6

Vane agarró a Stefan por la cintura y ambos cayeron al pasillo tras hacer añicos la puerta de roble de la habitación.

Aimée Peltier se alejó de un salto de ellos y comenzó a pedir ayuda a gritos mientras él levantaba a Stefan del suelo y comenzaba a molerlo a palos.

En lugar de atacar, Stefan se transformó en lobo y salió huyendo hacia la escalera. Vane fue tras él; pero, antes de que Stefan pudiera bajarlas, Wren, que subía en forma humana, cogió al lobo por el pescuezo y lo arrojó de nuevo hacia el pasillo.

Stefan gruñó e intentó morder al muchacho. El leopardo lo sostuvo con una facilidad y una fuerza que lo dejó pasmado. No tenía ni idea de que el joven y tímido katagario fuera tan fuerte.

Siguió donde estaba, resollando por el esfuerzo, y en ese instante Nicolette salió de su habitación, situada al fondo del pasillo.

Aimée corrió hacia su madre mientras Wren sujetaba con firmeza al lobo, que no dejaba de gruñir.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Nicolette.

Él señaló al lobo.

—Estaba en la habitación de Fang.

Stefan regresó a su forma humana, hizo aparecer su ropa y apartó a Wren de un empujón.

El muchacho apenas se alejó un paso y la expresión de su rostro prometió un desquite apocalíptico si volvía a tocarlo.

Esa mirada hosca consiguió calmar un tanto a Stefan mientras se apartaba del leopardo.

—No estaba haciendo nada malo. Me limitaba a comprobar que realmente estuvieran aquí. —El lobo lo miró con desprecio—. Fue Vane quien me atacó. —Se giró hacia Nicolette con una expresión casi respetuosa—. Creía que iba contra las normas del Santuario atacar a alguien sin provocación.

Vane lo miró con los ojos entrecerrados al comprender, al fin, de qué iba todo aquello. Acababa de descubrir, demasiado tarde, que le había tendido una trampa.

Stefan era más listo de lo que pensaba.

—¿Vane? —Nicolette lo miró—. ¿Es verdad lo que dice? ¿Lo has atacado?

—Estaba a punto de matar a Fang. Y tú lo sabes.

—Pero ¿lo atacó?

Se tensó al mirar al otro lobo.

—Lo habría hecho de no haberlo impedido.

—¿Atacó él primero o fuiste tú? —insistió Nicolette.

La pregunta lo sacó de sus casillas por completo.

—¿Es que eres una puta abogada o qué?

—Ten mucho cuidado con lo que dices, Vane —le advirtió Nicolette con voz desabrida—. Mi palabra es ley aquí y tú lo sabes.

Se disculpó aunque las palabras le salieron a duras penas.

Wren le echó una mirada comprensiva que le indicó que también le gustaría despedazar a Stefan. Su cuerpo le pedía a gritos que se abalanzara sobre él, pero se contuvo.

Nicolette aceptó su disculpa alzando la barbilla.

—Ahora dime la verdad. ¿Quién atacó primero?

Aunque quería mentir, ella se daría cuenta y eso solo serviría para empeorar las cosas.

—Yo.

Nicolette cerró los ojos como si su respuesta la apenara. Cuando los abrió, su expresión no dejó lugar a dudas de lo mucho que sentía lo que estaba a punto de decir.

—Entonces no me queda más remedio que prohibirte la entrada, Vane. Lo siento.

Los ojos de Stefan refulgieron.

En ese momento los odió a todos. A eso habían llegado. Lo castigaban por proteger a su hermano.

Que así fuera. No sería la primera vez que le sucedía. Al menos Nicolette no recurría al látigo para hacerlo.

—De acuerdo —dijo entre dientes.

Se giró y entró a la habitación de Fang para recoger a su hermano, pero descubrió que Aimée Peltier se apresuraba a impedírselo. La vio cerrar la puerta y luego correr para interponerse entre la cama y él.

Intentó rodearla, pero la muchacha no se lo permitió.

—Vane, escúchame. Maman está enfadada. Dale tiempo…

—No, Aimée —la interrumpió con voz tajante mientras intentaba no desquitarse con ella—. Conozco las normas y las he incumplido. Tu madre jamás lo olvidará y ambos lo sabemos.

Aimée puso los brazos en cruz cuando intentó pasar a su lado.

—Deja a Fang aquí —insistió—. Tú, yo e incluso maman sabemos lo que Stefan pretende. Me aseguraré de que tu hermano jamás se queda solo. Yo misma me quedaré con él día y noche. Nadie le hará daño mientras siga en el Santuario.

