Abatido por el arrepentimiento, Vane recorrió el Barrio Francés hasta llegar al 688 de Ursulines Avenue, en cuya esquina se emplazaba el Santuario. El edificio de ladrillos rojos tenía puertas batientes y un cartel en el exterior donde se veía una moto recortada contra la luna llena que se alzaba tras una colina.
El bar de moteros era una toda una atracción y estaba abarrotado como siempre con una mezcla de lugareños y turistas. Ya había varias motos alineadas en la acera; todas pertenecían a una banda de moteros local que se hacía llamar los «Vieux-Doo Dogs[1]». La primera vez que vio a los rudos moteros entrar en el bar, se había echado a reír. Esos humanos no tenían ni idea de que el Santuario no era el lugar adecuado para ellos. En realidad, era uno de los escasos refugios para su gente.
A lo largo y ancho del mundo y en diferentes períodos temporales, había unas cuantas familias que habían erigido establecimientos semejantes donde los katagarios podían esconderse mientras huían de sus enemigos. Pero de todos los refugios conocidos, el Santuario de Mamá Peltier era el más afamado y respetado. Sobre todo porque era uno de los pocos establecimientos que abría sus puertas a Cazadores Oscuros, apolitas, daimons y dioses por igual. Siempre y cuando se entrara en son de paz, todo el mundo salía de una pieza.
Tal como rezaba el eslogan del Santuario: «No me muerdas y no te muerdo».
Cualquiera que rompiese esa regla acababa muerto en el acto a manos de uno de los once hijos de Mamá Peltier o a las de su gigantesca pareja. Todo el mundo sabía que Papá Oso solo jugaba con Mamá Osa.
Aunque Mamá Peltier y su prole eran osos, recibían con los brazos abiertos a cualquier especie katagaria: leones, tigres, halcones y lobos. No había una sola especie conocida que tuviera al menos un representante refugiado en el Santuario.
Joder, incluso había un miembro de los Dracos y eso que los dragones no tenían por costumbre asentarse en el siglo XXI. Dado su enorme tamaño, solían pasar la mayor parte de su vida en épocas pasadas ya que la escasa población humana y la gran extensión de espacios abiertos les permitían pasar inadvertidos.
Los Peltier incluso contaban con un centinela arcadio que vigilaba el lugar, y eso era toda una hazaña. Los arcadios eran humanos capaces de transformarse en animales y se habían proclamado enemigos mortales de los katagarios. De hecho, ambas especies llevaban enfrentadas miles de años.
Supuestamente, los arcadios eran los más benévolos, pero la experiencia le había demostrado a Vane que eso solo era un engañabobos. Confiaría sin dudarlo en un katagario con su corazón animal antes que en un arcadio con corazón humano.
Al menos los animales atacaban de frente. No eran ni la mitad de traicioneros que los humanos.
Claro que ninguna katagaria lo había abrazado como Bride. Ninguna había despertado ese instinto protector que lo instaba a regresar al restaurante donde la había dejado, cogerla entre sus brazos y llevársela a casa.
Cosa que no tenía sentido alguno.
Pasó por las puertas batientes y se encontró a Dev Peltier, que estaba sentado en un taburete alto junto a la entrada. Dev era uno de los cuatrillizos de Mamá Peltier. Si bien eran idénticos, cada uno tenía su propia personalidad y temperamento.
Dev era un tío tranquilo y con mucho aguante. Irradiaba una poderosa elegancia y se movía pausadamente, como la mayoría de los osos… y como si tuviera todo el tiempo del mundo. Aunque sabía de buena tinta que podía ser prácticamente tan rápido como un lobo. El día que lo vio abalanzarse sobre Serre, uno de sus hermanos pequeños, en una pelea fraternal, desarrolló un saludable respeto por sus habilidades.
Esa noche, Dev llevaba una camiseta negra de manga corta que no cubría el arco doble y la flecha, la marca de Artemisa, que lucía en el bíceps para reírse de los daimons y los apolitas que se dejaban caer de vez en cuando por el bar. Estaba jugando al póquer con Rudy, uno de los humanos empleados en el bar, que no tenía ni idea de que la mitad de las «personas» que pululaban por allí eran animales que caminaban a dos patas.
Rudy se había recogido el pelo negro y liso en una coleta y su curtido rostro no dejaba lugar a dudas de lo dura que había sido la vida del ex presidiario. Tenía una poblada barba negra y, hasta donde alcanzaba la vista, su cuerpo estaba cubierto por un colorido tatuaje.
