10

Cuando le dijo a Vane que se mostrara tal cual era para poder conocer al verdadero hombre… bueno, para conocer al verdadero lobo, Bride no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo.

Prácticamente no hacía nada de forma «normal» y comenzaba a agradecerle el supremo esfuerzo que le había supuesto permanecer en el mundo «normal» cuando fingía ser su lobo.

Después de dejar a Ash, fueron a la planta baja en busca de Fury. Estaba diciéndole a Amanda que la llamaría y no había terminado de hablar cuando ya se encontraba en otra casa…

—Me encantaría que me avisaras antes de hacerlo —le dijo a Vane mientras miraba a su alrededor para situarse.

Estaban en un salón gigantesco, el doble de grande que el de Kirian. La casa estaba a oscuras y sumida en un silencio sepulcral. Parecía estéril. Fría. Las paredes de la estancia tenían un revestimiento de paneles de roble tallados, a todas luces carísimos, y estaba amueblada con más antigüedades de las que había visto juntas en la vida. Y luego estaba el suelo de mármol, que imitaba los intrincados mosaicos romanos. Era como visitar un castillo europeo. O una mansión del viejo continente. Allí donde clavaba la vista, todo rezumaba el estilo y el gusto de la aristocracia.

Al contrario que la casa de Kirian, no había nada moderno ni cómodo. No había sofás mullidos, ni televisión, ni teléfonos (al menos a la vista), ni ordenadores. Nada. Hasta los libros que se alineaban en las exquisitas librerías parecían ser antigüedades encuadernadas en cuero. Saltaba a la vista que el sofá era una reliquia del período georgiano y parecía tener un relleno bastante escaso bajo la tapicería color borgoña.

Pero lo más extraño de todo eran las estatuas. La escalinata estaba flanqueada por dos figuras desnudas que parecían ser ninfas. Lo extraño no era que fuesen antiguas, sino los adornos de un rojo brillante que cubrían los pezones de mármol blanco, como los que solían llevar las strippers.

—¿Qué narices es eso? —preguntó.

Fury estalló en carcajadas al ver las estatuas.

—¡Joder, Vane, llama antes de aparecer! Tienes suerte de que no te haya disparado.

Bride se giró y vio a un tío alto, moreno y guapo que entraba en el salón. El pelo le llegaba a los hombros, tenía los ojos oscuros y penetrantes, y una barba de unos tres días. Ataviado con una camisa hawaiana de un tono naranja chillón y unos vaqueros muy desgastados, sus ademanes delataban a alguien muy capaz de matar a cualquiera que se le acercara.

—¿Es el vampiro? —preguntó en voz baja.

—No —contestó Vane mientras miraba sin dar crédito al recién llegado—. Es un mafioso. Otto, ¿qué coño estás haciendo aquí? ¿Y con esas pintas? ¿Qué cojones has hecho con tu ropa? ¿Te estás convirtiendo en Nick Gautier?

—Estoy sufriendo el tormento eterno —contestó el tal Otto, rascándose la barba mientras se acercaba—. Me han trasladado aquí, en contra de mi voluntad debo añadir, para servir a Su Majestad Antipático I porque quiere a alguien que hable latín e italiano. Que Dios lo libre de tener un escudero plebeyo que solo hable inglés. Ni hablar, debemos proveerlo con uno de rancio abolengo —pronunció la última palabra imitando a Alfred Hitchcock.

—¿Y qué haces vestido como Nick? —le preguntó Vane.

—¿Esto? Es para cabrearlo. Además, es lo único que me mantiene cuerdo mientras estoy aquí.

Vane se echó a reír.

—A ver, déjame adivinar, tú eres el que adorna las estatuas, ¿verdad?

—¡Desde luego que sí! Estoy deseando que se levante y le dé un ataque cuando lo vea. —Con un tono de voz más grave que el que había estado usando y un acento que no terminaba de ser italiano, añadió—: No toques ni te atrevas a respirar sobre las estatuas, escudero. A diferencia de lo que se puede decir de ti, su precio es impagable. —Volvió a su voz habitual—. ¡Ja! Impagable va a ser su cara cuando las vea esta noche.

En esa ocasión fue Fury quien soltó una carcajada.

—No te conozco —dijo, acercándose a Otto con la mano extendida—, pero me da en la nariz que vamos a ser amigos. Fury Kattalakis.

