Jason se quedó boquiabierto. La parte central de la fortaleza de Eolo era grande como una catedral, con un altísimo techo abovedado cubierto de plata. En el aire, flotaban al azar accesorios de televisión: cámaras, focos, decorados, plantas en tiestos. Y no había suelo. Leo estuvo a punto de caerse al abismo antes de que Jason tirara de él.
—¡La madre que…! —exclamó Leo con un nudo en la garganta—. Oiga, Mellie, ¡la próxima vez podría avisar!
Un enorme foso circular penetraba en el corazón de la montaña. Debía de tener casi un kilómetro de profundidad y estaba lleno de cuevas. Seguramente algunos de los túneles conducían al exterior. Jason recordaba haber visto que salían ráfagas de viento de ellos cuando estaban en Pikes Peak. Otras cuevas estaban selladas con un material reluciente que parecía cristal o cera. Toda la cavidad estaba repleta de arpías, aurai y aviones de papel, pero, para alguien que no pudiera volar, sería una caída muy larga y fatal.
—¡Caramba! —dijo Mellie con voz entrecortada—. Lo siento mucho —desenganchó un walkie-talkie del interior de su ropa y habló por el aparato—. Hola, ¿decorados? ¿Eres Nuggets? Hola, Nuggets. ¿Podéis colocarnos un suelo en el estudio principal, por favor? Sí, uno duro. Gracias.
Segundos más tarde, un ejército de arpías salió del foso: aproximadamente tres docenas de diabólicas señoras pollo, todas cargadas con cuadrados de diversos materiales de construcción. Comenzaron a trabajar martilleando y pegando… y usando grandes cantidades de cinta aislante, cosa que no infundió mucha seguridad a Jason. En un abrir y cerrar de ojos, había un suelo improvisado que salía sinuosamente del abismo. Estaba hecho de madera contrachapada, bloques de mármol, losetas, pedazos de césped… prácticamente de todo.
—Eso no puede ser seguro —dijo Jason.
—¡Oh, sí que lo es! —le aseguró Mellie—. Las arpías trabajan muy bien.
Para ella era fácil decirlo. Ella se deslizaba sin tocar el suelo, pero Jason concluyó que era el que tenía más posibilidades de sobrevivir, ya que podía volar, de modo que salió primero. Sorprendentemente, el suelo aguantó.
Piper le cogió la mano y lo siguió.
—Si me caigo, cógeme.
—Claro.
Jason confiaba en no haberse ruborizado.
Leo salió el siguiente.
—Cógeme a mí también, Superman. Pero yo no pienso cogerte la manita.
Mellie los condujo hacia el centro de la sala, donde flotaba una amplia esfera de pantallas planas de vídeo alrededor de una especie de centro de control. En su interior, un hombre se hallaba suspendido en el aire comprobando monitores y leyendo mensajes en aviones de papel.
El hombre no les prestó atención cuando Mellie les hizo pasar. Ella apartó una pantalla Sony de cuarenta y dos pulgadas y los llevó a la zona de control.
Leo silbó.
—Tengo que conseguir una sala como esta.
Las pantallas flotantes emitían toda clase de programas de televisión. Jason reconoció algunos —espacios nuevos, en su mayoría—, pero otros programas resultaban un poco raros: gladiadores luchando o semidioses peleando contra monstruos. Tal vez eran películas, pero más bien parecían reality shows.
En el otro extremo de la esfera había un telón de fondo de seda azul, como una pantalla de cine, con cámaras y focos de estudio flotando alrededor.
El hombre del centro estaba hablando por un teléfono de auricular. Tenía un mando a distancia en cada mano y apuntaba con ellos a varias pantallas, aparentemente al azar.
