Bride jugueteaba con la ensalada e intentaba no mirar a Vane. Ese hombre tenía algo irresistible. Además, era muy desconcertante estar junto a alguien tan musculoso y atlético. Taylor era más delgado que ella, pero no iba al gimnasio y tenía su propio flotador en torno a la cintura… Vane no tenía ni un gramo de grasa en todo el cuerpo.
Se puso como un tomate al recordar lo buenísimo que estaba desnudo.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
—Estupendamente.
—¿Por qué no comes?
Se encogió de hombros.
—Supongo que no tengo mucha hambre, después de todo.
Él le quitó el tenedor de la mano, enrolló unos cuantos espaguetis y se lo acercó a la boca.
—No soy un bebé, Vane.
—Lo sé.
Se sintió arder bajo su abrasadora mirada.
—Cómetelo por mí —le pidió en voz baja aunque tajante—. No quiero que pases hambre. No es agradable.
A juzgar por su voz, supuso que realmente sabía de lo que estaba hablando.
—¿Has pasado hambre alguna vez?
—Come un poco y te contesto.
—No soy una niña.
—Ya lo sé, en serio —replicó Vane al tiempo que movía el tenedor frente a ella.
Meneó la cabeza al ver que estaba hablando en serio y abrió la boca. Con mucho cuidado, él se lo acercó y, una vez que tuvo los espaguetis en la boca, se lo sacó con delicadeza. Volvió a enrollar más espaguetis mientras ella masticaba.
—Sí, he pasado hambre. Mis padres no eran tan cariñosos ni tan protectores como los tuyos. Cuando sus hijos varones llegaban a cierta edad los echaban… para que aprendieran a valerse por sí mismos o para que murieran.
Se le encogió el corazón al recordar aquellos años. El dolor y el hambre constante. El primer año que pasó solo había estado al borde de la muerte en incontables ocasiones. Hasta que llegó a la pubertad había sido un lobezno. De la noche a la mañana, literalmente, se convirtió en humano. Sus poderes mágicos surgieron de repente y se vio atrapado en su forma humana cuando necesitaba ser un lobo.
Como no estaba acostumbrado, no podía seguir el rastro de sus presas ni matarlas. Se vio bombardeado por un sinfín de emociones y sentimientos extraños que los lobos no poseían. Y lo peor de todo fue que sus sentidos eran mucho menos precisos. Los humanos veían mejor a la luz del día, pero su oído era deficiente, no podían moverse con rapidez y tampoco podían olfatear a sus enemigos cuando estaban cerca. No tenían la fuerza física necesaria para luchar sin armas con otros depredadores y animales a fin de conseguir comida y protección.
Ni tampoco podían matar con la misma facilidad que un lobo. La culpa los consumía y aborrecían los derramamientos de sangre.
Pero, tal y como Darwin estableció, solo sobrevivían los más fuertes, de modo que aprendió a sobrevivir. Con el tiempo. Aprendió a sufrir golpes y mordeduras sin rendirse al dolor de las heridas.
Después de pasar solo el primer año de su vida como adulto, regresó a la manada enfadado y ejerciendo un férreo control sobre sí mismo. Era un humano que sabía lo que significaba ser un lobo. Un humano que estaba decidido a controlar esa parte de sí mismo que tanto aborrecía.
Y regresó con más poder del que nadie se habría atrevido a soñar.
Aun así, no lo habría logrado si Fang no lo hubiera salvado. En un principio fue su hermano quien cazó por los dos para que pudieran comer. Fue Fang quien lo protegió y vigiló mientras él volvía a familiarizarse con las cosas más sencillas. Fang se quedó a su lado cuando otros lo habrían abandonado.
Por eso lo protegería siempre, sin importar lo que le costase.
—Debió de ser duro —dijo Bride, devolviéndolo al presente.
A su lado.
Le ofreció de nuevo el tenedor con más espaguetis.
—Te acostumbras.
Ella lo miró como si comprendiera el sentimiento.
—Es sorpréndeme a lo que podemos llegar a acostumbrarnos, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir?
—Solo que a veces dejamos que nos traten mal porque ansiamos sentirnos amados y aceptados hasta tal punto que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Es muy doloroso comprender que por mucho que lo intentes, por mucho que lo desees, no te quieren ni te aceptan tal como eres. Cuando por fin lo comprendes, te arrepientes de todo ese tiempo que has pasado complaciendo a los demás y te preguntas qué será eso tan horrible que hay en ti y que incluso les impide fingir que te quieren.
