12

Los días fueron pasando mientras ella intentaba decidir qué hacer. Una parte de sí misma estaba desesperada por quedarse con Vane mientras que a la otra le aterraba la idea. La tessera no había hecho acto de presencia hasta el momento, pero eso no quería decir que pudieran, o debieran, bajar la guardia.

Era el día de Acción de Gracias y estaba en su dormitorio, en casa de Valerio, con un nudo en el estómago. Sus padres los habían invitado a los tres (a Vane, a Fury y a ella) a la tradicional cena de los McTierney.

Le había hablado a su familia de su nuevo «novio» y no tenía ni idea de cómo reaccionarían al verlo. Ninguno había apreciado demasiado a Taylor y sus aires de grandeza. De hecho, su padre jamás le había dirigido más de dos palabras cuando lo había llevado a su casa.

¿Qué dirían si alguna vez descubrían que Vane y su hermano eran lobos? En fin, les gustaban los animales, pero…

La mera idea le provocaba náuseas.

Inspiró hondo antes de encaminarse a la planta baja, donde Fury y Vane la esperaban en la salita.

Fury vestía unos vaqueros, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra. Vane llevaba vaqueros negros y un jersey gris de cuello de pico que dejaba a la vista una camiseta blanca.

—¿Tengo que cambiarme de ropa? —le preguntó Fury a su hermano—. Nunca he estado en una cena de Acción de Gracias, ¿y tú?

—No, y tampoco sé qué ponerme. Le preguntaremos a Bride cuando baje.

Fury se frotó la nuca.

—Tal vez esto sea una mala idea.

—No sé qué te preocupa tanto, Fury. Al menos a ti te criaron los arcadios. Yo no tengo ni idea de lo que significa una «fiesta familiar». Salvo por los Peltier, que son unos bichos raros, los katagarios no solemos celebrar fiestas.

—Los dos estáis estupendos —les dijo al entrar en la salita. En cierta forma, resultaba enternecedor saber que estaban tan nerviosos como ella—. Eso sí, no enchuféis nada aunque os lo pidan.

Fury soltó una carcajada nerviosa ante el comentario. Vane no pareció encontrarlo en absoluto gracioso mientras se ponía en pie.

—No os preocupéis —les aseguró—. Mis padres no muerden… mucho.

A juzgar por la mirada que intercambiaron antes de que Vane le ofreciera el brazo y la condujera hacia la puerta, saltaba a la vista que ninguno se fiaba demasiado de ella.

Se detuvo al llegar a los escalones de entrada de la mansión cuando vio el elegante Jaguar XKR Coupé negro metalizado.

—¡Vaya! —exclamó—. ¿De quién es?

—De Otto —respondió Vane mientras la acompañaba hasta el coche—. Está en Nueva Jersey pasando las vacaciones en familia y me lo ha prestado para ir a casa de tus padres.

—¿No tenía un Chevy IROC rojo destartalado?

Fury se echó a reír.

—Ese es para cabrear a Valerio. El Jag lo tiene en casa de Nick y lo usa los fines de semana.

—Menudo sinvergüenza… —dijo con una carcajada cuando Vane le abrió la puerta para que se sentara. Fury lo hizo en el asiento trasero, detrás del conductor.

Valerio acabaría matando a su escudero algún día, ya que Otto no parecía cansarse de tocarle las narices.

Una vez que estuvo sentada, Vane le cerró la puerta y fue al lado del conductor. Joder, la forma de andar de ese hombre dejaría boquiabierta a cualquiera. Nadie tenía derecho a ser tan masculino. Subió al coche con suma agilidad y lo puso en marcha. Sus manos aferraron el volante y la palanca de cambios y ella no pudo evitar que se le fueran los ojos tras ellas. Si Fury no estuviera en el asiento trasero, no llegarían a casa de sus padres.

Vane se aferró con fuerza al volante mientras escuchaba con atención las indicaciones de Bride para llegar a la casa de sus padres, situada en Kenner, a unos veinticinco minutos de la de Valerio. Nunca había estado tan nervioso. Y la cosa empeoraba porque Fury no paraba de removerse en el asiento trasero.

Una y otra vez se repetía que tenía que hacer aquello. Si al final se quedaban juntos, Bride querría que conociera a su familia. No podía alejarla de la gente a la que quería. Sin embargo, la situación era incómoda de cojones.

¿De qué iban a hablar?

«Hola, soy Vane y por la noche le aúllo a la luna en forma de lobo. Me acuesto con su hija y no creo que pueda vivir sin ella. ¿Puedo coger una cerveza? ¡Por cierto, ya que estamos! Permítanme que les presente a mis hermanos. El que me acompaña es un lobo letal conocido por matar a cualquiera que lo mire mal, y el otro está en coma porque unos vampiros estuvieron a punto de dejarlo seco después de que nuestro celoso padre nos condenara a muerte.»

Sí, eso sin duda rompería el hielo.

Además, ¿qué iba a decirles Fury? Ya lo había amenazado de muerte si avergonzaba a Bride de alguna manera.

Ojalá no fuera él quien la pusiera en un aprieto.

Aquello iba a ser un chasco seguro.

Llegaron a la rampa de entrada de una casa de estilo colonial antes de lo que le habría gustado. Había cinco coches aparcados.

—Mi hermano y mi hermana —les explicó Bride antes de abrir la puerta del coche.

—Dum dum dum, duuum. —Fury comenzó a canturrear la musiquilla de Dragnet[12] desde el asiento trasero.

—Cierra el pico —le ordenó al salir. Aunque para ser sinceros, escucharlo canturrear le resultaba en cierto modo reconfortante, ya que le recordaba al extraño sentido del humor de Fang.

Fury salió el último y caminó a su lado mientras Bride los precedía hasta la puerta.

Tenía la sensación de dirigirse a su propia ejecución. Padres… Joder.

Bride llamó a la puerta y después se giró para regalarles una sonrisa alentadora.

Él se la devolvió lo mejor que pudo.

La puerta se abrió y en el vano apareció una mujer un poco más baja que Bride y con la misma constitución. Las canas veteaban su cabello negro, el cual llevaba corto, y su rostro era una versión entrada en años del de Bride.

—¡Cariñín! —exclamó la mujer antes de abrazar con fuerza a su hija. Mientras la abrazaba, clavó los ojos en él.

Le entraron unas repentinas ganas de vomitar y sintió el impulso de retroceder. Claro que no podía hacerlo, ya que Fury estaba detrás de él en los escalones.

—Tú debes de ser Vane —dijo la mujer con voz alegre—. Me han contado muchísimas cosas sobre ti. Por favor, pasad.

Bride fue la primera en entrar en la casa. Él la siguió y se giró cuando Fury entró con las manos en los bolsillos.

—Y tú debes de ser Fury —dijo la madre de Bride al tiempo que le tendía una mano—. Yo soy Joyce.

—Hola, Joyce —replicó Fury, aceptando el apretón.

En un principio creyó que la mujer lo saludaría del mismo modo; pero, en cambio, le dio un fuerte abrazo y unas palmaditas en la espalda antes de soltarlo.

—Sé que debéis de estar muy nerviosos. Pero no tenéis por qué. Esta es vuestra casa y…

Un enorme rottweiler se acercó a ellos corriendo desde la parte trasera de la casa y se abalanzó sobre él.

—¡Titus! —lo reprendió Joyce.

El perro no le hizo ni caso y se tendió de espaldas en una postura de sumisión.

Vane se agachó y lo acarició para dejarle claro que reconocía su rango al tiempo que reafirmaba su condición de alfa.

—Vaya, qué cosa más rara —dijo Joyce—. Titus suele intentar comerse a cualquier desconocido con el que se cruza.

—Vane tiene mucha mano con los animales —comentó Bride.

Su madre sonrió.

—Eso es bueno porque así te sentirás como en casa en el Zoo McTierney.

Titus se levantó y se acercó a Fury para lamerle los dedos. Su hermano acarició la cabeza del animal mientras él echaba un vistazo a la acogedora casa, que estaba decorada al estilo rústico. Los sofás de cuero estaban atestados de cojines.

