllos a quienes por unos días logré hacer un poco más felices; e incluso aquellos que aún no me han leído. Porque ellos son los que me empujan cada día. Por ellos luchas y, por ellos, escribir merece la pena.

Mi especial recuerdo para Zhuang Lixiao, consejera cultural de la Embajada de China en España, por sus desinteresadas gestiones para ponerme en contacto con los directores del Museo Nacional de China de Beijing, el Museo de Arquitectura Antigua de Beijing, el Museo Huqing Yutang de Medicina China de Hangzhou, el Museo Provincial de Zhejiang, el Museo de la Historia de Hangzhou y el Mausoleo del general Yue Fei. No puedo olvidar al doctor Phil A. R. Hill, librero en White City, de Londres, quien me asesoró sobre diversos textos y bibliografía, del mismo modo que he de recordar al ya mencionado forense doctor Devaraj Mandal y al prestigioso sinólogo Jacques Gernet, sin cuya sabiduría me habría resultado imposible dotar a esta novela de la credibilidad que precisaba.

Tengo la fortuna de no tener que recordar expresamente a mi esposa Maite, porque, gracias a Dios, disfruto de su presencia cada día. Ella es mi faro en los buenos y en los malos momentos. Ella es el mejor regalo de mi vida.

Finalmente, quisiera dedicar mis últimas palabras a alguien a quien añoramos todos cuantos le conocimos. Una persona que hablaba poco, pero de la que aprendí mucho. Con sus actos, con su humildad y su honestidad, me enseñó cosas que no están en los libros.

Para él y en su memoria.

Gracias, Eugenio.