El tipo era bastante espeso y, a diferencia de los katagarios que habían hecho del Santuario su hogar, no era atractivo. De hecho, esa era la forma más rápida de distinguir a los humanos de los animales. Dado que su raza valoraba la belleza por encima de todo, era muy raro encontrar a uno de los suyos que careciera de esa cualidad.
Al igual que sus hermanos, Dev tenía el pelo largo, rubio y rizado. Y como de costumbre lo llevaba suelto y le llegaba a media espalda. Para completar el conjunto, llevaba unos desgastados vaqueros muy ajustados y botas negras.
—¿Qué tal, lobo? ¿Estás bien? —lo saludó al tiempo que ladeaba la cabeza.
Él se encogió de hombros mientras se acercaba a ellos.
—Un poco cansado, nada más.
—¿Qué tal si te echas una siestecita en casa? —sugirió Dev al tiempo que cogía dos cartas más.
La casa de los Peltier estaba pegada al bar. Y era allí donde podían retomar su forma animal sin temor a que nadie los descubriera. Los Peltier tenían más sistemas de seguridad que Fort Knox, y al menos dos miembros de la familia montaban guardia siempre para evitar que se colara un intruso, humano o de otra clase.
—Estoy bien —contestó. Trabajaba en el bar para ganarse su sustento y el de Fang. Lo último que quería era que alguien lo acusara de vivir de la caridad del clan de los osos, de modo que trabajaba todos los días durante diez horas—. Le dije a Nicolette que sustituiría a Cherise esta noche en la barra.
—Sí —dijo Rudy mientras le daba una calada a su cigarrillo antes de recolocar sus cartas—. Cherise está deseando irse a casa. Nick va a llevarla a Antoine’s para celebrar su cumpleaños.
Se le había olvidado que era el cumpleaños de la humana. Por alguna razón, los humanos le daban mucha importancia. Tal vez porque tenían muy pocos.
Se despidió y se encaminó hacia la barra. Pasó junto a Wren, el único leopardo blanco katagario que conocía y que en esos momentos estaba limpiando las mesas. Marvin, el mono (el único animal del Santuario que no podía adoptar forma humana), se había encaramado a su hombro y se aferraba con fuerza al cabello rubio del katagario.
Esos dos mantenían una relación muy extraña. Al igual que en su caso, Wren había acudido a los Peltier como un exiliado. Era un tipo muy reservado que rara vez hablaba con alguien que no fuese Marvin. Sin embargo, los ojos del leopardo tenían un brillo letal que advertía a todo el que lo mirara que era mejor dejarlo tranquilo si quería seguir con vida.
Wren levantó la vista cuando pasó a su lado, pero no dijo nada.
—¡Hola, Vane! —lo saludó Cherise Gautier, con una sonrisa radiante. Era una rubia muy bonita de cuarenta y pocos años. Su sempiterna sonrisa y su enorme corazón se ganaban a todo el mundo—. ¿Estás bien, cariño? Pareces cansado.
Aún le sorprendía lo intuitiva que era Cherise para ser una humana. Alzó la parte del mostrador que daba acceso a la zona de camareros.
—Estoy bien —le contestó, aunque distaba mucho de ser cierto.
Tenía la sensación de que le faltaba algo. De que debía volver con Bride.
¡Menuda tontería!
—¿Estás seguro? —le preguntó la mujer.
Ella percibía su preocupación. Y eso lo incomodaba muchísimo. Nadie se había preocupado nunca por él, salvo sus hermanos.
Cherise era una humana muy rara.
La observó mientras se echaba al hombro el paño blanco con el que había estado limpiando la barra.
—¿Sabes? Mi hijo es más o menos de tu edad…
Tuvo que contener una carcajada al escucharla. Nick Gautier tenía veintiséis años humanos y él cuatrocientos sesenta. Pero, claro, Cherise no tenía ni idea de su verdadera edad. Y tampoco sabía que su hijo trabajaba para los Cazadores Oscuros, que eran cazavampiros inmortales.
—Además, sé que los jóvenes os exigís demasiado. Tienes que cuidarte mejor, cariño. Seguro que no has descansado ni un solo día desde que Mamá Peltier te contrató. ¿Por qué no te tomas la noche libre para variar y vas a divertirte por ahí?
—No pasa nada —contestó en voz baja al tiempo que le quitaba el paño del hombro—. Lo tengo todo controlado. Además, Rudy me ha dicho que es tu cumpleaños.
Cherise resopló.
—Soy demasiado vieja para andar celebrando cumpleaños. Me gustaría más ver cómo te diviertes ahora que todavía eres joven.
