Vane la dejó en la cama con delicadeza. Se alegraba muchísimo de haberles pagado a los de la mudanza para que colocaran los muebles. Las cosas serían más fáciles en la cama que compartiendo el viejo sofá.
Le quitó las horquillas del pelo y dejó que los mechones castaño rojizos enmarcaran ese rostro redondo de delicada belleza. Inclinó la cabeza para unir sus mejillas y aspiró su fragante perfume.
Mientras se tomaba su tiempo disfrutando de la suavidad del cuerpo que tenía debajo, Bride le quitó la chaqueta. La arrojó al suelo y le pasó las manos por la espalda. La caricia le provocó un placer tan intenso que jadeó con fuerza. Tenía clarísimo por qué odiaba su parte humana. Si se atrevía a utilizar sus poderes, ambos estarían desnudos en un abrir y cerrar de ojos y podría sentir cada centímetro del cuerpo de Bride contra el suyo. Piel contra piel.
Pero eso la aterrorizaría sin duda alguna.
Así que refrenó sus poderes y ocultó las marcas que tenía en el cuerpo para que ella no las viera, sobre todo la de la palma de la mano. Por una vez en su vida, iba a estar con una mujer sin ser un lobo ni un guerrero.
Pasaría la noche con Bride siendo un hombre.
Bride estaba encantada de sentir el peso de Vane mientras él le quitaba los zapatos y las medias con consumada habilidad y sin dejar de besarla de forma apasionada. Bajo sus manos, notaba cómo se le contraían los músculos.
Mmmm… ¡Ese hombre besaba de escándalo!
Jamás se cansaría de su sabor. Salvaje y pecaminoso. Excitante y ardiente.
Lo vio incorporarse sobre las manos para que pudiera desabrocharle la camisa y así revelar, centímetro a centímetro, su poderoso torso. Le dio un tirón para sacársela de los pantalones y dejó que la seda cayera a ambos lados de su cuerpo mientras acariciaba la piel bronceada. Enterró los dedos en la ligera capa de vello que le cubría el pecho y el vientre y después los deslizó por los costados. El beso se tornó más apasionado, hasta que notó cómo se le aceleraba el corazón bajo la palma de la mano.
Vane comenzó a mordisquearle los labios mientras se frotaba contra ella, excitándola de un modo increíble. Lo miró y vio el deseo voraz que se reflejaba en su rostro. ¿Cómo era posible que un hombre así la deseara?
La voz de su conciencia le decía que se valorara un poquito más, pero la falta de autoestima no tenía nada que ver con el hecho de que todo aquello le resultara difícil de creer. Era una mujer realista. Los hombres con el físico de Vane no quedaban con mujeres como ella. Punto.
Ni siquiera Taylor estaba tan bueno y eso que él la había utilizado. No quería que volvieran a hacerle daño. No de ese modo y, mucho menos, si se trataba de Vane.
Relájate, Bride, se dijo.
Vane se apartó un poco.
—¿Estás bien?
—Solo estoy intentando comprender qué ves en mí —admitió.
—Veo una mujer hermosa —le aseguró con énfasis, inclinando la cabeza para mordisquearle la sensible piel de debajo de la oreja—. Una mujer de mirada franca y con un corazón inmenso. —Se incorporó un poco para poder mirarla a los ojos—. Ese modo de plantarle cara a Taylor esta noche… —La sonrisa torcida que esbozó logró que se le desbocara el corazón—. Jamás permitirás que te avasallen, ¿verdad?
—Eso intento.
Vane giró sobre el colchón llevándola consigo hasta quedar tendido de espaldas con ella encima. La extraña ternura que asomaba a su mirada la desarmó de tal modo que el corazón se le subió a la garganta.
—Pero lo que más me gusta de ti es tu forma de entregarte. Y el hecho de que no necesito demostrarte mi fuerza para conseguirlo. Ni herir a nadie para acostarme contigo. Ni sufrir heridas.
Su voz tenía una nota especial que le indicó lo importante que era aquello para él.
Una confesión bastante extraña que hacer a una mujer…
¿En qué tipo de comuna había vivido? Definitivamente parecía una de esas comunidades extrañas donde se obligaba a la gente a hacer todo tipo de cosas para entrar a formar parte del grupo.
Recorrió los marcados rasgos de su rostro con la mano.
—Hay algo en ti que me asusta, Vane. ¿Estás seguro de que eres una persona normal?
Su pregunta le arrancó una carcajada.
—No sé lo que es una persona normal. Pero jamás te haré daño. —La sinceridad de su mirada la abrasó—. Nunca.
Tiró de ella para besarla y después comenzó a desatarle el nudo que sujetaba el vestido. Una vez que lo hizo, le quitó la gargantilla. La dejó en la caja que había junto a la cama y se entregó de lleno a acariciarle los pechos. Le pasó las ásperas palmas de las manos sobre los pezones, endureciéndolos de un modo casi doloroso y provocándole una oleada de placer que la recorrió por entero.