Su ofrecimiento lo desconcertó. No atinaba a comprender en qué medida le importaba a la osa lo que les pasase.

—¿Por qué?

Sus ojos claros adoptaron una expresión tierna y sincera cuando lo miró al tiempo que bajaba los brazos.

—Porque nadie debería sufrir tanto como habéis sufrido vosotros. Lo que hicieron fue cruel e innecesario. Fue un castigo humano, no animal. He perdido hermanos y sé lo mucho que te duele la muerte de Anya. No dejaré que Fang muera, te lo juro. —La muchacha le miró la mano donde estaba oculta la marca antes de echar un rápido vistazo hacia la puerta que había tras él, como si temiera que alguien pudiera escucharla. Bajó la voz—. Ahora tienes que proteger a otra persona. Lo último que necesitas es a Fang contigo en este estado. Ve y protégela. Puedes llamarme cuando quieras, de día o de noche, para comprobar cómo sigue.

Tiró de ella para abrazarla con ternura.

—Gracias, Aimée.

La chica le dio unas palmaditas en la espalda.

—De nada. Ahora vete. Y espero que le des una buena paliza a ese lobo de ahí fuera.

Soltó una carcajada casi alegre antes de soltarla y regresar al pasillo.

Stefan lo miró con una ceja arqueada, retándolo a que lo atacara.

Pero no era tan estúpido.

Ya se encargaría de él, sí… pero no en los dominios de Nicolette.

Se dirigió a ella para asegurarse de que Stefan comprendía lo que quería hacer.

—Fang no se ha saltado ninguna norma. ¿Está a salvo aquí?

Nicolette asintió con la cabeza antes de lanzarle una mirada elocuente a Stefan, que soltó un taco.

—Está bajo nuestra protección y nos aseguraremos de que no sufra daño alguno.

La expresión del rostro de Stefan fue un poema. Y también le indicó algo: la cosa no acababa allí.

Que así fuera.

Se encaminó hacia la escalera.

—Esto no ha acabado —gruñó Stefan.

—Ya me conozco la situación —replicó con voz hastiada cuando se detuvo para mirarlo—. No terminará hasta que uno de los dos esté muerto. —Le ofreció una mueca burlona—. Y para que te quede claro, no seré yo.

Stefan comenzó a gruñir, pero tuvo el buen juicio de no acercarse a él.

Cuando echó a andar hacia la puerta, hizo ademán de seguirlo, pero Wren lo detuvo.

—Las normas del Santuario —explicó en voz baja—. Vane tiene ventaja y si intentas seguirlo, acabarás con una cojera… Permanente.

Vane intentó decidir qué debía hacer. En parte le aterrorizaba la idea de acercarse a Bride por si Stefan y los otros la localizaban. Y, en parte, lo aterrorizaba dejarla sola.

Sobre todo con Fury.

Bride sería incapaz de defenderse de cualquiera de ellos.

Dio un respingo al recordar las cicatrices del rostro y del cuello de su madre, las mismas que había recibido al luchar contra su padre y su tessera.

Y él mataría a cualquiera que se atreviera a tocar a Bride. Nadie le haría daño jamás. Aunque lo rechazara, seguiría siendo su pareja y, hasta que ella muriera, se aseguraría de que jamás careciera de nada.

En cuanto a Fang, estaba más seguro bajo la protección de los osos. Eso saltaba a la vista.

Pero Bride…

¿Qué hacía? Ojalá pudiera eliminar las marcas de sus manos. Menuda ocasión para encontrar pareja, sí, señor…

Si Bride fuera katagaria, solo tendría que esperar a que ella se decidiera a formalizar su unión. Muy pocas katagarias rechazaban a sus parejas. Si lo hacían, el macho quedaba totalmente impotente mientras ellas siguieran con vida. La hembra, por el contrario, era libre para tomar cuantos amantes le diera la gana, pero jamás podía concebir hijos con ellos.

Esa era la razón por la que los machos se desvivían por complacer y cortejar a sus hembras durante las tres semanas que duraba el plazo para emparejarse.

Aunque sus conocimientos acerca de los humanos eran bastante limitados, no creía que a Bride le gustase verlo aparecer desnudo en su cama de repente para ofrecerle su cuerpo y su eterna lealtad.

Podría asustarse un poco.

De todos modos, tampoco debería estar pensando siquiera en emparejarse con ella. No tenía ni idea de lo que serían sus hijos. ¿Qué haría Bride si diera a luz a un cachorro?

Al menos su madre había conservado un mínimo de decencia y no los había matado al nacer. Los había abandonado con su padre y se había largado.

