Bride bajó sola una hora después. Vane había «creado» un precioso vestido de terciopelo verde oscuro para la cena. La había dejado con Fury en casa de Valerio mientras él iba al Santuario para ver si alguno de los katagarios le daba noticias de Fang o para averiguar si al menos lo dejaban verlo un instante pese al castigo que pesaba sobre él.
Se alisó el cabello con un gesto nervioso mientras bajaba la escalinata. No estaba segura de qué debía esperar de un vampiro que cazaba daimons. A diferencia de Tabitha, jamás había conocido a uno. Y habría sido de gran ayuda que Otto no se hubiera marchado poco después que Vane.
Mientras dejaba atrás la escalinata, se dio cuenta de que las estatuas habían perdido sus adornos. Sonrió a su pesar.
Entró en el elegante salón y se encontró con un hombre alto y de cabello oscuro que estaba de espaldas a la puerta, mirando por los ventanales que daban al patio trasero. Parecía rígido y tenso. Llevaba el pelo recogido en una coleta perfecta y vestía un traje negro de seda, a todas luces carísimo y hecho a medida.
Lo vio ladear la cabeza, como si hubiera presentido su presencia.
Cuando se giró para mirarla, ella se detuvo.
Era un hombre guapísimo. Un par de ojos negros la miraban desde un rostro cincelado a la perfección gracias a una mezcla genética sin tacha. Tenía una nariz larga y aguileña y sus labios tenían un rictus severo. Era, sin lugar a dudas, la persona más intensa que había conocido jamás.
No era de extrañar que Otto la tuviera tomada con él. Era evidente que ese hombre no tenía sentido del humor y que se lo tomaba todo en serio.
—Tú debes de ser Bride —dijo con ese extraño acento italiano que Otto imitaba a la perfección—. Yo soy Valerio Magno. Bienvenida a mi hogar.
Dado lo regio de su porte, sintió el impulso de hacerle una reverencia.
—Gracias por haber permitido que nos quedemos aquí.
El hombre inclinó la cabeza con un rígido y aristocrático gesto.
—Por favor —dijo, señalando un sillón tapizado con terciopelo negro—, siéntate. La cena se servirá dentro de cinco minutos. Ordenaré que un criado te traiga una copa de vino mientras esperamos.
Nunca se había sentido tan incómoda como en ese momento, mientras cruzaba la estancia para sentarse en ese sillón. Ese vampiro parecía muy viejo y poderoso.
Y además sus modales eran impecables y hacía gala de una educación patricia.
Valerio se acercó a un intercomunicador y pulsó un botón para ordenar que le llevaran una copa de vino, tal como había dicho.
Cuando lo hizo, regresó a su lado.
—Siento mucho que mi casa estuviera desordenada cuando llegasteis.
Eso hizo que echara un vistazo por la impecable estancia.
—¿A qué te refieres?
—A las estatuas —respondió con una mueca imperceptible—. Puedes estar segura de que Tony Manero ya ha recibido el castigo adecuado por sus actos.
Al instante, lo escuchó decir entre dientes:
—Es una pena que en la actualidad sea un delito golpear a los sirvientes.
—¿Tony Manero? —preguntó, sorprendida de que un hombre como Valerio conociera al protagonista de una película de culto como Fiebre del sábado noche.
—Otto —le explicó él con desdén—. Todavía no puedo creer que el Consejo me lo asignara. Pedí un escudero i-ta-lia-no y me han mandado a uno ta-ra-do.
Eso le arrancó una carcajada. No pudo evitarlo. ¡Uf! Al sentido del humor de Valerio no le pasaba absolutamente nada, salvo que era un tanto cáustico.
La carcajada logró suavizar su expresión y, en ese momento, tuvo la impresión de que no era tan frío y formal como aparentaba. De que tenía un lado alegre al que le gustaba echarse unas risas, pero que ni él mismo conocía porque su gélido carácter lo mantenía enterrado.
Fury apareció de repente en la estancia, justo frente a ellos. Todavía parecía incómodo con la ropa que llevaba, exactamente igual que ella, pero con la diferencia de que las del lobo estaban un poco arrugadas.
—Joder —dijo entre dientes—. Algún día conseguiré hacerlo en condiciones aunque muera en el intento. —Levantó la vista y compuso una expresión avergonzada, como si no se hubiera percatado hasta ese instante de que ya había llegado—. Siento llegar tarde. —Carraspeó y se enderezó.
