Capítulo
21

No hubo día en lo que quedó de curso que no me arrepintiera de haber dejado ir a Jude en el taller. Me arrepentía de no haber salido detrás de él y de no haberlo retenido hasta que me explicara claramente qué narices quería decir. Con frases concisas y detalladas que una mujer pudiera entender.

Los meses siguientes a nuestra conversación críptica consiguieron que añorara que me hiciera el vacío, porque, a partir de entonces, cuando nos cruzábamos en el pasillo, ya ni siquiera me ignoraba de manera intencionada. Era como si no existiera.

Había pasado de alguien a quien despreciaba a alguien en quien ni siquiera reparaba.

Yo había cumplido dieciocho años, y faltaba una semana para la graduación. En otoño sería estudiante de primer año del Marymount Manhattan. Había llegado el momento de celebrarlo, de soltarme el pelo y volver la vista hacia el pasado con nostalgia y hacia el futuro con esperanza.

En lo más hondo de mi ser, donde existían cosas como lo que estaba bien o mal, la verdad y el amor, me sentía como un barco a la deriva en medio de la noche. Y sabía la razón.

—¡Hoy pido tiempo muerto para tus ataques de empanamiento, Lucy! —me gritó Taylor para hacerse oír sobre la música que atronaba por los altavoces, una canción sobre el verano, los amigos y las fiestas—. Esta noche es solo para pasárselo en grande y vivir el momento.

Sabias palabras viniendo de una chica que prácticamente no hablaba de otra cosa que de su brillante futuro.

—¿Y con lo de vivir el momento te refieres a emborracharte y darte el lote con el primero que se te ponga a tiro?

Taylor rezongó.

—Y yo que me consideraba cínica…

Bajé el volumen, tiré hacia arriba del escote del vestido en el que Taylor me había embutido y luego del dobladillo para bajarlo. Ahora me tapaba la mitad de las tetas y casi todo el trasero.

—Lo siento. Me sale de manera natural después de que me hayas vestido como una puta barata de camino al trabajo.

—Llevas pendientes de perlas, por amor de Dios, Lucy —replicó—. La última vez que lo miré, las putas no llevaban perlas.

—Vale —dije, y me miré en el espejo por tercera vez. ¿Podría haber añadido Taylor otra capa de rímel antes de que se me partieran las pestañas?—. Una puta de camino a la iglesia.

Se echó a reír y se me quedó mirando fijamente cuando paramos en un semáforo.

—Joyas, ¿eh? —Me lanzó una mirada escandalizada—. Alguien ha debido de ser muy buena, o muy maaala, para recibir unos pendientes de perlas como regalo de graduación.

—Tu depravación nunca deja de asombrarme —contesté, y le saqué la lengua—. Y los pendientes me los han regalado mis padres por la graduación, no Sawyer.

Menos mal que no había sido cosa de Diamond, aún me faltaba superar unos tres niveles de compromiso para llegar a las joyas.

El semáforo se puso verde, y Taylor sacó el pequeño Volkswagen de la fila.

—Y solo tú tienes la culpa. Los chicos compran joyas a las chicas para premiar que les hayan dado vía libre. Es ley de vida.

—Insisto, eres una depravada —dije, y bajé la ventanilla.

Donde yo realmente quería estar era en la escuela, preparándome para los siguientes cuatro años de danza con y contra los mejores. No quería ir apretujada en un coche pequeño con una arpía melodramática de instituto, en dirección a una fiesta de graduación donde las reservas de alcohol serían ilimitadas, así como la desinhibición sin reservas, embutida en un vestido que hacía que una famosilla de Hollywood pareciera una mojigata.

—Como veo que no llevas ni colgantes de diamantes ni pulseras de oro, ¿he de asumir que sigues teniendo a Sawyer a pan y agua hasta que caiga en coma?

Las tonterías que se le ocurrían a aquella chica… Me habría hecho gracia, de no ser tan triste.

—No es asunto tuyo.

—Así que sí —resolvió, al tiempo que desviaba el coche hacia un camino de grava.

—Así que por supuestísimo que sí —corregí, ya que iba a sacar conclusiones tanto si se las confirmaba como si no.

—¿Por qué? —preguntó, mientras íbamos dando botes de bache en bache—. Lleváis viéndoos desde Sadie y sois pareja oficial desde el baile del invierno. ¿Es que os lo tomáis con calma o alguna otra chorrada por el estilo?

—Yo me lo tomo con calma —contesté, justo cuando el lugar de la celebración apareció ante nosotras.

Conocía aquel sitio, la mansión del lago. Los padres de Sawyer estaban fuera de la ciudad, en una subasta de automóviles, y él había decidido montar la fiesta de graduación más épica de toda la historia. Dicho por él mismo. Desde el otro lado de la carretera, la casa de los Diamond parecía invadida por hormigas. Hormigas borrachas.

—¿Y Sawyer? —preguntó Taylor, con toda la intención.

—Sawyer es un chico. ¿Desde cuándo a un chico le apetece tomarse las cosas con calma en ese aspecto?

—Desde nunca —admitió, contestando a la que tal vez fuera la pregunta más retórica que mujer conociera.

Taylor encontró un sitio libre en el césped, apagó el motor y volvió a ponerse brillo de labios. Una capa más de ese pegote lustroso y reluciente, y los satélites podrían localizarnos.

—Taylor, es que ahora mismo no estoy de humor para esto —dije, al tiempo que la cogía del brazo—. Entremos y salgamos. Si ahí dentro solo va a haber pringados borrachos que no buscan más que echar un polvo.

Me miró con las cejas enarcadas y se pasó la lengua por los labios.

—Exacto.

—Creo que ha llegado el momento de analizar la relación que existe entre las chicas con baja autoestima y los chicos que lo utilizan en su provecho —comenté, mientras salía del coche. Le di otro tirón al vestido, pero cuanto más intentaba bajarlo, más me asomaban las tetas por el escote.

—¿Dónde quieres ir a parar, aguafiestas? —preguntó Taylor, entrelazando su codo con el mío.

—No te conviertas en una estadística —contesté, y le dirigí una sonrisa exagerada.

—Pues permíteme analizar las repercusiones que tiene decir no para las chicas con novios guapos y ricos que en otoño van a ir a la universidad al Sur de California —replicó, al tiempo que tiraba de mí en dirección a la casa, donde se oía una música atronadora.

—Esta va a ser buena —musité, entre dientes.

—Esas chicas acaban convirtiéndose en unas viejas brujas, frígidas y amargadas, con un ejército de gatos y un montón de telarañas entre las piernas.

Eché la cabeza hacia atrás y lancé un gemido.

—Añade retorcida a depravada y creo que ya tenemos encasillada a Taylor Donovan.

Ni siquiera habíamos alcanzado el jardín delantero cuando una fanfarria de silbidos y chiflidos anunció nuestra llegada.

—Una hora —dije, sintiéndome generosa—, y nos vamos.

—Tres horas —contestó Taylor, a la vez que lanzaba una sonrisa, que me hizo sonrojar, a un chico que había tendido en la escalera de la entrada—. Y no olvides que esta noche conduces tú, así que no vale escaquearse.

No tenía ningún problema con hacer de carabina y de conductora para mis amigos y así asegurarme de que acababan la noche sanos y salvos y de una pieza, pero en ese momento deseé habérsela endosado a otra persona, porque aguantar tres horas con todo el mundo pasándoselo en grande mientras yo no estaba para fiestas iba a acabar en un derramamiento de sangre.

—¡Ya era hora de que empezara la fiesta! —nos gritó Morrison para hacerse oír por encima de la música, al tiempo que nos repasaba de arriba abajo con la mirada como si utilizara las manos.

—Acaba de empezar oficialmente —contestó Taylor, sintiéndose la reina del baile, a juzgar por las miradas que recibíamos.