Claro que su madre era arcadia. Ella sabía y entendía lo que era su padre. Y por ese motivo lo seguía odiando hasta la fecha. Los odiaba a todos por lo mismo.

Aunque nada de eso importaba. Tenía que regresar con Bride y alejar a Fury de ella. El lobo era impredecible en sus mejores momentos y letal en los peores.

Se teletransportó a la tienda, con mucho cuidado de volver a materializarse en el armario del almacén, donde dudaba mucho que ella estuviese. No conseguiría nada asustándola.

Salió del armario y fue hasta el patio trasero, donde se encontró con Fury en su forma humana.

—¿Qué estás haciendo? —masculló. Su intención no había sido que Fury adoptara forma humana cerca de Bride.

—Largándome, ¿no?

Antes de que él pudiera replicar, Fury se convirtió en lobo.

Bride apareció en el patio un segundo después.

Soltó un taco para sus adentros mientras hacía desaparecer la ropa de Fury para evitar que las viera.

—¡Qué bien! Ya has vuelto —dijo con una sonrisa al tiempo que cerraba la puerta de la tienda—. Empezaba a creer que te habías caído.

El comentario le hizo fruncir el ceño.

—¿Caído?

—Tu hermano dijo que habías ido al servicio.

Eso lo desconcertó todavía más.

—¿Mi hermano?

—Fury. —Bride miró a su alrededor—. ¿Dónde se ha metido? Estaba aquí, vigilando la parte trasera un rato mientras yo almorzaba.

Sígueme el rollo, Vane. —Escuchó la voz de Fury en su cabeza—. No se me ocurrió nada mejor.

Fulminó al lobo con la mirada.

—A ver, para empezar, ¿por qué estabas con ella en forma humana? Se suponía que adoptarías tu forma animal.

—Me entró pánico. Además, quería conocerla.

—¿Por qué?

El lobo se negó a responderle.

—No sé si has caído en la cuenta de que si no me hubiera presentado ante ella en forma humana, Bride habría creído que la dejaste plantada sin despedirte. Y no puedo hablar con ella siendo un lobo, al menos sin que le dé un ataque.

—¿Vane? —le preguntó Bride—. ¿Estás bien?

—Fury tenía que marcharse —le explicó antes de entrecerrar los ojos—. Y será mejor que no vuelvas a aparecer en tu forma humana si quieres seguir respirando.

Fury comenzó a gruñir.

—¡Ah! —Bride bajó la vista hacia el lobo y le sonrió—. Estás aquí, precioso. Me tenías preocupada.

Fury se levantó sobre las patas traseras y le puso las delanteras sobre el pecho para lamerle la cara.

—¡Eh, tú, abajo! —masculló él, obligándolo a apartarse de ella—. De eso nada.

—No me importa —dijo Bride con delicadeza.

Fury meneó el rabo y esbozó una sonrisa lobuna antes de intentar echar un vistazo por debajo de su falda.

Vane no tardó en cogerlo del pescuezo.

¡Ya vale! —le gruñó mentalmente—. O te arranco la cabeza de cuajo.

Bride los miró con el ceño fruncido.

—¿No te gusta mi lobo?

—Claro —dijo, dándole unas palmaditas sin muchos miramientos en la cabeza—. Acabamos de hacernos amigos.

—Soy el único que tienes, capullo.

Agarró a Fury con fuerza del pelaje a modo de advertencia.

—Ya sabes que hay que ser firme con los lobos. Hay que dejarles muy claro quién es el alfa.

—¿Tu padre?

La réplica le costó a Fury un guantazo en la cabeza.

—¡Ay!

—Sí —dijo Bride—. Eso es lo que dice mi padre sobre todos los cánidos.

—¿Tu padre?

Ella asintió con la cabeza.

—El doctor McTierney, el experto en cuidados caninos más importante de Luisiana. Es veterinario en Slidell. Tal vez hayas visto sus anuncios. «Si quieres a tu mascota, cápala». Fue él quien puso en marcha esa campaña.

—Vaya, vaya —dijo, sonriéndole a Fury—. Tal vez deberíamos pedirle una cita.

—Sí, claro. Inténtalo y estás muerto.

Apretó los puños mientras intentaba ocultarle su furia a Bride. Estaba a un paso de estrangular al lobo delante de ella.

Bride, que estaba mirando a Fury, frunció el ceño.

—Qué raro… —Extendió la mano hacia una de las patas traseras—. No recuerdo que tuviera una mancha marrón ahí.

Se mordió la lengua para no soltar un taco al darse cuenta de que Fury no era idéntico a él. Joder, Bride era observadora.

