4

Bride no se había sentido nunca tan incómoda. ¿Qué le decía una mujer a un hombre que acababa de salvarla del peor momento de su vida?

«Gracias» se quedaba corto para lo que sentía. Era su héroe.

Salió del apartamento y regresó a la tienda mientras los empleados de la empresa de mudanzas seguían descargando sus pertenencias.

En un primer momento no vio a Vane por ningún lado. ¿Se habría marchado?

Su moto seguía aparcada en el mismo sitio.

Frunció el ceño y echó un vistazo hacia el interior de la tienda.

Lo encontró ojeando un perchero atestado de sugerentes vestidos que habían llegado esa misma mañana. Se detuvo al llegar a uno precioso de color negro que a ella le había llamado la atención. Era de seda, ceñido y atado al cuello, ya que no tenía mangas; un diseño perfecto para alguien con el cuerpo de Tabitha. Lo había pedido por impulso, porque supo nada más verlo que era el vestido perfecto para la gargantilla que Vane le había regalado.

Su intención había sido la de exhibirlos juntos.

Abrió la puerta y se acercó a él.

—¿Le gustaría probárselo? —le preguntó con voz guasona.

Vane soltó una carcajada. Su rostro se relajó y sus ojos verdes chispearon. ¡Madre del amor hermoso! ¡Ningún hombre debería ser tan guapo!

—Creo que no tengo el canalillo adecuado para lucirlo y es bastante probable que me aplaste el culo.

Ella se echó a reír.

Entretanto, Vane sacó el de la talla más grande y lo colocó frente a ella.

—Tú, en cambio… estarías preciosa.

—¡Ni hablar! —exclamó, alisando la fresca seda con la mano—. Es demasiado ceñido para mí. Además, no me gusta ponerme nada que deje los brazos desnudos.

Él pareció confuso por su explicación.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—No sé. Me incomoda.

Vane miró el vestido y después la miró a ella, como si estuviera imaginándosela con él puesto.

—Sí. Creo que tienes razón. Tendría que partirle la boca a más de uno por comerte con los ojos.

Hablaba en serio. Sorprendida, alzó las cejas mientras le quitaba el vestido de las manos y lo devolvía al perchero.

Vane la observó sin perder detalle mientras su aroma lo rodeaba. Imaginársela con ese vestido… Estaba tan excitado que le costó la misma vida contenerse para no abalanzarse sobre ella. Clavó la vista en la piel desnuda de su cuello, deseando acariciarla con los labios y saborearla.

De estar jugando en su propio campo, no dudaría en abrazarla con fuerza y besarla hasta que le suplicara. Pero no había visto ningún humano que se comportara así. Los cortejos entre hombres y mujeres se regían por ciertas reglas de las que no estaba muy seguro.

Bride se dio la vuelta hasta quedar frente a él.

Apartó la mirada, temeroso de que adivinara lo mucho que la deseaba. Lo inseguro que se sentía.

En su mundo, un lobo cohibido era un lobo muerto. En el mundo de los humanos…

¿Los cohibidos ganaban o perdían?

Joder, debería haber estado más atento…

—Así que ¿qué me dices de esa cena? —le preguntó, decidiéndose por el término medio entre la timidez y la imposición—. ¿Quieres que venga dentro de un par de horas, cuando los de la mudanza hayan terminado de colocarlo todo?

Bride se mordió el labio.

—No sé.

—Por favor…

Ella hizo un gesto afirmativo al tiempo que se ruborizaba profusamente.

Por alguna razón que no atinaba a explicar, le entraron ganas de soltar un aullido triunfal. Extendió la falda del vestido negro sin apartarlo del perchero.

—¿Te lo pondrás? —le preguntó con voz esperanzada.

Bride lo miró con evidente incertidumbre, pero la expresión de Vane la instó a acariciar el vestido. Se había portado tan bien con ella desde el principio…

—Solo si me juras que no vas a reírte de mí cuando me veas.

Su mirada la abrasó.

—Jamás me reiría de ti.

Tragó saliva mientras la recorría un intenso escalofrío provocado por la absoluta sinceridad de sus palabras. No había duda de que ese hombre era demasiado sexy para su propio bien.

—Vale. ¿A qué hora?

Vane miró la hora en el móvil.

—¿A las seis?

—Estupendo, tenemos una cita.

La satisfacción que asomó a esos ojos verdosos le provocó una emoción desconocida.

«Ni hablar, Bride —le dijo la voz de su conciencia—. Lo único que te hace falta es que don Cañón te rompa el corazón.»

Tal vez él fuera distinto.

«O tal vez sea peor», protestó esa vocecilla.

No lo sabría a menos que se arriesgara.

Tomó una honda bocanada de aire y le quitó el vestido de las manos. Bride McTierney nunca había sido tímida. De vez en cuando cometía alguna estupidez, como cuando permitió que Taylor la utilizara, pero jamás podrían acusarla de ser una cobarde.

Se enfrentaba a la vida de cara y no pensaba mostrarse temerosa con Vane.

—A las seis —repitió.

—Hasta dentro de un rato —le dijo él. Se inclinó hacia delante y le dio un casto beso en la mejilla.

Un beso que, de todos modos, la desarmó como si hubiera sido una caricia en toda regla. Lo siguió con la mirada mientras salía de la tienda.

Una vez fuera, se detuvo para echarle un último vistazo por encima del hombro y esbozó una sonrisa antes de ponerse las gafas de sol.

Ella suspiró y siguió mirándolo mientras arrancaba la moto y la bajaba de la acera.

—¡Ay, Vane, por favor! —dijo con un hilo de voz—. No me rompas tú también el corazón.

Se llevó el vestido al probador e intentó no pensar en lo estupendo que había estado Vane allí desnudo. En lo bien que se lo había pasado con él. En la expresión satisfecha que lucía su rostro mientras la movía con suavidad entre sus brazos.

Colgó el vestido y fue en busca de los accesorios. No sabía dónde pensaba llevarla a cenar, pero… antes muerta que sencilla.

Vane regresó a la tienda de muñecas donde había dejado a Ash.

Tenía una cita.

Con Bride.

Estaba muerto de miedo. ¿Qué coño hacían los humanos en una cita aparte de echar un polvo?