Supongo que si te presentabas en una fiesta con chicos ebrios, meneando un trapito y con una montaña de maquillaje, lo más normal era que se te comieran con los ojos.

—¿Qué van a tomar las señoras? —preguntó Morrison, señalando la zona de bar instalada en el aparador italiano de la madre de Sawyer. A la mujer le daría algo si viera lo que en ese momento había esparcido por allí encima.

—¡Que sea un destornillador! —contestó Taylor, a gritos.

Los labios de Morrison se curvaron en una sonrisa.

—Creo que podré complacerla.

Y todavía tenía que aguantar dos horas y cincuenta y nueve minutos de aquel hedonismo. Daba la impresión de que alguien iba a pasar el rato en la playa, con suerte, desierta.

—¿Lucy? —preguntó Morrison.

Tenía dos dedos de frente para saber que no debía aceptarse una bebida abierta de un chico, y menos aún de alguien como Luke Morrison.

—Estoy bien —dije, y levanté los pulgares en su dirección. Me incliné hacia Taylor y le dije—: Sé buena y llámame si alguien intenta algo. Voy a tomar un poco de aire fresco.

—Será mejor que alguien intente algo conmigo —contestó, sonriendo cuando Morrison se abrió paso hasta nosotras con un vaso en la mano.

—Estadística —le recordé, mientras me dirigía hacia la puerta trasera—. No te conviertas en una.

—¡Y tú no te conviertas en una vieja bruja con telarañas! —contestó a voz en grito cuando ya me iba.

Me abrí paso por la cocina entre aquel laberinto de estudiantes y empujé a un lado a una pareja que estaba enrollándose junto a la nevera, para poder abrirla. Había una lata de refresco encajada al fondo de las cervezas y eso fue lo que la conductora escogió.

—¡Bonito vestido, Lucy! —gritó alguien desde algún lugar de la cocina.

Ni me molesté en contestar.

—Sawyer te está buscando. ¡Algo me dice que va a ponerse muy contento cuando te encuentre!

Me dirigí a la playa todo lo rápido que pude. Todo parecía muy tranquilo y, salvo por una pareja que estaba montándoselo en la tumbona de la señora Diamond, no había nadie. Era una noche cálida y las aguas estaban tan calmas que casi daba la impresión de que se pudiera caminar sobre ellas.

Me quité las sandalias destalonadas de Taylor de color rosa palo y me acerqué al final del embarcadero. Iba a celebrar mi pequeña fiesta particular allí mismo. Solos el señor Lima-limón y yo. Abrí la lata y le di un sorbo. ¿Qué narices me pasaba? ¿En qué momento la chica a la que solía gustarle ser el alma de las fiestas se había convertido en la chica que buscaba un rincón silencioso para enfurruñarse?

Como la mayoría de las preguntas que me hacía esos días, siempre llegaba a la misma respuesta. El mismo nombre.

—Yo tampoco acabo de encontrarme a gusto.

Di tal respingo que me las arreglé para verter el refresco sobre el inapropiadísimo vestido de Taylor. Sería la última vez que me prestase algo de ropa, cosa que me alegró bastante.

—Ya, ni yo —contesté, mientras secaba las gotitas de la brillante tela de color champán—. Obviamente.

—Nada es obvio contigo, Lucy Larson.

Aquellas palabras, y aquella voz, captaron toda mi atención, cuando acabé de limpiar el refresco. Incluso su voz era más sexy que la mía.

Holly llevaba unos vaqueros ajustados de color oscuro y una camiseta blanca. No estaba segura de si ofrecerle un asiento o lanzarme al lago y llegar a la otra orilla a nado. No sabía lo que ella sabía, si de hecho sabía algo acerca de Jude y yo, y desde luego no me apetecía explicarnos por turnos nuestra relación con Jude.

Al final, decidí ser cortés.

—Eh, Holly —dije—, coge una silla.

Era evidente que había estado buscándome. No se trataba de un encuentro casual. Tenía algo que decirme, y yo quería que acabáramos con aquello cuanto antes para que pudiera seguir fracasando en lo de tratar de continuar con mi vida.

Se sentó, dejó el vaso de plástico rojo a un lado y se remangó los vaqueros.

—Creía que iba a ser difícil pillarte a solas —dijo. Metió los pies en el agua y se acercó a mí un poco más—. He oído que, este año, te has convertido en la chica del momento de Southpointe.

No quería ni pensar a quién se lo había oído.

—Si por la chica del momento te refieres a alguien sobre el que han circulado más rumores y verdades a medias que sobre todo un club de strippers, entonces sí, creo que este año he llevado esa banda.

Soné un poco más a la defensiva de lo que pretendía, pero estaba manteniendo una conversación con la chica con quien mi ex novio tenía un hijo ilegítimo.

Holly asintió con la cabeza, la mirada fija en el lago.

—Siento no haber tenido la oportunidad de pasarte la corona en persona. Mi reinado acabó el año pasado, después de que dejara el instituto.

No supe qué decir. No me sentía con ánimos de compadecerla, aunque tendría que haber sido capaz de identificarme con ella, pero no me quedaban fuerzas para tanto.

—¿Ha venido Jude? —dije, aunque al instante tuve ganas de abofetearme por preguntar.

Si Holly aún no creía que yo era una pardilla desesperada, aquello lo había dejado bastante claro.

—No estoy segura —contestó, y tomó un sorbo del vaso.

—¿En casa con el bebé?

Una pregunta inocente que sonó muy malintencionada.

—No —Holly se puso tensa y se le encendió la mirada—. Esta noche lo cuida mi madre.

—Holly, lo siento —me disculpé, arrepintiéndome de no haberme quedado dentro, con lo que no estaría manteniendo aquella maldita conversación—. No pretendo ser una bruja…

—¿Te sale de manera natural? —dijo con una sonrisa falsa.

—Me lo merezco.

—Sí —convino, y tomó otro trago.

Estuvimos un rato calladas, tan largo que no sabía si ella estaba esperando que yo dijera algo o si le costaba encontrar el modo de decir lo que quería.

Así que solté algo que ninguna de las dos esperaba.

—¿Es un buen padre?

La pregunta pareció sorprenderla tanto como a mí.

—Estoy segura de que algún día lo será.

Me hice una lesión severa al darme de bruces contra la verdad.

—Espera —dije, y me volví hacia Holly—. ¿Acabas de decir «algún día» en plan «no en el momento presente»?

Se mordió el labio, como si meditara algo.

—No sé hasta ni si debería ser yo quien te contara nada de todo esto, pero…

—Cuéntamelo todo —la interrumpí, acercándome a ella—. Porque nadie más lo hará.

Me miró de reojo.

—Eso podría ser porque te pusiste a sacar tus propias conclusiones antes de preguntar.

Llevaba un minuto conteniendo la respiración.

—¿Ya estás lista para hacer preguntas? —insistió. Se inclinó hacia atrás, y se apoyó en una mano—. ¿Las preguntas correctas?

Asentí con la cabeza.

—Adelante —dijo.

¿Quería tomar aquel camino? ¿Quería que confirmaran o desmintieran mis suposiciones a aquellas alturas del partido? Supe la respuesta cuando un rostro eclipsó mis pensamientos, uno con una larga cicatriz y ojos plateados.

—¿Es Jude el padre de tu hijo?

Ya puestos, era mejor quitarse la primera de en medio.

—No.

Ay, Dios mío. Los remordimientos aparecieron de forma tan repentina como el alivio.

—¿Jude y tú mantenéis algún tipo de relación?

—Sí —contestó, y le dio un sorbo a su bebida—. Es mi mejor amigo desde que íbamos a primero.

Una vez más, deseé abofetearme al mismo tiempo que sentía ganas de ponerme a saltar y chillar de alegría.

—Y esa noche que lo seguí hasta tu casa… —añadí, lentamente, tratando de procesarlo todo— te llevó pañales y leche en polvo, y tú dijiste que tenías grandes planes para él y os abrazasteis —Revivía la escena, aunque la veía con otros ojos. Ojos menos dispuestos a sacar conclusiones sin preguntar primero.

