LI
Piper

—¡Jason!

Piper no paraba de gritar su nombre mientras lo abrazaba, pero prácticamente había perdido la esperanza. Él llevaba dos minutos inconsciente. Su cuerpo humeaba, y tenía los ojos en blanco. Ella ni siquiera sabía si todavía respiraba.

—Es inútil, niña.

Hera se alzaba por encima de ellos con su sencilla túnica negra y su chal.

Piper no había visto a la diosa explotar como una bomba nuclear. Afortunadamente, había cerrado los ojos, pero podía ver los efectos secundarios. Todo vestigio del invierno había desaparecido del valle. Tampoco quedaban señales de la batalla. Los monstruos se habían volatilizado. Las ruinas habían vuelto a su estado anterior: seguían siendo ruinas, pero sin señales de haber sido invadidas por una horda de lobos, espíritus de la tormenta y ogros de seis brazos.

Hasta las cazadoras se habían reanimado. La mayoría de ellas esperaban a una distancia respetuosa en el prado, pero Talia se hallaba arrodillada junto a Piper, con la mano posada en la frente de Jason.

Talia fulminó con la mirada a la diosa.

—Es culpa vuestra. ¡Haced algo!

—No te dirijas a mí de esa forma, muchacha. Soy la reina…

—¡Ocupaos de él!

En los ojos de Hera parpadeaba una gran fuerza.

—Yo le advertí. Nunca habría hecho daño a propósito a este muchacho. Iba a ser mi campeón. Os dije que cerrarais los ojos antes de que revelara mi verdadera forma.

—Ejem… —Leo frunció el entrecejo—. Vuestra verdadera forma es peligrosa, ¿verdad? Entonces, ¿por qué lo habéis hecho?

—¡Desaté mi poder para ayudaros, tonto! —chilló Hera—. Me convertí en energía pura para poder desintegrar a los monstruos, restaurar este sitio y salvar a esas desgraciadas cazadoras del hielo.

—¡Pero los mortales no pueden miraros con esa forma! —gritó Talia—. ¡Lo habéis matado!

Leo movió la cabeza, consternado.

—Eso es lo que significaba nuestra profecía. «Y la muerte se desatará con la ira de Hera». Venga, señora. Sois una diosa. ¡Hacedle vudú! Resucitadlo.

Piper estaba oyendo a medias la conversación, ya que estaba más centrada en la cara de Jason.

—¡Respira! —anunció.

—Imposible —dijo Hera—. Ojalá fuera verdad, niña, pero ningún mortal ha…

—Jason —dijo Piper, infundiendo al nombre toda su fuerza de voluntad. No podía perderlo—. Escúchame. Puedes conseguirlo. Vuelve. Vas a estar bien.

No pasó nada. ¿Se había imaginado que respiraba?

—La curación no es un poder de Afrodita —dijo Hera con pesar—. Ni siquiera yo puedo solucionarlo, muchacha. Su espíritu mortal…

—Jason —repitió Piper, y se imaginó que su voz resonaba a través de la tierra hasta el inframundo—. Despierta.

Él dejó escapar un grito ahogado, y sus ojos se abrieron de repente. Por un instante, se vieron inundados de luz: reluciente oro puro. Luego la luz desapareció súbitamente, y sus ojos volvieron a su estado normal.

—¿Qué… qué ha pasado?

—¡Imposible! —exclamó Hera.

Piper lo rodeó con los brazos hasta que él se quejó.

—Me estás aplastando.

—Lo siento —dijo ella, tan aliviada que se echó a reír mientras se enjugaba una lágrima del ojo.

Talia tomó la mano de su hermano.

—¿Cómo te encuentras?

—Tengo calor —murmuró él—. Y la boca seca. He visto algo… terrible.

—Era Hera —gruñó Talia—. Su Majestad, la Bomba de Relojería.

—Se acabó, Talia Grace —dijo la diosa—. Te voy a convertir en un cerdo, así que…

—Basta ya —espetó Piper.

Sorprendentemente, las dos se callaron.

Piper ayudó a Jason a levantarse y le dio el néctar que les quedaba de las provisiones.