Había visto a muchos humanos en el bar interactuando unos con otros, pero esas relaciones eran similares a las de los lobos. Alguien entraba, echaba un vistazo, encontraba a la pareja que quería y se iban a echar un polvo. Dev le dejó muy claro la primera noche que pasó allí que eso no solía ser lo habitual en el mundo de los humanos. Que algunas cosas eran distintas en el Santuario.

Había otros humanos que se refrenaban porque tenían pareja o estaban casados. Solían pasárselo bien en el bar, a menos que estuvieran peleándose, claro. Aunque nunca les había prestado demasiada atención.

No sabía qué debía hacer para «gustarle» a una humana. Había pasado los últimos cuatrocientos años de su vida matando a aquellos que amenazaban a sus hermanos o intentando mantener a raya al resto.

¿Cómo podría lograr que Bride se enamorara de él de modo que aceptara ser su pareja?

Una vez que aparcó la moto en una calle lateral, volvió a la tienda en busca de ayuda.

Titubeó un instante al entrar, ya que dos mujeres le estaban echando un vistazo a la colección de muñecas mientras hablaban con Liza. Una de ellas era una réplica exacta de Tabitha, salvo por la cicatriz de la cara.

Debía de ser Amanda, la esposa de Kirian, el Cazador Oscuro. Se había topado con él de vez en cuando, pero no conocía a su mujer. Llevaba en brazos a Marissa, que estaba jugueteando con el pelo de su madre. A la otra mujer, una morena bajita, sí que la conocía muy bien. Era la doctora Grace Alexander, la psicóloga humana que insistía en decirle que nada podía ayudar a Fang hasta que él estuviera listo para que lo ayudaran. Grace llevaba a su hijo en brazos. Amanda dejó la frase a medias.

Las tres mujeres se volvieron hacia la puerta para mirarlo de hito en hito.

—Sigue en la trastienda —le dijo Liza, como si supiera a quién estaba buscando.

—Gracias.

Mientras atravesaba la tienda en dirección a la parte trasera, escuchó que la mujer le explicaba a Amanda quién y qué era.

Al otro lado de las cortinas estaban Kirian, Nick Gautier y Julián de Macedonia hablando con Ash. Del demonio no había ni rastro.

Conocía a Nick de las incontables veces que el muchacho había ido al Santuario a ver a su madre, Cherise. Era un tipo raro, pero como servía a los Cazadores Oscuros y los osos adoraban a su madre, los Peltier lo trataban como a un cachorro más. Kirian era un poco más alto que Julián y su cabello era de un tono rubio más oscuro. Aunque los dos eran humanos, irradiaban tal autoridad y poder que se ganaron su respeto inmediato.

—¿Qué pasa, lobo? —le preguntó Ash, que estaba apoyado contra una mesa de trabajo abarrotada de retales y piezas de muñecas. Tenía las piernas estiradas frente a él y sus brazos descansaban a ambos lados de su cuerpo.

Nick, Julián y Kirian estaban de pie, delante del atlante.

Vane titubeó. No le agradaba la idea de hacer una consulta pública, pero puesto que dos de los presentes estaban casados y Nick era un ligón reconocido, tal vez pudieran ayudarlo.

—Tengo una cita y necesito consejo. Rápido.

Ash enarcó una ceja.

—No te sirvo. Jamás he tenido una.

Los tres humanos se giraron boquiabiertos hacia él.

—¿Qué? —preguntó Ash a la defensiva.

Nick se echó a reír.

—Tío, esto es la leche. ¡No me digas que el gran Aquerón es virgen!

Ash lo miró con sorna.

—Sí, Nick. Soy casto y puro.

—¿Cómo te las apañaste sin salir con nadie mientras estabas vivo? —le preguntó Kirian.

—En aquella época eso no era ningún problema —respondió con voz cortante.

—Sí, vale, pero para mí es un problema muy serio —intervino él, al tiempo que se acercaba—. Julián, ¿cómo conociste a tu esposa?

El aludido se encogió de hombros.

—Mi hermano Príapo me maldijo y estuve encerrado en un libro durante dos mil años. Grace se emborrachó el día de su cumpleaños y me invocó.

Vane puso los ojos en blanco.

—Eso no me sirve. ¿Kirian? ¿Tú qué hiciste?

—Me desperté esposado a Amanda.

Eso podría servir.

—De modo que tengo que buscar unas esposas, ¿no?

—No en una primera cita —contestó Ash con una sonrisa torcida—. Le darás un susto de muerte si la esposas.

Kirian resopló.

—A mí me funcionó, y eso que era nuestra primera cita…

El atlante lo miró con expresión aburrida.

—Sí, también te funcionó que os persiguiera un daimon desquiciado para mataros. Pero no creo que Vane quiera seguir tu ejemplo.

—¿Qué hacéis los lobos en una cita? —le preguntó Nick.

—No tenemos citas —contestó—. Cuando una hembra está en celo, luchamos por ella y después elige al que la monta.

Nick se quedó boquiabierto.

—¿Estás bromeando? ¿No tenéis que invitarla a cenar? ¿Quieres decir que ni siquiera tienes que hablar con ella? —Se giró hacia Aquerón—. ¡Me cago en diez, Ash, conviérteme en lobo ahora mismo!

—No te gustaría, Nick —replicó Ash—. Tendrías que comer carne cruda y dormir a la intemperie.

El escudero se encogió de hombros.

—Vamos, como si fuera un Mardi Gras cualquiera…

—¿Qué más? —les preguntó, interrumpiendo a Nick y su relato sobre el Mardi Gras—. ¿Qué hacíais en vuestra época de humanos?

Kirian meditó la respuesta antes de contestar.

—Bueno, en mi época —comenzó, mirando a Julián—, llevábamos a las mujeres a las carreras de cuadrigas y al teatro.

—¡Joder! —exclamó Nick—. Sois patéticos. Carreras de cuadrigas, ¡vaya mierda! —Se adelantó y le echó un brazo por los hombros—. Está bien, escúchame, lobo. Te pones ropa de marca y la impresionas con un buen fajo de pasta. Te la llevas a un buen restaurante. Hay uno en Chartres con un menú de dos por uno…

—¡Nicky!

Todos se volvieron para mirar a Amanda, que los miraba desde las cortinas echando chispas por los ojos.

