Había montado toda una operación de vigilancia sobre mi propio novio. Para que luego hablara de la confianza que había afirmado tener en él con tanta seguridad hacía un par de horas. Sufría tales altibajos, tales cambios emocionales, que un diagnóstico bien podría determinar que estaba tarada. No habría resultado nada inusitado.
Southpointe, tal como se esperaba, desbancó por completo al equipo que encabezaba la liga y se convirtió, por primera vez en la historia, en el primer clasificado. A partir del descanso, Jude se comportó como si una victoria por veinticuatro puntos fuera inadmisible y aumentó la diferencia en otros veintiuno. Aquello era como asistir a un partido de dioses contra mortales, y Jude interpretaba el papel de Zeus.
Por mi parte, había conseguido aguantarme y menear bien el culo durante el descanso, antes de correr al vestuario de las chicas y cambiarme de ropa para poder pasar desapercibida entre la masa de fans apasionadas que llenaba las gradas. Sabía que Jude me estaría buscando, y que se sentiría dolido por no verme animándolo junto a la línea de banda, pero no me encontraba de humor para animarlo. Ni siquiera para fingir que lo animaba, y no podía darle motivos para que sospechara que algo no iba bien.
No podía permitir que mirara atrás buscando a su chica y la identificara agachada junto a la rueda del coche con la cabeza cubierta por la capucha, porque entonces no podría haber abandonado mi papel de novia comprensiva y llena de confianza y seguirle para ver adónde se dirigía esa noche.
Hacía casi una hora que había terminado el partido y prácticamente todos los vehículos de los jugadores habían desaparecido cuando Jude salió por fin del vestuario. No lo acompañaba Scottie Meyers. Iba solo.
La gente siempre habla de momentos como ese, en que tienes dos opciones y solo puedes elegir una. Solo puedes elegir un camino, y no hay vuelta atrás. Opción número uno: bajarme del coche de un salto, echar a correr y arrojarme en sus brazos, y luego continuar haciéndome la tonta. De esta opción me atraía casi todo.
Opción número dos: permanecer escondida y seguirle hasta donde me llevara, lo que con suerte haría que llegara al fondo de la historia de la tal Holly o que descubriera que Sawyer era un mentiroso de mierda. Esta opción no me atraía en absoluto, pero era por la que debía decantarme.
Y es que yo no era una de esas chicas capaces de ponerse una venda en los ojos cada vez que su novio salía por ahí. No era una de esas chicas que cree que la confianza es algo condicional y abierto a interpretaciones. Yo era de las que preferían enterarse de si su novio se estaba cepillando a alguna ex a sus espaldas; porque así, aunque me quedara destrozada y se me partiera el corazón, por lo menos sabría la verdad. Supongo.
Jude abandonó el aparcamiento y avanzó campo a través. Se dirigía hacia el sur.
Precisamente hacia donde estaba SouthView Park.
Fuera a donde fuese, iba a pie, lo que significaba que era imposible seguirlo con el Mazda.
Por eso me largué de allí y me dirigí al lugar al que era más probable que fuera y, al mismo tiempo, donde menos deseaba encontrarlo.
No sabía por dónde se iba al parque para caravanas. No era precisamente un lugar por el que soliese dejarme caer durante las vacaciones de verano, pero tras unos cuantos desvíos erróneos y otros tantos acertados, y gracias a la ayuda del empleado de una gasolinera, llegué al parque para caravanas de SouthView, donde se disfrutaba de LAS MEJORES VISTAS DE LA ZONA, según rezaba el cartel.
El parque no era muy grande, tan solo había dos hileras de caravanas, que se extendían a lo largo de aproximadamente medio kilómetro de carretera. Allí no había vista panorámica alguna, a menos que te fijaras en la chapa herrumbrosa de la caravana vecina, y no se observaba ni una sola jardinera ni ningún tiesto colgado. Reparé en ello porque era el primer año que no poníamos flores en la entrada de casa. La gente no compraba flores cuando andaba preocupada por poder pagar la factura de la luz y se alimentaba a base de comida barata.