—A ver… —Piper se volvió hacia Talia y Hera—. Hera, Su Majestad, no podríamos haberos rescatado sin las cazadoras. Y, Talia, no habrías vuelto a ver a Jason, ni yo lo habría conocido, de no haber sido por Hera. Así que dejad de lado las diferencias porque ahora mismo tenemos problemas más importantes.

Las dos le lanzaron una mirada fulminante y, durante tres segundos, Piper no supo cuál de las dos iba a matarla primero.

Sin embargo, al final Talia gruñó:

—Tienes brío, Piper.

Sacó una tarjeta plateada de su anorak y la metió en el bolsillo del forro polar de Piper.

—Si alguna vez quieres ser cazadora, llámame. Nos vendrías bien.

Hera se cruzó de brazos.

—Por suerte para esta cazadora, tienes razón, hija de Afrodita —evaluó a Piper como si la estuviera viendo claramente por primera vez—. ¿Alguna vez te has preguntado por qué te elegí para esta misión, por qué no te revelé tu secreto al principio, incluso sabiendo que Encélado te estaba utilizando? Debo reconocer que hasta este momento no estaba segura. Algo me decía que serías vital para la misión. Ahora veo que tenía razón. Eres todavía más fuerte de lo que yo creía. Y estás en lo cierto con respecto a los peligros que se avecinan. Debemos trabajar juntos.

Piper notó que se le encendía la cara. No sabía cómo responder al cumplido de Hera, pero Leo intervino.

—Sí —dijo—. No creo que Porfirio se haya derretido y se haya muerto sin más, ¿verdad?

—No —convino Hera—. Salvándonos a mí y este sitio, habéis impedido que Gaia se despierte. Nos habéis hecho ganar tiempo. Pero Porfirio se ha alzado. Simplemente sabía que no le convenía quedarse aquí, sobre todo porque todavía no ha recuperado todo su poder. Los gigantes solo pueden morir a manos de una combinación de dios y semidiós trabajando conjuntamente. Cuando me liberasteis…

—Escapó —dijo Jason—. Pero ¿adónde?

Hera no contestó, pero a Piper la invadió una sensación de temor. Se acordó de que Porfirio había dicho que iban a matar a los dioses del Olimpo arrancándoles las raíces. Grecia. Miró la expresión seria de Talia y se imaginó que la cazadora había llegado a la misma conclusión.

—Tengo que encontrar a Annabeth —dijo Talia—. Tiene que saber lo que ha pasado aquí.

—Talia… —Jason le cogió la mano—. No hemos tenido ocasión de hablar de este sitio ni…

—Lo sé —la expresión de ella se suavizó—. Te perdí aquí una vez. No quiero volver a dejarte. Pero dentro de poco nos reuniremos. Me encontraré con vosotros en el Campamento Mestizo —lanzó una mirada a Hera—. ¿Os aseguraréis de que llegan allí sin ningún percance? Es lo mínimo que podéis hacer.

—No te corresponde a ti decirme…

—Reina Hera —intercedió Piper.

La diosa suspiró.

—Está bien. Sí. ¡Y tú, lárgate, cazadora!

Talia dio un abrazo a Jason y se despidió. Una vez que las cazadoras se hubieron marchado, el patio se quedó extrañamente silencioso. El estanque seco no mostraba ningún rastro de los zarcillos de tierra que habían traído de vuelta al rey de los gigantes y que habían encarcelado a Hera. El cielo nocturno estaba despejado y lleno de estrellas. El viento susurraba entre las secuoyas. Piper se acordó de la noche que ella y su padre habían dormido en el jardín de la casa del abuelo Tom en Oklahoma. Se acordó de la noche en el tejado de la residencia de la Escuela del Monte, cuando Jason la había besado… al menos en sus recuerdos alterados por la Niebla.

—Jason, ¿qué te pasó aquí? —preguntó—. O sea…, sé que tu madre te abandonó aquí, pero dijiste que era un lugar sagrado para los semidioses. ¿Por qué? ¿Qué pasó después de que te quedaras solo?

Jason movió la cabeza inquieto.

—Todavía no lo tengo claro. Los lobos…

—Se te concedió un destino —dijo Hera—. Entraste a mi servicio.