—Otto Carvalletti. —Tras el apretón de manos, su mirada voló de Fury a Vane y viceversa—. ¿Sois familia?

—Hermanos —contestó Vane.

—Genial —replicó, girándose hacia ella con una sonrisa encantadora—. Y tú debes de ser Bride. —Se saludaron con un apretón de manos que le permitió echar un vistazo al tatuaje con forma de telaraña que el hombre tenía en los nudillos—. Bienvenida a la locura de nuestro mundo, milady, aunque personalmente creo que debéis estar un pelín tocada del ala para entrar en él. —Le besó la mano y le hizo una profunda reverencia.

El gesto le arrancó a Vane un gruñido amenazador, aunque Otto pasó totalmente de él.

—Por cierto, Bride, puedes relajarte. Técnicamente soy humano, aunque mis numerosos hermanos lo nieguen. Y salvo por el asuntillo de las estatuas, no soy un pervertido. Cuando conozcas a mi jefe, entenderás por qué tengo que darle la matraca. —Se encaminó hacia la escalinata—. Si uno de vosotros, amables lobos, me hiciera el favor de aullar, declamaría aquello de «¡Ah, los hijos de la noche, qué música tan maravillosa!». —Miró por encima del hombro al ver que ni Vane ni Fury aullaban—. O no. Vale, tomo nota de que los lobos no tienen sentido del humor o de que no han leído Drácula ni han visto las películas. No pasa nada. Seguidme y os enseñaré vuestras habitaciones. Las normas se resumen en una sola. Intentad ser lo más silenciosos posible durante el día para no despertar al conde Penécula.

—¿Penécula? —repitió ella.

—El insulto cariñoso que utilizo para referirme a Valerio. El nombre, al igual que el buen general romano que posee esta mansión, es una mezcla entre «pene» y «Drácula».

Se habría echado a reír de buena gana, pero le dio la impresión de que eso solo empeoraría el comportamiento de Otto. Lo siguieron escaleras arriba.

—¿Cuándo te has vuelto tan parlanchín, Carvalletti? —le preguntó Vane—. Siempre te he tenido por un hombre de pocas palabras.

—Suelo serlo, pero llevo tanto tiempo encerrado en esta mansión que creo que se me está yendo la olla. Me parece que debería haberme quedado en Alaska. ¡Joder, si hasta he empezado a hablarle a Nick para romper la monotonía! —Se detuvo de repente y se dio la vuelta para mirarlos—. Valerio no es un Cazador Oscuro, es un daimon chupavidas dispuesto a dejarme seco. No me extraña que su último escudero renunciara. Yo no paro de pedir el traslado, pero mi padre no deja de repetirme que sea un hombre y que asuma mis responsabilidades con dignidad. En serio, más le vale no empezar a chochear, porque pienso encerrarlo en el peor asilo que pueda encontrar.

—¡Qué fuerte! Y yo que pensaba que mi relación con mis padres era chunga… —dijo Fury, que estaba detrás de ella—. Los míos solo quieren matarme para librarme de mi sufrimiento, no hacerme sufrir.

—Ya —replicó Otto desde la parte superior de la escalinata—. Tienes suerte. Ojalá los míos me mataran.

Mientras Otto los guiaba por un pasillo, Vane aprovechó para inclinarse hacia Bride y susurrarle al oído:

—No te dejes engañar por las gilipolleces de Otto. Se licenció en Princeton con las mejores notas de su promoción y dio el discurso de graduación.

La información la dejó boquiabierta.

—Y también tenía un cerebro antes de que este lugar lo dejara frito. Intentad lidiar con Valerio y Nick a la vez y en un par de días descubriréis que habéis hecho una regresión a la infancia. Pero, hagáis lo que hagáis, no le digáis al señor Valerio que he pisado Princeton. Cree que no tengo ni el graduado escolar.

Bride se echó a reír y miró a Vane.

—¿Este es el mundo al que me traes? Sin ánimo de ofender, esta gente está como un cencerro. Un licenciado de Princeton que viste como un chulo de playa y que adorna los pezones de las estatuas; un cuñado que es un perro…

—Sí, pero que no se te olvide que ya conocías a Tabitha —le recordó él—. Tú también tienes unos cuantos pirados cerca.

No le quedó más remedio que alzar las manos a modo de rendición.

—Vale, pero ella es la única.

—Y tu padre se dedica a castrar perros —añadió Fury, que caminaba tras ellos—. Creo que eso es lo más abominable que he oído en la vida.