Deseaba fundirse con él. Nadie la había hecho sentirse nunca de ese modo.
Vane apenas podía respirar a causa del torbellino de emociones que giraba en su interior. Debería dejarla marchar. No tenía derecho a emparejarse con nadie. El problema era que no podía mantenerse alejado de ella. Esa noche cabía la posibilidad de engendrar un hijo con Bride. Era la primera vez en toda su vida que corría ese riesgo.
No obstante, parte de su mente ya la veía con un hijo suyo. La veía amamantándolo mientras lo contemplaba con el amor reflejado en los ojos.
¿Cómo iba a dejarla marchar?
¿Cómo podía siquiera planteárselo?
Las Moiras habían decretado que fueran pareja. ¿Quién era él para oponerse a las diosas?
Llevaba toda la vida luchando. ¿Por qué no luchar por ella? ¿Acaso no se merecía que alguien lo amara por una vez en la vida?
¿Y si Bride no lograba amarlo?
Al igual que su madre no había amado a su padre.
La pregunta lo atormentaba. ¿Y si no lograba conquistarla al cabo de esas tres semanas?
No, esa opción era inviable. La conquistaría y la mantendría siempre a su lado.
Aferrándose a esa idea con todas sus fuerzas, cogió una de sus manos y se la colocó sobre el pecho para que pudiera sentir los latidos de su corazón. Incapaz de estar un minuto más separado de ella, se desabrochó los pantalones.
Bride jadeó cuando notó que se removía bajo ella y la penetraba sin más. Mmmm, le encantaba tenerlo tan adentro y tan duro. Que se mostrara tan exigente…
Ningún hombre se había mostrado tan impaciente con ella. La hacía sentirse extrañamente poderosa. Deseable.
La expresión placentera de su rostro la llenó de alegría. Le provocó un intenso deseo. Sin salir de ella, Vane le bajó la cremallera del vestido y se lo sacó por la cabeza.
Una vez que estuvo completamente desnuda lo miró con detenimiento. Tenía la camisa abierta, pero no se la había quitado. Lo único que había hecho era bajarse los pantalones lo justo para poder sacársela y penetrarla.
Cogió una de sus manos y se la llevó a los labios para besarle los nudillos, cubiertos de cicatrices, mientras comenzaba a moverse despacio sobre él.
Vane la miraba con los labios entreabiertos, los párpados entornados y los ojos oscurecidos por el deseo. Su expresión le decía lo mucho que le gustaba lo que le estaba haciendo. Lo mucho que le gustaban sus caricias.
Y eso precisamente era lo más satisfactorio de todo.
La aferró por las caderas y la inmovilizó para hacerse con el control de la situación. La fuerza que requería hacer algo así la sorprendió. Sin embargo, no le importó adoptar un papel pasivo mientras él incrementaba el ritmo de sus movimientos y se hundía en ella hasta el fondo. Cada una de sus embestidas era tan placentera que rayaba en el dolor. Se inclinó hacia delante y se apoyó en las manos, dejando que su cabello los envolviera. Su cuerpo palpitaba de deseo y ansiaba mucho más.
El placer aumentó hasta que llegó al orgasmo con un grito.
Vane la observó mientras se corría entre sus brazos. La alegría lo atravesó mientras la contemplaba, mientras sentía los espasmos que lo aprisionaban en su interior. Se apoderó de sus labios y comenzó a moverse aún más deprisa, ansiando su propio clímax.
Cerró los ojos cuando llegó. Se apartó de sus labios para soltar un ronco gruñido al tiempo que su cuerpo estallaba de placer.
Sin salir de su interior, tiró de ella para que se recostara sobre su pecho y la abrazó en silencio mientras sus corazones latían al unísono y su orgasmo continuaba durante varios minutos. Le acarició la espalda, encantado con la placidez del momento.
Era el único momento de paz que había conocido en su violenta vida. Con ella no existía el miedo. No lo consumía el temor de que pudiera desenmascarar su corazón humano con sus poderes y lo matara.
Solo existían ellos.
Bride se quedó quieta un buen rato. Después, frotó la nariz contra su pecho y le besó un pezón al tiempo que se alzaba para separarse de él.
La agarró por el brazo cuando hizo ademán de alejarse de la cama.
—¿Adónde vas?
—A lavarme.
—¿Para qué? Todavía no he acabado contigo.
Ella se echó a reír hasta que comprendió que no estaba bromeando.
Vane se quitó la camisa y la tiró al suelo, hacia el lugar donde descansaba la chaqueta. Los pantalones, los zapatos y los calcetines no tardaron en reunirse con las otras prendas.
Antes de que pudiera protestar, ya la había cogido y la había devuelto a la cama. Le separó las piernas con la rodilla y se colocó entre ellas.
Bride gimió cuando sintió su peso encima. Se le estaba poniendo dura otra vez.