Llevaba un traje de oficina que parecía el cielo: azul en su mayoría, pero moteado con nubes que cambiaban, se oscurecían y se movían a través de la tela. Aparentaba sesenta y tantos años, con el cabello blanco, pero llevaba mucho maquillaje encima y su cara tenía el aspecto terso propio de la cirugía estética, de modo que no parecía realmente viejo, ni joven, sino raro: como un muñeco de Ken que alguien hubiera dejado derretir a medias en un microondas. Sus ojos se movían rápidamente de una pantalla a otra, como si estuviera intentando asimilarlo todo al mismo tiempo. Murmuraba cosas por el teléfono, y su boca no paraba de hacer muecas. Estaba entretenido o loco, o ambas cosas.
Mellie se dirigió hacia él flotando.
—Ejem, señor Eolo, estos semidioses…
—¡Espera! —Levantó la mano para hacerla callar y señaló una de las pantallas—. ¡Mira!
Era uno de esos programas de cazadores de tormentas en los que salían chiflados adictos a las emociones fuertes que perseguían tornados en coche. Cuando Jason miró, un Jeep se arrojó directo hacia una nube en forma de embudo y salió lanzado por los aires.
Eolo gritó de regocijo.
—El canal de Desastres. ¡La gente hace eso a propósito! —Se volvió hacia Jason con una sonrisa de loco—. ¿A que es increíble? Vamos a verlo otra vez.
—Ejem, señor —dijo Mellie—, este es Jason, hijo de…
—Sí, sí, me acuerdo —dijo Eolo—. Has vuelto. ¿Cómo te ha ido?
Jason vaciló.
—¿Perdón? Creo que me confundís…
—No, no. Jason Grace, ¿no? Fue…, ¿cuándo…?, ¿el año pasado? Ibas a luchar contra un monstruo marino, creo.
—No… no me acuerdo.
Eolo se echó a reír.
—¡No debió de ser un monstruo marino muy bueno! Me acuerdo de todos los héroes que han acudido a mí en busca de ayuda. Odiseo… ¡Dioses, estuvo en mi isla un mes entero! Por lo menos tú solamente te quedaste unos días. Mira este vídeo. Esos patos acaban absorbidos por…
—Señor —lo interrumpió Mellie—, dos minutos para salir al aire.
—¡Aire! —exclamó Eolo—. Me encanta el aire. ¿Qué tal estoy? ¡Maquillaje!
Inmediatamente, un pequeño tornado compuesto de brochas, toallitas desmaquillantes y bolas de algodón descendió sobre Eolo. Formaron una nube de humo color piel sobre su cara hasta que adquirió un tono todavía más espantoso. Una ráfaga de viento se arremolinó en su pelo y lo dejó de punta como un árbol de Navidad cubierto de escarcha.
—Señor Eolo —Jason se quitó la mochila dorada—. Os hemos traído estos espíritus de la tormenta revoltosos.
—Ah, ¿sí? —Eolo miró la bolsa como si fuera un regalo de un admirador: algo que en realidad no quisiera—. Qué bien.
Leo le dio un codazo, y Jason le ofreció la mochila.
—Bóreas nos mandó cazarlos para vos. Confiamos en que los acepte y deje…, bueno…, ya sabe…, de ordenar la muerte de los semidioses.
Eolo se echó a reír y miró con incredulidad a Mellie.
—La muerte de los semidioses. ¿He ordenado yo eso?
Mellie consultó su ordenador táctil.
—Sí, señor, el 15 de septiembre. «Espíritus de la tormenta liberados por la muerte de Tifón. Responsabilizar a los semidioses», etcétera… Sí, es una orden general de matarlos a todos.
—Porras —dijo Eolo—. Estaba de mal humor. Anula esa orden, Mellie. ¿Quién está de guardia… Teriyaki? Teri, lleva estos espíritus de la tormenta al pabellón Catorce E, ¿quieres?
Una arpía apareció de la nada, agarró la mochila dorada y se lanzó al abismo.
Eolo sonrió a Jason.
—Lamento el asunto de la muerte sin previo aviso, pero estaba muy cabreado —su rostro se oscureció de repente, al igual que su traje, cuyas solapas empezaron a relampaguear—. Ahora me acuerdo. Fue como si una voz me dijera que diera esa orden. Un ligero hormigueo en la nuca.