—Eso, eso —dijo Kyle Peltier, el más pequeño de los osos, mientras salía del almacén con una enorme cesta llena de vasos limpios. Tenía la misma edad que Nick y seguía en plena adolescencia, ya que los katagarios no alcanzaban la madurez hasta pasados los veinte—. ¿Por qué no disfrutas de los seis segundos que te quedan de juventud, Vane?
Como respuesta, le enseñó el dedo anular y luego instó a Cherise a que cogiera su bolso.
—Vete a casa, Cherise.
—Pero…
—Vete a casa —gruñó— y disfruta de tu cumpleaños.
Ella suspiró y le dio una palmadita en el brazo.
—Está bien. —Cogió su chaqueta y el bolso de debajo del mostrador.
—Yo te abro —dijo Kyle, que levantó la barra del bar para que pudiera salir.
—Gracias.
Mientras el oso se marchaba para ayudar a Wren a limpiar las mesas, comenzó a colocar los vasos en su sitio.
Colt Teodorakopolo se acercó a la barra. El arcadio Ursos era igual de alto que él y le cayó gordo nada más conocerlo. Aunque, para ser sinceros, Colt parecía un tipo bastante decente. Su padre había muerto cuando su madre estaba embarazada de él. Consciente de que moriría en cuanto su hijo naciera, acudió al Santuario y suplicó a los Peltier que criaran a su hijo por ella.
Hasta donde sabía, Colt jamás había conocido a otro arcadio oso. Además, su condición de centinela debería ser patente por la marca identificativa que todos ellos llevaban en un lado de la cara (unos dibujos geométricos que aparecían en la piel de forma permanente cuando el centinela alcanzaba la madurez). Pero Colt, al igual que muchos otros centinelas que vivían alejados de sus clanes o recluidos, había elegido ocultar las marcas de la misma manera que ocultaba sus poderes.
Nadie sabía lo poderoso que era Colt hasta que se enfrentaba a él. Y para entonces ya era demasiado tarde.
Un centinela de incógnito era algo muy peligroso.
A diferencia de los otros osos, Colt tenía el pelo negro y corto y una apariencia muy pulcra.
—Ponme un whisky —le dijo—. Y guárdate el garrafón humano.
Asintió con la cabeza al escuchar la frase que indicaba que el arcadio quería el licor fuerte que tumbaría a un humano de un solo trago. Dado que su especie tenía un metabolismo mucho más rápido, podían ingerir una mayor cantidad de alcohol.
Le sirvió un whisky doble y lo dejó en la barra frente a él. En cuanto apartó la mano del vaso, sintió una extraña quemazón.
Siseó y se sopló la palma. Se acercó a una de las lámparas que iluminaba la barra para ver qué se había hecho.
Mientras miraba, vio cómo le aparecía en la piel un extraño diseño en espiral.
—Mierda —dijo entre dientes, observando el dibujo a medida que se hacía más nítido.
Colt pasó por debajo de la barra y se puso a su espalda. Lo que vio lo dejó boquiabierto.
—¿Estás emparejado? —le preguntó con incredulidad—. ¿Quién es la afortunada loba?
Vane seguía observando el dibujo, incapaz de respirar. Aquello no tenía sentido.
—Es imposible.
Colt se echó a reír.
—Vale, tío, eso mismo es lo que dijo Serre cuando le pasó a él. Créeme, nos pasa a los mejores.
—No —replicó, mirando al oso a los ojos—. Es humana. Yo soy un lobo. No puedo estar emparejado con una humana. Es imposible.
El arcadio se quedó pálido cuando comprendió la situación en la que se encontraba.
—Menuda putada, tío. No es muy frecuente, pero sé que pasa de vez en cuando entre los arcadios —le dijo.
—Yo no soy arcadio —masculló. No había nada humano en su interior. Nada.
Colt le cogió la mano y la levantó hasta que quedó a la altura de sus ojos.
—Puedes luchar contra esto todo lo que quieras, Vane, pero tendrás que asumirlo. Tu cuenta atrás ha empezado. Tres semanas. O reclamas a la humana o pasarás el resto de la vida sin volver a sentir las caricias de una mujer.
—¡Ay! —exclamó Bride al sentir que le ardía la mano. La apretó contra el vaso de agua que tenía delante.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Mina al tiempo que cogía otra ostra y se la llevaba a la boca.
—No lo sé —contestó—. Me duele la mano.
Tabitha tocó su plato.