Sus palabras y el sufrimiento que asomó a esos ojos ambarinos hicieron que lo viera todo rojo.
—Taylor es un idiota.
Bride abrió los ojos como platos al escuchar la sentida voz de Vane, que le recordó más a un gruñido que a otra cosa.
Él soltó el tenedor y le colocó la mano en la mejilla. Estudió su rostro mientras la acariciaba.
—Eres la mujer más hermosa que he visto en la vida y no cambiaría nada de ti.
Era maravilloso escucharlo decir esas cosas, pero no era tan tonta como para engañarse. Siempre había sido la gordita que se negaba a quedarse en bañador delante de la gente. La que fingía tener la regla durante las fiestas para que nadie se burlara de ella.
¿Cuántas veces había observado a esas zorras esqueléticas entrar en su tienda y probarse los vestidos ceñidos que vendía pero que no se podía poner?
Desearía, aunque solo fuera por una vez, ponerse uno de los atuendos más escandalosos de Tabitha sin tener que soportar cómo los ojos de los tíos se apartaban rápidamente de ella para buscar a otra más deseable.
—Como sigas diciéndome esas cosas, me veré obligada a retenerte a mi lado.
—Como sigas mirándome así, es posible que me deje.
Su réplica le provocó un escalofrío.
—Eres demasiado bueno para ser de verdad. La voz de mi conciencia no para de decirme que tengo que salir corriendo antes de que sea demasiado tarde. Eres un asesino en serie, ¿verdad?
Vane parpadeó y frunció el ceño.
—¿Cómo?
—Eres como ese tío de El silencio de los corderos. Ya sabes, el que se hace vestidos de mujer y se muestra encantador con las mujeres para seducirlas, secuestrarlas y arrancarles la piel.
Sus palabras lo dejaron horrorizado e incluso pareció ofenderse. Lo que significaba que o bien era inocente o bien que era un actor de primera.
—Vas a arrojarme desnuda a un hoyo excavado en la tierra y a obligarme a que me embadurne de loción hidratante para bebés, ¿verdad?
Su pregunta le arrancó una carcajada.
—Vives en Nueva Orleans, donde no se puede ni excavar una tumba. Así que dime ¿dónde voy a encontrar ese hoyo?
—En realidad es una especie de alberca…
—¿No llamaría mucho la atención?
—Podrías hacerlo, de todos modos —insistió.
Vane meneó la cabeza.
—No vas a dar tu brazo a torcer, ¿eh?
—Mira, soy realista y acaban de destrozarme el corazón. No quiero tener una relación en este momento. Tú has sido muy amable conmigo y no sé por qué. Pero es que este tipo de cosas no pasan en la vida real. El príncipe azul no siempre llega al rescate. La mayoría de las veces está demasiado ocupado con la capulla y perfectísima Cenicienta y sus perfectos piececitos como para prestarnos atención a las demás.
Supo que lo había mosqueado cuando lo vio suspirar y coger el vaso. El movimiento dejó a la vista la palma de su mano y frunció el ceño al ver la extraña marca que tenía en ella. Una marca que la noche anterior no estaba porque de ser así, la habría visto.
Le dio un vuelco el corazón.
Extendió el brazo y le cogió la mano para mirarla de cerca.
Vane soltó un taco para sus adentros al darse cuenta de que se le había olvidado ocultar su marca cuando se materializó en el almacén. En parte se sintió tentado de apartarse de sus manos de un tirón, pero fue incapaz de moverse mientras la observaba comparar los diseños de sus respectivas palmas.
—¿Me has marcado a fuego?
—¡No! —contestó, ofendido por el hecho de que se le hubiera ocurrido tal cosa.
El pánico la estaba invadiendo. Lo olía.
—No te he hecho nada, Bride. Te lo juro.
No lo creía.
—¡Lárgate!
Aquello iba fatal. No sabía cómo convencerla. Bride se puso en pie y agarró la escoba que estaba en un rincón.
—¡Fuera! —gritó, amenazándolo con ella.
—¡Bride!
No atendería a razones.
—Lárgate o… ¡o llamo a la policía!