La besó con delicadeza y se tomó todo el tiempo del mundo para mordisquearle los labios y saborearla hasta que creyó que se desmayaría por el placer que le provocaba su exquisita ternura.
Y así siguieron durante el resto de la noche. Piel contra piel. Cuerpo contra cuerpo. Nunca había experimentado nada semejante. El vigor de que Vane hacía gala era inusitado. Cuando amaneció, estaba exhausta y se durmió rodeada por sus brazos. Vane dormía acurrucado tras ella. Le había colocado una pierna entre los muslos.
Aquello era el paraíso. Por primera vez desde hacía mucho tiempo se sentía unida a alguien. Aceptada. A él no parecía importarle que no fuera delgada. Ni siquiera le importaba que estuvieran acostados en una cama desvencijada, en un apartamento diminuto.
El simple hecho de estar con ella parecía alegrarlo.
Y eso era lo mejor de todo.
Vane siguió acostado y en silencio, escuchando los suaves ronquidos de Bride mientras dormía entre sus brazos. Su aroma le embriagaba los sentidos. No había nada tan exquisito como ese olor mezclado con el suyo propio. Como la sensación de tenerla entre los brazos.
Estaba dolorido y exhausto… pero nunca se había sentido mejor. Miró la mano de Bride y revertió el hechizo para que su propia marca fuera visible.
Estaban emparejados.
Unió las palmas de sus manos y entrelazó los dedos con los suyos. Tendrían que hacer el amor con las manos entrelazadas de esa forma si querían completar el ritual.
Bride tendría que aceptarlo.
Y él tendría que ser sincero con ella.
A la tenue luz del alba, no parecía tan aterrador como debería.
Cerró los ojos y dejó que el sueño lo invadiera. Por primera vez desde hacía meses no lo asaltaron las pesadillas. Solo sintió la paz de su pareja, acurrucada contra él.
Pero ¿qué pasaría si ella descubría que no era el hombre que fingía ser?
¿Aceptaría al lobo que vivía en su interior?
Lo ignoraba, pero se prometió que sería sincero con ella. Cuando Bride se despertara, se lo contaría todo.
Lo único que deseaba era que su sinceridad no la alejara de él para siempre.
Bride se levantó quince minutos después de la hora de apertura de la tienda. Cuando se apartó de Vane, su brazo la retuvo un instante antes de que él también se despertara.
Esos ojos verdosos se abrieron, aunque no tardó en entornar los párpados para protegerse de la intensa luz del sol que entraba por las ventanas.
—¿Qué hora es? —le preguntó con voz ronca.
—Las diez y cuarto.
Lo vio pasarse la mano por la cara mientras soltaba un gruñido.
Contuvo una sonrisa.
—¿No eres madrugador?
—No —contestó con voz gruñona al tiempo que se ponía de espaldas sobre el colchón y se colocaba un brazo sobre los ojos para evitar la luz.
La estampa que presentaba allí desnudo en su cama la hizo tomar una honda bocanada de aire. Estaba enrollado en la sábana, aunque esta apenas tapaba sus largas piernas, extremadamente masculinas. De cintura para arriba estaba desnudo, de modo que pudo darse un festín con los abdominales, los pectorales y los bíceps. La sombra de barba añadía un toque devastadoramente viril a su rostro, que estaba enmarcado por la desordenada melena.
¡Qué barbaridad! Quitaba el hipo.
Se apartó el brazo de la cara y abrió un ojo para mirarla.
—Solo hemos dormido cuatro horas. ¿Por qué estás levantada?
Le contestó mientras se ponía el albornoz rosa sin levantarse de la cama:
—Porque tengo que trabajar.
Él extendió un brazo y le enterró la mano en el pelo.
—¿Es que nunca te tomas un día libre?
—Solo si lo planeo con antelación y quedo con Tabitha para que me sustituya en la tienda o para que lo haga una de sus chicas. Y, por supuesto, cierro los domingos. Aparte de eso, no cierro nunca.
Le besó la mano y le apartó el brazo. Él se dejó hacer sin añadir nada más.
Una vez que se puso en pie, lo dejó en la cama y se fue al cuarto de baño.
Vane siguió acostado mientras escuchaba el chorro de la ducha. Los excesos de la noche lo habían dejado hecho polvo, pero se alegraba mucho de que el dolor no fuera precisamente por que le hubieran mordido en la espalda, en los brazos y en el pecho. La noche con Bride había sido muy divertida y la diversión era algo insólito en su vida.
Hizo una mueca, molesto por la claridad. Aborrecía las mañanas.
Muy a regañadientes, salió de la cama y se puso los pantalones, subiéndose la cremallera pero sin abrochar el botón de la cintura. Fue hacia la cocina. A Bride le gustaba desayunar dos tostadas con mermelada.
Mientras el pan se tostaba, partió un pomelo y lo espolvoreó con una cucharada de azúcar. Después, le sirvió un vaso de zumo de naranja.