—Es posible que no la vieras antes —le dijo en un intento por distraerla.

—Es posible.

Bride fue la primera en cruzar el patio de camino a su apartamento. Abrió la puerta y dejó pasar a su lobo antes de detenerse en el umbral.

Vane apoyó la mano en la puerta por encima de su cabeza y le sonrió.

—Estás nerviosa —dijo en voz baja—. ¿Por qué?

—Es que no estoy segura de lo que haces todavía por aquí.

—Estoy hablando contigo.

El comentario le arrancó una carcajada.

—En fin, no es que yo tenga una guía sobre lo que hay que hacer en caso de que un tío cañón aparezca de repente en mi vida, me regale una gargantilla carísima que me encanta antes de echar con él el mejor polvo de mi vida y después desaparezca. Y vuelva a aparecer cuando necesito un héroe que le pague a los de la mudanza más de lo que ganan en seis meses y solo por ayudarme. Por si eso fuera poco, va y me invita a una cena maravillosa y se pasa toda la noche volviéndome loca. A partir de ahí, no sé qué es lo que hay que hacer.

—Pues déjame decirte que también es nuevo para mí. —Extendió la mano y le acarició un mechón de cabello que le caía sobre la mejilla—. ¿Qué puedo decir? Eres irresistible —musitó.

Era difícil hacer uso del sentido común cuando la miraba de esa manera. Como si se muriera por devorarla.

—Y acabo de ponerte más nerviosa todavía —dijo él con un suspiro antes de retroceder.

—Lo siento —se disculpó en voz baja—. No es por ti. De verdad. Es que no estoy acostumbrada a que me pasen estas cosas.

—Yo tampoco. —Bajó la cabeza y la besó. La saboreó hasta que recordó que tenían un espectador.

Vane abrió los ojos y vio que Fury los observaba con abierta curiosidad.

Odiaba a ese lobo. Se apartó de Bride a regañadientes.

—¿Por qué no cierras la tienda durante una hora y almuerzas conmigo? Pero un almuerzo de verdad.

Bride titubeó un instante antes de asentir con la cabeza. Almorzar con él sería maravilloso.

—Creo que lo haré. Tengo espaguetis en el frigorífico. Podríamos acercarnos a una tienda que hay aquí al lado y comprar una botella de vino para acompañarlos.

La sugerencia lo hizo observar el patio con obvia incomodidad. ¿Estaría buscando a su hermano?

—Eso estaría bien —dijo, aunque su lenguaje corporal indicara justo lo contrario.

Por primera vez en su vida, Bride tuvo una idea descabellada. Miró el reloj. Eran casi las dos y media y durante la última media hora no había entrado nadie en la tienda. Los viernes por la tarde no solía hacer mucha caja…

—A ver qué te parece… —le dijo antes de echarse atrás—. ¿Y si cierro temprano?

Su mirada se tornó ávida por el interés.

—¿Puedes hacerlo?

Asintió con la cabeza.

—¿Me das cinco minutos para terminar el papeleo?

—Tómate todo el tiempo del mundo. Soy todo tuyo.

Y su mirada le dijo exactamente a lo que se refería…

Se mordió el labio al escuchar la invitación. ¿Cuántas veces escuchaba una mujer algo semejante de labios de un hombre como ese?

Regresó a la tienda e hizo caja en un santiamén. Terminó el papeleo mientras Vane miraba los estantes.

Era difícil concentrarse en las facturas con la distracción que suponía su presencia. Estaba de espaldas a ella mientras examinaba los expositores de los anillos. El suyo era el mejor culo de todo el género masculino. Y la cosa empeoraba porque veía el reflejo de su rostro en el espejo.

Y podía ser todo suyo…

Tragó saliva y se obligó a rellenar el formulario de ingreso del banco. Lo estaba metiendo todo en un sobre grande cuando Vane se colocó detrás de ella. Apoyó las manos en el mostrador, encerrándola entre sus brazos, se inclinó hacia delante e inspiró hondo junto a su pelo como si la estuviera saboreando.

—¿Tienes idea de lo que me haces, Bride?

—No —respondió con sinceridad.

Vane se demoró allí tras ella, con el corazón desbocado y con una palpitante erección.

Su presencia era una locura. Había cubierto su rastro antes de regresar a la tienda, pero Stefan y los demás eran muy buenos en lo que hacían.

No tardarían mucho en encontrarlo.

Por supuesto, mientras Bride llevara su marca, también llevaría su olor; y, aunque la dejara, era muy probable que dieran con el rastro y lo siguieran hasta ella para encontrarlo.