Jason se puso tenso. Un ligero hormigueo en la nuca… ¿Por qué le resultaba tan familiar?
—¿Como una… vocecilla dentro de la cabeza, señor?
—Sí. Qué raro. ¿Deberíamos matarlos, Mellie?
—No, señor —contestó ella pacientemente—. Solo nos han traído los espíritus de la tormenta, lo que lo arregla todo.
—Claro —Eolo se echó a reír—. Lo siento. Mellie, manda a los semidioses algo bonito. Una caja de bombones, por ejemplo.
—¿Una caja de bombones a todos los semidioses del mundo, señor?
—No, es demasiado caro. Da igual. ¡Un momento, es la hora! ¡Estoy en el aire!
Eolo se fue volando hacia la pantalla azul mientras empezaba a sonar una música de noticiario.
Jason miró a Piper y a Leo, que parecían estar tan confundidos como él.
—Mellie —dijo—, ¿siempre es… así?
Ella sonrió tímidamente.
—Bueno, ya sabe lo que se suele decir. Si no le gusta su humor, espere cinco minutos. La expresión «en qué dirección sopla el viento» está inspirada en él.
—¿Y eso que ha dicho del monstruo marino? —dijo Jason—. ¿He estado aquí antes?
Mellie se ruborizó.
—Lo siento, no me acuerdo. Soy la nueva ayudante del señor Eolo. Llevo con él más tiempo que la mayoría de ayudantes, pero aun así… no tanto.
—¿Cuánto suelen durar sus ayudantes? —preguntó Piper.
—Oh… —Mellie se puso a pensar un momento—. Llevo haciendo esto… ¿doce horas?
Una voz sonó a todo volumen por los altavoces.
—¡Y ahora, el tiempo cada doce minutos! Con vosotros, el hombre del tiempo del Canal Meteorológico del Olimpo, el CMO: ¡Eolo!
Los focos brillaron sobre Eolo, que se encontraba ya delante de la pantalla azul. Su sonrisa era de un blanco antinatural, y parecía que hubiera tomado tanta cafeína que le fuera a explotar la cara.
—¡Hola, Olimpo! ¡Soy Eolo, el señor de los vientos, y os traigo el pronóstico del tiempo cada doce minutos! Hoy tendremos un sistema de baja presión desplazándose sobre Florida, de modo que es posible que haya temperaturas más suaves, ya que Deméter quiere favorecer a los agricultores de cítricos —señaló la pantalla azul, pero cuando Jason miró los monitores, vio que detrás de Eolo se estaba proyectando una imagen digital, de modo que parecía que se encontrara delante de un mapa de Estados Unidos con animaciones de soles sonrientes y nubarrones malhumorados—. A lo largo del litoral oriental… Un momento —se llevó la mano al auricular—. ¡Perdón, amigos! ¡Hoy Poseidón está enfadado con Miami, así que parece que volverá a helar en Florida! Lo siento, Deméter. ¡En el medio este, no sé lo que ha hecho Saint Louis para ofender a Zeus, pero habrá tormentas invernales! El mismísimo Bóreas ha sido llamado para castigar la zona con hielo. ¡Malas noticias para Missouri! No, un momento. A Hefesto le sabe mal por el centro de Missouri, así que todos tendréis temperaturas mucho más moderadas y cielos soleados.
Eolo siguió de esa forma: pronosticando el tiempo de cada zona del país y cambiando de predicción dos o tres veces a medida que recibía mensajes por el auricular; al parecer, los dioses ordenaban que hubiera distintos vientos y distinto clima.
—No puede ser correcto —susurró Jason—. El tiempo no es tan caprichoso.
Mellie sonrió de satisfacción.