—¿Qué? —replicó Nick.

—No te atrevas a decirle lo que tiene que hacer durante una cita. —Entró en la trastienda y dejó a Marissa en brazos de su marido—. ¿No habéis notado que aquí, don Exquisito, no queda dos veces con la misma chica? Tiene su buena explicación.

Grace chasqueó la lengua cuando entró.

—Me dan ganas de darles a todos un cursillo básico de cómo comportarse en una cita. Es un milagro que os hayáis casado.

Julián miró a su mujer con una sonrisa pícara.

—No recuerdo que protestaras mucho cuando…

Su esposa le tapó la boca con una mano antes de ponerle a su hijo en brazos.

—Vosotros dos, a casa antes de que os metáis en más problemas.

—Y tú —le dijo Amanda a Ash— ya eres bastante mayorcito y maduro para estas tonterías.

—A mí que me registren… —replicó el atlante, aunque el brillo que asomaba a esos ojos plateados desmentía sus palabras.

—Sí, claro —protestó Amanda mientras lo empujaba hacia la puerta de la tienda.

Ash salió pavoneándose como si la reacción de las mujeres le hubiera hecho mucha gracia.

Nick echó a andar tras él, pero Amanda lo agarró del brazo.

—Tú te quedas aquí.

—¿Por qué? —quiso saber el escudero.

La esposa de Kirian le sacó las llaves del coche del bolsillo de la camisa.

—Porque esta noche vas a prestarle el coche a Vane.

—¡Los cojones! ¿Desde cuándo se ha visto que un lobo conduzca un Jaguar?

Grace lo miró.

—¿Sabes conducir?

—Sí.

—En ese caso, no hay más que hablar —concluyó Grace. Se giró hacia Nick—. Lava el coche y, ¡por el amor de Dios!, saca las cajas de los Happy Meal que tienes dentro.

—¡Oye! —protestó el escudero, con expresión ofendida—. Eso es un golpe bajo. ¡Las colecciono!

Grace no le hizo el menor caso.

—¿A qué hora has quedado? —le preguntó.

—A las seis.

Amanda le dio las llaves a Nick.

—De acuerdo. Nick, lleva el coche a casa a las cinco y media.

—Pero, pero…

—No hay peros que valgan. Hazlo y punto.

Sacaron a Nick a empujones y se volvieron para mirarlo con los brazos en jarras.

Menos mal que no era un gallina. Aun así, el escrutinio de las dos mujeres le provocó cierto temor. Tenía la impresión de que estaba en problemas.

—Muy bien. ¿Quieres salir con una humana? —le preguntó Amanda.

Asintió con la cabeza.

—En ese caso, acompáñanos y escucha bien todo lo que te digamos.

Bride le echó un vistazo al reloj. Eran las seis en punto y no había señales de Vane.

—Vendrá —se dijo mientras volvía a mirarse en el espejo para comprobar el peinado y el maquillaje, intentando no pasar más allá de la barbilla.

Si lo hacía, le entrarían ganas de cambiarse de ropa y le había costado mucho encontrar el valor necesario para ponerse el provocativo vestido escotado que le había gustado a Vane. Abrió la puerta del apartamento, pero no vio a nadie. Su lobo tampoco había vuelto desde que salió corriendo.

Esperaba que eso no fuera un mal presagio.

—Tranquilízate —se dijo. Hacía años que no se ponía tan nerviosa.

Pero claro, tampoco había estado tan colada por un tío…

En la vida.

Alguien hizo sonar un claxon frente a la puerta.

Frunció el ceño al ver el Jaguar plateado aparcado junto a la acera. ¿Ese era el coche de Vane? Cogió el bolso, cerró la puerta y atravesó el patio, aunque cuando llegó junto al vehículo vio que el tipo que lo conducía era un desconocido.

—¿Puedo ayudarlo? —le preguntó al acercarse.

Era un tío de su edad, más o menos, y bastante guapo. Llevaba una barba de un día e iba vestido con una camisa de estilo hawaiano. Tenía el pelo castaño oscuro y una sonrisa encantadora.

—¿Eres Bride? —le preguntó.

—Sí.

El tipo salió del coche y se quitó las gafas, dejando a la vista unos preciosos ojos azules.

—Nick Gautier —se presentó, tendiéndole la mano—. Soy tu chófer, por así decirlo.

—¿Mi chófer?

—Sí, a Vane le ha surgido algo de última hora y me han ordenado que mueva el culo hasta aquí y me asegure de que llegas al restaurante sin retraso ni esperas. Me ha dicho que os veréis allí.

Se acercó al asiento del copiloto y le abrió la puerta.

Ella se sentó y se colocó el vestido mientras el tal Nick rodeaba el coche para ponerse tras el volante.

—¿Trabajas para Vane? —le preguntó mientras él cerraba la puerta con fuerza.

Su pregunta lo hizo estallar en carcajadas.

—¡Qué va! Pero he aprendido que no debo discutir con la mujer de mi jefe. Tal vez parezca dulce y amable, pero se pone como una fiera cuando le llevas la contraria. Amanda me ordenó que hiciera esto, así que aquí me tienes, intentando no cabrearla.

Dio marcha atrás y a punto estuvo de provocarle un esguince cervical cuando giró y pisó el acelerador. De repente, pensó que debería haberse pensado mejor lo de meterse en el coche con ese hombre. Era un tío un poco extraño.

Que no sabía conducir.

Enfilaron Royal Street, que ya estaba abierta al tráfico, y se detuvieron al llegar a Brennan’s.

Esperó a que Nick bajara para abrirle la puerta, pero no lo hizo.

—Vane me ha dicho que llegaría tan pronto como le fuera posible, que lo esperaras dentro.

—Vale —replicó antes de salir.

Nick se marchó con un chirrido de neumáticos en cuanto estuvo de pie en la acera.

En fin, quizá tuviera algo que hacer…

Se colocó mejor el chal con flecos de cuentas que llevaba en torno a los hombros desnudos y echó un vistazo alrededor, esperando encontrarse con Vane.

No había ni rastro de él.

Hizo acopio de valor, abrió la puerta del restaurante y recorrió con la vista el interior. Había una chica vestida con camisa blanca y falda negra en el atril del maître.

—¿Puedo ayudarla? —le preguntó.

