—Se te está derritiendo el helado —advirtió Sawyer, con la mirada en el cuenco que había entre los dos.
Enterré los dedos de los pies en la arena un poco más y me rodeé las piernas con los brazos.
—Ya te lo he dicho dentro, no estoy para helados.
—¿Algo tan grave que no puede arreglarlo un helado? —dijo, al tiempo que lanzaba una piedra al lago—. De acuerdo, hablemos.
—No estoy de humor.
—Pues claro que no —contestó—, por eso tienes que hacerlo. En cuanto lo dejes salir, te encontrarás mejor.
—Lo dudo.
Hablar no cambiaría lo que había visto.
—Probémoslo solo una vez. Yo llevaré el peso de la conversación y todo —Se colocó las gafas de sol sobre la cabeza e inspiró hondo—. Sospecho que tiene algo que ver con Jude y Holly, ¿no?
Oír sus nombres juntos era diez veces peor que oír solo el nombre de ella.
—¿Viene ahora la parte en que te burlas de mí con lo del «te lo dije»? —le solté—. Porque te ahorraré las molestias —Me volví hacia él—. Sí, tenías razón. Me lo dijiste. Jude sigue con Holly.
Otra vez el nudo en la garganta. Estaba tan harta que me habría metido la mano para deshacerlo.
Sawyer suspiró y negó con la cabeza.
—¿Cómo lo has sabido?
—Anoche seguí a ese capullo hasta el parque para caravanas donde vive ella. Tiene un niño, Sawyer —dije. Cogí una piedra y la lancé al lago—. Tienen un hijo, y no creyó necesario mencionármelo —añadí, con la voz entrecortada. Las lágrimas empezaron a afluir al fin—. Tienen un bebé precioso al que empiezan a salirle los dientes y no me lo ha contado.
Cada palabra era un suplicio en sí misma cuando una trataba de hablar al mismo tiempo que sollozaba.
—Ay, mierda, Lucy —Sawyer me pasó un brazo por encima de los hombros—. Lo siento. Esa es justo la razón por la que intenté avisarte sobre ella, antes de que lo tuyo con Jude llegara demasiado lejos. Sabía que te destrozaría cuando lo descubrieras.
—Confiaba en él, Sawyer —repuse, entre lágrimas—. Confiaba en él. Y me mintió. Es que no se puede cagarla más.
Me apartó el pelo, mojado y apelmazado, detrás de la oreja.
—Hay gente que disfruta manipulando a los demás, ¿sabes? Por mucho que le buscaras una explicación más profunda o un motivo honroso, hay gente que no tiene arreglo.
—Bueno, tú tenías razón, y yo estaba equivocada. Jude y yo hemos terminado —dije, recomponiéndome—. Es un capítulo de mi vida que quiero cerrar y no volver a abrir jamás.
—Da la impresión de que necesitas hacer borrón y cuenta nueva —comentó, al tiempo que dejaba caer el brazo al ver que la única consecuencia del ataque de histeria era una cara roja e hinchada.
—Un borrón enorme —contesté, mientras me limpiaba el rímel, que seguramente se me había corrido bajo los ojos.
—Ya sé que esto puede sonarte algo precipitado, pero déjame terminar —empezó a decir, dándose la vuelta para mirarme de frente—. El baile de Sadie Hawkins es la semana que viene y ya les he dicho que no a tres chicas porque les mentí y les expliqué que tenía con quien ir.
Tenía razón. Aquello era ir unos ciento cincuenta kilómetros por hora más rápido de lo permitido.
—Sawyer —le advertí, a punto de ponerme en pie.
—Espera —me pidió, y me puso una mano en la rodilla—. Déjame acabar antes de decir nada.
Volví a sentarme y esperé.
—Así que ahora estoy en un lío, porque, si no aparezco, esas tres pobres chicas sabrán que las he mandado a paseo y, si aparezco con otra, sabrán que les he mentido.
—Un momento —dije, entrecerrando los ojos—. Exactamente, ¿con quién les has dicho que ibas a ir?
Ya sabía la respuesta.
—Contigo —respondió, aunque tuvo la decencia de parecer avergonzado.
—Sawyer —gimoteé, mientras me balanceaba en la arena—, mi vida ya es lo bastante complicada para que ahora vengas tú a liarla todavía más.
—Lo sé, y lo siento, pero aún queda la segunda parte de dejar que acabara de hablar —Inspiró hondo y enderezó la espalda—. Me gustas, Lucy. Más de lo que debería, y bastante, bastante más de lo que yo te gusto a ti. He estado esperando el momento oportuno, esperando a que despertaras y te olieras que Jude iba a romperte el corazón y, ahora que ya ha sucedido, sé que mañana por la mañana habrá al menos media docena de chicos haciendo cola junto a tu taquilla —Se detuvo unos segundos para ver cómo estaba tomándomelo, aunque yo todavía no sabía cómo hacerlo—. Solo te pido un favor: darme una oportunidad. Una sola, y ven al Sadie Hawkins conmigo. Te juro que me comportaré como si solo fuéramos amigos, y quizá, si te apetece, podríamos resolver esto juntos.
No conseguía encontrar la respuesta adecuada.
—Hazlo por mí, Lucy. Esto y nada más y, si luego sigues sintiéndote igual que ahora, te prometo que te dejaré en paz —Por primera vez, la piel bronceada de Sawyer no parecía tan dorada. Estaba pálido, y asustado, e indefenso—. No quiero arrepentirme de nada en esta vida y sé que no habrá día que no me arrepienta si no nos damos al menos una oportunidad.
Mi vida se había convertido oficialmente en un culebrón.
Porque Sawyer era un amigo y me había defendido desde el principio, a pesar de haberle dado la espalda en numerosas ocasiones, y porque me sentía en deuda con él, dije:
—Vale. Iremos juntos al baile.
—Nos lo pasaremos en grande, te lo prometo —aseguró—, y te puedo garantizar que no mantengo ningún hijo ilegítimo en secreto.
Le dirigí una mirada asesina.
—Disculpa —dijo—, eso ha sido de mal gusto.
—De muy mal gusto.
Me tomó la mano y entrelazó sus dedos con los míos.
—Vamos a darnos una oportunidad, Lucy. Despacio y con calma, y ya veremos qué ocurre.
—Despacio. Y. Con calma —insistí, porque sabía que, en teoría, Sawyer lo tenía todo.
Era lo que llevaba a las mujeres a pelearse como gatas y a beber y a desmayarse. Era la versión en vainilla del chocolate de Jude. Lo tenía todo: atractivo, dinero, personalidad, pero le faltaba una cosa. Y era mi corazón.
—Caminaremos antes de echar a correr —dijo, al tiempo que me apretaba la mano.