Valerio lo miró con una ceja arqueada.
—Tú debes de ser Val —dijo Fury al tiempo que extendía la mano.
—Valerio —lo corrigió este con una mirada gélida. Clavó los ojos en la mano de Fury con una mueca burlona, sin hacer ademán alguno de estrechársela.
Fury levantó el brazo y se olisqueó la axila.
—¿Qué pasa? Me he bañado. —Meneó la cabeza mientras se metía las manos en los bolsillos—. Otto tiene razón. Alguien debería sacarte el palo que tienes en el culo y darte una paliza con él.
Bride tuvo que taparse la boca para evitar que se le escapara una carcajada ante un comentario que Valerio no encontraba ni pizca de gracioso. Tal vez le gustara reírse, pero no de sí mismo.
—¿Cómo dices? —gruñó Valerio al tiempo que daba un paso hacia Fury.
—El vino para la dama.
Bride se giró y vio a un hombre mayor ataviado con chaqueta y corbata negras que entraba con una copa de vino tinto para ella.
La interrupción ayudó a Valerio a recobrar el control.
—Gracias, Gilbert —dijo, retomando su pomposa superioridad.
El criado inclinó la cabeza.
—¿Desea el señor que traiga más vino para su otro invitado?
Bride estaba segura de que Valerio preferiría echarlo a patadas, pero los buenos modales se lo impedían.
—Sí. Pero tráigalo en un cuenco.
El criado se marchó para cumplir con las nuevas órdenes.
—Si te digo la verdad, Bride —replicó Fury—, no puedo estar aquí mientras este me mira como si tuviera miedo de que vaya a mearme en la alfombra o algo. ¿Quieres venirte conmigo a comerte una hamburguesa?
Sí que quería, pero hubo algo en la postura de Valerio que le dio a entender que estaba dolido por las palabras de Fury. No tenía sentido. Aun así, había cierto dolor oculto en esos ojos negros.
—Creo que me quedaré.
—Tú misma, si quieres aburrirte… —dijo Fury, que desapareció al instante.
—No tienes por qué quedarte, Bride —le aseguró Valerio en voz baja—. Si deseas marcharte, ordenaré que preparen el coche y una escolta.
—No, no pasa nada, de verdad.
A partir de ese momento tuvo la impresión de que la temperatura de la habitación subía al menos quince grados. Y lo mejor de todo fue que Valerio pareció relajarse un poco durante las siguientes dos horas. ¡Parecía incluso humano!
Descubrió que tenía unas ideas muy interesantes sobre el mundo moderno. Consiguió que le enseñara toda la casa y los jardines, lo que fue una fascinante lección sobre la vida de la nobleza romana.
—Así que ¿este eres tú? —le preguntó mientras estaban en el atrio.
Frente a ellos se alzaba la estatua de mármol de un general romano vestido con toda la parafernalia militar. El parecido entre el rostro de la estatua y el del hombre que tenía al lado era innegable.
—No —contestó, y utilizó el tono gélido por primera vez en dos horas—. Era mi abuelo y fue el mejor general de sus tiempos. —Había una nota orgullosa en su voz, pero también algo más que se acercaba, por extraño que pareciera, a la vergüenza—. Derrotó a los griegos y recuperó Roma para nuestro pueblo. De hecho, fue él quien destruyó la amenaza macedonia y quien aniquiló con sus propias manos al mejor general griego que jamás existió: Kirian de Tracia. —Sus ojos refulgieron de puro odio, pero no estaba segura de quién era el destinatario, si su abuelo o Kirian.
—¿Te refieres a Kirian Hunter? —le preguntó—. ¿El tipo con el monovolumen que vive cerca de aquí?
La pregunta hizo que la mirara con un brillo extraño en la mirada.
—¿Conduce un monovolumen? —Era imposible pasar por alto el tono socarrón de su voz.
—La verdad es que sí. Lo vi aparcado en la puerta de su casa y sé por Tabitha que Amanda conduce un Toyota Camry.
Valerio guardó silencio durante unos minutos y eso le impidió saber de qué humor estaba.
Así que clavó la mirada en su abuelo, que seguía conservando el aura de autoridad a pesar de los siglos transcurridos.
—Te pareces mucho a él.
—Lo sé y todos esperaban que yo siguiera sus gloriosos pasos.