—Mmmm, sí. Se supone que he quedado para cenar. Con Vane Kattalakis.

La chica ojeó el libro de registros.

—Lo siento. Pero no tenemos ninguna reserva con ese nombre.

Se le cayó el alma a los pies.

—¿Está segura?

La chica le enseñó el libro para que ella misma lo comprobara.

—¿Es con «k», verdad?

Ojeó la lista de nombres. Se le hizo un nudo en el estómago al encontrar un nombre familiar.

Taylor Winthrop.

Quiso morirse allí en el vestíbulo. Brennan’s era su restaurante preferido y Taylor se había negado a llevarla. Siempre había alegado que era demasiado caro para él y que no estaba dispuesto a pagar un dineral por una comida.

En realidad, lo que había querido decir era que no estaba dispuesto a gastárselo en ella.

Era una imbécil.

—Gracias —le dijo a la chica al tiempo que retrocedía. Se aferró al chal con fuerza mientras decidía qué hacer.

De repente volvió a sentirse como si tuviera quince años, esperando a que llegara su pareja para el baile de graduación.

Nunca apareció.

Había encontrado otra chica con la que ir y ni siquiera se había tomado la molestia de informarla del cambio de planes. Se enteró al día siguiente por una amiga. Y cuando Tabitha lo descubrió, le puso una buena dosis de refrigerante en sus pantalones deportivos y una poción de hiedra venenosa en sus calzoncillos.

Desde aquel día adoraba a su amiga.

Sin embargo, esa noche no estaba presente para mejorar la situación. Vane no podía ser tan cruel, ¿verdad?

¿O sí?

¿Habría sido todo parte de una broma?

No. Llegaría.

Con un nudo en el estómago, siguió esperando durante diez minutos antes de que la puerta se abriera. Se dio la vuelta con la esperanza de encontrarse con Vane. En cambio, vio aparecer a Taylor, acompañado por una alta morena. No era muy guapa, pero tenía un cuerpazo.

Taylor se detuvo en seco en cuanto la vio.

El ojo morado que le había quedado tras su encuentro con Vane le produjo una malévola punzada de satisfacción.

Él la miró de arriba abajo con desdén.

—¿Has quedado con tus padres, Bride?

—No —le contestó—. Estoy esperando a mi cita.

Taylor se inclinó hacia la morena y le dijo algo al oído. La mujer la miró y se echó a reír.

En ese instante se sintió tan insignificante que tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no salir pitando del restaurante. Pero se negaba a darle esa satisfacción.

Un nuevo maître se acercó desde la parte trasera del restaurante.

—¿Puedo ayudarlo, señor?

—Sí, tenemos una reserva para dos a nombre de Taylor Winthrop. Y asegúrese de darnos una mesa romántica y privada.

El maître comprobó su nombre en la lista de reservas y asintió con la cabeza.

—Tendrá que esperar unos minutos antes de que esté lista su mesa, señor Winthrop.

Taylor le tendió una propina al hombre, que se volvió hacia ella.

—¿Puedo ayudarla, señora?

Sintió que el rubor le teñía las mejillas.

—Ha habido una confusión con nuestra reserva. Estoy esperando a que llegue mi pareja.

El hombre asintió mientras Taylor se reía de ella.

—Eso es lo que pasa cuando quedas con un perdedor —le dijo a la mujer que lo acompañaba.

Su primer impulso fue el de devolverle el insulto, pero sentía lástima por la chica que Taylor llevaba del brazo solo para exhibirla. La pobre no tenía ni idea de que iba a cenar con una víbora.

Ojalá no lo descubriera nunca.

Se colocó el chal sobre los hombros, cada vez más avergonzada. Evidentemente, no le ayudó mucho el hecho de que su ex y la pareja de este la estuvieran mirando, cuchicheando entre ellos y riéndose a carcajadas.

Quería morirse.

Justo cuando estaba a punto de marcharse, la puerta se abrió de nuevo y por fin apareció Vane.

Estaba impresionante. Iba vestido de negro con un traje de Armani, y llevaba la camisa desabrochada, sin corbata, mostrando los poderosos tendones de ese cuello bronceado. El color negro resaltaba el tono verdoso de sus ojos. Se había dejado el pelo suelto y los ondulados mechones caían a ambos lados de su rostro, recién afeitado.

Nunca le había parecido tan peligroso. Tan irresistible.

Tan sexy.

Escuchó que la morena que iba con Taylor jadeaba al verlo.

Lo normal era que Vane se volviera para mirarla. No lo hizo. Solo tenía ojos para ella.

Estuvo a su lado en un santiamén. Esas manos grandes y cálidas se apoyaron en sus hombros mientras le daba un beso en la mejilla. Se derritió en cuanto aspiró el aroma de la loción de afeitado mezclado con el de su propia piel.

Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no ronronear de placer.

—¿Por qué estás esperando en el vestíbulo? —le preguntó mientras se alejaba un poco de ella.

—No tenemos reserva.

Vane frunció el ceño.

—Jamás hago una reserva. No lo necesito. —La cogió de la mano y la condujo hasta el atril.

El maître apareció al instante.

—Señor Kattalakis —lo saludó, sonriendo—. Es un placer volver a verlo.

—Hola, Henri —correspondió él al tiempo que la abrazaba por la cintura—. ¿Está lista mi mesa?

La sonrisa desapareció del rostro del tal Henri mientras la miraba. Su expresión se tornó contrita.

—¡Vaya, no se me ocurrió que estuviera esperando al señor Kattalakis! Dijo… Señora, por favor, acepte mis más sinceras disculpas por haberla hecho esperar —le dijo—. ¿Fue Tiffany quien la dejó aquí de pie? Es nueva, pero le llamaré la atención ahora mismo.

—No pasa nada —le aseguró ella, sonriendo a Vane mientras el corazón se le desbocaba por el alivio.

—¿Estás segura? —preguntó Vane.

—Sí. No fue culpa suya.

Henri dejó escapar un suspiro aliviado.

—De todas formas, tendré unas palabritas con ella y esto jamás se repetirá. Se lo prometo.

La acompañante de Taylor resopló de forma audible.

—¿Por qué les dan una mesa sin esperar, Taylor? Él no sale en la tele.

Vane se giró hacia ellos con una mirada furibunda que les cerró la boca de golpe.