—No está caliente. ¿Te has cortado con alguna ostra?
—No —respondió mientras giraba la mano para ver qué le pasaba. Tenía un bonito dibujo en la palma que le recordaba a los antiguos diseños griegos—. ¿Qué narices…?
Mina frunció el ceño al verlo.
—¿Te has hecho un tatuaje de henna?
—No, no me he hecho nada. Os lo juro. Hasta hace cinco segundos, no tenía nada.
Tabitha se inclinó hacia ella para echarle un vistazo.
—Qué raro —dijo—. Y para que yo diga eso…
Desde luego. Porque Tabitha Devereaux era el epítome de las rarezas.
—¿Has visto algo así alguna vez? —le preguntó.
—No. Es posible que tengamos una alucinación colectiva. Algo así como la teoría de Platón. Tal vez vemos lo que realmente queremos ver, aunque en realidad no haya nada en la palma de tu mano.
Mina resopló mientras aderezaba una ostra con salsa de Tabasco.
—Tabby, que tú estés loca no quiere decir que las demás también lo estemos.
Bride se echó a reír.
Trazó el dibujo de su palma con un dedo mientras se preguntaba cómo narices habría aparecido.
Colt miró a Vane con cara de pocos amigos.
—Oye, ya sé que no me tragas. Pero yo te cubro en el bar. Tú ve en busca de tu mujer.
—No necesito que…
—¡No seas tan cabezón! —exclamó el arcadio entre dientes—. Tienes a una pareja ahí fuera, Vane. Y ya seas arcadio o katagario, sabes muy bien cuál es la única ley que nos gobierna. La seguridad de tu pareja está por encima de todo lo demás.
Colt tenía razón y lo sabía. El animal que llevaba dentro se debatía contra su mitad humana. Quería a su pareja. Le exigía que la reclamara.
Su mitad humana y su mitad animal normalmente coexistían en un equilibrio muy frágil. Los cambios hormonales y el estrés podían alterarlo con facilidad y eso lo convertía en un ser muy peligroso. Si su parte animal se hacía con el control…
Muchos miembros de su especie, tanto machos como hembras, se rendían a su mitad animal. Incapaces de controlarla, se volvían locos y se convertían en asesinos despiadados que mataban a cualquiera que se interpusiera en su camino. Era algo similar a contraer la rabia y no tenía cura.
Por ese motivo los arcadios tenían centinelas. Su trabajo consistía en dar caza a aquellos que no controlaban su alma animal. A los asesinos. Por supuesto que los arcadios eran bastante literales a la hora de aplicar el término. Prácticamente cualquier katagario que se cruzara en su camino era un asesino… con o sin pruebas.
—Vete, Vane —insistió Colt al tiempo que lo empujaba hacia puerta.
El arcadio tenía razón. No tenía sentido que se rebelara con su naturaleza. Era una lucha que no podría ganar jamás.
Le dio el paño a Colt y salió del bar sin más demora.
Una vez en la calle y tras asegurarse de que nadie podía verlo, adoptó su forma de lobo. A diferencia de su hermano, su pelaje era totalmente blanco. También era más grande. Pesaba sus buenos sesenta y cinco kilos.
Razón por la que los miembros de su manada lo temían cuando estaba en su forma animal. Por muy poderosos que fueran, él lo era todavía más. Y la jerarquía le importaba muy poco.
Sí, era un animal; pero, aunque quisiera negarlo, en el fondo era lo bastante humano como para no seguir ciegamente las órdenes de nadie.
Había nacido para ser un alfa y todo el que se acercaba a él se daba cuenta.
Atravesó las calles de Nueva Orleans a toda carrera, aunque tomó la precaución de avanzar entre las sombras. Mucho tiempo atrás había descubierto que los humanos solían confundirlo con un enorme perro, pero lo único que le hacía falta era que lo persiguieran los perreros…
El historial de sus encuentros era bastante largo, pero ninguno había acabado demasiado bien para los humanos.
No tardó mucho en llegar a Iberville Street y al Acme Oyster House donde había dejado a Bride. Se levantó sobre las patas traseras y se pegó al cristal para ver el interior. Bride estaba sentada a una mesa con otras dos mujeres.
Una tenía el pelo cobrizo y una cicatriz irregular en una de las mejillas. De no ser por esa fea marca, habría sido muy atractiva. La otra era una morena que se parecía mucho a la anterior.
Aunque ninguna de ellas, ambas delgadas, despertó su libido.
