3

Vane aguardó junto a la puerta del cuarto de baño en su forma humana mientras Bride se duchaba. Tabitha se había ido poco antes, después de volver a amenazar con perseguir al ex de Bride y darle una buena tunda.

Si alguna vez le ponía las manos encima a ese cabrón, a Tabitha no le quedarían ni las sobras. Claro que tampoco tenía motivos para ponerse así. Después de todo, si Bride no hubiera cortado con ese tío, no habría estado con él esa noche.

Y tal vez nunca habría averiguado que era su pareja.

Sin embargo, eso formaba parte del raciocinio humano y no tenía cabida en su mundo animal.

—No soy humano —susurró, y el lacerante dolor de la verdad se le clavó en el alma. Bueno, al menos no era completamente humano.

Nadie, ni siquiera él, sabía lo que era en realidad.

Era un híbrido maldito que no pertenecía a ninguno de los dos bandos. Mitad arcadio y mitad katagario, había nacido como un lobezno, aunque luego descubrió que su forma cambiaba a la de un humano cuando llegó a la pubertad.

Se estremeció al recordar el día de dicho cambio. El pánico que sintió. El miedo. La confusión. Durante toda su vida había sido única y exclusivamente un lobo y después, durante unos meses, se vio atrapado en un cuerpo humano incapaz de convertirse en lobo. Su nuevo cuerpo era un completo desconocido para él. No sabía cómo comer como un hombre, cómo sobrevivir ni cómo luchar. Incluso tuvo que aprender a andar. Se vio asaltado por emociones y sentimientos humanos. Por sensaciones humanas.

Aunque lo peor de todo fue la debilidad. La indefensión.

Nada fue tan degradante como la certeza de que no podía defenderse. De que estaba obligado a depender por completo de su hermano para sobrevivir.

Noche tras noche rezó para despertarse de nuevo con su forma animal, y día tras día siguió sometido al espanto de su forma humana.

De no haber sido por Fang y Anya, la manada lo habría matado. Por suerte, sus hermanos lo habían protegido de los demás y le habían ayudado a ocultar que ya no era un katagario.

Llevaba siglos ocultando a todo el mundo, incluso a sí mismo, el hecho de que se había convertido en un arcadio durante la pubertad.

Parecía imposible.

Sin embargo, allí estaba él: una contradicción viviente. Una imposibilidad viviente.

Y estaba emparejado con una humana normal y corriente.

Cerró la mano marcada y apretó el puño. No podía esconder su verdadera naturaleza física a las Moiras. Ellas habían sabido desde un principio lo que era y habían decidido unirlo a una humana.

¿Por qué?

La vida como un híbrido ya era bastante dura. Lo último que quería era engendrar unos hijos a quienes repudiarían en mayor medida que a él.

¿Serían humanos, arcadios o katagarios?

De cualquier manera, todos los argumentos en contra de su emparejamiento con Bride se quedaban en nada, ya que el corazón humano que latía en su pecho se moría por la mujer que había al otro lado de la puerta.

En esos momentos se la imaginaba allí dentro, desnuda, sin la menor dificultad. El agua resbalaría por su pálida piel mientras se acariciaba el cuerpo con las manos, mientras se enjabonaba los muslos y…

El lobo que llevaba dentro exigía que echara la puerta abajo y la tomara.

El hombre, solo quería abrazarla muy fuerte y protegerla.

Jamás había estado tan dividido. Tan confuso.

¡Ni había tenido semejante calentón!

Acarició la fresca seda del pijama que Bride había sacado de una de las cajas y había dejado en la silla que había junto a la puerta. Olía a ella, a esa mezcla de mujer y aroma de frambuesas. Se llevó la parte superior hasta la nariz e inhaló su perfume, cosa que se la puso dura al instante.

Le costó la misma vida no entrar en el cuarto de baño y tomarla de nuevo en la ducha. Pero eso solo serviría para darle un susto de muerte.

Bride era humana y no sabía nada de su mundo. No sabía nada de su verdadera naturaleza.

La desesperación lo asaltó de repente. No tenía ni idea de cómo cortejar a una humana. Por no mencionar el detalle de que a ella no le afectaba en absoluto el hecho de estar emparejados.

Bride podía dejarlo y llevar una vida normal y corriente con otro hombre. Podía enamorarse de otro y dar a luz a sus hijos.

Debería elegir la opción más honorable y dejarla que viviera esa vida. Según las leyes que regían a los miembros de su especie, no podía obligarla a que lo aceptara como su pareja. Sus padres eran la prueba fehaciente. Su padre mantuvo encadenada a su madre durante tres semanas en contra de su voluntad. Intentó por todos los medios, y con extrema violencia, que aceptara a un macho katagario como pareja.

La violencia no funcionó en absoluto.

Su madre arcadia lo rechazó, incluso después de saber que estaba embarazada. Para ella, todos los katagarios eran animales a los que había que matar sin compasión alguna. Su padre, a quien incluso sus congéneres tachaban de sanguinario, jamás intentó mostrarle su cara más amable.

Claro que tampoco la tenía… Marcus era violento en sus mejores momentos y letal en los peores. Tanto Fang como él llevaban las cicatrices, internas y externas, que lo demostraban.

De modo que las tres semanas de plazo para emparejarse llegaron a su fin, lo que dejó a sus progenitores frígidos y estériles. A partir de ese momento, se enzarzaron en una guerra abierta el uno contra la especie del otro.

Y contra sus propios hijos.

«No me mires con los ojos de esa puta, cachorro, o te arranco el pescuezo.»

A decir verdad, su padre se había pasado la vida intentando no mirarlo.

Y la única vez que había hablado con su madre, esta le dejó muy clara su postura.

«Mi corazón es humano y solo por eso tus hermanos katagarios y tú seguís con vida. Fui incapaz de mataros cuando erais unos cachorros indefensos aunque sabía que debía hacerlo. Pero ahora que has crecido, ya no tengo los mismos escrúpulos. Para mí no sois más que unos animales salvajes. Y si vuelvo a veros, os mataré como a tales.»

La verdad era que no podía culparla por ese sentimiento, habida cuenta de lo que le había hecho su padre. De modo que jamás había esperado que alguien le brindara una mano amiga y, hasta el momento, le había ido bastante bien.

Salvo por el clan de los osos. Aún no comprendía del todo que toleraran su presencia y la de Fang. Sobre todo la de este, que no podía protegerlos ni trabajar para pagarse su sustento.

¿Por qué los habían acogido cuando su propia manada los mataría si llegaban a encontrarlos?

Dejó escapar el aliento al percatarse de la cruda realidad. Sobre él pendía una sentencia de muerte y no tenía una manada que lo ayudara a proteger y a criar a sus hijos. No tenía una manada que diera cobijo a su pareja. No podía exponer a Bride al peligro que suponía su vida.

Con independencia de lo que las Moiras decretaran, no podía emparejarse con una humana. Bride jamás lo aceptaría. Ni a él ni a su mundo. No pertenecía a él de la misma manera que su madre no había pertenecido a su padre.