—Síganme, por favor —les dijo el maître—. Su mesa de la terraza está lista.

Ella miró a Vane por encima del hombro mientras seguían a Henri a través del restaurante.

—¿Cómo es posible que te traten tan bien?

—Son las ventajas de ser un rey —contestó al tiempo que se encogía de hombros y se metía las manos en los bolsillos—. Poderoso caballero es don Dinero…

Sí, pero aun así…

Los llevaron hasta una mesa emplazada en un rincón de la planta alta con vistas a un precioso patio interior rebosante de plantas y flores. Henri le apartó la silla y ella se sentó.

Vane se sacó la billetera y le ofreció al maître unos cuantos billetes de cien dólares.

—Hazme un favor. Ese tío que estaba abajo, Taylor no sé qué… Dale la peor mesa de la casa.

La mirada de Henri se tornó risueña.

—Por usted, señor Kattalakis, cualquier cosa.

Vane se sentó mientras el hombre se marchaba.

—Eso ha estado muy mal por tu parte —lo reprendió Bride con una sonrisa coqueta.

—¿Quieres que le diga que no lo haga?

—Ni hablar. Me he limitado a señalar que ha estado mal.

—¿Qué quieres que te diga? Soy el lobo malo del cuento. —Le cogió la mano y depositó un beso muy dulce y enternecedor sobre la extraña marca que había aparecido en su palma. Era un poco raro que no pareciera notarla—. Estás para comerte.

Eso hizo que se pusiera roja como un tomate.

—Gracias. Tú también estás guapísimo.

—Siento haber llegado tarde —se disculpó, sacándose una rosa roja de la chaqueta y ofreciéndosela—. Tardaron más de lo previsto en tener listo el traje.

—¿Te has comprado un traje nuevo para la cita?

—Bueno, sí. No suelo llevar traje. Me gusta más el cuero y lo natural.

Dos camareros ataviados con chaqueta negra y corbata se acercaron a la mesa. Uno era de mediana edad y aspecto distinguido y a juzgar por su estatura, su acento y el color de su piel, supuso que era cajún. El otro era un chico de veinte pocos años.

—Señor Kattalakis —lo saludó el hombre de más edad—. Es un placer verlo de nuevo y además acompañado, para variar.

Vane la miró con una expresión ardiente y sensual.

—Sí, es todo un placer, ¿verdad?

—¿Quiere su vino habitual? —le preguntó el camarero.

—Sí.

Ambos la miraron.

—Evian, por favor.

—¿No quieres vino? —le preguntó Vane.

—No, prefiero agua mineral. De verdad.

Él frunció el ceño mientras los camareros se alejaban en busca de sus bebidas.

Cuando cogió el menú se dio cuenta de que Vane ni siquiera había mirado el suyo.

—¿Sueles venir mucho por aquí?

Lo vio encogerse de hombros.

—Dos veces por semana. Tienen un desayuno estupendo y me he enganchado al Bananas Foster. ¿Y tú? ¿Has venido alguna vez?

Hizo caso omiso de la punzada de dolor que sintió al pensar en Taylor, en su acompañante y en sus anteriores negativas a ir con ella.

—Hace mucho que no venía, pero sí, me encanta la comida.

Vane pareció aliviado por su respuesta.

Intentó leer el menú, pero le resultó imposible porque él no le quitaba los ojos de encima. Había algo salvaje y poderoso en su forma de tratarla. En su forma de mirarla.

Resultaba halagador y, al mismo tiempo, un poco aterrador.

Alzó la vista y lo miró.

—¿Qué?

—¿Cómo? —preguntó él a su vez.

—¿Por qué me estás mirando?

—No puedo evitarlo. No dejo de pensar que es imposible que seas de verdad.

Su respuesta la dejó pasmada.

En ese instante regresaron los camareros con las bebidas.

—¿Ya han decidido lo que van a pedir?

Bride soltó el menú.

—Una ensalada de la casa sin queso, por favor.

El hombre tomó nota.

—¿Y? —preguntó Vane.

Ella lo miró.

—¿Y qué?

—¿Qué más vas a comer?

—Solo la ensalada.

Vane frunció el ceño.

—Bernie —le dijo al camarero—. ¿Te importaría esperar un momento?

—Por supuesto, señor Kattalakis. Tómense todo el tiempo que necesiten.

Vane aguardó a que los camareros se alejaran antes de inclinarse sobre la mesa.

—Sé que tienes hambre, Bride. ¿Qué has comido al mediodía? ¿Medio sándwich de jamón de york y lechuga?

La pregunta la sorprendió.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he supuesto porque acabo de escuchar cómo te ruge el estómago.

Se llevó una mano a la barriga.

—No me había dado cuenta de que te resultaba tan desagradable.

Su comentario le arrancó un gruñido. Y ella se removió un poco en la silla al escucharlo, ya que no parecía del todo humano.

—Mira, Bride —le dijo él con voz grave—. Voy a ser sincero contigo. No sé qué es lo que estoy haciendo esta noche, ¿vale? Nunca he tenido una cita antes y me han dicho que a las mujeres os gusta que os lleven a cenar a un sitio bonito. Grace y Amanda me han aconsejado que me comporte con naturalidad y que no intente impresionarte. Así que aquí estamos, en mi restaurante preferido; pero si no te gusta, podemos ir a otro sitio y comer lo que más te apetezca.

Sus palabras y lo que significaban hicieron que se le llenaran los ojos de lágrimas.

—¿Le has pedido consejo a alguien para salir conmigo?

Vane soltó un suspiro y clavó la vista en sus puños apretados.

—Genial. He vuelto a entristecerte. Lo siento. Esto ha sido una idea horrorosa. Te acompañaré a casa y así podrás olvidar que me conoces.

Ella extendió el brazo y cubrió una de sus manos.

—Vale. Ya que estamos siendo sinceros el uno con el otro… yo tampoco sé lo que estoy haciendo. Hace una semana tenía muy claro lo que quería. Era la dueña de un negocio bastante lucrativo y estaba saliendo con un hombre a quien, estúpida de mí, creía que quería y con el que pensaba que me casaría algún día.