En un rincón había una percha para algún pájaro que en esos momentos estaba vacía y un enorme acuario de agua dulce en la pared más alejada. Escuchó a otros perros en el patio y los trinos de lo que parecía una inmensa bandada de pájaros en el piso superior.

—Los hombres están fuera —dijo Joyce mientras los conducía hacia la parte trasera. Dejaron atrás tres terrarios que albergaban una enorme boa constrictor, algún tipo de lagarto y dos jerbos—. Hace unos días tu padre recogió otro perro abandonado al que no hay modo de tratar. El pobre no come y ataca a cualquiera que se le acerque.

—¿Qué le pasa? —preguntó Bride.

—No lo sé. La protectora de animales lo sacó de una zanja donde alguien debió de tirarlo. Le habían dado una paliza espantosa y estaba minado de lombrices.

Vane sintió una punzada de lástima.

Entraron en la cocina, donde había una rubia alta y delgada batiendo algo en un cuenco.

—Mamá, ¿cuánta sal…? —La pregunta se convirtió en un grito cuando se giró y vio a Bride—. ¡Hola, hermanita! —exclamó antes de asfixiarla con un fuerte abrazo.

Bride se lo devolvió antes de apartarse para hacer las presentaciones.

—Deirdre, te presento a Vane y a su hermano Fury.

El escrutinio al que lo sometió la hermana mayor de Bride lo puso tenso. No le caía bien. El animal que llevaba dentro lo supo de inmediato.

Aun así, Deirdre le tendió la mano.

—Hola —lo saludó con una sonrisa fingida.

—Hola —replicó él, estrechándole la mano.

Después hizo lo mismo con Fury.

—No encontré los dulces bajos en calorías que querías, Bride —dijo Joyce mientras se acercaba al horno para echarle un vistazo al pavo—. Lo siento.

—No pasa nada, mamá —la tranquilizó Bride—. La verdad es que prefiero tu bizcocho.

La mujer se quedó un tanto sorprendida, pero no dijo nada. Justo cuando se apartaba del horno, entraron en la cocina dos gatos persiguiéndose a toda carrera.

—¡Profesor! ¡Marianne! —exclamó Joyce mientras le tendía el paño de cocina a Bride—. ¡Madre mía! Será mejor que los coja antes de que se encuentren con Bart y se los coma. —Dicho esto, salió disparada de la cocina.

—¿Bart? —le preguntó Fury a Bride.

—El caimán que vive en el patio. Mi padre lo curó el año pasado cuando estuvo a punto de morir por culpa de la trampa de un cazador furtivo y siempre se las apaña para escaparse de la jaula.

Fury se frotó la mejilla.

—Ojalá hubiera conocido a tu padre cuando me quedé atrapado en una, aún me… —Se calló de golpe al darse cuenta de que Deirdre lo estaba mirando con una expresión curiosa—. En fin, da igual.

—¡Hola, Bride!

Vane se tensó cuando un hombre muy alto y musculoso apareció en tromba por la puerta trasera y levantó a Bride para abrazarla con fuerza.

Ella se echó a reír.

—¡Bájame, Patrick!

El tipo gruñó mientras la obedecía.

—No me mangonees, mocosa. O te tumbaré como si fueras un saco de patatas.

Bride resopló ante el comentario, pero él lo vio todo rojo.

—Ni se te ocurra ponerle la mano encima.

Bride levantó la vista al escuchar la sinceridad que encerraban las palabras de Vane, pronunciadas con un gruñido. Su expresión le hizo temer por la seguridad de su hermano.

—No pasa nada, Vane —se apresuró a decirle—. Solo está bromeando. No me ha hecho daño desde que éramos niños y en aquella ocasión fue un accidente.

—O eso es lo que digo siempre —soltó su hermano al tiempo que le tendía la mano a Vane—. Me alegro de comprobar que mi hermana está en buenas manos. Soy Patrick McTierney.

—Vane Kattalakis.

—Encantado de conocerte. No te preocupes. Preferiría cortarme una mano antes que hacerle daño a alguna de mis hermanas.

El comentario hizo que Vane se relajara visiblemente.

—Y tú debes de ser su hermano —siguió Patrick—. Fury, ¿verdad?

—Hola —dijo el aludido, estrechándole la mano—. Lo sé, lo sé, el nombrecito se las trae.

Patrick se echó a reír.

—¿Queréis una cerveza?

Fury miró a Vane en busca de confirmación.

—Sí, a mí me vendría genial —contestó este por su hermano.

Patrick metió la cabeza en el frigorífico y sacó dos botellas de cerveza que después les ofreció.

Mientras las abrían, Patrick metió la mano en la ensalada de patatas.

—¡Deja eso! —masculló Deirdre mientras le golpeaba la mano con una cuchara.

—¡Ay! —se quejó su hermano apartando la mano para lamerse los dedos.

—Lárgate de aquí, Pat, o te juro que le echo tu comida a los perros.

—Como tú digas. Seguro que estás de mala leche por el síndrome premenstrual. —Les hizo un gesto a Fury y a Vane—. Si sois listos, os vendréis conmigo.

Vane titubeó.

—Llámame si necesitas que te salve de Patrick o de mi padre —le dijo Bride antes de ponerse de puntillas y darle un beso en la mejilla.

Estaba a punto de marcharse en pos de Fury y Patrick cuando captó la mirada furiosa de Deirdre. Una vez en el patio, vio a Joyce intentando que los dos gatos entraran en la casa.

Le pasó su cerveza a Fury y cogió a la gata en brazos. El animal se tensó un instante, pero después se relajó.

—¿Quieres que la lleve dentro?

Aliviada, Joyce asintió con la cabeza mientras le hacía mimos al macho.

Él abrió la puerta y dejó a la gata dentro.

—No vuelvas a hacerlo, Marianne —le dijo.

El animal le acarició la mano antes de salir pitando.

—Gracias por ayudarme —le dijo Joyce al pasar a su lado.

Cumplida la tarea, volvió con Fury y Patrick.

—Dime, Vane, ¿a qué te dedicas? —le preguntó este.

Fury lo miró con sorna mientras le devolvía la cerveza.

—Vivo de los intereses de mis inversiones.

—¿De verdad? —preguntó Patrick—. ¿Y esas inversiones te dan lo bastante para comprarte un Jag de cien mil dólares?

La hostilidad que irradiaba Patrick era evidente.

—No —respondió, echando mano del sarcasmo—, eso es gracias al tráfico de drogas. Y también saco un buen pellizco del negocio de prostitución que tengo en Bourbon Street.

La cara que puso el tipo fue un poema.

—Mira, voy a ser sincero contigo. Si le haces algo a mi…

—¿Patrick?

Vane apartó la mirada del hermano de Bride y vio a un hombre de unos cincuenta y tantos años. De cabello canoso y bien arreglado, el recién llegado lucía una buena forma física y llevaba bigote.

—No le estarás soltando a Vane el sermón ese de «Si le haces daño a mi hermanita te rompo el cuello», ¿verdad?

—En eso estaba.

El hombre se echó a reír.

—No le hagas caso. Soy el doctor McTierney —se presentó, ofreciéndole la mano—. Puedes llamarme Paul.

—Encantado de conocerte, Paul.

El padre de Bride se giró hacia Fury.

—Y tú debes de ser su hermano.

—Eso espero, porque llevo sus pantalones.

Paul soltó una carcajada.

—Así que tú eres el rey de la castración —dijo Fury—. Me preguntaba qué aspecto tendrías.

—Fury… —dijo Vane, a modo de advertencia.

Pero Paul se echó a reír de nuevo.

—¿Sabes algo de perros, Vane?

—Sí. Un poco.

—Estupendo. Quiero que conozcas a uno.

—Joder, a Cujo no, papá. Eso es peor que el sermón que no me has dejado terminar.

Paul hizo oídos sordos y se encaminó hacia la zona vallada situada al fondo del patio, donde se veían varias perreras. Los perros, que se percataron de su parte animal al pasar junto a ellos, se les acercaron para ladrar o para jugar.

Se detuvieron en la más alejada, ocupada por un cruce de labrador bastante enfadado. El animal irradiaba ira y odio.

—Es totalmente intratable —dijo Paul—. Según mi socio, deberíamos sacrificarlo, pero me horrorizaría hacerlo. Es una putada tener que matar a un animal al que le han hecho daño.