—¿Lo hiciste?
En esa ocasión la vergüenza que asomó a sus ojos antes de que los apartara fue inconfundible.
—Cuando mi abuelo murió, hubo procesiones lamentando su muerte durante semanas. —Levantó la copa hacia su abuelo en un brindis silencioso.
Aun así, ella supo que estaba ocultando algo.
—¿No lo querías?
Valerio pareció sorprendido por la pregunta.
—Envidiaba el aire que respiraba —confesó en voz baja antes de cambiar de tema y hablarle de su reciente traslado desde Washington DC a ese antro de perversión que la mayoría de las personas solía llamar cariñosamente «Nueva Orleans».
Iban de regreso al interior de la mansión cuando Vane apareció a su lado.
Su presencia la alegró de inmediato.
—Siento haber tardado tanto tiempo —dijo antes de darle un beso en la mejilla.
Su olor la envolvió y se le disparó el pulso. Era estupendo volver a tenerlo cerca.
—¿Te han dejado verlo?
Vane asintió con la cabeza.
—¿Está mejor? —preguntó Valerio, sorprendiéndola por la sincera nota de preocupación que detectó en su voz.
Mientras cenaban, él le había hablado sobre la noche que los daimons atacaron la manada de Vane y sobre cómo los derrotaron Aquerón, Vane, Fang y él. Pero lo más importante había sido su relato sobre la reacción de los lobos ante la muerte de su querida hermana. Su descripción de la última imagen de Vane mientras se alejaba con el cuerpo de su hermana en brazos para enterrarla.
—No —contestó Vane con un suspiro—. Sigue en coma.
—Espero que me disculpéis —dijo Valerio al tiempo que retrocedía un paso y hacía una inclinación de cabeza—. Ahora que estás aquí, me marcho para atender mis deberes. —Se alejó tres pasos antes de detenerse y girarse de nuevo hacia ellos—. Por cierto, Vane, tienes una pareja de lo más encantadora. Sería una verdadera lástima que el mundo perdiera semejante tesoro. Mi espada está a tu servicio y mi casa a tu entera disposición mientras ella necesite protección. —Acto seguido dio media vuelta con un gesto imperioso y los dejó a solas.
No tenía ni idea de quién estaba más sorprendido por la noble declaración, si Vane o ella.
—¿Qué le has hecho? —le preguntó Vane.
—Nada. Hemos cenado y hemos dado una vuelta por la casa y los jardines.
Vane meneó la cabeza, anonadado.
—¿Lo ves? Eres mágica —Le cogió la mano y se la llevó a los labios para plantarle un beso en los nudillos que hizo que le diera un vuelco el estómago. Después se la colocó en el brazo—. Estás preciosa esta noche —le dijo antes de hacer que una rosa de tallo largo apareciera de la nada.
Ella la cogió y se la llevó a la nariz.
—Si intentas seducirme, Vane, llegas un poco tarde. A estas alturas ya deberías estar seguro de que me has conquistado por completo.
Él se echó a reír.
—De lo único que estoy seguro en mi mundo es de que alguien me acecha entre las sombras para intentar matarme.
Eso hizo que se detuviera y lo mirara con el ceño fruncido.
—Estás bromeando, ¿no?
—Ojalá. Por eso me aterra tanto que estemos juntos. No puedo deshacerme de la sensación de que voy a perderte de alguna manera.
—No hables así. Ten fe —le dijo, colocándole un dedo sobre los labios.
—Vale —replicó él, besándole el dedo—. Ahora dime qué te apetecería hacer esta noche.
Ella se encogió de hombros.
—Me da igual, siempre y cuando esté contigo.
—Eres un poco facilona, ¿no?
—Calla —respondió, llevándose el dedo a los labios—. Que no se entere nadie…
Vane sonrió.
—A ver qué te parece esto. Todavía no he comido. ¿Te apetece que compremos unos cuantos beignets y luego demos un paseo en carruaje por el Garden District?
Se le llenaron los ojos de lágrimas al escuchar la sugerencia. Había vivido en Nueva Orleans desde que nació y jamás había dado un paseo en carruaje. Eran demasiado caros. Su padre siempre había sido de la opinión de que era un despilfarro de dinero para alguien que vivía en la ciudad y, de adolescente, no podía permitirse pagar ciento cincuenta dólares.