—¿Quieres que vayamos a hacerles una visita a mis padres, Fury? —le preguntó.

—Paso.

Otto abrió una puerta y dejó a la vista un enorme dormitorio. Jamás había visto una cama con dosel tan recargada como la que tenía delante. Las cortinas de terciopelo de color azul oscuro caían junto a los querubines y ángeles que adornaban los antiguos postes.

—Es magnífico.

—Valerio insiste en tener lo mejor. Vosotros dos podéis acomodaros aquí, me llevo al perro al otro lado del pasillo.

—¡Oye! —protestó Fury, indignado.

—Relájate —replicó Otto—. Ni que fuera a mandarte a dormir al garaje…

Se marcharon, dejándolos a solas en la habitación.

—Aquí estamos —dijo, insegura de repente.

Vane la pegó a él.

—Esto de no tener que fingir cuando estoy contigo es raro.

—¿Qué puedes hacer?

—Casi cualquier cosa. Puedo viajar en el tiempo y en el espacio. Puedo hacer que aparezcamos ahora mismo en París o en cualquier otro sitio que te apetezca conocer.

Sopesó la posibilidad. Podría tener lo que se le antojase, pero solo había una cosa que podría hacerla realmente feliz.

—¿Puedes hacer que sea delgada?

Vane no pareció muy contento con la pregunta.

—Podría hacerlo.

—Hazlo.

Él frunció el ceño como si su deseo lo desconcertara por completo.

—¿Por qué?

—Porque siempre he querido ser como una de esas mujeres pequeñitas y nunca lo he sido.

Vane se movió hasta ponerse tras ella para abrazarla y estrecharla contra su cuerpo.

—No te quiero escuálida, Bride. Me gustas tal como eres. —Su aliento le hizo cosquillas en el cuello y la puso a cien—. Mi gente tiene un dicho: la carne, para el hombre; los huesos, para el perro.

—Sí, pero tú eres las dos cosas.

—Y si tengo que elegir entre las costillas y el filete, me quedo siempre con lo más suculento.

Siseó cuando la besó en el cuello y comenzó a mordisquearla. Cerró los ojos y aspiró el aroma masculino y cálido que exudaba. Estar rodeada por sus brazos era maravilloso. Su cercanía la dejaba sin aliento y le aflojaba las rodillas.

—¿Esto es todo lo que hay entre nosotros, Vane? ¿Solo sexo?

Él le acarició la mejilla con la suya con tanta ternura que la desarmó por completo.

—No. El sexo es la demostración física de lo que siento por ti. —Le cogió la mano y se la colocó sobre el corazón para que sintiera sus latidos contra la palma—. Nadie me ha tocado como tú. Eres como un susurro. Suave, delicada. Relajante. En mi mundo la gente siempre grita y chilla. Pero tú… tú eres mi refugio.

Sus poéticas palabras le provocaron un escalofrío.

—Dios, eres bueno, sí…

—No estoy actuando, Bride. Tal vez sea humano, pero también soy un animal, y el animal que llevo dentro no miente ni engaña. Jamás se me ha pasado por la cabeza que esa parte de mí mismo pudiera acabar domesticada y tú lo has logrado. No quiere atacar a nadie. Solo te quiere a ti.

¿Cómo podía una mujer negarse a algo así?

Jadeó cuando su ropa se desvaneció.

—¿Vane?

Antes de que pudiera pronunciar su nombre de nuevo, estaban desnudos bajo las sábanas.

—Menudo talento el tuyo… —dijo mientras él le frotaba el cuello con la nariz.

—Pues todavía no has visto nada —le murmuró Vane al oído antes de darle un lametón.

El sublime placer de sus caricias la embriagaba. Sin embargo, por primera vez desde que se conocieron fue directo al grano. La penetró con una poderosa embestida.

Y gimieron al unísono.

Observó su rostro, rebosante de placer. Aquello no era un juego para él, se tomaba muy en serio lo de conquistarla.

Deslizó las manos por su espalda y notó cómo se contraían y relajaban sus músculos mientras se hundía en ella y se retiraba con un ímpetu pasional. En esos momentos era el lobo y tenía hambre. Esos ojos verdosos la estaban devorando.

Vane sentía que la suavidad del cuerpo que tenía debajo le robaba la razón. El animal que habitaba en él quería poseerla por completo. Quería hacerla suya y dominarla.