Se mordió la lengua para no soltar un taco. Aquello no iba como tenía que ir. Pero tal vez fuese mejor así.
Al menos no desearía a una mujer que lo odiaba y que lo tomaba por loco.
Salió por la puerta y se quedó allí de pie. Escuchó cómo echaba el pestillo.
—Bride —le dijo, mirándola a través del cristal—. Por favor, déjame entrar.
En respuesta, ella le bajó la persiana en las narices.
Apoyó la cabeza en el frío cristal y dejó que los sentimientos que se debatían en su interior hicieran trizas su autocontrol. Su parte animal la deseaba más allá de la razón.
Su parte humana sabía que sería mejor dejarla marchar.
Por desgracia, cuando ambas partes forcejeaban entre ellas, casi siempre ganaba el lobo.
Y solía ser para bien.
Pero en esa ocasión no sería así. Suspiró mientras echaba un vistazo a su alrededor para asegurarse de que estaba solo y adoptó su forma de lobo. Lo único que le faltaba era que apareciera Fury y echara por tierra su disfraz…
Bride podía aceptar un lobo descarriado, pero dos… era pasarse un poco.
Bride estaba en mitad de la habitación con la escoba en las manos, temblando de miedo. Pensó en llamar a sus padres, pero no quería asustarlos. Vivían lo bastante lejos como para encontrarla muerta cuando llegaran.
Pensó en llamar a la policía, pero ¿qué iba a decirles? ¿Que estaba cenando con un tío buenísimo que la ponía a cien y que se había asustado al verle la mano?
En realidad, Vane no había hecho nada malo. No lo arrestarían a menos que le hubiera hecho daño.
Tabitha…
Tragó saliva mientras sopesaba la idea de llamar a su amiga. Si había algo que se le daba bien, era la defensa personal y solía ir armada hasta los dientes.
Corrió hacia el móvil y marcó el número de la tienda de Tabitha. Por suerte, estaba allí.
—Tabby —le dijo, observando las ventanas para comprobar si Vane estaba intentando forzar alguna—, por favor, ven. Creo que mi nuevo novio va a matarme. A matarme de verdad, como los tíos esos que te matan y luego te entierran en el bosque.
—¿¡Cómo!?
—Te lo explico cuando llegues. Estoy asustada, Tab. Asustadísima.
—Vale. No cuelgues mientras voy para allá. Oye, María —le dijo a la encargada de la tienda—, te dejo sola un rato. Tengo una emergencia. Llámame al móvil si me necesitas.
Bride suspiró, un poco más aliviada. La tienda de Tabitha estaba en Bourbon Street, a unas manzanas de su apartamento. No tardaría más de diez o quince minutos en llegar a pie.
—¿Está ahí todavía? —le preguntó su amiga.
—No lo sé. Lo eché del apartamento, cerré la puerta y no paro de imaginarme a demonios entrando por las ventanas a por mí como si estuviera en una película de mala muerte.
—No es un zombi, ¿verdad?
La pregunta hizo que pusiera los ojos en blanco. De labios de cualquier otra persona, lo habría tomado como una broma para hacerla reír. De labios de Tabitha, era en serio.
—Ni soñarlo.
—¿El lobo está contigo?
—No —contestó, con un nudo en la garganta—. Salió y todavía no ha regresado. ¡Ay, Dios mío! ¿Crees que le ha hecho daño?
—No te preocupes. Estoy segura de que sabe apañárselas muy bien solito.
Por su respiración, Tabitha estaba corriendo. Era una bendición de Dios, la mejor persona que se podía tener cerca en una crisis. Todo el mundo debería tener una amiga como ella. Haría lo que fuera por un amigo o por su familia.
—¿Sigues ahí? —le preguntó.
—Sí.
Continuó hablando con ella de cosas sin importancia mientras miraba por las ventanas para ver si Vane seguía allí.
No estaba.
Unos minutos después escuchó que su lobo gruñía al otro lado de la puerta.
—Tranquilo —le escuchó decir a Tabitha—. Soy yo, chico.
—¿Ya has llegado?
—Sí —contestó—. Cuelga y abre la puerta.
Lo hizo y, para su alivio, comprobó que al otro lado solo estaban su lobo y Tabitha.
—No hay moros en la costa —le dijo su amiga mientras entraba en el apartamento—. Debe de haberse marchado.