—Y yo que pensaba que Jude tenía problemas para confiar en la gente —musitó, mientras me miraba boquiabierta, como si quisiera estrangularme—. Ese día lo había llamado porque no tenía dinero y el bebé iba a quedarse sin comida y pañales en unas doce horas, con suerte. Jude ha sido una gran ayuda desde el principio, dado que el verdadero padre del pequeño Jude no quiere saber nada de él.

Tragué saliva al recordar todo lo que había pensado y todo lo que le había dicho a la mañana siguiente. Ahora entendía por qué me había ignorado del modo en que lo había hecho.

—Nos abrazamos porque, bueno, somos amigos de toda la vida —Holly llevaba la cuenta con los dedos y me miraba como si se tratara de un juego infantil—. Los planes que tenía para él incluían arreglar una cuna que ese día había encontrado en un mercadillo particular y, sí, se quedó a pasar la noche —agregó, enarcando una ceja—. En el sofá, por si tu «cabecita saca conclusiones precipitadas» se ha adelantado.

Me tomé mi tiempo para asimilar todo lo que Holly había dicho.

—¿Por qué no me habló de ti? —pregunté, en un susurro—. ¿Por qué no lo negó todo cuando lo abordé a la mañana siguiente?

Hundió los dedos en el agua y empezó a mecerlos sobre la tranquila superficie.

—Porque yo le pedí que no le contara a nadie lo del pequeño Jude. Él sabe quién es el padre, y el mierda del padre también, pero no quería que nadie más supiera la verdadera razón por la que dejé el instituto. Las bocazas de Southpointe se habrían puesto las botas con un cotilleo tan jugoso —dijo, sonriendo con satisfacción—. Y solo Jude puede decirte por qué no te contó la verdad sobre nosotros esa mañana. Tal vez fuera porque, de todas maneras, no lo hubieras creído.

Solo podía pensar en cómo me había mirado la mañana que me enfrenté a él y le dije que creía a Sawyer antes que a él. El dolor y la decepción que habían ensombrecido su rostro.

—Soy la peor persona del mundo —musité, más para mí misma que otra cosa.

—Eso mismo pensé yo el día que Jude vino a verme, como si acabaras de arrancarle el corazón del pecho, y me contó lo que había sucedido.

—Ahora lo entiendo —dije—. Ahora entiendo por qué me odia.

Me merecía su desprecio. Después de todo por lo que yo había pasado en Southpointe por culpa de la gente que te juzga y se precipita en sacar conclusiones absurdas, le había hecho lo mismo a Jude. Me había convertido en lo que había odiado para la persona a la que había querido.

A Holly se le escapó una risita ronca y gutural entre dientes.

—De verdad que no tienes ni idea, Lucy —dijo, mientras vertía el resto de su bebida en el agua—. Jude no te odia. Ese tío, a pesar de lo que sabe y de lo que yo no dejo de repetirle, aún te quiere.

Solo había una explicación. Había entrado en un universo paralelo.

—¿Todavía me quiere? —susurré.

—Todavía y para siempre —añadió, sacudiendo la cabeza.

Tenía que levantarme y encontrar a Jude. Tenía que disculparme y suplicarle que me perdonara y averiguar si lo que Holly decía era cierto, porque, aunque había intentado enterrarlo bien enterrado, yo también seguía queriéndolo.

—Gracias, Holly —dije al fin, mirándola a los ojos.

—No lo he hecho por ti. Lo he hecho por él, así que no te sientas en deuda conmigo.

Holly no se andaba por las ramas. Sin embargo, me sentía agradecida con la chica a la que había tomado por amante de Jude, que, en realidad, era su mejor amiga, que lo había aclarado todo.

—Holly, ¿quién es el padre del pequeño Jude? —pregunté. Dejé la lata de refresco a un lado.

Holly ahogó un grito, como si la hubiera cogido desprevenida. No era asunto mío, y estaba esperando que me enviara a la mierda cuando la oí suspirar.

—Vaya, si son dos de las damas más encantadoras que hayan pisado jamás los pasillos de Southpointe High.

La voz de Sawyer se abrió paso hasta nosotras desde el final del embarcadero. Yo lancé un gruñido, y Holly se puso tensa y enmudeció. Las tablas crujían bajo sus pies a medida que se acercaba a nosotras, vestido con sus chinos y su polo de marca habituales.

—Hola, preciosa —me saludó, mientras se inclinaba para besarme. El aliento le olía a alcohol y zumo de arándano—. Señorita Holly —añadió, sin apartar los ojos de ella—. Siempre es un placer contar con tu compañía. ¿Cómo está el pequeño bastardo? —Se tapó la boca, con mirada divertida—. Bebé, quería decir.

Holly se levantó de un salto y se volvió hacia él con el entrecejo fruncido.

—Si de mí depende, no lo sabrás jamás —contestó, y le dio un empujón para pasar. Cruzó el embarcadero a la carrera y desapareció entre la multitud.

—Tendrías que vigilar un poco más con quien te juntas, Lucy —dijo Sawyer—. Las chicas con su reputación no ayudan a las chicas con tu antigua reputación.

—Sawyer, nos graduamos la semana que viene, no me importa mi reputación —contesté, a la vez que me levantaba, porque no me gustaba la mirada lasciva que me lanzaba, con su sonrisa ebria—. Y eso que acabas de decirle a Holly ha sido muy feo. ¿Cómo te atreves a llamar bastardo a su bebé?

—De tal palo tal astilla —dijo, a la vez que alzaba el vaso—. Lo lleva en la sangre.

Lo apuró de un trago y lo arrojó al lago.

—Qué bonito —le espeté, cruzando los brazos—. ¿Esta noche estás en baja forma?

—Es solo que estoy muy tenso, Lucy —contestó. Se arrimó a mí, me abrazó con fuerza y amoldó las manos sobre mi culo—. Necesito relajarme —Me apartó el pelo del hombro y recorrió mi clavícula con los labios—. Y por el modo en que te has vestido para mí, algo me dice que por fin estás dispuesta a echarme una mano.

—¡Y qué más, Sawyer! —exclamé, y lo aparté de un empujón, con más ímpetu del que pretendía, aunque no tanto como se merecía.

No sé si fue el alcohol o mi fuerza sobrehumana, pero Sawyer retrocedió con paso vacilante y acabó en el oscuro lago.

—¡Maldita sea, Lucy! —gritó, dándole una patada al agua.

—Disfruta del baño —dije, mientras me alejaba con paso decidido.

—¡Lucy! ¡Vuelve aquí ahora mismo! —chilló, a la vez que chapoteaba como un poseso y salpicaba agua por todas partes.

—Que te vaya bien, gilipollas —musité. Recogí los zapatos de Taylor y me dirigí a la casa.

No habían parado de llegar invitados, y ahora ya solo quedaba sitio para estar de pie. La gente podía ser increíblemente creativa cuando no quedaba ningún lugar donde recostarse. Estaba a punto de arrancar a Taylor del regazo de Morrison para llevarla a casa y poner la ciudad patas arriba en busca de Jude cuando me asaltó una idea demasiado tentadora para pasarla por alto.

Sorteé, esquivé y salté varios cuerpos por el camino hasta el segundo piso. La habitación de Sawyer se encontraba al final del pasillo y puede que fuera el único dormitorio de la casa que nadie utilizaba, ya que este la cerraba con llave para evitar que sus padres entraran y que los adolescentes salidos echaran un polvo en su cama cuando celebraba ese tipo de fiestas.

Sin embargo, al ser su novia, me había confiado la situación de la llave de repuesto, seguramente con la esperanza de que algún día me encerrara allí a modo de sorpresa de cumpleaños. Nunca antes me había alegrado tanto de haberle dicho que no a un chico guapo.