Fury dejó su cerveza en el suelo y se acercó a la puerta. El perro salió de la caseta, ladrando y gruñendo.

—Tranquilo —le dijo Fury, extendiendo la mano para que pudiera olisquearlo.

—Yo que tú no lo haría —le advirtió Patrick—. Estuvo a punto de arrancarle la mano al empleado de la perrera que lo atrapó.

—Sí, alguien debería encerrarlos a ellos en una jaula y darles unos cuantos pinchazos —dijo Fury con una mueca.

El perro siguió atacando.

—Apártate —le dijo Vane a su hermano al tiempo que se adelantaba para abrir la puerta.

Fury se enderezó y se apartó mientras lo hacía.

El perro hizo ademán de abalanzarse sobre él, pero después retrocedió de un salto.

Vane cerró la puerta a su espalda y se agachó.

—Ven aquí, chico —dijo con un tono tranquilizador mientras extendía la mano.

El perro corrió de vuelta a su caseta y comenzó a ladrar más alto.

Él avanzó de rodillas muy despacio y metió la mano en la caseta.

—No tengas miedo —le dijo, dejando que el perro captara su olor.

Sintió que comenzaba a calmarse. Cujo sabía que él no era del todo humano y comenzaba a confiar en el animal que su olfato percibía.

Tras unos segundos de espera, el perro le lamió los dedos.

—Eso es —dijo, acariciándolo, antes de mirar por encima de su hombro—. Fury, ¿puedes traerme algo para darle de comer?

—Traeré un cuenco —se ofreció Paul.

En cuanto regresó, se lo dio a Fury y este lo llevó al interior. Se arrodilló al lado de Vane y dejó la comida delante de Cujo con mucho cuidado.

—Te han dado hasta en el carnet de identidad, ¿verdad, tío? —le dijo al perro.

Vane cogió un poco de pienso y se lo ofreció. Cujo lo olisqueó un rato hasta que se atrevió a confiar en él y comenzó a comer.

—Eso es —le dijo en voz baja al tiempo que cogía más comida para que comiera de su mano.

—Joder, papá —dijo Patrick desde el otro lado de la puerta—. No había visto nada parecido en la vida.

Al cabo de unos minutos Cujo se lo había comido todo. El animal se subió a su regazo y se quedó allí en busca de consuelo. Fury comenzó a acariciarle el lomo mientras él hacía lo mismo con las orejas.

Se dio cuenta de que alguien lo estaba observando. Echó un vistazo por encima del hombro y se encontró con Bride, de pie junto a su padre.

—¿Has conseguido que coma? —le preguntó ella.

—Sí.

Bride sonrió al escucharlo. El simple hecho de verla lo desarmaba. ¿Cómo podía algo tan simple como una sonrisa provocar semejante caos en su cuerpo?

—He salido para avisaros de que la cena está lista. Pero si necesitáis más tiempo…

—Estará tranquilo un rato —replicó, poniéndose en pie.

Fury le dio unas palmaditas al perro y se levantó muy despacio.

Salieron de la perrera y la cerraron. Cujo se acercó a la verja aullando.

—Tranquilo —le dijo—. Volveremos pronto.

—Sí —añadió Fury—, con algo suculento para ti.

De regreso a la casa, Vane le echó el brazo por los hombros a Bride mientras seguían a su hermano y a su padre.

—¿Creciste aquí? —le preguntó.

—No. Mis padres se mudaron aquí hace unos años, después de que vendieran su granja.

—Echo de menos la otra casa —dijo Paul, sosteniendo la puerta para que pasaran—. Hay demasiadas ordenanzas en la ciudad. Tengo que pedir una licencia especial para tener a mis pacientes en el patio y, a pesar de todo, tengo que pagar multas cada dos por tres.

—¿Por qué os trasladasteis? —preguntó Fury.

Paul se encogió de hombros.

—Mi mujer quería estar más cerca de la ciudad. ¿Qué pinta un hombre cuando a su mujer se le mete algo entre ceja y ceja?

Entraron en el comedor, donde los esperaba un enorme festín… y también Deirdre, que aún parecía querer echarlos de la casa.

—Siéntate a mi lado, Vane —le dijo Joyce, indicándole la silla que tenía a la derecha—. Y, Fury, tú puedes sentarte al otro lado de Bride.

En cuanto Fury se sentó, Titus apareció de la nada e intentó subírsele encima.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Joyce—. Paul, dile a ese perro que se baje.

—No pasa nada —le aseguró Fury entre carcajadas.

Sin embargo, en cuanto él se sentó, Titus dejó a Fury y corrió a su lado para lamerle la cara.

—¡Oye, cuidado con las uñas!

—¿Qué le pasa a mi perro? —se preguntó Joyce mientras tiraba del collar de Titus—. Suele ser muy arisco con la gente.

—Los perros reconocen a las buenas personas en cuanto las ven —dijo Paul al tiempo que cogía un poco del relleno del pavo—. Titus —lo llamó, ofreciéndole la comida.

El animal se acercó a la carrera.

Bride se sentó junto a Vane.

—¿Dónde está Maggie, Patrick?

—En casa de sus padres. Yo iré cuando termine de cenar. Como vamos a dormir aquí, quería asegurarse de que su madre no se ponía celosa.

—Maggie es la mujer de Patrick —les explicó Joyce—. Me convertirá en abuela en primavera.

—Felicidades —dijo Vane a Patrick.

—Gracias. Estoy acojonado. No creo estar preparado para ser padre.

—Claro —dijo Bride con una carcajada—. Tendrás que compartir tus juguetes.

Patrick hizo una mueca antes de tirarle un guisante a la cara. Él lo atrapó antes de que la golpeara y lo lanzó de vuelta, golpeando a Patrick justo entre los ojos.

Bride soltó una estruendosa carcajada.

—¡Niños! —los regañó Joyce—. Si no os comportáis, acabaréis cenando en un rincón.

—Buenos reflejos, tío —dijo Patrick de buen rollo mientras se limpiaba—. Creo que te ficharé para el equipo.

—Me da que no, Pat —dijo Bride—. Dudo mucho que Vane aceptara ponerse una camiseta que diga «Esterilízalos si los quieres» en la espalda. La castración canina le produce ciertos reparos.

Arqueó una ceja al escucharla, pero mantuvo la boca cerrada.

El padre de Bride se echó a reír.

—Entiendo su punto de vista. Los hombres son bastante reacios a jugar para los Castradores. Pero sí tenemos a un montón de veterinarias que lo hacen, ¿por qué será?

—¡Bah! Ya nos lo camelaremos —dijo Patrick—. Con esos reflejos, nos vendrá estupendamente.

Vane se percató de la expresión deprimida de Deirdre, que se mantuvo en silencio mientras se colocaba la servilleta en el regazo.

Paul bendijo la mesa y comenzó a trinchar el pavo mientras Joyce pasaba los platos.

Fue él quien los alzó para que Bride sirviera.

—¿Hay algo que no te guste? —le preguntó.

—La verdad es que no.

Ella se echó a reír.

—Eres un poco facilón, ¿no?

De forma impulsiva, la besó en la mejilla y no tardó en darse cuenta de que su familia los estaba mirando.

—Lo siento —se disculpó, temiendo haber hecho algo mal.

—No lo hagas —lo tranquilizó Joyce—. Me encanta ver a mi pequeña sonreír para variar.

Cuando le pasó a Fury el puré de patatas que Bride tenía delante, su hermano miró la fuente con el ceño fruncido.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Patatas —le respondió.

—¿Qué les han hecho?

—Tú cómetelas, Fury —le dijo—. Ya verás cómo te gustan.

—¿De dónde eres que no has visto nunca un puré de patatas? —preguntó Patrick con sorna.

—De Marte —contestó Fury, que volvió a fruncir el ceño al ver cómo las patatas se quedaban pegadas a la cuchara.

Cuando le llegó el turno, Vane se sirvió un poco antes de pasarle la fuente a Paul. Fury se inclinó hacia su plato y olisqueó las patatas en un gesto muy canino.

Bride notó que Vane estiraba la pierna bajo la mesa para darle una patada a la silla de su hermano.