Eran dos especies distintas.

Su trabajo se reducía estrictamente a protegerla hasta que la marca desapareciera. Después, Bride sería libre y él…

—Seré un puto eunuco —gruñó entre dientes, aborreciendo la mera idea.

Pero ¿qué otra alternativa había?

¿Encadenarla como su padre había hecho con su madre? ¿Molerla a golpes hasta que se sometiera?

Nada de eso serviría. Además, Bride era su pareja. Era incapaz de ponerle las manos encima. A diferencia de su padre, él conocía el significado de la palabra «proteger».

Se había pasado la vida protegiendo a Anya y a Fang. Soportando los malos tratos de la manada y de su padre para que ellos se libraran. No iba a hacerle daño a la persona que las Moiras habían elegido para él.

La escuchó cerrar el grifo. Retomó su forma animal y se obligó a no entrar en el dormitorio donde se daría de bruces con la tentación.

Claro que tampoco le hizo falta. Bride salió unos segundos después envuelta en una toalla.

Apretó los dientes al verla allí de pie, con la toalla amoldada a las curvas de ese voluptuoso y húmedo cuerpo. Aunque lo peor de todo fue que la toalla era tan pequeña que dejaba una gran extensión de deliciosa piel expuesta ante sus ojos.

Y, de repente, Bride la dejó caer al suelo.

Le costó la misma vida no gemir, sobre todo cuando vio cómo se inclinaba para rebuscar la ropa interior en una de las cajas.

Bride dio un respingo al escuchar el extraño sonido de su nueva mascota. Cuando se dio la vuelta, vio que el lobo la estaba observando con una intensidad que le resultó extremadamente perturbadora.

Sintió una punzada de miedo.

—No vas a atacarme, ¿verdad, precioso?

El lobo se acercó a ella meneando el rabo. Se levantó sobre las patas traseras de repente y le dio un lametón en la mejilla antes de dar un salto y regresar al otro extremo de la estancia.

Qué cosa más rara…

Con el ceño fruncido, cogió las braguitas y se las puso antes de hacer lo propio con el pijama. Le quedaba un poco estrecho, razón por la que estaba guardado. Su madre le había regalado todo un fondo de armario dos años atrás, cuando siguió una dieta a base de proteínas líquidas que le hizo perder más de diez kilos. Sí, había funcionado; por desgracia, al cabo de un año no solo había recuperado esos diez kilos, sino que además había engordado otros cinco.

Suspiró y se desentendió del tema. Que le dieran a Taylor y a sus dietas. Al igual que su madre y su abuela, estaba destinada a ser una irlandesa entradita en carnes y no había nada que pudiera alterar su dichosa herencia genética.

—Debería haber nacido en los cincuenta, cuando las curvas estaban de moda.

Soltó un nuevo suspiro y se acomodó en el sofá para dormir. El lobo se acercó y le pegó el hocico a la nariz.

—Lo siento, chico —le dijo al tiempo que le acariciaba la cabeza—. No hay sitio para ti esta noche. Mañana buscaremos una cama de verdad, ¿vale?

El lobo le frotó la cara con el hocico.

—Sabes conformarte. Sí, señor. —Parecía que le encantaba que le acariciasen por debajo del hocico. Cerró los ojos y meneó el rabo mientras lo acariciaba en ese punto—. Mmmm, ¿cómo podría llamarte?

Lo pensó un momento, pero solo se le ocurría un nombre…

—No seas tonta —se reprendió. Sería ridículo ponerle su nombre por un revolcón de nada.

Y aun así…

—¿Te importaría que te llamase Vane?

El lobo abrió los ojos y le lamió la barbilla.

—Pues decidido, serás Vane Segundo. Aunque te llamaré Vane para abreviar.

Extendió el brazo por encima de la cabeza para apagar la lámpara y después se acurrucó para dormir.

Vane se quedó sentado en la oscuridad, observándola en silencio. No daba crédito al nombre que había elegido para su forma animal. De no saber que era imposible…

No, Bride no tenía ningún poder psíquico. Tal vez le gustara su nombre.

Esperó hasta que estuvo profundamente dormida para cambiar a su forma humana y comprobó que todas las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas. En cuanto se aseguró de que no corría peligro por el momento, se teletransportó a su habitación del Santuario.

Allí también reinaba la oscuridad. Abrió la puerta y pasó a la habitación contigua, donde estaba Fang. Seguía en forma animal y sumido en un coma desde la noche que llegaron.

Exhaló un suspiro de cansancio y cruzó la estancia.

—Vamos, Fang —dijo cuando se acercó a la cama—. Espabila de una vez. Te echo de menos, hermanito, y me vendría muy bien hablar con alguien ahora mismo. Tengo un problema de los gordos.

Pero era inútil. Los daimons habían tomado algo más que la sangre de su hermano. Le habían robado el espíritu.

Para un lobo, lo que le había pasado a Fang era demasiado vergonzoso. Sabía lo que estaba sintiendo su hermano. A él le había pasado lo mismo cuando averiguó que era humano.

No había nada peor que ser atacado y no poder defenderte. Los recuerdos le hicieron dar un respingo.

La primera vez que se convirtió en humano fue en mitad de una pelea con un jabalí rabioso. La bestia le había clavado los colmillos con tal saña que aún le dolían las costillas si hacía un movimiento demasiado repentino. La pelea comenzó en forma de lobo y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró tendido de espaldas mientras el jabalí le clavaba los colmillos.

Si Fang no hubiera aparecido…

—Despierta, hermanito —susurró—. No puedes seguir viviendo así.

Fang no se dio por aludido en lo más mínimo.

Acarició el pelaje castaño de su hermano y se giró para marcharse.

Una vez en el pasillo, se cruzó con Aimée Peltier. Acababa de subir la escalera en forma humana y llevaba un cuenco de sopa en las manos.

Rubia, altísima, delgada y con un rostro excepcionalmente hermoso, era la única hija del clan de los osos. Sus hermanos se las veían y se las deseaban para espantar a los humanos que acudían en tropel a verla cada vez que ayudaba en el bar que estaba junto a la casa.

Era un deber que todos se tomaban muy en serio.

—¿Come algo? —le preguntó a la recién llegada.

—De vez en cuando —respondió ella en voz baja—. Conseguí que tragara un poco de sopa durante el almuerzo, así que espero que se tome un poco más para la cena.

Aimée había sido un regalo de los dioses. Era la única que parecía hacer reaccionar a Fang. Su hermano parecía un poco más despierto cuando ella se encontraba cerca.

—Gracias. No sabes lo que te agradezco que lo cuides por mí.

De hecho, la chica pasaba mucho tiempo con Fang. Tanto que comenzaba a tener sus dudas, pero su hermano no se había movido de la cama desde la noche que lo llevó al Santuario.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Aimée? —la llamó cuando pasó a su lado.

La chica se volvió.

—Nada. Era una estupidez. —No había nada entre su hermano y la osa. ¿Cómo podría haberlo?

De modo que continuó caminando hacia la escalera.