Eso solo lo conseguía Bride. Nada más verla se le encogió el estómago y le provocó una dolorosa punzada de deseo. Tal vez fuera humana, pero una de sus sonrisas encerraba más magia que la que poseía su manada en conjunto.
Era arrebatadora. Y la simple visión de sus labios tenía un efecto sorprendente en su cuerpo.
En su corazón…
Las tres charlaban y se reían mientras daban buena cuenta de una bandeja de ostras. Ninguna parecía consciente de que hubiera algo distinto en Bride.
Quizá no fuera su pareja después de todo.
Claro que era absurdo pensarlo. La marca solo aparecía después de que un katagario se hubiera acostado con su pareja, y además en un lapso de tiempo bastante breve. No había estado con ninguna otra mujer desde hacía meses.
No podía ser otra.
Las marcas de la mano de Bride serían idénticas a las suyas. Eran un emblema que representaba su linaje paterno y que solo sería descifrable para un miembro de su raza.
Aunque claro, tal vez la cosa fuera distinta porque Bride era humana. ¿Y si la marca de emparejamiento no tenía un efecto vinculante en una humana?
La posibilidad lo dejó petrificado.
Estaría bien jodido… O todo lo contrario, más bien…
La única esperanza de tener familia propia radicaba en su habilidad de reclamar a su pareja.
Pero ella debía estar dispuesta…
Bride y sus amigas se levantaron y caminaron hacia la salida del restaurante.
Se agazapó mientras intentaba decidir qué hacer.
—En serio, Bride —estaba diciendo la morena, que fue la primera en salir—, nuestra hermana Tia puede lanzarle un hechizo a cualquiera. No tienes más que decirlo y convertiremos a Taylor en un eunuco.
Bride se echó a reír por el comentario.
—No me tientes.
La chica de la cicatriz se detuvo al verlo escondido entre las sombras.
—Hola, precioso —le dijo con dulzura al tiempo que le acercaba la mano para que se la oliera—. ¿Quieres que Tabby te acaricie detrás de las orejas?
—¡Tabitha! —masculló la otra mujer—. Deja de acariciar a los perros vagabundos. No me extrañaría que un día de estos pillaras la rabia.
—No tiene la rabia —intervino Bride.
—¿Lo ves? —replicó la tal Tabitha—. Y la hija de un veterinario debe saberlo muy bien.
Bride le tendió la mano.
Él se acercó de inmediato y la olisqueó. Su excitante olor lo atravesó y se le subió a la cabeza… refrescando los recuerdos de ese cuerpo rendido por completo a él. De sus gemidos de placer…
La obligó a abrir la mano con el hocico para confirmar así que sus temores se habían convertido en realidad.
Estaba marcada.
¡Joder!
«Y ahora ¿qué?», se preguntó.
—Le gustas, Bride.
Tabitha no tenía ni idea de la verdad que encerraban sus palabras.
—Yo creo que lo que le gusta es el sabor de las ostras —dijo Mina con una carcajada.
Bride se arrodilló delante de él para acariciarle las orejas. Le tomó la cabeza con las manos y lo estudió con detenimiento.
—Creo que es un lobo.
—¿Un lobo? —preguntó Tabitha—. ¿Estás loca? ¿Cómo va a aparecer un lobo en la ciudad? Además, es demasiado grande para ser un lobo.
—Pues sí que eres grande, ¿verdad? —le preguntó Bride mientras él le olisqueaba el rostro. Levantó la vista hacia su amiga—. A pesar de lo que suele creer la gente, Tabby, los lobos son los cánidos de mayor tamaño. Aunque creo que este es un cruce.
Si ella supiera…
Bride se puso en pie y se alejó con sus amigas.
Él la siguió. En forma de lobo era una compulsión. Su mitad humana tenía muy poco control sobre sus acciones. Seguía comprendiendo y escuchando, pero era el animal quien lo controlaba.
Mientras estuviera en esa forma, era salvaje y letal.
Bride sintió un escalofrío en la espalda. Era una sensación muy rara. Se detuvo y echó un vistazo por encima del hombro. El lobo blanco la estaba siguiendo. Habría jurado que sus ojos eran exactamente del mismo tono verdoso que los de Vane, y ese modo de mirarla…
El modo de mirarlas a las tres…
Parecía comprender a la perfección lo que decían y hacían.
Era de lo más raro.
Tabitha y Mina la acompañaron de vuelta a la tienda.
—¿Estás segura de que no quieres quedarte esta noche en mi casa? —le preguntó Mina—. Puedo mandar a mi chico a paseo.