En cuanto a Taylor…
Le preocupaba demasiado la posibilidad de que lo vieran y se rieran por haber pillado al «respetable» presentador de noticias haciendo algo tan infantil.
—Me encantaría.
—Genial. —Se inclinó hacia delante y la besó.
Cuando Vane se apartó, ella se dio cuenta de que estaban en la oscura parte trasera del mercado francés, apenas a unos metros del legendario Café Du Monde.
—No te preocupes. Nadie nos ha visto. —Vane le guiñó un ojo.
—Tienes una moto, ¿no? Yo la he visto.
—Sí. Pero Amanda y Grace me dijeron que no querrías montar conmigo si llevabas vestido.
El comentario hizo que echara un vistazo a su carísimo vestido de terciopelo verde.
—Ahora que lo dices, creo que tampoco estoy vestida para comer beignets.
—No te preocupes. Te prometo que no te caerá ni una pizca de azúcar glasé.
—¿Puedes hacer eso?
Vane le sonrió con arrogancia.
—Nena, hay muy pocas cosas que no pueda hacer.
—En ese caso, adelante, sir Lobo.
Vane la condujo a una mesita situada en un lateral del restaurante. En cuanto se sentaron, una camarera se acercó para tomar el pedido.
—Yo quiero una ración de beignets y un batido de chocolate, por favor —dijo ella.
—Y yo cuatro raciones de beignets y un café con leche.
Lo miró boquiabierta.
—¿Te vas a comer todo eso?
—Ya te he dicho que tenía hambre.
Mientras la camarera se alejaba, sintió un escalofrío.
—Espero que los arcadios no sufran diabetes.
—No lo hacemos. Por raro que parezca somos inmunes a todo menos al resfriado común y a un par de enfermedades extrañas que solo afectan a mi raza.
—¿Qué clase de enfermedades?
—Nada de lo que tengas que preocuparte. La peor es una que impide utilizar la magia.
Un nuevo escalofrío la recorrió mientras intentaba imaginárselo sin sus poderes. Lo más probable era que eso lo matara.
—¿Eso es lo que le pasa a tu madre? Me dijo que no podía viajar en el tiempo.
—No, eso fue cosa de mi padre. Después de que ella lo castrara y antes de que eso mermara del todo sus poderes, mi padre le arrebató un buen puñado para asegurarse de que no intentaba rematarlo.
La compasión que sentía por él hizo que cerrara los ojos.
—¡Madre del amor hermoso! Menuda relación…
—Sí. Aunque la verdad es que me da más pena mi madre. Mi padre no tenía derecho a hacerle daño. Por mi parte creo que recibió su merecido. Ojalá hubiera un modo de sanar a mi madre.
Ella le cogió la mano y se la apretó.
—No entiendo cómo puedes mostrar esa compasión por ella, sobre todo después de saber lo que estaba dispuesta a hacerte.
—Porque conseguí llegar a tiempo hasta ti, nada más. Si te hubieran puesto un solo dedo encima, a estas alturas estarían todos más que muertos y enterrados.
El tono letal de su voz le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda. Estaba hablando en serio y no le cabía la menor duda de que era capaz de matar.
Se echó hacia atrás cuando la camarera regresó con lo que habían pedido y lo dejó todo en la mesita redonda. Echó un vistazo cauteloso a los tres beignets de su plato.
—No muerden —se burló Vane—. Mira. —Cogió una servilleta y la sostuvo por debajo del beignet rociado de azúcar antes de darle un mordisco. Tal como le había asegurado, el azúcar no salió despedida por todos lados como era lo normal.
Decidida a confiar en él, lo imitó al punto y no tardó en descubrir que mientras estuviera con Vane podía comerse uno de esos dulces sin ponerse perdida de pies a cabeza.
La idea le arrancó una risilla tonta.
Se comió un par de beignets con el batido mientras él daba cuenta de todo lo que había pedido.
—¿No te vas a comer ese? —le preguntó.
—Estoy llena. —Al ver su expresión recelosa, añadió—: De verdad. Valerio me ha servido una cena de cinco platos.
—Bien hecho. Más le vale alimentar a mi mujer.
Empujó hacia él el plato con el beignet que le quedaba mientras meneaba la cabeza.
—Vamos, sé que lo quieres.
Vane no rechistó siquiera.