Me arrodillé, me agaché detrás del banco que había al final del pasillo y encontré la llave. Me levanté, la introduje en la cerradura y abrí la puerta.

—Creí que no me lo pedirías nunca —dijo uno de los líneas defensivos, arrastrando las palabras y tambaleándose detrás de mí.

—Sí —contesté, al tiempo que me colaba en la habitación—. Ni borracha.

Cerré la puerta de golpe, giré la llave y corrí al baño de Sawyer. Una vez en su cuarto, no conseguí recordar qué había visto en el pobre imbécil, al que acababa de dar la patada. Algo tenía que haber, después de pasar casi seis meses con un chico, pero no encontré nada.

Nada salvo una mezcla de arrepentimiento y alivio por haberme dado cuenta antes de que fuera demasiado tarde.

Cogí la toalla de mano del toallero redondo y abrí el último cajón del armario del lavamanos. No tuve que revolver demasiado entre la cantidad ingente de productos de higiene masculina para dar con lo que buscaba. Estaba encima de todo.

Salí corriendo del lavabo, me acerqué a su escritorio, cogí un bolígrafo y un post-it y me despedí por escrito. Ni siquiera intenté contener la sonrisa. Enrollé la toalla antes de dejarla en medio de la cama, a continuación apoyé el lubricante contra ella y pegué la nota en el frasco casi vacío. Retrocedí unos pasos para admirar mi obra.

Sawyer iba a ponerse hecho una furia cuando tuviera la mente lo bastante despejada para poder leer. Deseé poder verle la cara.

Estaba dándome la vuelta para salir para siempre de aquella habitación cuando oí que la puerta se abría con un susurro casi tan rápido como se cerró. Sawyer estaba empapado, con la llave en la mano, y sonreía satisfecho, como si hubiera caído en su trampa.

—¿Me echabas de menos? —preguntó, y cerró la puerta con llave tras sí.

Aparte de ser un cabrón y un salido, Sawyer nunca había hecho nada que me hiciera sentir amenazada, insegura o aterrada. En ese momento, me sentía de todas esas formas. Tampoco lo había visto nunca tan bebido. Sawyer Diamond no solo no sabía beber, sino que además el alcohol lo convertía en un borracho peligroso.

—¿Qué es eso? —preguntó, al tiempo que atravesaba la habitación en dirección a la cama—. ¿Un regalo?

No contesté; se me habían disparado todas las alarmas y me decían que saliera de aquella habitación. Despacio, empecé a caminar de lado en dirección a la puerta.

Sawyer arrancó la nota del frasco y entrecerró los ojos.

—«Que te diviertas relajándote» —leyó, y una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. Dejó la nota en la cama y de pronto volvió la cabeza hacia mí, que avanzaba hacia la puerta—. Ese es el plan, cariño.

Fue ese momento, la expresión de su cara más que sus palabras, lo que me disparó la adrenalina. Olvidé el sigilo y eché a correr, aunque no fui lo bastante rápida.

—¿Adónde vas? —preguntó Sawyer, y me asió por detrás. Mierda, tenía fuerza para estar tan borracho. El baño helado debía de haberlo despejado—. Si acabas de llegar.

—Suéltame, Sawyer —le advertí, intentando que me liberara los brazos, que me había unido a los costados.

—¿O qué? —se burló, arrastrándome hacia la cama—. ¿Vas a ir a llorarle a la bruja de tu madre, que pasa de todo, o tal vez a tu padre, que no se entera aunque la habitación esté en llamas? ¿O tal vez a esos amigos que eran míos antes de ser tuyos? —Me tiró sobre el colchón cuando llegamos al borde de la cama y se inclinó sobre mí—. Sé buena chica y pórtate bien, zorra —Lanzó una mirada elocuente a la mesilla de noche, en la que yo sabía que guardaba un arma. Me había explicado que era para protegerse de intrusos, pero por lo visto también era práctica para amenazar a una chica y conseguir que hiciera lo que él quisiera—. O tendré que obligarte.

—Maldita sea, Sawyer. ¿Quién coño eres? —dije, cogiendo el frasco que rodaba por el colchón y lanzándoselo—. Los tienes a todos bien engañados, ¿verdad?

—No a todos —contestó, al tiempo que se quitaba la camiseta mojada por la cabeza y la arrojaba a un rincón—. Holly y Jude me tienen bastante calado, pero ya ves qué bien le ha hecho a su reputación saberlo. Yo que tú, después de esta noche, no iría por ahí diciéndole a la gente que soy una especie de monstruo —Me dirigió una sonrisa burlona, con los ojos muy abiertos a causa de la excitación—. Porque, cielo, no van a dar más crédito a tu historia que a la mía.

Me arrastré hasta el borde de la cama y calculé cuánto tiempo tardaría en llegar a la puerta, preguntándome si podría alcanzarla antes de que Sawyer me alcanzara a mí. Dado que se interponía entre la puerta y yo, tenía todas las de perder.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué, después de meses de ser un novio «paciente», haces esto ahora?

—Porque puedo —contestó, mientras se desabrochaba el cinturón—. Y porque quiero. No necesito más justificaciones.

Tenía que intentarlo. Tenía que escapar, porque, de cualquier modo, Sawyer no iba a detenerse.

—Así que ¿tu brillante plan es violar a la chica con la que acabas de pelearte delante de testigos, y con doscientas personas a tu alrededor?

Intentaba apelar a su inteligencia, la poca que le quedara en aquel estado de embriaguez y demencia.

—No, mi brillante plan es practicar sexo consentido con mi novia, que va a irse en otoño y quiere pasar una última noche romántica antes de separarnos —contestó. Se quitó el cinturón y lo lanzó junto a la camiseta.

Mierda. Lo tenía todo pensado. Y estaba segura de que, ante un tribunal, su historia prevalecería. Había llegado el momento de echar a correr.

Atravesé la cama a gatas, me lancé hacia la puerta y di tres grandes zancadas antes de que me cogiera por el cuello con el brazo. Caí al suelo, tosiendo, con la sensación de que me ahogaba.

—No te aconsejo que vuelvas a intentarlo —me advirtió, inclinado sobre mí. Sawyer tenía el pelo chorreando y me caían gotas sobre la cara. La volví hacia un lado, tratando de recuperar la respiración.

—Un día, Sawyer Diamond —dije, con voz entrecortada—, alguien se pondrá encima de ti del mismo modo que estás tú ahora y te partirá la cara. Y yo tendré un asiento en primera fila.

Se dejó caer sobre mí y me retuvo contra el suelo con su mole. Me apartó las piernas con las rodillas y me pasó la lengua por el cuello hasta la punta de la oreja.

—Tal vez mañana —me susurró al oído—, pero esta noche, no. Esta noche no te salva nadie.

Moví las piernas para intentar soltarme y levanté la cabeza.

—No, Sawyer —repliqué, junto a su oreja—, nadie te salvará a ti.

Y fue entonces cuando la clase de defensa personal a la que mis padres me obligaron a ir a los trece años demostró que había valido su peso en oro. Le clavé los dientes en la oreja, conseguí liberar una pierna y le planté el pie una, dos y hasta tres veces en la entrepierna.

Rugió de dolor mientras se llevaba una mano a la oreja y la otra a su agredida masculinidad. Salí como pude de debajo de él y seguí arrastrándome por la alfombra, consciente de que, si no lograba llegar a la puerta antes que él a la mesita de noche, las clases de defensa personal no servirían de nada.

En ese momento, la puerta hacia la que gateaba se abrió de golpe y parte de la jamba se astilló. Jude irrumpió en la habitación, echó un vistazo a la escena que se desarrollaba en el suelo y montó en cólera.

Se abalanzó sobre Sawyer, con los puños preparados. Le dio la vuelta, se sentó sobre él a horcajadas y empezó a golpearlo.