—¿Con qué frecuencia aciertan los meteorólogos mortales? Hablan de frentes, de presión atmosférica y de humedad, pero el tiempo les sorprende constantemente. Por lo menos, Eolo nos dice por qué es tan impredecible. Intentar contentar a todos los dioses a la vez es un trabajo muy difícil. Cualquiera se volvería…
Su voz se fue apagando, pero Jason sabía lo que quería decir. «Loco». Eolo estaba totalmente loco.
—Hasta aquí la previsión del tiempo —concluyó Eolo—. ¡Hasta dentro de doce minutos, porque seguro que cambiará!
Los focos se apagaron, los monitores de vídeo volvieron a emitir programas al azar y, por un instante, la cara de Eolo se descompuso de cansancio. A continuación, pareció acordarse de que tenía invitados y adoptó de nuevo una sonrisa.
—Así que me habéis traído unos espíritus de la tormenta revoltosos —dijo—. Supongo que debo daros las gracias. ¿Queréis algo más? Me imagino que sí. Los semidioses siempre queréis algo más.
—Esto… señor, él es hijo de Zeus.
—Sí, sí. Lo sé. Ya he dicho que me acordaba de él.
—Pero, señor, son del Olimpo.
Eolo se quedó pasmado. Acto seguido se echó a reír tan súbitamente que Jason estuvo a punto de caerse al abismo.
—¿Quieres decir que esta vez has venido en nombre de tu padre? ¡Por fin! ¡Sabía que mandarían a alguien para renegociar mi contrato!
—¿Qué? —preguntó Jason.
—¡Menos mal! —Eolo suspiró de alivio—. Ya han pasado…, ¿cuánto…?, ¿tres mil años desde que Zeus me hizo señor de los vientos? ¡No es que no esté agradecido, claro! Pero el caso es que mi contrato es muy impreciso. Obviamente, soy inmortal, pero «señor de los vientos»… ¿Qué significa eso? ¿Soy un espíritu de la naturaleza? ¿Un semidiós? ¿Un dios? Quiero ser dios de los vientos porque me podría beneficiar de muchas más cosas. ¿Podemos empezar?
Jason miró a sus amigos, desconcertado.
—Colega —dijo Leo—, ¿crees que hemos venido a darte un ascenso?
—Entonces, ¿es verdad? —Eolo sonrió. Su traje de oficina se volvió totalmente azul, sin una sola nube en la tela—. ¡Maravilloso! Es decir, creo que he demostrado bastante iniciativa con el canal meteorológico, ¿no? Y, por supuesto, aparezco en la prensa continuamente. Se han escrito muchos libros sobre mí: Aire muerto, Subir a por aire, Lo que el viento se llevó…
—Ejem, creo que esos libros no tratan de usted —dijo Jason, antes de fijarse en que Mellie estaba sacudiendo la cabeza.
—Tonterías —repuso Eolo—. Mellie, son biografías mías, ¿verdad?
—Desde luego, señor —contestó ella con voz aguda.
—¿Lo ves? Yo no leo. ¿Quién tiene tiempo? Pero es evidente que los mortales me quieren. Así que cambiaremos mi título oficial por el de dios de los vientos. En cuanto al salario y el personal…
—Señor —dijo Jason—, no somos del Olimpo.
Eolo parpadeó.
—Pero…
—Soy hijo de Zeus, sí —dijo Jason—, pero no estamos aquí para negociar vuestro contrato. Estamos en una misión y necesitamos vuestra ayuda.
La expresión de Eolo se endureció.
—¿Como la última vez? ¿Como cada vez que viene un héroe? ¡Semidioses! Siempre pensando en vosotros mismos, ¿verdad?
—Señor, por favor, no me acuerdo de la última vez, pero si me ayudasteis una vez antes…
—¡Siempre estoy ayudando! Bueno, a veces me dedico a destruir, pero sobre todo ayudo, ¡y a veces me piden que haga las dos cosas al mismo tiempo! Eneas, el primero de tu casta…
—¿Mi casta? —preguntó Jason—. ¿Os referís a los semidioses?