En cuanto se lo zampó, se puso en pie y la ayudó a hacer lo mismo. Le pasó un brazo por los hombros y la mantuvo pegada a él mientras cruzaban la calle, hacia el lugar donde los carruajes se alineaban en Decatur Street.
Cuando se acercaron al primero de la fila, la ayudó a subir. Antes de reunirse con ella, Vane le pagó a la cochera y ella aprovechó para acomodarse en el asiento.
Después, la acurrucó contra su pecho mientras la mujer sacudía las riendas con delicadeza para que su caballo, César, echara a andar hacia el Garden District.
—¿Están recién casados? —preguntó Michaela, la cochera.
Vane la miró.
—Supongo que sí —contestó ella, sin saber muy bien cómo responder a la pregunta.
—Ya decía yo. Tienen ese halo de feliz enamoramiento. Nunca se me escapa.
El olor dulzón y masculino de Vane hizo que cerrara los ojos mientras le asaltaba el deseo de comérselo a bocados. Sentía los latidos de su corazón contra la mejilla mientras los cascos del caballo resonaban por el Barrio Francés. De vez en cuando la música flotaba desde los edificios y los coches con los que se cruzaban: jazz, zydeco, rock y alguna que otra balada country.
La noche resultaba de lo más agradable aunque el aire fuera bastante fresco. Su ciudad natal jamás le había parecido más hermosa. Y cuando pasaron por la calle de la boutique, sonrió al recordar la primera vez que vio a Vane.
En cierto modo, parecía haber pasado toda una eternidad.
Vane inclinó la cabeza y apoyó la mejilla sobre la cabeza de Bride mientras le acariciaba una mejilla con la palma de la mano.
Escucharon en silencio las explicaciones de Michaela, que les fue señalando los lugares turísticos.
Con Bride entre los brazos apenas podía respirar. El tacto de su piel era como el de satén. Era un tesoro para él. Tenía la sensación de haber vuelto a la vida desde el día que la vio por primera vez en el tenderete de Sunshine, con ese halo de tristeza en su mirada.
No quería pensar en un futuro sin ella.
Se lo había contado todo a Fang cuando fue a verlo poco antes. En cierta forma, esperaba que eso lo sacara de su estupor.
No había funcionado.
En todo caso, parecía haberlo deprimido aún más.
Ojalá supiera el modo de hacerlo reaccionar. Una parte de sí mismo se sentía culpable por la felicidad que le daba Bride mientras su hermano era tan miserable.
Pero tampoco quería volver a ser como era antes de conocerla. Por primera vez en su vida, no tenía que esconderse de una amante. La sensación de ser totalmente sincero sobre su naturaleza era indescriptible.
Ella no lo juzgaba ni lo odiaba por cosas de las que no era culpable. Lo aceptaba, y ese era el mayor milagro de todos.
El carruaje regresó a Decatur Street demasiado pronto. Bajó primero para ayudar a Bride. Después de darle una propina a Michaela, tomó a Bride de la mano y echaron a andar hacia la catedral de San Luis.
—¿Te gustaría ir a bailar?
Bride se mordió el labio ante la invitación. Llevaba años sin ir a bailar.
—Me encantaría.
—¿Prefieres algún club en particular?
Negó con la cabeza.
—Mmmm, no puedo llevarte al Santuario porque sigo algo así como desterrado por haber atacado a un miembro de mi manada. A Ash y a Simi les gusta frecuentar un sitio llamado el Dungeon, pero conociendo sus gustos en música y clubes, dudo mucho que sea para nosotros. Nick Gautier suele ir al Temptations… Claro que, conociéndolo, me da en la nariz que tampoco es el mejor lugar para ti.
—No —convino con una carcajada al escuchar el nombre de uno de los clubes masculinos más famosos de la ciudad—. Podríamos ir a Tricou House en Bourbon Street. Tabitha suele ir mucho por allí después del trabajo. Claro que ella va en busca de vampiros a los que cargarse, pero dice que la comida y la música son geniales.
—Vale, pues parece que ya tenemos destino.
Conforme avanzaban por Pére Antoine Alley, Vane comenzó a andar más despacio. Y cuando se apartó de ella y la obligó a ponerse tras él, se vio obligada a fruncir el ceño.
—¿Qué…? —Dejó la frase en el aire al ver un grupo de cuatro tíos rubios acompañados por una atractiva morena. En un principio creyó que uno de ellos se lo estaba montando con la chica contra la pared, hasta que los otros tres vieron a Vane y soltaron un taco.