Cada puñetazo iba acompañado de un crujido, y este, a su vez, de sangre. Era imposible saber qué se oía más, los gruñidos de Jude o los gemidos de Sawyer. En cuanto vi claro que Jude no solo planeaba darle una lección, sino quitarle la vida, me levanté del suelo y me acerqué con paso tambaleante.

—Para, Jude —La voz me temblaba casi tanto como las piernas—. Para.

Le puse una mano en el hombro.

No se detuvo, pero los golpes se volvieron más lentos y esporádicos.

—Sí, sería mejor que le hicieras caso —farfulló Sawyer, manchando la alfombra de sangre—, a no ser que quieras que vuelvan a encerrarte. ¿Quién va a estar aquí, cuidando a Lucy, cuando la arrincone en cualquier otra habitación, Ryder?

Sawyer le guiñó un ojo con una sonrisa teñida de sangre, retándolo, como si quisiera morir.

Los músculos de Jude se tensaron bajo mi mano; sus hombros se elevaban y descendían un palmo cada vez que respiraba.

—Me dije que la próxima vez que me enterara de que le habías hecho esto a otra chica, te arrancaría la polla y te la haría comer. Pero como la chica con quien te he encontrado es Luce —Se volvió para mirarme, con el semblante tenso, antes de inclinarse sobre Sawyer hasta que su rostro quedó a un par de centímetros del otro—, voy a matarte.

Y lo más espeluznante que había ocurrido en toda la noche fue esa amenaza. Porque no fue una amenaza; por el tono de su voz, supe que lo había dicho en serio.

En vez de acercarme, me alejé a gatas y me interpuse entre la mesita de noche de Sawyer y ellos. Era el primer lugar en el que Jude buscaría un arma.

Jude se inclinó sobre Sawyer, furioso.

—Luce —dijo, sin apartar los ojos de Sawyer—, ¿te importaría quitarte de ahí para que pueda acabar con este hijo de puta?

Tragué saliva; Jude lo sabía.

—No —contesté.

—Luce, ahora mismo, esto es entre él y yo —insistió. Vi que su espalda se estremecía—. Apártate.

Había pasado de luchar contra Sawyer para evitar que me violara a impedir que Jude lo matara. Lo normal sería que hubiera llegado al límite de mis fuerzas más o menos una puerta astillada antes, pero era una luchadora nata.

—No —repetí, de manera más enérgica.

—¡Maldita sea, Luce —gritó Jude—, se lo merece!

Me levanté y di un paso hacia él.

—Lo sé —dije, acercándome un poco más, hasta que pude cogerle una mano. Esperé a que me mirara y, cuando finalmente lo hizo, advertí su conflicto interior—. Pero tú no.

—Algún día me encerrarán para siempre, y no se me ocurre mejor razón por la que cumplir una cadena perpetua que haber eliminado a un desgraciado como él. No me importa, Luce.

Acerqué una mano a su mejilla y recorrí su cicatriz con el pulgar.

—Pero a mí sí.

Se me quedó mirando, todavía atrapado en su tormenta interna, y luego miró a Sawyer. Todo su cuerpo volvió a ponerse tenso.

—Quiero matarlo, Luce. Quiero matarlo como nunca antes he querido nada —Un estremecimiento recorrió su espalda—. No sé cómo dejarlo.

—Yo te ayudaré —dije, a la espera. Esperaría todo lo que fuera necesario, no pensaba dejarlo hasta que él no abandonara aquella habitación conmigo.

Debajo de Jude, Sawyer se rió entre dientes y volvió a escupir sangre.

—El delincuente y la puta alejándose juntos hacia la puesta de sol —se burló—. No hace falta contener la respiración a la espera de ese «y vivieron felices y comieron perdices».

Jude se estremeció, pero yo no pensaba soltarlo.

—No eches a perder tu vida por este desgraciado —dije. Me negué a mirar a Sawyer, porque tampoco me perdía nada si no volvía a ver esa cara. Sonreí a Jude—. ¿Por qué no la echas a perder conmigo en su lugar?

Sus arrugas se suavizaron mientras me sostenía la mirada. Y por fin sonrió.

—Acepto el trato.

Le indiqué la puerta con un movimiento de cabeza y le tiré de la mano.

Sawyer volvió a reír.

—Al menos alguien va a mojar esta noche con la tía buena.

Lancé un gemido; Sawyer no tenía instinto de supervivencia.

Jude lo cogió por el cuello y lo obligó a incorporarse.

—No sabes cuándo te conviene tener la boca cerrada —le espetó, y cerró el puño con fuerza—. Deja que te ayude.

Le propinó un puñetazo en plena boca que lo envió de vuelta al suelo.

—Luce, espérame en el pasillo —pidió Jude, con gesto tranquilo—. No voy a matarlo —añadió, adelantándose a mi pregunta.

—Jude.

No pensaba dejarlo a solas con Sawyer.

—Mírame —me indicó, y esperó hasta que lo hice—. Estoy bien. No voy a matarlo —A continuación, me dirigió una mirada significativa—. Confía en mí.

Aquella era mi oportunidad. La oportunidad de demostrarle la confianza que le había negado. La confianza que había merecido, a pesar de que yo no lo había creído así. ¿Cómo iba a decirle que no y esperar que volviéramos a tener alguna posibilidad?

No quería confiar en él. No me gustaba dejarlo a solas con Sawyer.

—De acuerdo —accedí.

Esa sonrisa espléndida que hacía tanto que no veía en su rostro que la creía desaparecida para siempre, apareció.

—Saldré enseguida —aseguró—. ¿Podrías decirle a Holly que entre? Está esperando en el pasillo, creo que querrá ver esto.

Confianza. Confianza. Confianza.

—De acuerdo. Estaré fuera —dije—. No me hagas esperar demasiado.

Me dirigí hacia la puerta mientras me alisaba el vestido e intentaba hacer lo mismo con mi pelo.

Apoyada contra la pared, era evidente que Holly se había apostado allí para asegurarse de que nadie intentaba interrumpir a Jude y la paliza que estaba dándole a Sawyer.

Me miró de arriba abajo y se le ensombreció el rostro.

—¿Estás bien?

—Sí —contesté, y me acerqué a ella—. Jude pregunta por ti.

Holly asintió con la cabeza y se separó de la pared. Se volvió hacia mí y me cogió de las manos.

—¿Estás bien? —insistió, al tiempo que entre nosotras tenía lugar un intercambio mudo de palabras.

A un nivel muy básico, lo entendí, la entendí, y ella también me entendió a mí. Éramos como la hermandad de chicas en la que Sawyer elegía a sus víctimas, y aunque no se trataba de un denominador común del que estar orgullosa, sí podíamos estarlo del vínculo.

—Sí —aseguré.

Me apretó las manos y se dirigió al dormitorio.

—Eres una tía dura, Lucy Larson —dijo—. Ahora entiendo lo que Jude ve en ti.

A pesar de las ganas irresistibles de volver a entrar en el dormitorio, me contuve. No había confiado en Jude, ya le había negado antes el beneficio de la duda. No volvería a hacerlo.

Un par de chicas, sentadas en lo alto de la escalera, me lanzaron varias miradas de reojo, pero por lo demás el segundo piso estaba casi vacío. O la fiesta estaba acabándose o Holly sabía cómo desviar el tráfico.

Me peleé un rato con el vestido, que no había por dónde cogerlo, para pasar el rato, pero me di por vencida. Por mucho que tirara o intentara alisarlo no iba a aparecer de pronto más tela con que tapar las partes de mi cuerpo que prefería mantener tapadas, y todo indicaba que le debía un vestido nuevo a Taylor, porque, gracias a Sawyer, tenía una raja en el frente que hacía conjunto con la de la espalda.

Pasó un minuto más, e intenté convencerme de que todo iba bien, porque no se habían oído chillidos aterradores ni disparos en la habitación del fondo del pasillo, pero aun así la angustia no me la quitaba nadie, así que canalicé parte de esos nervios paseando arriba y abajo por el pasillo, como una leona enjaulada.