—O en mi apartamento —se ofreció Tabitha—. Yo no tengo que mandar a paseo a nadie y, desde que Amanda se llevó mi perro y Allison se buscó una compañera de piso más cuerda y fiable, tengo todo el espacio para mí sólita.
—¿No vivía María contigo? —le preguntó su hermana.
—Qué va —contestó Tabitha—. Tiene sus cosas en el apartamento, pero pasa todo el tiempo en casa de su novio. Ya no le veo el pelo.
La amabilidad de sus amigas le arrancó una sonrisa.
—No pasa nada, chicas. Tengo que acostumbrarme a volver a estar sola. De verdad. Solo quiero acurrucarme con un buen libro y olvidar.
Aunque resultaba de lo más inquietante que solo tuviera que pensar en Vane para olvidarse de Taylor de un plumazo.
Tal vez su «encuentro» con Vane hubiera sido positivo después de todo.
—¡Ya lo tengo! Sueña con el tío que has conocido —sugirió Tabitha, guiñándole un ojo.
El oportuno comentario le hizo fruncir el ceño. Claro que Tabitha proclamaba que era capaz de leer las mentes de los demás. En momentos como ese, casi podía creerlo.
—Eso —convino Mina—. Tal vez se deje caer otra vez por aquí.
Suspiró con pesar.
—Me da que ya no volveré a ver más a don Cañón.
Mina le dio un abrazo fraternal.
—Llámame si me necesitas.
—Lo haré. Gracias.
Tabitha también la abrazó y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Que no se te olvide: si quieres que le parta las piernas a Taylor, tengo la llave inglesa perfecta y no le diré a la prensa quién me pagó para que lo hiciera.
Se echó a reír, agradecida por contar con su amistad y su apoyo cuando más lo necesitaba.
—Estás como una cabra.
—Pero lo digo en serio. Si cambias de opinión, dale a la marcación rápida. Puedo plantarme en su casa en menos de veinte minutos.
—¡Ja! —exclamó Mina—. ¿Con tu forma de conducir? Estarás allí en menos de diez, y eso solo si pinchas una rueda y vas en dirección contraria.
Meneó la cabeza mientras escuchaba sus pullas y se sacó las llaves del bolsillo para abrir la puerta lateral que daba acceso al patio y a la escalera de hierro forjado emplazada en la parte trasera. La tienda ocupaba toda la planta baja del edificio, pero su abuela había convertido los otros tres pisos en apartamentos. La escalera trasera conducía a dichos apartamentos. Además, había un minúsculo estudio en la parte más alejada, cerca del garaje, que hacía las veces de establo en la época en la que la ciudad aún no estaba pavimentada.
Ella había vivido en el apartamento más amplio del último piso hasta que Taylor la convenció para que se fuera a vivir con él. En ese momento, todos los apartamentos estaban alquilados salvo el diminuto estudio. Era tan pequeño que siempre le había parecido un fraude cobrar un alquiler por él, de modo que lo utilizaba como trastero.
Y a partir de ese momento se convertiría en su hogar, dulce hogar para una temporadita.
Volvió a sentir ganas de llorar, pero se negó. Si lo peor que le había pasado en la vida era que Taylor la dejara, podía sentirse afortunada.
Aunque le doliera. Y mucho.
Cuando Mina y Tabitha se marcharon, el lobo se acercó y alzó la cabeza para mirarla.
—Eres precioso —dijo y se agachó para volver a rascarle detrás de las orejas.
El lobo le lamió la mano antes de restregarse contra sus piernas como lo haría un gato.
—Vamos —dijo, señalando hacia el patio con la cabeza—. La verdad es que no quiero estar sola y tú tienes toda la pinta de necesitar un lugar calentito y seco para pasar la noche.
Cuando el lobo atravesó la puerta, ella la cerró y se encaminó al antiguo establo remodelado y convertido en apartamento.
A pesar de lo desdichada que se sentía, agradecía enormemente poder disponer del diminuto lugar, porque de otro modo habría tenido que pasar esa noche en un hotel. O, lo que era peor, en casa de sus padres. Los quería muchísimo, pero no estaba de humor para responder a sus preguntas ni para aguantar la cara de su madre mientras se quejaba de que no tendría más nietos mientras ella no se casara.
Al menos allí tendría un poco de paz.
Tal vez.
Abrió la puerta y encendió las luces. Por suerte, el apartamento tenía agua corriente y electricidad, ya que la instalación era la misma que la de la tienda.
El lobo titubeó en la puerta al ver el montón de cajas y obras de arte.