Fury se irguió de golpe y se encontró con la mirada asesina de Vane.

—En serio, ¿de dónde sois? —preguntó Deirdre—. ¿Crecisteis por aquí?

—No —respondió Vane—. Crecimos viajando de un lado para otro. Hemos vivido por todo el mundo.

Su hermana lo taladró con la mirada.

—¿Qué os ha traído a Nueva Orleans?

—Deirdre…, ¿desde cuándo estamos en la Inquisición? —la amonestó.

—Desde que mamá dijo que ibas en serio con él. Creo que tenemos derecho a saber más cosas de tu novio además de que los vaqueros le sientan de vicio.

—Deirdre —intervino su padre en voz baja pero firme—, no hagas pagar a Bride y Vane los pecados de Josh.

—Muy bien —masculló Deirdre—, pero cuando se largue con su secretaria y la deje tirada para que le explique a sus hijos que su padre es un cerdo, espero que recordéis este momento. —Se levantó y salió del comedor.

—Lo siento —se disculpó su madre mientras se levantaba—. Seguid comiendo, yo volveré enseguida.

—Su marido la dejó hace unos meses —explicó Bride a Vane—. Mis sobrinos están pasando las vacaciones con él y Deirdre lo lleva fatal.

—¿Por qué abandona un…? —Fury se detuvo de repente y ella supo que había estado a punto de decir «humano»—. ¿Un cerdo semejante a su mujer? —concluyó.

—No entiendo por qué lo hacen algunos, pero ahí está —respondió Paul—. Supongo que es mejor que se haya largado con viento fresco.

—Estoy de acuerdo —convino ella con la vista clavada en Vane, que estaba acariciándole el muslo por debajo de la mesa y la estaba poniendo a cien. Sus caricias la ponían como una moto.

Su madre regresó para coger el plato de Deirdre y volver a marcharse.

—Ojalá pudiera hacer algo para ayudarla —dijo su padre con un suspiro—. No hay nada peor que ver sufrir a tus hijos sin que puedas hacer nada para ayudarlos.

—Si ella quiere, me ofrezco para matarlo —se ofreció Fury.

Vane carraspeó.

—En fin, podría tener un accidente… —insistió Fury—. Es muy normal entre los humanos.

Su hermano soltó una carcajada siniestra.

—Yo tengo una pala.

—Vaya birria… —replicó su padre antes de tomar un sorbo de vino—. Yo tengo un caimán en el patio.

Todos se echaron a reír.

Su madre volvió y se sentó.

—Lo siento.

—¿Está bien? —le preguntó ella.

—Lo estará. Pero necesita tiempo.

Vane sintió la tristeza de Bride y le dio un apretón en el muslo para reconfortarla.

—No debería de haber traído a Vane. Fue muy egoísta por mi parte —dijo ella.

—¡Venga ya! —exclamó Joyce—. No has hecho nada malo, Bride. Queríamos conocerlo. —Le sonrió—. Es Deirdre quien tiene el problema, ¿vale?

Bride asintió con la cabeza.

Terminaron de cenar en paz entre las bromas de Patrick y Paul. Poco después, Joyce se levantó y volvió con un bizcocho de nueces y una tarta de chocolate.

Bride se cortó un trocito del bizcocho.

—¿No quieres tarta? —le preguntó—. Sé que la de chocolate es tu preferida.

Bride miró la tarta con anhelo.

—No, es mejor que no.

Antes de que tuviera tiempo de pasarle la tarta a Fury, él cortó un trozo y lo dejó en su plato.

—¡Vane!

—Te mueres por ella. Conozco esa mirada.

Bride puso los ojos en blanco, pero cogió la cucharilla.

—Gracias.

Asintió con la cabeza en respuesta. Sabía que la madre de Bride lo estaba mirando. Cuando levantó la cabeza, Joyce le regaló una sonrisa agradecida y extendió la mano para darle unas palmaditas en el brazo.

El gesto le provocó una sensación de lo más extraña. ¿Era eso lo que se sentía al experimentar una caricia maternal?

Después de cenar, Bride decidió que ya había torturado bastante a Vane y a Fury por un día.

—Creo que deberíamos irnos ya —dijo.

—¿¡Cómo!? —exclamó su padre—. Y el partido, ¿qué?

—Podrás verlo con Patrick, papá.

Para su más absoluta sorpresa, lo vio hacer un puchero.

Lo abrazó por ser tan amable con Vane y con Fury.

—Voy a despedirme de Deirdre. Pórtate bien con ellos hasta que vuelva.

Subió a la planta alta, donde estaban las habitaciones de invitados. Deirdre estaba en el último dormitorio.

—Hola, cariño —dijo mientras abría la puerta—. ¿Estás bien?

Deirdre tenía los ojos enrojecidos y estaba sentada en la cama, abrazada a una almohada. Su plato de comida estaba intacto sobre la mesita de noche.

—Estoy bien. Supongo.

Se acercó a la cama deseando poder ayudar a su hermana. ¡Cómo entendía por lo que estaba pasando! Ella había padecido el mismo sufrimiento hasta que apareció Vane para hacerla reír.

—Lo siento mucho.

—No lo sientas. Me alegro de que ese gilipollas se haya ido de mi vida, pero tú… tú deberías librarte de Vane.

No fueron las palabras de su hermana, sino el rencor que rezumaban lo que la dejó pasmada.

—¿Cómo dices?

—Vamos, Bride. No seas tonta. Míralo. Y mírate. No pegáis ni con cola.

Miró a su hermana con la boca abierta.

—¿¡Qué!?

—Taylor era un tío fantástico… Deberías haberte aferrado a él con uñas y dientes. Era de fiar, estable. Además de que todo el mundo lo respeta y lo conoce. Pero en lugar de hacer lo que él quería, te negaste a perder peso y te dejó porque estás como una foca. Y ahora aparece este tío y te lanzas sobre él como si Taylor no hubiera existido nunca. No te culpo, claro. Está cañón, pero no puedes engañarte.

Qué golpe más bajo el de su hermana. Estaba hasta el moño de ser la «lista» y de que Deirdre fuera la «guapa».

—El hecho de que te casaras con un cerdo no significa que Vane vaya a hacerme alguna perrería. —Aunque no estaba muy segura. Porque Vane era un perro, más o menos. Pero no en ese sentido—. Vane jamás me sería infiel.

—Sí, claro. Mírame, Bride. Fui la primera dama de honor de Miss Luisiana y habría ganado si no hubiera sido tan joven por aquel entonces. Sigo estando de muy buen ver y aun así mi marido me ha puesto los cuernos. ¿Qué posibilidades tienes tú?

Cabreada con «doña perfecta», se negó a mirarla. En cambio, se acercó a la ventana que daba al patio y vio a Vane y a Fury con su padre.

—Te casaste con Josh por dinero, ¿no te acuerdas? —preguntó mientras observaba a los tres hombres con los perros—. Tú misma me lo dijiste la noche anterior a la boda.

—Claro, ¿y tengo que tragarme que quieres a Vane por su personalidad? No soy imbécil. Lo quieres porque tiene un culo de infarto.

Sin embargo, mientras contemplaba a su pareja, supo cuál era la verdad. Vane no era humano. No pensaba ni actuaba como tal. A diferencia de Taylor y de Josh, jamás la dejaría argumentando que no era la mujer que él deseaba.

La amaba tal como era. No había intentado cambiarla ni una sola vez, en ningún aspecto. La aceptaba como era, con defectos y todo.

Vane jamás la engañaría. Jamás le mentiría. Pero mataría a quien se atreviera a hacerle daño.

Y en ese momento, mientras contemplaba cómo acariciaba a un animal al que nadie había sido capaz de acercarse, comprendió cuánto lo quería.

Cuánto lo necesitaba.

La simple idea de vivir sin él era una agonía.

No podía. A lo largo de las últimas semanas se había convertido en una parte vital de su vida. En una parte vital de su corazón.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al aceptar de golpe la verdad.

Lo quería como jamás había pensado que se podía querer a un hombre.

—No sabes de lo que hablas, Deirdre. Vane es amable y atento. Se preocupa por mí.

—Solo hace un par de semanas que lo conoces y, además, acababas de cortar con Taylor. Te has enganchado a él de forma patética.