»Mi vida se desmoronó en una tarde y, después, de repente, aparece un tío genial como si fuera un mítico caballero de brillante armadura. Está como un tren, forrado de dinero y siempre me dice lo que necesito oír. Me da alas y cada vez que aparece hace que las cosas mejoren. No estoy acostumbrada a esto, ¿vale? No estoy acostumbrada a estar con un tío tan increíblemente sexy que me hace sentir que soy el premio de consolación.

—Para mí eres preciosa, Bride.

—¿Lo ves? —exclamó, señalándolo con las manos—. Ya estás otra vez siendo perfecto. Creo que te falta un tornillo.

El comentario pareció ofenderlo muchísimo.

Ella se enderezó en la silla.

—De acuerdo. Empecemos de nuevo. —Le tendió la mano—. Hola, soy Bride McTierney. Encantada de conocerte.

A tenor de su expresión, Vane pensaba que a quien le faltaba un tornillo era a ella. Aceptó su mano.

—Hola, soy Vane Kattalakis y me estoy muriendo de hambre. ¿Te gustaría cenar conmigo, Bride?

—Sí. Me encantaría.

Él le ofreció una sonrisa.

—Vale. Así que ¿ahora es cuando nos contamos nuestras hazañas sexuales?

Estalló en carcajadas. Rió tan alto que varios comensales sentados cerca la miraron de hito en hito. Se tapó la boca y lo miró.

—¿Cómo?

—Según Nick, eso es lo que hay que hacer para conocer a fondo a una mujer.

—¿Nick? —repitió con incredulidad—. ¿El mismo Nick de la camisa chillona? ¿El que conduce como el culo?

La mirada de Vane se ensombreció. Se tornó peligrosa.

—¿Te ha ofendido mientras te traía hasta aquí? Si quieres que lo mate, solo tienes que decirlo.

—No, pero si estuviera en tu lugar, no creo que me fiara mucho de sus consejos sobre las mujeres.

—¿Por qué? No tiene problemas para conseguirlas.

—Sí, pero ¿le dura alguna?

—Bueno… no.

—En ese caso, no hagas caso de sus consejos.

—De acuerdo. —Les hizo un gesto a los camareros para que se acercaran—. ¿Te apetece compartir un Chateaubriand Bouquetière conmigo? Se supone que es un bistec para dos, así que se asustan un poco cuando ven que me lo ventilo yo solito…

Contuvo una sonrisa.

—Me encantaría.

Vane alzó la vista cuando Bernie regresó.

—Empezaremos con dos Crêpes Barbaras como entrantes y después seguiremos con el Chateaubriand Bouquetière.

—Muy bien, señor Kattalakis. Muy bien.

Le devolvió los menús y después se inclinó sobre la mesa.

—Y no te olvides de que debes dejar sitio para el postre.

—No sé si podré, pero lo intentaré. Si quieres una mujer que sea capaz de comerse todo eso, deberías quedar con mi amiga Tabitha.

Volvió a cogerla de la mano y comenzó a acariciarla como si fuera algo increíblemente precioso.

—No quiero quedar con Tabitha —protestó, llevándose su mano a la mejilla, suave después del afeitado—. Solo quiero estar contigo.

No se había sentido así en toda su vida. A su lado se sentía deseable. Femenina.

Hasta conseguía que se sintiera delgada.

—Cuéntame, ¿cómo es que un hombre como tú no ha tenido nunca una cita?

Vane tomó un sorbo de vino mientras meditaba la respuesta a su pregunta. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle que era un lobo que había crecido en los bosques, durmiendo en guaridas con otros lobos.

Eso podía asustarla un poquito…

—Crecí en una especie de comuna.

Su respuesta la puso nerviosa y le recordó a un conejo acorralado.

—¿Qué tipo de comuna? ¡No me digas que eres miembro de una de esas sectas de desquiciados religiosos y que estás a punto de secuestrarme y de hacerme un lavado de cerebro para quedarte con mi dinero!

Negó con la cabeza. Pero qué ideas más descabelladas se le ocurrían…

—No. Por supuesto que no. Pero crecí de un modo poco usual. ¿Y tú?

—Crecí aquí. Mis padres son veterinarios. Se conocieron en la universidad y se casaron al acabar la carrera. No hay mucho que contar. He tenido una vida normal y corriente.

Intentó imaginarse algo así. En su mundo, donde todos dominaban la magia, los elementos de la naturaleza e incluso el curso del tiempo, no había cabida para el término «normal». En cierto modo, envidiaba el mundo de Bride, donde lo imposible no estaba a la orden del día.

—Debe de haber sido agradable.

—Sí. —Tomó un sorbo de agua—. ¿A qué se dedican tus padres?

—A planear formas creativas de matarse el uno al otro. —Hizo una mueca cuando cayó en la cuenta de lo que acababa de escapársele. Estaba tan acostumbrado a decirlo que ni siquiera fue consciente de lo que soltaba hasta que lo escuchó de sus propios labios.

—No, en serio.

Apartó la mirada con un gesto incómodo.

Bride se quedó boquiabierta al comprender que Vane no estaba bromeando.

—¿Y por qué quieren matarse?

Él se removió en la silla antes de contestar:

—Es una historia muy larga. Mi madre se largó poco después de que yo naciera y mi padre desea verme muerto, así que aquí me tienes… contigo.

La respuesta la dejó indecisa.

—Esta… mmmm… locura familiar no es hereditaria, ¿verdad?

—No lo parece —contestó Vane con seriedad—. Pero si ves que empiezo a presentar algún síntoma, te doy permiso para pegarme un tiro.

No estaba segura de si lo decía en serio o no. De modo que, súbitamente agradecida de estar en un sitio público, decidió cambiar a otro tema un poco más seguro.

—¿Cómo es que tienes tanto dinero? Después de lo que acabas de decir, no creo que sea de tus padres, ¿o sí?

—No. Hago inversiones. Y también vendo alguna que otra cosa.

Eso parecía interesante.

—¿Qué cosas?

Se encogió de hombros.

—Un poco de todo.

Los camareros les llevaron los entrantes. Se enderezó en la silla y observó a Vane mientras este comía. Parecía todo un príncipe comiendo al refinado estilo europeo, con el cuchillo y el tenedor.

—Pues qué quieres que te diga… para haber crecido en una comuna, tus modales son impecables.

De repente pareció invadirlo una profunda y misteriosa tristeza.