Llegó a la planta baja y atravesó el vestíbulo hasta llegar a la pequeña antesala donde se encontraba la puerta que conectaba la casa de los Peltier con el Santuario.

La puerta daba a la cocina del bar, donde dos katagarios, Jasyn Kallinos y Wren, vigilaban con disimulo al personal humano, que no tenía ni idea de por qué solo un puñado de elegidos podía atravesar ese umbral. El motivo principal no era otro que la presencia de los cachorros del clan de los osos en la planta alta de la casa Peltier. De vez en cuando, los pequeños burlaban la vigilancia de sus cuidadores y bajaban la escalera.

Lo último que les hacía falta a los Peltier era que alguien llamara a los del control de animales por ese zoo ilegal al que llamaban «hogar».

De todas formas, la idea de que un humano se topara de golpe con lobos, panteras, leones, tigres y osos dormidos en sus camas le hacía mucha gracia. Aunque sería mucho más gracioso que se topara con el dragón que dormía en el ático. Alguien debería tener una cámara a mano. Por si las moscas.

Inclinó la cabeza para saludar a Jasyn, un halcón katagario alto y rubio, que era uno de los inquilinos más peligrosos de la casa. La recompensa por su cabeza hacía que su sentencia de muerte sonara ridícula. Pero claro, a diferencia del halcón, él solo mataba cuando se veía obligado. Fiel a su naturaleza depredadora, a Jasyn le estimulaba la emoción de la caza.

El halcón vivía para cazar y matar.

Mientras se acercaba a las puertas batientes que daban al bar, estas se abrieron. Kyle Peltier las atravesó en forma humana como una exhalación.

Apenas tuvo tiempo de quitarse de en medio.

Rémi Peltier, uno de los cuatrillizos idénticos de rizado cabello rubio, le hizo un placaje justo a sus pies y comenzó a darle de bofetadas. Kyle intentó quitárselo de encima, pero fue inútil. Rémi era mucho mayor y más fuerte y, además, le encantaban las peleas.

Vane agarró a Rémi y se lo quitó a Kyle de encima antes de que le hiciera daño.

—¿Qué haces?

—Voy a matar a Gilligan —gruñó Rémi, intentando zafarse para volver a lanzarse sobre su hermano.

—Es que me gusta la canción —explicó Kyle a la defensiva al tiempo que se limpiaba la sangre de los labios y se escondía detrás de Jasyn, a quien no le hizo ni pizca de gracia.

Wren le tendió una toalla para que se limpiara la cara.

Rémi hizo una mueca.

—Sí, pero no ponemos la dichosa canción porque nos guste, imbécil. La mitad de la clientela ha salido echando leches.

Mamá Peltier apareció desde la casa y vio que Kyle estaba sangrando.

—¿Qué pasa aquí? —exclamó al tiempo que lo cogía por los hombros y lo obligaba a cambiar de postura para examinarle el labio partido—. Mon ange, ¿qué ha pasado?

Todo rastro de madurez abandonó a Kyle cuando miró a su madre. Hasta dejó que un mechón de su corto cabello le cayera sobre los ojos azules.

—Rémi me ha atacado.

El aludido consiguió liberar un brazo.

—Ha puesto «Sweet Home Alabama», maman.

Nicolette puso los ojos en blanco.

—Kyle, sabes que solo ponemos esa canción como advertencia para nuestra clientela cuando Aquerón aparece por aquí. ¿En qué estabas pensando?

Vane contuvo una carcajada. Aquerón Partenopaeo era el líder de los Cazadores Oscuros. Era un hombre contradictorio que ostentaba un poder indescriptible y todo el mundo se cagaba de miedo en cuanto lo veía. Cada vez que entraba en el bar, la mayoría de los arcadios y los katagarios, amén de todos los daimons, corrían hacia la puerta. Sobre todo si tenían algo que esconder.

Kyle miró a su madre con expresión enfurruñada.

—Es una canción muy buena, maman, y quería escucharla.

Rémi hizo ademán de lanzarse a por su hermano, pero Vane lo refrenó.

—Es demasiado imbécil para seguir viviendo —gruñó Rémi—. Creo que deberíamos rebanarle el cuello y ahorrarnos quebraderos de cabeza.

Wren dejó escapar una de sus raras carcajadas, aunque el rostro de Jasyn siguió impasible.

El personal humano se mantuvo al margen muy acertadamente y siguieron a lo suyo como si no sucediera nada fuera de lo común. Claro que ya estaban acostumbrados a los hermanos y sus constantes peleas.

—Todos fuimos estúpidos a su edad, Rémi —le gruñó Nicolette a su hijo mayor—. Incluso tú. —Le dio unas palmaditas a Kyle en el brazo y lo instó a entrar en la casa—. Será mejor que te mantengas alejado del bar durante lo que queda de noche, cher. Tu padre y tus hermanos necesitarán un tiempo para calmarse.

Kyle asintió con la cabeza antes de echar una mirada a su hermano y sacarle la lengua.

Rémi dejó escapar un sonido muy propio de un oso que hizo que todos los humanos lo miraran con los ojos como platos.

La expresión de su madre dejó muy claro que lo pagaría caro en cuanto tuviera un momentito a solas con él, lejos de los humanos.

—Creo que sería mejor que volvieras al bar, Rémi —le dijo Vane, soltándolo.

—Vale —gruñó Rémi—. Haznos a todos un favor, maman. Cómete a tu hijo.

En esa ocasión fue Jasyn quien soltó una carcajada, pero adoptó un semblante serio en cuanto Nicolette lo fulminó con la mirada.

Mientras meneaba la cabeza, la matriarca de los osos ordenó al personal que regresara al trabajo.

Vane hizo ademán de pasar al bar.

—Vane, mon cher, espera.

La miró por encima del hombro y vio que se acercaba a él.

—Gracias por salvar a Kyle. Rémi nunca ha sido capaz de controlar ese genio suyo. Y hay momentos en los que creo que nunca lo hará.

—No hay de qué. Me recuerda mucho a Fang. Al menos, cuando no está en coma.

Nicolette bajó la vista y frunció el ceño. Le cogió la mano y contempló la marca de su palma.

—¿Estás emparejado?

Vane cerró el puño.

—Desde esta misma noche.

La katagaria lo miró boquiabierta y después le dio un empujón en dirección a la casa. Cerró la puerta tras ellos y lo encaró.

—¿Quién es?

—Una humana.

Nicolette soltó un taco en francés.

—¡Ay, cher! —musitó—. ¿Qué vas a hacer?

Él se encogió de hombros.

—No puedo hacer nada. La protegeré durante las tres semanas y después la dejaré para que siga con su vida.

Nicolette lo miró confundida.

—¿Por qué te vas a condenar a pasar tantos años sin una mujer o sin una pareja? Si la dejas ir, tal vez nunca vuelvas a encontrar una pareja.

Cuando hizo ademán de marcharse, ella lo detuvo.