Estaba untando la mermelada en las tostadas cuanto ella salió del baño y se detuvo para mirarlo.
—¿Qué? —le preguntó, extrañado por su semblante ceñudo.
—¿Ese es tu desayuno?
La pregunta lo hizo fruncir los labios.
—Ni soñarlo. Iba a freírme unas lonchas de beicon.
—¿Y cómo sabes que eso es lo que me gusta?
Se detuvo al caer en la cuenta de que en su forma humana no debía saber lo que sabía en forma de lobo. Carraspeó y se encogió de hombros.
—Abrí el frigorífico y vi la mermelada y los pomelos. La mayoría de la gente suele tomarlos solo para desayunar, así que supuse que no te importaría si te lo preparaba todo.
Bride pareció aceptar su respuesta mientras se quitaba la toalla del pelo y la dejaba en el respaldo de la silla.
—Gracias —le dijo, dándole un beso en la mejilla.
Cerró los ojos y sufrió una erección inmediata. Sin pensarlo, la abrazó para darle un beso muchísimo más satisfactorio. Deslizó los labios por su cuello al tiempo que le abría el albornoz para sentirla desnuda contra él.
Bride gimió por el roce fresco del musculoso cuerpo de Vane. Recorrió con las manos las cicatrices de su espalda y sintió cómo se le contraían los músculos en respuesta. El roce áspero de su mejilla le hizo cosquillas en la piel.
—Si sigues por este camino, no abriré la tienda.
—Déjala cerrada y quédate conmigo.
Le cogió la cabeza con ambas manos mientras él le lamía el hueco de la garganta.
—No puedo.
Vane se alejó.
—Lo sé. Pero un hombre puede soñar. —La soltó y le anudó el cinturón del albornoz—. Tómate el desayuno.
Tomó asiento a la mesita redonda mientras él regresaba a la cocina para freírse el beicon. Mordisqueó la tostada y lo observó.
—Qué valor tienes para freír el beicon sin llevar la camiseta. ¿No tienes miedo de que te salte aceite?
Él se encogió de hombros.
—No duele mucho.
Mientras observaba con interés el entramado de las cicatrices de su espalda, frunció el ceño.
—¿Por qué tienes tantas cicatrices?
Vane sopesó su respuesta. Aún no estaba lista para escuchar la verdad; para escuchar que eran cicatrices de las batallas en las que se había visto obligado a participar durante cuatrocientos años de persecución por parte de los arcadios que lo creían un asesino katagario. En realidad, los arcadios creían que cualquier katagario era un asesino. Otras cicatrices procedían de las luchas que había entablado contra su propia manada para mantener con vida a su hermano. Algunas eran de las lobas con las que había estado.
Y el resto, de las palizas.
—Mi vida no ha sido fácil, Bride —le contestó en voz baja mientras le daba la vuelta a la loncha de beicon que tenía en la sartén. Se giró para mirarla—. Jamás he tenido nada que no me haya costado sangre, sudor y lágrimas. Salvo tú.
Bride estaba totalmente inmóvil en la silla, hipnotizada por esa mirada verdosa. Había algo en su expresión sincera que le calaba muy hondo. Se estaba desnudando ante ella, lo presentía.
¡Señor, sería tan fácil amar a ese hombre! No pedía nada y era increíblemente generoso. El momento se le antojaba de lo más surrealista. Nunca había conocido a nadie como él.
«Esto es demasiado fácil», le dijo la molesta voz de su conciencia, asomando su fea cabecilla. Nada era perfecto. Nada era tan fácil.
Tenía que haber algo más de lo que se veía a simple vista.
Pero ¿y si no lo había?
¿Y si Vane solo era lo que aparentaba ser? No percibía ningún engaño en él. Tal vez porque no había ni trampa ni cartón…
—Gracias por la noche que hemos pasado, Vane —le dijo.
Él inclinó la cabeza en respuesta y volvió a prestar atención al beicon. Lo sacó de la sartén y lo dejó en el plato, tras lo cual apagó el fuego y llevó el plato a la mesa.
—¿Quieres un poco? —le preguntó.
Aceptó dos lonchas crujientes mientras él se servía un vaso de zumo. Había algo muy íntimo en el hecho de compartir el desayuno con él. No sabía lo que era, pero durante los cinco años que había pasado con Taylor jamás había experimentado nada parecido a lo que estaba sintiendo en esos momentos. Era maravilloso.
Comió deprisa y se puso en pie.
—Ya me encargo yo —dijo Vane cuando hizo ademán de quitar la mesa—. Tú te vistes mientras yo lo recojo todo.
—Eres demasiado bueno para ser de verdad —replicó, besándole la coronilla antes de salir pitando hacia el armario improvisado.
Vane intentó no mirarla mientras se vestía, pero no pudo evitarlo. El simple hecho de ver cómo se ponía la ropa interior y el vestido lo excitó.