El hombre ansiaba su ternura. Su corazón.

Pero, sobre todo, ansiaba pasar el resto de su vida mirando esos ojos ambarinos que en esos momentos estaban oscurecidos por la pasión. Bride había separado un poco los labios mientras jadeaba de placer.

Se apoderó de esa boca. Y gruñó al saborearla. Al sentir el roce de su lengua en la suya mientras se hundía en ella hasta el fondo una y otra vez.

Aunque la deseaba con desesperación, se obligó a tratarla con delicadeza. A recordarse que era humana y frágil.

Se moriría si alguna vez le hacía daño.

¡Por los dioses!, pensó. Las caricias de sus manos en la espalda… El modo en que le agarraba el culo. No estaba echando un polvo con él sin más. Estaba haciéndole el amor. Y eso era lo más importante dé todo para él.

Aunque fuese inmortal, jamás podría experimentar nada mejor que el roce de esas piernas largas y suaves entrelazadas con las suyas.

Mientras él la devoraba, Bride se esforzaba por respirar. Ningún hombre le había hecho el amor de esa manera… como si no pudiera saciarse jamás. Como si estuviera desesperado por hundirse en ella.

Los brazos que la rodeaban irradiaban una fuerza y un poder indescriptibles. Pero la abrazaban con ternura. Con delicadeza.

Cada uno de sus poderosos envites le provocaba una oleada de placer.

—Me encantan tus caricias —le dijo Vane entre resuellos cuando le aferró el trasero—. Y me encanta hacerlo así.

—Así, ¿cómo?

—Cara a cara —contestó, enfatizando cada palabra con una embestida profunda y de lo más placentera—. Porque puedo sentir tus pechos contra mí. Y puedo ver tu expresión cuando te corres.

Entonces la besó. Un beso magistral y abrasador. Profundamente satisfactorio.

Se dejó arrastrar por él. Por el intenso placer de sentirlo tan duro y grande en su interior. De sentir ese cuerpo moviéndose sobre ella.

Vane permitió que sus poderes los inundaran. Ya no había necesidad de refrenarlos ni de disimularlos. Dejó que la pasión que compartían los intensificara hasta que alcanzaron el punto álgido.

La sensación fue similar a la de una descarga eléctrica y aumentó de forma increíble su percepción. Cada roce del cuerpo de Bride se hizo mucho más intenso.

Se percató del momento exacto en el que ella sintió el asalto de sus poderes porque echó la cabeza hacia atrás, embargada por el placer, y salió al encuentro de cada una de sus embestidas con la respiración entrecortada.

Cuando se corrió, se vio obligado a enmudecer su grito con sus poderes para que los demás no supieran lo que estaban haciendo.

La imagen de Bride en las garras del orgasmo, aferrándose a su espalda con todas sus fuerzas, le arrancó una sonrisa.

Pero no tardó en seguirla y gruñó cuando se corrió en su interior. Siguió tumbado sobre ella mientras su cuerpo continuaba estremeciéndose.

Entretanto, Bride jugueteaba con su pelo y lo abrazaba.

—Ha sido increíble —musitó. Pero no tardó en fruncir el ceño—. Se te pone más grande al final, ¿verdad?

—Sí —contestó él, mordisqueándole los labios— y no puedo salir de ti sin hacerte daño. Tengo que esperar unos minutos.

Todavía sentía los espasmos que lo asaltaban.

—¿Por qué y qué hiciste para que yo no me…?

—Utilicé un hechizo temporal para que no te dieras cuenta del tiempo que tardaba en acabar. —Siseó al verse asaltado por un nuevo orgasmo.

En cierto modo, esperó que sus palabras la asquearan. Pero se equivocó.

Bride siguió acunándole la cabeza y jugueteando con su pelo hasta que estuvo completamente saciado.

Cuando por fin acabó, salió de ella y se desplomó a su lado.

Bride se giró para mirarlo.

—Entonces, ¿así eres en realidad?

Asintió con la cabeza y aguardó a que su corazón recobrara un ritmo normal. Entretanto, Bride se apoyó en su pecho y le besó el pezón derecho. Su delicado lametón le arrancó un gemido.

—Si sigues haciendo eso, no saldremos de esta cama en todo el día.

Bride resopló.

—Hombres… Necesitáis al menos unas cuantas horas para… —Dejó la frase en el aire cuando notó su erección en el muslo.

