Leo estaba flipando.
La expresión de las caras de todos cuando el dragón aterrizó en el campamento fue para morirse de risa. Creía que a sus compañeros de cabaña les iba a dar un síncope.
Festo también había estado increíble. No había chamuscado ninguna cabaña ni se había comido a ningún sátiro, aunque perdió un poco de aceite por la oreja. Vale, mucho aceite. Leo ya lo arreglaría más adelante.
Leo no había aprovechado la oportunidad de explicar lo del búnker 9 ni lo del diseño del barco volador. Necesitaba tiempo para pensarlo. Podía contárselo a todos cuando volvieran.
Si volvían, pensaba una parte de él.
No, volvería. Había conseguido un cinturón portaherramientas chulísimo en el búnker, junto con un montón de provisiones estupendas que en ese momento llevaba bien guardadas en su mochila. Además, contaba con un dragón que escupía fuego y que solo perdía un poco de aceite. ¿Qué podía salir mal?
«Bueno, el disco de control podría averiarse —propuso su lado negativo—. Y Festo podría comerte».
Vale, el dragón no estaba tan bien reparado como Leo había informado. Había trabajado toda la noche colocándole las alas, pero no había encontrado un cerebro de dragón de sobra en el búnker por ninguna parte. ¡Eh, tenían el tiempo contado! Tres días hasta el solsticio.
Debían ponerse en marcha. Además, Leo había limpiado muy bien el disco. La mayoría de los circuitos seguían en buen estado. Tendría que aguantar.
Su lado negativo empezó a pensar: «Sí, pero ¿y si…?».
—Cállate —dijo en voz alta.
—¿Qué? —preguntó Piper.
—Nada —contestó—. Ha sido una noche muy larga. Creo que estoy teniendo alucinaciones. No pasa nada.
Al ir sentado delante, Leo no podía ver las caras de sus amigos, pero por su silencio se figuraba que no les entusiasmaba tener a un piloto que no había dormido y tenía alucinaciones.
—Solo bromeaba —decidió que sería buena idea cambiar de tema—. Entonces, ¿cuál es el plan, colega? ¿Has dicho algo de beber los vientos, o tomar viento fresco, o algo parecido?
Mientras sobrevolaban Nueva Inglaterra, Jason expuso el plan de acción: primero, encontrar a un tío llamado Bóreas e interrogarlo para sacarle información…
—¿Se llama Bóreas? —no pudo evitar preguntar Leo—. ¿De dónde es, de Bora Bora?
Segundo, continuó Jason, tenían que encontrar a los venti que les habían atacado en el Gran Cañón…
—¿No podemos llamarlos espíritus de la tormenta a secas? —preguntó Leo—. Venti suena a ventosidades pequeñitas.
Y tercero, concluyó Jason, tenían que averiguar para quién trabajaban los espíritus de la tormenta con el fin de encontrar a Hera y liberarla.
—¿Así que quieres buscar a Dylan, el tío chungo de la tormenta? —dijo Leo—. ¿El tío que me tiró de la plataforma y absorbió al entrenador Hedge en las nubes?
—Eso es —dijo Jason—. Bueno…, puede que también haya una loba de por medio, pero creo que es amistosa. No nos comerá…, a menos que mostremos debilidad.
Jason les contó el sueño que había tenido, en el que aparecía una gran loba desagradable y una casa incendiada con espirales de piedra que salían de un estanque.
—Ajá —dijo Leo—. Pero no sabes dónde está ese sitio.
—No —reconoció Jason.
—También hay gigantes —añadió Piper—. La profecía hablaba de la «venganza de los gigantes».
—Espera —dijo Leo—. Gigantes… ¿como si hubiera más de uno? ¿Por qué no puede ser un solo gigante que quiere vengarse?
—No lo creo —dijo Piper—. Recuerdo que en algunos antiguos mitos griegos aparecía un ejército de gigantes.
—Genial —murmuró Leo—. Con la suerte que tenemos, será un ejército. ¿Sabes algo más sobre esos gigantes? ¿No estudiaste un montón de mitos con tu padre para esa película?
—¿Tu padre es actor? —preguntó Jason.
Leo se echó a reír.
—Siempre me olvido de tu amnesia. Je, je. Me olvido de tu amnesia. Tiene gracia. Pues sí, su padre es Tristan McLean.
—Ah… Perdona, ¿dónde ha salido?
—Da igual —dijo Piper rápidamente—. Los gigantes… bueno, había muchos gigantes en la mitología griega, pero, si son los que yo digo, no es buena noticia. Eran enormes, casi imposibles de matar. Podían derribar montañas y cosas así. Creo que estaban emparentados con los titanes. Salieron de la tierra después de que Cronos perdiera la guerra (me refiero a la primera guerra de los titanes, hace miles de años) e intentaron destruir el Olimpo. Si estamos hablando de los mismos gigantes…
—Quirón dijo que estaba pasando otra vez —recordó Jason—. El último capítulo. Se refería a eso. No me extraña que no quisiera que supiéramos todos los detalles.