Jason frunció los labios antes de decir:

—Porque obligasteis a mi madre a hacerlo. No podíais soportar saber que Zeus había tenido dos hijos con mi madre. Saber que se había enamorado de ella dos veces. Fue el precio que exigisteis por dejar en paz al resto de mi familia.

—También esa fue la decisión correcta para ti, Jason —insistió Hera—. La segunda vez que tu madre consiguió embaucar a Zeus para que le diera su amor fue porque se lo imaginó con otro aspecto: el aspecto de Júpiter. Eso nunca había pasado antes: dos hijos, uno griego y otro romano, nacidos en la misma familia. Tenías que estar separado de Talia. Aquí es donde todos los semidioses de tu clase emprenden su viaje.

—¿De su clase? —preguntó Piper.

—Se refiere a los semidioses romanos —explicó Jason—. Se deja aquí a los semidioses. Y conocemos a la diosa loba Lupa, la misma loba inmortal que crió a Rómulo y Remo.

Hera asintió.

—Y si sois lo bastante fuertes, sobrevivís.

—Pero… —Leo parecía desconcertado— ¿qué pasó después? Jason no llegó al campamento.

—Al Campamento Mestizo, no —convino Hera.

Piper se sentía como si el cielo estuviera dando vueltas encima de ella, mareándola.

—Fuiste a otro sitio. Allí es donde has estado todos estos años. Otro sitio para los semidioses… pero ¿dónde?

Jason se volvió hacia la diosa.

—Los recuerdos están volviendo a mí, pero no la ubicación. No me la vais a decir, ¿verdad?

—No —respondió Hera—. Forma parte de tu destino, Jason. Debes encontrar el camino de vuelta. Pero cuando lo hagas… unirás dos grandes poderes. Nos darás esperanza contra los gigantes y, lo que es más importante… contra la mismísima Gaia.

—Queréis que os ayudemos —dijo Jason—, pero os calláis información.

—Darte respuestas invalidaría esas mismas respuestas —declaró Hera—. Es la costumbre de las Moiras. Debes forjarte tu propio camino para que signifique algo. De momento, los tres me habéis sorprendido. No habría creído posible…

La diosa negó con la cabeza.

—Basta con decir que lo habéis hecho bien, semidioses. Pero esto es solo el principio. Ahora debéis regresar al Campamento Mestizo, donde empezaréis a planificar la siguiente fase.

—De la que tampoco nos vais a hablar —gruñó Jason—. Y me imagino que habéis destruido a mi caballo, así que tendremos que volver andando a casa.

Hera rechazó la pregunta con un gesto de la mano.

—Los espíritus de la tormenta son criaturas del caos. No lo destruí, pero no tengo ni idea de adónde ha ido ni de si volverás a verlo. Pero hay una forma más fácil de que volváis a casa. Como me habéis hecho un gran favor, os ayudaré… al menos, esta vez. Adiós por el momento, semidioses.

El mundo se puso patas arriba, y Piper estuvo a punto de perder el conocimiento.

Cuando volvió a ver bien estaba de nuevo en el campamento, en el pabellón del comedor, en plena cena. Se hallaban de pie sobre la mesa de la cabaña de Afrodita, y ella tenía un pie en la pizza de Drew. Sesenta campistas se levantaron al unísono, mirándolos boquiabiertos de asombro.

Fuera lo que fuese lo que Hera había hecho para lanzarlos a través del país, no era bueno para el estómago de Piper. Apenas podía controlar las náuseas. Leo no tuvo tanta suerte. Saltó de la mesa, echó a correr hacia el brasero de bronce que tenía más a mano y vomitó en él, lo que probablemente no fue un gran holocausto para los dioses.

—¿Jason?

Quirón avanzó trotando. Seguro que el viejo centauro había visto miles de cosas raras, pero hasta él estaba totalmente atónito.

—¿Qué…? ¿Cómo…?

Los campistas de Afrodita se quedaron mirando a Piper con la boca abierta. Piper se imaginó que debía de estar espantosa.

—Hola —dijo, lo más despreocupadamente posible—. Hemos vuelto.