—¿Y qué quieres que haga, Nicolette? —le preguntó, y utilizó su nombre en vez de «Mamá», que era como la llamaba casi todo el mundo—. Soy un ejemplo viviente de por qué tenemos que emparejarnos con nuestros congéneres. No tengo la menor intención de extender mi anormalidad con otra generación.

Sus palabras la dejaron estupefacta.

—No eres anormal.

—¿No? Entonces, ¿cómo me calificarías?

—Has sido bendecido, como Cok.

La miró boquiabierto y sin dar crédito. Jamás se habría aplicado semejante descripción.

—¿Bendecido?

Oui —respondió la katagaria con sinceridad—. A diferencia del resto de nosotros, sabes lo que siente el otro lado. Has sido tanto animal como humano. Yo nunca sabré lo que se siente al ser humano. Pero tú sí.

—Yo no soy humano.

Ella se encogió de hombros.

—Lo que tú digas, cher. Pero sé de otros arcadios con parejas humanas. Si quieres, podría decirles que viniesen para hablar contigo.

—¿Para qué? ¿Son híbridos como yo?

—Non.

—En ese caso, ¿qué iban a decirme? Si mi pareja tiene hijos, ¿serán humanos o lobos? ¿Cambiarán su forma natural cuando lleguen a la pubertad? ¿Cómo le explico a una humana que no sé qué serán nuestros hijos?

—Pero tú eres arcadio.

El hecho de que tanto Nicolette como Aquerón y Colt hubieran sido capaces de percibir lo que ocultaba a ojos de todos los demás le repateaba. No sabía cómo lo habían averiguado, pero lo ponía de muy mala leche. Ni siquiera su padre se había dado cuenta de que era arcadio.

Claro que en su caso concreto había ayudado que ni siquiera lo mirara…

—¿Soy arcadio? —preguntó en voz baja y airada—. No me enfrento a mi lado humano de la misma manera que lo hace Colt. ¿Cómo es que nací siendo un lobezno y después me convertí en un humano al llegar a la pubertad? ¿Cómo es posible?

Nicolette meneó la cabeza.

Je ne sais pas, Vane. Hay muchas cosas en este mundo que no comprendo. Hay muy pocos híbridos, ya lo sabes. Casi todas las parejas mixtas son estériles. Tal vez en tu caso pase lo mismo.

Eso le daba un rayito de esperanza, pero no era tan imbécil como para aferrarse a él. Su vida nunca había sido fácil. Siempre que había extendido la mano para coger algo que quería, se la habían golpeado sin compasión.

Era difícil ser optimista cuando el optimismo jamás había sido recompensado.

—No puedo arriesgarme —dijo en voz baja aunque una parte de su ser quería aferrarse a esa posibilidad con una desesperación aterradora—. Me niego a joderle la vida.

Nicolette se apartó de él.

—Muy bien. Eso depende enteramente de ti, pero si cambias de opinión…

—No lo haré.

—Vale. ¿Por qué no te tomas estas semanas libres y te quedas con tu pareja mientras ella está marcada? Nosotros cuidaremos de Fang.

¿Podría atreverse a confiar en esa oferta?

—¿Estás segura?

Oui, cher. Algunos animales son de fiar, incluso los osos. Te prometo que tu hermano estará a salvo aquí, pero tu pareja no estará a salvo sola mientras esté impregnada con tu olor.

Nicolette tenía razón. Si, tal como sospechaba, su manada los estaba buscando, los exploradores darían con su rastro en cuanto se acercaran a Bride. Su olor la impregnaría mientras llevara la marca, y un katagario bien entrenado sería capaz de captarlo.

No quería ni pensar en lo que sus enemigos podrían hacerle.

—Gracias, Nicolette. Te debo una.

—Lo sé. Ahora vete con tu humana y quédate con ella mientras puedas.

Asintió con la cabeza y se teletransportó de vuelta junto a Bride.

Seguía dormida en el sofá. Parecía muy incómoda, allí tendida de espaldas. Tenía las piernas dobladas, un brazo por encima de la cabeza y el otro colgando en el aire.

El recuerdo de su imagen mientras se corría entre sus brazos lo llenó de ternura. El recuerdo de su rostro en el espejo mientras la abrazaba.

Era una mujer apasionada. Y deseaba saborearla una y otra vez. En contra del sentido común, extendió el brazo y le tocó la suave piel de la mejilla.

En ese instante, Bride abrió los ojos y jadeó.

Se sentó de golpe al creer que había visto a Vane inclinado sobre ella.

—¿Vane?

El lobo llegó desde la parte trasera del sofá para sentarse a su lado.

Confundida, echó un vistazo a su alrededor y soltó una risilla nerviosa.

—¡Madre mía! Ahora resulta que tengo alucinaciones. Estoy para que me encierren…

Meneó la cabeza y se recostó de nuevo en el sofá para intentar conciliar el sueño, pero cuando lo hizo, habría jurado que llevaba el olor de Vane en la piel.

Vane se mantuvo dos días en forma animal, vigilando a Bride, pero cada minuto era como una tortura infernal. Su instinto natural lo instaba a reclamarla.

Si Bride fuera una loba, estaría dentro de ella en ese preciso instante, demostrándole sus habilidades y su fuerza.

La bestia que llevaba dentro reclamaba el cortejo. El humano, en cambio…

Eso era lo que más lo aterraba. Que ninguna de sus dos partes le hacía caso a la cabeza, a la serena lógica. Aunque claro, la lógica no funcionaba demasiado bien en lo que a ella se refería. Cuando estaba a su vera, experimentaba un subidón hormonal tan increíble que a su lado un tsunami parecía una ola artificial en un parque acuático.

Su necesidad de tocarla estaba llegando a tal extremo que tenía miedo de estar con ella.

Unos minutos antes había salido disparado por la puerta en forma animal a fin de relajarse un poco antes de regresar a la tienda en busca de más tormento. Cada vez que Bride se movía, se le disparaba el pulso. El sonido de su voz, el lametón que le daba a sus largos y elegantes dedos cada vez que pasaba las páginas de sus revistas… era una tortura.

Lo estaba matando.

Qué más quisieras…, se dijo.

Y la verdad era que comenzaba a quererlo. La muerte era preferible a aquello. ¿Dónde estaban los asesinos cuando se les necesitaba? ¡Exacto! Dolor. Esa era la respuesta. No había nada como el dolor extremo para sofocar la libido.

Piensa en otra cosa, se dijo.

Tenía que pensar en otra cosa que no fuera Bride y su cuerpo. Y, lo más importante, tenía que pensar en otra cosa que no fuera lo que quería hacerle.

Decidido a conseguirlo, se detuvo delante de una tiendecita en Royal Street. Era una tienda de muñecas, nada más y nada menos. No tenía ni idea de por qué se había parado allí, aunque una de las muñecas le recordaba a la que Bride tenía en una caja junto a la tele.

—Vaya, no te quedes ahí plantado, jovencito, pasa.

Había una anciana muy bajita en la puerta. Aunque tenía el cabello canoso, su mirada era penetrante e inteligente.

—No, gracias, solo estaba echando un vistazo —replicó.