Leo silbó.
—Así que… gigantes que pueden derribar montañas. Lobas amistosas que nos comerán si mostramos debilidad. Ventosidades pequeñitas. Ya lo pillo. A lo mejor no es el momento para sacar a relucir a mi niñera psicópata…
—¿Es otro chiste? —preguntó Piper.
Leo les habló de la tía Callida, que era en realidad Hera, y les contó que se le había aparecido en el campamento. Pero no les reveló sus aptitudes con el fuego. Seguía siendo un tema delicado, y más después de que Nyssa le dijera que los semidioses del fuego solían destruir ciudades y cosas así. Además, Leo tendría que confesar que había provocado la muerte de su madre y… No. No estaba preparado para tratar el tema. Pero sí consiguió hablarles de la noche que ella murió, sin mencionar el fuego, diciéndoles simplemente que el taller de máquinas se vino abajo. Fue más fácil sin tener que mirar a sus amigos, manteniendo la vista al frente mientras volaban.
Y les habló de la extraña mujer con ropa de tierra que parecía estar dormida y que también parecía saber el futuro.
Leo calculó que todo el estado de Massachusetts pasó por debajo de ellos antes de que sus amigos dijeran algo.
—Qué poco… tranquilizador —dijo Piper.
—Tú lo has dicho —convino Leo—. El caso es que todo el mundo dice: «No te fíes de Hera». Ella odia a los semidioses. Y la profecía decía que, si desatáramos su ira, provocaríamos la muerte. Así que me pregunto… ¿por qué estamos haciendo esto?
—Ella nos eligió —dijo Jason—. A los tres. Somos los primeros de los siete que tienen que reunirse para la Gran Profecía. Esta misión es el principio de algo mucho más importante.
Eso no hizo sentir mejor a Leo, pero no podía discutirle a Jason lo que había dicho. Efectivamente, daba la impresión de que aquello era el principio de algo enorme. Solo deseaba que si había cuatro semidioses más destinados a ayudarles, aparecieran rápido. Leo no quería acaparar todas las aventuras peligrosas.
—Además —continuó Jason—, ayudar a Hera es la única forma que tengo de recuperar la memoria. Y la espiral oscura de mi sueño parecía alimentarse de la energía de Hera. Si esa cosa desata al rey de los gigantes al destruir a Hera…
—No nos compensa —convino Piper—. Por lo menos Hera está de nuestra parte… en general. Perderla a ella sumiría a los dioses en el caos. Es la diosa principal que mantiene la paz en la familia. Y una guerra con los gigantes podría ser todavía más destructiva que la guerra de los titanes.
Jason asintió.
—Quirón dijo que en el solsticio se agitan fuerzas perversas y también que es un buen momento para la magia maligna: algo que podría despertarse si Hera fuera sacrificada ese día. Y la señora que controla a los espíritus de la tormenta, la que quiere matar a todos los semidioses…
—Podría ser esa extraña dama durmiente —concluyó Leo—. La Mujer de Tierra… ¿despierta? No ardo en deseos de verla.
—Pero ¿quién es esa mujer? —preguntó Jason—. ¿Y qué tiene que ver con los gigantes?
Buenas preguntas, pero ninguno de ellos tenía respuestas. Siguieron volando en silencio mientras Leo se preguntaba si había hecho lo correcto compartiendo tanta información. Nunca había hablado con nadie de aquella noche en el almacén. Aunque no les había contado toda la historia, resultaba extraño, como si se hubiera abierto el pecho y se hubiera sacado todos los engranajes que le hacían funcionar. Le temblaba el cuerpo, y no de frío. Esperaba que Piper, sentada detrás de él, no lo notara.
«La fragua y la paloma romperán la celda». ¿No era ese el verso de la profecía? Eso significaba que Piper y él tendrían que averiguar cómo entrar en aquella cárcel de roca mágica, suponiendo que la encontraran. Luego desatarían la ira de Hera y provocarían muchas muertes. ¡Vaya, sonaba divertido! Leo había visto a la tía Callida en acción; le gustaban los cuchillos, las serpientes y calentar bebés al fuego. Sí, claro, desatar su ira. Una gran idea.
Festo siguió volando. El viento se volvió más frío, y debajo de ellos los bosques nevados parecían extenderse indefinidamente. Leo no sabía exactamente dónde estaba Quebec. Le había dicho a Festo que los llevara al palacio de Bóreas, y el dragón no paraba de avanzar hacia el norte. Con suerte, conocería el camino y no acabarían en el Polo Norte.
—¿Por qué no duermes un poco? —le dijo Piper al oído—. Has estado levantado toda la noche.
Leo quería protestar, pero la palabra «dormir» sonaba muy bien.
—¿No me dejarás caer?
Piper le dio una palmadita en el hombro.
—Confía en mí, Valdez. La gente guapa nunca miente.
—De acuerdo —murmuró.
Se inclinó hacia delante contra el bronce caliente del pescuezo del dragón y cerró los ojos.