—Me enseñó mi hermana. Decía… bueno, creía que la gente debía comer como las personas, no como los animales.

Bride se percató de que se le había quebrado la voz al hablar de su hermana. Era obvio que significaba mucho para él.

—¿Dónde está?

Su tristeza se multiplicó mientras tragaba saliva. El dolor que asomó a sus ojos fue tan intenso que se le encogió el corazón.

—Murió hace unos meses.

—¡Ay, Vane! Lo siento muchísimo.

—Sí, yo también. —Carraspeó.

Con el corazón en un puño al verlo así, extendió la mano y le acarició la mejilla a modo de consuelo. Él giró la cara y le dio un beso en la parte interna de la muñeca.

La expresión salvaje que apareció en sus ojos le provocó un estremecimiento.

—Eres tan suave… —susurró antes de besarle la mano y alejarse de ella—. Si sigo oliéndote, es posible que demos un espectáculo aquí mismo.

—¿Qué tipo de espectáculo?

—Podría sacarte de aquí al hombro para ir a algún sitio donde pueda echarte otro polvo.

Ella estalló en carcajadas ante la simple idea.

—¿Lo harías?

Sus ojos le dijeron la pura verdad.

—Si me lo permitieras, sí.

Retrocedió un poco de modo que la mesa se interpusiera entre ellos y pasaron el resto de la comida charlando de temas seguros y sin importancia. Vane era un hombre tierno e inteligente. Algo poco usual.

En cuanto dieron buena cuenta de la comida y el postre, regresaron a la planta baja, donde vieron que Taylor y su acompañante ocupaban una mesa justo al lado de la puerta de la cocina. Ninguno de los dos parecía muy contento.

—Pero mira que eres malo, Vane —volvió a decirle, riéndose de la estampa que presentaba su ex.

—Pues eso no es nada comparado con lo que deseo hacerle. De esa manera todavía respira.

Henri les deseó buenas noches mientras salían. Echaron a andar hacia su casa.

—¿Te importa caminar? —preguntó ella—. Hace una noche magnífica.

—Por mí, estupendo.

Lo tomó de la mano y lo condujo hasta Iberville Street.

Vane observó los reflejos que la luna arrancaba a su cabello castaño cobrizo y a las cuentas de ónice de la gargantilla que le había regalado. El vestido resaltaba sus curvas a la perfección y la parte superior no dejaba de recordarle lo fácil que sería introducir la mano por el escote y acariciarle el pecho.

Se le tensó la entrepierna. No paraba de recordar lo bien que se lo había pasado con ella. Lo cálidas y tiernas que habían sido sus caricias.

Y deseaba volver a sentirlas. El lobo que había en él aullaba por volver a saborearla.

La penetrante mirada de Vane estaba poniendo a Bride bastante nerviosa. Había algo animal en ella. Un brillo hambriento.

Cuando estaba con él, tenía la sensación de que su naturaleza depredadora la veía como una presa.

No hablaron mucho mientras caminaban de regreso a su apartamento. Cuando llegó a la verja, llamó a su lobo.

—¿Crees que lo han atrapado los de la perrera?

—No —contestó él—. Seguro que está bien. Posiblemente se lo esté pasando en grande.

—¿Tú crees?

Vane esbozó una sonrisa picarona.

—Ajá.

—Eso espero —dijo con un suspiro—. No me gustaría que le pasara nada malo.

Vane la siguió hasta la puerta del apartamento. Una vez que abrió, la embargó la indecisión.

Él inclinó la cabeza hasta enterrarla en su cuello, aspiró su perfume y le puso las manos en los hombros.

—Quiero estar dentro de ti otra vez, Bride. —Alzó la cabeza y la ladeó de un modo que le recordó a su tocayo lobuno—. ¿Me dejas entrar?

No estaba segura. Lo deseaba, pero ¿qué tipo de relación tenían?

Comenzó a reír de forma incontrolable.

Él la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué es lo que te resulta tan gracioso?

—Lo siento, pero acabo de recordar ese horroroso tópico de «¿Me seguirás respetando por la mañana?».

Él pareció desconcertado.

—¿Los humanos no se respetan después de echar un polvo?

—¿Sabes que cuando dices esas cosas pareces un extraterrestre?

—Me siento como un extraterrestre. No sabes cuánto.

Qué comentario tan extraño…

—¿Cuánto tiempo has estado en esa comuna?

—Toda la vida. Hasta hace ocho meses.

—¡Madre mía! ¿En serio?

Él asintió con la cabeza.

No era de extrañar que no supiera qué hacer durante una cita. Ni siquiera podía imaginarse lo aislado que debía de haber estado del mundo.

Vane le acarició el hombro.

—Desde entonces he estado viviendo con unos… amigos que regentan el bar Santuario, en Ursulines Street. Aunque me han enseñado muchas cosas sobre el comportamiento de la gente, Amanda me ha dicho que no te gustarían ni un pelo las frases y las tácticas que utilizan los clientes del bar para ligarse a las chicas que conocen allí.

Intentó pasar por alto la calidez de la mano que tenía sobre la piel desnuda del hombro. Lo agradable que resultaban sus caricias. Le provocó un millar de escalofríos y acabó con los pezones endurecidos, ansiosa por que los acariciara.

—¿Quién es la tal Amanda?

—Amanda Hunter.

El apellido la sobresaltó.

—¿La hermana gemela de Tabitha?

Él asintió con la cabeza.

¡Madre del amor hermoso, el mundo era un pañuelo! Claro que si conocía a Amanda, podía estar más tranquila. Al contrario que su gemela, no estaba como una cabra y, por regla general, no solía relacionarse con psicópatas. Si había ayudado a Vane, significaba que era un tipo bastante de fiar.

—Me has dicho que nadie tenía citas en la comuna. ¿Qué hacías cuando conocías a una mujer que te gustaba?

Su expresión se tornó un tanto frustrada.

—La palabra «gustar» no tiene el mismo significado allí que aquí. En realidad no nos «gustaba» nadie. Si alguien nos atraía, nos acostábamos y pasábamos página. No dejábamos que las emociones interfirieran con las necesidades físicas como hacéis vosotros.

—¿Cómo puede ser posible? ¡Es algo arraigado en la naturaleza humana!