En ese instante se giró para mirar a su hermana. Sentía lástima por ella, pero no iba a permitirle que la hiriera.

—Lo que pasa es que estás celosa.

—No, Bride, no estoy celosa. Soy realista. Vane está fuera de tu alcance.

Fulminó a doña perfecta con la mirada, aunque en el fondo sentía muchísima lástima porque Deirdre jamás conocería la clase de amor que Vane y ella compartían.

Si pudiera, le haría ese regalo. Pero no estaba en sus manos.

—En fin, qué más da. Ya nos veremos.

Vane y Fury estaban en el patio con Cujo.

—¿Quieres llevártelo? —preguntó Paul mientras Fury jugaba con el perro.

—Valerio se mearía en los pantalones —replicó—. ¿Puedo?

Vane soltó una carcajada.

—Claro. Aunque es posible que Cujo acabe en el Santuario.

—¡Oye! —exclamó Paul—. Debería haberles preguntado a los osos yo mismo.

Vane lo miró con recelo.

—¿Cómo dices?

—Claro que solo es un perro, no un katagario ni un arcadio, así que no se me ocurrió que los osos quisieran adoptarlo.

Ni una patada por parte de Paul lo habría sorprendido más que su respuesta.

—Cierra la boca, Vane —le dijo el hombre con voz paternal—. Soy el mejor veterinario del estado. Carson aún está en prácticas. ¿A quién crees que llama cuando se encuentra con algo que lo supera?

Carson era el veterinario que residía en el Santuario. Era un katagario de solo cincuenta años, prácticamente un niño en su mundo.

—También lo sé todo sobre Fang —prosiguió Paul.

Fury se acercó hasta la verja, se apoyó en ella y miró a Paul sin dar crédito a lo que escuchaba.

—¿Por qué nos has dejado entrar en tu casa?

El padre de Bride le cogió la mano. Aunque la marca estaba oculta.

—No tenías por qué ocultarla. Supe lo que había pasado en cuanto Bride me dijo tu nombre. Y también sé cómo protegéis a vuestras parejas. No puedo decir que me haga mucha ilusión, pero al menos no tengo que preocuparme por que vayas a hacerla pasar por lo que está pasando Deirdre.

Vane apretó los puños.

—¿Joyce sabe…?

—No. No sabe nada de tu mundo y quiero que siga así. Jamás le he hablado a nadie del Santuario —afirmó, soltándole la mano—. Si quieres mi bendición, la tienes. No estaba muy seguro hasta que os he visto juntos durante la cena. Hace mucho tiempo que no veo a mi pequeña tan feliz. Pero ten algo muy presente: si alguna vez le haces daño… —Desvió la vista hacia una perrera ocupada por un perro con un collar isabelino.

—¡Joder! —exclamó Fury—. ¡Qué crueldad!

—No podría estar más de acuerdo contigo —convino él.

—En fin, Bride es mi pequeña y soy un hacha con los dardos tranquilizantes y el escalpelo.

Dio un respingo mientras Fury se llevaba una mano a sus partes nobles.

—¿Vane?

Los tres se giraron y vieron que Bride se acercaba a ellos.

Paul se apartó.

—Deja que vaya a por una correa para…

—No hace falta —dijo Fury, que abrió la puerta y dejó que el perro saliera con él.

—No, supongo que no —replicó Paul. Se agachó para acariciar al perro, pero este le gruñó.

—Compórtate —le dijo Fury al animal al tiempo que lo sujetaba.

Bride titubeó al acercarse.

—Y será mejor que no muerdas a Bride —le advirtió Vane— o te dejaremos aquí.

Cujo meneó el rabo y se sentó.

—¿Nos lo llevamos? —preguntó ella.

Su padre asintió con la cabeza.

—Han tenido la amabilidad de adoptarlo.

—Es un detalle precioso —le dijo a Vane.

Fury resopló.

—No tanto. Me compadezco de cualquiera que acabe en una zanja.

El comentario hizo que se ganara un abrazo por su parte. Cada vez que pensaba por lo que había pasado el lobo sentía mucha lástima por él.

Fury carraspeó y se alejó.

—No te pongas sentimental conmigo, Bride. No sé cómo reaccionar. Mi primer instinto es atacar, como le pasa a Cujo, y eso haría que Vane me dejara como a ese pobre de ahí.

Desvió la mirada y vio al perro con el collar isabelino.

—¡Ay, qué dolor!

—Tú lo has dicho.

Vane le pasó un brazo por los hombros y regresaron juntos a la casa acompañados de su padre y de Fury, y con Cujo a la zaga.

Joyce los miró sorprendida cuando los vio aparecer con el perro, pero no hizo el menor comentario mientras le daba a Bride una enorme bolsa llena de comida.

—He repartido lo que ha sobrado entre todos.

—¿Nos han tocado las patatas? —preguntó Fury.

Vane enarcó una ceja.

—Te han gustado, ¿verdad?

—Sí, estaban buenas.

—Gracias, mamá —dijo Bride, dándole un beso a su madre en la mejilla.

Patrick se reunió con ellos en el salón. Le tendió la mano a Vane.

—Ha sido un placer conocerte, aunque seas un camello y un chulo.

—Lo mismo digo.

—¿¡Qué has dicho!? —preguntó Bride.

—Es una historia muy larga —contestó Fury con una carcajada.

—Tened cuidado con el coche —les dijo Joyce mientras los acompañaba al exterior—. ¡Ah! Esperad un momento, voy a por una manta para que el perro no arañe los asientos de cuero.

Bride aprovechó para volver a despedirse de su padre y de su hermano hasta que su madre regresó con la manta y la colocó en el asiento trasero. En cuanto hubo repartido una nueva tanda de abrazos y besos, se reunió con ellos y con el perro en el coche.

En un abrir y cerrar de ojos iban de camino al Garden District.

—Tienes una familia encantadora —le dijo Vane.

Ella lo miró antes de echarle una mirada a Fury.

—Sí que es verdad. Sois unos soles.

El comentario hizo que a Vane se le desbocara el corazón.

—Me refería a tu familia.

—Fury y tú sois parte de mi familia. La mejor parte.

—Creo que necesitáis un poco de intimidad. —Fury se irguió en el asiento y le dio un apretón en la mano—. Hasta luego, hermanita. —Acto seguido, tanto el perro como él se desvanecieron del asiento trasero.

Vane detuvo el coche a un lado de la calle.

—¿Qué me estás diciendo, Bride?

Ella levantó la mano para juguetear con su cabello mientras contemplaba los increíbles ojos verdosos que le habían robado el corazón.

—Mientras mi hermana me soltaba a voz en grito que algún día me dejarías tirada, tuve una revelación. Jamás he conocido a nadie como tú, Vane, y dudo que vuelva a hacerlo. Me gusta cómo me miras, como si me estuvieras saboreando. Me gusta cómo te preocupas de si tengo frío o de si he comido lo suficiente. Pero, sobre todo, me encanta cuando me abrazas fuerte por las noches. Y también cuando me tocas como si fuera a romperme y te diera miedo. Y cuando me acunas entre tus brazos. —Se detuvo e inspiró hondo antes de continuar—. Te quiero, Vane. Creo que no sabía lo que era el amor verdadero hasta que apareciste en mi vida. —Levantó la mano marcada para que la viera—. Estoy preparada para sellar el vínculo.

Vane parecía sorprendido y algo confuso.

—¿Estás segura?

—El simple hecho de que me lo preguntes cuando te estás jugando tanto demuestra que mi opinión sobre ti es la correcta. Sí, Vane Kattalakis, estoy segura.

Sus labios se curvaron poco a poco en una lenta sonrisa, aunque no tardó en abrazarla y besarla hasta dejarla sin aliento. Cuando se apartó soltó un gruñido cargado de deseo.

—Odio tener que conducir este puto cacharro. Si no fuera por eso, ya estaríamos en la cama.

—¿No puedes teletransportar el coche a la casa?

—No. Es demasiado grande y pesado, y si lo dejo aquí, acabarían robándolo y Otto no me perdonaría en la vida. Adora este chisme. —La soltó y se acomodó de nuevo en su asiento.