Pero en ese momento captó un olor extraño. El aire se cargó de un poder mucho más intenso que el de un arcadio o un katagario.

¿Aquerón?

La anciana le sonrió.

—Entra, lobo. Aquí hay alguien con quien creo que quieres hablar.

La mujer le sostuvo la puerta mientras se internaba en la penumbra de la tiendecita, que estaba llena de estanterías con muñecas hechas a mano. Sin decir una palabra, lo condujo más allá del mostrador, hasta el otro lado de unas tupidas cortinas color burdeos.

Se detuvo de golpe ante la cosa más rara que había visto en sus cuatrocientos años de vida.

El todopoderoso Aquerón Partenopaeo estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo de la trastienda y jugaba a las muñecas con su demonio y con un bebé humano.

Se quedó pasmado mientras observaba a la pequeña humana, que estaba sentada en una de las rodillas de Ash mientras una de sus enormes manos la sujetaba por la barriga. Era una preciosidad de cabello cobrizo y angelical carita regordeta, ataviada con un vestido rosa que contrastaba con el cuero negro de los pantalones del atlante y unos zapatitos negros.

Ash tenía un muñeco en la mano derecha mientras la pequeña mordisqueaba la cabeza de una Barbie pelirroja que se parecía sospechosamente a la diosa griega Artemisa, la creadora y regente de los Cazadores Oscuros. El demonio sentado frente a ellos tenía una muñeca rubia en las manos. Su cabello era negro, aunque tenía un mechón rojo del mismo tono que lucía Ash.

—¿Ves? Simi sabía que la pequeña Marissa era buena —le dijo el demonio al atlante—. Mira cómo se está comiendo la cabeza de Artemisa. Simi tiene que enseñarle a echar fuego por la nariz y luego presentarle a esa foca.

Ash se echó a reír.

—No creo que sea buena idea, Simi. Marissa aún no está preparada para eso, ¿no es verdad, cariño?

La pequeña levantó una manita mojada y se la plantó a Ash en la barbilla antes de soltar una carcajada. Él le dio un mordisco juguetón mientras el demonio le quitaba el muñeco para que bailara con su Barbie.

—Simi cree que su muñeca necesita un par de cuernos, akri —dijo la criatura—. ¿Crees que Liza hará una muñeca demonio como Simi?

Al instante aparecieron unos cuernos en la cabeza de la muñeca, acompañados de una melena negra con un mechón rojo.

El demonio chilló, presa de la alegría.

—Gracias, akri. ¡Es Simi! —El demonio ladeó la cabeza para mirar a la pequeña que tenía el atlante en el regazo—. ¿Sabes? Marissa es una niña muy mona, pero sería mucho más bonita si tuviera cuernos.

—No, Simi, no creo que a Amanda y a Kirian les hiciera mucha gracia que les devolviéramos a su hija con un par de cuernos en la cabeza.

—Sí, pero parece tan… tan… sosa sin ellos… Simi podría hacerlos muy bonitos. ¿Unos cuernecitos rosas a juego con su vestido?

—No hace falta, Simi.

El demonio hizo un puchero.

—¡Jo, akri, eres un muermo! —Sostuvo en alto el muñeco—. ¿Ves esto, Marissa? Vale, pues ahora vas a ver lo que pasa cuando el muñeco cabrea a la Barbie. La Barbie saca su salsa barbacoa y se lo come.

Ash se apresuró a quitarle el muñeco antes de que pudiera metérselo en la boca.

—Ni hablar, Simi. Eres alérgica al caucho.

—¿En serio?

—¿No te acuerdas de lo mala que te pusiste cuando te comiste todas las ruedas de aquel camión que te mosqueó?

El demonio pareció quedarse muy decepcionado.

—Vaya. ¿Por eso fue? Simi creía que era porque estaba allí la foca de Artemisa.

Ash le dio un beso a la niña en la coronilla antes de dársela al demonio para que la cogiera.

—Cuida de Marissa unos minutos. Y no te la comas ni dejes que se coma nada.

—No te preocupes, akri. Simi nunca se comería a la pequeña Marissa. Sabe cuánto la echarías de menos si lo hace.

Ash le dio al demonio un abrazo cariñoso antes de levantarse y acercarse hasta donde él se encontraba. Alto y delgado, el atlante era la estampa de un joven en la flor de la vida. Había pocas personas que lo superasen en altura y Ash era una de ellas.

Aunque no era precisamente su altura lo que resultaba intimidante. El Cazador Oscuro estaba rodeado por un aura atávica y muy poderosa. Un aura que incluso el animal que llevaba dentro temía.

Aun así, se conocían desde hacía siglos. De hecho, fue Ash quien lo ayudó a localizar a su madre. Sin embargo, no tenía ni idea de por qué lo había ayudado.

Claro que nadie entendía a Aquerón Partenopaeo.

—¿Sabes, lobo? No es de buena educación espiar a los demás.

Resopló al escucharlo.

—Como si alguien pudiera espiarte. —Miró al demonio y a la niña humana—. No sabía que ejercieras de niñera.

Ash bajó la vista hasta su mano marcada antes de mirarlo a los ojos. Había algo muy desconcertante en esos turbulentos ojos, unos ojos que irradiaban un poder místico y una sabiduría ancestral.

—Y yo no sabía que fueras un cobarde.

La rabia lo asaltó al escuchar el insulto. Se abalanzó sobre el atlante, pero este se apartó con agilidad.

—Ni se te ocurra.

La orden irradiaba tal fuerza que lo detuvo de golpe.

Ash miró por encima de su hombro a la anciana que seguía junto a las cortinas.

—Liza, ¿te importaría traerle a Vane una taza de té?

—No bebo té.

—¿Liza?

—Lo traeré enseguida. —La anciana regresó a la tienda.

—No bebo té —insistió.

—Te beberás el té que hace Liza y te gustará.

—No soy uno de tus Cazadores Oscuros, Aquerón —le dijo con una mirada amenazadora—. No bailo al son que tocas.

—Tampoco ellos. Pero eso no viene al caso, ¿verdad? —Ash ladeó la cabeza como si estuviera escuchando algo que solo él podía oír—. Estás buscando respuestas.

—No necesito nada de un Cazador Oscuro. Nunca lo he necesitado.

Ash dejó escapar un largo suspiro.

—Siento lo de Anya, Vane, pero ese era su destino.

Torció el gesto al escuchar las condolencias. Aún tenía el corazón destrozado por la muerte de su hermana.

—No me hables del destino, Cazador. Ya he tenido bastante.

Para su absoluta sorpresa, Ash le dio la razón.

—Sé lo que sientes. Pero eso no cambia lo que está pasando dentro de ti, ¿verdad?

Lo fulminó con la mirada.

—¿Y tú qué sabes?

—Todo. —Cruzó los brazos por delante del pecho mientras lo estudiaba con una mirada que le puso los pelos de punta—. La vida sería muy sencilla si tuviéramos todas las respuestas, ¿no es verdad? ¿Vendrá tu manada a matarte? ¿Volverá Fang a ser normal? ¿Te aceptará Bride como pareja?