Ladeó la cabeza al caer en la cuenta de que nunca se ponía pantalones. Tenía preferencia por los vestidos amplios en marrón o en negro. Se calzó unas sandalias planas y se cepilló el pelo. Después, se lo recogió en ese desastroso moño tan típico de ella.
Sus gestos lo tenían hechizado. Había una multitud de detalles en ese ritual matutino. Como el modo de aplicarse el maquillaje y después echarse polvos encima. O los movimientos tan precisos que se requerían para aplicarse el rímel y la barra de labios.
Le encantaba el estilo tan artístico de su ropa y su peinado.
Bride hizo una pausa mientras se pintaba la raya en el párpado superior para mirarlo a través del espejo.
—¿Pasa algo?
Él negó con la cabeza.
—Estoy pensando que me alegro de no ser mujer. No me imagino haciendo eso todos los días.
Ella le ofreció una sonrisa que le desbocó el corazón. Tan pronto como hubo terminado, cogió las llaves y se acercó a la puerta.
—¿Cierras tú? —le preguntó.
Asintió con la cabeza.
Le lanzó un beso y lo dejó solo en su apartamento. Escuchó su voz desde el exterior mientras llamaba a su lobo de camino a la tienda.
Torció el gesto al escucharla.
—Voy a tener que decírselo. —Cuanto más lo demorara, más difícil sería—. Vale. Voy a hacerlo.
Cuando me duche.
Y me vista.
Y limpie todo esto…
Una hora después, Bride estaba quitando el polvo en la tienda cuando sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
Se giró esperando encontrarse con alguien detrás.
Pero estaba sola.
Se frotó la nuca y echó un vistazo a su alrededor. La sensación seguía allí. Era algo malévolo.
Pero qué cosa más rara…
Frunció el ceño y se acercó a los escaparates para echar un vistazo al exterior. Allí tampoco había nadie.
—¿Bride?
Soltó un chillido y se dio la vuelta a toda prisa para encontrarse con Vane, que acababa de salir del almacén.
Se acercó a ella con rapidez.
—¿Estás bien?
Lo pueril de su reacción le hizo soltar una carcajada.
—Lo siento. No te he oído entrar por la puerta de atrás. Me has asustado, nada más.
—¿Seguro que solo es eso?
—Sí —le aseguró, respirando hondo.
Vane llevaba los pantalones de pinzas del traje y la camisa. Debía de haber dejado la chaqueta en el apartamento. Se alejó de ella con una expresión incómoda en el rostro.
¡Ay, Dios, ya estamos!, pensó para sus adentros.
—Necesitas retomar tu vida, ¿verdad? —le preguntó, intentando ser valiente aunque por dentro estaba haciendo un enorme esfuerzo para contener las lágrimas.
—¿Qué vida? —Parecía confuso por su pregunta—. ¿De qué estás hablando?
—¿No es este el momento en el que me dices que nos lo hemos pasado genial pero que vas a cortar conmigo?
Sus palabras parecieron confundirlo aún más.
—¿Eso es lo que se supone que debo hacer?
—Bueno, no. En fin, no lo sé. ¿No era eso lo que querías decirme?
Él hizo un gesto negativo.
—No. Iba a decirte que yo… —Dejó la frase en el aire y clavó la vista en un punto situado tras ella, cercano a la puerta.
Se dio la vuelta y vio a dos mujeres entrando en la tienda.
Vane retrocedió mientras ella las saludaba. Las dientas comenzaron a mirarlo todo, aunque sus ojos no dejaban de volver una y otra vez a él, que se había colocado detrás del mostrador.
Entretanto, ella decidió reorganizar el expositor de las gargantillas. Sabía que Vane quería hablar con ella, pero cuando las dos primeras dientas se marcharon, entraron otras tres.
Vane observó a Bride mientras atendía a sus clientas. Está deseando poner fin a todo aquello, aunque lo último que necesitaba era una audiencia mientras le confesaba que era un hombre lobo.
Llegaron más dientas.
¡La cosa empeoraba por momentos!
Podría utilizar sus poderes para hacer que las mujeres se fueran, pero no quería interferir con la marcha de su negocio.
—Esperaré fuera un rato —le dijo mientras ella registraba una venta.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Ajá —contestó—. Estaré en la parte de atrás.
Echó a andar hacia el almacén y utilizó la puerta trasera para salir al patio.
Joder.
—No pasa nada —musitó. Tendría muchísimo tiempo para hablar con ella más tarde. Lo único que quería era ponerle fin a la situación de una vez por todas.
—Vane.
La voz grave que resonó en su cabeza le provocó un desagradable escalofrío.
Se tensó y se acercó a la verja, desde donde vio algo que le heló la sangre en las venas. Por Iberville Street se acercaba el último animal con el que esperaba encontrarse.
Fury, en su forma humana.
De la misma estatura que él, Fury tenía el cabello rubio y largo y unos ojos azules apenas un tono más oscuro que el turquesa. Llevaba la melena recogida en una coleta e iba vestido con unos vaqueros muy ajustados y una camisa negra de manga larga.