Y a punto estuvo de provocarle un infarto cuando regresó a la casa en tiempo récord. A su lado, Michael Schumacher era un aficionado.

Frenó en seco delante de la puerta de Valerio y pasaron directamente del coche al dormitorio. Al segundo de aparecer junto a la cama ya estaban tendidos y desnudos en ella.

Semejante despliegue de impaciencia le arrancó una carcajada.

—Ya veo que no pierdes el tiempo.

—No quiero que cambies de opinión —replicó él.

—No voy a hacerlo.

La besó con pasión y notó que ya la tenía dura.

Le pasó las manos por la espalda, disfrutando del tacto de sus músculos. Su piel era muy masculina y parecía estar ardiendo.

—Eso sí, ten muy presente que esto no va a librarte de una gran boda al estilo irlandés.

Vane se echó a reír al escucharla.

—Lo que sea con tal de hacerte feliz.

La invadió una profunda seriedad que le borró la sonrisa del rostro.

—Tú eres lo único que necesito para ser feliz.

Vane volvió a besarla con avidez.

Cuando se apartó de ella, Bride estaba sin aliento.

—Vale —dijo en voz baja—. ¿Qué hay que hacer?

Vane se puso de espaldas, dejándola sin respiración por la estampa que ofrecía. El color crema de las sábanas era el marco perfecto para su piel bronceada. Se había soltado el pelo, cosa que aumentaba aún más su atractivo.

—Tienes que colocar la palma marcada contra la mía.

Apoyó la mano en la cálida y callosa palma masculina. Vane entrelazó sus dedos.

—Ahora tienes que tomarme en tu cuerpo sin que yo interfiera.

—Un poco raro, pero no hay problema.

—No es tan raro. Esto se pensó para proteger a nuestras hembras. No pueden verse obligadas a realizar el ritual. Deben aceptarlo voluntariamente.

De modo que se sentó de rodillas y se colocó a horcajadas sobre su estrecha cintura con mucho cuidado. Lo miró a la cara mientras se preguntaba en qué medida los cambiaría lo que estaban a punto de hacer.

¿O no iban a cambiar?

Lo lógico era que lo hiciesen.

Después del ritual estarían emparejados. Ella le pertenecería y Vane sería suyo hasta el día que muriera.

Vane le cogió la mano libre y le dio un beso muy tierno.

Con el corazón desbocado, ella se colocó en la posición adecuada y lo tomó en su interior. La sensación les arrancó un gemido.

Vane apretó los dientes cuando notó el calor que comenzaba a irradiar su mano marcada. Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no embestir con las caderas. Pero era Bride quien debía decidir, no él.

—Ahora tienes que decir esto: «Te acepto tal como eres y siempre te llevaré en mi corazón. Caminaré por siempre a tu lado».

Ella lo miró a los ojos al tiempo que sentía una especie de quemazón en la mano.

—Te acepto tal como eres y siempre te llevaré en mi corazón. Caminaré por siempre a tu lado.

Vio que el color verdoso de los ojos de Vane se oscurecía incluso antes de repetir los votos. En cuanto los hubo pronunciado, arqueó la espalda como si sintiera un dolor lacerante.

En ese instante fue testigo de que le crecían los colmillos como si aquello fuera una película de vampiros, y soltó un chillido.

Vane la inmovilizó entre resuellos. Tenía todo el cuerpo en tensión.

—No pasa nada —gruñó—. No tengas miedo. Es el hechizo que invoca el thirio para que podamos combinar nuestras fuerzas vitales. Pasará en unos minutos.

—Pero estás sufriendo. ¿Puedo hacer algo para aliviar el dolor?

—Solo esperar que pase —jadeó.

—Si nos vinculamos por completo, ¿dejará de dolerte?

Él asintió con la cabeza.

—Pues hazlo.

Vane siseó y la miró a los ojos.

—¿Entiendes lo que supone eso, Bride? Si yo muero, tú morirás conmigo. Al instante. A menos que estés embarazada, en cuyo caso morirás en cuanto nuestro hijo nazca.

Eso le disparó el pulso. Sin embargo, mientras lo miraba supo que era un precio irrisorio. ¿Quería vivir sin él?

—¿¡Qué narices!? —exclamó—. Si vamos a hacerlo, vamos a hacerlo bien.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza.

Vane se sentó sin salir de ella. La acercó a su pecho y le frotó el cuello con la nariz.

—Cuando te muerda, tú tendrás que morderme a mí en el hombro.

Antes de que pudiera hablar, Vane le clavó los colmillos en el cuello.

Gritó, pero no de dolor. Mientras sentía cómo se agrandaba en su interior, la atravesó una oleada de placer inimaginable. Comenzó a moverse al instante y experimentó un orgasmo bestial.

En ese instante, notó que sus propios colmillos crecían y se le nubló la vista. Era como si algo la hubiera poseído hasta el punto de no sentirse humana.

Era…

Maravilloso. Sin ser consciente de lo que hacía, le clavó los colmillos a Vane en el hombro.

Unidos en el éxtasis, se abrazaron el uno al otro mientras sus corazones latían al unísono y la habitación daba vueltas a su alrededor. Jamás se había sentido tan unida a otro ser en la vida. Era como si fueran una sola persona.

Físicamente.

Espiritualmente.

A la perfección.

Vane era incapaz de respirar mientras bebía la sangre de Bride y paladeaba su sabor. No debería haberse unido a ella y aun así daba gracias por que estuviera con él. Por primera vez comprendía por qué Anya se había unido a su pareja.

No quería perderla. No quería ni imaginarse un solo día sin ella.

Y ya no tendría que hacerlo.

La cabeza comenzó a darle vueltas a medida que el orgasmo pasaba y los colmillos retomaban su tamaño normal. Bride se apartó de él un poco y lo miró como si estuviera borracha.

—¿Ya está? —le preguntó.

Asintió con la cabeza y la besó. Y después siguió besándola.

—Eres mía, Bride McTierney. Ahora y para siempre.

Ella sonrió.

Se echó hacia atrás y la dejó sobre el colchón antes de colocarse sobre ella. Lo único que quería era sentirla cerca. Sentir a su pareja.

La magnitud de lo que habían hecho lo llenó de alegría.

Bride lo rodeó con los brazos y con las piernas. Tenerlo encima era maravilloso. Le pasó una mano por el pelo y se echó a reír.

—¿De qué te ríes?

—Acabo de caer en la cuenta de que no todas las mujeres consiguen domesticar a sus parejas…

Los ojos de Vane relampaguearon por el comentario.

—No creo que se pueda decir que estoy domesticado. Solo tú tienes ese efecto sobre mí.

—Eso es lo que más me gusta.

Justo cuando bajaba la cabeza para besarla de nuevo, le sonó el móvil. Se apartó de ella con un gruñido, extendió la mano y el móvil llegó volando desde el otro lado del dormitorio.

Bride frunció el ceño.

—Creo que nunca conseguiré acostumbrarme a esas cosas.

Vane le mordisqueó el cuello antes de contestar la llamada.

—Hola, Aimée —dijo y se quedó callado. Sus ojos regresaron a ella al instante y se percató de que estaba confuso—. Muchísimas gracias. Espera un momento. —Pulsó un botón para dejar la llamada en espera—. Aimée está cuidando a Fang, es la única hija de los osos del Santuario. Van a celebrar su propia fiesta de Acción de Gracias y han decidido levantar temporalmente mi castigo para que pueda ver a Fang esta noche.

—Ajá.

—Me preguntaba si te gustaría ir conmigo para conocerlo. A ver, no es que vaya a decirte nada, pero…

—Me encantará conocer a tu hermano —le dijo, interrumpiéndolo.

Vane pareció bastante aliviado cuando retomó la llamada.

—Sí, estaremos allí dentro de un momento. Gracias.

Colgó y dejó el móvil en la mesita de noche.

Bride siguió acostada, intentando asimilar lo que había hecho. Lo que les había sucedido esa tarde.

—¿Estás seguro de que no voy a envejecer? No siento nada diferente.

—Deberías estar unida a mí, pero como nunca he tenido pareja, no sé qué deberíamos sentir.

Se miró la mano. La marca había pasado a ser de un rojo brillante.