Vane suspiró. Tal vez fuera así en la naturaleza humana, pero no en la animal.

—Pensamos de un modo distinto, eso es todo.

Ella se irguió, a todas luces indignada.

—Así que para ti es lo más normal del mundo acostarte conmigo y después irte con otra, ¿no?

«¡Mierda!», exclamó para sus adentros.

—No. No quería decir eso. —Sus dedos comenzaron a juguetear con un mechón de cabello que le rozaba el hombro—. Quiero estar contigo, Bride. Solo contigo. Quiero que me aceptes.

—¿Por qué?

—Porque te necesito.

—¿Por qué?

Apretó los dientes. ¿Cómo podía explicarle el salvaje anhelo que sentía en su interior y que lo instaba a reclamar a su pareja? ¿Cómo explicar esa locura desquiciante que no cesaría hasta que estuvieran unidos?

Nunca había comprendido los motivos que llevaron a su padre a atacar a su madre. Por fin lo hacía. Cada célula de su cuerpo vibraba por ella. Era una sensación febril y visceral que no estaba seguro de poder controlar.

¿Cómo se emparejaba un lobo con una humana?

—Te estoy asustando —dijo al oler su miedo—. Lo siento. Te dejaré sola.

Hizo ademán de alejarse.

Bride lo cogió de la mano. Estaba comportándose como una idiota y lo sabía. Vane no había hecho nada hiriente. Al contrario, había hecho todo lo posible para alegrarla y ser amable.

¿Por qué tenía miedo?

El simple gesto de darse la vuelta para marcharse le decía que jamás le haría daño.

Sin pensárselo dos veces, lo instó a bajar la cabeza y lo besó con todas sus ganas.

Todas las hormonas de su cuerpo cobraron vida ante su sabor. De repente se encontró encerrada entre esos musculosos brazos que recordaba tan bien, pegada a su cuerpo.

Era abrumadoramente masculino.

Vane se apartó de ella con la respiración alterada.

—Dime que me vaya y lo haré.

Observó esos ojos verdosos a la luz de la luna y vio que la miraban con honestidad.

—Quédate conmigo.

Su sonrisa le aflojó las rodillas, aunque no duró mucho porque echó la cabeza hacia atrás y soltó un aullido escalofriante.

Antes de que pudiera moverse, la cogió en brazos y entró en su apartamento.

—Tenías razón. No están muertos.

Consumido por la ira, Markus Kattalakis apartó la vista de la hoguera en torno a la cual estaba reunida su manada. Llevaban dos meses en los bosques más remotos de Nebraska, cuidando a los cachorros hasta que estos fueran lo bastante mayores como para viajar en el tiempo durante las noches de luna llena.

—¿Qué? —le preguntó a Stefan, su lugarteniente.

—Tus instintos tenían razón. Me teletransporté hasta el Santuario y vi a Fang.

—¿Por qué no lo mataste?

—Porque no estaba solo. Uno de los osos estaba con él. La hembra más joven. Al parecer, los Peltier los han acogido con los brazos abiertos.

Markus frunció los labios ante las noticias. Era muy tentador. Pero los lobos y los osos…

Había pasado mucho tiempo desde la última guerra entre clanes katagarios. Involucrar a los osos, conocidos por regentar uno de los pocos santuarios katagarios que existían, sería un suicidio. Si los osos y sus secuaces no los mataban, lo harían otros. Los Peltier eran un clan respetado por todos.

Enfrentarse a ellos infringiría la norma sagrada que regía sus vidas.

Mierda.

—Por una vez y sin que sirva de precedente, has demostrado tener sentido común —le dijo a Stefan.

Pero joder, pensó, necesitaba acabar con esos dos. Debería haber enviado antes a alguien, pero esperaba haberse equivocado. Esperaba que los daimons a los que envió a por ellos regresaran con las noticias de su muerte.

Hasta ese momento creía que los daimons se habían limitado a salir pitando una vez que consiguieron los poderes de Vane y Fang. Debería haber sabido que no tendría tanta suerte…

—Tendrás que pillarlos fuera del perímetro del Santuario. Llévate a una patrulla y…

—Padre, no puedes hacerlo.

Markus se dio la vuelta para afrontar a su hija adoptiva más pequeña, Matarina, de pie a su espalda. Aunque tenía cincuenta años, su apariencia era la de una adolescente humana. Era joven y adoraba a los dos hijos medio humanos que había engendrado con su pareja arcadia.

Matarina jamás creería que Vane y Fang suponían una amenaza para la manada.

Solo él sabía la verdad y tenía la intención de que nadie más la averiguara.

—Tienen que morir.

—¿Por qué? —preguntó ella, acercándose un poco—. ¿Por Anya? Fue un accidente. Sé que Vane jamás habría permitido que muriera. La quería…

—¡Ya basta! —rugió—. No sabes nada, niña. ¡Nada! Se les asignó la tarea de proteger a sus cachorros y llevarlos sanos y salvos a casa y, en cambio, los dejaron morir. ¡No permitiré que esas dos abominaciones sigan con vida mientras Anya y su prole descansan en sus tumbas!

Los ojos de la muchacha le dijeron que sabía que estaba mintiendo. Vengar la muerte de Anya era una de las razones por las que quería ver muertos a esos dos, pero no la única. Anya había sido un modo de mantener bajo control a sus dos hombres lobo.

Tras su muerte, serían incontrolables. Imparables. Que Zeus se apiadara de ellos si Vane regresaba alguna vez a casa.

Se giró hacia Stefan.

—Llévate a una tessera y ejecuta su sentencia de muerte. Mata a cualquiera que intente impedírtelo, sea quien sea.

Las tesseras eran pequeños grupos de lobos enviados como soldados o exploradores. Por regla general, mataban a cualquiera que se cruzara en su camino.

—¿Y si se trata de un Peltier?

—Solo si es necesario y nunca en su territorio. Si matas a alguno de ellos, escóndelo, pero no dudes en hacer lo que sea para acabar con esto.

Stefan inclinó la cabeza antes de marcharse para cumplir sus órdenes.

Markus inspiró hondo, pero eso no logró relajarlo. Todos sus instintos animales le decían que tarde o temprano Vane volvería para vengarse y los mataría a todos.

A fin de cuentas, era digno hijo de su madre.