Aliviada, respiró hondo, pero volvió a cerrar con el pestillo.
—Nunca he pasado tanto miedo, Tabby. Ha sido horrible.
Tabitha estaba registrando el apartamento.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó mientras abría las puertas y miraba por las ventanas.
—No lo sé. Estábamos almorzando y todo iba genial hasta que vi esto… —Alzó la palma de la mano para que Tabitha viera el extraño tatuaje que tenía en ella—. Él tiene uno igualito.
—Estás de broma.
—No, y lo más raro es que no sé cómo me lo hice. ¿Recuerdas que estábamos comiendo y apareció así sin más?
Tabitha le cogió la mano para observarla con detenimiento.
—Me ha marcado o algo así, ¿no? —le preguntó—. Me ha dejado su marca y ahora va a matarme. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.
Su amiga negó con la cabeza.
—Si te soy sincera, no sé qué decirte. Que yo sepa, no ha habido ningún asesinato de este tipo en el estado.
Podía fiarse de ella en este aspecto. Tabitha se mantenía informada de todas las investigaciones criminales gracias a un amigo policía.
—Entonces, ¿qué crees que es?
Tabitha se acercó su mano a la cara.
—Parece de estilo griego. Ya sé, vamos a casa de mi hermana y le preguntamos a mi cuñado, a ver qué piensa él.
—¿De qué hermana?
—De mi gemela. —Tabitha le soltó la mano.
Se negaba a ir a casa de Amanda.
—¡Ella conoce al psicópata asesino de mi novio! ¡Si hasta lo ayudó a preparar nuestra primera cita!
Tabitha soltó un gruñido asqueado.
—Mira tú por dónde… Mandy siempre ha sido nula para juzgar el carácter de los demás. ¡Joder! No vuelvas a dejarle que te prepare una cita con nadie.
—¿No es eso lo que dicen de ti?
Su amiga hizo oídos sordos a la pregunta.
—En fin, tal vez sería una buena idea que metieras unas cuantas cosas en una bolsa y te fueras a casa de Amanda a pasar la noche, al menos por hoy. O hasta que descubramos algo más sobre tu amigo psicópata. Si es verdad que conoce a Amanda, también sabrá que es mejor no buscarle las cosquillas.
Bride no rechistó. A decir verdad, no quería quedarse sola en casa aunque el lobo estuviera con ella. Si Vane era realmente un psicópata, podría matar primero a su mascota y después a ella.
—Vale, dame un segundo.
Tabitha le dio unas palmaditas a su lobo mientras ella agarraba una muda de ropa, el neceser con el maquillaje y el pijama.
Vane la observaba con la cabeza gacha. Estaba aliviado al ver que había aceptado la sugerencia de Tabitha. Ni siquiera él podría entrar en la casa donde vivía Kirian. Estaba protegida no solo contra los criminales humanos, sino también contra los intrusos de naturaleza sobrenatural.
Su manada no podría entrar a menos que Kirian se lo permitiera, y al antiguo Cazador Oscuro no se le ocurriría invitar a una manada de Cazadores Katagarios.
Frotó el hocico contra la pierna de Tabitha, agradecido por el hecho de que no le faltaran todos los tornillos.
Bride estuvo lista en un santiamén. Apagó las luces y abrió la puerta.
Intentaron marcharse sin él, pero se negó en redondo.
—Déjalo que venga —dijo Tabitha mientras Bride intentaba apartarlo de su coche.
—Claro y ¿qué pasa con Terminator? ¿No vive con tu hermana?
—Sí, pero es bastante amigable con otros perros. A quien no soporta es a los vampiros.
Bride no hizo comentario alguno al respecto. En cambio, dejó entrar a su lobo en la parte trasera del Jeep Cherokee. Colocó la bolsa a su lado antes de ocupar su asiento y esperar a que Tabitha subiera. Salieron a la calle y le dio un vuelco el corazón al ver la moto de Vane aparcada en la acera de la tienda.
—¿Qué pasa? —le preguntó Tabitha.
Señaló la moto.
—Todavía está aquí.
—Acelera —le ordenó su amiga, que sacó su Glock y comprobó el cargador.
—¡Por el amor de Dios, Tabitha! No puedes dispararle.
—Claro que sí —replicó, tocándose la cicatriz que tenía en la cara—. Venga, vámonos antes de que nos encuentre.