—Vaya, vaya —le dijo de broma—, ¿estamos quisquillosos?
De no saber que era imposible, habría jurado que el lobo negó con la cabeza antes de entrar en el apartamento y comenzar a olisquear las cajas.
Una vez que cerró la puerta, se acercó al polvoriento escritorio, donde dejó las llaves. Después quitó la sábana que cubría el sofá y se puso a toser como una loca a causa de la nube de polvo que el movimiento provocó.
—Te odio con todas mis fuerzas, Taylor —dijo en voz baja al tiempo que estornudaba—. ¡Y espero que te atragantes con el tanga de tu escuálida novia!
Como si se hubiera percatado de su tristeza, el lobo se acercó y se restregó contra ella. Sin pensárselo dos veces, se sentó en el suelo y lo abrazó con fuerza.
El animal no emitió la menor protesta cuando se echó a llorar y le empapó su blanco pelaje. Se limitó a quedarse sentado con el hocico sobre su hombro mientras ella daba rienda suelta a su dolor.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para creerse enamorada de Taylor? ¿Por qué le había dedicado tanto tiempo cuando él solo la había estado utilizando?
¿Tan desesperada estaba por que alguien la quisiera que se había dejado engañar?
—Solo quería que alguien me quisiera —le susurró al lobo—. ¿Qué tiene eso de malo?
Vane era incapaz de respirar por el fuerte abrazo de Bride mientras sus palabras se le clavaban en el alma. Además, comprendía a la perfección lo que ella quería decir. Rechazado por todos salvo por sus hermanos, sabía que lo único que lo había salvado de convertirse en el omega de la manada había sido su disposición a matar a cualquiera que intentase siquiera utilizar a Fang o a él como chivos expiatorios.
Les había plantado cara cada vez que intentaban desquitarse con ellos. Además, cuándo alcanzó la madurez, su tamaño era tal que nadie se atrevió a volver a desafiarlo.
Ni siquiera su padre.
¿Cómo podían haberle hecho tanto daño a Bride? El corazón comenzó a latirle muy deprisa mientras su parte animal clamaba venganza contra el tipo causante de sus lágrimas.
No alcanzaba a comprender qué clase de hombre podría dejarla marchar de forma voluntaria. Una vez que su raza se emparejaba, lo hacía de por vida. Era un vínculo inquebrantable.
Y después de haber confirmado que ella era su pareja predestinada, tenía la obligación moral de protegerla hasta que ella lo aceptara y decidiera completar el ritual de emparejamiento o se separasen.
La última opción no tendría repercusiones sobre ella. Pero como katagario que era, él jamás podría volver a copular con otra hembra mientras Bride viviera.
Algo totalmente inaceptable a sus ojos. Vane Kattalakis no estaba hecho para el celibato forzoso. La simple idea de pasar décadas como un eunuco lo ponía de muy mala leche.
Pero ¿cómo iba a aceptar una humana a un animal como su pareja?
¡Putas Moiras! Eran unas zorras infames que vivían para hacer sufrir a los demás.
El teléfono sonó. Bride lo soltó para contestar y él aprovechó para curiosear por la diminuta y atestada habitación. El lugar era deprimente.
—Hola, Tabby —dijo ella, mientras quitaba la sábana que cubría una mesa, tirando una caja en el proceso.
Con un aullido lastimero, saltó hacia un lado para esquivarla.
Bride le dio unas palmaditas en la cabeza antes de mover la caja.
—Sabes que no tienes que hacerlo, ¿verdad? —Se percató de que estaba un tanto irritada con su amiga, pero también agradecida—. Vale, voy a abrirte. —Colgó, cogió las llaves y abrió la puerta.
La siguió hasta la verja que daba a la calle. Después de abrir la puerta, Bride dejó pasar a Tabitha, que aguardaba con un carrito lleno de bolsas.
—¡Madre mía! —exclamó Bride al ver las bolsas—. ¿Qué es todo esto?
Tabitha se encogió de hombros.
—Solo unas cuantas cosillas que toda mujer debería tener. —Le tendió un paquete de seis Corona Light antes de transponer la puerta con el carrito en ristre.
Bride cerró la puerta y la siguió.
Y él lo hizo el último.
Ya de vuelta al interior del minúsculo apartamento, Tabitha le sonrió.
—Me olía que seguirías por aquí. —Sacó un hueso de la bolsa que estaba en lo alto y lo desenvolvió.
Se encogió para sus adentros cuando la vio dejarlo en el suelo. Ni muerto iba a metérselo en la boca.
