VIII

Greg Peshkov estaba enamorado.

Sabía que su padre le había comprado a Jacky Jakes como recompensa por ayudarle a tender una trampa a Dave Rouzrokh, pero, a pesar de ello, lo que sentía por esa chica era amor verdadero.

Había perdido la virginidad unos minutos después de regresar de la comisaría del distrito, y, desde entonces, los dos habían pasado casi una semana metidos en la cama del Ritz-Carlton. Greg no tuvo que usar ningún método anticonceptivo, se lo dijo ella, porque, según sus palabras, ya lo tenía todo «apañado». Greg tenía una idea muy vaga de lo que significaba eso, pero confió en Jacky.

No había sido más feliz en toda su vida y la adoraba, sobre todo cuando había dejado la pose de niñita para dejar paso a una inteligencia sagaz y un sentido del humor mordaz. Admitió que había seducido a Greg siguiendo órdenes de su padre, pero confesó que, sin poder evitarlo, se había enamorado de él. Su verdadero nombre era Mabel Jakes y, aunque fingía tener diecinueve años, en realidad tenía dieciséis; era solo un par de meses mayor que Greg.

Lev le había prometido un papel en una película, pero, según dijo, seguía buscando el personaje indicado para ella.

—Aunque crrreo que no está matándose mucho para encontrrrarlo —dijo imitando a la perfección el acento con deje ruso de Lev.

—Supongo que no hay muchos papeles escritos para actores negros —dijo Greg.

—Ya lo sé. Acabaré interpretando a la criada, poniendo los ojos en blanco y diciendo frasecitas del tipo: «Sí, señorita». Salen africanos en películas y obras teatrales, como en Cleopatra, Aníbal, Otelo, pero normalmente los interpretan actores blancos. —Su padre, que ya había fallecido, había sido profesor en una facultad para negros, y ella sabía más de literatura que Greg—. En cualquier caso, ¿por qué tienen los negros que interpretar solo a personas de color? Si Cleopatra puede ser interpretada por una actriz blanca, ¿por qué Julieta no puede ser negra?

—A la gente le parecería raro.

—La gente se acostumbraría. Se acostumbran a todo. ¿Jesús tiene que ser interpretado por un judío? A nadie le importa.

Greg pensó que ella tenía razón, pero, de todas formas, nunca sucedería.

Cuando Lev había anunciado su regreso a Buffalo —dejándolo para el último minuto, como siempre—, su hijo se había quedado desconsolado. Le había preguntado a su padre si Jacky podía ir a Buffalo, pero Lev se había reído y había dicho:

—Hijo, no mezcles el placer con lo de comer. Ya la verás la próxima vez que vengas a Washington.

A pesar de aquello, Jacky lo había seguido hasta Buffalo al día siguiente y se había instalado en un modesto piso cerca de Canal Street.

Lev y Greg estuvieron ocupados durante las dos semanas siguientes en la conquista de Salas Roseroque. Al final, Dave había vendido su negocio por dos millones de dólares, una cuarta parte de la oferta original, y la admiración que Greg sentía por su padre creció un punto más. Jacky había retirado los cargos y se había filtrado a la prensa que había aceptado un acuerdo económico. A Greg le atemorizaba la falta de escrúpulos de su padre.

Y él había conseguido a Jacky. Le decía a su madre que salía todas las noches con sus amigos, aunque en realidad pasaba todo su tiempo libre en compañía de Jacky. Le había enseñado la ciudad, habían merendado en la playa, incluso había logrado salir a navegar con ella en una lancha motora prestada. Nadie la relacionaba con la imagen bastante borrosa de la chica que salía del hotel Ritz-Carlton en albornoz. Pasaron gran parte del verano gozando de interminables sesiones de sexo, empapados en sudor y embriagados por una felicidad delirante, enredándose las sábanas desgastadas de la estrecha cama del pequeño piso de Jacky. Decidieron que iban a casarse en cuanto hubieran cumplido la mayoría de edad.

Esa noche, Greg iba a llevarla al baile del Club Náutico.

Había resultado tremendamente difícil conseguir las entradas, pero el hijo de Lev había sobornado a un amigo del colegio.

Había comprado a Jacky un vestido de satén rosa. Había conseguido que Marga le prestase una generosa suma y a Lev le encantaba regalarle de tapadillo cincuenta pavos de cuando en cuando, por lo que siempre contaba con más dinero del que necesitaba.

No quería darle demasiadas vueltas, pero una alarma interna le advertía de cierto peligro. Jacky sería la única negra del baile que no estaría sirviendo bebidas. Ella se mostró muy reticente a asistir, pero Greg había acabado convenciéndola. Los chicos más jóvenes lo envidiarían, aunque los mayores tal vez se mostrasen hostiles, estaba convencido de ello. Se harían comentarios por lo bajo. Sin embargo, Greg tenía la intuición de que la belleza y el encanto de Jacky bastarían para que muchos superasen sus prejuicios: ¿cómo podría nadie resistirse a sus encantos? Pero si algún imbécil se emborrachaba y la insultaba, Greg le daría una lección con sus puños.

Aunque pensara así, no podía dejar de oír el consejo de su madre cuando le decía que no se comportara como un idiota por amor. Pero un hombre no puede ir por la vida escuchando siempre a su madre.

Mientras caminaba por Canal Street con frac y pajarita, se moría de impaciencia por verla con su vestido nuevo; tal vez se arrodillase para levantarle la falda hasta verle la ropa interior y el liguero.

Llegó a su edificio, una casa antigua dividida en apartamentos. Había una alfombra roja deshilachada en las escaleras y olor a comida muy condimentada. Entró en el piso de ella con su propia llave.

El lugar estaba vacío.

¡Qué raro! ¿Adónde habría ido ella sin él?

Con el corazón encogido, abrió el armario. El vestido de fiesta de satén rosa era la única prenda que colgaba del perchero. El resto de su ropa ya no estaba.

—¡No! —gritó Greg. ¿Cómo había podido ocurrir?

Sobre la maltrecha mesa de madera de pino había un sobre. Lo tomó y vio su nombre escrito en él, con la caligrafía clara y de colegiala de Jacky. Lo invadió el miedo.

Desgarró el sobre y con las manos temblorosas leyó el breve mensaje.

Mi querido Greg:

Las tres últimas semanas han sido las más felices de toda mi vida.

En mi interior sabía que nunca podríamos casarnos, pero ha sido bonito fingir que lo haríamos.

Eres un muchacho adorable y te convertirás en un buen hombre, si no te pareces demasiado a tu padre.

¿Había descubierto Lev que Jacky vivía allí y de algún modo la había obligado a marcharse? No habría sido capaz de hacerlo, ¿verdad?

Adiós y no me olvides.

Tu regalo,

Jacky.

Greg arrugó el papel y rompió a llorar.