La obedeció sin rechistar.
No tardaron mucho en llegar a la antigua mansión colonial de Kirian y Amanda, emplazada en el Garden District. De estilo neoclásico, era una de las mejor conservadas de todo el estado. Y también una de las más grandes.
Se detuvo al llegar a las gigantescas puertas de hierro que se abrían desde el interior.
Tabitha sacó el móvil para llamar a su hermana.
—¿Por qué no usas el portero automático? —le preguntó.
—Porque a Kirian a veces se le cruzan los cables y no quiere dejarme entrar.
La respuesta le hizo fruncir el ceño.
—¿Por qué?
—Porque intenté matarlo una vez y todavía no se le ha olvidado. En serio, ese tío es rencoroso a más no poder. —Guardó silencio un instante—. Hola, Mandy, soy yo. Estamos en la entrada. ¿Nos abres? —Le guiñó un ojo—. Solo venimos Bride McTierney y yo, sí. Vale. —Las puertas se abrieron—. Gracias, hermanita. Hasta ahora.
Cuando enfiló la avenida de entrada, silbó por lo bajo. Era la primera vez que transponía esa puerta, pero todo el mundo había oído hablar de la mansión.
Desde dentro era mucho más bonita que desde la calle.
Siguió hasta llegar a la rotonda situada frente a la puerta principal, que se abrió en cuanto detuvo el coche. Amanda Hunter salió al instante con su hija en la cadera.
La niña comenzó a dar botes de alegría nada más ver a su tía.
—¡Mamá, mamá, mamá! —balbuceaba mientras extendía los brazos hacia Tabitha, que la cogió para abrazarla.
Antes de quedar desfigurada, el único modo de distinguir a las hermanas había sido la ropa. Mientras que Tabitha se decantaba por el estilo gótico, Amanda era extremadamente clásica. Llevaba unos pantalones negros de pinzas y un jersey de cachemira de color verde oscuro.
—¿Qué os trae por aquí? —les preguntó.
—La persigue un psicópata —contestó Tabitha mientras ella dejaba salir a Vane del coche y cogía la bolsa.
Amanda la miró con expresión preocupada.
—¿Estás bien, Bride?
—Creo que sí. Siento mucho presentarme así de repente —le contestó al tiempo que sujetaba al lobo.
—Tranquila, no pasa nada —la tranquilizó Amanda, acercándose a ella—. Mis hermanas te quieren mucho y no me gustaría que te pasara nada. —Se quedó petrificada al ver al lobo y su semblante se tornó ceñudo.
—¿Te importa que lo haya traído? —le preguntó—. Tabitha, me dijo que podía hacerlo.
Amanda miró a su hermana sin cambiar de expresión.
—No, tranquila… —Extendió la mano hacia el lobo y este no tardó en acercarse a ella—. Seguro que quieres entrar, ¿verdad, chico?
Vane regresó a su lado.
—O no —concluyó Amanda—. En fin, ¿por qué no entramos y me contáis algo más sobre este lunático que te persigue?
La siguieron al interior de la mansión. Bride se detuvo nada más cruzar el umbral, un poco intimidada por el tamaño del lugar y la impecable colección de antigüedades, que parecía sacada de un museo. Nunca había visto nada igual. Aunque lo más raro de todo era el contraste entre las antigüedades y el estilo moderno de algunos muebles, como los mullidos sofás negros y el carísimo equipo audiovisual. Por no mencionar la decoración de estilo vampírico. Como la mesita de café con forma de ataúd.
Qué extraño…, pensó.
Un tipo rubio que estaba como un tren entró por una puerta situada a la derecha y soltó un taco nada más ver a Tabitha en el vestíbulo.
—Yo también te quiero, Kir —dijo esta con una enorme sonrisa.
El recién llegado respiró hondo, como si necesitara una gran dosis de paciencia para lidiar con ella.
—¿Has matado a algún vampiro últimamente? —le preguntó.
—Parece que no, todavía respiras, ¿verdad? —Chasqueó la lengua y miró a su hermana—. ¿Cuándo va a palmarla el vejestorio este, Mandy?
Kirian miró a su cuñada con los ojos entrecerrados antes de desviar la vista hacia su esposa.
—Siempre creí que ya había visto la encarnación del mal y entonces llegó tu hermana. A su lado, los malos son inocentes corderitos.
