Daisy se sintió extraña al entrar en la casa en la que había vivido con Boy. Un mes antes había sido también su casa. Había tenido libertad para ir y venir a su antojo, y acceder a cualquier estancia sin pedir permiso. Los sirvientes habían obedecido todas sus órdenes sin replicar. Ahora era una extraña allí. Se dejó puestos el sombrero y los guantes, y tuvo que seguir al viejo mayordomo, que la precedió hasta la sala de estar.
Boy no le estrechó la mano ni la besó. Parecía desbordado por una especie de indignación justificada.
—Todavía no he contratado a un abogado —le dijo Daisy mientras tomaba asiento—. Quería hablar antes en persona contigo. Confío en que podamos hacer esto sin llegar a odiarnos. Al fin y al cabo, no hay niños por los que pelear, y los dos tenemos mucho dinero.
—¡Me has traicionado! —exclamó él.
Daisy suspiró. Estaba claro que aquello no iba a ir como ella esperaba.
—Los dos hemos cometido adulterio —respondió—. Y tú antes que yo.
—Me has humillado. ¡Todo Londres lo sabe!
—Intenté evitar que te pusieras en ridículo en el Claridge, ¡pero estabas demasiado ocupado humillándome a mí! Espero que hayas dado su merecido a ese repugnante marqués.
—¿Por qué? Me hizo un favor.
—Podría haberte hecho un favor mucho más grande hablando contigo discretamente en el club.
—No entiendo cómo has podido enamorarte de un palurdo de clase baja como Williams. He averiguado unas cuantas cosas sobre él. ¡Su madre fue criada!
—Probablemente es la mujer más impresionante que he conocido.
—Espero que estés al corriente de que nadie sabe quién es su verdadero padre.
Daisy pensó que aquello era lo más irónico que podía haber esperado.
—Sé quién es su padre —contestó.
—¿Quién?
—No pienso decírtelo.
—¿Lo ves?
—Esto no nos está llevando a ninguna parte.
—No.
—Creo que será mejor que le pida a un abogado que te escriba. —Se puso en pie—. Hubo un tiempo en que te quise, Boy —dijo con voz triste—. Eras divertido. Siento que yo no fuera suficiente para ti. Te deseo que seas feliz. Espero que te cases con alguien más adecuado para ti, y que te dé muchos hijos. Me alegraré mucho cuando eso ocurra.
—Pues no ocurrirá —contestó él.
Daisy se había encaminado a la puerta, pero al oír aquello se volvió.
—¿Por qué dices eso?
—He recibido el informe del médico al que fuimos.
Daisy se había olvidado ya de aquella visita médica. Le había parecido irrelevante después de separarse.
—¿Qué te ha dicho?
—Tú no tienes ningún problema. Puedes tener toda una camada de cachorros, si quieres. Pero yo no puedo engendrar hijos. A veces las paperas provocan infertilidad en los hombres adultos, y a mí me ha tocado. —Se rió amargamente—. Todos esos malditos alemanes disparándome durante años, y han acabado tumbándome los tres mocosos de un vicario.
Daisy sintió lástima por él.
—Oh, Boy, lo siento mucho.
—Bueno, aún lo vas a sentir más, porque no pienso divorciarme de ti.
Daisy se quedó helada.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no?
—¿Por qué iba a molestarme en divorciarme? No voy a volver a casarme. No puedo tener hijos. El hijo de Andy será el heredero.
—¡Pero yo quiero casarme con Lloyd!
—¿Por qué iba a importarme eso a mí? ¿Por qué iba a tener él hijos si yo no puedo?
Daisy se sintió desolada. ¿Le iban a arrebatar la felicidad justo cuando parecía tenerla al alcance de la mano?
—¡Boy, no puedes hablar en serio!
—En toda mi vida he hablado más en serio.
Su voz denotaba angustia.
—¡Pero Lloyd quiere tener hijos!
—Debería haber pensado en eso antes de f… f… follarse a la mujer de otro.
—Muy bien —repuso ella, desafiante—. Pues entonces me divorciaré yo.
—¿Alegando qué?
—Adulterio, por supuesto.
—No tienes pruebas. —Daisy estaba a punto de decir que eso no supondría un problema cuando él sonrió con malicia y añadió—: Y yo me encargaré de que no las consigas.
Podía hacerlo si era discreto con sus aventuras, comprendió Daisy con creciente horror.
—¡Pero tú me rechazaste! —gritó.
—Le diré al juez que siempre serás bienvenida en esta casa.
Daisy intentó contener las lágrimas.
—Nunca creí que me odiaras tanto —dijo, abatida.
—¿Ah, no? —contestó Boy—. Bien, pues ahora ya lo sabes.