—No soy humano, Bride. El sexo nos revitaliza. No nos agota.

Alzó la sábana para comprobar con sus propios ojos la verdad de esa afirmación. Volvía a tenerla dura.

—¿Eso quiere decir que puedo jugar contigo todo lo que me apetezca?

—Ajá. Soy todo tuyo, corazón.

Se mordió el labio y bajó una mano para explorarlo a placer. Puesto que Taylor no había querido hacer el amor con ella con la luz encendida ni tampoco a la luz del día, nunca había tenido la oportunidad de examinar de cerca a un hombre.

Vane dobló una pierna, pero no dijo nada mientras ella exploraba con delicadeza cada peculiaridad de su cuerpo.

La observó detenidamente y comenzó a juguetear con su pelo. Nunca había estado con una mujer que se mostrara tan curiosa con él. A las lobas les daba igual el aspecto de un macho siempre y cuando pudiera complacerlas. En cuanto el acto acababa, se lo quitaban de encima sin miramientos y se marchaban. No compartían sus cuerpos. No había caricias ni demostraciones de amor. No había cariño.

Y eso era lo que más valoraba de Bride.

Sus dedos exploraron sus testículos con sumo cuidado. Después, se trasladaron para acariciarle la polla, provocándole un escalofrío. La pierna que tenía extendida dio un respingo.

Bride soltó una risilla sin dejar de acariciarlo.

—Te ha gustado, ¿verdad?

—Sí —contestó con voz estrangulada mientras sentía cómo se le ponía más dura aún.

Ella alzó la vista e hizo lo impensable. Se la metió en la boca.

Echó la cabeza hacia atrás y le enterró las manos en el pelo mientras el placer lo asaltaba. Tuvo que apretar los dientes para no soltar un aullido cuando ella se la lamió de la base a la punta. Volvió a metérsela en la boca y siguió chupando con afán juguetón.

Con el cuerpo enfebrecido, le tomó la cara entre las manos. La generosidad de lo que Bride estaba haciendo…

No sabía que existiera tal cosa. Una katagaria preferiría la muerte antes que tocar a un macho de ese modo. Era él quien tenía que complacerla, no al contrario.

Bride soltó un gruñido gutural mientras saboreaba la verdadera esencia de Vane. Buscó su mirada y vio que la estaba observando con los ojos entrecerrados a causa del placer y de la incredulidad. Una combinación muy potente.

A juzgar por su expresión, acababa de llevarlo al cielo. Él le apartó el pelo de la cara y le acarició una mejilla con el pulgar mientras ella seguía chupándosela.

Sintió que el aire restallaba a su alrededor y se detuvo.

—No pasa nada —la tranquilizó Vane sin aliento—. Son mis poderes. A veces lo hacen.

Así que siguió.

Vane apretó los dientes a medida que el placer alcanzaba cotas increíbles. Iba a correrse de nuevo de un momento a otro. Por temor a hacerle daño, la apartó un momento antes de estallar.

Y no fue el único en hacerlo. Todas las bombillas de la habitación estallaron en mil pedazos, ya que la intensidad del orgasmo incrementó sus poderes hasta tal punto que hicieron estragos en la habitación.

Se tapó con la sábana y siguió con su propia mano hasta acabar. Sintió que Bride colocaba una mano sobre la suya. Abrió los ojos y la observó mientras lo apartaba y comenzaba a acariciarlo hasta que estuvo completamente saciado.

—No tienes que apartarme, Vane —le dijo al cabo de unos minutos.

—Aumenta hasta el doble de tamaño cuando me corro. No quería hacerte daño.

Ella lo soltó y lo besó en los labios.

La estrechó con fuerza, decidido a disfrutar de la novedad del momento que compartían.

Bride se apartó de él para mirar las bombillas destrozadas.

—Espero que nuestro anfitrión no sea demasiado… —Dejó la frase en el aire al ver que Vane reparaba todas las bombillas con sus poderes.

—Menudo talento el tuyo, sí.

Él sonrió con malicia.

—El tuyo es mejor.

Su respuesta la confundió.

—Yo no tengo ninguno.

—Sí que lo tienes. Esa boca tuya es mágica.

—Mmmm —musitó mientras lo besaba de nuevo—. Pero solo trabaja para ti.

—Bien.

Se apartó de él al caer en la cuenta de algo.

—Espera un momento. Ni siquiera puedes serme infiel, ¿verdad?

Vane meneó la cabeza.