—¿Queréis parar? —les dijo Amanda—. Tenemos visita. Y, hablando de la encarnación del mal, ¿por qué no vas a cambiarle el pañal a tu hija?
—Cualquier cosa para apartarla de las garras de Tabitha antes de que la corrompa. Con tal de que no lo haga, merece la pena arriesgarse a morir por inhalación de gases tóxicos.
Tabitha resopló.
—Vamos, Marissa, asegúrate de que haya algo realmente asqueroso cuando tu papi te cambie el pañal, ¿vale?
La niña soltó una carcajada cuando su tía la dejó en brazos de su padre.
Kirian echó a andar hacia las escaleras, pero se detuvo en cuanto vio al lobo, que estaba tranquilamente sentado junto a Bride.
—¿Es quien creo que es? —le preguntó Amanda.
Kirian ladeó la cabeza.
—Sí, me da que sí.
Su respuesta hizo que Bride le diera un vuelco el corazón.
—¿Conoces a su dueño?
Kirian se mostró inquieto ante la pregunta.
—No se puede decir que tenga un dueño. ¿Cómo es que ha acabado contigo?
—Apareció en mi casa un buen día y me lo quedé.
La pareja intercambió una mirada perpleja.
—¿Te dejó?
—Bueno, sí.
Tabitha abrió la boca como si acabara de entender lo que estaban pensando.
—¡Por favor! No me digáis que es uno de esos colgados que tenéis por amigos…
—Son mejores que los tuyos —masculló Kirian—. Al menos, los míos no están como cabras.
—Lo que tú digas, solo están… —Tabitha cerró la boca de golpe y la miró con una sonrisa forzada—. ¿Te importaría enseñarle la mano? Estoy segura de que lo sabe todo sobre tu misterioso asesino en serie.
El comentario hizo titubear a Bride.
—¿Conoce a algún asesino en serie?
—Conoce a un montón de indeseables —replicó Tabitha.
—Y Tabitha encabeza la lista.
—¡Kirian! —exclamó Amanda.
Tabitha cruzó los brazos delante del pecho y se encogió de hombros con despreocupación.
—No pasa nada, Mandy. Déjale que se divierta. Por lo menos yo no me estoy quedando calva…
Kirian se pasó la mano por el pelo, con el rostro repentinamente ceniciento.
—No te estás quedando calvo —masculló su esposa antes de mirar a Tabitha—. ¿Te importaría dejar de fastidiar a mi marido?
—Fue el vejestorio quien empezó.
A esas alturas, Bride ya no sabía qué pensar. Esa debía ser la familia más rara con la que había estado nunca.
—Tal vez debiera llamar a la policía.
—No hace falta —dijo Tabitha, restándole importancia al asunto—. Seguro que tu asesino en serie acaba matándolos también. Enséñale la mano.
Se acercó a Kirian, aunque no estaba muy convencida de lo que estaba haciendo.
—¿Has visto alguna vez algo parecido?
Al verlo asentir con la cabeza, tragó saliva, aterrada.
—¿Voy a morir?
—No —le aseguró él, mirándola a los ojos—. No es una marca mortal.
Su respuesta la hizo soltar un suspiro aliviado.
—Entonces, ¿qué es?
Kirian torció un poco el gesto mientras respondía:
—No soy yo quien te lo puede decir. Pero te aseguro que quienquiera que tenga una marca igual se mataría antes que hacerte daño.
Cerró el puño.
—Eso es lo que me dijo Vane.
La mirada de Kirian voló hacia el lobo.
—Confía en él. Ahora, si me disculpáis, hay un pañal esperándome.
—¿Eso es todo lo que vas a decirle? —le preguntó Tabitha antes de que se marchara.
—Es lo único que puedo decirle —recalcó su cuñado al tiempo que echaba a andar hacia la escalera.
—Tú sí que sabes aclarar las cosas —protestó la joven.
—Tabby —intervino Amanda, cogiendo a su hermana del brazo para llevarla hasta los sofás—, déjalo tranquilo —le advirtió antes de mirar a Bride con una sonrisa amable—. ¿Te apetece tomar algo?
—No, gracias. Estoy bien. Al menos dentro de lo que cabe después del día que llevo.
Se sentó en el sofá frente a los ventanales mientras su lobo salía disparado escalera arriba, en pos de Kirian.