Se acercó a él con pasos medidos y letales. Su cuerpo irradiaba poder y fuerza. Ese era uno de los pocos lobos con los que jamás había buscado pelea.
Y no porque pensara que no pudiera derrotarlo. Estaba seguro de que podría hacerlo, pero Fury no era de los que peleaban limpio, sino más bien de los que te desgarraban el pescuezo mientras dormías.
Había un brillo jocoso en sus ojos cuando se detuvo a su lado y miró hacia la tienda, donde estaba Bride.
—Te estás volviendo descuidado, adelfos.
—No somos hermanos, Fury. ¿Qué coño estás haciendo aquí?
Su sonrisa se tornó malévola, irónica.
—Quería advertirte que tu padre sabe que Fang y tú estáis vivos. Yo he sido uno de los elegidos para mataros.
Eso lo dejó de piedra.
—Relájate —le dijo Fury—. Si quisiera matarte, a estas alturas ya te habría atacado.
—¿Por qué no lo has hecho?
—Te debo una, ¿no te acuerdas?
Era cierto. Le había salvado la vida cuando se unió a la manada.
—Has tardado mucho en devolvérmela.
Fury se encogió de hombros.
—Sí, en fin, ciertas cosas llevan su tiempo.
—No entiendo por qué rompes con la manada para ayudarme.
—Porque así cabrearé al viejo —le explicó con una siniestra sonrisa—. Lo odio, él te odia y supongo que eso te convierte en mi flamante mejor amigo.
Eso era nuevo para él.
—¿Por qué lo odias?
—Tengo mis motivos; motivos míos que no pienso hacer públicos.
—En ese caso, ¿por qué te has quedado con la manada todos estos siglos?
—Vuelvo a repetirte lo mismo: tenía mis motivos.
Sí, Fury era una criatura extraña.
—Si alguna vez descubren que me has ayudado, te matarán.
—Todos tenemos que morir algún día —replicó, encogiéndose de hombros con despreocupación. Enarcó las cejas cuando Bride dobló la esquina de la tienda antes de dar la vuelta al ver que llegaban más clientas. Olisqueó el aire y abrió los ojos de par en par—. ¡Estás emparejado!
Lo agarró por el pescuezo y lo estampó contra la pared.
—Tranquilo, Vane —dijo Fury. No había rastro de miedo en él. Solo franqueza y una buena dosis de sorna—. No le haré daño a tu pareja, pero Stefan y los otros sí que lo harán.
De eso no le cabía la menor duda. Stefan daría los dos testículos a cambio de hacerle daño de algún modo.
—¿Quiénes son los cazadores?
—Stefan, Aloysius, Petra y yo.
Soltó un taco. Todos tenían algo personal contra él, sobre todo Petra, que lo odiaba porque la rehuyó cuando intentó copular con él y porque se interpuso entre ella y Fang. Si descubrían la existencia de Bride, la matarían sin dudarlo solo para hacerle daño a él. Y eso si se mostraban dementes. Los machos de su manada le harían algo mucho peor si daban con ella.
Siempre que un macho emparejado rompía con la manada, esta respondía castigando a la hembra.
Y él mataría a cualquiera que le tocara un solo pelo a Bride. A cualquiera.
—¿Vas a quitarme ya la mano del cuello o tengo que hacerte daño para que me sueltes?
Se debatió un instante antes de soltarlo.
—Se agradece —le dijo Fury mientras se daba un tirón de la camisa para colocársela bien—. Vamos a dejar las cosas claras —comenzó con voz mortalmente seria—, nunca he tenido ningún problema ni contigo ni con tu hermano y lo sabes. Para serte sincero, eres el único strati al que trago. Supongo que ya habéis tenido bastante con la pérdida de Anya, así que lo último que te hace falta ahora es toda esta mierda solo porque a tu padre le asuste la posibilidad de que le arrebates el liderazgo de la manada.
Soltó otro taco al escucharlo.
—La manada me da igual.
—Lo sé. Lo creas o no, aborrezco la injusticia tanto como tú. No me apetece nada ver cómo se cargan a los únicos lobos decentes del grupo.
Eso sí que no se lo esperaba. Claro que Fury siempre se había mantenido apartado de los demás, tal como lo había hecho él. No tenía amistad con nadie. No confiaba en nadie.
Hizo ademán de marcharse.
—Fury, espera.
El lobo lo miró con una ceja enarcada.
—Gracias por informarme.
Fury inclinó la cabeza a modo de respuesta.
En ese instante sintió una extraña conexión con él. Además, le debía una por la información y él siempre pagaba sus deudas.
—¿Adónde vas?
—No lo sé —contestó, encogiéndose de hombros—. Supongo que soy un lobo solitario. —Soltó un aullido—. Demasiado manido, ¿no?
Ese tío estaba como una cabra.