—Sin ti soy un eunuco. Y mis poderes se reducirán también. Cuando nos arrebatan el sexo, no tenemos ningún modo de recargar energía. Hasta que al final perdemos la magia.

—En ese caso, ¿cómo es que tu padre es el líder de la manada si no puede usar la magia?

Vane frunció el ceño.

—¿Cómo sabes que mi padre es el líder?

—Lo escuché en la aldea medieval.

Él respiró hondo antes de explicárselo.

—Se convirtió en el líder de la manada antes de que yo naciera. Sigue al mando porque físicamente es muy poderoso en su forma de lobo y hace tratos con los daimons a cambio de magia.

—¿Daimons?

—Vampiros. Al contrario de lo que veis en el cine y en la televisión, a los vampiros reales no les va la sangre. Viven de las almas humanas. Si capturan el alma de un Cazador Katagario o de un humano con poderes psíquicos, se quedan con sus poderes. Los daimons que ostentan mucho poder son capaces de compartirlo con otra persona. Mi padre hace sacrificios periódicos para que dejen a la manada tranquila y para que le presten parte de su magia.

—¿Sacrificios?

Vane suspiró como si la idea lo disgustara.

—Finge que alguien ha traicionado a la manada y lo deja a su suerte para que lo cacen los daimons. Mi hermano Fang y yo fuimos los últimos sacrificios que hizo. Sabía que mandaría a sus asesinos a buscarnos en cuanto se diera cuenta de que los daimons no habían aparecido para compartir nuestros poderes con él.

No se le ocurría nada más espantoso. Su padre lo había entregado a modo de sacrificio. Su madre lo odiaba y no dudaría en matarlo también.

Su pobre lobo… No era de extrañar que hubiera acabado a su lado.

—Ay, Vane, lo siento muchísimo.

—No pasa nada. La verdad es que me sorprende que mi padre tardara tanto en entregarnos. Creo que no lo hizo antes porque a pesar de todos sus defectos quería a mi hermana Anya por encima de todas las cosas. Y ella nos quería a nosotros. Mientras vivió, no nos mató para no hacerle daño. Pero cuando murió…

—¿Fue a por vosotros?

Él hizo un gesto afirmativo.

Le acunó la cabeza contra su pecho, deseando poder arreglar las cosas aunque no pudiera hacerlo. Al menos, Vane parecía aceptar su pasado, así como el odio irracional que le demostraban sus padres. Su fuerza le resultaba sorprendente. No conocía a ningún otro hombre que pudiera mostrarse tan compasivo y cariñoso pese al pasado y el dolor que había soportado.

—¿Cómo era la vida en la manada? —le preguntó, deseosa de saber qué otras cicatrices ocultaba con tanta dignidad.

—No sé. Vivíamos como animales. Solíamos permanecer en forma de lobo a menos que necesitáramos ir a alguna ciudad a por algo.

—¿Como comida?

—O sexo. El sexo es mucho más satisfactorio en forma humana que en forma animal. La estimulación es mayor, sobre todo para las hembras.

Ese era un detalle que prefería pasar por alto. No le gustaba la idea de Vane con otras mujeres. Claro que al menos no tenía que preocuparse por que le pusiera los cuernos. Un factor muy a tener en cuenta. Su hermana estaba pasando por un divorcio precisamente a causa de la infidelidad.

—Así que prácticamente pasáis la vida en forma de lobo, ¿no?

Él asintió con la cabeza.

—Para un katagario es muy fácil porque es su forma natural. Suelen adoptarla siempre que duermen o están heridos.

—Pero tú eres arcadio.

A juzgar por la tensión que se apoderó de él, supo que no le hacía ni pizca de gracia.

—Sí, así que para mí era una tortura indescriptible permanecer en forma de lobo. Entre otras cosas, mi magia es tan poderosa porque me vi obligado a aprender a canalizar mis poderes para no cambiar de forma mientras luchaba, me curaba de las heridas o dormía. Cosas que debería haber hecho en forma humana.

—¿Y el tatuaje que tienes en la cara?

—Es una especie de marca de nacimiento. —Soltó el aire muy despacio mientras los símbolos aparecían de nuevo.

Siguió con el dedo las espirales, extrañas pero hermosas.

—Los centinelas son los guardianes de los arcadios —le explicó—. Cuando los arcadios dejan atrás la pubertad, las Moiras eligen a los que creen más fuertes para que protejan el mundo de los asesinos katagarios o de los animales dispuestos a masacrarlos a ellos o a la Humanidad.