—¡Por favor! —dijo Eolo—. Me refiero a tu linaje de semidioses. Ya sabes, Eneas, hijo de Venus: el único héroe superviviente de Troya. Cuando los griegos incendiaron su ciudad, escapó a Italia, donde fundó el reino que acabaría convirtiéndose en Roma, bla, bla, bla. A eso me refiero.
—No lo entiendo —reconoció Jason.
Eolo puso los ojos en blanco.
—¡El caso es que a mí también me metieron en mitad de ese conflicto! Juno me llamó y me dijo: «Oh, Eolo, destruye los barcos de Eneas por mí. No me gustan». Luego Neptuno dijo: «¡No, no lo hagas! Es mi territorio. Calma a los vientos». Entonces Juno se puso en plan: «¡No, hunde los barcos o le diré a Júpiter que te niegas a colaborar!». ¿Crees que es fácil compaginar peticiones como esas?
—No —contestó Jason—. Supongo que no.
—¡Y no me hagas hablar de Amelia Earhart! ¡Todavía recibo llamadas de indignación del Olimpo para que la haga caer del cielo!
—Solo queremos información —dijo Piper en el tono más tranquilizador del que fue capaz—. Hemos oído decir que vos lo sabéis todo.
Eolo se alisó las solapas y pareció ligeramente calmado.
—Bueno…, eso es verdad. Por ejemplo, sé que este asunto —los señaló a los tres agitando los dedos—, este plan disparatado para reuniros, probablemente acabe en una matanza. En cuanto a ti, Piper McLean, sé que tu padre está en un grave aprieto.
Alargó la mano, y un trozo de papel cayó revoloteando en ella. Era una foto de Piper con un hombre que debía de ser su padre. Su cara resultaba familiar. Jason estaba seguro de que lo había visto en alguna película.
Piper cogió la foto. Le temblaban las manos.
—Esto… esto es de su cartera.
—Sí —confirmó Eolo—. Todas las cosas que se pierden en el viento acaban viniendo a mí. La foto salió volando cuando el terrígeno lo atrapó.
—¿El qué? —preguntó Piper.
Eolo rechazó la pregunta y miró a Leo con los ojos entornados.
—Y tú, hijo de Hefesto… Sí, veo tu futuro.
Otro papel cayó en las manos del dios del viento: un viejo dibujo destrozado hecho con lápices de cera.
Leo lo cogió como si estuviera cubierto de veneno y retrocedió tambaleándose.
—¿Leo? —dijo Jason—. ¿Qué es?
—Algo que… que dibujé cuando era niño —lo dobló rápidamente y se lo guardó en el abrigo—. No… no es nada.
Eolo se echó a reír.
—¿De verdad? ¡Solo la clave de vuestro éxito! Bueno, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, queríais información. ¿Estáis seguros? A veces la información puede ser peligrosa.
Sonrió a Jason como si estuviera planteando un desafío. Detrás de él, Mellie sacudió la cabeza a modo de advertencia.
—Sí —dijo Jason—. Tenemos que encontrar la guarida de Encélado.
La sonrisa de Eolo desapareció.
—¿El gigante? ¿Por qué ibais a querer ir allí? ¡Es terrible! ¡Ni siquiera ve mi programa!
Piper levantó la foto.
—Eolo, tiene a mi padre. Tenemos que rescatarlo y averiguar dónde está cautiva Hera.
—Pero eso es imposible —contestó Eolo—. Ni siquiera yo puedo verlo, y, créeme, lo he intentado. El paradero de Hera está cubierto por un velo de magia muy potente. Es totalmente imposible de localizar.
—Está en un lugar llamado la Casa del Lobo —dijo Jason.
—¡Espera! —Eolo se llevó la mano a la frente y cerró los ojos—. ¡Estoy captando algo! ¡Sí, está en un lugar llamado la Casa del Lobo! Por desgracia, no sé dónde está.