Sus palabras lo dejaron de piedra.

—¿Cómo sabes lo de Bride?

Ash no respondió.

—No sé si sabes que los humanos tienen una increíble capacidad para amar. No deberías subestimarla, ni tampoco deberías subestimarte, solo porque te asuste lo que pueda pasar. Más bien deberías pensar un poco en lo que podría pasar si la abandonas.

Qué fácil decirlo. No era a él a quien perseguían.

—¿Qué sabrás tú sobre el miedo?

—Lo bastante como para dar una clase que durara toda la eternidad. —Desvió la mirada hacia la pequeña que acababa de ponerse en pie precariamente junto al demonio, ya que sus piernecitas aún no estaban acostumbradas a soportar su peso—. Es preciosa, ¿verdad?

Se encogió de hombros. Desconocía las cualidades que hacían que un niño humano fuera hermoso.

—Cuesta creer que si Kirian no hubiera confiado en Amanda y en su vida en común, esa niña jamás habría existido. Nadie habría escuchado la belleza de su risa ni habría visto la belleza de su sonrisa… Piénsalo, Vane. Una contable que solo quería llevar una vida normal y un Cazador Oscuro que creía que el amor era un cuento. Si Kirian le hubiera dado la espalda, seguiría siendo un Cazador Oscuro solitario. Y Amanda seguramente estaría casada con otra persona de haber sobrevivido al apolita y al daimon que querían robarle sus poderes.

—¿Habrían sido felices? —No estaba seguro del porqué de su pregunta.

Ash se encogió de hombros.

—Tal vez sí o tal vez no. Pero mira a su pequeña. Crecerá siendo la hija de una hechicera y de un Cazador Oscuro. Sabrá cosas de este mundo que muy pocas personas llegarán a descubrir. De hecho, ya lo sabe. Ahora, imagina que no existiera. ¿Qué habría perdido el mundo sin ella?

—¿Qué ha ganado con ella?

Ash no vaciló en responder.

—Ha ganado un alma preciosa que crecerá para ayudar a quien lo necesite. En un mundo lleno de maldad, ella jamás hará daño a nadie. Y dos almas que jamás conocieron el amor se tienen ahora la una a la otra.

Vane resopló al escucharlo.

—¿No te has planteado nunca escribir novelas rosas, Ash? Tal vez eso sea aceptable en términos de ficción, pero deja que te cuente cómo es el mundo real. Esa niñita crecerá, le romperán el corazón y se acostumbrará a que la gente se aproveche de ella.

—Y sus padres le arrancarán el corazón a cualquiera que lo intente. La vida es una caja de sorpresas, Vane. Es dura y dolorosa la mayor parte del tiempo, y no está hecha para los blandos. El vencedor se lo lleva todo y aquel que no se atreve a pisar el campo de batalla jamás consigue nada.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que ya lo sabes. ¿Será la vida de Bride mejor sin ti? ¿Quién sabe? Tal vez haya algún humano por ahí que llegue a apreciarla. Pero ¿la apreciará la mitad de lo que tú lo haces?

No. Lo sabía sin lugar a dudas. Para él, las tiernas caricias de Bride eran inestimables.

—¿Qué pasa si muere por mi culpa?

—La muerte es inevitable para los humanos. Morirá algún día, pero la verdadera pregunta es si vivirá de verdad. —Ash hizo una pausa antes de añadir—: ¿Y tú?

Se quedó allí en silencio mientras rumiaba lo que el atlante le había dicho.

Liza regresó con el té y le dio las gracias antes de probarlo.

Para su sorpresa, Ash había estado en lo cierto. Estaba muy bueno.

Ash cogió a la niña en brazos y se volvió hacia él.

—En fin, siempre cabe la posibilidad de que Bride no te acepte. Conócela como hombre, Vane. Dale la oportunidad que tu padre jamás le dio a tu madre. Que vea al hombre y al animal y que decida después.

—¿Y si me rechaza?

—¿Eso es lo que más te preocupa?

Apartó la mirada. La dichosa astucia del atlante era un coñazo. No, lo que más temía era que Bride lo aceptase y que él no fuese capaz de protegerla de sus enemigos.

—Lo único que puedes hacer es dejarte la piel en el intento y confiar en que todo salga bien.

—¿De verdad confías en las Moiras?

La respuesta de Ash lo sorprendió.

—En absoluto. Se equivocan como el resto de nosotros. Pero en algo habrá que creer. —Ash acunó a la pequeña contra su pecho—. Así que… ¿qué eliges?

Siguió dándole vueltas a la pregunta de camino a la tienda de Bride. No sabía qué escoger y la verdad era que Ash tampoco lo había ayudado mucho.

En su forma animal, abrió la puerta con el hocico. Desde que se había ido a vivir con ella, Bride había tomado por costumbre dejar la puerta entreabierta cada vez que él salía.

Como si supiera que iba a regresar.

También le había hecho una cama al otro lado del mostrador para que pudiera echarse y observarla mientras trabajaba. Y le gustaba mucho mirarla, sobre todo cuando interactuaba con otras personas. Poseía una dulzura de la que carecían muchos de sus conocidos.

Le gustaba sobre todo verla con Tabitha. Las dos eran muy graciosas. Al menos cuando no estaban poniendo verde al género masculino en general, con la excepción de sus respectivos padres.

En parte, esperaba que Tabitha intentara castrarlo porque era macho.

En esos momentos Bride estaba sentada en el taburete de madera junto a la caja registradora, terminándose la mitad de un sándwich.

—Aquí estás —le dijo con una sonrisa—. Me estaba preguntando qué te habría pasado.

Bride le ofreció la otra mitad del sándwich y le dejó comer de su mano. Cuando se lo terminó, le colocó la cabeza en el regazo. Ella le acarició las orejas, y la ternura del gesto lo desarmó.

Tal vez Ash tuviera razón. Ambos se merecían que le diera a Bride la oportunidad de elegir.

Vane Kattalakis nunca había permitido que el miedo lo dominara. Claro que no había sabido lo que era perder a un ser querido hasta hacía ocho meses.

En una sola noche lo había perdido todo.

¡Por los dioses! Estaba tan cansado de estar solo… Tan cansado de no confiar en nadie…

De no tener a nadie con quien reír.

Tal vez Bride fuera su futuro.

Tal vez debiera intentarlo y ver cómo acababa la cosa.

Pero ¿cómo?

¿Qué hacían los humanos para cortejarse?

Bride estaba sentada en el taburete, recogiendo los restos de su almuerzo para tirarlos a la papelera. Los dos últimos días habían sido espantosos mientras se instalaba en el diminuto apartamento y hacía todo lo posible por olvidar a Taylor y la crueldad con la que la había tratado. Aunque ese desgraciado cabrón aún tenía que devolverle sus cosas.

—Por favor, que no tenga que ir a buscarlas —dijo mientras hojeaba un catálogo de la nueva temporada que tenía junto a la caja registradora.

Si lo hacía, pensaba llevarse a Tabitha con ella por el mero hecho de vengarse.

