Capítulo IX.
El señor Thomas Marvel

Deberían imaginarse al señor Thomas Marvel como una persona de cara ancha y fofa, con una enorme nariz redonda, una boca grande, siempre oliendo a vino y aguardiente y una barba excéntrica y erizada. Estaba encorvado y sus piernas cortas acentuaban aún más esa inclinación de su figura. Solía llevar un sombrero de seda adornado con pieles y, con frecuencia, en lugar de botones, llevaba cordeles y cordones de zapatos, delatando así su estado de soltero.

El señor Thomas Marvel estaba sentado en la cuneta de la carretera de Adderdean, a una milla y media de Iping. Sus pies estaban únicamente cubiertos por unos calcetines mal puestos, que dejaban asomarse unos dedos anchos y tiesos, como las orejas de un perro que está al acecho. Estaba contemplando con tranquilidad un par de botas que tenía delante. Él hacía todo con tranquilidad. Eran las mejores botas que había tenido desde hacía mucho tiempo, pero le estaban demasiado grandes. Por el contrario, las que se había puesto eran muy buenas para tiempo seco, pero, como tenían una suela muy fina, no valían para caminar por el barro. El señor Thomas Marvel no sabía qué odiaba más, si unas botas demasiado grandes o caminar por terreno húmedo. Nunca se había parado a pensar qué odiaba más, pero hoy hacía un día muy bueno y no tenía otra cosa mejor que hacer. Por eso puso las cuatro botas juntas en el suelo y se quedó mirándolas. Y al verlas allí, entre la hierba, se le ocurrió, de repente, que los dos pares eran muy feos. Por eso no se inmutó al oír una voz detrás de él que decía:

—Son botas.

—Sí, de las que regalan —dijo el señor Thomas Marvel con la cabeza inclinada y mirándolas con desgana—. Y ¡maldita sea si sé cuál de los dos pares es más feo!

—Humm —dijo la voz.

—Las he tenido peores, incluso, a veces, ni he tenido botas. Pero nunca unas tan condenadamente feas, si me permite la expresión. He estado intentando buscar unas botas. Estoy harto de las que llevo. Son muy buenas, pero se ven mucho por ahí. Y, créame, no he encontrado en todo el condado otras botas que no sean iguales. ¡Mírelas bien! Y eso que, en general, es un condado en donde se fabrican buenas botas. Pero tengo mala suerte. He llevado estas botas por el condado durante más de diez años, y luego, me tratan como me tratan.

—Es un condado salvaje —dijo la voz— y sus habitantes son unos cerdos.

—¿Usted también opina así? —dijo el señor Thomas Marvel—. Pero, sin duda, ¡lo peor de todo son las botas!

Al decir esto, se volvió hacia la derecha, para comparar sus botas con las de su interlocutor, pero donde habrían tenido que estar no había ni botas ni piernas. Entonces se volvió hacia da izquierda, pero allí tampoco había ni botas ni piernas. Estaba completamente asombrado.

—¿Dónde está usted? —preguntó mientras se ponía a cuatro patas, y miraba para todos lados. Pero sólo encontró grandes praderas y, a lo lejos, verdes arbustos movidos por el viento.

—¿Estaré borracho? —se decía el señor Thomas Marvel—. ¿Habré tenido visiones? ¿Habré estado hablando conmigo mismo? ¿Qué…?

—No se asuste —dijo una voz.

—No me utilice para hacer de ventrílocuo —dijo el señor Marvel mientras se ponía en pie—. ¡Y encima me dice que no me asuste! ¿Dónde está usted?

—No se asuste —repitió da voz.

—¡Usted sí que se va a asustar dentro de un momento, está loco! —dijo el señor Thomas Marvel—. ¿Dónde está usted? Deje que le eche un vistazo… ¿No estará usted bajo tierra? —prosiguió el señor Thomas Marvel, después de un intervalo.

No hubo respuesta. El señor Thomas Marvel estaba de pie, sin botas y con la chaqueta a medio quitar. A lo lejos se escuchó un pájaro cantar.

—¡Sólo faltaba el trino de un pájaro! —añadió el señor Thomas Marvel—. No es precisamente un momento para bromas.