—Encélado sí que lo sabe —insistió Piper—. Si nos ayudáis a encontrarlo, podríamos descubrir el paradero de la diosa…
—Sí —dijo Leo al caer en la cuenta—. Y si la salváramos, os estaría muy agradecida…
—Y Zeus podría ascenderos —concluyó Jason.
Eolo arqueó las cejas.
—Un ascenso… ¿Y lo único que queréis de mí es el paradero del gigante?
—Bueno, si también pudierais llevarnos allí —le corrigió Jason—, sería estupendo.
Mellie dio una palmada, entusiasmada.
—¡Oh, sí que puede hacerlo! Suele enviar vientos favorables…
—¡Cállate, Mellie! —le espetó Eolo—. Me dan ganas de despedirte por dejar entrar a esta gente con engaños.
El rostro de ella palideció.
—Sí, señor. Lo siento, señor.
—No ha sido culpa suya —dijo Jason—. Y en lo referente a la ayuda…
Eolo ladeó la cabeza como si estuviera pensando. Entonces Jason se dio cuenta de que el señor del viento estaba escuchando voces por el auricular.
—Bueno… Zeus da su aprobación —murmuró Eolo—. Dice… dice que sería preferible que no la salvarais hasta después del fin de semana, porque tiene planeado celebrar una gran fiesta… ¡Uy! Afrodita le está gritando y le está recordando que el solsticio empieza al amanecer. Dice que yo debo ayudaros. Y Hefesto…, sí. Hummm. Es muy poco habitual que estén de acuerdo en algo. Un momento…
Jason sonrió a sus amigos. Por fin tenían la suerte de su parte. Sus padres divinos estaban respaldándolos.
Jason oyó un sonoro eructo procedente de la entrada. El entrenador entró en el vestíbulo andando como un pato, con restos de hierba por toda la cara. Mellie vio que atravesaba el suelo improvisado y contuvo el aliento.
—¿Quién es ese?
Jason reprimió una tos.
—¿Ese? Es el entrenador Hedge. Ejem, Gleeson Hedge. Es nuestro…
Jason no sabía cómo llamarlo: ¿profesor, amigo, problema?
—Nuestro guía.
—Es muy cabruno —murmuró Mellie.
Detrás de ella, Piper hinchó los carrillos, fingiendo que vomitaba.
—¿Qué pasa, chicos? —Hedge se acercó trotando—. Vaya, bonito palacio. ¡Oh, losetas de césped!
—Entrenador, acaba de comer —dijo Jason—. Y estamos usando el césped de suelo. Esta es Mellie…
—Un aura —Hedge le dedicó una sonrisa encantadora—. Hermosa como una brisa de verano.
Mellie se ruborizó.
—Y Eolo estaba a punto de ayudarnos —dijo Jason.
—Sí —murmuró el señor del viento—. Eso parece. Encontraréis a Encélado en el Monte del Diablo.
—¿El Monte del Diablo? —preguntó Leo—. No suena bien.
—¡Me acuerdo de ese sitio! —dijo Piper—. Fui una vez con mi padre. Está al este de la bahía de San Francisco.
—¿Otra vez el Área de la Bahía? —El entrenador negó con la cabeza—. Me da muy mala espina.
—Bueno… —Eolo comenzó a sonreír—. En cuanto a lo de llevaros allí…
De repente, su cara se quedó flácida. Se inclinó y le dio unos golpecitos al auricular como si funcionara mal. Cuando volvió a erguirse, tenía una mirada desquiciada. A pesar del maquillaje, parecía un viejo: un viejo muy asustado.
—Hacía siglos que ella no me hablaba. No puedo… Sí, sí, lo entiendo.
Tragó saliva, observando a Jason como si de repente se hubiera convertido en una cucaracha gigantesca.
—Lo siento, hijo de Júpiter. Nuevas órdenes. Todos tenéis que morir.
Mellie lanzó un chillido.
