Capítulo
16

Transcurrieron varias semanas, y los rumores sobre la foto quedaron enterrados en el fondo de la pila de los dramas cuando en la ciudad todas las conversaciones pasaron a girar en torno al nuevo quarterback de Southpointe High.

Sin ayuda de nadie, Jude había convertido un equipo con una mala fama histórica en el primero de la liga. Íbamos cuatro a uno, y el único partido que habíamos perdido había sido el primero de la temporada, antes de que yo hubiera insistido en que Jude entrara a formar parte del equipo. Estoy segura de que el entrenador A tuvo que tocar un millón de teclas para conseguirlo, pero la cuestión es que no expulsaron a Jude ni se suspendió ningún partido por culpa de su escapada con el coche supuestamente robado. Puede que parte del mérito fuera mío, porque un día arrinconé al entrenador en su despacho y le supliqué que concediera a Jude una segunda oportunidad. Cuando ya estaba a punto de dejarlo correr, él suspiró.

—No puedo negarle nada a la hermana de quien en otro tiempo fue mi gran estrella —accedió.

Premié su fe ciega preparándole galletas con gotas de chocolate todos los días durante una semana. Por la forma de jugar de Jude, casi tuve la sensación de que también él estaba premiando con anotaciones y victorias la confianza que el entrenador había depositado en él. Volvía a reinar el orden universal, aunque sabía que no duraría mucho.

Le dije a Jude que esperaba la mitad de sus ganancias cuando fuera un gran quarterback de la liga nacional, y él me aseguró que podía quedármelo todo. Lo irónico del caso fue que, justo el día después de haberle dicho eso, al entrenador A le llegó la noticia de que un grupo de cazatalentos se personaría en el partido del jueves siguiente. Los chicos del equipo se pavoneaban de ello, pero todo el mundo sabía que el único motivo por el que una decena de ojeadores se molestaría en asistir a un partido de Southpointe era el inigualable Jude Ryder.

—Es todo un espectáculo verte vestida con las lentejuelas doradas y el satén rojo —dijo alguien, a quien había estado evitando, cuando salí al terreno de juego junto con el resto del grupo de danza para amenizar el intermedio.

Suspiré y busqué a Jude con la mirada. Lo vi destacar en medio de un grupo de alumnos que a su lado parecían liliputienses. Estaban en plena reunión.

—Hola, Sawyer —contesté. Podría haber respondido con mayor entusiasmo, pero tenía mis motivos para querer evitarlo. Si Jude lo consideraba alguien con quien no había que mezclarse, era por algo.

—¡¿Qué?! —exclamó, acercándose a mí—. ¿Eso es una respuesta? Imposible.

—Estás recordándome por qué llevo días evitando hablar si andas cerca —solté, mientras intentaba estirarme al máximo el top de lycra. Como la mayoría de los grupos de danza de instituto, el de Southpointe seguía la filosofía del menos es más a la hora de elegir indumentaria, aunque hasta que Sawyer me desnudó con la mirada no había reparado en lo poco tapada que iba.

—Lo siento —dijo él, y yo me desplacé hacia un lado—. No estoy acostumbrado a que me rechacen así —Se cruzó de brazos y examinó el terreno de juego mientras los equipos se alineaban. Me separé un poco más de él, por si a Jude le daba por mirar hacia allí antes del saque. Si veía que Sawyer se me había acercado, era capaz de abandonar el campo en mitad del partido—. ¿Qué tal le va a Jude? —preguntó, con tirantez.

Con toda la intención, miré el jersey que Sawyer llevaba remetido en los tejanos y luego el lugar que ocupaba en el banquillo.

—Genial.

Sawyer se echó a reír y miró el marcador.

—Eso ya lo veo. Si sigue dominando así el resto del partido, mañana por la mañana le lloverán ofertas de veinte equipos como mínimo.

Miró hacia las gradas y centró la atención en el grupo de cazatalentos. La decena se había convertido en una veintena, y ni uno solo de ellos había apartado los ojos de Jude en todo el tiempo. Se les caía la baba, y yo me sentía tan orgullosa de él que había planeado algo muy especial para esa noche. Para mi gran consternación, durante las semanas anteriores, Jude había insistido en que nos tomáramos las cosas con calma, pero, seguro que con la ropa interior que llevaba y lo que tenía pensado, cambiaría de opinión.

Me olvidé de que Sawyer estaba ahí hasta que se aclaró la garganta.

—Te he echado de menos, Lucy.

Mierda. Era lo último que me hacía falta en ese momento. El grupo de danza estaba preparándose para salir al campo, y yo estaba prácticamente segura de que Jude acababa de ver a Sawyer a mi lado. Me introduje más entre mis compañeras.

—¿Por qué me rehúyes? —preguntó Sawyer, y volvió a acercárseme con sigilo—. ¿Qué te ha dicho Ryder para ponerte tan en contra de Sawyer Diamond?

Había resistido al impulso durante tres semanas, pero en ese momento estaba muy a punto de seguir el consejo de Jude y soltarle una patada en los huevos.

—Te rehúyo porque Jude me lo aconsejó, porque cree que no debo mezclarme contigo —contesté. Aunque creía que no tenía por qué darle explicaciones, me sentaba bien decirle cuatro cosas.

—¿Y siempre haces todo lo que Ryder te dice?