Cosa en absoluto descabellada porque Bride no sabía cómo ocultarse.

Estaba desesperado por saborearla y sabía que no lo rechazaría. Pero no podía volver a tomarla, a menos que ella comprendiera completamente lo que esa decisión conllevaba.

Y el peligro inherente.

No debería estar allí en forma humana. Pero, a diferencia de Fury, esa era precisamente su forma más fuerte. Así podía protegerla mejor.

Aunque también lo hacía más vulnerable a sus encantos.

Se inclinó hacia delante y le acarició la piel desnuda del cuello con los labios.

—Ojalá fueras mía —murmuró mientras aspiraba el dulce aroma de su piel.

Bride se quedó sin aliento al escuchar el sonido ronco de su voz.

Tenía la sensación de estar inmersa en un extraño sueño. ¿Cómo iba a ser real todo aquello? Se recostó contra su pecho para poder mirarlo.

Su expresión la abrasó.

Una sonrisa juguetona suavizaba la intensidad de su mirada.

—Vamos demasiado deprisa, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—Lo siento. Cuando veo algo que quiero, tengo la mala costumbre de cogerlo primero y pensar después si debería haberlo hecho o no.

Vane se apartó y se encaminó hacia la puerta.

—Vamos —dijo, indicando la salida—. Te acompañaré al banco y luego compraremos el vino.

Se bajó del taburete para seguirlo. Una vez en el exterior, se percató de que el aire se había tornado más frío. Y también del aura de peligro que rodeaba a Vane. Tenía la impresión de que estaba muy pendiente de todo lo que los rodeaba. Cada vez que pasaban junto a algún transeúnte, él lo miraba como si temiera que se abalanzara sobre ellos.

Hizo el depósito en el banco y después cruzaron la calle para entrar en una licorería emplazada en Canal Street, donde dejó que fuese él quien escogiera el vino. Cuando intentó pagarlo, habría jurado que lo oyó gruñir como un animal.

—Ya pago yo —dijo Vane.

—En fin, no ando corta de fondos, ¿sabes?

Él sonrió por el comentario mientras cogía la botella de manos del dependiente.

—Lo sé. En el lugar de donde yo vengo solo hay algo más letal que un hombre: una mujer. En serio, le tengo mucho respeto a lo que puede hacer una mujer cabreada.

¿Se refería de nuevo a la comuna? Por alguna razón, lo dudaba.

—¿Y de dónde vienes?

—Nací en Inglaterra.

La respuesta la pilló por sorpresa. Claro que lo de sorprenderla era típico de él.

—¿De verdad?

—Sí, querida —dijo con un inmaculado acento británico—. Nacido y criado allí.

Eso la hizo sonreír.

—Se te da muy bien.

Sin más comentarios, Vane le abrió la puerta de la licorería para que saliera.

—Es curioso —dijo ella mientras salía del establecimiento—, pero nunca he tenido a las inglesas por mujeres especialmente violentas.

Vane resopló.

—En fin, eso es porque no has conocido a mi madre. A su lado, Atila el Huno es un tierno corderito.

Había mucha furia y dolor en su voz y en la expresión de su rostro cuando habló. Era evidente que su madre no tenía mucho instinto maternal.

—¿Has vuelto a verla?

Vane negó con la cabeza.

—Hace mucho que me dejó muy claro que no estaba interesada en tener ninguna relación conmigo.

Lo tomó del brazo y le dio un ligero apretón.

—Lo siento.

Él le cubrió la mano con la suya.

—No lo sientas. Mi especie no tiene madres como…

Bride se detuvo en la calle.

—¿Tu especie?

Vane se quedó de piedra por lo que acababa de escapársele. Joder. No debería ser tan fácil hablar con Bride. Estaba acostumbrado a mantenerse alerta cuando estaba con otras personas.

—Lobos solitarios —dijo, apropiándose a la desesperada del término que había usado Fury.

—Vaya, así que eres uno de esos hombres duros que pasan perfectamente sin ternura, ¿no?

Solía serlo, pero después de estar con ella…

Lo que sentía por esa mujer lo acojonaba.

—Algo parecido.

Bride asintió con la cabeza al tiempo que echaba a andar hacia su tienda.

—Así que solo tienes un hermano, ¿no?

—Sí —respondió, y se le formó un nudo en la garganta al recordar a su hermana—. Solo somos dos. ¿Qué hay de ti?

—Mis padres viven en Kenner. Tengo una hermana en Atlanta a la que veo un par de veces al año y mi hermano mayor trabaja en un bufete del distrito financiero.

—¿Estáis muy unidos?