Dio un respingo al entender lo que le estaba diciendo.

—Así que estabas viviendo entre lobos cuando te convertiste en humano y después acabaste siendo su peor enemigo.

—Sí.

Sintió una oleada de compasión por él.

—Debías de estar aterrado. ¿Por qué no te marchaste?

—Tendría que haberlo hecho, pero era joven y estaba asustado. No sabía nada sobre los arcadios y muchísimo menos sobre los humanos. Recuerda que crecí en forma de lobo. Jamás permitimos que los cachorros estén cerca de los humanos. No tenía ni idea de cómo comportarme ni de cómo relacionarme con los habitantes de tu mundo. De ahí que hiciera un trato con Aquerón para que me llevara al pasado con el fin de conocer a mi madre. Pensé que si le decía que ya no era un animal, me ayudaría a adaptarme.

—Pero no lo hizo.

—Me acusó de ser un mentiroso y me echó de allí.

Le daban ganas de matar a Bryani por eso. ¿Qué clase de madre podría mostrarse tan cruel? Aunque, después de todo, la crueldad estaba por todas partes.

—Y al mismo tiempo Fury estaba pasando por un proceso semejante, solo que a la inversa.

—Sí.

No sabía cuál de los dos hermanos lo había tenido peor. Probablemente Fury. Al contrario que Vane, no había tenido hermanos que lo aceptaran.

—Así que regresaste con la manada después de conocer a Bryani, ¿no?

Vane hizo un gesto afirmativo.

—Era lo único que conocía y no podía pedirles a Fang y Anya que abandonaran la manada para acompañarme. Supuse que si mi padre me mataba, ellos al menos tendrían un hogar y contarían con su protección.

—¿Y nadie más se enteró de tu cambio?

—Solo Fang y Anya, y al parecer también Fury. Debería haberlo sabido cuando se unió a nosotros. Pero siempre fue muy reservado. Stefan y los demás intentaron convertirlo en el omega, pero él no se dejó. Suplía la magia con la fuerza bruta y con la disposición de matar a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Dejó de acariciarle el pelo mientras intentaba comprender su mundo.

—¿El omega?

Vane le dio un beso en el abdomen.

—En todas las manadas hay un chivo expiatorio al que todos los demás persiguen. Siempre es un macho y se llama «lobo omega».

—Qué cosa más horrible.

Él se alzó un poco para mirarla.

—Es la naturaleza y somos animales. Dijiste que querías conocerme y por eso estoy contestando todas tus preguntas sobre mi mundo, aunque sean cosas repugnantes.

Intentó imaginarse al Vane que ella conocía mostrándose frío e implacable. Era difícil cuando la miraba con los ojos rebosantes de amor y deseo.

—¿Le has hecho daño al omega alguna vez?

Negó con la cabeza.

—Siempre solía interponerme entre él y los demás. Por eso me odian. Fang siempre me ha tachado de idiota por hacerlo.

Sus palabras la inundaron de alegría. Era un buen hombre, aun en forma de lobo. No debería haber dudado de él.

—Yo no creo que seas idiota. Creo que eres maravilloso.

La réplica le valió un beso.

Alguien llamó a la puerta.

—Oye, Vane —escucharon que Otto decía desde el otro lado—, se me ha olvidado deciros que la cena se servirá dentro de una hora. Así que si queréis comer con Valerio, sed puntuales o le dará un ataque.

—¿Quiere que nos arreglemos para cenar? —preguntó Vane en voz alta.

—Por supuesto, pero yo llevaré unas bermudas y una camiseta.

Su respuesta lo hizo reír entre dientes.

—Va a matarte.

—Ojalá. Nos vemos luego, chicos.

Las pisadas del escudero se perdieron por el pasillo.

Siguió tendida en la cama, sorprendida al darse cuenta de que no se sentía incómoda con Vane. Debería estarlo, dado lo buenísimo que estaba. Pero no era así.

Era extraño estar con un hombre que la aceptara de esa manera tan completa, con defectos y todo. No quería que fuese diferente en ningún sentido. Era un cambio refrescante.

Colocó una mano en una de sus ásperas mejillas y se deleitó con la lánguida expresión que reflejaba su cincelado y apuesto rostro. Sin embargo, en el fondo de su mente había una vocecilla que no paraba de susurrar: «Todo lo bueno se acaba».