—Lárgate, katagario —masculló uno de los tíos antes de que su siniestra mirada se posara en ella—. Tienes demasiado que perder si te enfrentas a nosotros.
—Dejadla marchar —dijo Vane con voz letal.
La orden cayó en saco roto.
—Quédate aquí —le dijo a ella antes de extender el brazo y lanzar por los aires a dos de los vampiros.
Vane ni siquiera se había movido cuando apareció un cegador destello en el callejón. Ella se llevó las manos a los ojos mientras lo escuchaba gritar de forma espeluznante.
—Coged a su pareja —dijo alguien.
Todavía seguía cegada por la luz cuando alguien la agarró de malos modos. A sabiendas de que Vane jamás la trataría de esa manera, le asestó una patada brutal a quien fuera.
El vampiro se dobló por la mitad mientras se llevaba las dos manos al paquete.
Otro se abalanzó sobre ella. Justo cuando estaba segura de que iba a atraparla, se desintegró. Los otros dos corrieron en dirección a una oscura silueta y desaparecieron de repente.
Se preparó para defenderse de la nueva amenaza, pero entonces se dio cuenta de que era Valerio.
—¿Estás bien? —le preguntó el romano.
Ella asintió con la cabeza. En cuanto recobró la vista, comenzó a buscar a Vane. Estaba a pocos metros de la mujer, que parecía estar inconsciente.
Se quedó petrificada al verlo. Su cuerpo cambiaba de forma intermitente. De humano desnudo a lobo y viceversa.
Horrorizada, le resultó imposible moverse.
Valerio corrió hacia él mientras sacaba su móvil.
—Aquerón, tengo un Código Rojo con Vane en Pére Antoine Alley. Le alcanzó algo eléc…
Aquerón apareció al instante junto a ella.
—¿Estás bien, Bride? —le preguntó.
Asintió con la cabeza.
Ash se desvaneció para volver a aparecer junto a Vane. Le cogió la cabeza entre las manos y, tras otro destello luminoso, Vane se convirtió en humano. Lo vio arquear la espalda y gritar como si lo torturara un dolor insoportable.
—Tranquilo —le dijo Ash mientras Valerio comprobaba el estado de la mujer.
Entretanto, ella corrió hacia Vane, que yacía de espaldas, completamente desnudo. Vio que tenía lágrimas en los ojos.
Ash le pasó las manos por el cuerpo y de repente aparecieron una camiseta y unos pantalones vaqueros. Sin embargo, siguió inmóvil.
—Tardará un poco en recobrar el sentido —le explicó Ash, antes de mirar hacia al general romano—. ¿Cómo está la humana, Valerio?
—Está viva. Tú ocúpate de Vane y yo la llevo al hospital. —Alzó a la mujer del suelo y se encaminó hacia Royal Street con ella en brazos.
Bride se postró de rodillas al lado de Vane y se colocó su cabeza en el regazo. El extraño tatuaje había aparecido en su cara y su cuerpo estaba tenso mientras sufría continuas convulsiones.
—¿Qué le ha pasado? —le preguntó a Ash.
—Los daimons deben de haber usado… Odio esa estúpida palabra… Deben de haber usado un fáser.
—¿Como en Star Trek?
—Más o menos. Es un arma desarrollada por los centinelas contra los katagarios. Es más potente que una pistola Taser y actúa enviando una descarga eléctrica de alto voltaje al cuerpo de la víctima. Cuando un katagario o un arcadio recibe una descarga, pierde el control de su cuerpo y de sus poderes mágicos. Ni siquiera puede mantenerse en una forma concreta. Si recibe una descarga lo bastante fuerte, son literalmente expulsados de su cuerpo y se convierten en entes incorpóreos, como los fantasmas.
En ese momento Vane le cogió la mano.
Lo miró con una sonrisa un tanto temblorosa.
—¿Estás bien, lobo? —le preguntó Ash.
Todavía seguía temblando.
—¿Para qué cojones estaba calibrada esa cosa?
—Para matarte, supongo. Pero por suerte no funcionó.
Ash lo ayudó a levantarse muy despacio, pero Vane se tambaleó y se habría caído si él no lo hubiera agarrado.
—Cuidado, lobo. —Ash extendió la mano hacia ella y la tocó.