—Desde luego. Más unidos de lo que me gustaría en ocasiones. Siguen creyendo que deberían dirigir mi vida.

Eso lo hizo sonreír. Esa había sido la actitud de Anya con Fang y con él. El comentario le provocó un dolor agridulce en el pecho.

—Entonces tú debes de ser la pequeña.

—Ya te digo. Es increíble, pero mi madre sigue cortándome la carne cuando voy a casa.

Era incapaz de imaginarse a una madre tan volcada en sus hijos como la de Bride. Debía de haber sido agradable verse rodeada por semejante amor.

—No te quejes demasiado.

—No suelo hacerlo. —Bride lo miró con el ceño fruncido—. ¿A qué viene eso?

—¿El qué?

—No paras de escudriñar la calle como si temieras que alguien fuera a atacamos.

Se frotó la nuca en un gesto nervioso. No podía negar que era muy observadora. Sobre todo para ser humana.

Aunque lo último que podía decirle era que, de hecho, eso era lo que se temía.

Si Stefan o los demás llegaban a encontrar su rastro…

No quería pensar en las consecuencias.

—Supongo que no podría convencerte para que cierres la tienda un par de semanas y te vengas conmigo a alguna isla exótica, ¿verdad?

Bride se echó a reír.

—Ahí te has pasado.

Ya. Lástima que no supiera que lo decía en serio. En parte estaba tentado de secuestrarla, pero después de lo sucedido entre sus padres, no quería arriesgarse.

Después de cuatrocientos años, su madre seguía emocionalmente desequilibrada por el secuestro al que se vio sometida.

Y él no quería destruir la bondad de Bride. Su sonrisa sincera. Que los dioses la ayudaran, pero era una mujer que confiaba en la gente y eso era tan raro que haría todo lo que estuviera en su mano para que no cambiara.

Bride abrió la puerta que daba al patio y lo condujo a su apartamento, donde los esperaba Fury. El lobo corrió hasta ellos y se abalanzó directamente hacia su entrepierna para olisquearlo a la típica manera de los perros.

—Quítate —le ordenó, apartándolo.

—Le gustas.

Le gusta molestarme, pensó.

—Sí, ya me doy cuenta —dijo, en cambio.

Bride frunció el ceño cuando se acercó al equipo de música, ya que se escuchaba la canción de los Troggs, «Wild Thing».

—Qué raro —dijo al tiempo que lo apagaba—. No me he dejado el equipo de música puesto.

Vane agarró a Fury del cuello con fuerza.

—Eso duele, tío. Suéltame.

Obedeció al lobo a regañadientes.

—¿Qué más has hecho?

—Nada, de verdad. Solo he visto un poco la tele, he repasado su colección de discos… Tiene algunos alucinantes… Y me hice un poco de café.

—¡La idea no era que te vinieras a vivir con ella!

—Tú querías que la vigilase y eso implica que me mude.

Cuando hizo ademán de agarrarlo de nuevo, el lobo salió disparado hacia Bride.

—Tal vez tengas un fantasma —le dijo a Bride—. Después de todo, estamos en Nueva Orleans.

—No tiene gracia —replicó ella mientras le quitaba la botella de vino de las manos y echaba a andar hacia la minúscula cocina americana para dejarla junto a su cafetera de dos tazas. Cogió la jarra de la cafetera y la miró.

—¿Qué narices está pasando aquí?

—¿A qué te refieres?

Lo miró a los ojos.

—¿Hiciste café esta mañana?

Oh, oh… —dijo Fury—. Creo que utilicé la magia para hacerlo aparecer. Debería haberlo hecho desaparecer cuando terminé.

—No me digas…

—Trátame bien, tío. No tengo por qué quedarme.

—Y yo no tengo por qué dejarte vivir.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Bride mientras volvía a dejar la jarra en su sitio.

Esbozó una sonrisa y se obligó a relajar la expresión tensa de su rostro.

—Estoy bien.

—El café está recién hecho. —Bride bajó la vista hacia Fury, pero después meneó la cabeza—. Ni hablar. Eso es una soberana estupidez.

—¿Qué?

—Nada. No pienso decirlo por temor a que me encierren de por vida.

Bride metió el vino en el frigorífico para enfriarlo y después abrió los armaritos, de donde sacó un cazo y una olla.

Sin pensar en lo que hacía, él se acercó a la pequeña alacena y sacó el bote de salsa para los espaguetis. Por algún extraño motivo, a Bride le encantaba echársela a todo.

—¿Cómo sabías que estaba ahí? —le preguntó ella.