La pradera estaba completamente desierta. La carretera, con sus cunetas y sus mojones, también. Tan sólo el canto del pájaro turbaba la quietud del cielo.

—¡Que alguien me ayude! —dijo el señor Thomas Marvel volviéndose a echar el abrigo sobre los hombros—. ¡Es la bebida! Debería haberme dado cuenta antes.

—No es la bebida —señaló la voz—. Usted está completamente sobrio.

—¡Oh, no! —decía el señor Marvel mientras palidecía—. Es la bebida —repetían sus labios, y se puso a mirar a su alrededor, yéndose hacia atrás—. Habría jurado que oí una voz —concluyó en un susurro.

—Desde luego que la oyó.

—Ahí está otra vez —dijo el señor Marvel, cerrando los ojos y llevándose la mano a la frente con desesperación. En ese momento lo cogieron del cuello y lo zarandearon, dejándolo más aturdido que nunca.

—No sea tonto —señaló la voz.

—Me estoy volviendo loco —dijo el señor Thomas Marvel—. Debe haber sido por haberme quedado mirando durante tanto tiempo las botas. O me estoy volviendo loco o es cosa de espíritus.

—Ni una cosa ni la otra —añadió la voz—. ¡Escúcheme!

—Loco de remate —se decía el señor Marvel.

—Un minuto, por favor —dijo la voz, intentando controlarse.

—Está bien. ¿Qué quiere? —dijo el señor Marvel con la extraña impresión de que un dedo lo había tocado en el pecho.

—Usted cree que soy un producto de su imaginación y sólo eso, ¿verdad?

—¿Qué otra cosa podría ser? —contestó Thomas Marvel, rascándose el cogote.

—Muy bien —contestó la voz, con tono de enfado—. Entonces voy a empezar a tirarle piedras hasta que cambie de opinión.

—Pero, ¿dónde está usted?

La voz no contestó. Entonces, como surgida del aire, apareció una piedra que, por un pelo, no le dio al señor Marvel en un hombro. Al volverse, vio cómo una piedra se levantaba en el aire, trazaba un círculo muy complicado, se detenía un momento y caía a sus pies con invisible rapidez. Estaba tan asombrado que no pudo evitarla. La piedra, con un zumbido, rebotó en un dedo del pie y fue a parar a la cuneta. El señor Marvel se puso a dar saltos sobre un solo pie, gritando. Acto seguido echó a correr, pero chocó contra un obstáculo invisible y cayó al suelo sentado.

—¿Y ahora? —dijo la voz, mientras una tercera piedra se elevaba en el aire y se paraba justo encima de la cabeza del señor Marvel—. ¿Soy un producto de su imaginación?

El señor Marvel, en lugar de responder, se puso de pie, e inmediatamente volvió a caer al suelo. Se quedó en esa posición por un momento.

—Si vuelve a intentar escapar —añadió la voz—, le tiraré la piedra en la cabeza.

—Es curioso —dijo el señor Thomas Marvel, que, sentado, se cogía el dedo dañado con la mano y tenía la vista fija en la tercera piedra—. No lo entiendo. Piedras que se mueven solas. Piedras que hablan. Me siento. Me rindo.

La tercera piedra cayó al suelo.

—Es muy sencillo —dijo la voz—. Soy un hombre invisible.

—Dígame otra cosa, por favor —dijo el señor Marvel, aún con cara de dolor—. ¿Dónde está escondido? ¿Cómo lo hace? No entiendo nada.

—No hay más que entender —dijo la voz—. Soy invisible. Es lo que quiero hacerle comprender.

—Eso, cualquiera puede verlo. No tiene por qué ponerse así. Y, ahora, deme una pista. ¿Cómo hace para esconderse?

—Soy invisible. Ésa es la cuestión y es lo que quiero que entienda.

—Pero, ¿dónde está? —interrumpió el señor Marvel.

—¡Aquí! A unos pasos, enfrente de usted.

—¡Vamos, hombre, que no estoy ciego! Y ahora me dirá que no es más que un poco de aire. ¿Cree que soy tonto?

—Pues es lo que soy, un poco de aire. Usted puede ver a través de mí.