A la quinta vuelta, Jude y Holly salieron del dormitorio de Sawyer. Por su expresión, era imposible saber qué pensaba Jude, pero Holly sonreía con satisfacción, de oreja a oreja.

—¿Va todo bien? —pregunté, y eché a correr hacia ellos.

Jude miró a Holly brevemente.

—Ahora sí —dijo, y me abrió los brazos, en los que me acurruqué, con la sensación de que parte de mí se fusionaba con él. Seis meses de profunda tristeza se desvanecieron al instante.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunté, pegada a su pecho.

—Una pequeña venganza —contestó Holly, al tiempo que le daba unas palmaditas a su bolso gigantesco—. Me voy. He hecho lo que he venido a hacer y mi madre se va a cabrear si paso toda la noche fuera.

—Nosotros también —dijo Jude. Me pasó el brazo sobre los hombros y echó a andar hacia la escalera—. Tengo que llevar a Luce a casa.

—Espera —Me detuve—. He venido con Taylor. Esta noche conducía yo.

Jude protestó.

—Eh, Hol, ¿te importaría buscar a Taylor Donovan y llevarla a casa?

Holly torció el gesto.

—Si te refieres a la pedazo de bruja que me ha llamado de todo, entonces sí, me importa —contestó Holly, volviéndose hacia nosotros en medio de la escalera—, pero ya que me lo pides tú, me haré la madura que no le guarda rencor y llevaré a esa zorra a casa. Aunque no pienso acompañarla hasta la puerta.

—Eres una santa —repuso Jude, al tiempo que apartaba de un empujón a un chico que había estado a punto de tirarme su cerveza por encima, mientras me acompañaba escalera abajo.

—¿Alguien ha visto a una fulana de pelo bonito? —gritó Holly, al pie de los escalones.

Todo aquel que la oyó apuntó en una dirección distinta.

—Parece que esto va a costarme lo mío —dijo, y se metió entre la gente—. Nos vemos luego, chicos.

—¡Eh, Hol! —la llamó Jude, a voz en grito.

Holly se volvió, a punto de perderse de vista.

—Felicidades por el trabajito de ahí arriba.

Holly hizo los cuernos con los dedos y desapareció.

—Vamos —dijo Jude, sin despegarse de mí—, hay que sacarte de aquí.

Salía por la puerta cuando me puse a pensar que nunca había estado en una fiesta en la que las cosas hubieran ido tan de mal en peor como en aquella, pero al bajar los peldaños de la entrada acompañada por Jude, también supe que me alegraba de haber ido. A pesar del vestido de buscona, de la incómoda, aunque esclarecedora, conversación con Holly y de que Sawyer había intentando aprovecharse de mí, Jude estaba conmigo y me cogía de la mano como si no fuera a soltármela nunca más.

Estaba dispuesta a soportar cosas mucho peores porque así fuera.

—¿A qué trabajito te referías ahí dentro? —pregunté, mientras sacaba las llaves de Taylor del bolsito.

No contestó.

—¡Oh, no! ¿Tan malo es?

Ni siquiera me atrevía a dejar volar la imaginación.

—Nada que no se mereciera —respondió Jude, al tiempo que me abría la puerta del acompañante y se hacía con las llaves—. Solo le ha puesto una etiqueta de advertencia.

Cerró la puerta y se tomó su tiempo en rodear el morro del coche.

—¿Qué tipo de etiqueta de advertencia? —pregunté, en cuanto abrió la del conductor.

Jude se abrochó el cinturón de seguridad y me dirigió una mirada avergonzada.

—De las que se llevan tatuadas en la ingle con una lista de las enfermedades de transmisión sexual que podría tener.

Me atraganté con mi propia saliva.

—¿Qué? No irá en serio.

Giró la llave y se quedó mirándome con gravedad.

—Tan en serio como un rotulador permanente.

—Ay, Dios mío —dije en voz baja—. Mierda, ¿de verdad tiene una lista?

Aún había más por lo que estarle agradecida a Jude.

Se encogió de hombros.

—Bueno, digámoslo de este modo: ninguna chica tendrá que averiguarlo nunca, porque es imposible que, después de leer la lista de la compra, deje que le acerque la polla a menos de un radio de tres metros —contestó, mientras daba la vuelta a toda velocidad y enfilaba el camino de salida.

—¿Nada más? —pregunté, temiendo la respuesta.

Se le formaron unas pequeñas arruguitas alrededor de los ojos.

—Puede que le hayamos pegado una mano a la polla con pegamento extrafuerte y le hayamos metido el índice de la otra en la nariz.

Me quedé boquiabierta. Era tan impactante como gracioso, y me eché a reír. Me imaginé la escena, desde el tatuaje del principio hasta el pegamento del final, y me sentí totalmente… vengada. Como había dicho Holly.

—¿Y no os buscaréis un lío por eso? —pregunté, cuando conseguí calmarme.

—Probablemente —respondió, a la vez que sus risas fueron apagándose—, pero Sawyer no nos denunciará ni en broma.

Sawyer siempre me había parecido el típico chivato de la clase.

—¿Por qué no?

—Porque Holly lo amenazó con contarles a sus padres que el pequeño Jude es hijo suyo y entonces se armaría un auténtico escándalo —contestó, con una sonrisa satisfecha—. Una familia como la de Diamond no puede permitirse ese tipo de escarnio público si quiere seguir vendiendo monovolúmenes y esas cosas.

Holly no había podido contármelo, pero me lo había imaginado. El mudo intercambio de palabras del pasillo me había dicho lo que necesitaba saber sobre la paternidad del pequeño Jude.

—Vosotros dos lo teníais todo planeado.

Se encogió de hombros con desgana a modo de respuesta.

—¿Cómo estás? —preguntó, y puso una mano encima de la mía.

—¿Después de que mi novio haya estado a punto de forzarme? ¿O después de descubrir que dicho ex novio no solo es un imbécil, sino también un padre negligente?

Quería culpar a alguien, o a las circunstancias, pero la única que tenía la culpa era yo.

—¿Y cómo lo llevas? —preguntó, con voz amable, un gran contraste dadas las cosas de las que yo sabía que era capaz—. Hazme un resumen.

—Me siento como una mierda —contesté, y a continuación me volví hacia él. No sabía si únicamente sería esa noche, o solo en calidad de amigo que me había echado un cable, o de otra cosa distinta de lo que habíamos sido esos últimos seis meses, pero Jude estaba allí—. Y, en parte, también genial. ¿Y tú qué?

Su mirada se dulcificó.

—Yo también me siento genial, en parte.

Giró en Sunrise Drive y detuvo el coche de Taylor junto a la cabaña. Ambos la observamos, a la espera. Puede que fuera atrevido, puede que fuera de pésimo gusto, pero esta mujer iba a echar el guante a lo que quería sin mirar atrás.

—¿Quieres entrar? —Tragué saliva, imaginando una aceptación tanto como una negativa.

Jude guardó silencio un instante, mientras sus ojos recorrían la casa como si estuviera fuertemente protegida. Conocía esa cara de preocupación, típica de los chicos.

—Mis padres no están —comenté—. Mi madre tenía que viajar por trabajo y ha arrastrado a mi padre con ella.

Jude abrió su puerta. El corazón me dio un vuelco.

—¿Tu madre ha conseguido que tu padre salga de casa? —preguntó, cuando salí del coche.

—Después de echarle unos narcóticos muy potentes en la comida —contesté, y me acerqué hasta donde él estaba.

Seguía con la mirada clavada en la casa y se mordía un labio. También conocía esa expresión típicamente masculina: indecisión.

—No pasa nada si no quieres —dije, esperando a su lado—. Lo entiendo.

—Quiero, Luce —contestó, concentrado en la ventana de mi habitación—, pero no estoy seguro de si debo.