Aparqué el coche en un rincón que las farolas no alcanzaban a alumbrar, con la esperanza de que Jude no hubiera llegado antes que yo; de hecho, esperaba que no apareciera por allí, porque si lo hacía, si lo veía subirse a la caravana de otra chica un jueves a altas horas, sabría la verdad. Sabría que todo lo que creía que había entre nosotros era falso. Y en adelante me cuestionaría todas y cada una las historias de amor que viviera.
Aunque sabía lo que acabaría ocurriendo, me aferraba a mi última esperanza de estar equivocada y de que Jude no acudiera a llamar a la puerta de Holly.
Sin embargo, al cabo de un minuto observé una silueta familiar que se introducía entre un par de caravanas y avanzaba en mi dirección por el camino bordeado de maleza. Pasó bajo las farolas, que lo iluminaron antes de volver a sumirlo en la penumbra. Llevaba dos bolsas de plástico transparente.
Casi había llegado al final del trayecto, tan solo un par de vehículos lo separaban del Mazda a oscuras, y entonces me di cuenta de que no estaba allí para llamar a la puerta de ninguna caravana; había acudido a buscarme a mí. Me había divisado avanzando en zigzag por la carretera que bordeaba el pueblo, como alguien empeñado en cumplir un objetivo, y de algún modo me había seguido hasta allí para tratar de hacerme entrar en razón. No me preocupaban las preguntas que pudiera hacerme ni las explicaciones que tendría que darle, porque había venido por mí. Sawyer podía meterse sus valiosas confidencias por donde le cupiesen.
Estaba recordando cómo se sonreía cuando Jude pasó junto a la última caravana. Estaba a punto de abrir la puerta del coche, abalanzarme sobre él y besarlo hasta dejarlo sin sentido. Pero, de repente, dobló la esquina, subió los peldaños del cacharro herrumbroso y llamó.
Se me partió el corazón.
Contuve la respiración mientras aguardaba a que respondieran dentro de la caravana.
La puerta chirrió al abrirse y una tenue luz amarillenta iluminó a Jude. Me dije que aquel no era el hombre de quien estaba enamorándome. Apareció una chica más o menos de mi misma edad, con un bonito vestido veraniego y una sonrisa aún más bella. Se parecía un poco a mí, pero llevaba el pelo más corto.
Le echó los brazos al cuello, y él también la abrazó y la elevó de puntillas sobre el suelo.
Eso no estaba ocurriendo; era un sueño, una pesadilla.
El ambiente del coche empezó a resultarme sofocante. Bajé la ventanilla y aspiré el aire fresco a bocanadas.
—Llegas tarde —dijo la chica, después de que Jude la dejara en el suelo. Estaba segurísima de que era Holly.
—Es normal, he tenido que andar varios kilómetros después de jugar un partido a última hora de la tarde —contestó él, apoyándose en la barandilla de la escalera—. Pero por lo menos he conseguido venir, ¿no?
Holly le frotó el brazo mientras lo miraba como si fuera el sol, la luna y las estrellas juntas. Conocía esa expresión de admiración, pero tras esa noche mi rostro no volvería a mostrarla jamás.
—Siempre lo consigues —repuso Holly, y esbozó una sonrisa tímida—. ¿Qué tal ha ido el partido?
—Bien —contestó Jude—. Les hemos dado una buena paliza a los del Valley.
—Se lo merecen —dijo ella, y se despojó del jersey. Tenía los dos brazos llenos de intrincados tatuajes, desde la muñeca hasta el hombro. Me habría sentido mejor si hubiera sido más bien feúcha, pero no lo era. Era más guapa que yo—. Me gustaría haber ido, pero aún no estoy preparada para hacer frente a según qué situaciones.
—Sí, seguramente es mejor así.
En ese momento un llanto procedente del interior de la caravana rompió la quietud de la noche. Un llanto que aumentó el vacío que notaba en mi interior.
—Un momento —dijo ella levantando un dedo, y entró en la caravana.
Jude permaneció donde estaba, contemplando el cielo nocturno, y de repente se puso tenso. Se separó de la barandilla de un empujón y miró a un lado y luego al otro. Estaba a punto de darse media vuelta, y yo estaba a punto de salir echando leches de allí, cuando Holly volvió a aparecer en la puerta con algo en los brazos.
Un bebé.