Eso lo hizo dar un respingo. Joder, se suponía que no sabía dónde la guardaba…

—Me pareció el lugar más lógico.

Bride pareció aceptar la excusa.

En ese momento, Fury dio un brinco y lo lanzó contra Bride. El choque de sus cuerpos y el contacto con esas voluptuosas curvas le hizo contener el aliento.

Bride levantó la vista con los labios entreabiertos por la sorpresa.

—Lo siento —se disculpó él con el corazón desbocado—. Me ha empujado el perro.

—No soy un perro.

—Pues vas a ser comida de perros como no te estés quieto.

—¡Venga ya, idiota! Es tu pareja. Lánzate sobre ella.

—No puedo obligarla. No pienso hacerlo, en serio.

Para su sorpresa, Fury ladeó la cabeza y lo miró.

—¿Sabes? Creo que con eso acabas de ganarte mi respeto. Eres un buen lobo, Vane. Ahora dame tu camisa y déjame salir.

—¿Que haga qué? —Estaba tan estupefacto que habló en voz alta.

—¿Qué? —preguntó Bride.

—Nada —le respondió, preguntándose cuánto tardaría en llegar a la conclusión de que estaba como un cencerro.

Confía en mí —dijo Fury—. Usaré tu olor para alejar a los demás de aquí. Joder, cuando termine con Stefan, se estará persiguiendo el rabo.

Eso lo impresionó. Era una idea muy buena.

—¿Me aseguras que no los traerás hasta aquí? ¿Puedo fiarme de ti?

—Sí.

Una respuesta muy atípica en Fury. Lo observó mientras decidía si debería confiar en él o no.

Al final, llegó a la conclusión de que no tenía alternativa.

Fury se acercó a la puerta y la arañó.

—Lo dejaré salir —dijo en voz alta al tiempo que se acercaba a él.

—Gracias —replicó Bride mientras sacaba los espaguetis del frigorífico.

Siguió a Fury hasta el patio trasero. Una vez allí, se quitó la camisa e hizo aparecer otra. Entretanto, Fury adoptó su forma humana para coger la primera.

—Ponte algo de ropa, tío. Me estás dejando ciego.

—Cierra el pico —masculló Fury—. No controlo mis poderes hasta el punto que lo haces tú y tampoco me voy a quedar tanto tiempo en forma humana como para que importe. Solo quería decirte que tuvieras cuidado. Para ser humana, Bride parece bastante decente. Sería una putada que le pasara algo.

—Lo sé.

Un coche se acercó a la verja.

Fury se adentró en las sombras y desapareció. Él siguió donde estaba mientras observaba al coche entrar en el aparcamiento. Era la stripper que vivía en uno de los apartamentos.

Aliviado al ver que no había nada que temer del coche en cuestión, regresó al estudio y vio que Bride estaba echando la salsa en el cazo.

Tenía que encontrar la manera de convencerla para que se fuera con él hasta que fuera seguro que se separaran.

La observó y sintió algo muy extraño. En su mundo nadie había cocinado para él. O comía lo que fuera crudo o lo compraba en forma humana y después se lo preparaba él mismo.

Nadie le había preparado jamás una comida a no ser que pagara por ello. Aquello era casi como estar en casa. Aunque no hubiera experimentado nunca la sensación. Tal vez llamaran así al extraño nudo que tenía en el estómago. Al impulso que le exigía tocarla a pesar de que no debería hacerlo.

—¿Bride? —la llamó al tiempo que se acercaba más a ella—. ¿Crees en lo imposible?

La vio sacar una bolsa de ensalada del frigorífico.

—¿En qué sentido?

—No lo sé. ¿Hadas? ¿Duendes? ¿Lobos que se pueden convertir en humanos?

Ella se echó a reír.

—Ah, el hombre lobo. No te estarás tragando las leyendas locales, ¿no?

Se encogió de hombros por la respuesta, pero se le cayó el alma a los pies. Tal vez había puesto demasiadas esperanzas en que no fuera una humana típica.

—Aunque —prosiguió ella, dándole esperanzas—, tengo una amiga que caza vampiros por la noche. Está como una cabra, pero la queremos.

Joder.

—Sí —murmuró—. Tabitha se sale de lo común, ¿verdad?

Bride se quedó de piedra.

—¿Cómo sabes que es ella…?

—Toda Nueva Orleans conoce a la cazavampiros local —se apresuró a decir—. Tabitha Devereaux lleva un buen tiempo por aquí.

Bride se echó a reír.

—Tengo que decirle que es una leyenda. Le va a encantar.

—Pero ¿y tú? No crees en cosas raras, ¿o sí? —le preguntó encauzando de nuevo la conversación.