Vane miró a Bride a través del escaparate de la tienda y de repente se le ocurrió una idea.
—¿Puedo confiar en ti, Fury?
—No —contestó el aludido con toda sinceridad—. Soy un lobo y siempre pienso en mi propio beneficio antes de hacer algo. ¿Por qué?
Titubeó un instante pero al final llegó a la conclusión de que no tenía más remedio que hacer un pacto con él.
—Porque voy a necesitar ayuda durante las próximas semanas. No puedo estar en dos sitios a la vez.
—¡Uf! —exclamó Fury con incredulidad—. Jamás creí que vería el día en el que Vane Kattalakis le pidiera ayuda a otro ser vivo.
Pasó por alto el sarcasmo.
—Si me ayudas hasta que Bride quede libre o nos emparejemos de forma definitiva, me aseguraré de que jamás tengas que volver a cazar para otra manada.
Fury guardó silencio.
—Sé lo que se siente estando solo, Fury —confesó, y su propia voz delató el dolor de haber quedado desamparado—. Si ayudas, te juraré lealtad filial.
Su ofrecimiento no era para tomarlo a la ligera. Jurar lealtad filial era tan importante como emparejarse con una hembra. Era un juramento inquebrantable. Fury no tenía a nadie más en el mundo. Su familia estaba muerta y llegó a la manada siendo aún un cachorro inexperto. Apartó la vista antes de asentir con la cabeza.
—De acuerdo, Vane. Lo haré.
Vane soltó el aire muy despacio mientras le ofrecía la mano. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que acababa de hacer un pacto con el diablo.
Fury titubeó un instante antes de aceptar y darle un apretón.
—¿Qué necesitas que haga?
Vio que Bride se acercaba a ellos.
—Por ahora, necesito que te hagas pasar por mí en tu forma de lobo. Me he hecho pasar por una mascota para proteger a Bride, y ahora que estoy en forma humana me vendría muy bien tener un lobo cerca para no levantar sospechas. —Sobre todo porque no se atrevía a contarle la verdad sobre sí mismo hasta encontrar el modo de quitarse a sus perseguidores de encima.
Fury se echó a reír en cuanto acabó de hablar.
—Te viene de puta madre que los dos seamos lobos árticos, ¿no?
—Sí. ¿Podrías cambiar de forma ahora?
Fury se apartó del campo de visión de Bride y se transformó en lobo. Dos segundos después, levantó la pata junto a uno de sus pies.
—Hazlo y te castro.
Escuchó la risa de Fury en la cabeza.
—¡Ah, por cierto! Se me ha olvidado decirte que los otros saben que Fang está en el Santuario.
Eso lo dejó petrificado.
—¿Cómo?
—Sí. Tu padre les dijo que no lo atacaran cuando los osos estuvieran presentes, pero que en cuanto se quede solo…
—Vigila a Bride.
—¿Qué…?
Vane se teletransportó sin pérdida de tiempo al Santuario.
Fury se quedó en la calle, sin saber en absoluto lo que hacer.
—¿Vane?
No le contestó.
Mierda, pensó. En forma de lobo no podía decirle a Bride dónde había ido Vane y no le apetecía tener que vérselas con una humana preocupada por que no encontraba a su pareja.
No estaba bien.
Volvió a adoptar forma humana y recogió sin pérdida de tiempo la ropa del suelo para vestirse. Su fuerza era física, no mágica. Tenía poderes mágicos, pero ni mucho menos comparables con los de Vane. Si intentaba ponerse la ropa utilizando la magia, había un cincuenta por ciento de posibilidades de que se la pusiera del revés… o a saber cómo. Así que, con tal de no acabar con un calcetín como camisa, prefería vestirse a la usanza humana mientras rezaba para que nadie doblara la esquina y lo pillara con el culo al aire.
Cuando Bride llegó, estaba totalmente vestido salvo por las botas.
Se detuvo en cuanto vio que se las estaba poniendo.
—Una piedrecilla… —le explicó sin mucha convicción. Mentir tampoco era su fuerte.
—¿En los dos pies?
—Rarísimo, ¿verdad?
Lo miró con una expresión extraña antes de ojear el patio que había tras él.
—Si estás buscando a Vane, no está aquí.
—¿Lo conoces?
—Esto… Sí.
Volvió a mirarlo, en esa ocasión de forma penetrante.
—¿Y tú eres…?
—Fury.
—¿Fury?
—Sí, ya lo sé. Mi madre le daba a las drogas cuando me puso el nombre.
Por la cara que puso la humana, debería haberse mordido la lengua. Además, musitó algo ininteligible mientras comenzaba a retroceder. Él dio un paso al frente para impedírselo y en ese instante se percató del miedo que la embargaba. Podía olerlo.
—En serio, no pasa nada. No voy a hacerte daño. Vane me ha dicho que te eche un ojo hasta que él vuelva.
—¿Adónde ha ido?