El chico que podía partirle la cara a quien fuera con las manos atadas a la espalda. El mismo chico al que le importaba un pimiento si Southpointe en pleno anunciaba a los cuatro vientos que se había acostado con todas las mujeres solteras —y algunas no tan solteras— del estado. El mismo chico que estaba pensándose si entrar conmigo en una casa donde no había padres.

Era pura contradicción.

—Bueno, pues yo sí, de modo que mi seguridad anula tu inseguridad —Lo cogí por el brazo y tiré de él escalera arriba—. Por aquí.

Suspiró, pero dejó que lo arrastrara hasta el porche y cruzamos la puerta. Las tablas del suelo gimieron debajo de nuestros pies y su eco resonó por toda la casa, en silencio hasta entonces.

—¿Te apetece algo? —pregunté, al tiempo que encendía la luz de la cocina.

Negó con la cabeza, mirándome con indecisión.

Con la idea de llevarlo a un piso por encima de la salida mejor situada, tiré de él hacia la escalera, sin la menor intención de soltarle la mano.

—Tengo que cambiarme —dije, y volví a tirarle de la mano.

Funcionó.

No estaba segura de lo que hacía conduciendo a Jude a mi habitación, aunque no tenía nada que ver con la honestidad o deshonestidad de mis intenciones. En ese momento no tenía ninguna intención, simplemente me dejaba llevar por lo que sentía.

—¿Cómo sabías lo que estaba ocurriendo esta noche? —pregunté, a la vez que tiraba de la cadenita de la lámpara del tocador.

—Holly ha visto que Diamond y tú discutíais y ha ido a buscarme. Cuando se trata de adivinar el siguiente paso de Diamond, solo hay que preguntarse qué haría un imbécil y multiplicarlo por diez.

Asomó la cabeza por la puerta y examinó mi dormitorio como si no fuera real.

A mí me pasaba lo mismo con él.

—Gracias, Jude —Me detuve de camino al baño y me lo quedé mirando. Había creído y asumido cosas espantosas sobre él. Me había unido al linchamiento generalizado al permitir que siguieran tratándolo como si fuera chusma. Sentí un picor en la garganta—. Y lo siento —añadí, con la esperanza de que pudiera leer en mis ojos las palabras que no era capaz de pronunciar—. Holly me lo ha explicado todo, y lo siento de veras, Jude.

Se apartó de la puerta y entró.

—Lo sé, Luce.

Me dirigió una sonrisa apagada.

Desaparecí en el cuarto de baño, con el pijama en la mano y lágrimas en los ojos.

—No me imaginaba que tu habitación fuera tan… de chica.

Por su tono de voz, había arrugado la nariz.

Me quité el vestido morcillero y asomé la cabeza.

—¿A estas alturas no hemos aprendido a no asumir nada acerca del otro? —Enarqué una ceja y sonreí.

Él se rió entre dientes.

—Eso esperaba —contestó—. Entonces, ¿estás diciendo que este no sería un buen momento para mencionar los cinco hijos que tengo con cinco mujeres distintas? ¿O ya me has seguido hasta todas sus caravanas?

Le lancé el vestido a la cara.

Dejó que resbalara y luego hizo un rebujo con él. Si servía de indicador de la poca tela con que estaba hecho, le cupo en una mano antes de metérselo en el bolsillo de la chaqueta.

—Me lo quedo de recuerdo, Luce. Estabas despampanante.

—Como si te hubieras fijado en el vestido —dije, mientras me ponía el camisón.

—Te daré una pista, Luce: cuando se lleva un vestido como este, los chicos no se fijan en la tela.

Todo era como antes. Todo volvía a ser normal. Bueno, lo que nosotros entendíamos por normal, pero era nuestro y no necesitábamos más. Me cepillé el pelo varias veces, más que nada para que no pareciera que me gustaba el aspecto andrajoso, y salí del baño.

Jude estaba recostado en la cama, hojeando mi manual del estudiante.

—He oído que te han admitido —dijo, y volvió a dejarlo en la mesilla—. Marymount Manhattan, Luce. Puede que sea un paleto, pero hasta yo sé que entrar en el MM es algo de lo que estar orgulloso.

Doblé una pierna y me senté a su lado.

—Y yo he oído que puedes entrar en la universidad que quieras.

Asintió con la cabeza, que tenía apoyada en el respaldo de la cama.

—Sí, supongo.

—¿Ya te has decidido?

—Todavía no —contestó, como si quisiera restarle importancia. Como si tener una buena beca para cualquier universidad que escogiera no fuera importante. Si eso no lo era, resultaba difícil imaginar lo que Jude consideraba importante.

—Jude —dije, al tiempo que dejaba una mano en su barriga—, ¿por qué no me contaste lo de Sawyer? ¿Por qué no me dijiste que tú no eras el padre?

Una de las muchas preguntas a las que todavía no le había encontrado respuesta.

—¿Me habrías creído? —preguntó, con voz forzada.

Yo sabía la respuesta, pero no quería airearla.

—Y también sabía que, si dabas por hecho que yo era el padre del pequeño Jude y que te había mentido acerca de ello, bastaría para romper conmigo de una vez por todas. Era el único modo que conocía para mantenerte alejada de mí.

Aparté la mano de su barriga.

—Entonces, ¿lo tenías planeado? Mientras estuvimos juntos, ¿estuviste pensando cómo cagarla a más no poder para que te dejara en paz?

—No, Luce —respondió, y me cogió la mano—. Para que yo te dejara en paz.

—Esa mañana, cuando me encaré contigo por Holly y el bebé, no lo negaste.

—¿Y te lo confirmé?

Lo miré con suspicacia.

—Al no negarlo, lo hiciste.

Se bajó el gorro y cerró los ojos.

—Solo porque sabía que era el único modo de que no te mezclaras conmigo. No planeé que saliera de esa manera, pero esa mañana, cuando te encaraste conmigo por Holly, supe que aquella era mi única oportunidad de ser un hombre y dejarte marchar. Y, por suerte para mí, tuve suficientes huevos para hacerlo.

—¿El qué? ¿Mentirme? —pregunté, cortante.

Jude negó con la cabeza.

—Alejarme de ti.

Todo lo que había ocurrido entre Jude y yo había sido un malentendido cuidadosamente elaborado, maquinado por él. Estaba ofendida, y cabreada, e incluso entendía la razón, pero por encima de todo era algo que ya había dejado atrás.

—¿Vas a alejarte mucho más? —pregunté, al tiempo que cogía una almohada y se la arrojaba a la cara.

Me la devolvió del mismo modo.

—Todavía no lo tengo decidido.

Si no hubiera sabido la razón, esa respuesta podría haberme dolido.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Porque quiero —confesó, como si fuera un pecado.

—¿Y antes no querías? —Me acerqué un poco más, deseando que, por dos malditos minutos, pudiéramos estar de acuerdo en algo.

—Sí que quería —contestó, sin apartar la mirada del techo—. Es solo que ahora mismo estoy muy cansado de luchar contra lo que quiero.

Ahí lo tenía, el avance que esperaba. El semáforo ya no estaba en rojo.

—Hazme un favor y no vuelvas a luchar contra eso.

Se incorporó y se volvió hacia mí con una mirada abrumadora.

—Seguiré haciéndolo, Luce. No voy a rendirme ahora, porque no te mereces que un tipo sin porvenir y con mi pasado te arruine la vida.

Levanté los brazos y resoplé. La humildad estaba bien, pero ser un mártir era tan malo como creerse el no va más. Me había hartado de aquello.

—Si piensas callarte todas las razones por las que no debería quererte, entonces igual te interesaría saber que me da igual —dije. Bueno, grité—. Conozco lo peor y lo mejor de ti —Hice una pausa para coger aire—. Y quiero estar contigo.

Atisbé algo en su mirada antes de que la apartara. Tensó la mandíbula, con los ojos clavados en la puerta, y justo cuando empezaba a plantearme si formar una barricada delante de ella con mi cuerpo, me atrajo hacia sí y sus labios buscaron los míos.