—¿Qué? ¿No tiene cuerpo? Vox et…[3] ¿sólo un chapurreo, no es eso?

—No. Soy un ser humano, de materia sólida, que necesita comer y beber, que también necesita abrigarse… Pero, soy invisible, ¿lo ve?, invisible. Es una idea muy sencilla. Soy invisible.

—Entonces, ¿es usted un hombre de verdad?

—Sí, de verdad.

—Entonces deme la mano —dijo el señor Marvel—. Si es de verdad, no le debe resultar extraño. Así que… ¡Dios mío! —dijo—. ¡Me ha hecho dar un salto al agarrarme!

Sintió que la mano le agarraba la muñeca con todos sus dedos y, con timidez, siguió tocando el brazo, el pecho musculoso y una barba. La cara de Marvel expresó su estupefacción.

—¡Es increíble! —dijo Marvel—. Esto es mejor que una pelea de gallos. ¡Es extraordinario! ¡Y, a través de usted, puedo ver un conejo con toda claridad a una milla de distancia! Es invisible del todo, excepto…

Y miró atentamente el espacio que parecía vacío.

—¿No habrá comido pan con queso, verdad? —le preguntó, agarrando el brazo invisible.

—Está usted en lo cierto. Es que mi cuerpo todavía no lo ha digerido.

—Ya —dijo el señor Marvel—. Entonces, ¿es usted una especie de fantasma?

—No, desde luego, no es tan maravilloso como cree.

—Para mi modesta persona, es lo suficientemente maravilloso —respondió el señor Marvel—. ¿Cómo puede arreglárselas? ¿Cómo lo hace?

—Es una historia demasiado larga y además…

—Le digo de verdad que estoy muy impresionado —le interrumpió el señor Marvel.

—En estos momentos, quiero decirle que necesito ayuda. Por eso he venido. Tropecé con usted por casualidad cuando vagaba por ahí, loco de rabia, desnudo, impotente. Podría haber llegado incluso al asesinato, pero lo vi a usted y…

—¡Santo cielo! —dijo el señor Marvel.

—Me acerqué por detrás, luego dudé un poco y, por fin…

La expresión del señor Marvel era bastante elocuente.

—Después me paré y pensé: «Éste es». La sociedad también lo ha rechazado. Éste es mi hombre. Me volví y…

—¡Santo cielo! —repitió el señor Marvel—. Me voy a desmayar. ¿Podría preguntarle cómo lo hace, o qué tipo de ayuda quiere de mí? ¡Invisible!

—Quiero que me consiga ropa, y un sitio donde cobijarme, y, después, algunas otras cosas. He estado sin ellas demasiado tiempo. Si no quiere, me conformaré, pero ¡tiene que querer!

—Míreme, señor —le dijo el señor Marvel—. Estoy completamente pasmado. No me maree más y déjeme que me vaya. Tengo que tranquilizarme un poco. Casi me ha roto el dedo del pie. Nada tiene sentido. No hay nada en la pradera. El cielo no alberga a nadie. No hay nada que ver en varias millas, excepto la naturaleza. Y, de pronto, como surgida del cielo, ¡llega hasta mí una voz! ¡Y luego piedras! Y hasta un puñetazo. ¡Santo Dios!

—Mantenga la calma —dijo la voz—, pues tiene que ayudarme.

El señor Marvel resopló y sus ojos se abrieron como platos.

—Lo he elegido a usted —continuó la voz—. Es usted el único hombre, junto con otros del pueblo, que ha visto a un hombre invisible. Tiene que ayudarme. Si me ayuda, le recompensaré. Un hombre invisible es un hombre muy poderoso —y se paró durante un segundo para estornudar con fuerza—. Pero, si me traiciona, si no hace las cosas como le digo…

Entonces paró de hablar y tocó al señor Marvel ligeramente en el hombro. Éste dio un grito de terror, al notar el contacto.

—Yo no quiero traicionarle —dijo el señor Marvel apartándose de donde estaban aquellos dedos—. No vaya a pensar eso. Yo quiero ayudarle. Dígame, simplemente, lo que tengo que hacer. Haré todo lo que usted quiere que haga.