La pregunta lo acojonó. Joder con los humanos y su dichosa curiosidad. Se le ocurrieron varias mentiras, pero todas ellas le acarrearían problemas a Vane, de modo que se decidió por la más inofensiva.
—Ha ido a mear.
Sí, era una gilipollez y lo comprendió en cuanto vio que ella se ruborizaba.
—¿De dónde has salido?
Como si pudiera responder a eso… si le decía que acababa de teletransportarse desde Nebraska hacía solo una hora, iría directa a la policía.
Señaló al otro extremo de la calle.
—He venido por ahí.
La respuesta la puso todavía más nerviosa.
Así que esbozó una sonrisa, esperando que no fuera demasiado siniestra. No estaba acostumbrado a intentar que la gente no se asustara de él. Por lo general le encantaba ver cómo los humanos se cagaban de miedo.
Aquello era toda una novedad.
—De verdad —repitió—, te juro que no voy a hacerte nada.
—¿Y por qué tendría que creerte?
Guardó silencio antes de ofrecerle una respuesta que creyó que la tranquilizaría.
—Soy hermano de Vane y si te hago daño, me pateará el culo.
Bride observó al tío que tenía delante con los ojos desorbitados. Era guapo, pero de un modo un tanto extraño. A pesar de sus palabras, estaba rodeado por un aura peligrosa. Parecía el tipo de persona capaz de rebanarle el pescuezo a cualquiera y luego ir contándolo por ahí como si fuera una broma.
—No te pareces a Vane.
—Lo sé —replicó él—. Yo he salido a mi madre y él, a mi padre.
—Ya…
El tipo suspiró y dejó las botas en el suelo.
—Mira, sinceramente, se me da fatal lo de relacionarme con la gente. Limítate a fingir que no estoy aquí hasta que Vane vuelva. Yo te echo un ojo, tú pasas de mí y así nos llevaremos bien. ¿Qué te parece?
No estaba muy convencida. Había algo en ese tío que le provocaba un deseo irresistible de entrar corriendo en casa y echarle el pestillo a la puerta. ¿Podría confiar en él?
—¡Oye, Bride! ¿Puedes ayudarme?
Miró hacia la entrada de la tienda, donde una de sus dientas habituales aguardaba con un vestido en las manos.
—Claro, Teresa. Voy enseguida —le contestó, apartándose de ese tipo tan extraño.
Él se puso las botas y la siguió.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó al ver que pensaba seguirla hasta la tienda.
—Echarte un ojo. Tú pasa de mí.
Era difícil pasar de alguien tan alto y tan amenazador.
—¿Cuánto hace que se marchó Vane? —le preguntó mientras atravesaban la tienda.
—No sé, se estaría meando encima. Igual es la próstata. No estoy seguro.
Lo miró boquiabierta.
El tal Fury parecía incomodísimo.
—Ahora mismito cierro el pico y me quedo aquí en plan matón. Es lo que se me da mejor.
Así lo hizo y no le quedó más remedio que darle la razón porque el tío sabía cuál era su fuerte. Con la boca cerrada, ponía los pelos de punta.
Vane se materializó en casa de los Peltier, justo en la puerta de dormitorio de Fang. Permaneció inmóvil y en completo silencio, escuchando.
Escrutando con los sentidos.
No había ninguna perturbación. Ningún olor extraño. Ni rastro de que alguien hubiera sondeado el plano psíquico en su busca o en la de su hermano.
Todo parecía completamente normal.
Se relajó, abrió la puerta y se encontró con Fang tal cual lo, había dejado. Solo en la cama.
Entró despacio en la habitación para asegurarse de que estaba bien.
Se acercó a la cama y se colocó en el lado más alejado de la puerta. Fang no hizo el menor movimiento. Sintió un nudo en la garganta. Ni siquiera parecía estar respirando.
—¡Por los dioses, no! —exclamó, atenazado por el pánico.
Agarró a su hermano de repente, y este comenzó a gimotear y a gruñir.
Lo abrazó con más fuerza, aferrándose a su pelaje.
—¡Me cago en la puta, cabrón! —masculló con voz airada—. Como la palmes, te juro que te rebano el pescuezo.
Fang le mordió para que lo soltara. En cuanto lo hizo, regresó a su estado comatoso.
—Fang, escúchame. Papá sabe que estamos aquí y ha mandado a una tessera. Vamos, lobo, háblame.
No lo hizo. Se limitó a seguir tumbado, con la mirada perdida.
—Vamos, Fang, no me merezco esto. No sé qué hacer para ayudarte. Yo también echo de menos a Anya… —Intentó que su hermano lo mirara—. Y también te echo de menos a ti.
Sin embargo, siguió sin responderle.
Le dieron ganas de estrangularlo por ser tan cabezón.
En ese instante, sintió una extraña alteración en el aire que lo rodeaba. Echó un vistazo por encima del hombro y se encontró con Stefan, que los miraba con expresión ufana.
Atacó al recién llegado sin pensárselo dos veces.