Vale, eso sí que me tocó las narices. Que diera por sentado que tenía la sangre de horchata y que hacía todo lo que decía mi novio me puso de inmediato en modo cabreo.

Me volví hacia él, me acerqué un paso y luego otro, hasta que lo acorralé contra la valla.

—Escúchame bien, imbécil arrogante —dije, poniendo los brazos en jarras para no soltarle un bofetón—. Te rehúyo porque no me caes bien. No me gustan tus miradas lascivas, ni tus sonrisitas, ni que te creas con derecho a hablarme así. No me gusta la forma en que te pavoneas por los pasillos como si el instituto fuera tuyo y, desde luego, no me gusta que todos los días en el comedor te dediques a tirarles el maíz de la ensalada a los de la banda de música. Eres pretencioso, y solapado, y grosero —le espeté, y me disponía a añadir un centenar de insultos más cuando oí la sirena que anunciaba el final del cuarto—. Y feo —rematé, sabiendo que era lo que más le dolería a un tipo como Diamond.

—¿Ya le has preguntado por Holly? —soltó él de repente, tras darse impulso en la valla y acercarse un paso a mí.

Yo retrocedí.

—No hace falta —repliqué—. Confío en él. Confianza, Sawyer. A lo mejor te animas a buscar la palabra en el diccionario y algún día decides ponerla en práctica.

—Pues a lo mejor tú y tu confianza deberíais seguir a Jude hasta una carraca de caravana aparcada en SouthView —dijo él, regresando al banquillo—. Igual descubres que es Jude quien debe buscar «confianza» en el diccionario.

Esperé a que Sawyer se diera la vuelta antes de dejarme caer de espaldas en el césped. No podía respirar. No podía moverme. Y en cuestión de tres minutos tenía que hacer de bailarina principal en una coreografía completamente nueva. Estaba cabreada conmigo misma por dejar que Sawyer se me acercara, y aún lo estaba más por permitirle que volviera a sembrar la duda en mí. Podía confiar en Jude. Confiaba en él.

Entonces, ¿por qué notaba el corazón en la garganta? ¿Por qué tenía la sensación de que estaba a punto de explotarme el estómago? ¿Por qué odiaba el nombre de Holly sin ningún fundamento?

El grupo de danza formaba un círculo alrededor, todas mis compañeras estaban arrodilladas en torno a mí y me preguntaban si quería un poco de agua. Sacudí la cabeza mientras observaba a Jude guiar al equipo fuera del campo. Podía confiar en ese chico. Estaba enamorándome de ese chico.

Como si me leyera el pensamiento, en ese preciso momento él levantó la cabeza y su mirada recayó en mí. Mantuvo la sonrisa hasta que observó mi expresión. Entonces frenó en seco y una recua de jugadores lo pasó de largo. Su sonrisa se desvaneció mientras cruzaba corriendo el campo en mi dirección.

«Ahora no, ahora no», me dije. El momento del descanso, cuando una veintena de los entrenadores más selectos del país estaba observándolo, no era el mejor para sacar a relucir a Holly. Más tarde, después del partido, podría ahuyentar el fantasma que acechaba mis pensamientos.

—Luce —me llamó, quitándose el casco—, ¿estás bien? —Levantó las manos y me acarició la cara.

La respuesta sincera era «no», pero tenía que decir «sí». Tal vez a mí también me hiciera falta revisar en detalle la definición de confianza.

—Estoy bien —dije, y apoyé la mejilla en su mano—. Solo me encuentro un poco mareada. He vuelto a olvidarme de cenar —Puse los ojos en blanco, como si fuera un caso perdido.

—¡Que alguien traiga un poco de agua! —gritó Jude—. ¡Y una barrita de cereales o algo así! —Me besó con suavidad—. Joder, chica. Eres muy importante para mí, así que haz el favor de comer, ¿de acuerdo?

Yo asentí y cogí el vaso de plástico que alguien me ofrecía.

—Tengo una línea defensiva que necesita que le metan tralla, así que será mejor que me marche —Me besó en la mejilla y se puso en pie.

—Y unos cuantos cazatalentos a quienes debes impresionar —añadí, y di otro sorbo.

—Ese tema ya está resuelto —dijo, y volvió a colocarse bien el casco.

Yo sonreí.

—Muy bien, sobrado, vete corriendo. Te espero después del partido. Tengo algo planeado —dije, enarcando las cejas.

Él se quedó parado y miró atrás con expresión indescifrable.

—Oye, Luce, déjalo para otro momento, ¿vale? A estas horas ya me duele todo y tendré suerte si consigo llegar a casa por mi propio pie. ¿Qué tal mañana por la noche?

La sensación explosiva del estómago alcanzó su punto álgido.

—¿No quieres que te lleve en coche a casa?

—Meyers se ha ofrecido —contestó, y miró a lo lejos del campo—. Así no tendrás que esperarme y aguantar que un niño crecidito te llore pidiendo hielo y analgésicos.

Me había quedado sin habla.

—Tengo que irme, Luce —dijo, y se echó a correr marcha atrás—. Mañana te llamo —Mientras se dirigía al túnel del equipo de Southpointe, se volvió y me gritó—: ¡Ahora te toca a ti demostrar lo que vales meneando el culo en el campo, Luce! ¡No me decepciones!

Yo incliné la cabeza sobre las rodillas.

—Tú tampoco a mí.