—Aunque esto sí que ha cambiado. ¿Y la tuya?

—También.

Eso era una buena señal.

—¿Tengo que seguir bebiendo de tu sangre?

Vane negó con la cabeza.

—Nunca más.

—Genial. Porque la idea era bastante asquerosa.

Vane se levantó y la sacó de la cama.

—¿Qué estás haciendo?

—Voy a bañarla, lady Loba, para poder llevarla al Santuario y presumir de pareja ante todo el mundo.

Ojalá fuera tan hermosa como él la veía. Era maravilloso tener a alguien que la miraba con cristales de color rosa.

Vane la condujo al cuarto de baño y abrió el grifo. En cuanto reguló la temperatura, apartó la cortina de la ducha y la dejó pasar.

Se sentía un tanto incómoda. Jamás se había duchado con un hombre. Pero cuando él comenzó a enjabonarle el cuerpo, la incomodidad se desvaneció en medio de una llamarada de deseo.

Desnudo y mojado estaba para comérselo. Además, las caricias de sus manos mientras recorrían cada centímetro de su cuerpo eran increíbles.

—Tienes un talento excepcional —le dijo, aunque se quedó sin aliento al sentir el roce de la esponja en la entrepierna.

Una vez que soltó la esponja, la besó con ternura y comenzó a acariciarla con los dedos.

—Eres insaciable, ¿no? —le preguntó al sentir que tenía una nueva erección.

—Solo en lo que a ti se refiere —contestó Vane mientras la pegaba contra los fríos azulejos de la pared.

Le levantó una pierna para que rodeara esa estrecha cintura y después la penetró.

Sus primeras embestidas le arrancaron un grito de placer.

No fue consciente de que la había alzado en brazos y de que estaba sosteniendo todo su peso hasta que se corrió.

Él siguió moviéndose y se inclinó para capturar sus labios mientras el agua le chorreaba por el pelo. En ese instante se hundió en ella hasta el fondo y después se estremeció.

Apenas era consciente del agua que le caía sobre los brazos y las piernas mientras contemplaba el rostro de su lobo. Estaba guapísimo cuando se corría. La sostuvo sin problemas pese a los estremecimientos del orgasmo.

Cuando terminó, le quitó las piernas de la cintura al tiempo que él salía de su interior. Tras tomar una entrecortada bocanada de aire, Vane se dio la vuelta en busca del chorro del agua.

Y, de forma impulsiva, ella se pegó a esa espalda desnuda.

Vane apretó los dientes al sentir a Bride contra él, abrazándolo por la cintura y acariciándolo.

—Si sigues haciendo eso, no saldremos de la ducha —le advirtió con voz ronca.

—Claro que sí. Cuando se acabe el agua caliente, no será tan divertido.

—Cierto.

Después, para su deleite, se apartó y cogió la esponja para lavarlo.

Bride jamás había hecho nada parecido en la vida. Pero era muy divertido enjabonar esos magníficos músculos y ayudarlo a enjuagarse.

—Eres un festín pecaminoso —murmuró.

Vane le respondió con una sonrisa y un beso.

Salieron del cuarto de baño en cuanto se secaron. Lo lógico habría sido vestirse al modo habitual, pero Vane la sorprendió haciendo aparecer en ellos la ropa que habían llevado a casa de sus padres.

—¿Cómo lo haces?

Él se encogió de hombros.

—Es como respirar. Solo tengo que pensar en lo que quiero y ¡zas! Es magia.

—Ojalá me avisaras antes de hacerlo. Todavía me estoy adaptando.

Para complacerla, la condujo por el pasillo hacia la habitación de Fury. Una vez llegaron, llamó a la puerta.

—¿Sí? —preguntó Fury al otro lado.

Vane abrió la puerta con el hombro. Fury estaba tumbado en la cama, con Cujo a los pies.

—Vamos al Santuario. ¿Quieres acompañarnos?

—Claro. ¿Puede ir Cujo?

—Supongo que sí. Siempre podemos meterlo en una de las jaulas si se pone nervioso.

—¿Jaulas? —preguntó ella.

Vane se giró para mirarla.

—Como en el Santuario hay un montón de animales diferentes, tienen una habitación especial con jaulas por si alguno se pone violento.

Fury y Cujo se desvanecieron al instante.

—¿Cómo quieres ir? —le preguntó Vane.

Ella soltó el aire despacio antes de contestar:

—Teletranspórtame, Scotty.

Vane la cogió de la mano y en un santiamén llegaron a su destino.

Tardó unos segundos en orientarse. Había pasado por delante de ese bar un montón de veces, pero jamás había entrado. En la puerta había un cartel que decía que estaba cerrado; sin embargo, el local bullía de actividad. Había al menos cincuenta «personas», entre las que se contaban Fury y Cujo, que estaba olisqueando a varios de los presentes.

Habían unido las mesas para dar cabida a los numerosos comensales y las habían cubierto con manteles blancos. Algo alejadas, otro grupo de mesas aguantaba el peso de la mayor cantidad de comida que había visto en la vida: doce pavos, veinte jamones cocidos y un sinfín de tartas y pasteles de todos los tipos con todos los ingredientes imaginables y otros que no atinaba a identificar.

Sin embargo, lo que la dejó boquiabierta fue lo guapísima que era la gente. ¡Joder, si parecía un desfile de modelos!

Eso la intimidó horriblemente.

—Vane —dijo un rubio que estaba como un tren cuando se acercó a ellos—. Ya nos estábamos preguntando si ibas a venir o no.

—Hola, Dev.

En ese instante vio que entraban otros dos «Dev», llevando más bandejas con comida.

—Somos cuatrillizos —le explicó el recién llegado con una sonrisa picarona—. Puedes distinguirme por esto. —Se levantó la manga de la camiseta y le enseñó un tatuaje de un arco doble y una flecha, tras lo cual señaló a sus hermanos—. El que lleva el quingombó y tiene pinta de macarra es Rémi. El tímido que está allí con el osezno en brazos es Quinn, y Cherif es el que lleva la bandeja con las patas de cangrejo. No te preocupes si no recuerdas quién es quién, basta con que grites «cuatrillizo» y todos te responderemos.

Parecía un tío amable y simpático.

—Yo soy Bride —le dijo y extendió la mano—. Encantada de conocerte.

Mientras se saludaban, vio que otro rubio también de muy buen ver aparecía por detrás de Vane. El tipo soltó un gruñido y al instante supo que era un lobo.

—Ni se te ocurra, Sasha —gruñó Vane a su vez, lanzándole una mirada asesina—. No estoy de humor para aguantarte.

—Lobos… —dijo Dev—. Los alfas tienen que montar esa mierda de numerito de «aquí mando yo» cada vez que se encuentran. Fíjate en mí, soy un oso. Los osos nos llevamos bien con casi todo el mundo. Menos cuando nos tocan las narices, porque entonces nos ponemos a arrancar cabezas y listo. —Inclinó la cabeza hacia Sasha—. ¿Por qué no vas a ayudar a Papá con los barriles de cerveza?

El tal Sasha se acercó a ella y la olisqueó. Cuando se giró hacia Vane parecía un poco más calmado.

—Por supuesto. No me gustaría avergonzar a Vane dándole una paliza delante de su pareja.

Vane dio un paso hacia el otro lobo, pero Dev se interpuso.

—Lárgate, Sasha —ordenó el oso con voz seria.

Sasha se alejó de ellos a regañadientes.

Dev inspiró hondo y le sonrió.

—Deberías haberte buscado un oso, Bride. Así no tendrías que preocuparte de estas cosas.

—No pasa nada. Los lobos me encantan —le aseguró mientras observaba que Sasha se acercaba a Fury.

Este se puso en pie de un salto con un gruñido tan siniestro que le puso los pelos de punta. Dado que siempre se comportaba con afabilidad e incluso parecía un poco torpe, jamás se le había ocurrido que pudiera ponerse así.

En su papel de lobo era espeluznante.

—¡Cada lobo a su rincón! —gritó una mujer alta y delgada con acento francés al tiempo que se interponía entre ellos—. O me veré obligada a echaros un cubo de agua.

Rémi apareció al lado de la mujer.

—¿Necesitas ayuda, maman?