Ese era el momento en que sabía que debería haber salido del coche, haber subido aquellos peldaños que se caían a trozos y haberle soltado a Jude Ryder cuatro frescas y un bofetón. Sin embargo, no lo hice, porque me di cuenta de que Holly y el bebé se habían cruzado en su camino bastante antes que yo. Jude formaba parte de su vida antes de que yo me hubiera planteado siquiera si quería que formara parte de la mía.
—¿No se supone que este muchachito debería estar durmiendo? —preguntó Jude, y miró al bebé con una mueca divertida.
El niño profirió unos grititos con alborozo y agitó sus pequeñas manos.
—Le están saliendo los dientes —contestó Holly, y suspiró.
—Déjame cogerlo —pidió Jude. Dejó las bolsas a los pies de Holly y extendió los brazos.
Ella le entregó el bebé, y este dejó de llorar de inmediato mientras Jude lo mecía y le daba palmaditas en la espalda.
—Gracias por traer pañales y leche, Jude —dijo, recogiendo las bolsas—. Estaba a punto de cortar las sábanas para fabricarle pañales caseros.
—De nada —contestó Jude, y besó al bebé en la coronilla—. Cuenta conmigo siempre que me necesites.
—No sé qué haríamos sin ti —señaló ella mirando al bebé, y su voz denotaba cierta tristeza.
—Os las apañaríais, Holly —la tranquilizó él, y obsequió al pequeño con otra mueca—. Pero me alegro de servirte de ayuda.
—Bueno, ¿piensas dormir al raso? —soltó ella, poniendo un brazo en jarras.
—Preferiría dormir en otro sitio —contestó él, con una sonrisa.
—Pues entra —lo invitó ella, tras hacerse a un lado—. Tengo planes para esta noche.
—Ostras, pequeño Jude —dijo él, sosteniendo al bebé frente a sí—. Tienes una mamá muy mandona.
Holly suspiró, asió a Jude por el brazo y lo hizo pasar. Luego cerró la puerta.
Tenía que marcharme de allí. Tenía que regresar a casa. Tenía que olvidarme de Jude. Tenía que llorar con ganas para arrancármelo de las entrañas.
Esperé unos minutos más y, cuando la luz del cuarto trasero se apagó, di la vuelta a la llave en el contacto. No pensaba estar allí cuando el cacharro empezara a traquetear con los meneos de aquel par.
Salí a toda pastilla del parque para caravanas, y durante el camino de vuelta a casa no veía bien la carretera, porque era incapaz de contener las lágrimas. Así que Sawyer tenía razón y yo estaba equivocada. No podía confiar en Jude, nunca debería haberlo hecho. Él mismo me había prevenido, pero fui tonta y no quise escucharlo.
Mi novio, mi ex novio, aunque tampoco estaba segura de que mereciera ese nombre, llevaba una doble vida en una caravana destartalada. Esas cosas solo ocurrían en las películas.
Cuando llegué a casa, aferraba el volante con las manos temblorosas. La cabaña estaba a oscuras, lo cual era la primera cosa buena que me había ocurrido en la última hora.
En cinco segundos hube cruzado la puerta y subido la escalera. Me deslicé en mi habitación sin hacer ruido, cogí la bolsa con las prendas que pensaba ponerme para que Jude me las quitara y la arrojé al cubo de la basura. Luego me dejé caer en la cama, consciente de que, si hacía el mínimo movimiento, el muro que contenía todo un mar de lágrimas se derrumbaría. Y era incapaz de decidir si lo que más me convenía era desahogarme o mantenerme en mi sitio.
Creía que Jude era el tipo de chico a quien debía darse una segunda oportunidad, pero después de lo que había visto esa noche ya no me parecía que el esfuerzo mereciera la pena.
Me incorporé llena de frustración, y entonces mis ojos repararon en algo que había sobre el escritorio. Un sobre amarillo que había permanecido intacto hasta esa noche.
Lo cogí y lo rompí para abrirlo. Se me antojaba más fácil aceptar mi futuro ahora que el presente era tan gris.
Sostuve la primera hoja frente a mí y leí por encima el párrafo inicial en busca de la información relevante. Y, de repente, noté que me faltaba la respiración y me dejé caer al suelo.