Jacky Jakes y Georgy estaban en Buffalo y por primera vez se hospedaban en el apartamento de Marga. Greg y Lev también estaban allí, y el Día de la Victoria sobre Japón —el miércoles 15 de agosto— todos ellos salieron a Humboldt Park. Los senderos del parque estaban repletos de parejas pletóricas y había cientos de niños chapoteando en el estanque.
Greg estaba feliz y orgulloso. La bomba había funcionado. Los dos artefactos que se habían lanzado en Hiroshima y Nagasaki habían sembrado una devastación escalofriante, pero habían puesto un raudo final a la guerra y habían salvado miles de vidas estadounidenses. Greg había formado parte de ello. Gracias a todo lo que habían hecho, Georgy crecería en un mundo libre.
—Ya tiene nueve años —le dijo Greg a Jacky. Estaban sentados en un banco, hablando, mientras Lev y Marga se llevaban al niño a comprar helado.
—Casi no puedo creerlo.
—Me pregunto qué será de mayor.
—No va a ser nada estúpido, como actor o un maldito trompetista —dijo Jacky con brusquedad—. Es muy inteligente.
—¿Te gustaría que fuese catedrático, como tu padre?
—Sí.
—En tal caso… —Greg había estado preparando el terreno para eso, y le inquietaba la posible reacción de Jacky—, debería ir a una buena escuela.
—¿Habías pensado en algo?
—¿Qué te parecería un internado? Podría ir al mismo que yo.
—Sería el único alumno negro.
—No tiene por qué. Cuando yo estudiaba allí había un chico de color, un indio de Delhi que se llamaba Kamal.
—Solo uno.
—Sí.
—¿Se burlaban de él?
—Claro. Lo llamábamos «Camello», pero al final los chicos se acostumbraron y llegó a hacer amigos.
—¿Qué fue de él? ¿Lo sabes?
—Acabó siendo farmacéutico. He oído decir que ya tiene dos drugstores en Nueva York.
Jacky asintió con la cabeza. Greg vio que no se oponía a su plan. La chica venía de una familia culta y, aunque ella se había rebelado y se había apartado de ese ambiente, creía en el valor de una buena educación.
—¿Y la matrícula de ese internado?
—Podría pedírselo a mi padre.
—¿La pagaría?
—Míralos. —Greg señaló hacia el sendero. Lev, Marga y Georgy volvían ya del carrito de los helados. Lev y el niño caminaban juntos, de la mano, comiéndose un cucurucho cada uno—. Mi padre, tan conservador él, dándole la mano a un niño de color en un parque público. Créeme, pagará la matrícula del internado.
—La verdad es que Georgy no acaba de encajar en ningún sitio —dijo Jacky, algo preocupada—. Es un niño negro con un padre blanco.
—Ya lo sé.
—La gente del edificio de tu madre cree que soy la criada… ¿Lo sabías?
—Sí.
—Yo he tenido la precaución de no sacarlos de su error. Si creyeran que tienen a unos negros invitados en el edificio podría haber problemas.
Greg suspiró.
—Lo siento, pero tienes razón.
—La vida de Georgy será dura.
—Ya lo sé —repuso Greg—. Pero nos tiene a nosotros.
Jacky le dirigió una de sus desacostumbradas sonrisas.
—Sí —dijo—. Eso ya es algo.