Al instante estuvieron en el dormitorio que compartían en la casa de Valerio.
Preocupada por Vane, se quedó un poco rezagada mientras Ash lo ayudaba a echarse en la cama. En cuanto lo soltó, se desplomó sobre el colchón.
—¿Qué puedo hacer para ayudarlo? —preguntó.
—Nada, en realidad. La electricidad tardará todavía un rato en dejar de actuar sobre sus células. Que no se mueva demasiado, porque suelen marearse en este estado.
—Vale. —Dejó escapar un suspiro aliviado—. Me alegro de que su madre no tuviera un cacharro de esos.
—Estoy seguro de que lo tenían. Pero, conociendo a Vane, dudo de que les diera la oportunidad de utilizarlo. Los katagarios están acostumbrados a que los arcadios utilicen un fáser contra ellos. Lo que es extraño es que lo use un daimon. —Ash miró a Vane—. Debería haberte avisado. Como hay tantos arcadios y katagarios en la ciudad, los daimons locales son un poco más listos que en otros sitios.
—Eres un mamonazo, Ash —dijo Vane con la voz entrecortada.
—Bueno, como ya no hago falta aquí, os dejaré solos y seguiré patrullando. Paz.
En cuanto se desvaneció, Bride se sentó en el borde del colchón junto a Vane.
Se le hacía bastante raro verlo con la marca en el rostro. La tocó con la mano.
—¿Te he asustado? —le preguntó él.
—Un poco —respondió con sinceridad—. Pero esas criaturas me dieron mucho más miedo. ¿Siempre son así?
Vane asintió con la cabeza.
—Santo Dios, vives en un mundo aterrador.
—Lo sé.
Siguió sentada en silencio, analizando los diversos finales que podría haber tenido la noche. Después de su forma de salvarla de la aldea medieval, creyó que era inmune a cualquier cosa.
Pero acababa de descubrir que tenía un talón de Aquiles muy real y muy peligroso.
—¿Tiene que ser muy fuerte la descarga eléctrica para hacerte esto? —le preguntó—. Quiero decir, ¿basta con la electricidad estática?
—No me haría cambiar de forma, pero tampoco es muy agradable. Nuestros mayores enemigos son los enchufes, o cualquier otra fuente de electricidad humana, y los rayos. Algunas pilas tienen el voltaje necesario para hacernos cambiar de forma.
—¿Y te deja incapacitado?
Vane asintió con la cabeza.
Cerró los ojos, asaltada por un nuevo temor. El hecho de que sus perseguidores supieran cómo matarlo resultaba aterrador.
Y si decidían sellar su unión, también moriría ella.
¿Qué pasaría si tenían hijos y ellos acababan muertos? ¿Qué habría pasado si Valerio no hubiera aparecido cuando lo hizo?
O peor aún, ¿qué habría pasado si la poli o alguna otra persona hubiera visto a Vane cambiar de forma? Los habrían arrestado a los dos y los habrían mandado sabría Dios adonde para estudiarlos y diseccionarlos. Había visto bastantes episodios de Expediente X como para saber que el gobierno no se tomaba a la ligera la presencia de bichos raros en la sociedad.
—Siento que no pudiéramos ir a bailar —dijo Vane en voz baja.
Le acarició el brazo para reconfortarlo.
—No te preocupes.
Sin embargo, ella no podía evitar preocuparse por lo que había sucedido esa noche.
¿De verdad quería formar parte de un mundo en el que la gente utilizaba la magia como si tal cosa? ¿Un mundo en el que la gente aparecía y desaparecía de las habitaciones y los edificios en un abrir y cerrar de ojos? Sería una humana rodeada de…
La mera idea la dejó aterrada.
—¿Vane? ¿Nuestros hijos serían como tú o como yo?
—Los genes de los arcadios y los katagarios son más fuertes y suelen ser los dominantes. Lo que no sé es si nuestros hijos serán arcadios o katagarios.
Eso la asustó todavía más.
—¿Me estás diciendo que podría dar a luz a cachorros?
Vane apartó la mirada.
Ella se levantó de la cama mientras analizaba la posibilidad. Cachorros. No niños. Cachorros.
En fin, conocía a gente que trataba a sus animales como si fueran sus hijos. Sus padres lo hacían, por ejemplo, pero eso…
Eso requería un análisis mucho más profundo antes de comprometerse a nada.