—¿Crees en el amor eterno, Vane?

Él asintió con la cabeza.

—Cuando vives durante cientos de años, ves muchas cosas.

—¿Cómo se puede diferenciar de un simple enamoramiento?

Vane se sentó entre sus piernas y tiró de ella hasta que acabó acurrucada en su regazo.

—No creo que haya una diferencia entre ellos. Creo que un enamoramiento es como un jardín. Si lo cuidas con esmero, crece hasta convertirse en amor. Si lo descuidas o lo maltratas, muere. Para conseguir el amor eterno es necesario recordarle siempre al corazón lo que es vivir sin él.

Semejante perla de sabiduría la dejó atónita. Se alejó un poco de él y lo miró con expresión incrédula.

—Eso es muy profundo, sobre todo viniendo de un hombre.

—Era lo que solía decir mi hermana. —La tristeza que asomó a sus ojos le encogió el corazón.

—Ojalá la hubiera conocido. Por lo que cuentas de ella, debió ser maravillosa.

—Lo era.

De repente, la asaltó una idea y frunció el ceño.

—¿No puedes ir al pasado y verla? ¿O salvarla?

Vane la acercó de nuevo, apoyó la barbilla en su cabeza y comenzó a acariciarle el brazo.

—En teoría, sí. Pero se supone que no debemos hacerlo. El tiempo es muy delicado y no se puede manipular a la ligera. Y, en cuanto a salvarla, no. Las Moiras tratan de un modo bastante desagradable a aquellos que meten las narices en sus asuntos. Cuando una vida llega a su fin, les molesta muchísimo que alguien contradiga sus designios.

—Parece que lo hayas aprendido por experiencia.

—No. Pero conozco a alguien que sí lo ha hecho.

—¿Fang?

—No. Y no lo traicionaré diciendo su nombre. El destino es el destino y ningún mortal debe luchar contra él.

—Pero ¿cómo sabemos cuál es nuestro destino? ¿Estoy destinada a estar contigo o no?

—No lo sé, Bride. Que yo sepa, la única persona que podría contestarte es Ash y no va a hacerlo.

Su respuesta era difícil de creer.

—Ash tiene, ¿cuántos? ¿Veintiún años?

—No. Tiene once mil y su sabiduría sobrepasa a la de cualquier persona que haya conocido jamás. No hay nada del presente, del pasado y del futuro que él desconozca. El único problema es que no comparte ese conocimiento con nadie. Y no sabes cómo me saca de quicio. No para de repetir que somos nosotros los que configuramos nuestro destino con cada decisión que tomamos, pero él sabe lo que vamos a decidir antes de que lo hagamos, así que no entiendo por qué no dice nada.

—Porque aprendemos de nuestros errores —concluyó ella al comprender los motivos de Ash—. Y si eliges mal y las cosas se tuercen, no podrás culparlo a él porque no te dijo nada. Del mismo modo, si haces la elección correcta, eres tú quien se lleva el mérito por haberlo decidido tú solito. Para bien o para mal, somos nosotros los que tenemos que vivir nuestra vida como mejor nos parezca. La leche, ese mocoso es listo.

Vane soltó una carcajada al escucharla.

—No es un mocoso, pero en el resto tienes razón.

Supuso que iba a preguntarle por la decisión que iba a tomar con respecto a ellos, pero no lo hizo. En cambio, la abrazó, como si estuviera en la gloria en esos momentos. Una parte de ella se sentía así, pero otra parte tenía miedo. ¿Qué decisión era la correcta?

Quería quedarse con él, pero ¿dónde? No era una loba para poder vivir en plena naturaleza y él no era el tipo de hombre que pudiera contentarse con dirigir una tienda en el Barrio Francés.

En el fondo, Vane era salvaje e indomable. No era un hombre normal y corriente. Era un guardián.

Y un lobo.

Se separó de él para mirarlo a la cara. Lo único que quería era quedarse así para siempre.

¿Sería capaz de domesticar a ese hombre? ¿En serio quería pasarse el resto de la vida mirando por encima del hombro por miedo a que sus padres o Daré aparecieran para matarlos o matar a sus hijos?

Era una posibilidad aterradora.

Y se les estaba acabando el tiempo. Dentro de unos cuantos días tendría que tomar una decisión que los haría inmensamente felices, horriblemente miserables o…

Que acabaría matándolos.