—¡Pero… pero señor…! Zeus ha dicho que les ayude. Afrodita, Hefesto…
—¡Mellie! —le espetó Eolo—. Te expones a perder tu puesto. Además, hay órdenes que sobrepasan los deseos de los dioses, sobre todo cuando se trata de las fuerzas de la naturaleza.
—¿De quién son las órdenes? —preguntó Jason—. ¡Zeus os despedirá si no nos ayudáis!
—Lo dudo.
Eolo hizo un movimiento rápido de muñeca y, muy por debajo de ellos, la puerta de una celda se abrió en el foso. Jason oyó que unos espíritus de la tormenta salían gritando, subían vertiginosamente y aullaban sedientos de sangre.
—Incluso Zeus entiende el orden de las cosas —dijo Eolo—. Y si ella está despertando, por todos los dioses, es algo que no se puede pasar por alto. Adiós, héroes. Lo siento mucho, pero tendré que hacerlo deprisa. Dentro de cuatro minutos vuelvo a estar en antena.
Jason invocó su espada. El entrenador Hedge sacó su porra. Mellie gritó:
—¡No!
Se lanzó a los pies de ellos en el mismo instante en que los espíritus de la tormenta atacaron con la fuerza de un huracán, volando el suelo en pedazos y haciendo saltar los trozos de alfombra, mármol y linóleo en lo que habrían sido proyectiles letales si Mellie no hubiera extendido su túnica como un escudo y hubiera amortiguado la peor parte del impacto. Los cinco se cayeron al foso, y Eolo gritó por encima de ellos:
—¡Mellie, estás despedida!
—Rápido —chilló Mellie—. Hijo de Zeus, ¿tienes poder sobre el aire?
—¡Un poco!
—¡Entonces ayúdame o moriréis todos!
Mellie lo agarró de la mano, y una descarga eléctrica recorrió el brazo de Jason. Entonces entendió lo que ella necesitaba. Tenían que controlar la caída y dirigirse a uno de los túneles abiertos. Los espíritus de la tormenta los estaban siguiendo; se acercaban rápido y traían con ellos una nube de metralla mortal.
Jason cogió a Piper de la mano.
—¡Abrazo de grupo!
Hedge, Leo y Piper intentaron formar una piña, agarrándose a Jason y Mellie mientras caían.
—¡Esto NO VA BIEN! —gritó Leo.
—¡Os estoy esperando, fantasmas! —gritó Hedge a los espíritus de la tormenta—. ¡Os voy a machacar!
—Es magnífico —dijo Mellie suspirando.
—Concéntrate —le apuntó Jason.
—¡Claro! —dijo ella.
Encauzaron el viento para descender en la siguiente cavidad. Aun así, se estrellaron contra el túnel y cayeron rodando unos encima de otros por un empinado conducto de ventilación que no había sido diseñado para personas. No podían parar de ninguna forma.
La túnica de Mellie se hinchó a su alrededor. Jason y los demás se aferraron a ella desesperadamente y empezaron a reducir la velocidad, pero los espíritus de la tormenta entraron gritando en el túnel detrás de ellos.
—No puedo… aguantar… mucho —advirtió Mellie—. ¡No os separéis! Cuando los vientos ataquen…
—Lo estás haciendo estupendamente, Mellie —dijo Hedge—. Mi madre era un aura, ¿sabes? Ella no lo habría hecho mejor.
—¿Me mandarás un mensaje de Iris? —rogó Mellie.
Hedge guiñó el ojo.
—¿Podéis quedar más tarde? —gritó Piper—. ¡Mirad!
Detrás de ellos, el túnel se estaba oscureciendo. Jason notó que los oídos se le taponaban a medida que aumentaba la presión.
—No puedo contenerlos —advirtió Mellie—. Pero intentaré protegeros como un favor más.
—Gracias, Mellie —dijo Jason—. Espero que consigas otro trabajo.
Ella sonrió y acto seguido desapareció envolviéndolos en una cálida y suave brisa. Entonces los vientos de verdad atacaron, lanzándolos al cielo tan rápido que Jason se desmayó.