Me besó como si quisiera absorberme, como si tratara de compensar medio año de momentos perdidos y como si hubiera dejado de luchar lo que yo sabía que era una batalla inútil.

Me sujetó el rostro entre sus manos, y sus besos se hicieron más intensos, tanto que apenas podía respirar; aunque si besarse de aquella manera exigía quedarse sin respiración, renunciaba al oxígeno para siempre. El momento me absorbió. El pasado, las mentiras, el dolor… nada conseguiría entrometerse en el mundo que creábamos juntos.

Le saqué la camiseta del pantalón, se la subí por la espalda y la tiré al suelo. Era la primera vez que me dejaba quitársela, pero yo no tenía suficiente con sentir mis manos sobre su piel. Quería el resto de su piel contra el resto de mi piel.

Jude deslizó las manos por debajo de mi camisón y me lo subió por el vientre, los pechos y luego la cabeza. Recorrió mi cuerpo con la mirada, explorándolo como si grabara en su memoria hasta la última línea, depresión y curva. Sabía que debería haberme sentido incómoda, sentada desnuda y expuesta ante un hombre que había visto a muchas mujeres y que podía tener a la que quisiera, pero era imposible sentirse insegura por la manera en que me miraba.

Me sonrió cuando sus ojos llegaron al final del viaje y se encontraron con los míos. Aquella tonalidad gris, su respiración jadeante, la disposición de su cuerpo. Sabía que nunca había deseado a alguien como lo deseaba a él.

—Jude —dije—, yo…

Las dos últimas palabras no tuvieron continuación cuando su boca aplastó la mía y sus manos me aferraron las caderas para tumbarme en la cama. El calor que desprendía su piel elevó la temperatura de la mía y creó una película de sudor entre ambos. Sus labios se trasladaron a mi cuello, sus manos a mis pechos, y me sentí al borde del precipicio. Pero todavía quería más, necesitaba más.

Estaba tan dispuesta que lo notaba hasta en las puntas de los pies.

Deslicé las manos entre ambos, cogí sus pantalones y le di un tirón al botón de los vaqueros. Se desabrochó, y deslicé la mano en el interior. Jude gimió, a la vez que apoyaba su frente sobre la mía y se apretaba contra mí. Saqué la mano y levanté las caderas hacia él. Dejó escapar un nuevo gemido.

—Maldita sea —jadeó, un instante antes de que su boca volviera a caer sobre la mía.

Me separó los labios con la lengua y tocó la punta de la mía mientras deslizaba los dedos por debajo de mis braguitas. Me las quitó con un solo movimiento, sin sacarme la lengua de la boca.

Estaba en otro mundo. Un mundo extraño, que quería convertir en mi hogar. Había pasión, y calor. De ese que te cala hasta los huesos hasta que acababa formando parte de ti.

Estaba tan cerca de perder el dominio de todo lo que se arremolinaba en mi interior que sabía que no podría aguantar mucho más por el modo en que me tocaba. Por el modo en que me consumía.

Ya totalmente desnuda, lo envolví con mis piernas, elevé las caderas hacia él y empecé a moverme. Todos sus músculos se tensaron y se quedó sin respiración.

—Así no —dijo, resolló, y le propinó un puñetazo a la almohada que yo tenía detrás.

Todo mi cuerpo protestó a gritos.

—¿Así no, cómo? —pregunté, jadeante, apretando las piernas con fuerza. No iba a rendirme cuando estábamos tan cerca.

Cerró los ojos.

—No justo después de que Sawyer Diamond haya estado a punto de violarte —contestó, y se incorporó.

Su piel ya no comprimía la mía, y un escalofrío me recorrió el cuerpo casi de inmediato.

—Jude, estoy bien —repuse, apoyándome sobre los codos, poco dispuesta a desperdiciar la ocasión.

Jude puso los pies en el suelo y se encorvó.

—Pero yo no.

—¿Por qué?

Se pasó las manos por la cara.

—Porque, ahora mismo, estamos haciéndolo mal.

Eso me dolió.

—A mí no me parecía que estuviera tan mal —contesté, intentando no pensar en el hecho de que, seguramente, era la única mujer con la que el legendario Jude Ryder no había llegado hasta el final.

Recogió el camisón del suelo y me lo tendió, sin levantar la vista.

—Por eso mismo. A mí tampoco me parecía que estuviera mal —dijo, cuando se lo arranqué de la mano. Sentí deseos de arrojarlo al otro lado de la habitación para dejar clara mi postura, pero en lugar de eso me lo puse—. Por eso sé que no está bien.

—¿No podríamos dejar los acertijos para mañana? —pregunté, mientras pasaba los brazos por las mangas—. Ahora mismo estoy un poco espesa.

—Me explico con el culo —dijo, y se tiró del gorro, un minuto en silencio—. Luce, es tal el lío que tengo con mi idea de lo que está bien y lo que está mal, que lo que yo veo mal todos lo ven bien. Y lo que yo veo bien todos lo ven mal.

Deseaba estrecharlo entre mis brazos y aliviar la confusión que experimentara, pero me sentía demasiado rechazada para eso.

—Entonces, ¿estás diciendo que, como te parecía bien lo que estábamos haciendo, tiene que estar mal?

No había mejor definición de confuso que aquella.

Asintió con la cabeza.

—Tengo que volver a calibrar lo que está bien y lo que está mal, Luce, y hasta que no sea capaz de arreglar mis historias, debo ir con cuidado contigo.

Me dejé caer en la cama y me cubrí la cabeza con una almohada.

—Ir con cuidado no era lo que había pensado para esta noche —protesté, con la voz amortiguada.

—Lo sé —contestó, acariciándome la pierna—, pero es lo correcto.

Levanté la almohada y enarqué una ceja.

—¿Lo correcto para Jude o lo correcto para los demás? —pregunté, con una sonrisa inocente.

Mi sarcasmo no tuvo ningún efecto en él.

—No estoy seguro —respondió—, y debo estarlo antes de que acabemos —Dirigió una mirada significativa a la cama— haciendo lo que estábamos haciendo.

—Bueno —Me incorporé y me acerqué a él—. Pues date prisa y arregla lo que tengas que arreglar, Ryder.

Apreté mis labios contra los suyos y me retiré cuando sentí que todo en mi interior empezaba a bullir.

—Sí, señora —Sonrió, y me acarició la mejilla con el pulgar—. Solo quiero sentir que está bien, ¿de acuerdo? Quiero que sea perfecto.

Cosa que no estaría mal si viviéramos en un mundo perfecto.

—Si pretendes esperar a que todo te parezca bien y sea perfecto, te ahorraré el suspense y te diré que eso no va a suceder —dije, entrelazando sus dedos con los míos—. Pero si puedes mirarme y decir que quieres estar conmigo, y yo puedo mirarte y saber que quiero estar contigo, entonces carpe diem, baby, porque nada podrá superar eso en perfección.

Asintió con la cabeza y me apretó los dedos.

—Mira que eres lista, Luce —repuso, y me besó en la frente mientras se levantaba—. Nos vemos por la mañana.

Aquello era cada vez más absurdo.

—Sí —contesté, asiéndole la mano—, nos vemos.

Aparté la colcha y le di unas palmaditas al colchón, junto a mí.

Jude observó la cama como si fuera una ecuación.

Y adiviné qué ecuación trataba de resolver.

—¿Bien o mal?

Jude arrugó un lado de la cara.

—No estoy seguro —confesó.

—Pues yo sí —dije, y le tiré de la mano.

Vaciló un segundo, pero tanto si cedió ante mí o lo decidió por sí mismo, se metió en la cama, a mi lado, y me rodeó con sus brazos con tanta fuerza que me resultó difícil respirar.

Hacía casi cinco años que no tenía un sueño tan apacible.