—No de ti, cher —respondió ella, dándole unas palmaditas afectuosas en el brazo—. Ve a ayudar a José en la cocina.

Rémi les lanzó una mirada de advertencia a los lobos antes de obedecer a su madre.

En cuanto Sasha y Fury se separaron lo suficiente, la mujer los dejó y se acercó a ellos.

—Por fin has llegado. —Le dio un beso en la mejilla a Vane antes de girarse hacia ella—. Hola, soy Nicolette, pero casi todo el mundo me llama «Mamá».

—Yo soy Bride —replicó al tiempo que le estrechaba la mano.

Nicolette le sonrió a Vane.

—Es preciosa, mon petit loup. Has escogido muy bien.

Merci, Nicolette.

—Vamos —les dijo, haciéndoles un gesto para que se internaran en el bar—. Vane, preséntale a los demás mientras yo me aseguro de que mis hijos no se pelean. Y no te preocupes si no puedes acordarte de nuestros nombres, Bride. Tú solo eres una y nosotros somos muchos. Ya los recordarás con el tiempo.

Le dio las gracias antes de que Vane comenzara a circular por la habitación, presentándole a leones, tigres, osos, halcones, chacales y leopardos. Incluso conoció a un par de humanos.

Nicolette estaba en lo cierto. Era imposible quedarse con los nombres de la gente y con la forma animal de cada uno de ellos. Eso sí, como había muy pocas mujeres (la mayoría emparejada con alguno de los hombres), era mucho más sencillo acordarse de sus nombres. Pero ellos… acabó mareada de intentarlo.

—¿Dónde está Fang? —le preguntó a Vane cuando llegaron a la cocina y acabaron con las presentaciones.

—Está en la planta alta. Ven, te lo presentaré.

La condujo por una puerta que daba a un espléndido salón Victoriano.

Se detuvo nada más verlo. Suntuosa y decorada con antigüedades, la casa quitaba el hipo.

—Esta es la casa de los Peltier —le explicó Vane—. Los katagarios y arcadios que viven a este lado de la puerta están a salvo de que alguien descubra su naturaleza.

—Es preciosa.

Merci —dijo Nicolette detrás de ellos—. Es nuestro hogar desde hace más de un siglo. Y queremos que siga siéndolo.

—¿Cómo habéis conseguido que nadie averigüe quiénes sois y lo que sois?

—Tenemos nuestros métodos, chérie —respondió la mujer, guiñándole un ojo—. La magia tiene sus ventajas. —Le tendió a Vane una pequeña vela.

Vane vio el nombre «Anya» tallado en el vasito de cristal. El corazón le dio un vuelco al verlo.

—Siempre recordamos a los seres queridos que nos han abandonado —explicó Nicolette—. Como Fang no puede honrar a Anya, he pensado que tal vez querrías hacerlo tú.

Se le formó un nudo en la garganta que le impidió hablar mientras Nicolette los conducía a una salita donde se habían dispuesto cuatro portavelas. Enmarcado por el color verde oscuro de las paredes, el parpadeante brillo de las llamitas recordaba al de los diamantes.

—Hay tantas… —dijo Bride, asombrada por la cantidad de nombres tallados que vio.

—Nuestra vida es larga —le explicó Nicolette—. Y estamos en guerra. Los katagarios contra los arcadios, los Cazadores Oscuros contra los daimons. Los apolitas contra todo el mundo. Al final, solo nos quedan los recuerdos. —Señaló dos velas emplazadas en la pared, en sendos portavelas individuales—. Esas son por mis hijos. Bastien y Gilbert. —Una lágrima corrió por su mejilla—. Fundamos el Santuario en su honor. En aquel entonces juré que ninguna madre, ya fuera humana, apolita, arcadia o katagaria, sufriría como yo mientras su hijo estuviera bajo mi techo.

—Lo siento mucho, Nicolette.

La osa sorbió por la nariz y le dio unas palmaditas a Bride en el brazo.

—Gracias por tus condolencias, Bride. Tú eres el motivo de que revoque la prohibición que pesa sobre Vane.

Eso lo dejó estupefacto.

—Es mi regalo de bodas —explicó Nicolette—. No cuentas con una manada para defenderla y, tal y como dice Aquerón, tu bondad te ha salido cara. Protegiste a Sunshine para ayudar a los Cazadores Oscuros, así que nosotros os protegeremos a tu pareja y a ti.

—Gracias, Nicolette —le dijo—. Muchas gracias.

Ella inclinó la cabeza y se marchó.

Cuando se quedaron solos, Vane encendió la velá y la colocó junto a otra que llevaba el nombre de la madre de Colt. Su mano se demoró alrededor del cristal.

A juzgar por su expresión, Bride supo que estaba recordando a su hermana. Que su ausencia le provocaba un enorme sufrimiento. Las lágrimas brillaban en sus ojos mientras contemplaba la parpadeante llamita. Unos minutos después, la miró.

—Ven conmigo —le dijo, cogiéndola de la mano—. Ha llegado el momento de presentarte a mi hermano.

Salió con él de la estancia y subieron las escaleras.

Al pasar por la primera puerta del pasillo, vio que salía un hombre al que ella conocía muy bien.

—¿Carson?

El aludido estaba tan sorprendido por su presencia como ella por la de él.

—¿Bride? ¿Qué haces…? —Dejó la pregunta a medias mientras olisqueaba el aire. Abrió los ojos como platos—. ¿Eres de los nuestros?

—¿De los nuestros?

—Carson es un halcón —le explicó Vane.

—¡Estás de coña!

Carson asintió con la cabeza.

—Soy el veterinario y el médico del Santuario. —Abrió la puerta de la habitación de la que había salido y le mostró una sala de curas completamente equipada, donde se encontraban las jaulas que Vane había mencionado.

—No puedo creerlo —dijo mirando a Carson de hito en hito. Lo conocía desde hacía años.

—Pues ya somos dos —replicó él, que miró a Vane—. Supongo que tengo que daros la enhorabuena. Sabes cómo se gana su padre la vida, ¿no?

—Sí. Es el rey de la castración.

Carson aspiró entre dientes.

—Tienes pelotas, lobo. Un buen par, sí, señor.

—Sí, lo sé.

—Bueno, supongo que vais a ver a Fang, así que os veré después abajo.

Vane la llevó a la siguiente habitación, que era un dormitorio.

En parte, esperaba encontrarse con un hombre en la cama, así que se sorprendió un tanto al ver a un lobo de pelaje castaño. En la habitación también había una rubia muy guapa que podría pasar por la hermana pequeña de Nicolette.

En cambio, Vane hizo las presentaciones y descubrió que Aimée era la hija menor de la susodicha. No tardó en marcharse para dejarlos a solas con Fang.

Vane le soltó la mano y se acercó a la cama para arrodillarse en el suelo junto a ella. Su hermano miraba hacia el otro lado.

—Hola, hermanito —dijo en voz baja—. He traído a una persona que quiero que conozcas. ¿Bride?

Se acercó a él.

El lobo no se movió.

—Hola, Fang —lo saludó. Miró a Vane—. ¿Puedo tocarlo?

—Si quieres…

Le colocó las manos en la cabeza y lo acarició detrás de las orejas.

—Me alegro de conocerte por fin. Vane me ha hablado mucho de ti.

Aun así, el lobo no se movió.

Sintió ganas de llorar por los dos. Percibía la intensidad del sufrimiento de Vane ante la apatía de su hermano.

—Será mejor que volvamos abajo —dijo él con tristeza.

—No pasa nada. Podemos quedarnos un rato. No me importa.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza.

—Vale, entonces bajaré un momento a por algo para beber y vuelvo enseguida.

—Espera —le dijo antes de que desapareciera de repente—. ¿Hay un cuarto de baño por aquí?

—Hay uno en el despacho de Carson.

—Vale.

Vane desapareció de la habitación y ella salió rumbo al baño.

Poco después y mientras salía del cuarto de baño, se dio cuenta de que el espejo de la habitación de Fang era falso en realidad, ya que a través del cristal del despacho se veía perfectamente la habitación contigua donde yacía el lobo.

Aunque no fue eso lo que le detuvo el corazón, sino la presencia de Bryani en la habitación de Fang.