—La verdad es que no. Lo más aterrador que he visto es a contable cuando tengo que hacer la declaración de la renta.

Aunque consiguió esbozar una sonrisa, por dentro se dejó llevar por la desilusión. Bride jamás se abriría a su mundo. Al hecho de que algunas personas con las que se cruzaba por la calle no eran precisamente personas, sino depredadores de la peor calaña.

Mejor que siguiera en la ignorancia. Sería cruel hacerle ver realidad. Además, ¿para qué? ¿Para mostrarle un mundo donde se verían continuamente perseguidos?

¿Donde sus hijos serían unos marginados?

No, sería injusto para ella. No necesitaba una pareja y estaba convencido de que no necesitaba hijos.

—¿Estás bien? —le preguntó Bride mientras sacaba dos platos.

—Sí, perfectamente.

Ojalá siguieran estándolo hasta que la marca desapareciera de sus manos.

Fury no tuvo que esforzarse mucho para encontrar a Stefan ya a los demás, que estaban en forma humana en Bourbon Street, intentando dar con el rastro de Vane.

Estaban en la puerta de un bar, olisqueando a la clientela que entraba y salía.

Como siempre, se quedó sin aliento al contemplar la belleza de su raza; aunque, pensándolo bien, no podía ser de otro modo. En su mundo, los feos o los diferentes eran rechazados o asesinados de inmediato. La segunda opción era la más popular… Los animales no tenían compasión de nada ni de nadie.

Ni siquiera aquellos que se engañaban a sí mismos al creer que eran más humanos que animales. Había estado cerca de los arcadios bastante tiempo como para comprobar que se engañaban cuando afirmaban ser humanos.

Al igual que los mismos humanos.

No había nada humano en la humanidad. En el fondo, todos eran animales regidos por el instinto de supervivencia.

Era la ley del más fuerte. Y él conocía esa ley mucho mejor de lo que le gustaría.

Stefan se giró de golpe al captar su olor.

—Vaya, vaya —dijo, regalándole al grupo una mueca burlona—. Llevo aquí tiempo de sobra para haberos matado a todos antes de que os dierais cuenta de mi presencia. Te estás haciendo viejo, Stefan.

—¿Me estás desafiando? —replicó el aludido.

Fury lo miró con sorna. Tenía toda la intención de desafiar al viejo lobo y matarlo algún día.

En ese preciso momento, sin embargo, no estaba de humor.

—No me obligues a hacerte daño, Stefan. Puedes pasearte como un alfa cuanto te dé la gana, pero los dos sabemos quién te lleva de la correa.

Stefan se abalanzó sobre él, pero lo esquivó y se puso fuera de su alcance.

—No lo hagas, viejo. No quiero avergonzarte.

—¿Qué quieres, Fury? —masculló Petra.

Miró a la loba con una deslumbrante sonrisa. Del grupo, era ella quien más odiaba a Vane. Había pasado años intentando copular con él y, cuando tuvo que aceptar que Vane se negaba, lo cambió por Fang. Había perseguido a Vane hasta aburrirlo. Dado que era el primogénito del alfa de la manada, lo más lógico era pensar que algún día ocuparía ese lugar. Aunque su padre lo odiaba, Vane era sin duda alguna el más fuerte de todos.

Y solo él sabía por qué. Vane no era katagario y los demás eran demasiado estúpidos como para darse cuenta.

Él lo había olido nada más conocerlo. Vane irradiaba el inconfundible olor de los genes humanos. De un corazón supuestamente humano. Y, lo que era más importante, el olor pertenecía a la élite de los arcadios. Vane no solo era arcadio. No solo era un centinela.

Era un aristo. Una subespecie muy rara que poseía la habilidad de utilizar la magia sin esfuerzo. En el reino arcadio se les consideraba dioses y se les protegía con celo, ya que cualquier hombre lobo estaría encantado de morir por ellos.

Ese era el motivo de que odiara a Vane.

Pero la paciencia era una virtud. Entre los humanos y, especialmente, entre los animales.

Petra olisqueó y frunció el ceño. Se acercó más a él y enterró la nariz en su camisa.

—Vane —dijo en voz baja—. ¿Lo has atrapado?

—¿Dónde se esconde? —preguntó Stefan de inmediato.

Fury lo miró con los ojos entrecerrados.

—Dais pena. ¿Es que a estas alturas todavía no sabéis que la diversión está precisamente en la caza?

Petra ladeó la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Sé dónde está Vane. Pero no basta con matar a tu enemigo. Primero hay que marearlo un poquito.