VII

Woody Dewar consiguió un ejemplar de Estudios sobre la histeria, de Freud, que le había enviado por correo un librero de Nueva York. La noche del baile del Club Náutico —el acontecimiento social culminante de la temporada de verano en Buffalo—, lo envolvió con delicadeza en papel de embalar y le puso un lazo rojo.

—¿Bombones para una chica con suerte? —preguntó su madre al pasar junto a él en la entrada de su casa. Era tuerta, pero no se le escapaba una.

—Un libro —dijo—. Para Joanne Rouzrokh.

—Ella no irá al baile.

—Ya lo sé.

Su madre se detuvo y le echó una mirada analítica.

—¿Es serio lo que sientes por ella? —le preguntó al cabo de un rato.

—Supongo que sí. Pero ella cree que soy demasiado joven.

—Seguramente tenga algo que ver con su orgullo. Sus amigas le preguntarían por qué no sale con un chico de su edad. Las chicas son así de crueles.

—Pues pienso insistir hasta que madure.

Su madre sonrió.

—Estoy segura de que la haces reír.

—Sí. Es mi mejor baza.

—Pues bueno, ¡qué diablos!, yo esperé bastante a tu padre.

—¿Ah, sí?

—Me enamoré de él la primera vez que lo vi. Estuve coladita por él durante años. Tuve que ver cómo bebía los vientos por esa superficial de Olga Vyalov, que no lo merecía pero que tenía dos ojos sanos. Gracias a Dios que su chófer le hizo un bombo. —El lenguaje de su madre podía ser un poco subidito de tono, sobre todo si la abuela no estaba presente. Había adquirido malas costumbres durante sus años en la redacción del periódico—. Luego se marchó a la guerra. Tuve que seguirle hasta Francia antes de poder conseguir echarle el lazo.

La nostalgia se mezclaba con el dolor en su recuerdo, Woody se percató de ello.

—Pero entonces se dio cuenta de que tú eras su chica.

—Al final sí.

—A lo mejor a mí me ocurre lo mismo.

Su madre le dio un beso.

—Buena suerte, hijo mío —le deseó ella.

La casa de los Rouzrokh se encontraba a menos de un kilómetro y medio de distancia y Woody fue caminando. Ningún miembro de la familia Rouzrokh iría al Club Náutico esa noche. Dave había salido en todos los periódicos después de un misterioso incidente que había tenido lugar en el hotel Ritz-Carlton de Washington. Uno de los titulares más publicados había sido: MAGNATE DEL CINE ACUSADO POR JOVEN ACTRIZ. Woody había aprendido hacía poco a desconfiar de la prensa. Sin embargo, los crédulos decían que debía de haber algo de verdad en el asunto; de no ser así, ¿por qué habrían detenido a Dave?

Desde entonces, no se había visto a ningún miembro de la familia en eventos sociales de ninguna clase.

En la entrada de la casa había un guardia armado que cortó el paso a Woody.

—La familia no recibe visitas —le advirtió con brusquedad.

Woody supuso que el hombre había pasado mucho tiempo repeliendo la entrada de reporteros, y le perdonó el tono de descortesía. Entonces recordó el nombre de la criada de los Rouzrokh.

—Por favor, pídale a la señorita Estella que le diga a Joanne que Woody Dewar tiene un libro para ella.

—Puede entregármelo a mí —dijo el guardia y tendió una mano.

Woody agarró el libro con firmeza.

—Gracias, pero no.

El guardia parecía disgustado, pero condujo a Woody por el camino de entrada y tocó el timbre de la puerta. Estella la abrió y exclamó de inmediato:

—¡Hola, señorito Woody, entre! ¡Joanne estará encantada de verlo! —Woody se permitió lanzar una mirada triunfal al guardia al entrar en la casa.

Estella lo llevó hasta una sala de estar vacía. Le ofreció leche y galletas, como si todavía fuera un niño, y él rechazó la oferta con amabilidad. Transcurrido un minuto, entró Joanne. Tenía el rostro demacrado y su piel cetrina parecía descolorida, pero le lanzó una sonrisa amable a Woody y se sentó a charlar con él.

Estaba encantada con el libro.

—Ahora tendré que leer al doctor Freud en lugar de limitarme a fanfarronear hablando de él —dijo ella—. Eres una buena influencia para mí, Woody.

—Me gustaría poder ser una mala influencia.

Joanne pasó el comentario por alto.

—¿No vas al baile?

—Tengo una entrada, pero, si tú no vas, no me interesa. ¿Preferirías ir al cine en lugar de al baile?

—No, gracias, en serio.

—O podríamos ir simplemente a cenar. A algún sitio tranquilo de verdad. Si no te importa ir en autobús.

—Vamos, Woody, pues claro que no me importa ir en autobús, pero es que eres demasiado joven para mí. De todas formas, el verano ya casi ha terminado. Tú pronto volverás a la escuela y yo voy a ir a Vassar.

—Donde saldrás con chicos, supongo.

—¡Eso espero!

Woody se levantó.

—Vale, está bien, voy a hacer voto de castidad y a ingresar en un monasterio. Por favor, no vengas a verme, distraerías a los demás hermanos.

Joanne rió.

—Gracias por hacerme pensar en otra cosa que no sean nuestros problemas familiares.

Era la primera mención que hacía a lo que le había ocurrido a su padre. Woody no había pensado en sacar el tema, pero, ahora que ella lo había hecho, no dejó pasar la oportunidad.

—Ya sabes que estamos todos de vuestra parte. Nadie se cree la historia de esa actriz. Toda la ciudad sabe que fue un montaje ideado por ese cerdo de Lev Peshkov, y estamos furiosos por ello.

—Ya lo sé —dijo ella—. Pero la simple acusación es algo demasiado fuerte que mi padre no puede soportar. Creo que mi madre y él van a trasladarse a Florida.

—Lo siento mucho.

—Gracias. Ahora, vete al baile.

—A lo mejor voy.

Joanne lo acompañó hasta la puerta.

—¿Puedo darte un beso de despedida? —preguntó él.

Ella se inclinó hacia delante y le dio un beso en los labios. A Woody no le supo a último beso y tuvo el instinto de no tomarla entre sus brazos ni presionar sus labios sobre su boca. Fue un beso amable, sintió sus labios en contacto con su propia boca durante un dulce instante que duró un suspiro. Luego ella se alejó y abrió la puerta de la casa.

—Buenas noches —dijo Woody al salir.

—Adiós —se despidió ella.