III

Greg Peshkov se embarcó junto con Sumner Welles y el presidente Roosevelt en un crucero pesado, el Augusta, rumbo a la bahía de Placentia, en la costa de Terranova. En la flota también viajaban el acorazado Arkansas, el crucero Tuscaloosa y diecisiete destructores.

Fondearon en dos largas líneas, con un ancho pasillo de mar entre ambas. A las nueve en punto de la mañana del sábado 9 de agosto, bajo un sol radiante, los integrantes de la tripulación de las veinte naves se reunieron en cubierta ataviados con sus trajes blancos mientras el acorazado británico Prince of Wales llegaba escoltado por tres destructores y entraba en el espacio central echando vapor majestuosamente, con el primer ministro Churchill a bordo.

Era el despliegue de poder más impresionante que Greg había visto jamás, y estaba encantado de formar parte de él.

También estaba preocupado. Esperaba que los alemanes no tuvieran noticia de la cita. Si llegaban a enterarse, un U-Boot podría aniquilar a los dos últimos dirigentes de la civilización occidental. Y a Greg Peshkov.

Antes de salir de Washington, Greg había vuelto a reunirse con el detective, Tom Cranmer. Este le había comunicado una dirección correspondiente a una casa de un barrio humilde ubicado en la parte más alejada de Union Station.

—Trabaja de camarera en el Club Universitario de Mujeres, cerca del Ritz-Carlton. Por eso la ha visto dos veces en el barrio —explicó mientras se guardaba en el bolsillo los honorarios pendientes—. Imagino que la carrera de actriz no debió de irle muy bien; pero sigue haciéndose llamar Jacky Jakes.

Greg le había escrito una carta:

Querida Jacky:

Solo quiero saber por qué me abandonaste hace seis años. Yo creía que éramos muy felices juntos, pero debía de estar equivocado. Me fastidia, eso es todo.

Cuando me ves, te muestras asustada, pero no tienes nada que temer. No estoy enfadado, solo me pica la curiosidad. Nunca haría nada para herirte, tú fuiste la primera mujer a quien amé.

¿Podemos vernos para tomar un café o algo así y charlar?

Muy atentamente,

GREG PESHKOV

Había añadido su número de teléfono y había enviado la carta por correo el día que partió hacia Terranova.

El presidente tenía interés en que la conferencia acabara con una declaración conjunta. El jefe de Greg, Sumner Welles, redactó un borrador, pero Roosevelt se negó a utilizarlo aduciendo que era mejor que el primer borrador lo escribiera Churchill.

Greg comprendió de inmediato que Roosevelt era un negociador con vista. Quien redactara el primer borrador tendría que incluir, para ser justo, algunas de las peticiones de la otra parte además de las propias. Así, los puntos de la otra parte incluidos en la declaración pasarían a ser un mínimo irreductible, mientras que todas las peticiones propias seguirían estando pendientes de negociación, con lo cual quien redactara el primer borrador empezaría con desventaja. Greg se prometió a sí mismo que recordaría no redactar nunca un primer borrador.

El sábado, el presidente y el primer ministro disfrutaron de una agradable comida a bordo del Augusta. El domingo asistieron a un oficio religioso en la cubierta del Prince of Wales, con el altar cubierto por el rojo, el blanco y el azul de las banderas de Estados Unidos y del Reino Unido. El lunes por la mañana, cuando ya habían trabado una sólida amistad, entraron en faena.

Churchill presentó una propuesta de cinco puntos que hizo las delicias de Sumner Welles y Gus Dewar al solicitar la creación de una organización internacional con poder efectivo que garantizara la seguridad de todos los Estados miembros; en otras palabras, una Sociedad de las Naciones con mayor fuerza. Sin embargo, les decepcionó descubrir que Roosevelt lo consideraba ir demasiado lejos. Estaba a favor de la idea, pero temía la reacción de los aislacionistas, los ciudadanos que seguían pensando que Estados Unidos no debía intervenir en los problemas del resto del mundo. Era extraordinariamente sensible a la opinión pública, y hacía incesantes esfuerzos para no suscitar oposición.

Welles y Dewar no se dieron por vencidos, ni los británicos tampoco. Se reunieron para hallar una solución que pareciera aceptable a ambos dirigentes. Greg tomó anotaciones para Welles. El grupo redactó una cláusula que hacía un llamamiento al desarme «con vistas al posible establecimiento de un sistema de seguridad general más amplio y permanente».

Lo presentaron a los dos prohombres, y estos lo aceptaron.

Welles y Dewar no cabían en sí de satisfacción, pero Greg no lo comprendía.

—Me parece muy poca cosa, después de tantos esfuerzos —opinó—. Los dirigentes de dos importantes naciones han tenido que recorrer miles de kilómetros para reunirse, han hecho falta decenas de empleados, veinticuatro barcos y tres días de negociaciones; y todo para redactar cuatro palabras que ni siquiera expresan lo que de verdad queremos.

—Las cosas de palacio van despacio —dijo Gus Dewar con una sonrisa—. La política es así.