Desvió la mirada hacia Bride. A ella sí que le hincaría el diente…
Bride estaba observando a su amiga con los brazos en jarras.
—Tabitha…
—No te molestes, Bride. Como nueva incorporación a la asociación de mujeres sin novio y sin intención de repetir la experiencia, sé que lo último que te hace falta es quedarte sola esta noche. —Sacó un juego de sábanas de seda de una bolsa.
—¿Qué tienes ahí?
—Ya te lo he dicho, unas cosillas. Y hay de todo. Donuts Krispy Kreme, cerveza, refrescos, caracolas rellenas de crema, patatas fritas, salsas variadas y suficientes películas con tíos buenorros como para hundir el Titanic. Es el momento adecuado de darse un atracón de macizos que no pueden romperte el corazón —concluyó, tendiéndole una bolsita.
Bride meneó la cabeza.
—Gracias, Tabby. No sabes lo que esto significa para mí.
—A mandar.
Se sentó para observarlas mientras Tabitha preparaba la tele y el vídeo y Bride abría las cajas donde estaban los platos y los cubiertos.
—Me alegro de haber guardado todo esto —dijo Bride al tiempo que le quitaba el polvo a una caja y le daba la vuelta para utilizarla de mesita delante de la tele—. Taylor no quería que mis cosas se mezclaran con las suyas. Eso debería haberme abierto los ojos, ¿no?
Le costó la misma vida permanecer en su forma animal. El deseo de consolarla era tremendo, pero no se atrevía a hacerlo. Sobre todo, con Tabitha presente.
—No le des más vueltas, cariño —dijo la susodicha al tiempo que abría una cerveza sin necesidad de abridor y se la tendía a Bride—. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero ¿sabes una cosa? Si miras el lado positivo, te darás cuenta de que no te ha dejado porque te falte un tornillo.
—A ti no te falta un tornillo.
Tabitha dejó escapar una carcajada incrédula al escucharla.
—Vale, lo que tú digas. Salvo Amanda, el resto de mi familia necesita pasar por una ferretería. Pero al menos somos entretenidas.
Bride la fulminó con la mirada.
—¿Mina te ha oído decir eso?
—¿Mina? Pero ¡si está peor que yo! ¿Es que no has visto su colección de reliquias cazavampiros? No me extrañaría ni un pelo que fuese ella quien hizo esa puja anónima en Sotheby’s durante la subasta de aquel lote de finales del XIX. —Se metió un donuts entero en la boca y se lo tragó tal cual.
Bride frunció la nariz al verlo.
—Por favor, dime cómo consigues estar tan delgada con todo lo que te metes entre pecho y espalda. Yo me como media magdalena y engordo diez kilos. Esta noche te has zampado más de lo que yo como en una semana.
Tabitha se lamió el azúcar de los dedos.
—Lo mismo dice Amanda.
—¿En serio? Sois gemelas y está tan canija como tú.
—Sí, pero pesa cinco kilos más que yo y me odia por eso. Aunque no sé por qué os quejáis, vosotras al menos tenéis tetas. Yo tengo el cuerpo de un niño de doce años.
Bride resopló.
—Pues nos cambiamos cuando quieras.
Ese comentario le arrancó un gruñido. Lo último que quería era a una pareja escuálida. Bride no tenía nada de malo y, de estar en su forma humana, le demostraría el efecto que ejercían en él sus voluptuosas curvas.
Por desgracia, primero tenía que librarse de su amiga.
—¿Te pasa algo, chico? —le preguntó Tabitha al tiempo que se acercaba.
Él se alejó y, en cambio, se acercó a Bride.
Tabitha lo miró boquiabierta.
—¡Pero, bueno! Rin Tin Tin acaba de rechazarme… Creo que te has hecho con un amigo para toda la vida, Bride. Espera a que se entere de la máxima de tu padre: «Si los quieres, cápalos».
Eso le provocó un estremecimiento involuntario.
No serían capaces de…
—Calla, Tabby, que vas a asustarlo. —Bride lo miró y le acarició el hocico—. Pero tienes razón, no está castrado.
Ni lo estaría nunca, obviamente.
—Debería llevarlo mañana a la consulta de mi padre para que le eche un vistazo.
—¿Eso quiere decir que te lo vas a quedar? —le preguntó Tabitha.
Bride le levantó la cabeza para poder mirarlo a los ojos.
—¿Qué le parece a usted, don Lobo? ¿Quiere quedarse conmigo una temporadita?
Ni se imaginaba cuánto. Si se salía con la suya, sería un compañero permanente.