Y si daba la casualidad de que Tabitha se llevaba una llave inglesa… Bueno, tampoco podía impedírselo. Después de todo estaban en un país libre. Y si la llave inglesa acababa cayendo sobre las rodillas de Taylor una o dos veces… o una docena… En fin, los accidentes eran algo muy normal.

Mientras disfrutaba con la idea, bajó la mano para acariciar a su lobo detrás de las orejas, y se sintió mejor de inmediato.

Durante esos dos días, Vane se había convertido en su inseparable compañero. En ese momento estaba sentado detrás del mostrador a sus pies, contento con quedarse a su lado. Si diera con algún hombre que fuera tan fiel…

La puerta de la tienda se abrió.

Alzó la vista y vio entrar a Taylor. Se le paró el corazón. Era alto y guapo, siguiendo el engañoso estilo de belleza televisivo. Llevaba unos chinos y una camisa de Ralph Lauren. Entró en la tienda como si fuera suya. Como si no le hubiera destrozado el corazón sin miramientos unos cuantos días antes.

—Hola, Bride —la saludó con esa sonrisa perfecta de anuncio de dentífrico—. ¿Estás sola?

Su lobo comenzó a gruñir.

—Hola, Taylor —replicó, y volvió a bajar la mano para calmar a su compañero—. Si no tienes en cuenta a mi mascota, sí, estoy sola.

—¿Mascota? —Taylor observó por encima del mostrador a Vane, que ya se había puesto de pie y tenía las orejas hacia atrás.

Su ex retrocedió un paso.

—Una mascota impresionante, sí, señor. ¿Te la ha regalado tu padre?

—¿Qué quieres? —le preguntó—. Sé que no has venido solo para estar un rato de cháchara conmigo.

—Yo… Esto… Tengo tus cosas ahí afuera y quería saber qué hago con ellas.

Cuando miró por el escaparate, vio la pequeña furgoneta de una empresa de mudanzas aparcada detrás del Alfa Romeo rojo de Taylor.

—Se suponía que ibas a traérmelas hace dos días.

Taylor resopló.

—Bueno, he estado ocupado. En fin, ya sabes que tengo una vida.

Puso los ojos en blanco mientras la rabia se apoderaba de ella.

—Exactamente igual que yo.

—Claro —dijo Taylor con una carcajada—. Comer bombones y ver la tele es tan estresante…

Lo fulminó con una mirada recriminatoria.

—Eres un capullo integral. ¿Qué fue lo que vi en ti?

Taylor extendió los brazos como si se estuviera presentando y sonrió.

—Lo que todas las mujeres, nena. Asúmelo, los dos sabemos que ningún otro tío tan bueno como yo volverá a interesarse por ti.

Vane se abalanzó sobre él.

—¡No! —gritó, pero ya era demasiado tarde. El lobo ya lo había agarrado del brazo y su ex gritó de dolor.

Cogió al lobo y lo apartó de Taylor. Vane se resistió, ladrando y gruñendo con ferocidad, pero al final lo soltó.

Tras llevarlo al almacén, lo encerró allí.

Taylor se protegió el brazo herido.

—Acabas de cagarla. Date por denunciada.

—Ni se te ocurra —le dijo, y perdió por completo el control mientras se plantaba delante de él—. Estás en mi propiedad. Le diré a la policía que me estabas amenazando.

—Sí, claro, ¿quién se lo va a tragar?

—Cualquiera de los presentadores de las otras dos cadenas, que te odian tanto como yo.

Taylor se puso pálido.

—Sí —le dijo con malicia—. Recuerda a todas las personas de la ciudad a las que esta gorda conoce. No te conviene meterte conmigo.

Taylor dio media vuelta y salió a la calle.

Lo siguió al escuchar que les gritaba a los de la mudanza:

—Dejad esas porquerías en la calle.

—¡Ni se os ocurra!

—¡Hacedlo! —masculló.

Para su absoluta consternación, los de la mudanza abrieron las puertas traseras de la furgoneta y comenzaron a dejar las cajas en la acera.

Se quedó pasmada.

—Os pagaré tres mil dólares si lo lleváis todo a mi apartamento. Está aquí detrás.

Los tipos se miraron entre sí antes de asentir con la cabeza y echar a andar hacia la puerta.

—Doblaré cualquier oferta que os haga para que dejéis sus cosas en la calle como la basura que es.

Los de la mudanza volvieron a dejar las cajas en la acera.

—¡Eres un cabronazo!

Taylor abrió la boca para responderle, pero volvió a cerrarla al escuchar el ronroneo de una moto que se acercaba.

Ella frunció el ceño al ver que el conductor se subía a la acera por delante del Alfa Romeo y aparcaba la moto justo en la puerta de su tienda. En cuanto el tipo se quitó el casco, se le disparó el pulso.

Era Vane… Y no precisamente el peludo.

Vestido con una cazadora negra de cuero y unos vaqueros desgastados, estaba para comérselo.

Su apostura de tío curtido dejaba en ridículo la cara de niño bonito de Taylor.

El ex de Bride los miró con la boca abierta cuando vio que se acercaba al recién llegado. Vane abatió el soporte y luego pasó una de sus largas y masculinas piernas por encima del asiento. En un alarde de agilidad, la joven se pegó a él y le dio un beso de película.

—Hola, Bride —la saludó Vane.

—Hola —respondió ella, con una sonrisa.

—¿Quién coño es este? —preguntó Taylor.

Vane lo miró de arriba abajo y el gesto dejó bien claro que no estaba impresionado en lo más mínimo.

—Su amante, ¿quién coño eres tú?

Semejante respuesta la llenó de alegría mientras se mordió el labio. Le daban ganas de volver a besarlo.

—Su novio.

—¡Ah! —exclamó Vane—. Así que tú eres el gilipollas desgraciado ese… —La miró—. Creí que le habías dado la patada a este perdedor.

La sonrisa de Bride se ensanchó antes de mirar a Taylor con malicia.

—Lo hice, pero ha vuelto… de rodillas.

Vane miró por encima de su hombro a los de la mudanza, que estaban apilando con presteza sus muebles y sus cajas en la acera.

—¿Qué están haciendo esos?

—Taylor les va a pagar para que dejen mis cosas en la calle como si fuera basura —contestó con la voz quebrada por la crueldad de su ex—. Y doblará cualquier cantidad que yo les ofrezca para que las lleven a mi apartamento.

La expresión de Vane dejó muy claro que la respuesta no era de su agrado.

—¿De verdad? —Levantó la barbilla—. ¡Eh, chicos!

Los de la mudanza se detuvieron para mirarlo.

—Diez mil dólares si lleváis las cosas de la señorita al apartamento y las dejáis donde ella quiera.

El más alto se echó a reír.

—Sí, claro. ¿Los llevas encima?

Vane se apartó de ella. Sacó su móvil y se lo dio al tipo.

—Pulsa el uno y llamarás al Wachovia. Pregunta por Leslie Daniels, la presidenta del banco, y dale tu número de cuenta y entidad bancaria. Te hará una transferencia al instante o, si lo prefieres, te lo girará por Western Union.