—¡Ay, no! —Se puso en pie para seguirlo.
—No pasa nada —la tranquilizó Amanda, deteniéndola antes de que pudiera rodear el ataúd que hacía las veces de mesita de café—. Déjalo que suba. Kirian lo traerá de vuelta dentro de unos minutos.
—¿Seguro que no pasa nada?
Amanda asintió con la cabeza.
Kirian acababa de cambiarle el pañal a Marissa cuando sintió la presencia de un Cazador Katagario al otro lado de la puerta.
—¿Eres tú, Vane?
El susodicho abrió la puerta de la habitación infantil.
—Gracias por no delatarme.
Tiró el pañal a la papelera y cogió a su hija. La niña le colocó una mano húmeda en la mejilla y le dio un apretón.
—De nada. Cuéntame, ¿cómo van las cosas entre vosotros?
—No lo sé. Ella es la humana con la que tenía la cita para la que os pedí consejo.
—Lo supuse cuando la vi. Deberías habernos dicho que se trataba de Bride.
El katagario soltó un suspiro de frustración y pasó por alto el comentario.
—¿Cómo le dices a una humana lo que eres? ¿Cómo reaccionó Amanda cuando se enteró de que eras un Cazador Oscuro?
—Con asombrosa tranquilidad. Claro que a ella le ayudó tener una gemela a la que le falta un tornillo. Ahora que lo pienso, yo era el mal menor. —El comentario hizo que el lobo esbozara una sonrisilla—. ¿Hay algún pirado en la familia de Bride? —le preguntó.
—No que yo sepa.
—En ese caso, lo llevas crudo.
—No sabes cuánto —replicó Vane entre dientes—. Mi manada sabe que estoy en Nueva Orleans. Ya han mandado a una tessera a por mí.
Se compadeció del lobo. Él había pasado por algo similar y le resultó muy difícil seguir los dictados de su parte sobrenatural cuando se enamoró de una humana.
—¿Quieres que se quede aquí?
Vane miró al bebé que Kirian tenía en brazos y una parte de sí mismo anheló estar en su lugar. Nunca había pensado en la posibilidad de tener un hijo antes de encontrar a Bride. Y a decir verdad era extraño ver al antiguo Cazador Oscuro ejerciendo de padre.
¿Qué se sentiría al tener en brazos a un hijo propio?
En el fondo de su mente veía a una niñita con el cabello rojizo y la piel clara… como su madre.
—No puedo poner en peligro a tu familia —contestó en voz baja.
—Tal vez sea mortal, pero todavía puedo luchar.
Negó con la cabeza.
—No, no puedes. Ni tu mujer tampoco. Mi gente domina la magia y las fuerzas de la naturaleza. Nunca has luchado con un katagario y no tienes ni idea de lo que somos capaces de hacer.
Kirian acunó un poco a la niña al ver que comenzaba a inquietarse.
—¿Y qué vas a hacer entonces?
—No lo sé. —Para ser sincero, estaba cansado de esa situación. Un año antes no tenía la menor duda acerca de quién y qué era.
Tenía muy claro cómo quería vivir su vida y no dudaba en matar a cualquiera que la amenazara.
Desde la noche que Anya murió, se encontraba perdido.
Había estado sumido en la desesperación hasta la noche que entró en la tienda de Bride.
Y en esos momentos no estaba seguro de lo que sentía.
—¡Kirian!
El grito de Amanda, procedente de la planta baja, los sobresaltó. Kirian agarró a su hija con fuerza mientras corrían hacia la escalera.
Vane había bajado la mitad de los peldaños cuando vio algo que le heló la sangre en las venas.
Jasyn Kallinos, uno de los halcones katagarios que vivían de modo temporal en el Santuario, estaba en el vestíbulo en su forma humana, sangrando. Amanda estaba de pie, con la mano en el pomo de la puerta… desde donde lo había invitado a pasar.
Saltó por encima de la barandilla y se dejó caer sobre el suelo ajedrezado del vestíbulo, aterrizando agazapado justo delante de Jasyn. Se puso en pie e hizo oídos sordos al jadeo alarmado de Bride.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó al halcón.
—Esos putos lobos nos han atacado —contestó Jasyn entre resuellos sin dejar de mirarlo a los ojos.
Lo que leyó en ellos lo dejó horrorizado.
—Han matado a Fang.