III

Volodia fue incapaz de emborrachar a Woody Dewar.

Sentados en el bar del hotel Moskvá puso un vaso de vodka delante del joven norteamericano.

—Te gustará —le dijo con un acento inglés de colegial—, es el mejor.

—Muchas gracias —dijo Woody—. Te lo agradezco. —Y no tocó el vaso.

Woody era alto, larguirucho y tan honrado que casi parecía ingenuo, motivo por el que Volodia lo había elegido como objetivo.

—¿Es Peshkov un apellido común en Rusia? —preguntó Woody a través del intérprete.

—No especialmente —contestó Volodia en ruso.

—Soy de Buffalo, una ciudad en la que hay un empresario muy famoso llamado Lev Peshkov. Me pregunto si sois familiares.

Volodia se sobresaltó. El hermano de su padre se llamaba Lev Peshkov y había emigrado a Buffalo antes de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la prudencia lo hizo actuar con precaución.

—Tendría que preguntárselo a mi padre —dijo.

—Estudié en Harvard con el hijo de Lev Peshkov, Greg. Podría ser tu primo.

—Es posible. —Volodia miró con nerviosismo a los espías de la policía que había en la mesa. Woody no entendía que cualquier vínculo con alguien de Estados Unidos podía convertir en sospechoso a un ciudadano soviético—. Mira, Woody, en este país se considera un insulto que alguien rechace una bebida.

Woody sonrió con amabilidad.

—En Estados Unidos no —replicó.

Volodia cogió su vaso y miró a los policías secretos que fingían ser funcionarios y diplomáticos.

—¡Un brindis! —dijo—. ¡Por la amistad entre Estados Unidos y la Unión Soviética!

Los demás levantaron los vasos. Woody hizo lo propio.

—¡Por la amistad! —repitieron los presentes al unísono.

Todos bebieron salvo Woody, que dejó el vaso sin haber probado el vodka.

Volodia empezaba a sospechar que no era tan ingenuo como parecía.

Woody se inclinó sobre la mesa.

—Volodia, tienes que entender que no conozco ningún secreto. Tengo un rango demasiado bajo.

—Yo también —dijo Volodia, lo cual distaba mucho de ser verdad.

—Lo que intento decirte es que puedes preguntarme lo que quieras. Si sé la respuesta, te la diré. Eso puedo hacerlo porque todo lo que sé no puede ser un secreto, de modo que no es necesario que me emborraches ni que me envíes prostitutas a la habitación. Puedes preguntármelo directamente.

Volodia creía que era una especie de truco. Nadie podía ser tan inocente. Sin embargo decidió seguirle la corriente a Woody. ¿Por qué no?

—De acuerdo —dijo—. Necesito saber qué queréis. No tú personalmente, claro, sino tu delegación, el secretario Hull y el presidente Roosevelt. ¿Qué esperáis obtener de esta conferencia?

—Queremos que apoyéis el Pacto Cuatripartito.

Era la respuesta esperada, pero Volodia decidió insistir.

—Eso es lo que no entendemos. —Ahora era él quien se mostraba ingenuo, quizá más de lo que debía, pero el instinto le decía que debía arriesgarse y abrirse un poco—. ¿A quién le importa un pacto con China? Lo que tenemos que hacer es derrotar a los nazis en Europa. Queremos que nos ayudéis a lograrlo.

—Y lo haremos.

—Eso decís, pero también afirmasteis que invadiríais Europa este verano.

—Bueno, invadimos Italia.

—Con eso no basta.

—Francia el año que viene. Lo hemos prometido.

—Entonces, ¿de qué os sirve el pacto?

—Bueno. —Woody hizo una pausa para ordenar sus pensamientos—. Tenemos que demostrarle al pueblo norteamericano que invadir Europa beneficiaría sus intereses.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué tenéis que explicárselo a la gente? Roosevelt es el presidente, ¿no? ¡Tendría que limitarse a dar la orden y listo!

—El año que viene hay elecciones y quiere que lo reelijan.

—¿Y?

—El pueblo norteamericano no lo votará si cree que ha implicado al país en la guerra de Europa de forma innecesaria. De modo que quiere transmitir el mensaje de que la intervención militar forma parte de un plan general para lograr la paz mundial. Si firmamos el Pacto Cuatripartito, para demostrar que nuestro apoyo a la Organización de las Naciones Unidas va en serio, entonces es más probable que los votantes norteamericanos acepten que la invasión de Francia es un paso más del camino para conseguir la paz mundial.

—Es increíble —dijo Volodia—. ¡Roosevelt es el presidente y, sin embargo, tiene que estar inventándose excusas continuamente para justificar todo lo que hace!

—Por ahí van los tiros —dijo Woody—. Lo llamamos democracia.

Volodia tenía la sensación de que esa increíble historia podía ser cierta.

—Así pues, el pacto es necesario para convencer a los votantes americanos de que presten su apoyo a la invasión de Europa.

—Exacto.

—Entonces, ¿por qué necesitamos a China? —Stalin recelaba especialmente de la insistencia de los Aliados para incluir a Pekín en el pacto.

—China es un aliado débil.

—Pues no le hagamos caso.

—Si los dejamos de lado, tal vez no muestren tanto fervor en la lucha contra los japoneses.

—¿Y?

—Tendremos que aumentar las fuerzas en el Pacífico y ello nos debilitará en Europa.

Aquello alarmó a Volodia. La Unión Soviética no quería que las fuerzas aliadas concentraran esfuerzos en el Pacífico.

—De modo que estáis haciendo un gesto amistoso con China para poder dedicar un mayor número de fuerzas a la invasión de Europa.

—Sí.

—Haces que parezca muy sencillo.

—Lo es —dijo Woody.