El hombre parecía escéptico, pero lo obedeció. En cuanto preguntó por la tal Leslie, se le pusieron los ojos como platos. Miró a sus compañeros antes de encaminarse a la furgoneta para sacar su talonario.

Vane la miró y le guiñó un ojo.

El tipo regresó poco después y le pasó el teléfono a Vane.

—Dice que quiere hablar con usted para asegurarse de que es el señor Kattalakis.

Vane cogió el teléfono.

—Hola, Les, soy yo… Sí, lo sé. —Mientras escuchaba, fulminó a Taylor con una mirada asesina—. ¿Sabes una cosa? Mejor que sean quince mil. Parecen unos tipos honrados. Sí, vale. Hablaremos más tarde. —Colgó y miró a los de la mudanza.

El encargado asintió con la cabeza en un mudo gesto de admiración.

—Vale, chicos, ya habéis oído al señor Kattalakis. Tened mucho cuidado con las cosas de la señorita y dejadlas donde ella os diga.

Vane se burló de Taylor con lo que solo podía calificarse como una sonrisa satisfecha.

—¿No te apetece doblarlo ahora?

Su ex echó a andar hacia ellos, pero la expresión asesina del rostro de Vane lo hizo retroceder.

Los miró con una mueca asqueada.

—Puedes quedarte con esa puta foca.

Antes de que le diera tiempo a parpadear, Vane había tumbado a Taylor sobre el capó de su coche y lo estaba agarrando por el cuello.

Corrió hacia ellos mientras le golpeaba la cabeza contra el capó.

—¡Vane, para, por favor! Van a llamar a la policía.

Vane lo soltó con un gruñido.

—Si vuelves a insultar a Bride, te juro que te rajo el pescuezo y te echo a los caimanes. ¿Ha quedado claro?

—Estás loco. Os voy a denunciar ahora mismo.

Vane esbozó una sonrisa burlona.

—Inténtalo. Solo tengo que pulsar el dos para llamar a mi abogado. Te van a estar cayendo tantas demandas durante tantos años que serán tus nietos los que acaben yendo a los tribunales.

Taylor se bajó a duras penas del capó del coche y los miró con los ojos entrecerrados, aunque era evidente que se sabía vencido. Con la respiración alterada, abrió la puerta del coche sin muchos miramientos y salió disparado de allí.

—Esto, ¿señorita? —la llamó el encargado—. Cuando usted pueda, nos dice dónde ponemos sus cosas.

Dejó a Vane lo justo para abrir la puerta y acompañarlos hasta su estudio en la parte trasera. Cuando regresó, Vane estaba apoyado contra la fachada del edificio, con la vista clavada en la furgoneta de la mudanza.

Se le desbocó el corazón.

—Gracias —le dijo en voz baja—. Me alegro muchísimo de que hayas aparecido en el momento justo.

Vane alzó la mano y le acarició un mechón de pelo que le caía sobre el hombro.

—Sí, yo también me alegro.

—Yo… en fin… Tendré que pagarte a plazos lo de la mudanza.

—No te preocupes. Es un regalo.

—Vane…

—No te preocupes —insistió—. Ya te he dicho que el dinero no tiene valor para mí.

¿Cuánto dinero tendría para hablar así de quince mil dólares? ¿Y por qué querría semejante ricachón salir con ella?

—Bueno, pues para mí sí lo tiene y no quiero tener la sensación de estar en deuda contigo.

—No me debes nada, Bride. En serio.

—Ni hablar, tengo que pagarte de alguna manera.

—Entonces cena conmigo y estaremos en paz.

Negó con la cabeza.

—Esa no es manera de pagarte.

—Claro que sí.

Abrió la boca para responder, pero en ese instante se acordó del otro Vane.

—¡Ay, no! Tengo que sacar a mi lobo. ¡Debe de estar como loco!

Vane se quedó pálido al escucharla, pero ella no se dio cuenta porque ya iba de regreso a la tienda.

Miró a su alrededor para asegurarse de que los de la mudanza no lo veían y se teletransportó al armario del almacén al tiempo que adoptaba su forma de lobo.

Acababa de llegar cuando Bride abrió la puerta.

—Aquí estás, precioso —le dijo, arrodillándose para acariciarlo—. Siento haber tenido que encerrarte aquí. ¿Estás bien?

La acarició con el hocico.

Ella lo abrazó con fuerza antes de enderezarse.

—Vamos, bonito, quiero presentarte a alguien.

Apretó los dientes al escucharla. ¿Cómo cojones podía presentarse a sí mismo? Era poderoso, pero aquello sobrepasaba todas sus habilidades.

De modo que se abalanzó sobre la puerta entreabierta y echó a correr hasta estar seguro de que nadie lo veía.

Bride salió en persecución de su lobo.

—¡Vane! —lo llamó mientras corría hacia la puerta. No había ni rastro de él.

—¿Me has llamado?

Dio un respingo antes de girarse hacia el Vane humano, que estaba detrás de ella.

—No, mi lobo…

—¿Se llama Vane?

Abrió la boca para contestar y sintió que le ardía la cara.

—Es una historia muy larga.

Él se limitó a sonreír.

¡Señor! ¿Cómo se metía en esos berenjenales?

—Bueno, yo no me preocuparía por él. Estoy seguro de que volverá.

—Eso espero. Porque le he cogido mucho cariño.

El comentario hizo que se le cayera el alma a los pies. Eso era lo último que quería escuchar de sus labios. Claro que él también le había cogido mucho cariño… Lo que era una completa locura.

Le apartó la mano del cabello, aunque lo que deseaba hacer en realidad era estrecharla entre sus brazos y besarla. Su parte humana y su parte animal deseaban desgarrar sus ropas para poder frotarse contra ella. Para sentir la suavidad de su piel. Para lamerla…

La expresión del rostro de Vane hizo que tragara saliva. La estaba mirando como si fuera una tarta que estuviera a punto de devorar.

Ningún hombre la había mirado con tanto deseo, con tanto anhelo. La dejó paralizada.

—Esto, ¿señorita?

Dio un respingo al escuchar la voz del encargado.

—¿Sí?

—¿Dónde quiere que pongamos la cama?

Miró a Vane.

—Vuelvo enseguida, ¿vale?

Lo vio asentir con la cabeza. Fue consciente de que su ardiente mirada no se apartaba de ella ni un instante mientras se alejaba para reunirse con los de la mudanza.

Vane intentó recobrar la respiración mientras la observaba alejarse de él. Esa mujer tenía el mejor culo que había visto en la vida. Su forma de recogerse el pelo le resultaba irresistible e insoportable a la vez. Los mechones que le acariciaban el cuello despertaban el deseo de lamer cada centímetro de esa excitante piel.

¿Así era como se sentían todos los lobos con sus parejas? ¿O era Bride, que provocaba algo especial? No lo sabía a ciencia cierta. Pero estaba con ella en forma humana. Que los dioses se apiadaran de ellos.